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Conviértase en liberador de sueños

Durante tres años vivimos cerca de Tokio, Japón, en un pequeño complejo llamado Camp Zama,
una ciudad del ejército protegida por guardias y rodeada por alambres de púa. En el interior
parecía igual a cualquier otro barrio militar. Pero exteriormente tenía toda la mística de Japón.

Una tarde verano nos apilamos en nuestra furgoneta y nos dirigimos a la campiña. Subimos la
ladera de las montañas, donde se desplegaba la belleza de la vasta región. En la cima nos
aproximamos a un lugar que nos ofrecía una vista espectacular. Tan pronto como el automóvil se
detuvo, las puertas se abrieron y los cuatro jóvenes Cordeiro corrieron hacia la orilla del acantilado
para observar de cerca.

A un costado del paisaje estaba un hombre vestido con un tradicional yukatta(un corto saco
kimono) y calzaba tabiygetta(medias y zuecos) que sonaban y repiqueteaban con cada paso.

¡Irrashai-masse! dijo, modulando su voz y agregando una terminación chillona al pregón habitual
de los vendedores que todavía se escucha alrededor de Japón: “¡Bienvenido! ¿Puedo tener su
atención?”.

Aunque su voz me intrigaba, fue su mercancía la que cautivó mi atención. Una gran caja colgaba
suspendida por una correa alrededor del cuello. Sobre la caja tenía distribuidas algunas jaulas de
bambú, cada una de las cuales contenía un deminuto pinzón.

¿Cuánto cuesta uno de esos pájaros? pregunté, esforzándome por comprender su inglés
entrecortado.

Cien yenes. ¿Le gusta?

En mis días de estudiante secundario, cien yenes sumaban cerca de treinta y seis centavos de
dólar. Me figuré que por tal suma debía complacer a este vendedor ambulante.

¡Llevaré uno!¾ dije, entregándole una moneda de cien yenes.


A cambio, me entregó una jaula de bambú con el diminuto pájaro. Al concluir la compra nos
saludó según la costumbre formal japonesa. Distraído con la nueva adquisición, le devolví el
saludo y rápidamente fui hacia mis hermanos.

En ese mismo momento el vendedor me llamó.

¡Sumimasen! ¡Perdón! gritó. ¡No olvide devolver la jaula cuando termine!

¿Devolver la jaula? pregunté confundido. No estoy planeando comérmelo. Va a ser mi nueva


mascota. Sin la jaula, ¿cómo quiere que lo lleve a casa?

Oh respondió usted comprenderá. El pájaro no es para llevarlo a casa. ¡Llévelo a la ribera y


libérelo, para que pueda volar libremente!

Sin duda, pensé que su sugerencia debía ser la cosa más estúpida que jamás había escuchado.
Acababa de pagar buen dinero por este pájaro, ¿y él quería que dejara ir a la criatura? No tenía
ninguna intención de complacerlo. Pero sus ojos quedaron fijos en mí, exigía silenciosamente mi
obediencia. Me paré allí, esperando el indulto.

Cortésmente asentí con la cabeza y emprendí mi camino hacia la orilla del acantilado. Delante de
mí, el terreno caía abruptamente aproximadamente unos treinta metros en el lozano valle. Eché
un vistazo al vendedor, transformado en centinela, quien todavía me mantenía vigilado.

Lentamente abrí la puerta que separaba al pájaro de su libertad. Golpee ligeramente el lado
opuesto de la jaula y el pequeño pinzón, con recelo, emprendió su vuelo hacia la abertura. Luego,
empujado por un golpecito final sobre la prisión de bambú, repentinamente se lanzó a volar con
una jubilosa algarabía de gorjeos y silbidos. Observé cuando se posaba sobre la copa de los
árboles. Hizo una pausa y luego casi como reflexión voló en círculo hacia mí como si dijera gracias.
Observé hasta que desapareció entre las nubes y no lo vi más. Quedé suspendido en un lapso de
flamante descubrimiento.
Regresé lentamente al vendedor. Le devolví la jaula vacía y me saludó a la manera tradicional. Le
devolví el saludo pero no tan rápidamente como antes. Esta vez adopté la postura de un joven
discípulo ante su sensei. Ese día no regresé a casa con la mascota recientemente hallada. Regresé
con algo mucho más profundo. Experimenté el gozo de ser un liberador de sueños. Este incidente
ha viajado conmigo a lo largo de los años, ha alterado para siempre mi perspectiva respecto a
servir a la gente.

El inversionista

Supongo que Dios sabía que lo que me había asignado hubiera quedado en el cementerio si no era
ayudado, de modo que envió a Noel Campbell, un farmacéutico convertido en predicador, quien
invirtió en mí por anticipado.

La esposa de Noel había fallecido de cáncer, forzándolo a criar solo cinco hijos pequeños. Lo
recuerdo corriendo amablemente los muebles de su living hacia un costado y sacando todos los
objetos frágiles, para que nosotros pudiéramos usar su casa para llevar a cabo las reuniones
semanales. Todos los sábados por la noche, nos apoderábamos de su casa y atestábamos el salón
del frente con más de cien estudiantes. La escena parecía más una invasión enemiga que una clase
de estudio bíblico, pero usted nunca lo sabría, dada la sonrisa de Noel.

En 1984 dejé el ministerio juvenil y me mudé a Hawaii para pastorear los inicios de una iglesia.
Noel sintió que el Señor lo empujaba a mudarse conmigo, sin promesa de salario ni garantía de
puesto alguno. Simplemente renunció a su puesto y se mudó.¿Su principal asignación? Ser un
liberador de sueños.

Como un neófito de 31 años, mis sueños yacían helados bajo los glaciares del temor. Mi
inmadurez, mezclada con mis temores, tendía a conformar una fórmula volátil. Pero Noel, que en
ese entonces tenía más de 50, vino a animarme y, a veces, me empujaba hasta que adquiríla fe
para volar. Él se comprometió a ayudarme a permanecer en sincronismo con lo que Dios había
planeado. Estuvo conmigo seis años para asegurarse que no perdería la “beca”que Dios había
colocado dentro de mí.

Noel vio en mí cosas que yo no era capaz de ver. Sin él,hubiera perdido el milagro que Dios había
puesto en movimiento. Me sentía inseguro e impaciente, pero los liberadores de sueños tienen la
forma de ayudar a que sus cargas naveguen a través de tales obstáculos.

Cuando Noel me vio en pleno vuelo regresó para ser abuelo de los hijos de su hija. Al abordar el
avión, recuerdo haberme sentido como si Elías hubiese partido. Pero tal como el manto que el
profeta dejó a su discípulo, Noel me dejó algo mucho más grande.Me regaló una jaula vacía.

Por medio del amor desinteresado de Noel, descubrí que lo que más necesitaba no era un
seminario sino alguien que golpeara levemente mi jaula. Su ejemplo me instó a hacerlo mismo por
otros. La misma lección que yo aprendí algunos años antes de un vendedor de pájaros, Dios me
pedía que la enseñara.

Imagine cuántas almas intranquilas esperan que alguien invierta tiempo para vendar un ala rota,
impartirles nuevoánimo, ¡empujarlas a volar! Recién cuando acepté esta invitación comencé a
conocer el verdadero corazón de Jesús. Inconscientemente lo había convertido en un vendedor,
pero ahora estaba a punto de hacerlo Señor.

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