Está en la página 1de 7

Dos diarios “Jean-Luc Nancy”

JEAN-LUC NANCY / TRAD. MARIA KONTA

JEAN-LUC NANCY

4 de noviembre

Alex me ha pedido que llevara un diario durante la semana que empieza el lunes. Quiere publicar
una serie de diarios escritos por amigos durante esa semana. Así responde a la invitación de una
revista que le ha confiado la edición de un número. Le respondo, por amistad y curiosidad. Nunca
llevo un diario que no sea cuando se me pide que lo haga, es decir, cuando el género o el ejercicio
está expresamente requerido, como sucede a veces (cada semana un periódico francés publica un
“diario” llevado por un escritor con miras a su publicación). ¿Por qué es esto un género deseado?
Sin duda porque se espera que, pidiendo a un escritor (a un filósofo, a un cineasta o, más
generalmente, a quien se dirige a otros) revelar lo que él no dirige a nadie, o lo que dirige sólo a sí
mismo, su posición será invertida. La exigencia por el “género de diario” tiene un ideal implícito.
Un diario debe ser sincero, llevado sin haber habido una exigencia anterior. Esta es al menos la
suposición subyacente de lo que transforma un diario en un diario. Pero, ¿alguna vez alguien ha
llevado un diario sin ninguna otra petición sino la suya, una petición que viene del adentro, por así
decirlo? O mejor dicho, hace tal petición interna que induce a algunos a garabatear cada día (Algo
así como: “Leí a Balzac. Fui de compras. Vi en la tele el terremoto en la región de Pouilles,
espectáculo angustiante. Los días se están haciendo mucho más cortos, el invierno está aquí”), ¿tal
petición no resuena, en su intimidad, con una voz pública? Una voz que hace una apelación y que
declara que lo íntimo nos interesa a todos hasta un grado prodigioso. ¿Por qué algunas personas,
día tras día, llevan esta tarea diaria, como un jornalero o obrero, así como los trabajadores pagados
por el día fueron llamados una vez? Uno dice “llevar un diario” porque requiere tenacidad,
aferrarse, o adicción, es lo mismo).[1]
¿Por qué ellos se hacen de sí mismos los periodistas de su vida cotidiana, si no porque una voz
muda y apremiante exige que esta vida entre en la historia, haga historia e incluso subvierta la
historia visible de los eventos colectivos? Todo esto está bien conocido, no hay nada más que
decir al respecto. Eso será por hoy. Son las 7:45 de la mañana, ahora voy a hacerme un segundo
tazón de café de achicoria.

5 de noviembre

Segundo día. La historia de Génesis viene a mi mente. Dios evoca luz, este es el primer día.
Divide las aguas bajo el firmamento de aquellos por encima de eso, este es el segundo día. Lo que
la historia no dice, sin embargo, pero que se entiende fácilmente, es que los días, también, se crean
con la creación de elementos sucesivos. O más bien que, cuando la creación tiene lugar, una
distribución de elementos, de luz, agua, tierra, pasto, etc., occurre y se establece un orden
temporal. Cada día, entonces, se crea un nuevo elemento. Cada día, es decir: cada día después del
primero, ya que el primer día, la verdad, no fue un día, porque el tiempo no lo hizo y no lo pudo
antedatar. Cada día rememora el primero, cada día una nueva luz amanece y nuevas aguas están
separadas. Cada día soy un hombre nuevo. Cada día hay de pronto una ausencia de tiempo, de luz,
de mundo detrás de mí. A decir la verdad, no hay nada detrás de mí, ya que de repente ya no hay
pasado, no más que algun futuro. Hay: este, el primer día. Es decir, ya el segundo o el
diezmillonésimo. ¿Cuántos dias he vivido? Calculemos aproximadamente: 62 × 365 = 22,630. No
es tanto. He visto la luz del día veintidós mil seiscientos treinta veces. Experimento esto de una
manera muy concreta. Ni un día es el mismo, y sobre todo cada día es de hecho, un día: hay una
ruptura. Nada sigue simplemente. Ayer ha terminado, se olvidó, se borró, se abolió. Mañana
carece de sustancia. Y hoy, aquí, está poniendo luz. Es un día gris.

6 de noviembre

Miércoles. Me levanté más tarde de lo habitual, no alcancé las primeras horas, el tiempo del día
que es propicio para escribir mi breve nota diaria. Así, la actividad del día me ha agarrado tan
pronto como desperté: llamada telefónica urgente por hacer, la correspondencia está aquí, se
supone que el pintor también trabaja en el frente de la casa, el insignificante y obstinado trastorno
diario que molesta, desorienta, impide que uno trabaje. Llamé a la tienda en Alemania que no nos
da ninguna noticia sobre la reparación de nuestra cafetera. Corté una rama que crece en la
dirección equivocada de una de las dos plantas en el salón (la otra es una palmera, me olvidé de su
nombre, tiene también un aparecer oriental). Llamé a Étienne y le pregunté si no quería ir a Damas
en lugar de mí ya que, después de mi ataque de neumonía, sería mejor no viajar por algun tiempo.
Envié un mensaje de correo electrónico a Amina para pedirle que se pusiera en contacto con el
mismo Étienne. Vuelvo a abrir el documento que contiene el texto que ahora estoy escribiendo (o
“tecleando” como se dice en la jerga informática), un texto sobre la interpretación heideggeriana
del esquematismo. Me pregunto cómo expresar la unidad ciega de la mirada de la máscara
mortuoria. Este ejemplo proporcionado por Heidegger tiene un efecto sorprendente: perfora el
texto, por así decirlo. Hélène me dice que Augustín ha acoplado su bicicleta a la de Georges sin
darse cuenta y que debería tratar de encontrar la llave del candado para que la bicicleta de Georges
pudiera ser liberada. Et caetera… Eso es todo. ¿He revelado lo suficiente? En otras palabras: ¿es
este un “diario”? Si no, ¿en qué se debe basar el principio de selección? Un diario no debe ser
selectivo. No he dicho, sin embargo, lo que desayuné. Antes de levantarme, pensé en la entrada de
hoy a la luz del “miércoles”, del día dedicado a Mercurio. Pensé sobre el comercio, sobre el
caduceo, las sandalias aladas, el mercado, sobre Hermes y Alcibíades, el que emasculó los
Hermae de la intersección, cuyos genitales fueron erigidos allí como si quisieran mostrar el
camino. De manera esnob, también cortó la cola de su perro.
7 de noviembre

Jueves. Yo digo [Jeudi. Je dis]. No funciona en traducción, pero sé muy bien que esto debe ser
publicado en inglés. Jueves, yo digo: nada que ver con el francés. Olvidémonos de eso. El día de
Júpiter. En inglés, el día de Thor. En alemán, el día de Donner. Cada día está dedicado a un dios.
Durante la Revolución francesa, la Convención decidió instituir un calendario republicano del cual
todos los signos religiosos serían borrados: la semana de siete días fue reemplazada por un período
de diez días y los días se llamaban primi, duodi, tridi, etc. (el di de dies —día en latín— se
mantuvo).[2] La asociación de los santos del calendario litúrgico con los días únicos fue
reemplazada por la asociación con plantas y herramientas: la Encyclopédie se convirtió en un
embalse hagiográfico. Hubo un total de tres décadas al mes y los nombres de los meses fueron
acuñados sobre la base de las estaciones (Thermidor, el mes de calor, Ventôse, el mes del
viento…). Por supuesto, todo esto no tuvo un impacto más allá del uso oficial y el voluntarismo de
los sans-culottes (los días añadidos para ponerse al día con el año solar fueron llamados sans-
culottides). No se puede imponer un significado, en general. Uno no puede inventar algo tan
común e íntimo, tan compartido y repetido como el curso de los días. Sin embargo todos los
calendarios fueron inventados una vez. El calendario revolucionario fue abolido por Napoleón
cuando se convirtió en emperador. Así se compensó con el paso del tiempo. La Revolución no
engendró un nuevo tiempo. Al final del día en el occidente sólo hay cursos religiosos y ritmos de
tiempo: el calendario judío, los calendarios cristianos (greco-cristianos) del Bizancio y de Roma,
el calendario musulmán de la Hegira. Estos son tiempos organizados alrededor y sujetos al final
de los tiempos, los que no vienen después, al final de la historia, sino que siempre vienen
llegando, todos los días, justo ahora. Es una interrupción del tiempo en todo momento, la
eternidad redescubierta cada mañana o cada noche. El tiempo del progreso y de la progresión, el
tiempo de la evolución no habria durado mucho tiempo en la historia. Siempre son los ciclos que
son genuinamente poderosos: los días, las noches, los años, las vidas. La cadencia es más
importante que el movimiento. Lo que un diario privado registra siempre tiene algo de cadencia,
un eterno retorno que emerge cada día a través del flujo permanente, el flujo incesante.
Apollinaire lo expresa perfectamente: “Viene la noche, suena la hora / y los días se alejan, y aquí
me dejan”.

8 de noviembre

Viernes. Esta mañana tampoco me levanté con el día. No había dormido suficiente durante la
noche. Seguí pensando en un trabajo pendiente y urgente. Lo primero que tengo que hacer es
escribir un texto para la exposición de Claudio Parmiggiani en Bolonia. Tengo el diseño de la
exposición, la descripción de todas las obras, y muchas fotografías y documentos. Ayer, Claudio
me envió reproducciones de una pintura por Ribera, la cual ha organizado para pedir prestada del
Museo Fabre de Montpellier para su exposición. Es un Magdalena en el desierto y es muy
diferente de la otra Magdalena por el mismo pintor que se muestra en el Prado. La mujer es mucho
más delgada y mayor. Ella está a la puerta de la muerte. Un cráneo se encuentra frente a ella al
lado de un pan de molde medio comido. En la exposición, Claudio pondrá frente a la pintura una
de sus esculturas, que representa un cráneo y una barra de pan, dispuestos de modo que al
principio uno sólo puede descifrar dos formas redondas no identificadas. Esta mañana la radio
anuncia que hay una nueva resolución de la ONU sobre Irak, de la cual Bush está muy orgulloso,
y que el presidente estadounidense sostuvo conversaciones con Chirac y Putin: algo así como una
movilización insidiosa parece haber comenzado. Me temo que estamos atrapados entre dos polos,
lentamente pero irreprimiblemente haciéndonos pedazos, un proceso que refleja la
reestructuración general del mundo que comenzó hace veinte años, y que no puede sino conducir a
una guerra que será ruinosa para todos, pero quizás especialmente para el Mediterráneo. De hecho,
cuanto menos relevancia se le atribuye a la región mediterránea y cuanto más se extiende el
espacio “occidental” (europeo, euro-americano), más nos encontramos en un estado de malestar y
tensión. El mundo mediterráneo siempre ha sido atravesado por terribles tensiones, pero estas
tensiones fueron la electricidad de un mundo compartido, mientras que lo que sucede ahora o, para
ser más preciso, desde 1914 y 1917, desgarra este mundo en piezas extranjeras y hostiles.

Anteayer, Antonella me dijo que ella también llevaba un diario para Alex y que justo habia escrito
sobre una visita al estilista. Puedo ver el negro y pesado tocado de su cabello napolitano.

JEAN-LUC NANCY

9 de noviembre

El día tiene problemas para empezar. En realidad, está nublado por noticias preocupantes. Una
amenaza bastante definida de cáncer afecta a alguien cercano a mí. Dudo en escribir por temor de
ser indiscreto hacia la persona afectada, sino también hacia el lector sobre el que impongo una
especie de intrusión: las preocupaciones externas encuentran su camino en este diario. Pero,
¿cómo puedo llevar un “diario” si paso en silencio lo que da el día su tonalidad? ¿Puedo realmente
llevar un diario si asumo que hay un lector? (es tan necesario para asumir lo contrario). El tono
frío y doloroso, el tiempo frío y doloroso de la investigación médica se establece: flotando por
encima de los exámenes lacerantemente implacables —me atrevo a decir tormentosos— la
ansiedad de la incertidumbre proyecta su sombra. ¿Qué será el diagnóstico final? ¿Será un
diagnóstico o un veredicto? Recuerdo los períodos durante los que amigos míos o yo tuvimos que
esperar un resultado. La esperanza y la desesperación alternan, y nada puede detener dicha
alternancia ya que se carece de razones fiables, de instrumentos analíticos. La medicina en su
increíble extrañeza se hace cargo, la medicina que se supone que tiene la llave de las tramas y
esquemas que nuestros órganos, nuestros vasos, nuestros humores, nuestras entrañas funcionan sin
nuestra conciencia. Abrumadora fragilidad. En un día, en una hora todo cambia radicalmente, la
naturaleza del mundo, de la vida misma. Que soy un paciente es lo único que es evidente: puedo
sufrir o permanecer indiferente, en ambos casos me someto a fuerzas desconocidas que me comen
por dentro, mientras que otras fuerzas no menos desconocidas me tratan, me reparan, causan
diferentes tipos de dolor. Es una otra vida. No es una vida, y sin embargo es otra, extraña, un
pasaje a través del estupor y la blancura del hospital. Todos los signos se borran allí, o bien la
dirección de las señales está invertida: ya no provienen del mundo, sino del cuerpo, y los signos y
las señales de la medicina sólo hacen eco de ellos. Más tarde, uno recuerda, “empezó ese día”,
“tuve los resultados ese día”. Estos días nunca terminan. Siempre están allí, en algún lugar bajo el
transcurso del tiempo, como que en un día, su día, tomaron ese tiempo y lo doblaron, lo
rompieron. Tal día es un golpe, un corte, una incisión, una fractura. Se rompe la historia, las
grietas abren otra historia. Esta puede ser la verdad de un día: que hace una abertura, una
hendidura, una marca, tal como uno habla de una “obra abierta” en la confección, en el bordado.
Un diario, por último, tiene como objetivo tallar cada día. Trata de hacer un ojal a través del cual
deslizar una flor o una cinta negra, para crear un crevé como los que solían estar de moda. O bien
quiere dejar una cicatriz en la piel.

JEAN-LUC NANCY

10 de noviembre

La primera hora del día es una hora privilegiada. Está suspendida. Alles schwebt, todo está
suspendido, todo se desliza, todo deriva, todo está indeciso, mientras que al mismo tiempo todo se
asienta en una especie de paz que es también un esperar. Uno no sabe si anhela o no el día que
viene. Uno podría desear permanecer en la noche, no despertar. Pero la noche es a menudo
espantosa, llena de recolecciones, ruminaciones, recuerdos repentinos de tareas olvidadas, deseos
mal contenidos. El día es preferible. Se abre hacia el exterior, al menos por la ventana, y
reconstituye un mundo. El principio de un verso flota en mi mente, privado de su final: “la luz del
día no es…”, ¿…más bella? ¿…más clara? Me molesta que no recuerdo cómo va.

Luz del día, dies, día, es lo “luminoso”, es la separación de la luz y de la oscuridad. Esto es por
qué el día de la creación es también la cosa creada, el acto de crear y el tiempo que se necesita
para crear: una abertura, una rasgadura, lo que, proyectando una sombra, separa una
mitad perfecta (Valéry). Sin embargo, es también la raíz de lo divino y del primero de los dioses
(Iovis). El día es lo divino: emergiendo de un espesor opaco, exponiéndose a la diferencia de
lugares y tiempos. El día es diferencia y distancia: distinción. Lo que nos distingue nos garantiza
un destino singular, único, que se inscribe desde el principio en la eternidad (Spinoza: “sentimos y
experimentamos de que somos eternos”), y a través del mismo y único movimiento, nos separa del
mundo y nos rechaza en el afuera no existente. Que las dos distinciones son unidas y opuestas,
esto también es lo divino, terrible y milagroso, misterioso: algo que se ilumina y no tiene secreto.
La división del día y de la noche. De hecho, estoy aquí volviendo a lo que estaba escribiendo ayer
en un texto sobre la exposición de Claudio Parmiggiani en Bolonia. Uno no cambia fácilmente el
curso de sus pensamientos. De hecho, uno sigue teniendo los mismos pensamientos.
Mi querido Alex, te enviaré este diario por correo electrónico, ya que los siete días están
completos. Es hora de parar: es domingo, día de reposo de Dios. Al menos, del Dios de Moisés.
Para el Dios del Islam, por su parte, afirma que no necesita descansar ya que la creación no lo ha
cansado. De hecho, ¿por qué la creación debe cansar a Dios? Se extiende donde Dios se retira, en
la absoluta distancia de la distinción primordial.

JEAN-LUC NANCY

Leer un periódico y amar eso

Como uno lo sabe, Hegel afirmó que la lectura del periódico es la oración diaria moderna (él
mismo escribió para los periódicos).[3] No se trata sólo de la repetición ritual. La lectura del
periódico envuelve algo más que la repetida absorción de la información: al abrir el periódico, uno
abre el mundo. Pero un mundo es precisamente lo que debe abrirse con el fin de que uno recorra
las líneas, las redes, las tramas, los desgarros. Abrir el periódico es abrir al mismo tiempo los
brazos que los ojos y el espíritu. La oración —ni la exigencia, ni la súplica, sino la mera
adoración— consiste en recurrir a y en abrirse a…

-¿Leer el periódico, adorar? ¡Qué chiste!

-Piensa de nuevo, lector… Después de todo, estás leyendo un periódico…

-¿Y si el periódico me enfurece?

-¿Por qué no? Eso te da el ejercicio. (Continúa en el próximo número).


Notas

[1] En francés la palabra “diario” es “journal”. La palabra “journalier” [jornalero] se deriva de la


palabra “journal” que es también la palabra para el periódico. Así que en el reglón que sigue
Nancy sugiere que una persona que lleva un diario es el jornalero de su vida.
[2] Nota de la traductora: El texto que presento aquí es la traducción de la traducción inglesa del
texto original de Nancy publicada en la revista Parralax con el título “Jean-Luc Nancy” (“Jean-
Luc Nancy”, traducido por Céline Surprenant y Jared Stark, Parallax, 2003, vol. 9, no. 3, pp. 66–
70.). Aquí sugiero que la primera lectura de este texto sea seguida por la lectura del libro del
emérito historiador del arte T. J. Clark The Sight of Death. An Experiment in Art Writing (Yale
University Press, 2008.), seguida por la lectura del artículo del mismo autor intitulado “For A Left
With No Future” (New Left Review 74, marzo-abril 2012, pp. 53-75.). Sería un ejercicio
necesario.
[3] El original en francés “Lire un journal et aimer ça” fue pubicado el 16 de febrero 2014
en http://www.liberation.fr/ecrans/2014/02/16/lire-un-journal-et-aimer-ca_980668

También podría gustarte