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Locke. La Mente Es Una Tabula Rasa 10 PDF
Locke. La Mente Es Una Tabula Rasa 10 PDF
Sergi Aguilar
© Sergi Aguilar Valldeoriola, 2015
© de esta edición, Batiscafo, S. L, 2015
Jo h n L o c k e
Locke, el filósofo mundano
gatorio acerca del modo en que viven los hombres choca frontalmente
con algunos de los valores contem poráneos más arraigados. Y sin em
bargo, el filósofo inglés se m antiene como un pensador de referencia.
sería hasta años más tarde, en 1674, cuando term inaría por licenciarse
en Medicina.
De entre los grandes filósofos de la historia, John Locke es el único
que ocupó puestos de gobierno relevantes. Su valía como consejero,
médico oficioso y educador le permitió entrar a formar parte del sé
quito del eminente político lord Ashley, su gran mentor, quien le in
troduciría en la política. Con la ascensión de Ashley a conde de Shaf-
tesbury por sus servicios a la corona, Locke fue nombrado secretario
del Consejo de Comercio y Agricultura en 1673, cargo al que renunció
cuando los vientos políticos se volvieron contrarios a su protector. A
raíz de la caída en desgracia de su grupo, Locke regresó a su lectorado
en Oxford, hasta que en 1675, debido a su delicado estado de salud,
tuvo que abandonar la docencia y trasladarse a Francia en busca de
un clima más benigno. Cinco años permaneció en tierras francesas,
donde entró en contacto tanto con partidarios como con detractores
de la obra de Descartes. En este período recibió la influencia de los
seguidores de uno de los más destacados críticos del cartesianismo:
Pierre Gassendi.
Las conjuras políticas hicieron que su regreso a Inglaterra, tras el
periplo francés, fuera breve. En 1683 tuvo que seguir los pasos de su
valedor, el conde de Shaftesbury, y refugiarse en Holanda por tem or a
las represalias del que sería el futuro rey de Inglaterra. Jacobo II. No
volvió a su país hasta que Guillermo de Orange tom ó el poder en 1688.
Con el triunfo de la casa de Orange se term inaron las dificultades po
líticas para Locke, pero su mala salud le obligó a declinar un pues
to de embajador en Brandeburgo y a conformarse con un cargo más
modesto que le permitió quedarse en Londres. Acabó abandonando
la ciudad en 1691 para establecerse en el campo, en Oates, donde se
instaló en casa de unos amigos, los Masham, y ejerció como m entor
de la esposa, Damaris Cudworth, y educador de los hijos. Su retiro
H loche
La ruptura religiosa
Reforma
La eclosión de la burguesía
La guerra trajo tiempos duros para los ingleses hasta que, tras siete
años de hostilidades, cesó el derramamiento de sangre. El máximo res
ponsable del triunfo de los parlamentaristas sobre los realistas fue Oli-
ver Cromwell, un apasionado diputado puritano que se encargó de or
ganizar el bando antimonárquico durante la contienda. Vencido el rey,
1
Cambios de mentalidad 33
Parlamento británico
El Parlamento británico
que se convertiría en el último rey católico del Reino Unido. Con la as
censión al trono de Jacobo II no terminaron los problemas para Locke,
pues el rey le acusó de estar implicado en un complot para impedir su
nombramiento. Parece que Locke, refugiado en los Países Bajos, no
tuvo nada que ver, pero el rey pidió a las autoridades holandesas que
lo arrestaran. Por suerte, estas, poco afines a las monarquías absolu-
I istas, no estuvieron por la labor Aun con tan ta agitación, el exilio
holandés fue productivo para Locke, que pudo ordenar sus ideas y
redactar gran parte de las obras que llevaba tantos años preparando.
La mentalidad tolerante que se respiraba en los Países Bajos debió
de constituir un incentivo más para ponerse a escribir y preparar sus
textos con vistas a su futura publicación.
La revolución científica
Escolástica
\\ *y
Cambios do mentalidad 3*J
El giro copernicano
Trece siglos separan a Nicolás Copérnico (1473-1543) de Ptolomeo (85-
165). La cosmología aristotélica y los cálculos astronómicos ptolemai-
cos habían sido durante todo ese tiempo la referencia para los estudio
sos. Pese a toda la carga histórica, Copérnico se atrevió a darle la vuelta
a la tradición y situar al Sol en el lugar privilegiado que había estado
ocupando la Tierra. La teoría heliocéntrica, que establece que el Sol es
el que permanece inmóvil en el centro del universo mientras la Tierra,
junto con el resto de planetas, órbita a su alrededor, supuso un cambio
de perspectiva radical. Otros, como los antiguos griegos, habían llegado
a esbozar una explicación similar antes, pero lo relevante y lo que pre
tendemos señalar aquí, sin entrar en detalles técnicos, es que la teoría
heliocéntrica no resolvía, a nivel matemático, nada que la astronomía
ptolemaica no pudiera asumir con algunas modificaciones. Entonces,
¿por qué consiguió imponerse? No se debió tan solo a la teoría de las
elipses de los planetas que formularía Kepler, ni a las observaciones
de Galileo, aunque estos ayudaron sin duda a afianzar el componen
te astronómico de la obra de Copérnico. Su teoría iba más allá de ser
algo meramente técnico y tenía importantes implicaciones sociales.
( ’tmbins dr nwnUdtdud 41
física. Estas dos disciplinas gozaban en el siglo xvn, entre las personas
cultas, de un prestigio enorme. Descartes deseó poner la filosofía a la
misma altura que aquellas dos ciencias, pretendió conferirle un rango
de saber cierto e incontrovertible, convertirla en una disciplina seria,
con todas las de la ley. Comprendió enseguida que, para lograr este pen
samiento sólido (no conjetural, hipotético o aproximativo), necesitaba
unas bases propias, requería un fundamento específico. Para empezar,
no podía dar nada por supuesto: si había algún error en el punto de par
tida, todo lo posterior quedaría fatalmente viciado, no podría alcanzar
se ese saber seguro que se perseguía. La filosofía no podía partir, pues,
de verdades religiosas reveladas aceptadas acríticamente, sin examen.
Puesto a no dar por bueno nada de entrada. Descartes llegó a plantear,
a modo de hipótesis de trabajo, que todo el mundo circundante, todo lo
percibido a través de los sentidos, fuera falso y engañoso. Llegó a ima
ginar un genio maligno que se divirtiera engañándonos acerca de todo
cuanto percibimos, que nos hiciera creer, sin ninguna duda, que este ro
ble que vemos y tocamos, cuya resina olemos y podemos saborear, exis
te realmente tal como lo experimentamos, cuando en realidad podría
ser muy distinto o hasta no existir. Insistamos en que Descartes plantea
esta posibilidad como hipótesis de trabajo. Lo pone en duda todo, ab
solutamente todo, incluso lo aparentemente más incuestionable (a este
planteamiento lo llama «duda metódica»), para encontrar un punto de
apoyo firme que sostenga todo lo demás. Así las cosas, las percepciones
sensoriales no ofrecen ninguna garantía para un conocimiento filosó
fico que pretende ser tan sólido como el científico. El hipotético genio
maligno es pensable. Y si el genio maligno es pensable, la duda metódi
ca está justificada. La pregunta es entonces: puesto que puedo dudar de
todo cuanto percibo en la experiencia sensorial, ¿existe algo de lo que
no me sea posible dudar, que ofrezca una certeza absoluta, incuestio
nable? La respuesta, que se resume en el parágrafo siguiente, originó lo
que entendemos por racionalismo.
'/.i-i t'insti'imilonUi srnsatii ilr'lohn 1.ttrkr 51
Frente al conocimiento
deductivo de Descartes (en
la imagen), Locke y los em-
piristas británicos plantearon
un conocimiento del mundo
basado en la la observación
de los fenómenos.
sujeto por el mismo Dios, que son innatas. Descartes sostiene haber
creado un sistema filosófico irrefutable basándose solo en la razón, en
las ideas innatas, prescindiendo por completo de la experiencia sensi
ble, que ha m antenido entre paréntesis durante todo el proceso de su
razonamiento, bajo sospecha, sin ninguna dignidad ni fiabilidad en el
plano del pensamiento filosófico serio. En este innatismo a ultranza
Descartes está en el mismo bando que Platón y san Agustín. Pero a la
forma concreta que le da a su pensam iento la llamamos racionalismo.
Ahí dejó las cosas Descartes, al que en todos los manuales se presen
ta como el fundador de la filosofía moderna por haberle dado a esta un
fundamento autónomo, independiente de la base escolástica-religiosa
imperante durante toda la Edad Media, y a lo largo de todo el tardo-
medievalismo que se arrastraría durante dos o tres siglos en la cultura
europea. Si bien es cierto que la idea de Dios sigue desempeñando un
papel esencial en la doctrina cartesiana (nada menos que garantiza la
existencia cierta del mundo, de la fiabilidad de los sentidos con que lo
percibimos y de las ideas innatas con que lo entendemos), no es ya el
punto de partida, que ha pasado a estar ocupado por el sujeto. El car
tesianismo tuvo un éxito clamoroso y fulminante en Europa, pues fue
aceptado y asumido en casi todos los círculos filosóficos. Europa fue,
en el siglo xvn, racionalista en el sentido técnico de la palabra. No solo
los otros dos grandes racionalistas, Leibniz y Spinoza, transitarían por
esta senda, sino casi todos los demás pensadores europeos de la centu
ria. El racionalismo, la creencia en el valor y la validez absolutos de las
ideas innatas, capaces de sustentar sistemas filosóficos enteros con una
independencia total de la experiencia sensible, suponía una confianza
absoluta en los conceptos de la razón, en las «ideas claras y distintas»
de las que hablaba Descartes. Se consideraba que estas ideas podían
proporcionar al pensamiento filosófico la admirada fiabilidad que se re
conocía a las matemáticas y a la ciencia física.
Esto en cuanto a Europa. Pero ya sabemos que los británicos son
distintos. Por algo será que, en su orgullosa insularidad aislacionista,
llaman a Europa «el continente», y a la filosofía europea, «filosofía
continental», con un deje condescendiente que no puede pasar des
apercibido ni al oído más obtuso. Los británicos son distintos a los
europeos, y uno de los rasgos caracteriológicos que definen su espe
cificidad es su proverbial sentido común, el common sense que parece
tan indeleblemente inscrito en su ADN nacional. En las Islas Britá
nicas eso de poner en duda los datos de los sentidos, de poner entre
paréntesis lo que se ve y se toca, pareció una extravagancia insensata,
algo que no podía ser más que una filigrana exhibicionista de pensa
dores sofisticados (¡un francés tenía que ser!) o bien una m uestra la
mentable de hasta qué extremos de delirio puede conducir el espíritu
excesivamente especulativo. Es en este punto en el que John Locke
entra en la escena epistemológica.
1 Locke cita como ejemplos de supuestas ideas innatas: «todo lo que es, es» y «es
imposible que una misma cosa sea y no sea».
'l a t'/nstrmologüi mmmta dtijohn 'l.ocka 61
Sensación y reflexión
Así pues, nada de ideas innatas. Si el libro primero del "Ensayo ha ser
vido para desbrozar el camino y arrancar de raíz las malas hierbas del
error presentes en el cartesianismo, las restantes partes de la obra esta
rán ya dedicadas en exclusiva a presentar la que constituye, para Locke,
una adecuada concepción del conocimiento, sus mecanismos y poten
cialidades. Para ello, conviene empezar por definir los términos funda
mentales necesarios para el análisis del proceso cognitivo, entre los que
destaca por encima de todos el de «idea», esto es, «los materiales del
conocimiento» (E II.i.25).
Vemos como Locke limita a dos las fuentes últimas de toda idea.
La primera de ellas, y la que menos nos sorprende viniendo del fun
dador del empirismo, son los sentidos, las «ventanas» a través de las
cuales nuestra m ente se relaciona con la realidad exterior y recibe
información de ella: el color rojo de una manzana, su olor, su con
sistencia al tacto, el dulzor de su sabor... Pero a las impresiones que
se originan de los sentidos externos Locke añade un análogo sentido
interno, el de la reflexión, a través de la cual «percibimos» las ideas
correspondientes a los estados de ánimo y las operaciones mentales,
tales como el querer, el placer, el dolor... La reflexión, «aunque no es
un sentido, ya que no tiene ninguna relación con objetos externos, es
muy parecida a él, y se le puede llamar con propiedad sentido interno»
(E II.i.4). En todo caso, la reflexión es una conciencia de segundo or
den, que presupone la percepción sensorial como primera actividad.
La sensación es lo primero porque el ser hum ano está orientado prin
cipalmente hacia fuera.
La perspectiva empirista de las ideas sostenida por Locke y en
frentada a la concepción racionalista de Descartes, Leibniz y Spinoza
contaba con antecedentes en la historia de la filosofía. Santo Tomás
ya la había sostenido en el siglo xm, y en el xiv Guillermo de Ockham
y sus partidarios aceptaron tam bién el principio empirista. A pesar
de que el parecer innatista había sido el predom inante a lo largo de
siglos, no es cierto pues (a diferencia de lo que se dice a veces) que
M ’Locktt
La «rojez» o el dulzor no existen com o tales, sino que con esos tér
minos nos referimos a la capacidad de un objeto para producir unas
ciertas impresiones en nosotros: son cualidades secundarias.
La distinción entre unas y otras es fundamental con vistas a for
mular una teoría del conocimiento fiable. Locke nos dice que las pri
marias son cualidades objetivas -pues están en los objetos- y pueden
producir conocimiento objetivo cierto: las ideas que tenem os de ellas
se parecen exactam ente a aquellos rasgos intrínsecos: las cualida
des secundarias no son objetivas porque no están en los objetos, no
producen copias (ideas) de rasgos pertenecientes a los objetos, por
lo que no son susceptibles de conocimiento objetivo. (Sin embargo,
no es exacto llamar «subjetivas» a las cualidades secundarias, porque
tampoco constituyen una creación libre y arbitraria del sujeto: son
capacidades de los objetos para producir efectos o ideas). En suma,
lo esencial de la distinción entre cualidades prim arias y secundarias
es que las primeras se parecen a algo que pertenece al objeto, y las
segundas no.
Problemas de la teoría
'»x //
1.a epistemología sensata tic '¡olio 'l.acke 73
y/ \\
A cu e rd o / Á m b ito Nivel de
D esacuerdo co n o cim ie n to
Yo Cierto (conocimiento
intuitivo)
Existencia real
Dios Cierto (conocimiento
demostrativo)
John Locke describe la mente humana como una ta b ula rasa, o en términos modernos como una
página en blanco. Con ello indica que las personas nacen sin ideas innatas, con una mente que
es pura capacidad para registrar ideas nuevas a partir de la experiencia proporcionada por los
sentidos externos y la percepción interior.
sotros que tenga esas características que le hemos asignado, y que esa
coexistencia se conservará en nuestras experiencias futuras. Pero con
dos im portantes salvedades. La primera, esta operación mental será
legítima siempre y cuando nos m antengam os en el ámbito estricto de
la experiencia y de la información que esta nos proporciona. La se
gunda, siempre y cuando no perdamos de vista que ello no constituye
un conocimiento cierto, sino tan solo un saber probable y falible. En
puridad, nunca podremos estar seguros de que exista algo así como
el «ser pájaro» (una esencia) y, sobre todo, de que, caso de existir, su
constitución real se corresponda con las características que lo definen
en nuestra idea. Por formularlo en otros términos, la experiencia (y
solo la experiencia) nos permite «conocer» las esencias nominales de
las cosas, pero en ningún caso la esencia real de las mismas.
JM 'l.oc.k*
¿Por qué hemos decidido vivir en comunidad? ¿Por qué nos entrega
mos a una serie de normas y renunciamos a regirnos únicamente por
nuestra propia voluntad? La respuesta de Locke puede parecer un tan-
Grabado alegórico de
1680 que representa la
Declaración de Derechos
(B ill o l R ig h ls ).
to paradójica: para ser libres. Los pensadores del siglo xvn se ocuparon
también de esta cuestión, se preguntaron por el origen del gobierno ci
vil y formularon teorías acerca de por qué formamos sociedades. Este
interés generalizado pone de manifiesto que algo estaba cambiando, y
que, en un tiempo de grandes convulsiones, se empezaban a cuestionar
los fundamentos de la sociedad y las formas de gobierno tradicionales.
El contrato social
Rousseau, otro de
los defensores del
pacto social, tomará
la vía lockeana para
desarrollar su teoría
del contrato social.
\> //
'El gobIrma liberado 8<)
Ahora bien, ¿qué forma debe tom ar este Estado que nos saca del
estado de naturaleza para garantizar el ejercicio de nuestros derechos
naturales? Locke considera que. si la sociedad se constituye para pre
servar a sus integrantes, no tiene sentido que esa seguridad los m ania
te. El pueblo puede derrocar al Leviatán (véase recuadro de la izquier
da), aunque eso no significa que pueda ni deba ir contra sí mismo. La
ley es lo que permitirá a las sociedades m antenerse libres, de manera
que lo principal es im partir justicia de un modo que no penalice al in
fractor más de lo necesario, ni compense a la víctima menos de lo que
merece. La ausencia de arbitrariedad y la proporcionalidad son dos de
las bases del sistema legislativo que traza Locke.
«M "l.or.kfí
Contra el absolutismo
jlatural polucr
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sobre sus hijos? Locke ve claro que no es así. El poder paternal surge
del deber que tienen los padres hacia sus hijos, según el cual han de cui
darlos y mantenerlos hasta que sean capaces de valerse por sí mismos,
mientras que el poder por el que gobierna el rey no implica este supues
to. La superioridad de los padres está fundamentada en la debilidad e
indefensión propia de la etapa infantil, pero el gobernante no puede
aceptar que nos quedemos en esa etapa para siempre, ya que en lugar
de garantizar nuestro bien estaría deseando nuestra sumisión, e impe
diría que nos desarrolláramos. ¿De qué serviría la educación entonces
si lo que se persigue, al fin, es producir esclavos? Dicho de otro modo: el
poder paternal es deber paternal, es algo natural, mientras que el poder
del rey absolutista es político. De ahí que la legitimidad del rey no pue
da apoyarse en tesis paternalistas. Locke no admite que se nos pueda
seguir tratando como a niños después de alcanzar la mayoría de edad.
3 íbid.
98 7-ímúe
4 íb id .
'El gobierno liberada 99
i
A R E
Drtmtfi and f l w tfrc ttu .
en muchos aspectos es más un filósofo de su T V t a ñ e r la n
6 íbid.
KM 'l.arkr
que se manifieste de manera pública y sea com partida por varios. Re
calca que se trata de una asociación libre y voluntaria (nadie nace
perteneciendo a una determ inada Iglesia), lo que la diferencia de la
pertenencia a un Estado, del que formamos parte a través del legado
que nos ceden nuestros padres. El principal poder de la religión según
Locke está en su potencial de seducción, mientras que el poder básico
del Estado radica en su capacidad de coacción. El elemento crucial en
esta distinción es el uso de la fuerza. El gobierno es el que dispone de
la fuerza y el que tiene el deber de utilizarla cuando es necesario, esto
es, cuando tiene que impedir la pérdida de cualquiera de los bienes de
sus ciudadanos, ya sea su vida, su libertad o sus posesiones. El gobier
no no debe ocuparse de salvar el alma de sus gobernados; esa es una
cuestión privada. El Estado tiene que ayudarnos a ser libres, mientras
que la religión sería una expresión entre otras de esa libertad en el
terreno personal.
El imperio de la ley
Hasta ahora hemos visto cómo Locke proponía superar las prerrogati
vas de las que habían gozado la corona y el clero. Eliminados esos pri
vilegios, e igualados todos ante la ley, veremos a continuación cómo
Locke se propone dotar al nuevo cuerpo legislativo de la efectividad y
la seriedad necesarias para impartir justicia.
Ante todo, surge el problema de saber quién debe ocuparse de ela
borar las leyes, algo capital pues «no hay poder más alto que el de
dictar leyes»8. Según quién hace las leyes podemos distinguir entre
tres tipos de Estados: democracia (gobierno del pueblo), oligarquía
(gobierno de algunos) y monarquía (gobierno de uno). El orden de
mocrático es el que le parece el más justo y adecuado. Esto se debe
a que Locke considera que alguien que se debe a los intereses de la
mayoría y que no puede eternizarse en el cargo probablemente cum
plirá mejor con su cometido legislativo que aquellos que defienden
intereses particulares y tienen el puesto asegurado. Por otra parte, un
poder que surge del pueblo no puede ser usado en su contra, ya que
aunque el poder de los legisladores sea enorme, tiene un límite claro:
el de asegurar el bien de la sociedad. Como su objetivo es la preserva
ción de una comunidad, nunca podrá destruir ni perjudicar de forma
consciente a aquellos a los que tiene por imperativo proteger. El poder
legislativo siempre debe tener en cuenta los intereses del pueblo. Si los
ciudadanos han renunciado a parte de su libertad para salir del estado
de naturaleza, ha sido bajo cierta garantía: la promesa de paz, segu
ridad y prosperidad. De hecho, según Locke un Estado que fuera en
contra de sus ciudadanos quedaría inm ediatam ente deslegitimado: se
consideraría roto el contrato social por el que ostentaba el poder, y la
a íbid.
IOH 'I.ockr
El derecho a la rebelión
'b id .
lio ’l.ockc
" íbid.
n Ibid.
'El gobierno liberado II
13 íoid.
112 1.ocke
Elogio de la propiedad
» íbid.
18 íbid.
11(1 lockfl
Modelo pedagógico
nueve partes de diez son lo que son, buenos o malos, útiles o inútiles,
por la educación que han recibido».17 En consecuencia, considera que
tenemos el deber de preocuparnos por la educación que reciben los
niños, ya que de ello dependerá que tengam os ciudadanos virtuosos
y útiles para la sociedad. La educación ocupó sus reflexiones en el
tramo final de su vida.
'8 (bid.
IW ’l.ovkr
19 íb id .
122 'Locko
20 íb id .
124 't.acko
Detente, viajero
Cerca de aquí yace John Locke. Si preguntas qué tipo de hombre fue,
su respuesta es que vivió contento con lo que modestamente tuvo.
Educado en letras, todo cuanto hizo fue para satisfacer tan solo las
exigencias de la verdad. Esto puedes aprenderlo en sus escritos, que
también te dirán cualquier otra cosa que haya que decir de él con ma
yor verdad que las dudosas alabanzas de un epitafio. Virtudes, si las
tuvo, no tanto como para alabarlo ni para que lo pongas de ejemplo;
que sus faltas se entierren con él. Si buscas modelo de conducta, lo
126 ’Lac.ke
consenso 91,97,101 F
contrato social 87-90,106 Felipe II, Rey de España 30
Copérnico, Nicolás 41-43 Fermat, Pierre 40
Cranmer, Thomas, 30 Filmer, Robert 94
Cromwell, Oliver 34-36,86
cualidad 64-66 G
primaria 64-66, 71 Gassendi, Pierre 13.40
secundaria 64-66,71-73 Galilei, Galileo 29.40,41-^2,43
CudworthMasham. Damaris 14,122-123 Guillermo III de Orange, Rey de Inglate
Cudworth, Ralph 122 rra y Escocia 13,31,34,86
D H
de Ockham, Guillermo 39,64 Harvey, William 40
democracia 98,105 heliocentrismo 40,41-43
liberal 21,97.124 Hempel, Cari Gustav 72
derechos naturales 86,90,93 Hobbes, Thomas 18,87-90,92,96,111
Descartes, René 12,13,16,17,18,39,40, Hooke, Robert 40
43,44.49-53,56.58,63.64.74,76. Hooker, Richard 29,31
79.84,121 Hume. David 18,39,56,69.129
Dios, véase existencia de Dios Huygens, Christiaan40
Visputatio38
duda metódica 50-51 I
idea 62-71,73. 74-80
E innatas 17,51-53,54-55,59-62,64
empirismo 16,18,19,43,48-49,56,59, simples 67,69,73,75,78
63-64, 69. 74,79,81,124,129 complejas 67-70,73.75,82
Enrique VIH, Rey de Inglaterra 28,30 Isabel I. Reina de Inglaterra 31
escolástica^. 25,38-39
Escoto. Duns 39 J
estado de guerra 91 Jacobo II, Rey de Inglaterra 13,37,86.106
estado de naturaleza 87-93,95,106,107, Jesucristo 24-26
109,111,113
Estado del Bienestar 18 K
existencia de Dios 38,57,80 Kant, Immanuel 47,129
Apénihcus 143
U
utilitarismo 56
W
Wyelif.John 30
Z
zoonpolitikón (animalpolítico) 87
i
LO C K E
o