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EL LUGAR DEL ESPAÑOL

ENTRE LOS IDIOMAS ROMANCES

La decisión de enfocar este tema la he tomado tras repetir no hace


mucho la lectura del libro de M. G. Bartoli, Introduzione alia Neo-
linguistica, Genéve 1925, donde el español está presentado como un
idioma romance, en cierto modo, conservador, en comparación con
otros, en primer lugar con el italiano y el francés, que, por el
contrario, son generalmente innovadores. El autor de dicho trabajo
ha sido un destacado representante de la geografía lingüística, a
la cual, según la opinión, por supuesto exagerada, de W. Meyer-
Lübke, habría preconizado de cierta manera en una época (hacia
1910), cuando esta nueva rama de la lingüística se hallaba a los
comienzos de su desarrollo. Bartoli partía de una idea, teóricamente
justa, a saber la de que en el dominio de la lengua — y sobre todo
en otros dominios, como la cultura y la política, añadiría yo —
las innovaciones surgen por lo general, en las áreas centrales y
de aquí se van difundiendo, si las circunstancias son favorables,
hacia la periferia, a la cual no llegan absolutamente todas, ni siquiera
la mayoría, por toda clase de razones, sobre las cuales no cabe
insistir ahora.
Frente a Italia y a Galia, Iberia, como llama él a la Península
Ibérica, en realidad, la región lingüística propiamente española, es
«un área periférica o lateral, lo mismo que Dacia, en la cual se ha
formado la lengua rumana. (Esta es la razón por la cual Bartoli
coloca a estas dos continuadoras del latín juntas y a la vez en opo-
sición con el italiano y el francés: conservadoras, las primeras, inno-
vadoras, las últimas.) Ello, a grandes rasgos.
El punto de vista de Bartoli no ha sido aceptado enteramente por
nadie y de modo parcial, o muy parcial, sólo por muy pocos investi-
gadores. De los que lo combatieron — es verdad, en los últimos
tiempos — formo parte yo también. Un argumento de índole teórica
en contra de la opinión del lingüista italiano lo constituye la obser-
vación, ya antigua, hecha también para otros campos de actividad
humana, según la cual no hay formas de la misma que se caracte-
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ricen por rasgos sólo conservadores o sólo innovadores1. En lo


que concierne a los hechos, cualquiera sabe, y Bartoli lo sabía igual
que los otros, si no todavía mejor, que el italiano, generalmente
hablando, es mucho más parecido al latín que todos los demás idiomas
romances, a pesar de haberse formado en el área central de Romania.
En cuanto a Galia, no olvidemos que allí se han formado dos
idiomas propiamente dichos: el francés y el occitano (o provenzal),
y que este último, más central como posición geográfica, es no
obstante mucho más conservador que el francés, el cual es el más
innovador entre todos los continuadores del latín. Finalmente — por
así decir :— en contra de la concepción de Bartoli aboga indirec-
tamente él mismo. En efecto, es sabido que entre los distintos
compartimientos de la lengua, la gramática, más exactamente la
morfología, es la que debe tomarse en consideración antes que todos
los demás, si se quiere caracterizar una lengua desde el punto de
vista genealógico o tipológico (lo que, bajo cierto aspecto — a saber,
el histórico — representa lo mismo); y ello, porque la estructura
gramatical de una lengua — particularmente la morfológica, en la
cual la idea de estructura se destaca, a primera vista, de modo
patente — es muy resistente. Pues bien: aunque sabía, o por lo
menos debía saber todo eso, Bartoli, al formular su teoría acerca del
carácter arcaico del español (y del rumano), se ha basado, casi
exclusivamente, sobre el léxico. Pero resulta que este sector de la
lengua es el más móvil de todos, por estar sometido, en su evo-
lución natural, al poderoso influjo de determinados factores extra-
lingüísticos.
En lo que sigue, voy a señalar y discutir una serie de rasgos carac-
terísticos del español, que, indiferentemente si le pertenecen en exclu-
sividad o se dan también en otros idiomas romances, constituyen,
por lo menos en buena medida, lo que podríamos llamar su ser
íntimo, fijándole, por lo tanto, su propio lugar en el marco de toda
la Romania. (Debo advertir que tengo en cuenta el español standard,
el aspecto literario de este idioma romance, representado, en su
origen, por el dialecto castellano. Hago la misma advertencia con
respecto a los demás continuadores del latín, con los cuales lo
he de comparar, cuando sea oportuno, precisamente para circuns-
cribir con más exactitud su posición.) De acuerdo con el uso esta-
blecido por la tradición, me voy a ocupar, separadamente, de cada
sector de la lengua, empezando con la fonética (y la fonología)
y terminando con el léxico.

1. Por lo demás, la afirmación hecha por Bartoli en otro lugar (Saggi di lingüistica
spaziale, Torino 1945), de que el rumano es a la vez el más fiel y el más infiel continuador
del latín, prueba que él se daba muy bien cuenta de la justedad de esta idea y sin
embargo la pasaba por alto.

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1. En lo que concierne al vocalismo, el español se muestra más


bien innovador que conservador. Me refiero, antes que nada, a la
diptongación de é y tí latinas: caelum>cielo; novus>nuevo. Este
fenómeno se encuentra también en las áreas llamadas por Bartoli
centrales: it. cielo, nuovo, fr. del, neuf, pero sólo cuando dichas
vocales se hallan en sílaba libre. El español conoce la diptongación
también en sílaba trabada: ferrum>hierro, fortis>fuerte, igual
que el rumano (fier; foarte presenta un diptongo ulterior específico).
Compárese: it. ferro, forte, fr. fer, fort. La aparición de los
diptongos en todas las condiciones representa una novedad mayor,
y resulta raro, según la teoría del lingüista italiano, que la
encontremos precisamente en las áreas laterales, eso es «arcaicas2».
Creo que una consecuencia de la diptongación de las vocales men-
cionadas la representa, otra vez en español y en rumano, la pérdida
de la calidad del timbre: estas dos lenguas no conocen, tal como
la conoce el italiano, que continúa la situación del latín tardío,
la oposición (fonológica) e-e y o-oz. También este hecho significa
una novedad, bien que indirecta, en comparación con el italiano.
En el campo del vocalismo, podría recordarse también la desa-
parición de la e final, inacentuada, en palabras latinas formadas con
la ayuda de los sufijos-as, -atis y -alis: civitate>ciudad, brachiale>
brazal. Esta vez, el francés y el italiano son más avanzados como
evolución fonética, pero tanto el uno, como el otro, sólo en lo
que atañe al primer sufijo: cité, cittá (el francés perdió la-e asi-
mismo en el caso de -alis: charnel> carnalis). Sin embargo, en
comparación con el portugués, por ejemplo, (cidade), se puede
hablar, en el caso de ciudad, de una innovación, aunque parcial,
porque -alis aparece sin-e también en esta lengua (carnel)4.
Pasando ahora al consonantismo, me voy a detener, en primer
lugar, sobre las oclusivas intervocálicas. Las sonoras (se trata de
los sonidos correspondientes del latín), es decir b, d, g, presentan
en español una situación bastante compleja, que se parece, parcial-
mente, a la de otras lenguas románicas. Esta es la razón por la
cual no pueden considerarse como rasgos característicos del espa-

2. El rumano se ha formado en una región del Imperio Romano que llegó a ser rela-
tivamente pronto aislada, y por lo tanto cumple, digamos, dos condiciones para ser,
en la opinión de Bartoli, «arcaico».
3. También en francés se da esta oposición pero se trata de un fenómeno tardío,
producto de la evolución de la fase románica propiamente-dicha.
4. Los hechos que acabamos de mentar nos sugieren una observación, banal, pero inte-
resante para nuestra discusión: sólo el español y el francés, es decir un área conservadora
y una innovadora, según Bartoli, presentan desaparición de -e en ambos casos, mientras
que el portugués y el italiano (áreas de nuevo-distintas desde el punto de vista de la
posición geográfica) conocen tal fenómeno sólo en sendos casos, que no coinciden en
un idioma y en otro. El más conservador en lo que se refiere a los ejemplos citados
es el rumano : cetate, brotara (con -e a, a causa de la r).

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ñol estrictamente hablando. En cambio, las sordas (p, t, c), después


de sonorizarse (y ello, no sólo en el campo iberorrománico), se
convirtieron en fricativas (b, d, g) y siguen manteniéndose como
tales hasta el momento actual. Al comparar el español, tal como
hemos hecho hasta ahora, por un lado con el francés e italiano,
pero en oposición con los mismos desde el punto de vista de las
innovaciones, y por otro lado con el rumano, que se sitúa a su
lado — ya que, en el criterio de Bartoli, ambos representan áreas
laterales, es decir «arcaicas» —, nos hallamos ante una situación
bastante curiosa: el francés y el italiano, áreas centrales, se encuen-
tran, uno frente a otro, a polos opuestos, en el sentido de que
el primero, es, realmente, innovador, dado que perdió por com-
pleto la í y la c latinas intervocálicas (fases intermedias: d, g y
t, g, comunes con el español), y la -p- la mantiene bajo la forma v,
mientras que el segundo idioma mencionado, el italiano, es muy
conservador, lo mismo que el rumano, puesto que, igual que este
último, continúa sin modificación alguna la p, la t y la c latinas
intervocálicas. El español se detuvo, por consiguiente, en su evolu-
ción, en la tercera fase (b, d, g), penúltima para el francés, el cual
ha ido más lejos, es decir hasta la total desaparición de dichas
consonantes. Ejemplos: capere>esp. caber, fr. ant. chavoir, it. ant.
capere (it. n. capire), rum. (tn) capea; rota>esp. rueda, fr. roue,
it. ruota, rum. mata; focu > fuego, fr. feu, it. fuoco, rum. foc.
También en el español actual se dan comienzos de desaparición de
dichas consonantes, cosa perfectamente lógica, porque el debili-
tamiento de la articulación de las oclusivas intervocálicas, es decir
la sonorización de las sordas y la fricatización de las sonoras, sea
primarias, sea secundarias, se deben a las vocales precedente y
siguiente, que siguen ejerciendo su influjo asimilador sobre las
consonantes que están en medio. Estos comienzos, característicos
para el español hablado, aparecen, como se sabe, sobre todo en
el participio perfecto de los verbos en -ar: e cantao (= he cantado).
Cabe preguntarnos si este proceso ha de seguir desarrollándose
hasta llegar a la desaparición de la -d-. Me atrevería a contestar
negativamente a esta pregunta, pensando en la influencia que, gra-
cias a sus nutridas posibilidades de difusión (escuela, radio, prensa,
televisión), ejerce la lengua literaria sobre la familiar y popular.
También merece una mención especial la existencia de la africada
sorda, e , que corresponde perfectamente a d, en palabras como
cielo, hacer, cazar, etc. Resultó, según las circunstancias, de c y t
seguidas por yod. También en este caso el español se ha parado,
en cuanto a la evolución del fenómeno, en una fase intermedia,
de nuevo la penúltima (véase lo dicho más arriba acerca de la d),
si lo comparamos con el francés, que llegó a 5. El paralelismo con

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la d va aún más lejos, en el sentido de que el español tiende, y esto


ya desde hace mucho tiempo, a reemplazar él también la por s.
El conocido fenómeno del seseo experimenta una difusión extra-
ordinaria, y la pregunta de antes, concerniente al destino futuro
de la -d- nos vuelve a surgir, sin quererlo, en la mente, respecto
a la evolución ulterior de la e . En el caso presente, mi respueta
sería, más bien, afirmativa, teniendo en cuenta la extensión del
fenómeno.
2. También en la morfosintaxis del español se encuentran rasgos
característicos de importancia, que indican que esta lengua romá-
nica es, a menudo, más innovadora que conservadora. Así, por
ejemplo, la flexión del sustantivo comprende una forma casual
peculiar, desconocida en el resto de la Romania, excepto en ruma-
no 5 . Se trata del acusativo objeto directo de los nombres de seres
humanos, que se forma mediante la ayuda de la preposición a:
quiero mucho a mis padres. Como los pronombres, cualquiera que
sea su categoría, se asimilan con los sustantivos — no hay que
olvidar que ellos son los sustitutos, con un alto grado de abstrac-
tización, de los primeros —, la construcción con a del acusativo
los ha venido abarcando también. Lo curioso, según la teoría de
Bartoli, es que esta innovación tenga un paralelo en el otro extremo
de Romania, eso es en un área de nuevo lateral, es decir «conser-
vadora»: el rumano emplea la preposición pe (<lat. per) en condi-
ciones sintácticas idénticas. Por supuesto, estamos ante una mera
coincidencia; se trata de una innovación específica para cada una
de las dos lenguas en discusión, pero tanto más interesante desde
el punto de vista teórico por esta misma razón.
La flexión verbal conoce, ella también, una innovación intere-
sante, a saber la existencia de sólo tres clases de verbos en lugar
de cuatro, cuantos hay en latín y en las demás lenguas romances:
cantar, vender, cumplir. Los que han desaparecido son los verbos
en -ere, inacentuado. Esta vez también, y en medida aún mayor,
una innovación similar en el sentido de la reducción de las clases
verbales se da siempre en áreas relegadas, es decir conservadoras,
según Bartoli. Se trata, primero, del portugués, lo que, aparente-
mente, no resulta sorprendente, dada la proximidad inmediata con
el español. El portugués presenta una situación perfectamente
idéntica a la de este idioma. La otra área periférica, el rumano,
está a punto de llegar, ella también, a sólo tres clases de verbos,

5. Hay que añadir el portugués y los dialectos italianos meridionales. El primero no


cuenta en nuestra discusión, que tiene un carácter más bien teórico, y esto, antes que
nada, porque es periférico, incluso más periférico que el español. En cuanto al sur de
Italia, yo pensaría — claro, con reservas — en una influencia española que remontaría
a la época en que esta región estaba bajó.la dominación de los españoles.

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pero debido a la pérdida de los en -ere, acentuado, que han ido


pasando y continúan haciéndolo bajo nuestros propios ojos a la
clase en -ere, inacentuado. Se puede afirmar, sin temor de equi-
vocarnos, que, al fin y al cabo, sólo los continuadores del lat.
habere y libere (este último transferido, en rumano, a la clase en -ere
acentuado como consecuencia de ciertas modificaciones fonéticas) —
(a) avea respectivamente (<z) bea — se mantendrán bajo esta forma
por razones de índole fonética. Cf. también las formas de infinitivo
largo: avere y bere, convertidas desde hace tiempo en sustantivos.
Esta diferencia entre el rumano y el español es un problema en
cierto modo de detalle, que no concierne al punto de vista teórico
planteado, ya desde el principio, a la base de nuestra ponencia.
Lo que interesa, en el caso presente, es la reducción de las clases
de verbos, es decir la innovación como tal, no las causas que la
engendran.
Asimismo podríamos añadir, en relación con la morfología verbal,
la existencia en español de una flexión interna. Este fenómeno
consiste en el intervenir, al lado de las desinencias y de los sufijos,
cirtas modificaciones también del tema para distinguir una forma
verbal de otra. Por ejemplo: quiero, etc. y queremos, etc., duermo,
etc. y dorminos, etc., digo, etc. y decimos, etc.; siento, etc., senti-
mos, etc. y sintiendo. De hecho, se trata de cambios fonéticos rela-
cionados con la presencia o la ausencia del acento sobre el tema
de las formas verbales, lo que lleva, respectivamente, a la dipton-
gación o conservación de las é y tí latinas. Todos los idiomas
romances en que estas dos vocales se han diptongado conocen
la flexión interna, por lo tanto tampoco la ignoran las áreas cen-
trales, representadas, según Bartoli, por el italiano y el francés.
Sin embargo, como en estos dos idiomas la diptongación se ha
producido sólo en sílaba libre, la frecuencia del fenómeno es mucho
más escasa que en español. En cambio, el rumano, que, desde el
punto de vista fonético, se sitúa al lado del español (véase más
arriba, pág. 3), conoce la flexión interna en muy amplia medida,
con la sola advertencia de que la situación se ha puesto más com-
plicada debido a la aparición de una segunda diptongación, espe-
cíficamente rumana ésta, cuyo efecto ha modificado profundamente
el aspecto de las formas verbales: pierd - sa piar da; port - sa poarte -
purtam6. Esta flexión interna constituye una característica del
idioma español sobre todo debido a su gran difusión y tenacidad.
En francés, por ejemplo, lengua que, dado que diptonga, en sílaba
libre, también a las é y ó cerradas — las cuales se vuelven ei, respec-
tivamente ou — debería conocerla en una medida aún mayor que

6. Los verbos de este segundo tipo no cuentan, porque en rumano la ó no se ha


diptongado en el interior de las palabras, tras consonante.

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el español, la flexión interna aparece, sin embargo, mucho más


escasamente, a causa del influjo ejercido por las formas acen-
tuadas en el tema sobre las acentuadas en la desinencia o en el
sufijo7. Otra vez, pues, una innovación más específica para un
área «arcaica».
Del campo de la sintaxis destacaría un solo hecho: la repetición,
en forma de pronombre personal, del objeto directo e indirecto en
condiciones especiales, que no creo necesario describir ahora. Me
atengo a unos cuantos ejemplos, para indicar de qué se trata.:
Les ataban las manos a los prisioneros; Cuando le parecía bien,
se paraba y le llamaba al asistente. La repetición tiene lugar tam-
bién al expresarse el objeto por un pronombre. El fenómeno goza
de mucha frecuencia en el español hablado, pero aparece a menudo
también en su aspecto escrito, aunque los que lo manejan cuida-
dosamente rehuyen, por lo general, tales construcciones8.
Esta innovación se da asimismo en otros idiomas romances,
empezando con el rumano, que se parece al español esta vez tam-
bién, tanto en lo que concierne a la frecuencia de la repetición del
objeto, cuanto en lo que atañe a sus condiciones sintácticas. De
los demás idiomas emparentados, la conocen el francés y el ita-
liano, pero no en la misma medida, bien que, en su calidad de
áreas centrales, es decir «innovadora», debiesen superar tanto al
español como también al rumano 9 . Puesto que comienzos similares
aparecen ya en el latín popular, se podría creer que se trata de
un desarrollo de los mismos en las lenguas que continúan el latín,
es decir en los idiomas romances. El hecho de que esta redundancia
sintáctica, aunque documentada tempranamente en ciertas zonas
de Romanía, difiera, en cuanto a su extensión, de una o otra y,
al mismo tiempo, dé pruebas de aumento sobre todo en las épocas
próximas a la nuestra, creo que representa una peculiaridad espe-
cífica de cada lengua en que la encontramos en parte, a pesar
de que, teóricamente hablando, cabe admitir que la tendencia
que la engendró se habrá transmitido del latín. No hay que olvidar
que, en su origen, este fenómeno era de índole estilística, es decir
individual, y se difundió luego por satisfacer una necesidad experi-
mentada también por otros hablantes. Los hechos estilísticos, en
el sentido arriba indicado, se asemejan, desde el punto de vista
del modo en que se forman, con las imágenes y las figuras esti-

7. Cf. nous aimons, vous aimez, por la formas más antiguas... amons, amez.
8. Para detalles, véase, entre otros, Salvador Fernández, Gramática española, Madrid,
1951, p. 211-212 y Samuel Gili y Gaya, Curso superior de sintaxis española, ed. V, Barce-
lona, 1955, p. 204-205.
9. Cf. Iorgu Iordan, en Recueil d'études romanes, publié á l'occasion du IX* Congrés
international de linguistique romane á Lisbonne du 31 mars au 3 avril 1959, Bucarest,
1959, p. 115-124.

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lísticas de los poetas. Como éstas, son, al principio, estrictamente


personales, pero, al difundirse, pierden dicho carácter y se grama-
ticalizan, como dicen los lingüistas. Por eso, no se puede hablar,
en este dominio, ni de herencia (del latín), ni de préstamos (de
otras lenguas): los hechos estilísticos son el producto peculiar,
propio, de cada lengua.
3. Me toca ocuparme a continuación del léxico. Al comienzo de
mi ponencia, he afirmado que Bartoli se ha basado, antes que
nada, para no decir exclusivamente, sobre las peculiaridades léxicas,
al calificar el español como lengua, por lo general, conservadora.
En su libro ya citado, Introduzione..., la situación de las principales
áreas románicas (Iberia, Galia, Italia y Dacia — así las llama él)
está descrita y analizada muy detalladamente a base de un gran
número de palabras. El mismo se da cuenta, y a veces hasta lo
confiesa abiertamente, que las cosas se presentan de una manera
extremadamente compleja. Esta complejidad resulta, sobre todo,
del hecho de que la misma zona sea ya innovadora, ya conservadora,
por supuesto, con la predominancia visible de la primera caracte-
rística en las zonas céntricas y de la segunda, en las zonas peri-
féricas. Si no se hubiera agarrado con tanta fuerza a la idea,
teóricamente justa y a menudo conforme a la realidad lingüística,
por lo demás, de que las áreas centrales son más frecuentemente
innovadoras y las periféricas, más frecuentemente conservadoras,
Bartoli no habría renunciado, mejor dicho no habría debido renunciar
a la decisión de estudiar el léxico románico en el sentido indicado,
sino habría declarado desde el principio que la situación se pre-
senta de modo extremadamente complejo y que, por consiguiente,
no se pueden sacar conclusiones ni siquiera aproximadamente váli-
das. Por lo demás, por muy numerosas que sean las palabras en
que se funda su investigación, estas representan sólo una pequeña
parte del léxico latino transmitido a las lenguas romances, lo
que significa una dificultad más — y nada menor — en el logro
de un resultado convincente, poco más o menos, en concordancia
con su concepción teórica. Fuera de eso, los diccionarios empleados
para documentarse no abarcan ni siquiera aproximadamente a
todas o por lo menos a la mayoría de las palabras heredadas del
latín por las lenguas que lo continúan. Los idiomas romances
standard, los únicos tomados en consideración por Bartoli, puede
ser que hayan perdido un lexema de origen latino, que se ha
conservado, sin embargo en alguno dé sus dialectos.

Pongamos algunos ejemplos. Empiezo con equa, el más elocuente,


a primera vista, según la teoría de Bartoli. Se ha conservado, dice

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el autor citado, en español {yegua) y en rumano (iapa)í0. Pero


en W. Meyer-Lübke, Romanisches etymologisches Worterbuch, s.v.
equa, encontramos fr. ant. ive, engadino ant. iefna, friburgués (franco-
(provenzal) iva, prov. ega, cat. egua, es decir, en áreas centrales casi
todas, que deberían tener un continuador de caballa, igual que el
francés y el italiano. Según W. von Wartburg, Franzosisches Etymo-
logisches Worterbuch, s.v. equa, también algunas hablas italianas
periféricas conocen seguidores de esta palabra latina. Por consi-
guiente, no se puede hablar de un elemento léxico «arcaico» conser-
vado sólo en áreas laterales y relegadas de Romania. Igual, desde
el punto de vista estrictamente teórico, resulta la situación de
caput. (En lo que concierne a la modalidad y los pormenores,
hay, por supuesto, diferencias.) Según Bartoli, esta palabra se lia
conservado no sólo en las áreas periféricas (esp. cabeza, de un
derivado de caput, rum. cap), sino también en una central (it. capo).
Pero hay que añadir también, entre otros, prov., cat. cap y fr. chef
(este último, lo mismo que el italiano capo, con el sentido figurado
de «dirigente»). Un ejemplo más (esta vez, adjetivo): angustus,
transmitido, según Bartoli, al español (angosto) y al rumano (ingust),
y reemplazado por strictus en italiano (stretto) y en francés (étroit).
Pero el primero existe también en catalán (un poco modificado en
cuanto a la forma, y pasado al sustantivo), mientras que el segundo
se da igualmente en rumano (strimt), en provenzal y catalán (estret),
así como en ciertos dialectos retorrománicos.
Siendo así las cosas, no se puede hablar de una verdadera «nor-
ma»11, como lo supone Bartoli. Los hechos léxicos presentan, como
se sabe sobre todo hoy en día, las mayores dificultades al plantearse
el problema de su sistematización, eso es de su investigación desde
el punto de vista del sistema (muy claramente perfilado en el
campo de la fonología y de la morfología). Y ello, precisamente
debido a su complejidad, a la cual se le añade la movilidad, efecto
del carácter abierto que es propio, por su misma índole (vinculada
a la dependencia de causas extralingüístícas) al léxico de cualquier
idioma.
Concluyo mi ponencia — ya era tiempo — subrayando que, a
pesar de las apariencias, que, esta vez, engañan con seguridad, no
he tenido intención alguna de polemizar con Matteo Bartoli, un
representante sobresaliente de la lingüística románica durante su
vida, sino que, partiendo de sus teorías, he tratado de presentar
tipológicamente, aunque de modo sumario y, quizás, no siempre
exacto, el español de hoy, a fin de sacar la conclusión, bien que sin

10. Se puede añadir asismismo el sardo (ebba), área aislada, igualmente «conservadora»
como las periféricas.
11. Término empleado por el autor con el valor de normal, «regular».

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formularla explícitamente, de que dicho idioma románico es más


a menudo innovador que conservador. Este rasgo característico se
explica por su origen en el marco de Iberorromania: procede, como
todo el mundo lo sabe, del dialecto castellano, al cual nuestro
maestro común, Ramón Menéndez Pidal, ha calificado, a base
de hondas y eruditas investigaciones, como revolucionario en com-
paración con los demás.
IORGU IORDAN
Universidad de Bucarest

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