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EL ANGEL DE LAS FIESTAS

Martín iba caminando de regreso a su casa por la calle. Había terminado de trabajar y no tenía ganas
de tomarse el ómnibus que siempre venía lleno de gente a esa hora. Notó que el día estaba hermoso
y quiso volver a pié con el fin disfrutar de ese nuevo paisaje que el verano empezaba a colorear con
su suave calor. Iba a su ritmo por la vereda, pensando en su equipo de fútbol favorito, en su padre
que estaba enfermo, en los e-mails que tenía que haber enviado saludando a sus amigos y familia
pero que nunca escribió, en el futuro incierto y en todas esas cosas que distraen a una persona de
vivir a pleno y de disfrutar del presente al máximo.
Sin querer se tropezó con algo y al focalizar la vista se dio cuenta que era una persona, o mejor
dicho, cuando apreció mejor creyó ver a un ángel. Ese ángel, mujer bella como jamás imaginó en su
vida, lo hizo volver nuevamente a este mundo, y aunque ni siquiera pudo decir “disculpe” al instante,
le hizo recordar cosas y sensaciones que creyó ya haber olvidado. Ella lo miró con disgusto al
principio, justificada en la falta de consideración de Martín de no verla y llevársela por delante, pero
al ver la cara desconcertada de Martín, casi embobada se podría decir, no pudo hacer otra cosa que
comenzar a sonreír ligeramente, cosa que se apreció en su hermoso rostro, cual Da Vinci que acaba
de pintar su perfecta Mona Lisa, y que le iluminó aún mas esa extravagante hermosura de la que era
dueña.
Después de cinco interminables segundos, que para Martín le parecieron cinco décadas, consiguió
decirle “Discúlpeme pero no la vi. Venía un poco distraído”. Ella sonrió aún mas y le dijo “No es nada,
todos hoy estamos un poco alterados por las fiestas”. En efecto, Martín estaba un poco alterado.
Desde hacía tiempo había perdido ese espíritu que antiguamente solía gobernar a su ser, de querer
estar con la familia en esas fechas tan especiales, de visitar a viejos amigos que parecían solo verse
para estas ocasiones y que al momento del encuentro era como si nunca se hubiesen dejado de ver,
o de llamar a otras personas distantes con las que había tenido la suerte de compartir un pedazo de
su vida ya sea en algún trabajo o en algún viaje inolvidable. Y como esa tarde era víspera de fiestas
y Martín no había hecho nada de eso, se sentía un poco mal, aunque trataba de olvidarse de ello
haciendo otras cosas. Pero ella, ese ángel increíble que tenía enfrente ahora, le había hecho volver
todas esas ganas de hacer lo que no consiguió realizar en este último tiempo. De repente una ráfaga
de vitalidad lo había alcanzado y parecía ilógico que sea esa persona que tenía ahora enfrente la que
lo hubiese logrado.
De pronto ella hizo algo totalmente inesperado… en un movimiento rápido como un rayo le dio un
beso justo entre los cachetes y la comisura de sus labios. Para él ese beso congeló el tiempo. Era
como si el universo hubiese desaparecido en ese preciso instante y nada más existiera que ellos dos.
“Que pase usted unas felices fiestas” le dijo ella. “G-gracias, ig-g-gualmente” alcanzó a balbucear él.
De pronto Martín sintió un impulso que no pudo reprimir, la tomó de una de las manos y le dijo:
“Espere, no se vaya… ¿Cuál es su nombre? Yo soy Martín Else ¿y usted?” “Me llamo Mesiba”, le dijo
ella, “es un nombre un poco raro… porque es extranjero”. “Mire usted…” dijo él sorprendido, “yo
adoro los nombres extranjeros… Por cierto, disculpe que sea un poco inusual con lo que le voy a
preguntar pero… ¿tiene alguna cosa que hacer ahora? ¿Puedo invitarla a tomar en helado? Como
compensación por el golpe que le di… Por favor. Solo serán quince minutos”. “Bueno, pero solo
quince minutos” dijo ella, aceptando un poco a regañadientes, pues no quería decepcionar a ese ser
que veía un poco perturbado, confundido y asombrado a la vez. Caminaron juntos unos pocos
metros hasta la heladería más cercana sin decirse una palabra, pidieron sus gustos favoritos y se
sentaron alrededor de una de las pequeñas mesitas que había en el local. Él sintió que tenía que
romper el hielo “Perdón la curiosidad pero… ¿Qué planes tienes para esta noche tan especial?”. “En
realidad no tengo uno, tengo muchos. Es tanta la gente que tengo que ver y que me está
esperando… Aunque en realidad ellos no lo saben”. Martín se sorprendió con la respuesta, esperaba
escuchar que ella se tenía que reunir con su familia, o con su pareja, o pasar la noche sola, cualquier
cosa menos eso. “¿Y como es que no lo saben?” “Es una larga historia”, le replicó ella. Él se quedó
más intrigado que nunca al oír estas palabras de esa persona tan especial que tenía en frente. Al
sentirlas del modo en el que las dijo, con la ternura y suavidad de alguien que da toda la sensación
de ser algo excepcional, no supo que decir a pesar de su inquietud. “Es más” agregó ella, “con lo que
acaba de pasarnos, creo que tu eres es una de estas personas”. Martín sintió un nudo en el
estómago inexplicable apenas ella terminó de pronunciar esto. Algo raro le estaba empezando a
pasar y no lo podía definir. De repente se había quedado sin habla y congelado, como si alguien le
hubiese puesto pausa a su vida, cual persona que detiene la imagen de una película. “Creo que tu
reacción me lo está confirmando” dijo ella suavemente. Entonces ella lo tomó de la mano y le dijo
“Ven conmigo sin miedo. Hay algo que quiero mostrarte”. Solo dos palabras salieron de la boca de él
“Está bien”.
Martín cerro inexplicablemente sus ojos por tres segundos, tal vez para registrar con ese acto, cual
cámara fotográfica, el mágico instante que acababa de vivir. Cuando abrió los ojos ella seguía
estando a su lado pero el lugar era otro. Ya no estaban más en la heladería, ni en el mismo barrio, ni
siquiera en la misma ciudad. “¿Qué pasó? ¿Acaso me he desmayado?” dijo, con algo de
desesperación en su voz. “No Martín, te dije que no tengas miedo, lo que acabo de hacer es llevarte
a un mundo especial. Tus científicos en la Tierra lo llaman la onceava dimensión o en un lenguaje
más entendible, un universo paralelo”. “¿Cómo? ¿Universo paralelo?”, cuestionó él, como si ella le
estaría jugando una mala broma.
“Sí Martín, lo que acabas de oír. No es ninguna broma… te dije que esto no lo saben las personas
que visito”. “No puede ser, esto es increíble, debo estar en una especie de alucinación” pudo apenas
soltar con su voz casi susurrando.
“No Martín, esto es tan real como el helado que nos acabamos de tomar”, dijo ella. “Okey, hagamos
algo entonces, vamos a suponer que lo que dices es así, que estoy en otra dimensión, en otro
mundo… donde sea, y que no estoy más en la Tierra que yo conozco” replicó él. “Ahá, asi es, y no es
suposición” lo interrumpió ella. “Bueno, entonces dime por favor donde me encuentro. ¿Qué es este
lugar tan raro?”. Una pizca de miedo se sentía en las palabras de Martín, aunque él debía admitir que
al verla a ella tan resplandeciente y tan serena, eso lo calmaba bastante. “Estás en una cueva única
en su género, donde se halla un tesoro que más de uno quisiera tener y que hoy, por ser un día tan
especial, te toca a ti disfrutarlo”, pronunció ella dulcemente.
“Ahhhhh, que lindo, mira tu, la cueva de las mil maravillas con un tesoro solo para mi… ¿Y está
también Peter Pan, esperando a rescatarme y llevarme a la Tierra de Nunca Jamás? ¿Dónde está
estacionada la alfombra mágica para después volver con el tesoro a casa?” El sarcasmo de Martín no
pudo con su ser. Ella solo atinó a sonreír, pero esta vez no era esa sonrisa cálida que lo había
fascinado a él en un inicio sino que era esa sonrisa pícara que poseen los niños cuando alguna
travesura especial están por hacer. “Muy bien señor incrédulo, por el comentario de recién se acaba
de perder ese tesoro tan especial que lo aguardaba, así que ahora en vez de ello vamos a tener que
ir a otro lugar”
¿A qué otro lug…?” Martín no terminó de formular su pregunta cuando de repente todo el escenario
cambió. Era de noche y estaban en medio del campo, junto a una casa muy humilde de adobe, que
no tenía electricidad ni ningún otro confort a los que la sociedad occidental está tan habituada. De
hecho era la casa más rústica y simple que alguien pudiese imaginar.
La cara de asombro de Martín le hizo soltar a Mesiba una tierna carcajada. “¿Qué pasa señor
incrédulo? ¿Acaso nunca viajó en el espacio-tiempo?” Martín seguía sin responder, estaba mudo por
lo que acababa de sucederle. “Tranquilízate Martín, nada malo ha pasado, solo nos hemos
desplazado de un lugar a otro, por así decirlo, de una manera poco convencional”. La ternura con la
que Mesiba había pronunciado esto último lo hizo volver en sí y relajarse. “Ahora sí que estamos en
la Tierra de Nunca Jamás” dijo él. Mesiba estalló en carcajadas, las cuales contagiaron a Martín y
ambos se rieron por unos instantes. “No Martín, estamos en el pasado. De hecho es un pasado que
ningún libro de historia ha contado siquiera”. Martín se quedó mirándola atentamente. Sabía que lo
que acaba de oír no era broma, que lo que Mesiba le decía era real, pero su mente no podía
aceptarlo del todo. “Ahora vamos a ver algo que ojalá todo el mundo pudiera apreciar y entender,
pero entender no con la mente, sino con el corazón…” continuó ella, “ven conmigo, acerquémonos a
la ventana”.
Lentamente y tratando de no alterar la paz y armonía del lugar, los dos se aproximaron a la ventana.
A medida que caminaban se iban agachando para no dejarse ver, por si había alguien dentro de la
casa y cuando se asomaron finalmente Martín vio algo que lo conmovió hasta lo más hondo de su
ser.
Era noche de luna llena y algo de luz entraba por la ventana de la casa, dejando en el ambiente un
resplandor tenue que inundaba todo el lugar de un color especial. Desde la ventana sólo se veía el
comedor y en el fondo del mismo estaba una pequeña cuna de madera con un bebé, que Martín
calculó que tendría unos ocho meses, y era el bebé más lindo que quizás había visto en su vida. Pero
no era la hermosura del bebé lo que iba a conmover a Martín sino lo que vería después.
En el comedor de la casa había una pareja de jóvenes sentados en una mesa. Martín y Mesiba no
podían ver al hombre, que estaba de espaldas a la ventana, pero sí a ella, una mujer sencilla pero
con una jovialidad y una energía pocas veces vista. De repente la mujer encendió dos velas que
estaban en la mesa. Martín pensó que esto era para iluminar mejor el cuarto, pero enseguida ella
cerró los ojos y se puso a rezar, agradeciéndole a Dios el hecho de estar en familia para esa ocasión
tan especial, al lado de su marido y de su hijo tan amado, estando felices de que nada les faltase
para esa noche: ni la comida, ni la salud, ni el trabajo para el día siguiente. Pero sobre todo
agradeció por el amor que ella y su esposo se tenían, pues ese era el verdadero elemento que
gobernaba sus vidas. El marido, seguramente emocionado por el rezo de su mujer, se levantó a
besarla y abrazarla con toda la ternura y afecto que merecía un acto semejante. Y al verle la cara a
él, Martín solo pudo decir “Pero ese… ese que está ahí… s-soy yo… no… no entiendo… como es
posible”. “Sí Martìn, ese eres tu cinco años más joven, en otro mundo, donde la civilización
occidental como la conoces no existe”, le replicó Mesiba. La respuesta complació a Martín y esta vez
no pareció asustarlo, de hecho le parecía la cosa más lógica que pudiese oír. “¿Entonces ese que
está ahí en la cuna es mi hijo, verdad?” “Técnicamente no es tu hijo, es el hijo del Martín Else de
este mundo con esa hermosa joven. Recuerda que estamos en un universo paralelo” dijo ella con
una leve sonrisa.
Al contemplar toda la escena Martín por primera vez sintió que podía ver con el corazón, disfrutando
de aquel dulce momento donde su otro yo abrazaba y besaba a la esposa y los dos luego besaban al
precioso hijo que habían concebido, preparándose para disfrutar de una noche de fiesta en familia.
“¿Y ella como se llama? ¿Dónde se conocieron? ¿Cómo terminaron juntos?...”, Martín quería saberlo
todo. “El nombre, la historia de sus vidas y cualquier otro dato que quieras saber acerca de esta
pareja poco importan, Martín” interrumpió ella, antes de que él siga formulando nuevas preguntas.
Martín de golpe comprendió todo… no vino a este lugar para saber sobre ella o sobre su otro yo, sino
para entender que a pesar de no tener nada de lujos ni de confort se podía ser muy feliz al lado del
ser amado y de la familia que uno arma. Lo único que se necesitaba era respeto y un amor mutuo
totalmente incondicional. “Bueno, veo que aprendiste parte de la lección. Es hora de ir a otro lugar”
dijo ella con voz firme. “¿Cómo parte de la lección? ¿A que otro lug…”? De pronto el escenario volvió
a cambiar, pero esta vez estaban en una mansión que deslumbró a Martín por sus lujos.
A pesar de todas las cosas exóticas que Martín veía en esa casa, todavía conservaba en su retina las
imágenes de la casa anterior. Y ahora estaba casi en una especie de palacio o lo que para él era un
palacio, y no podía dejar de comparar ambos lugares. El primero era un hogar con una calidez como
jamás pensó que podía existir. Y este otro lugar, si bien era fastuoso y estaba rodeado de una
tecnología para él desconocida, le daba la sensación de que mucho le faltaba para que sea
verdaderamente agradable.
Martín y Mesiba estaban en ese momento en una sala de estar muy amplia, con una pared que eran
todos monitores de televisión que permitían ver las distintas habitaciones y espacios exteriores de la
casa, pudiendo así tener el completo control de todo lo que pasaba en esa residencia.
“¿Y todos estos televisores que son?”, preguntó él señalando a la pared. “Es una medida obligatoria
que impuso el gobierno de este planeta para poder controlar todo lo que hacen sus ciudadanos.
Obviamente cada casa puede ver solo lo que sucede en su interior, y como esta casa es tan grande
necesitaron una pared entera para colocar todos los monitores”. Martín se quedó petrificado con la
respuesta. Por un lado no podía creer que un gobierno fuese tan estricto de llegar al punto de querer
saber lo que hacen todos sus habitantes y por otro sintió temor de que cualquiera que estuviese
vigilando estos monitores pudiese saber que ellos estaban allí, habiendo aparecido de la nada, y los
mandase a arrestar por invadir una propiedad privada. Mesiba pudo sentir el miedo y lo calmó
“Tranquilo Martín, esta casa es tan aburrida que nadie le presta atención, ni siquiera el gobierno”.
Martín se estremeció aún más. No podía comprender que en semejante mansión no sucediese nada
interesante y que nadie supiese de ellos. No era posible para su lógica.
De repente una puerta se abrió y apareció una joven mujer, de unos veinticinco años, de bello
semblante y los saludó “Hola, ¿ustedes son…”. “Somos los invitados de tu padre para la fiesta de
esta noche, ¿acaso él no se lo dijo?”, le increpó Mesiba rápidamente. Martín quedó azorado con la
respuesta. ¿Qué invitados eran ellos que habían aparecido repentinamente de la nada? ¿Quién era
esta chica? ¿Y sobre todo quién era su padre? “Ah, los huéspedes para hoy. No, mi padre casi no me
habla y ni me informó que teníamos invitados para cenar. Igualmente sean bienvenidos y pónganse
cómodos por favor. Mi nombre es Lila, por si no lo saben” les aclaró la joven. “Hola Lila, encantada
de conocerte. Eres tan bella como lo relata tu padre siempre. Por cierto, yo soy Mesiba y él es
Martín”. “Un gusto en conocerte también, Lila”, agregó Martin sin poder articular otra cosa. “Ah,
Martín… que coincidencia, igual que…” “Perdón, pero… ¿Podría pedirte dos vasos de agua? Venimos
de muy lejos y con este calor, la verdad que necesitaríamos algo fresco, si no es molestia”. Martín se
enojó con la interrupción de Mesiba pues quería saber de que se trataba la coincidencia, pero al
pensar en el agua se dio cuenta de que realmente tenía mucha sed y que en toda esta experiencia
no se había preocupado mucho por su cuerpo. “Si, claro, enseguida les sirvo”, respondió Lila y
enseguida apretó un botón. De repente un pequeño robot abrió la puerta y apareció con dos vasos
de agua helada que le alcanzó a cada uno de ellos.
Martín se sintió feliz de tener a Mesiba como compañera de aventuras, por llamarla de alguna forma.
No podía creer que pensaba hasta en lo que su físico necesitaba. Verdaderamente las mujeres
siempre están pensando en todos los detalles, reflexionó. “Y tu Lila ¿a que te dedicas?”, quiso saber
Mesiba. “Yo estudio en la universidad la misma carrera que hizo mi madre. Siempre me importaron
las personas y su bienestar ¿y ustedes?”. “Digamos que a mi también me importan las personas,
pero desde el lado de su crecimiento como individuos. Hago una especie de ayuda social, por así
llamarlo” aclaró Mesiba. “¿Y usted, señor Martín?” preguntó Lila. “Yo trabajo en el campo de la
administración…”. “Ah, igual que papá. Ahora entiendo porqué los invitó a cenar esta noche”
exclamó Lila. “¿Y cómo fue que conocieron a mi padre?”. “Bien, es una larga historia, pero mientas
lo esperamos te la contaré…” comenzó diciendo Mesiba. La curiosidad de Martín iba en aumento,
quería saber quien era el anfitrión misterioso con el que iban a cenar, de donde se conocían con
Mesiba, a que se dedicaba Lila, en fin, muchos interrogantes por develar. “Resulta que un día yo iba
caminando por la calle…”. De repente un anuncio por los parlantes de la casa interrumpió la historia:
“Señorita Lila, tiene un eseichem de su padre. Parece ser urgente”. La voz sonaba como de
computadora. “Discúlpenme por favor, enseguida regreso y proseguimos con la charla”. Lila se
levantó y salió de la sala con prisa. “¿Qué cosa tiene Lila?”, preguntó azorado Martín. “Un es-eich-
em, Mensaje Holográfico Corto o Short Holographic Message, por sus siglas en inglés. Es el
reemplazo del SMS, solo que en lugar de ser un mensaje de texto aparece una imagen holográfica de
la persona hablando”. Martín se quedó asombrado ante tanta innovación, y como buen curioso siguió
el recorrido de Lila por los monitores que estaban en la pared para ver de qué se trataba todo esto.
Lila entró en la sala de proyecciones donde de pronto apareció la imagen holográfica de un señor
mayor que le hablaba. Lamentablemente el monitor de la sala de proyecciones estaba demasiado
alto, en la parte superior derecha de la pared, y Martín no pudo ver bien el rostro del holograma,
aunque calculó que debería ser alguien de unos setenta años. “Tiene setenta y un años. Así como lo
ves”, le dijo Mesiba. Martín se quedó atónito con ese comentario. De pronto la imagen desapareció y
Lila volvió enseguida a la sala. “Disculpen, era papá avisando que no vendría a cenar pues tiene
mucho trabajo pendiente. La verdad es que desde que falleció mamá pareciera ser que su familia no
existe”, se lamentó Lila. “Y tampoco las visitas...” agregó Mesiba. “No te preocupes Lila, nosotros nos
vamos a ir, no queremos incomodarte, aunque estoy segura de que quisieras que te acompañemos.
Pero hemos venido especialmente por tu padre y como no va a venir nos gustaría partir. Por favor no
le digas que estuvimos aquí. Seguramente se olvidó de nosotros pues él no suele dejar a sus
invitados plantados. Ya lo llamaremos más adelante”. Martín estaba indignado. No podía creer que
un padre deje sola a una hija tan especial como Lila, tratándose de un evento especial.
“Por cierto, no te preocupes Lila, pues conocemos la salida. Gracias por el agua y fue un enorme
placer conocerte” se despidió Mesiba, mientras se puso de pié. Tomó a Martín de la mano y este
también se incorporó. Saludaron a Lila con un beso, deseándole una feliz fiesta y comenzaron a
caminar hacia la salida. En el trayecto Martín se dio cuenta que para que un ser humano sea íntegro
no alcanzaba con tener una familia adorable y una super mansión. Debía cuidar a sus seres queridos
y atenderlos, a pesar de todas las tristezas o problemas que pudiese uno tener. Martín seguía
pensando en las conclusiones cuando salieron de la casa. De pronto Mesiba quebró las reflexiones de
Martín: “¿Y, que te pareció?” preguntó. “¿Quién, Lila?” cuestionó él. “Si, tu hija favorita. Estamos a
treinta y cinco años de tu presente y este podría decirse que es tu futuro”. La respuesta de Mesiba
fue tajante. “Mi fut…”, Martín no pudo completar la palabra. “Bien, creo que aprendiste otra parte de
la lección así que ya es hora de irnos y ver al fin tu tesoro. Pero…” la propuesta inconclusa de Mesiba
angustió a Martín. El escenario volvió a cambiar y estaban de vuelta en la cueva. Había una puerta al
final de la misma. Ambos se dirigieron hacia ella y al abrirla una gran sorpresa impacto a Martín. Era
un salón de fiestas hermosamente decorado, con una variedad de manjares que alguna vez Martín
supo saborear a lo largo de su vida y bebidas de todo tipo. Un gran número de amigos se
encontraba allí presente, amigos que Martín recordaba con gran afecto. Y también parte de su
parentela. Familiares que siempre fueron muy queridos para él. “Wow. Gracias Mesiba por esta
hermosa fiesta que preparaste para mí, me has dejado sin palabras”. Mesiba le sonrió dulcemente y
le dijo “Pero… y faltaba terminar el pero… no vas a poder disfrutar de esta fiesta. Ellos no pueden
vernos ni oírnos pues en realidad no estamos aquí, somos como espíritus. Además yo no organicé
esto, lo hizo tu esposa. Esa mujer que está al final del salón”. “Pero yo no estoy casado…”, replicó él.
Martín intentó ver a ese ser tan maravilloso que le había preparado algo semejante pero no pudo
hacerlo. La gente se interponía en el camino. De pronto Martín se dio cuenta que estaba rodeado de
muchos de sus afectos y percibió lo excelente que era tener amigos y familiares y disfrutar de ellos.
¿Como puedo olvidarlos?, pensó. “Ahora sí creo que has aprendido toda la lección” afirmó Mesiba.
“Por cierto, es hora de regresar a tu realidad”. “Pero primero quisiera conocer a mi futura esposa,
por favor” le suplicó Martín. “No aquí. Lo harás ahora cuando vuelvas…” le dijo Mesiba, y agregó
“Igual ya falta poco. Pero antes prométeme que lucharás por ganar su amor, que le tendrás
paciencia aún cuando no creas que es para ti, y aun cuando al principio no te acepte. Y sobre todo
dime que la amarás y cuidarás con todo tu ser siempre”. “¿Acaso podría no hacerlo?” preguntó él.
“Martín!!!” lo regañó ella. “Está bien, lo prometo” dijo. “Entonces me despido de ti Martín, pues vas a
volver a tu época y a tu nuevo lugar”. “¿Qué nuevo lug…?”. Mesiba le puso un dedo en la boca a
Martín y le dejó en sus mejillas el beso del adiós.
“Señor Else ¿puede usted oírme?… ¿Señor Else?… Parece que está reaccionando” dijo la voz extraña.
Martín apenas pudo abrir los ojos. “Los signos vitales están volviendo a la normalidad”, agregó otra
voz desconocida. “¿Qué me pasa? ¿Dónde estoy?” dijo Martín con gran esfuerzo. “Señor Else, usted
ha sido arrollado por un coche en la calle. Según testigos del hecho usted iba cruzando la calle
distraído y no vio el automóvil que lo golpeó. Tuvo suerte que justo pasaba por allí una asistenta
social, muy linda por cierto, que llamó a la ambulancia y lo trajo hasta aquí. Tiene un nombre medio
raro, creo que se llama Mesiba y le dejó su tarjeta para que la llame cuando usted mejore. Pidió que
la disculpe pero no se pudo quedar a aguardar su mejoría pues tenía mucha gente por visitar. Ha
estado usted unas cuantas horas inconsciente, le comento, así que ahora trate de descansar y no se
preocupe por los dolores que siente que enseguida vendrá alguien a curarle las heridas”. Los
médicos se retiraron de la habitación de Martín y este aprovechó para cerrar sus ojos y relajarse.
“Buenas tardes señor Else, soy la enfermera encargada de cuidarlo y curarlo. No se asuste por favor
que no le va a doler mucho”. Esa voz… pensó Martín. Abrió rápido sus ojos y al verla supo de
inmediato que era ella. Al fin la había encontrado. “Hola. Gracias por venir” fue todo lo que alcanzó a
decir Martín. Ella comenzó a curarlo con una delicadeza como jamás Martín había visto.
Verdaderamente ella era especial.
“¿Qué planes tiene usted para esta noche?” le dijo él sin que otras cosas más ocurrentes pudieran
salir de su boca. Ella sonrió con una carcajada y le respondió “Parece que quiere que pasemos la
noche juntos, ¿no, señor Else?... Está con suerte entonces porque vamos a pasarla juntos…”. La
respuesta de ella llenó de felicidad al corazón de Martín. Y agregó: “Esta noche estoy de guardia por
ello tengo que cuidarlo a usted y a otros cuatro pacientes más”. Un dejo de tristeza invadió el estado
de ánimo de él, no iban a estar solos, aunque después se volvió a alegrar porque al menos sabía que
esta noche tan especial iba a estar al lado de ella. “Igual no crea que es el primer paciente que me
invita a salir. Y tampoco se haga muchas ilusiones conmigo, mire que yo…”. Ella siguió hablando de
porqué no iba a poder salir con él cuando este estuviera mejor. Martín, mientras la escuchaba, solo
atinó a levantar la vista y a rezar en silencio: Gracias Señor por devolverme a la vida. Gracias
también Señor por las lecciones que me diste junto a Mesiba, ese ángel que me rescató y que me
hizo comprender muchas cosas de mi existencia en esta tierra y me mostró además como ser una
persona mejor. Y sobre todo gracias Señor por el más bello regalo que me podías dar para estas
fiestas, que es conocer al amor de mi vida y estar junto a ella en esta noche tan especial. Y tú, mi
amor, no te preocupes que siempre voy a cumplir con todo lo que Mesiba me pidió y te voy a hacer
la persona más feliz de este universo, a pesar de todos los problemas, las dificultades y las tristezas
que podamos enfrentar. Y cuando digo siempre es porque estoy seguro de que será para toda la
vida, de este universo y de otros también.

FIN

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