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EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD
Resumen
Este artículo muestra una revisión de algunos problemas asociados a la concepción
moderna de la acción humana y de la libertad, enfocados desde la perspectiva de la
filosofía moral y política, aunque también explora determinados aspectos de la
cuestión relacionados con la antropología filosófica y la metafísica. Se parte de una
breve revisión de la concepción clásica sobre la libertad sostenida por Isaiah Ber-
lin, analizando la perspectiva que adopta en los ámbitos mencionados, para des-
pués incorporar otras visiones más específicas dirigidas a mostrar la relación exis-
tente entre la concepción negativa y la concepción positiva de la libertad. En este
sentido, se presta especial atención a la propuesta del filósofo canadiense, Charles
Taylor, cuya obra aborda diversas alternativas que escapan a los planteamientos
unilaterales y más conocidos de la filosofía práctica. La finalidad última del pre-
sente artículo consiste en explorar algunos aspectos que determinadas corrientes
del ámbito intelectual y académico de la filosofía práctica contemporánea no han
examinado con el suficiente detenimiento. Se expone una concepción de la liber-
tad relacionada con la indagación sobre la propia identidad y con los bienes que
resultan importantes para el desarrollo de una vida humana.
Palabras clave: libertad, libertad negativa, libertad positiva, elección, identidad,
bien, ética, filosofía política, Isaiah Berlin, Charles Taylor.
Abstract
This article provides an overview of some of the problems which arise from the
contemporary concept of human action and liberty. The issues are studied from a
1. Isaiah Berlin, «Two Concepts of Liberty», en Four Essays on Liberty, Oxford, Oxford
University Press, 1969, pp. 118-172. Traducción española: «Dos conceptos de libertad»,
en Dos conceptos de libertad y otros escritos, Madrid, Alianza, 2001, pp. 43-114.
2. Benjamin Constant, «De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos»,
en Escritos políticos, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1989.
7. Cf. Isaiah Berlin, «Dos conceptos de libertad», op. cit., pp. 58-60.
De este modo Berlin destaca la separación que existe entre las dos con-
cepciones de la libertad que define modélicamente, pero asocia el movi-
miento libertador del individuo al desarrollo específicamente moderno de
lo que denomina libertad negativa8. Así, considera que la libertad negati-
va es un ideal auténticamente moderno, mientras que la libertad positiva
es algo del pasado9.
Sin embargo, esta división puede no resultar tan tajante como se supo-
ne. Es verdad que el ideal moderno suele identificarse con un tipo de so-
ciedad individualista que desdeña la participación política primando una
esfera privada de autodesarrollo en la que cada individuo expresa sus con-
cepciones sobre el bien. Según John Pocock, la preeminencia de esta con-
cepción se debe a que en el origen del pensamiento político moderno con-
vivieron dos estilos de lenguaje político, hasta que uno logró imponerse al
otro: así, el lenguaje de la virtud, alabado por el republicanismo clásico, fue
sepultado por el lenguaje de los derechos, fundado en la jurisprudencia y
expresado por el paradigma del derecho natural10. Sin embargo, esta contra-
posición filosófica e histórica está mal concebida y crea confusión porque
impide ver el modo en que un tipo y otro de libertad están intrínsecamente
relacionados. Tal vez por esta razón son muchas y diversas las voces que en
la actualidad se alzan para tender puentes entre ambos tipos de libertad11.
Lo cierto es que una comunidad política difícilmente gozará de salud
democrática si no asocia la preservación de las libertades fundamentales
con el estímulo a la participación ciudadana solidaria y responsable. Sólo
si hay una influencia eficaz de los ciudadanos en las decisiones políticas
podemos seguir hablando de una democracia propiciadora de una libertad
real. La práctica política de las democracias desarrolladas muestra la dis-
tancia entre las decisiones de gobierno y el control de unos ciudadanos
que parecen conformados a votar periódicamente. La política se encuen-
tra alejada de una sociedad civil a la que sólo se le consulta su opinión pú-
12. También asume esta línea de pensamiento Philip Pettit en sus trabajos sobre la concep-
ción republicana de la libertad y la política. Cf. Philip Pettit, Republicanismo, Barcelona,
Paidós, 1999; Una teoría de la libertad, Madrid, Losada, 2006.
13. Charles Taylor, «What’s Wrong with Negative Liberty», en Philosophy and the Human
Sciences, Cambridge, Cambridge University Press, 1985, pp. 211-229.
gar a cumplir o realizar sus fines de acuerdo con sus propios modelos,
entonces estamos ante una realización de la libertad que puede fracasar
tanto por motivos externos como también internos14.
Las teorías negativas de la libertad se centran en las oportunidades que
se muestran a los sujetos para que puedan hacer algo, en las posibilidades
que se les brindan, aunque no importa si efectivamente hagan ejercicio de
esa libertad. Por eso, la ausencia de obstáculos se convierte en la columna
vertebral de este tipo de doctrinas. Sin embargo, la libertad positiva insis-
te en la necesidad del control sobre la propia vida, en que haya una deter-
minación efectiva por la que el sujeto moldee su vida. Por lo tanto, esta
concepción de la libertad alude directamente al ejercicio de la misma.
Puede que, en teoría, el ideal de autorrealización forme parte del des-
arrollo de ambas concepciones de la libertad; pero, en ese caso, no podre-
mos mantener que alguien es libre si no se ha realizado en absoluto. No bas-
tará con la ausencia de obstáculos externos, necesitará alcanzar un grado de
libertad específico. Dicho de otro modo, el ideal de autorrealización nos
lanza al ejercicio de la libertad, lo cual implica eliminar las barreras internas.
Para ello necesito haberme realizado hasta cierto punto; en caso contrario,
podría darse que, por ejemplo, el desconocimiento de mi potencial impidie-
ra que me planteara en sus justos términos las metas de mi autorrealización.
No es suficiente, pues, con tener la oportunidad de ser libre, hace falta que
ejerza realmente la libertad. Por consiguiente, resulta que es preciso tras-
cender la concepción negativa de la libertad, que alude sólo a la ausencia de
obstáculos, para prestar atención también a la provisión de otras condicio-
nes que son necesarias para un ejercicio efectivo de la libertad.
Desoyendo estos argumentos, el desarrollo de unas teorías de la libertad
negativa asociadas en exclusiva con el concepto de oportunidades, les sirve
a éstas para desentenderse del ejercicio efectivo de la libertad. Así, cortan de
raíz el desarrollo de las teorías positivas, que pasan a convertirse en una
amenaza para la libertad en cuanto no aluden específicamente a la defensa
de las inmunidades y garantías individuales frente a la interferencia. La
intuición básica que apoya esta línea de pensamiento supone que la libertad
tiene que ver con la posibilidad de hacer una cosa y otra, y con no encon-
trar obstáculos en el camino; pero no se considera una capacidad que deba
ser realizada ni, mucho menos, cuidada. La pérdida que asume este punto
de vista se refleja, por un lado, en negarse a reconocer que la libertad puede
19. Charles Taylor, «What’s Wrong with Negative Liberty», op. cit., p. 217.
20. Ibíd., 218.
24. Charles Taylor, «La conduite d’une vie et le moment du bien», en La liberté des moder-
nes, París, Presses Universitaires de France, 1997, p. 289.
cia de otros fines negando la posibilidad de que éstos puedan servir tam-
bién como guías de la conducta, en determinadas circunstancias.
La cultura liberal ha concedido una importancia sin precedentes a las
aspiraciones de la justicia y al conjunto de acciones guiadas por la bene-
volencia. El precio a pagar por las ventajas asignadas a estas teorías se cifra
en la exclusión de aquellas otras metas que señalan hacia la realización per-
sonal u otros bienes significativos. Quizá no se descartan en todos los
casos estos otros bienes, pero desde luego se les asigna un lugar de menor
jerarquía al relegarlos al ámbito de las aspiraciones personales. El espacio
inferior que ocupan estos bienes, frente a las exigencias de la justicia, im-
plica que su satisfacción no resulta obligatoria en el mismo sentido que los
bienes privilegiados. Sin embargo, estas críticas no tratan de cuestionar la
importancia de los bienes ensalzados en estas teorías, sino de mostrar có-
mo otros dominios históricamente importantes del pensamiento ético son
relegados al trazar una línea demasiado rígida entre lo que pasa ahora a
convertirse en importante y lo que no.
Esta forma de argumentar resulta aún más sorprendente cuando los
bienes que son privilegiados debieran justificarse a través de una explicación
que incluyera rasgos metafísicos sobre los fines de la vida humana, lo que
nos lleva a preguntarnos en un ámbito antropológico por los rasgos huma-
nos a los que concedemos singular importancia. A pesar de ello, por ejem-
plo, la ética discursiva de Habermas fundamenta la prioridad concedida a la
justicia apoyándose en las condiciones necesarias para establecer un diálogo
en serio a través del cual acordamos las normas básicas de la convivencia.
Por su parte, Rawls llega a una conclusión similar utilizando un procedi-
miento que excluye explícitamente toda referencia a los fines de la vida. Le
basta con tachar este tipo de reflexiones considerándolas un planteamiento
«metafísico» impropio de una deliberación racional, y con descalificar estos
asuntos juzgando que constituyen un núcleo de cuestiones sobre el que, en
cualquier caso, jamás podrá existir acuerdo en una sociedad plural. El utili-
tarismo, en cambio, utiliza otra estrategia: simplemente afirma una única
meta, a la que tiende toda vida humana, la felicidad, medida en términos de
placer, utilidad o suma de las preferencias humanas. Esta última teoría no
excluye la reflexión sobre los fines de la existencia humana: sencillamente
enfoca la comprensión de la misma desde un solo ángulo, reduciéndola a la
búsqueda del placer y la supresión del dolor. Aquí no se concede al agente
moral ningún tipo de capacidad introspectiva sobre el valor de sus deseos,
se identifica de un modo burdo sus expresiones de deseo con sus aspiracio-
nes últimas y se diluye la posibilidad de enjuiciar desde un punto de vista
moral las preferencias. Por su lado, los otros dos procedimientos argumen-
tativos de Habermas y Rawls rechazan aquellos planteamientos dirigidos a
fundamentar y articular las razones por las que consideran importantes los
bienes que defienden. Parecen no tener en cuenta la importancia que pose-
en la experiencia, las intuiciones morales concretas y las concepciones de
bien que presuponen dichas intuiciones, para dictaminar la racionalidad de
una postura moral. Estas formas de razonamiento práctico, herederas de
corrientes situadas en la estela del pensamiento postmetafísico, niegan la
relación existente entre la racionalidad práctica y su apelación a los bienes.
Considerando irrelevante la visión del bien, les queda una noción procedi-
mental del razonamiento practico: para los utilitaristas, la maximización del
cálculo; para los kantianos la universalización. Y aunque el utilitarismo no
sea una ética formal, ambos presentan planteamientos reduccionistas del
razonamiento, pues para explicar la acción conectan con un principio único:
en el caso del planteamiento kantiano será un criterio formal, mientras en
los esquemas utilitaristas acudirán a un criterio material. No obstante, en
ambas tendencias llegan a un criterio abstracto, universalizable y general
que homogeneiza la acción humana, sin atender a las discriminaciones cua-
litativas que, considerando también las circunstancias, servirían para articu-
lar la preeminencia de los bienes.
Esta atención al procedimiento que utiliza la razón para orientar la
acción debe alguna de sus motivaciones a la especial importancia concedida
a la idea de libertad en la era moderna. Si se mantiene una concepción de la
libertad ligada a los deseos o la voluntad del agente, parece más oportuno
acudir a una noción procedimental de la razón práctica que defienda el valor
de las elecciones a partir de un tipo de justificación procedimental, en lugar
de aprobar una norma atendiendo al resultado que provoca. Bastará con
haber seguido el procedimiento correcto para que el contenido de la norma
que regula la elección resulte validado. Sin embargo, estas formulaciones
procedimentales que dejan fuera de la reflexión los contextos prácticos de
acción impiden la articulación de los motivos de fondo que rodean las deci-
siones sobre aquello que se considera incomparablemente importante25.
Suscribiendo la concepción más extendida de la racionalidad práctica,
estas éticas se caracterizan por distinguir claramente entre el bien y lo
justo. De esta distinción se sirven para marcar una frontera entre las cues-
tiones que atañen a la justicia interpersonal, cuyas demandas aspiran a la
25. Charles Taylor, Fuentes del yo, Barcelona, Paidós, 1996, pp. 102-103.
26. Jürgen Habermas, «Ética del discurso. Notas sobre un programa de fundamentación»,
en Conciencia moral y acción comunicativa, Barcelona, Península, 1985, p. 129.
27. Esta crítica también aparece expuesta en la obra de Michael Sandel, Liberalism and the
Limits of Justice, Cambridge, Cambridge University Press, 1982.
28. Charles Taylor, «La conduite d’une vie et le moment du bien», en La liberté des moder-
nes, 1997, p. 295.
29. Ibíd., p. 294.
30. Ibíd., p. 289.
31. Charles Taylor, Fuentes del yo, Barcelona, Paidós, 1996, pp. 95-96.
32. Charles. Taylor, «La conduite d’une vie et le moment du bien», en La liberté des moder-
nes, 1997, pp. 295-296.
33. Tal concepción puede encontrarse en la Política, libro IV-V, 1323a-1242b, y en Ética a
Nicómaco, libro VI, 1140a-1145b.
34. Charles Taylor, «La conduite d’une vie et le moment du bien», en La liberté des moder-
nes, 1997, p. 300.
36. Taylor alude a ciertas tesis que toma de Alasdair MacIntyre, After Virtue, Londres, Duck-
worth, 1981, pp. 203-204; Charles Taylor, Fuentes del yo, 1996, p. 32.
37. Charles Taylor, Fuentes del yo, 1996, p. 64.
38. Ibíd., p. 68.
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— Fuentes del yo, Barcelona, Paidós, 1996.