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Universidad de Estocolmo

ESTUDIOS
DE LA (DES)CORTESÍA
EN ESPAÑOL
Categorías conceptuales y aplicaciones
a corpora orales y escritos

EDITORIAL DUNKEN

Estocolmo - Buenos Aires


2005
PUBLICADO POR EL PROGRAMA EDICE
(ESTUDIOS DEL DISCURSO DE LA CORTESÍA EN ESPAÑOL)
Departamento de Español, Portugués y Estudios Latinoamericanos
Universidad de Estocolmo - (106 91) Estocolmo, Suecia.
programa@edice.org - www.edice.org

© Programa EDICE, 2005


© Autores en los capítulos individuales

EDITADO POR
Diana Bravo

ASISTENTE DE EDICIÓN
Ariel Cordisco

COORDINACIÓN
Secretaría de Publicaciones del Programa EDICE
Directora: Diana Bravo
Subdirector: Antonio Briz
Coodinadora: Nieves Hernández Flores

CUIDADO TEXTUAL-BIBLIOGRÁFICO
Silvia Kaul de Marlengeon - Nuria Guerra

Tipografía Sabon © Stockholms universitet


Impreso y encuadernado en Buenos Aires por Editorial DUNKEN
Hecho el depósito que prevé la ley 11.723
ISBN

Todos los derechos reservados.


Esta publicación no puede ser reproducida, en todo ni en parte,
ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de
información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico,
fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia,
o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del Programa EDICE.
Índice

Índice ............................................................................................................. 7
Notas sobre los autores .................................................................................. 9
Agradecimientos .......................................................................................... 13
Presentación ................................................................................................ 15

PARTE I
Cortesía interaccional y estratégica: sus recursos y objetivos

1 Categorías, tipologías y aplicaciones


Hacia una redefinición de la “cortesía comunicativa”
Diana Bravo .......................................................................................... 21

2 Eficacia, imagen social e imagen de cortesía


Naturaleza de la estrategia atenuadora
en la conversación cotidiana española
Antonio Briz .......................................................................................... 53

3 El refuerzo de la imagen social


en conversaciones coloquiales en español peninsular
La intensificación como categoría pragmática
Marta Albelda Marco ......................................................................... 93

4 Atenuantes y sus funciones corteses


Manipulación y seducción en conversaciones
entre mujeres de Mérida
Alexandra Álvarez Muro y Carolina Joven Best .............................. 119

5 Disenso, persuasión y cortesía


Multifuncionalidad de estrategias conversacionales
en el discurso de la argumentación
María Cristina Ferrer y Carmen Sánchez Lanza ............................... 145
8 ÍNDICE

6 Cortesía, imagen social y aceptación del mensaje terapéutico


Modalización en el discurso de la entrevista clínica
Gladys Cepeda ..................................................................................... 163

7 Propósito instructivo y formulaciones corteses


La recomendación en las notas periodísticas sobre salud
Susana Gallardo ................................................................................ 189

8 Grados de cortesía en el uso de pronombres personales


de segunda persona singular
Proximidad, situación comunicativa y momento histórico
Mireya Cisneros Estupiñán ............................................................... 221

PARTE II
Objetivos descorteses: estudios en discurso

9 Construcción de la identidad y anticortesía verbal


Estudio de conversaciones entre jóvenes masculinos
Klaus Zimmermann ............................................................................. 245

10 Descortesía y confrontación política


Un análisis crítico
Adriana Bolívar .................................................................................. 273

11 Descortesía de fustigación por afiliación exacerbada


o refractariedad
El discurso tanguero de la década del ‘20
Silvia Kaul de Marlengeon ............................................................... 299

12 Marcos de descortesía
Roles, imágenes y contextos socioculturales en una situación de visita en
un texto dramático argentino
Ariel Cordisco .................................................................................... 319

13 Hacia una categorización sociopragmática de la cortesía, la descortesía y


la anticortesía
El caso de conversaciones españolas de registro coloquial
María BERNAL ....................................................................................... 365
Capítulo 12
Marcos de descortesía
Roles, imágenes y contextos socioculturales en una situación de
visita en un texto dramático argentino*

Ariel CORDISCO,
Universidad de Buenos Aires, Argentina.

(Tiempo.)
Roberto Cossa, Años difíciles. 1997.

1. Lo que introduce

El silencio descifrable1 que cito como epígrafe pertenece a la


obra del dramaturgo argentino Roberto Cossa y corresponde a la línea
39 del fragmento (1) entextualizado2 a continuación de 1 a 41. Consi-
dero que el “tiempo” al que se hace referencia en esta didascalia3 pro-
pone un espacio de indeterminación4 resultante de una tensión entre lo

*
Este artículo se enmarca en las actividades de visitas científicas del Programa EDICE (Estudios
del Discurso de Cortesía en Español) financiadas por STINT (The Swedish Foundation for
Internacional Cooperation in Research and Higher Education), Departamento de Español, Portu-
gués y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Estocolmo (Suecia). Expuse versiones
previas (especialmente en cuanto al marco metodológico) en el I Coloquio Nacional de la IADA
(La Plata, mayo de 2003) y en el II Coloquio Internacional del Programa EDICE (San José de
Costa Rica, marzo de 2004). Agradezco a Diana Bravo, Nieves Hernández Flores y Silvia Kaul
por sus comentarios y correcciones realizadas. Los errores que quedan son, por supuesto, respon-
sabilidad mía.
1
“Es el silencio psicológico de la palabra reprimida (...). Percibimos con notable claridad lo que
el personaje se niega a revelar, y la obra se basa en esa dicotomía entre lo no dicho y lo
descifrable; el sentido del texto reside en saber justificar la oposición entre lo dicho y no dicho”
Pavis (2003: 421-422).
2
El proceso de entextualización es aquél que, según Bauman y Briggs (1990), produce textos en
unidades; es decir, posibilita aislarlo y descontextualizarlo de su naturaleza interactiva, en este
caso con fines analíticos (cf. Briones y Golluscio, 1994: 502; Golluscio et al., 1996: 88).
320 ARIEL CORDISCO

dicho y lo no dicho que orienta hacia lo que el personaje se ha visto


obligado a explicitar y a lo que se niega, por caso, a revelar. El texto
que reproduzco en el Anexo introduce a Mauricio, “un hombre formal,
de algo más de cincuenta años” (Cossa, 1999: 17), y a Federico, de
setenta años. Mauricio llega inesperadamente a la casa de Federico,
quien lo invita a pasar sin conocerlo en lo más mínimo ni saber mayo-
res detalles acerca de su identidad, excepto por su nombre de pila y
lugar de residencia. En el fragmento que sigue, Mauricio es, en cambio,
quien pregunta a Federico:

(1)
1 Mauricio. ¿Usted es el señor Stancovich... el Ruso Stancovich... el que jugaba
2 muy bien a la paleta?
3 (Federico hace un gesto de confirmación. Las risas siguen.)
4 Federico. ¿A usted le divierte la televisión? Disculpe... (Cambia.) Sí... jugaba
5 muy bien. Era el mejor del barrio.
6 Mauricio. Si usted es el señor Stancovich, el ruso Stancovich... que jugaba
7 muy bien a la paleta, se debe acordar de María Esther Valdés.
8 (Federico no se acuerda.)
9 Mauricio. La hija del Lustra Valdés... (Le aclara:) El Lustra Valdés... Lustra-
10 ba los zapatos aquí en la estación Colegiales. Hace muchos años.
11 Federico. Ah, sí... El Lustra Valdés, sí. ¿Cómo no me voy a acordar del
12 Lustra Valdés? Tenía la parada en el andén que va para el centro... Un maes-
13 tro, el Lustra Valdés. Ya no hay lustradores así. Lo mató el tren. Por perfec-
14 cionista. El guarda tocó el pito y el cliente le dijo: «Dejá Lustra... Se me va el
15 tren». Y salió corriendo. Y el Lustra Valdés detrás de él... “la última pasada
16 de cepillo, caballero... la última pasada, caballero”. El cliente se paró en el
17 estribo con el pie hacia adelante... El tren arrancó... y el Lustra Valdés co-
18 rriendo por el andén le dio la última cepillada... No se dio cuenta que el andén
19 se terminaba y...
20 Mauricio. El Lustra Valdés tenía una hija: María Esther.

3
“Instrucciones dadas por el autor a sus actores (en el teatro griego, por ejemplo) para interpretar
el texto dramático. Por extensión, en el uso moderno del término, indicaciones escénicas” Pavis
(2003: 130).
4
También reconocido en la literatura especializada como “puntos ciegos”, “agujeros” e “incons-
ciente del texto” (consúltese Ingarden, 1971; Iser, 1972, 1975; Ubersfeld, 1989). En diferentes
entradas, Pavis (2003: 130 y 472) entiende que “todo texto es incompleto por naturaleza,
incoherente, modelado por los presupuestos y lo implícito”, por lo que “las diversas lecturas y sus
concreciones divergentes revelan los lugares de indeterminación del texto, las cuales –por otra
parte- no son universales ni están determinadas para siempre, sino que varían en función del nivel
de lectura y, sobre todo, de la elucidación del contexto social”.
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 321

21 Federico. No me acuerdo.
22 Mauricio. Trabajaba de sirvienta aquí en el barrio.
23 Federico. Una grandota que...
24 Mauricio. No. Era delgadita.
25 Federico. Ah... la morocha... que andaba siempre con dos o tres hijos a
26 cuestas...
27 Mauricio. Tenía catorce años y era rubiecita.
28 Federico. La verdad...
29 Mauricio. Tenía un defecto en la mano... (Junta los dedos de la mano derecha
30 para ilustrar una limitación.)
31 Federico. (Reacciona con alegría.) ¡La Lauchita! ¡Pero sí! ¿Se llamaba María
32 Esther? Los chicos del barrio le decíamos la Lauchita. ¡La Lauchita! Sí, ahora
33 me acuerdo. ¡Éramos chicos..! ¿Qué se habrá hecho de la Lauchita?
34 Mauricio. Vengo de su entierro.
35 Federico. ¿Murió? Pobre Lauchita. Joven... Más joven que yo, seguro. ¿Usted
36 la conoció?
37 Mauricio. Soy el hijo.
38 Federico. Mire usted...
39 → (Tiempo. […])
40 Federico. […] ¿Así que usted es el hijo de la Lauchita?
41 Mauricio. Soy el hijo de María Esther Valdés. […]

Propongo abordar al silencio de la línea 39 según una función


pragmática y otra metapragmática5 que refuerzan tres hechos de la
acción dramática: el fallecimiento de María Esther Valdés, la filiación
de Mauricio con la misma y la insistencia en el recuerdo con un olvida-
dizo Federico. El silencio no solamente marca un contorno temático
dado (lo que considero una función pragmática del signo), sino que
también señala la “evocación” que realizan los interlocutores sobre el
tratamiento interpersonal materializado durante el intercambio (fun-
ción metapragmática). En otras palabras, se pone en escena tanto una
circunstancia por la cual los interlocutores “no tienen de qué hablar” o
“buscan nuevos temas de conversación” (entre otras posibles) como
también el modo por el cual se constituyó la interacción y cómo puede/
debe proseguirse. A esto lo presumo como una “meta-operación”
(Briones y Golluscio, 1994: 513) que indexicaliza los intercambios a

5
Silverstein (1992: 36) asigna una función metapragmática a todo signo que presupone y crea su
contexto de ocurrencia.
322 ARIEL CORDISCO

efectos de modificarlos y/o valorizarlos de una u otra manera, un mo-


mento en donde se evalúan los comportamientos comunicativos para
“calibrarlos reflexivamente” a través de la lengua (Silverstein, 1992). Me
interesa entonces considerar la función metapragmática en tanto que el
referido silencio se ejecuta como una pista de contextualización (Gumperz,
1982: 131; 1992: 231)6 que (re)orienta los intercambios entre Mauricio y
Federico. El interrogante, esa angustia semiótica de saber que no se
puede leer teatro y hacerlo de todas maneras (Ubersfeld, 1989), surge de
forma inmediata: ¿hacia dónde orienta esa pista?
Puesto que la pregunta involucra en mayor o menor medida
asumir un nexo entre lengua y (socio)cultura, ensayar su respuesta pue-
de realizarse desde diversos niveles y dimensiones. La mía estará ubicada
en una dimensión que supone interpretar la interacción en (1) como
constituida por comportamientos orientados a producir determinados
efectos de descortesía, los cuales, en última instancia, conducen al letar-
go de la actividad verbal (aunque no comunicativa) materializada en la
línea 39. Este planteo está directamente inspirado en Bravo (2002: 146),
quien habla de un “efecto de cortesía” cuyo objetivo es minimizar po-
tenciales amenazas derivadas de la interacción. Según entiendo, los
interlocutores en (1) asisten con creciente inquietud no ya a una situa-
ción encaminada a establecer una relación cercana, amistosa y/o placen-
tera, según dictan las normas socioculturales de cortesía para el grupo y
el encuentro social en cuestión (Hernández-Flores, 2002, 2003a), sino
que ingresan a un espacio discursivo donde los comportamientos su-
puestamente corteses son asociados con otros que resultan en objetivos
interpersonales distintos. Hay algo que se “entre-mete” en la interacción
y que puedo considerar a partir de los efectos producidos por y en los
comportamientos de Mauricio y Federico. A ese “algo” lo denomino
descortesía, y a su incidencia interaccional efecto de descortesía. Mi
atención se centra en una descripción de las consecuencias comunicativas
e interaccionales cuando las minimizaciones o atenuaciones de las acti-

6
Contextualization cues: en su artículo de 1992, Gumperz define las pistas de contextualización
como todo signo que el analista asume es tomado en cuenta por los participantes de una situación
comunicativa para el procesamiento de información en-línea y que pasa a ser parte de sus marcos
de interpretación (pág. 234).
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 323

vidades sociales percibidas como “negativas” no son suficientes o son


simplemente anuladas a nivel discursivo. Para esto, me interesa circuns-
cribirme a un nivel lingüístico-pragmático que analice las relaciones
interpersonales de los interlocutores según una línea de trabajo que
abarque tanto comportamientos eminentemente intencionales como com-
portamientos que parecen no ser o no son intencionales pero que sin
embargo consiguen los mismos efectos de descortesía para la interacción.
Dentro del campo del estudio lingüístico, y en el área de la
pragmática, la descortesía es abordada como “falta de”: acatamiento a
la regla de cortesía de Lakoff (1973, 1989), o de observancia al Princi-
pio de Cortesía de Leech (1983), o de respeto al Contrato Conversacional
de Fraser y Nolen (1981; Fraser, 1990), o de constancia de un compor-
tamiento político según Watts (1989, 1992), o de satisfacción de los
deseos de imagen social de Brown y Levinson ([1978] 1987), entre
otros7. De manera muy general, podría afirmar que en estos trabajos se
entiende que la ausencia de cortesía deriva en “problemas” para los
participantes de un encuentro, problemas que son descriptos a través de
metáforas tales como “desequilibrio social” y “desarmonía” entre los
interlocutores. Por ejemplo, Lakoff (1989: 103) define la descortesía
como cualquier acto que implique una “confrontación intencional y
negativa”, mientras que en Brown y Levinson (1987: 62) la no-satisfac-
ción de deseos de imagen se produce en casos de “rupturas sociales
(enfrentamientos)”, urgencias y/o eficiencia comunicativa. Al respecto,
Eelen (2003: 95) concluye que la relación proveniente del sentido co-
mún entre cortés(sía) y descortés(sía) es expresada de forma inversa y
opuesta por las teorías científicas que intentan describirla. Esto es:
conceptuar a la descortesía como “lo-que-no” deriva del prejuicio teó-
rico (sentido común) de abordar apriorísticamente a la descortesía des-
de un modelo propio para la cortesía, por lo que se colocan ambas
nociones, y se describen sus relaciones, de forma contraria y mutua-
mente comparables, siendo primero y –ante todo– lo(la) cortés(sía).
Más recientemente, Culpeper (1996, 2003), al desarrollar un modelo
exclusivo para la descortesía, también supone que si los comportamien-
tos corteses cumplen la función social de establecer, promover y preser-

7
Consúltese Eelen (2003: 95-105) para una discusión detallada de estos y otros autores.
324 ARIEL CORDISCO

var una interacción “armoniosa” entonces puede derivarse que los com-
portamientos considerados descorteses propenderán a quebrar esta su-
puesta armonía, evidenciando expresiones de disputa, agresión y/o vio-
lencia. En su primer trabajo, Culpeper estudia la descortesía como “el
uso de estrategias [comunicativas] diseñadas para tener el efecto opues-
to; esto es, el desequilibrio social” (1996: 350)8, que “atacan la imagen
social, y por las cuales se causa conflicto social y desarmonía” (2003:
1546). Se desprende que la descortesía cumple la función de crear un
clima socioemocional negativo, “desarmónico” y “desequilibrante” para
la interacción. Este punto de partida ubica al trabajo de Culpeper (op.
cit.) en la línea conceptual lakoff-brownlevinsoniana para definir la
descortesía e identificar comportamientos acordes; es decir, un punto
normativista que depende de cuáles comportamientos son considerados
corteses para luego establecer en contraste los descorteses. Asimismo,
se asume cierta intencionalidad por parte de los interlocutores para
apartarse de la posición “no marcada” (lo cortés) y producir entonces
descortesía. Esto se evidencia en cuanto el autor estudia estrategias que
se valoran como ataques a la imagen social de un individuo (1996:
350), “agresiones” a las cualidades positivas que una persona reclama
para sí durante una interacción social. Tal idea se basa en Goffman
(1967: 14), quien enumera tres acciones que se pueden constituir como
posibles amenazas a la imagen: (a) acciones que son promovidas en la
interacción por una intencionalidad manifiesta y maliciosa por causar
un insulto9, (b) acciones incidentales que emergen de la interacción de
forma secundaria e inesperadamente10, y (c) acciones accidentales que
son productos de la impericia o desconocimiento interactivo de alguno
de los participantes del encuentro comunicativo11 (mi énfasis en a, b y
c). La noción de descortesía que maneja Culpeper (2003: 1550) se

8
De aquí en adelante, mis traducciones del original en inglés.
9
Goffman (1967: 14): ...the offending person may appear to have acted maliciously and spitefully,
with the intention of causing open insult.
10
Goffman (1967: 14): ...there are incidental offences; these arise as an unplanned but sometimes
anticipated by-product of action –action the offender performs in spite of its offensive consequences,
though not out of spite.
11
Goffman (1967: 14): ...the offending person may appear to have acted innocently; his offence
seems to be unintended and unwitting.
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 325

limita a aquéllas que contienen y/o son pasibles de una “intencionalidad


maliciosa” descripta en la opción (a). Todas las demás acciones no
constituirían “descortesía genuina” (1996: 353), sino una descortesía
simulada12 que es superficial en la interacción y que los participantes
dan por sentado su impostura. Al propugnar esta diferenciación, y
según lo entiendo, el abordaje teórico de Culpeper (op. cit.) vira inevi-
tablemente hacia un “esencialismo comunicativo” por el cual habría
ciertas “cosas” (¿maldad?) que acompañan, se hacen presentes, se ad-
juntan o simplemente son los comportamientos descorteses. Esta postu-
ra esencialista podría diferenciar casos en los cuales un interlocutor es
“descortés de verdad” de cuando es “descortés-pero-no”. La noción de
intencionalidad se sitúa en el centro de la problemática: aún cuando se
toma el recaudo de señalar grados de reconstrucción o de plausibilidad
como alcance analítico en la observación de intenciones (Culpeper,
2003: 1552), el estudio de la descortesía pasa a formar parte del vasto
problema de asignación de intencionalidades a los comportamientos
comunicativos, complicación mentalista que Goffman (op. cit.) evita
sutilmente al abarcar casos tanto “incidentales” como “accidentales”
para los comportamientos amenazantes a la imagen. Kaul ([1992]1995,
2003) ha reconocido tempranamente este problema y ha acercado un
abordaje para el estudio del fenómeno de la cortesía en donde se adscri-
be una propiedad en continuo cortesía-descortesía paralela a la fuerza
ilocutiva del acto y no meramente asociadas a determinadas estrategias
comunicativas, idea también sugerida por Lavandera (1988). Valgan
aquí dos observaciones ya realizadas por Duranti ([1997] 2000: 426):
primero, no siempre los interlocutores se orientan hacia la persecución
de un mismo objetivo en común, por lo que sus intenciones pueden
volverse muy opacas para el analista de la interacción; segundo, la
reconstrucción de posibles intencionalidades descansa no sobre los
interlocutores en sí, sino sobre las condiciones contextuales afectadas
por la interacción. Así, antes de la asignación de intenciones descorteses
a tal o cual estrategia comunicativa, se vuelve necesario determinar si
en la interacción los interlocutores se enmarcan para alcanzar un obje-
tivo en común o si, por el contrario, alguno de los mismos busca

12
Culpeper (1996: 352): mock impoliteness.
326 ARIEL CORDISCO

conseguir otro cualquiera. La descortesía no se ubica necesariamente al


nivel de las intenciones particulares de cada interlocutor, sino que se
desplaza hacia características relevantes que conciernen al contexto de
interacción y en la descripción de los factores que han repercutido en el
mismo.
Mi interés específico será entonces abordar al fragmento (1)
desde una noción de descortesía que incluya acciones tanto incidentales
como accidentales en los comportamientos comunicativos de los
interlocutores, desplazando del centro teórico las acciones intencionales,
aunque sin excluirlas. Esto es: acepto la prerrogativa por la cual, à la
Culpeper, se podría suponer la posibilidad de ciertos comportamientos
comunicativos a los que adscribir determinada intencionalidad “culposa”
(para utilizar una palabra prestada rápidamente del ámbito del discurso
jurídico); sin embargo, en este trabajo no asumo ni hago primar esa
idea de intencionalidad sobre otros comportamientos que parecen no
responder a este a priori y que consiguen sin embargo “ser descorte-
ses”. De ahí que consideraré la descortesía como efecto, en cuanto
parto de la premisa de que ciertos comportamientos pueden resultar, y
ser percibidos como descorteses, independientemente de las motivacio-
nes y/o intenciones iniciales de los interlocutores. Deseo mostrar que
estos efectos de descortesía son consecuencias del manejo por parte de
los interlocutores de distintos marcos de participación (Goffman, 1981),
los cuales responden a expectativas “no esperadas” y/o “no satisfe-
chas” y que en ocasiones pueden entrar en competencia y hasta en
conflicto. El análisis de estas expectativas supondrá no solamente al
contexto más inmediato de la interacción, sino que también referirá
casi inevitablemente a un contexto conformado por creencias, costum-
bres e ideologías, a la vez dinámico y determinado a un grupo humano
que en sincronía se diferencia de otro. Al contexto inmediato de
interacción lo identifico principalmente con la noción de marco de
Goffman, mientras que al contexto “externo” de la interacción lo rela-
ciono con la noción de contexto sociocultural que propone Bravo (2002,
2003, 2004) específicamente para el estudio del discurso de la cortesía.
Estos dos niveles contextuales ponen en evidencia las expectativas de
los interlocutores para el encuentro, las cuales se manifiestan a través
de los distintos roles adoptados en la interacción (Goffman, 1967) y
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 327

que se transparentan a través de ciertas posiciones en sus intercambios


(Goffman, 1974). Procederé entonces a describir roles en términos de
comportamientos comunicativos observados en relación con una ima-
gen de rol (Bravo, op. cit.) a fin de discriminar diferentes marcos de
participación con los cuales los interlocutores adscriben o se desvinculan.
Asumiré entonces que los comportamientos que no se encuadran den-
tro de las expectativas para la situación de visita (el marco de “lo
esperado”) pueden potencialmente ser percibidos como comportamien-
tos descorteses.

2. Lo que constituye

Se habrá desprendido de lo anterior que la noción de contexto es


para este trabajo absolutamente central e intento convertirla así en una
herramienta operativa para el análisis de (1). Para ello, considero nece-
sario presentar a continuación una discusión relativamente detallada
acerca de las diferentes acepciones que asumo para el término contexto.
Esta discusión atraviesa toda esta sección, aunque se detiene de forma
especial en el apartado 2.1. Allí reconozco la diferencia entre un contex-
to endógeno de otro exógeno y propongo ubicar en el primero la noción
de marco. Luego, y para el estudio de la (des)cortesía, argumento que es
también necesario una consideración del contexto exógeno para la situa-
ción comunicativa, que identifico como el contexto sociocultural su-
puesto por los interlocutores. De forma más específica para el estudio de
la (des)cortesía, en 2.2 repaso brevemente el concepto de imagen social
en Brown y Levinson (op. cit.) y Culpeper (op. cit.) y argumento, si-
guiendo a Bravo (op. cit.), la conveniencia de circunscribirlo a una ima-
gen de rol que informa a su vez de una imagen social básica. Finalmente,
defino lo que entiendo por rol y luego ejemplifico su empleo para la
descripción de comportamientos percibidos como descorteses.

2.1 `çåíÉxíçë,=ÉíÅ.

El concepto de marco (frame) desarrollado por Goffman (1974,


1981) no escapa a una discusión más amplia acerca de los elementos
328 ARIEL CORDISCO

contextuales a considerar en un análisis de los comportamientos


comunicativos de un encuentro dado. Las perspectivas teóricas sobre la
noción de contexto se han emprendido desde diversas disciplinas socia-
les, inicialmente propiciadas por los estudios de Malinowski ([1923]
1999), Bühler ([1934] 1961), Bakhtin (1929, 1952, 1963) y Jakobson
([1960] 1975), en los cuales se considera que el proceso comunicativo
no involucra tan sólo a los participantes del encuentro y a un código
lingüístico, sino que también otros sistemas semióticos y conjuntos de
conocimientos acerca de un estado de cosas que contiene, cohesiona y
brinda coherencia al intercambio. De forma muy general, podría afir-
mar que una postura “tradicional” entiende al contexto como algo
externo, pre-existente, más o menos estable, en el cual está depositada
la información necesaria para “cerrar” el circuito comunicativo, y al
cual los analistas se refieren para dar cuenta del evento en marcha. Más
recientemente, el contexto se entiende como parcialmente dado, cons-
truido y re-construido a través de la interacción según un objetivo (o
varios) a alcanzar por parte de los interlocutores de acuerdo a la situa-
ción en la cual se ven involucrados. Esta posición es defendida de forma
más notable por etnometodólogos y analistas de la conversación
(Gumperz, 1992; Heritage, 1984; Zimmermann y Boden, 1991;
Schegloff, 1992a, b y c, 1997, 1999), para quienes los factores
contextuales que se podrían considerar constantes se “activan” durante
la interacción según la relevancia para la estructura conversacional que
se establece. Así, Heritage (1984) y Schegloff (1992a: 194-197) diferen-
cian dos tipos de contextos: el primero es externo o “distante” a la
situación comunicativa, usualmente relacionado con elementos que com-
ponen y/u organizan el acontecer social (por ejemplo, clase, edad, géne-
ro, etnia) o que describen variables sociales más generales (por ejemplo,
poder, distancia social, ideología); el segundo es interno, próximo o
“intra-interaccional” a la situación y por el cual los participantes pue-
den entender y actuar de forma acorde al evento, episodio o secuencia
comunicativa en progreso. Este segundo tipo de contexto se realiza a
través de una dimensión material (cotexto y elementos del entorno
físico de la interacción) y de una dimensión abstracta (conocimientos
compartidos, suposiciones acerca de las actividades en progreso, expec-
tativas sobre las actividades a desarrollarse, temas tratados, institucio-
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 329

nes, etc.). Schegloff asevera (1992a: 195) que estos dos tipos de contex-
tos no son “disjuntos”, y hasta pueden solaparse, pero adscribe sola-
mente al contexto intra-interaccional una característica “discursiva” en
tanto que “estratégico” y potencialmente “transformativo”. Según este
autor, los factores contextuales de la interacción son establecidos por
los propios interlocutores, quienes configuran estos factores momento-
a-momento según las consecuencias procedimentales para el intercam-
bio. De tal manera, el contexto ocurre por los comportamientos
comunicativos de los interlocutores –ya por conocimientos comparti-
dos, ya por expectativas– y no (o no tanto) por variables apriorísticas.
Esta posición teórica asume una relación interna y dialógica entre con-
texto e interacción, nociones que se co-constituyen y que se actualizan
a medida que avanza el intercambio comunicativo. Es en este tipo de
contexto (endógeno, interno, intra-interaccional, discursivo) donde ubi-
co la idea de marco.
De acuerdo con Tannen y Wallat ([1987] 1999), los distintos
usos del término marco coinciden en referir a ciertas “estructuras de
expectativas” por las cuales los participantes de un encuentro orientan
sus comportamientos comunicativos. Estas estructuras pueden enten-
derse desde dos ángulos: el primero supone un marco de interpretación
que establece “lo que está pasando en la interacción, y sin los cuales
ningún enunciado (o movimiento o gesto) puede interpretarse” (pág.
348); el segundo presenta la noción de esquemas de conocimientos, por
las cuales se representan “las expectativas de los participantes en cuan-
to a las personas, objetos, eventos y entornos del mundo, de forma
diferenciada a los alineamientos que se negocian en una interacción
particular” (pág. 349). Por un lado entonces, el concepto de marco da
cuenta de las relaciones sociales e interpersonales de los interlocutores
desde una perspectiva socio-interaccionista, mientras que al mismo tiem-
po se asume que estas relaciones son propiciadas y contenidas por
esquemas cognitivos traídos a la interacción por cada uno de los parti-
cipantes de un encuentro. Goffman (1981) supone al marco conjunta-
mente con la noción de “posicionamiento” (footing), el cual precisa
como los alineamientos, configuraciones, actitudes y/o proyecciones del
“Yo” (self) de los participantes para establecer, mantener y cambiar sus
relaciones interpersonales durante el encuentro. Hablar del posiciona-
330 ARIEL CORDISCO

miento es una forma de representar cómo se (re)crean las actividades


sociales y comunicativas en desarrollo durante la interacción, además
de sugerir que las mismas forman parte de una estructura de participa-
ción más amplia (Schiffrin, 1993: 233). Un cambio de posición marcará
o señalará un cambio en el marco de interpretación, según cómo “se
administra la producción o la recepción de un enunciado” (Goffman,
1981: 128). Los cambios de posicionamientos/marcos pueden producir-
se de forma constante en la interacción y son usualmente marcados por
elementos lingüísticos y paralingüísticos. Gumperz (1992: 230) habla
de un proceso de “contextualización” (contextualization) que relaciona
los comportamientos comunicativos de los participantes con sus cono-
cimientos adquiridos a través de la experiencia, proceso que les permite
presuponer el devenir interaccional y evaluarlo “en-línea” de forma
acorde. Este autor detalla que la contextualización se identifica a través
de ciertas “pistas” propiciadas por la actividad comunicativa, en las
que se incluyen rasgos prosódicos, elementos paralingüísticos, elección
de código, y elección de formas léxicas o formulaicas. Los participantes
reconocen estas pistas a través de mecanismos inferenciales con distin-
tos niveles de generalidad: el primero, ubicado en un plano perceptual,
abarca cómo las señales auditivas y visuales son percibidas y
categorizadas de acuerdo con el manejo de información en la interacción;
el segundo hace referencia a evaluaciones locales sobre el orden secuencial
de los intercambios comunicativos; y el tercero, más general, apunta a
lo que se espera para la interacción en un momento dado, expectativas
que proporcionan indicios acerca de “posibles resultados sobre un in-
tercambio, sobre temas adecuados, y sobre la calidad de las relaciones
interpersonales” (Gumperz, 1992: 233). Los participantes señalan en-
tonces sus marcos de interpretación a través de pistas que tanto pueden
ser unidades discretas, a un nivel empírico, como por mecanismos
inferenciales para el procesamiento de la información. El aspecto
cognitivo en la noción de marco asume la existencia de constructos o
modelos mentales, los cuales son representaciones subjetivas que inci-
den directamente en la producción y en la comprensión comunicativa.
Según van Dijk (1997: 16), estos modelos mentales subjetivos permiten
dar cuenta de “la variación personal y de la subjetividad, además de
explicar cómo las estructuras sociales pueden influenciar estructuras
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 331

discursivas ‘vía’ la mente de los sujetos sociales”. La idea de marco


intenta dar cuenta no solamente de cómo los participantes establecen y
administran relaciones interpersonales, sino que también cómo asignan
y aprehenden distintos sentidos en y de la interacción. Esto brinda una
base para asumir que determinados comportamientos cumplen con las
expectativas de los interlocutores mientras que otros no lo hacen y que
estos últimos, al salirse del marco de lo asumido, pueden potencialmen-
te ser percibidos como descorteses. Tomaré especialmente este aspecto
para exponer los efectos de descortesía que encuentro para (1).
La discusión me lleva otra vez a referirme sobre la distinción
anteriormente abordada entre contexto intra-interaccional y contexto
externo o “distante”. Si bien estoy de acuerdo en asumir un contexto
local, dinámico, relevante, co-construido por los interlocutores a través
de cada uno de sus intercambios y por el cual expresan, organizan, y
llegan a entendimientos acerca de lo que dicen y hacen, privilegiar en el
análisis este contexto por sobre otro más amplio no ha pasado sin ser
observado por numerosos autores. Las referencias más directas son los
polémicos intercambios entre Wetherell y Schegloff (1998) y entre Billig
y Schegloff (1999), tensiones críticas también contenidas en Duranti
(1988), Schiffrin (1988), van Dijk (op. cit.), Tracy (1998), Linell y
Persson Thunqvist (2003), y todas ellas a la vez engendradas en Goffman
(op. cit.). Los anteriores trabajos refieren que los participantes de un
encuentro interaccionan a partir de ciertos “lugares” sociales, cultura-
les, políticos, institucionales, ideológicos, etc., con diferenciales en cuanto
a simetrías, privilegios, derechos, prerrogativas, afiliaciones, etc. Estos
lugares y sus diferenciales se ponen en juego durante la interacción
como una verdadera “coreografía” (Aronsson, 1998) que a un nivel
local ratifica o rectifica un orden social asumido por los participantes.
Desde esta perspectiva, la propiedad endógena o exógena asignada a un
contexto no es más que metodológica (Pomerantz, 1998: 131) y sirve
fines de rigurosidad analítica. Esto argumenta a favor de una definición
y explicación del fenómeno de la descortesía tomando en consideración
al contexto sociocultural como verdadera herramienta de análisis y no
simplemente para “situar” un texto (Placencia y Bravo, 2002). Las
observaciones en los estudios de Bravo (1998a, b, c, 1999, 2003, 2004),
Hernández Flores (1999, 2002, 2003a y b, 2004) y Boretti (2001,
332 ARIEL CORDISCO

2003) vienen precisamente a plantear la necesidad de recurrir a la


información extralingüística que brinda un contexto sociocultural dado
para la interpretación de la (des)cortesía. Estas autoras llaman la aten-
ción sobre la noción de “contenidos de la imagen social”, la cual repre-
senta la(s) concepción(es) de la realidad cognitiva, emotiva y social
negociada por los interlocutores. Bravo (2003: 104) argumenta que
para dar cuenta del fenómeno de la (des)cortesía son necesarios “los
conocimientos acerca de cómo se conciben las relaciones interpersonales
en la sociedad y/o grupo social al cual se pertenece entran en lo que
‘supuestamente’ los hablantes comparten e influencia su producción y
su interpretación”. Los “conocimientos de partida” no son variables
apriorísticas que un analista asigna a su corpus, sino que son “presun-
ciones [énfasis en el original] para interpretar los comportamientos
comunicativos desde una perspectiva de cortesía” (Bravo, 2004: 29).
Estas presunciones pueden abordarse como “hipótesis socioculturales”
que indagan tentativamente acerca de los factores contextuales que
potencialmente afectan la interlocución y que luego son confirmados o
desestimados por el análisis del material textual analizado. Así, el con-
cepto de contexto sociocultural se resignifica en el hecho de que no
solamente exige una elaboración teórica, sino que también conduce el
mismo estudio, convirtiéndose así en una herramienta metodológica
que se confirma (o se refuta) a medida que se avanza en la descripción
de los comportamientos (des)corteses. La propuesta de utilizar hipótesis
socioculturales como herramientas analíticas no supone, ni es su objeti-
vo, construir categorías inadecuadamente generales, sino que constituye
un esfuerzo por develar críticamente el contexto que los interlocutores
están utilizando para producir comportamientos con efectos de cortesía
según las percepciones particulares de un grupo humano. Al respecto,
Boretti (2001) afirma que las hipótesis socioculturales referirían en últi-
ma instancia, y de forma más general, a un conjunto de valores que
bien podría ser parte de una “ideología” compartida por los
interlocutores, la cual se transparentaría a través de sus comportamien-
tos comunicativos. El análisis de (1) intentará dar cuenta de un conjun-
to de características particulares y generales que describan esos com-
portamientos, lo cual no deja de referirse a ciertas características enten-
didas a manera de hipótesis para ser sometidas a verificación en otros
corpus y con otra metodología.
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 333

2.2 Iã~gÉå,=êçä,=ÇÉëÅçêíÉëí~

Mencionaba en la introducción que el modelo de Culpeper (op.


cit.) para la descortesía se centra en considerar ataques a la “imagen
social” de los interlocutores. Desde Goffman (1967: 5), el concepto de
imagen social (face) se define como los valores sociales positivos que un
individuo reclama para sí, de acuerdo a cómo se posiciona en un en-
cuentro respecto de los demás participantes. La imagen social es enton-
ces “relativa” entre los interlocutores y sus comportamientos
comunicativos se orientarán a protegerla y/o a salvarla, según las ex-
pectativas comprometidas durante el devenir conversacional. Dentro
del campo de estudio de la cortesía, Brown y Levinson (op. cit.) recono-
cen los aspectos “positivo” y “negativo” para la noción de imagen
social, aspectos que expresan necesidades universales propias de cada
individuo, independientemente de su lengua o sociocultura. Estos auto-
res proponen entonces distinguir entre una “cortesía positiva” y otra
“cortesía negativa”: la primera se compone por un conjunto de estrate-
gias comunicativas que apuntan a satisfacer en el interlocutor el deseo
de que sus acciones sean compartidas y apreciadas por los demás,
mientras que la segunda agrupa estrategias en las cuales se formula el
deseo del interlocutor de no ser impedido en sus acciones13. Por su
parte, Culpeper (op. cit.), en tanto entiende que el modelo de Brown y
Levinson (op. cit.) no brinda elementos comprensivos para el análisis de
la descortesía (2003: 1547-1548), propone complementarlo en una re-
lación inversamente directa al mismo. Así, identifica una descortesía
positiva, destinada a dañar la imagen positiva del destinatario y que
tiene su realización en estrategias comunicativas como ignorar, desco-
nocer, excluir al Otro, y una descortesía negativa, que apunta a dañar
la imagen negativa del destinatario por medio de estrategias tendientes

13
Brown y Levinson (1987: 69) señalan cinco superestrategias por las cuales se intenta mantener
la imagen social del destinatario ante un acto amenazante a la imagen (face threatening act),
ordenadas en relación directa con el grado de amenaza. Directa (Bald on record): el acto de
amenaza a la imagen se realiza de manera directa, sin actividad de cortesía. Cortesía positiva:
estrategias que apuntan a satisfacer los deseos de imagen positiva del destinatario. Cortesía
negativa: estrategias que apuntan a satisfacer los deseos de imagen negativa del destinatario. Off-
record: el acto amenazante es realizado de forma ambigua. Sin realización: no se realiza el acto
amenazante.
334 ARIEL CORDISCO

a atemorizar al Otro por medio de amenazas, ridiculizando o desairan-


do al Otro, o asociándolo con nociones o eventos negativos14. El pro-
blema que encuentro en conceptuar la descortesía desde Culpeper (op.
cit.) no se limita a una definición inadecuadamente restringida, sino que
también abarca la propuesta de distinguir entre una descortesía positiva
y otra negativa. Desde mi punto de vista, esto implica reproducir los
mismos problemas teóricos y metodológicos marcados oportunamente
para el modelo de Brown y Levinson (op. cit.). Un número considerable
de investigadores han señalado que la división de la imagen social
propugnada por Brown y Levinson (op. cit.) no deja de responder a
contenidos socioculturales específicos y que, por tanto, la supuesta divi-
sión está marcada por cierto “etnocentrismo” que no solamente sesga
los resultados de estudios sobre socioculturas no-anglófonas o no-occi-
dentales15, sino que hasta puede conducir a conclusiones falsas (Bravo,
1999: 162). Matsumoto (1988, 1989, 1993), Ide (1989), Gu (1990),
Blum-Kulka (1992), Nwoye (1992), Strecker (1993), Eelen (2003),
Terkourafi (2004), entre otros, ponen en evidencia la “sensibilidad”
social y cultural que el concepto teórico de imagen social adquiere en
cada grupo humano, y que, en consecuencia, resignifica los intercam-
bios percibidos, por ejemplo, como corteses o descorteses. Bravo (2004)
revisa los problemas que acarrea la noción de imagen social en su
aplicación para los estudios de la cortesía y asevera que “las mayores
dificultades se presentan cuando queremos profundizar en la idiosincra-
sia de un particular grupo de hablantes en lo que refiere a manifestar y
percibir cortesía”. Como esta autora señala, las dimensiones “negativa”
y “positiva” en la imagen social han sido blanco de numerosas objecio-
nes, reformulaciones y refutaciones con base empírica, poniéndose de
manifiesto una tensión entre universalidad y relatividad en los abordajes

14
Culpeper (1996: 358) enumera las siguientes superestrategias para expresar descortesía. Des-
cortesía directa: el acto amenazante se realiza de forma directa, clara y sin ambigüedades, con la
intención de atacar la imagen del interlocutor. Descortesía positiva: el uso de estrategias para
dañar la imagen positiva del interlocutor. Descortesía negativa: el uso de estrategias para dañar la
imagen negativa del interlocutor. Sarcasmo o cortesía simulada: el acto amenazante se realiza de
forma insincera o falsa, en donde el acto amenazante se realiza de forma indirecta, mediante una
implicatura. Sin realización de cortesía: ausencia de estrategias de cortesía en situaciones donde
son necesarias.
15
Zimmermann (este volumen) habla también de “sociocentrismo”.
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 335

teóricos. La idea es entonces tomar al concepto de imagen social desde


la sociocultura que la contiene, la define y la manipula para acotar de
forma más acabada los comportamientos comunicativos (des)corteses
en juego y llegar así a un entendimiento más apropiado de los mismos.
Así, y para que la noción de imagen social sea más adecuada al
momento de brindar explicaciones sobre comportamientos (des)corteses,
retomo dos propuestas teóricas de Bravo (op. cit.). La primera supone
una imagen social básica, subordinada a la de imagen social, y que
daría cuenta de “una imagen consensuada y extendida a la sociedad de
pertenencia que estaría ‘supuestamente’ en conocimiento de los hablantes
de una lengua, ya sea que la asuman o no” (2004: 28): se presume
entonces que los interlocutores se orientan por esta imagen social bási-
ca para guiar sus comportamientos comunicativos. De forma relaciona-
da, la segunda propuesta es reconocer también que los interlocutores
asumen determinados roles que proyectan sus correspondientes imáge-
nes de rol para expresar necesidades acordes a las distintas situaciones
del devenir social. Entiendo por rol las posibles “presentaciones”
(Goffman, 1967) que un individuo realiza de sí para una situación
social particular y en relación con otros individuos: comprende lo que
correspondería hacer según el evento comunicativo en marcha y según
la posición relativa que se tenga y/o se adquiera respecto de los demás
interlocutores. Según discutí en el apartado anterior, esto supone un
conjunto de conocimientos o de supuestos del entorno social y cultural
de la interacción, conjunto que guía no solamente los comportamientos
comunicativos de un interlocutor, sino que también cómo esperar que
se comporten los demás participantes del encuentro. De esta manera, el
rol está doblemente condicionado por las variables de un contexto
sociocultural dado y por las necesidades de imagen puestas en juego en
la situación: no serán las mismas necesidades de un interlocutor en su
rol de “amigo” (en una charla informal en un café, por ejemplo) que en
una situación laboral formal donde tiene el rol de “compañero de tra-
bajo” o incluso de “jefe” (en una oficinal o reunión de negocios, por
ejemplo). El conjunto de roles de un individuo puede ser tan variable
como factores socioculturales y situacionales pertinentes al mismo pue-
dan enumerarse, por lo que la delimitación de los mismos estará conve-
nida por la perspectiva del analista en su estudio. Se puede argumentar
336 ARIEL CORDISCO

la existencia de roles que responden a variables “macro” como género,


edad, status, grupo, e inclusive a variables “micro” como los compor-
tamientos momento-a-momento de un individuo durante la interacción.;
por ejemplo, en Ide (1989), Mao (1994) y de Kadt (1998) se vislumbra
un manejo de los roles desde el status social de los sujetos de estudio.
Como aseguran Goffman (1961: 76) y Scollon y Scollon (1995: 34), el
objetivo del análisis no es estudiar todo el abanico posible de roles, sino
aquéllos que se perciben como incidentes en una situación definida y
que mejor responden al comportamiento que se intenta describir.
Metodológicamente (Zimmermann, 1998; Bravo, op. cit.;
Hernández Flores, 2002; Häggkvist, 2002), distingo tres niveles o “ti-
pos” de roles: aquéllos que son más o menos permanentes debido a
características socioculturales y generalmente relacionados con el géne-
ro, la edad, la nacionalidad, entre otros, de los interlocutores (por
ejemplo, se podría distinguir un rol de “hombre”, “anciano”, “extran-
jero”, etc.); luego aquéllos que se limitan a una situación concreta de
interacción (por ejemplo, alumno, anfitrión, espectador, conferencista);
y finalmente, aquéllos que están determinados por la dinámica discursiva
de la interacción, los cuales son muy transitorios y cambiantes (por
ejemplo, en el acto de recriminar: el recriminador y el recriminado).
Según entiendo, los roles discursivos son los que están en mayor cerca-
nía con la producción del material lingüístico orientado a marcar las
evaluaciones de los participantes sobre sus comportamientos
comunicativos y, así, contextualizarlos. De allí que me interesa dar
cuenta de los roles discursivos, ya que darán una primera aproximación
a los comportamientos que producen efectos de descortesía. Para ello,
me importa caracterizar roles que evidencien comportamientos para
satisfacer, reclamar o presentar diferentes necesidades de imagen según
cómo se presentan los interlocutores en sus roles. Por ejemplo, si vuelvo
a considerar los siguientes intercambios del fragmento (1),

20 Mauricio. El Lustra Valdés tenía una hija: María Esther.


21 Federico. No me acuerdo.
22 Mauricio. Trabajaba de sirvienta aquí en el barrio.
23 Federico. Una grandota que...
24 Mauricio. No. Era delgadita.
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 337

puedo interpretar que en (20), (22) y (24) Mauricio presenta reiterada-


mente ciertos datos sobre una persona (“María Esther”), con el objeto
de (a) informar con detalles (interpreto: “El Lustra Valdés tenía una
hija que se llamaba María Esther, vivía en el barrio, trabajaba de sir-
vienta y era delgadita”), y (b) hacer recordar (interpreto: “Según todos
estos datos, ¿recuerda ahora a María Esther?”). Los comportamientos
de Mauricio son tanto informativos como exhortativos y apuntan a
mostrar una necesidad de imagen por la cual se desea que Federico
recuerde a alguien. Por su parte, Federico en (21) niega recordar a
María Esther (interpreto: “A pesar de todos esos detalles, no la recuer-
do/conozco.”) y en (23) solicita más detalles para confirmar a quien
cree haber recordado (interpreto: “Según lo que yo recuerdo, ¿me pue-
de confirmar si se trata de alguien grandote?”). Los comportamientos
de Federico apuntan a negar que recuerda, aunque también colabora
con su interlocutor en un esfuerzo por satisfacer sus deseos. Las necesi-
dades de imagen de rol de Federico se centran en su deseo por mostrar-
se cooperativo, aunque afirma al mismo tiempo su imposibilidad de
acceder y/o cumplimentar la solicitud de su interlocutor.
Centrar el análisis en los roles discursivos de los participantes
configura entonces comportamientos destinados a evidenciar y justifi-
car necesidades de imagen negociadas durante la interacción. Conside-
ro que los roles discursivos son “pistas” que orientan hacia posibles
configuraciones de roles situaciones y sociales: el hecho de que Federico
se muestre cooperativo ante el pedido de Mauricio puede explicarse
desde su rol situacional de “anfitrión” en la situación de visita, lo cual
a su vez puede estar abarcado por un rol social más amplio y general
que puede o no emerger de la situación. Dar cuenta de la articulación
entre los distintos roles de los interlocutores informa a su vez acerca de
los marcos de participación en juego durante la interacción, juego que
como desarrollo a continuación puede generar efectos de descortesía.

3. Lo que describe

En esta sección describo los comportamientos comunicativos en


(1) desde tres perspectivas. En 3.1 sitúo el texto con los intercambios
338 ARIEL CORDISCO

que inician la visita para así dar cuenta de las características


comunicativas particulares a la situación y a los roles que se confor-
man. En 3.2 describo de forma más sistemática los comportamientos
que observo para (1) y las imágenes de rol que estos comportamientos
estarían proyectando. En 3.3 identifico los cambios de roles y de mar-
cos de participación.

3.1. bå=ëáíì~Åáóå

Mauricio llega a la casa de Federico: un total desconocido al que


luego de unos breves intercambios se lo invita a pasar a la sala de estar
y a tomar asiento. En el texto que transcribo en el Anexo encuentro
este intercambio:

([...] Federico se enfrasca en la radio. Un instante después suena el timbre de calle.


Federico se toma el tiempo necesario hasta que se dispone a atender.)
Federico. ¿Quién es? (Escucha.) Sí, soy yo. ¿Y usted quién es?
(Desde afuera se oye una voz.)
Federico. El nombre nada más. (Escucha.) ¿Mauricio...? ¿Donde vive, Mauricio?
(Tiempo. Impaciente:) El barrio... Dígame el barrio donde vive. (Escucha y
repite:) Mauricio, de Caballito. (Abre la puerta.) Pase.
(Tímidamente ingresa Mauricio, un hombre formal, de algo más de cincuenta años.)
Federico. ¡Pero, pase! (Le indica.) Siéntese, Mauricio de Caballito. Espere. (Está
escuchando algo por la radio.) ¡Increíble! Están explicando por qué las jirafas
tienen el cuello largo. (Tiempo.) Motivos sexuales. ¿Usted se lo hubiera ima-
ginado? Con la radio uno aprende. (Mira a Mauricio.) ¿Ocurre algo?
Mauricio. Me llama la atención su confianza. Me dejó entrar a su casa sin preguntar-
me nada.
Federico. Le pregunté el nombre y el barrio. ¿Qué más tenía que saber?
Mauricio. No sé...
Federico. Mauricio, de Caballito. Con eso me basta. (Tiempo.) Además usted tiene
una voz sincera. Eso me da confianza. (Tiempo.) Siéntese.
Mauricio. La gente en general no le abre la puerta a cualquiera. Tienen miedo.
Federico. Porque ven mucha televisión. Están asustados. Los que escuchamos radio
tenemos otra mentalidad. Desarrollamos el oído. Cuando usted preguntó de-
trás de la puerta: “¿El señor Stancovich?”, yo dije: es de confianza. ¿Cómo se
llama? Mauricio. ¿De qué barrio es? De Caballito. Es un tipo confiable. Y le
abrí la puerta. [...]

La interacción, preliminar a (1), brinda indicios que describen


la situación comunicativa inaugurada, las posiciones que adoptan cada
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 339

uno de los interlocutores y los roles situacionales que se conforman a


medida que avanza la conversación. La situación que se crea, más
allá de la extrañeza de Mauricio, es la de una “visita” con roles
situacionales acordes: esta actividad supone que los participantes guia-
rán sus comportamientos según un marco de participación por el cual
atenerse y con un objetivo interaccional en común más o menos
estable, más o menos explícito. Para Federico, es suficiente conocer el
nombre y la procedencia del visitante para adscribirle el rol de invita-
do y adoptar para sí el rol de anfitrión, presentación que Mauricio
acepta y cuyos comportamientos se corresponden al mismo. Es desde
el rol de anfitrión que Federico permite ingresar a Mauricio, además
de invitarlo a sentarse y a iniciar una conversación (comenta de for-
ma casual lo que está escuchando por su radio). Para ambos
interlocutores, esto es una indicación de confianza entre ellos, hecho
que, desde la perspectiva de Mauricio, Federico le concede demasiado
presurosamente. Mauricio dice: “Me llama la atención su confianza.
Me dejó entrar a su casa sin preguntarme nada.” Le llama la atención
porque hay un cambio repentino de marco, de posición, de rol: sin
mucha dilación, Mauricio pasa de ser un perfecto extraño a alguien
que es tratado con la mayor cordialidad en un espacio cercano, priva-
do, íntimo. Esto lo deja sin palabras hasta que logra pasar de ser una
“visita desconocida” a un “invitado” para el encuentro. Federico le
pregunta “¿Ocurre algo?” en un intento por controlar los marcos,
asegurar su posición: interpreto “¿Estoy hablando con un desconoci-
do o con mi invitado?”. Federico controla su posición porque lo
primero supondría una situación a ser desarrollada de forma
transaccional, distante, desconfiada; lo segundo una situación en la
cual las relaciones interpersonales se ponen de manifiesto y en donde
se las refuerza a través de ofrecimientos (“Pase”, “Siéntese”), mues-
tras de consideración (“¿Ocurre algo?”, “¿Qué más tenía que sa-
ber?”), y ensalzamiento del Otro (“…usted tiene una voz sincera”,
“Es un tipo confiable.”). Federico define a la visita desde el segundo
lugar y es a partir de la misma por la cual requiere una confirmación
de su interlocutor. Mauricio entonces da su explicación y entra en
rol, o al menos aparenta terminar el desplazamiento. Desde el princi-
340 ARIEL CORDISCO

pio del evento, encuentro una tensión desconocido-invitado / mío-


nuestro, expresada fundamentalmente por Mauricio, la cual estará
también contenida y desarrollada en (1) y que será el puntapié inicial
(la cosa que se “entre-mete”) para propiciar un desencuentro de mar-
cos, de posiciones, de roles.

3.2 bå=àìÉgç

Mauricio supone que podría tener un lazo familiar con su in-


terlocutor: el propósito de su visita es, en principio, descubrir cuál es
ese vínculo. De ahí la insistencia en saber quién es Federico (líneas 1-
2) y cuál fue su relación con María Esther Valdés. Ante el olvido,
comunicado a través de señales no verbales (línea 8, didascalia),
Mauricio ofrece otros datos para hacer recordar (líneas 9-10); sin
embargo, el anfitrión discurre en una larga anécdota sobre “El Lustra
Valdés” (líneas 11-19) que no incluye ni se orienta hacia lo solicitado.
Mauricio interrumpe la anécdota (línea 20) y vuelve repetidamente
hacia diferentes aspectos de María Esther (líneas 22, 24, 27) para
describir un perfil de la misma y hacer caer en cuenta al interlocutor.
Estos esfuerzos se ven correspondidos por Federico, quien colabora
aportando datos para ratificarlos y así ubicar a la mujer en cuestión
(líneas 23, 25). Desde el nivel interaccional, y en tanto que se suman
esfuerzos para realizar una tarea en común (“recordar a María Esther”),
la interlocución se desarrolla en estrecha correspondencia: Mauricio
ayuda a hacer recordar y Federico intenta recordar. Desde esta pers-
pectiva, entonces, se puede argumentar que la interacción está centra-
da en una actividad desarrollada a partir de comportamientos
comunicativos corteses entre anfitrión e invitado. Sin embargo, el
texto evidencia señales de una interacción que, a pesar de los compor-
tamientos corteses, se conforma un discurso orientado a contener y
provocar efectos de descortesía. Para hacer emerger este discurso, es
necesario explorar más de cerca cada intercambio durante la interacción
e interpretar al mismo tiempo qué imágenes de rol se proyectan y
están en juego. En la tabla 1 ordeno esta exploración.
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 341

Tabla 1. Comportamientos comunicativos e imagen de rol.

Nombre Texto Comportamientos: imagen de rol


¿Usted es el señor Stancovich... el Ruso Stancovich... el que Continuar conversación, solicitar confirmación:
Mauricio.
jugaba muy bien a la paleta? mostrarse interesado por el anfitrión.
Acceder a la solicitud del invitado, responder:
(Federico hace un gesto de confirmación. Las risas siguen.)
mostrarse considerado.
Continuar la conversación, preguntar por intereses
¿A usted le divierte la televisión?
Federico. del invitado, cambiar de tema: mostrarse amable.
Admitir cambio de tema, disculparse: mostrarse
Disculpe... (Cambia.)
atento, amable.
Sí... jugaba muy bien. Era el mejor del barrio. Volver al tema, confirmar: mostrarse considerado.
Si usted es el señor Stancovich, el ruso Stancovich... que
Mauricio. jugaba muy bien a la paleta, se debe acordar de María Esther Solicitar información: mostrarse inquisitivo
Valdés.
Federico. (Federico no se acuerda.) Responder: mostrar que no se recuerda.
La hija del Lustra Valdés... (Le aclara:) El Lustra Valdés...
Brindar detalles, aclarar, insistir: mostrarse
Mauricio. Lustraba los zapatos aquí en la estación Colegiales. Hace
inquisitivo.
muchos años.
Ah, sí... El Lustra Valdés, sí. ¿Cómo no me voy a acordar del
Lustra Valdés? Tenía la parada en el andén que va para el
centro... Un maestro, el lustra Valdés. Ya no hay lustradores
así. Lo mató el tren. Por perfeccionista. El guarda tocó el pito y
Intentar recordar, responder, narrar, alejarse del
el cliente le dijo: ”Dejá Lustra... Se me va el tren”. Y salió
Federico. tema: mostrarse colaborativo, esforzado por
corriendo. Y el Lustra Valdés detrás de él... ”la última pasada
recordar.
de cepillo, caballero... la última pasada, caballero”. El cliente se
paró en el estribo con el pie hacia adelante... El tren arrancó...
y el Lustra Valdés cooriendo por el andén le dio la última
cepillada... No se dio cuenta que el andén se terminaba y...
Interrumpir, volver al tema, insistir, repreguntar:
Mauricio. El Lustra Valdés tenía una hija: María Esther.
mostrarse inquisitivo e insistente.
Responder: mostrarse colaborativo aunque menos
Federico. No me acuerdo. interesado por María Esther que el anterior Lustra
Valdés.
Insistir, brindar más detalles, repreguntar:
Mauricio. Trabajaba de sirvienta aquí en el barrio.
mostrarse inquisitivo e insistente.
Responder, brindar datos, solicitar confirmación:
Federico. Una grandota que...
mostrarse colaborativo, esforzado.
Rectificar, brindar más información, repreguntar:
Mauricio. No. Era delgadita.
mostrarse inquisitivo e insistente.
Ah... la morocha... que andaba siempre con dos o tres hijos a Responder, brindar más datos, solicitar
Federico.
cuestas... confirmación: mostrarse colaborativo, esforzado.
Rectificar, brindar más información, repreguntar:
Mauricio. Tenía catorce años y era rubiecita.
mostrarse inquisitivo e insistente.
Desistir: mostrar que no se recuerda pese a los
Federico. La verdad... esfuerzos, a la vez que colaborativo y
considerado.
Brindar más datos, repreguntar, esperar
Tenía un defecto en la mano...
confirmación: mostrarse inquisitivo.
Mauricio.
(Junta los dedos de la mano derecha para ilustrar una
Graficar/imitar: mostrarse insistente.
limitación.)
(Reacciona con alegría.) Ratificar la imitación: mostrar que se recuerda.
¡La Lauchita! ¡Pero sí! ¿Se llamaba María Esther? Los chicos Informar: mostrarse interesado, alegre,
Federico. del barrio le decíamos la Lauchita. ¡La Lauchita! Sí, ahora me complaciente al satisfacer los requerimientos del
acuerdo. ¡Éramos chicos..! invitado.
¿Qué se habrá hecho de la Lauchita? Preguntar: mostrarse amable.
Mauricio. Vengo de su entierro. Informar: mostrarse directo.
¿Murió? Pobre Lauchita. Joven... Más joven que yo, seguro. Preguntar, informar: mostrarse sorprendido,
Federico.
¿Usted la conoció? considerado.
Mauricio. Soy el hijo. Informar: mostrarse directo.
Federico. Mire usted... Aceptar: mostrarse evasivo.
(Tiempo. […])
Federico. […] ¿Así que usted es el hijo de la Lauchita? Retomar la conversación: mostrarse atento.
Mauricio. Soy el hijo de María Esther Valdés. […] Rechazar, corregir: mostrarse directo.
342 ARIEL CORDISCO

Mauricio pregunta, interrumpe, insiste; obliga casi a Federico a


retrotraerse en la memoria para sonsacarle el recuerdo de María Esther
Valdés. Lo que en un principio era petición se vuelve una apremiante
exigencia: Mauricio acorrala a su interlocutor entre la amabilidad que
juega en su rol de invitado y la apabullante insistencia de un “rol-Otro”
cuya necesidad se ve satisfecha y frustrada a la vez cuando Federico
recuerda no a María Esther Valdés sino a la “Lauchita”. El rol-Otro no es
más que Mauricio-como-hijo, un rol que se legitima al afirmar su identi-
dad con la de su madre: “Soy el hijo de María Esther Valdés” y no de la
“Lauchita”, según recuerda Federico.María Esther Valdés-Lauchita: cam-
bio de registro, cambio de rol, cambio de marco. María Esther Valdés
es el vértice por el cual se “entre-mete” la descortesía, es la bisagra que
separa los marcos de participación de los interlocutores y que opone
sus roles y necesidades de imagen.

3.3 bå-ã~êÅç

Cambio de registro: el discurso de descortesía emerge en cuanto


se consideran las diferencias en las descripciones brindadas por cada
interlocutor sobre María Esther. Mientras que Federico perfila una
imagen por medio de aumentativos (línea 23: “Una grandota que…”),
por referencias al color de piel/cabello (línea 25: “la morocha…”16), o
por exageraciones (línea 25: “...con dos o tres hijos…” y “…a cues-
tas…”), Mauricio lo hace a través de diminutivos (línea 24: “Era
delgadita.”, línea 27: “…rubiecita.”), o por referencias a variables so-
ciales más o menos estables (ocupación, línea 22: “Trabajaba de sir-
vienta…”; edad, línea 27: “Tenía catorce años…”). El contrapunto
establecido entre Mauricio y Federico

grandota ↔ delgadita
morocha ↔ rubiecita
con dos o tres hijos ↔ catorce años
a cuestas ↔ sirvienta

16
En el Diccionario del habla de los argentinos (2003, pág. 407), la palabra “morocho/a” posee
dos entradas: 1. de color que tira a negro, moreno; y, 2. se dice de la persona que tiene pelo negro
y tez blanca, y del moreno.
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 343

instaura un discurso en donde la tensión entre las referencias


discriminatorias y su resistencia elabora las condiciones preparatorias
para generar los comportamientos de Mauricio en las líneas 27, 34 y 37.
Así, la imitación de la mano tullida de María Esther (líneas 29-30) no es
simplemente una señal más gráfica para describir a una persona, sino
que muestra también a Mauricio cediendo en el contrapunto, alentando
un discurso discriminatorio iniciado por Federico. Mauricio consiente en
un discurso que contraría la imagen de su propia madre y, por exten-
sión, la suya propia. Esta imitación no sólo confirma el discurso propi-
ciado por Federico en los intercambios anteriores (líneas 23-33) sino que
también incentiva los comportamientos comunicativos subsiguientes. Ya
dentro del mismo discurso, Federico logra recordar y evocar de forma
detallada a María Esther. En un intento por volver al contrapunto, a la
resistencia, Mauricio informa sobre la reciente muerte de su madre (línea
34) y revela el estrecho lazo familiar con la misma (línea 37). Pero
Federico vuelve a recordar a la “Lauchita” (línea 40): Mauricio entonces
corrige de forma más directa el sobrenombre impuesto a su madre (línea
41). Así entonces, el contrapunto persiste y se expande

grandota ↔ delgadita
morocha ↔ rubiecita
con dos o tres hijos ↔ catorce años
a cuestas ↔ sirvienta
gesto ↔ defecto en la mano
Lauchita ↔ María Esther Valdés
olvido ↔ recuerdo

Busco más indicios sobre la orientación discursiva propiciada


por Federico anterior a (1). Encuentro en el Anexo otra anécdota. En
esta ocasión, es el hermano de Federico, Alberto, quien atiende la puer-
ta (en negritas mi énfasis):
Federico. La vez pasada tocó el timbre un boliviano y llamó [Alberto] a la policía.
Porque lo vio. Es un ladrón, gritó. Y yo le dije… escuchálo, escuchálo
primero. Dejálo hablar. Pero no. Al rato cayeron como diez patrulleros…
sirenas… reflectores… tipos de civil con armas largas… y otros con chaleco
antibalas… Y más… y más patrulleros… Y empezaron a los tiros. Y casi nos
matan a todos. Gracias a Dios al únio que mataron fue al boliviano que
venía a destapar la pileta del lavadero.
344 ARIEL CORDISCO

[…]
En la televisión todo es falso. Como cuando mataron al boliviano. Los de la
radio llegaron enseguida. La televisión, ¿quiere creerlo?, dos horas después.
¿Sabe qué hicieron? Contrataron al hermano del boliviano… le dieron unos
pesos… y le hicieron hacer de cadáver. Falso. Todo falso.

Y luego:

Federico. Yo salgo a la familia de mi madre. Los Tobías. Todos morochos. Aindiados.


Mi hermano, en cambio, es rubio. La sangre de los Stancovich.

Y después de (1), cuando se revela que María Esther Valdés fue


usada como “trofeo” para un campeonato:

Mauricio. Soy el hijo de María Esther Valdés. Hace algo más de 52 años se hizo un
torneo de paleta en este barrio… Los muchachos inventaron un trofeo. Fue
mi madre. ¿No se acuerda?
Federico. Trofeo había todas las semanas. Y siempre los ganaba yo. Yo era bueno
para la pelota a paleta.
Mauricio. Ése fue un trofeo especial. Mi madre. Nueve meses después, nací yo.
Alguien se llevó el trofeo… Y ése fue mi padre.

Cambio de marco: María Esther Valdés es el eje por el cual se


separan y se muestran irreconciliables los marcos de participación de
los interlocutores. Los intercambios que van de la línea 8 a la 28 en (1)
manifiestan la imposibilidad por parte de Federico de ratificar el pre-
tendido Yo de Mauricio, un Yo que aquí se lo debe entender en relación
con lo representa el nombre de su madre. De esta manera, los compor-
tamientos comunicativos de Mauricio parecen responder a una tensión
entre su rol de invitado y su rol de hijo. La imposibilidad de ratificar
roles se evidencia por parte de Federico al comunicar por medio de
señales verbales (línea 21, 28) y no verbales (línea 8, didascalia) que no
recuerda, al referirse extensamente sobre otra persona (líneas 11-19), o
al intentar recordar a partir de datos que resultan erróneos (líneas 23 y
25). Federico puede estar justificado ante su olvido, pero el hecho es
que Mauricio, la necesidad de su Yo-hijo, se ve frustrada y no se ratifi-
ca en el rol pretendido. Sólo después de desplazarse de un pleno y
verbalizado “María Esther Valdés” (línea 7, 10) a una imitación de la
misma (línea 29-30, didascalia), logra hacer recordar a Federico (línea
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 345

31, didascalia: “Reacciona con alegría”). No obstante, esto se realiza a


expensas de la propia necesidad de imagen proyectada por el rol de
hijo y en contra de los comportamientos que suponen este rol. Federico
empeora la situación no solamente al recordar, revelar e insistir con el
apodo animalesco impuesto a María Esther (líneas 31-33: “...la
Lauchita...”), y que es extrapolada por Mauricio con su imitación, sino
que también, y de forma más reveladora, Federico pregunta en la línea
31 “¿Se llamaba María Esther?”, no extrañado del nombre (Mauricio
ya se lo había mencionado antes) sino quizás sorprendido de que la
“Lauchita” tuviera nombre de “persona”. De ahí el quiebre en la
interacción que se produce en las líneas 34 y 37: Mauricio, al resaltar
su propia participación en el fallecimiento de María Esther (“Vengo de
su entierro”), informa no tanto de la muerte de su madre, sino del
duelo que sobrelleva (“Soy el hijo.”) y del respeto que ese duelo merece.
La revelación de Mauricio en la línea 37 cambia el clima socioemocional
de la situación: de la alegría entusiasta de Federico a un refrenado y
elíptico “Mire usted...”. Mauricio necesita solamente tres palabras para
confrontar a Federico sin evadir, minimizar o reparar la incomodidad
resultante. ¿Se puede interpretar entonces que la alegría de Federico es
una “metedura de pata”, un pas de faux causado por el desconocimien-
to de las circunstancias que afectan a Mauricio? Sin duda, pero esa
“metedura de pata” se recontextualiza a partir de los intercambios en
las líneas 27 a 30, descriptos más arriba: si Mauricio tenía alguna
sospecha sobre los comentarios discriminatorios de Federico, el pas de
faux los ratifica y los redirige hacia María Esther. Se conforma así un
discurso en donde los roles sociales, situacionales y discursivos entran
en conflicto y marcan asimismo el conflicto en el nivel de los marcos de
participación asumidos por los interlocutores.

4. Lo que interpreta

Sistematizo los comportamientos comunicativos descriptos ante-


riormente desde dos perspectivas: en 4.1 propongo roles discursivos
según comportamientos orientados a ofender, defender y/o a evadir la
imagen de rol de los interlocutores; en 4.2 entiendo que los efectos de
346 ARIEL CORDISCO

descortesía producidos evidencian “movimientos” en la imagen de rol,


los cuales son resultado de las expectativas de los interlocutores para la
situación. Explico entonces que los efectos de descortesía emergen del
juego entre un marco de “lo esperado” y otro de “lo no esperado”, que
informan a la vez de una imagen social básica a la cual los interlocutores
parecen estar refiriendo para orientar sus comportamientos.

4.1 bå=äç=ÇÉëÅçêíéë

Los efectos de descortesía presentados anteriormente pueden


sistematizarse a través de roles discursivos acordes. Culpeper (2003),
basado en estudios sobre los insultos de Labov (1972) y sobre la agre-
sión verbal de Harris et al. (1986), considera que un interlocutor, ante
un comportamiento descortés puede contestar o no al mismo. Si decide
no contestar, entonces se produce silencio y no hay mayor actividad
comunicativa. Si, por el contrario, decide contestar, entonces el interlo-
cutor puede aceptar el comportamiento (por lo que seguirán, por ejem-
plo, disculpas, excusas o justificaciones), o puede contrarrestarlo. A su
vez, esta resistencia puede realizarse de forma ofensiva o defensiva: en
el primer caso, provendrá un nuevo comportamiento descortés para
atacar a la vez la imagen social del interlocutor que atacó en primer
lugar; en el segundo caso, el interlocutor sólo defiende su propia ima-
gen y no ataca. La posible objeción a este abanico de posibilidades que
se le abre a un interlocutor enfrentado con comportamientos descorte-
ses es que, en tanto participante activo de una situación comunicativa,
se le hace virtualmente imposible no contestar o no responder al com-
portamiento descortés, inclusive si se mantiene en silencio: la situación
impone un marco de participación tal que la misma ausencia de activi-
dad verbal o no verbal, comunica. Además, y como desarrollé anterior-
mente, el propuesto par ofensivo-defensivo vuelve a centrarse de mane-
ra casi exclusiva en la intencionalidad de los interlocutores para atacar,
contraatacar o defender sus imágenes sociales, sin considerar otros com-
portamientos que potencialmente pueden producir efectos de descorte-
sía. Como aclaré en su oportunidad, no es mi propósito sacar del
análisis la noción de intencionalidad, sino incluir comportamientos que
aunque no respondan a esta noción consiguen sin embargo el mismo
objetivo interaccional. Asumo que las categorías generales ofender /
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 347

defender son adecuadas para describir comportamientos descorteses,


aunque no son lo suficientemente comprensivas. Según las interpreta-
ciones presentadas, el comportamiento comunicativo de Mauricio debe
ser considerado no solamente con respecto a Federico, sino que tam-
bién, y fundamentalmente, con respecto a la evocada María Esther: en
tanto asume el rol hijo, Mauricio evidencia un comportamiento ofensi-
vo hacia su propia madre (en el gesto imitando una limitación), pero al
mismo tiempo, y al observar que Federico propicia y extiende la ofensa,
Mauricio se comporta defensivamente hacia María Esther. En otras
palabras, Mauricio puede llegar a ofender a su madre, pero no permiti-
rá que un Otro lo haga. Para la situación de visita, el hecho de que el
invitado confronte al anfitrión sin minimizaciones ni reparaciones ubica
a Mauricio en una postura ofensiva respecto de Federico, quien como
anfitrión prefiere no darse por enterado o “escapar” a la misma. De
esta manera, se puede justificar que Federico, en tanto que anfitrión, se
comporta de una manera evasiva como estrategia para “salvar” su
imagen. Propongo entonces ampliar el par ofender / defender al conjun-
to ofender / defender / evadir para agrupar comportamientos orienta-
dos a poner en juego la imagen de rol de los interlocutores. A estas
categorías las entiendo también como roles discursivos compuestos,
dinámicos e intercambiables en la interacción, cuya naturaleza más
notable se da en su persistente fugacidad, inclusive en los intercambios
donde la intención de ataque al Otro es manifiesta. Desde esta perspec-
tiva, puedo encontrar para (1) los siguientes roles discursivos:

Tabla 2. Roles discursivos según comportamientos descorteses.


ROLES DISCURSIVOS EN CUANTO A COMPORTAMIENTOS DESCORTESES
Nombre
líneas Descripción de los comportamientos descorteses Rol discursivo
8, 21, 28 No recuerda a María Esther.
Presenta una imagen de María Esther a través de
23, 25, 26
referencias discriminatorias. Quien promueve
Federico Llama a María Esther con el mote de la la interacción de
31-33, 35, 40 forma ofensiva-
“Lauchita”.
No brinda condolencias, ni disculpas, ni muestras evasiva.
38, 40 de preocupación o desasosiego ante la muerte
de María Esther.
29-30 Imita a María Esther en un defecto físico. Quien promueve
34 Informa acerca de la muerte de María Esther. la interacción de
Mauricio
37 Informa que es el hijo de María Esther. forma ofensiva-
defensiva.
41 Corrige el sobrenombre impuesto por Federico.
348 ARIEL CORDISCO

La composición de estos roles se ven justificados en cuanto a las


necesidades de imagen insatisfechas y desvalorizadas que Mauricio perci-
be en Federico. Los comportamientos comunicativos ofensivos, defensi-
vos y/o evasivos se evidencian cuando uno u otro interlocutor pretende,
confirma o rechaza los roles tanto propios como ajenos para la situación
comunicativa y según los marcos de participación negociados. Como he
mencionado, Mauricio, al posicionarse en un rol discursivo que ofende a
la imagen de su madre, entra en conflicto con su propio rol social de hijo
presentado durante la interacción, pero al mismo tiempo hay un rol
discursivo que se muestra defensivo respecto de la imagen de María
Esther Valdés ante los comportamientos de Federico.

4.2 bå=ä~=ÇÉëÅçêíÉëí~

Considero que los efectos de descortesía en (1) se producen en


cuanto los interlocutores manejan marcos de participación que tensionan
y ponen en conflicto diferentes imágenes de rol. El comportamiento
comunicativo de Mauricio en la línea 29 (la imitación de la mano
tullida de su madre) provee un quiebre en la interacción al acceder a un
discurso que va en contra de lo admitido por el rol pretendido. Entrar
en ese discurso, a la vez que precipita los recuerdos de Federico, ratifica
también los comportamientos descorteses hacia María Esther. Salirse
de ese discurso luego de haber logrado el objetivo propuesto es posible
sólo a través de comportamientos que impliquen, por un lado, ubicar al
Yo en el rol que se intenta presentar y, por el otro, reposicionar al Otro
en el rol que se pretende reclamar. Este ejercicio de “entrada y salida”
en el discurso, reconocido como el manejo simultáneo de distintos mar-
cos de participación, identifica tres grandes “momentos” en los efectos
de descortesía: el primero se realiza cuando la insistencia de Mauricio
se vuelve una obligación para Federico, condicionando así la situación
de visita (líneas 1-28); el segundo se da cuando es el mismo hijo quien
ofende la imagen de María Esther Valdés, comportamiento “bisagra”
en la interacción (líneas 29-30); y el tercero se produce cuando un
supuesto interés por informar acerca del fallecimiento de la madre es
presentado por Mauricio como una recriminación hacia Federico, acaso
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 349

por “falta de tacto” (líneas 34-41). Estos momentos se evidencian a


través de comportamientos orientados hacia la exigencia, la ofensa y el
reproche, y son productos de los distintos roles que Mauricio trae a la
situación. De forma más general, podría justificar que se conforman
“movimientos” en las imágenes de rol, los cuales transcurren de la
insistencia a la exigencia, del respeto a la ofensa y del interés al repro-
che. Los mencionados “momentos” pueden ser elaborados al identifi-
carlos con determinado rol; por ejemplo, el par respeto / ofensa corres-
ponde a una actividad de imagen relacionada con el rol social de hijo
en Mauricio, el par insistencia / exigencia tiene que ver con el rol
situacional de invitado, e inclusive el par interés / reproche se ajusta a
algunos de los roles discursivos adoptados durante el devenir
conversacional. Los comportamientos comunicativos y sus efectos de
descortesía, así como sus “momentos”, se identifican en referencia al
discurso que de ellos emerge y que se (re)crea durante la interacción.
Sin esto, se haría difícil entrever los efectos de descortesía “entre-meti-
dos” en la interacción.
Por otro lado, y en tanto asumo que los efectos de (des)cortesía
resultan de las expectativas interaccionales de los interlocutores, puedo
diferenciar aquéllas que son esperadas para la situación de visita, y que
usualmente se orientan hacia un trabajo de cortesía, como aquéllas que
no son esperadas y que pueden llegar a desencadenar comportamientos
dirigidos a resultar en descortesía. Para la situación de visita que he
descripto, generalizo que el eje de la interacción se establece a partir de
expectativas que giran en torno de una atención desinteresada (anfi-
trión → invitado) y de un reconocimiento diligente (invitado → anfi-
trión). Los cursos de acción se orientan a distinguir la presencia del
invitado por sobre los demás, al cual se le proyecta, para utilizar una
metáfora, cierto “protagonismo heroico” en la situación. Asumo enton-
ces que negar, inclusive mitigar, ese “Yo-héroe” esperado para con el
invitado propicia condiciones que incentivan los efectos de descortesía.
De esta manera, las actividades de imagen no esperadas para los anfi-
triones incluyen el hecho de arrogarse ser el “centro de atención” del
evento, realizadas a través de estrategias comunicativas que apuntan a
desvalorizar, o siquiera a igualar, la figura del invitado. Por su parte, el
350 ARIEL CORDISCO

Tabla 3. Comportamientos del rol situacional y social esperados


y no esperados para la situación de visita.

EXPECTATIVAS DE LOS COMPORTAMIENTOS DE ROL


ROLES
Marco de lo esperado Marco de lo no esperado
Que inicie y continúe temas de
conversación acordes. Que evite, impida o rechace iniciar o
Que tenga atenciones y continuar temas de conversación acordes.
consideraciones. Que critique, desvalorice, desdiga sin
Que resalte y agasaje al invitado. atenuaciones y abiertamente al invitado.
Que vuelva a insistir por lo ofrecido si el Que se imponga o que insista de forma
Anfitrión invitado se negara a aceptar en primera inapropiada.
instancia. Que reclame atenciones, agasajos,
Que haga referencias a experiencias agradecimientos.
agradables. Que haga referencia a eventos o a
Que haga referencia a la situación y a recuerdos desagradables o que hagan
sus participantes. poner incómodo o a disgusto al invitado.
Que se muestre cómodo, a gusto.
Que evite, impida o rechace continuar
Que continúe y favorezca temas de
Situacionales

temas de conversación acordes.


conversación acordes.
Que critique, desvalorice, desdiga sin
Que valore, agradezca, reconozca la
atenuaciones y abiertamente al anfitrión.
situación y lo ofrecido.
Que exija y/o obligue al anfitrión a hacer
Que evite causar molestias: que
Invitado algo.
rechace en primera instancia lo
Que, pese a la insistencia del anfitrión, no
ofrecido.
acepte lo ofrecido sin disculpas,
Que minimice o evada cualquier
explicaciones, rodeos, etc.
confrontación y/o inconveniente.
Que fomente confrontaciones y/o
Que se muestre cómodo, a gusto.
inconvenientes.
Que se presente: nombres y lugar de Que evite presentarse, que de menos
origen y/o de procedencia. información de la requerida.
Que justifique su presencia, que brinde Que sea vago en sus requerimientos y/o
Visita
explicaciones; por ejemplo, que propósitos para el encuentro.
descono
describa su necesidad, propósito y/o Que no colabore en establecer un área en
cida
asunto para el encuentro. común con el interlocutor o que esa área
Que establezca progresivamente un sea negociada y/o construida de forma
área en común con el interlocutor. unilateral.
Que ayude a la madre. Que abandone, ignore a la madre.
Que reconozca su trabajo. Que sea abiertamente intolerante con ella.
Hijo Que retribuya sus atenciones, Que provoque confrontaciones.
Sociales

adulto consideraciones. Que reproche sus esfuerzos: que le “eche


respecto Que evite confrontarla. en cara”.
de la Que simule distancia afectiva y Que afiance distancia afectiva y emocional
madre emocional respecto de ella: que se respecto de ella: que se muestre “libre” al
muestre “independiente” al pretender asegurar indiferencia.
indiferencia.
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 351

hecho de recibir la proyección de una imagen “heroica” no implica que


el invitado deba comportarse como tal, sino que, por el contrario, se
espera del mismo su aprecio y reconocimiento por los esfuerzos realiza-
dos: arrogarse, materializar la construcción del “Yo-héroe” en un rol
que determina concretamente comportamientos comunicativos, sería por
parte del invitado conflictuar lo esperado con lo realizado ya que, si
bien el anfitrión lo posiciona en una postura “heroica”, esto no deter-
mina que el invitado deba comportarse como tal. En la tabla 3 organizo
por un lado los roles situacionales y sociales que he podido identificar
en (1) y, por el otro, las expectativas para los comportamientos de rol
respectivos.
Los comportamientos comunicativos esperados para la situación
de visita se asemejan con los que Hernández-Flores (2002) encontró
para interlocutores españoles: se esperan comportamientos que resalten
al invitado por sobre el propio anfitrión, mientras que el invitado valo-
ra los agasajos u ofrecimientos dispensados. En la tabla 3 destaco para
el invitado comportamientos de rol encaminados a “evitar causar mo-
lestias” y a “agradecer”, inclusive aún cuando se percibe que ningún
beneficio ha repercutido a favor del invitado: el anfitrión espera que el
mero encuentro sea razón suficiente para estar agradecido. De esta
manera, las expectativas hacia el invitado no incluyen críticas abiertas,
rechazos indeclinables sin minimización ni, menos aún, fomentar dispu-
tas y/o altercados, actividades que bien podrían encuadrarse en un rol
conformado por necesidades de un “Yo-héroe”.
Los comportamientos de rol evidenciados anteriormente se con-
forman a través de ciertas características contenidas en una imagen
social básica a la cual, como estimé en el apartado 2.2, los interlocutores
se adscriben o desvinculan. Esta (parte) de la imagen social puede ser
también descripta a partir de expectativas: hay una imagen social bási-
ca que se espera presentar en el evento comunicativo y otra cuya pro-
yección no se espera. Esta última es la que impulsa, entonces, compor-
tamientos comunicativos que producen efectos de descortesía durante
el intercambio conversacional. Para la situación de visita representada
en (1), podría hipotetizar acerca de esta imagen social básica de la
siguiente forma:
352 ARIEL CORDISCO

Tabla 4. Imagen social básica esperada y no esperada


para los roles situacionales y sociales en la situación de visita.

ROLES IMAGEN SOCIAL BÁSICA


Marco de lo esperado Marco de lo no esperado
Mostrarse preocupado,
Mostrarse “superior”: exaltar
hospitalario y atento a los
Anfitrión cualidades propias. Mostrar y ejercer
pedidos y/o sugerencias
poder relativo.
del invitado.
Mostrarse agradecido y
Situacionales

Mostrarse indiferente,
complacido por las atenciones
molesto y a disgusto.
del anfitrión.
Invitado Mostrarse presuntuoso: exaltar las
Mostrarse modesto con sus
cualidades propias en detrimento a
propias cualidades: exaltar las
las del anfitrión.
del anfitrión.
Mostrarse predispuesto hacia la
Mostrarse distante, evasivo, falaz:
Visita situación y el interlocutor:
afirmar distancia social y poder
desconocida establecer cercanía social y
relativo.
minimizar poder relativo.
Mostrarse considerado, Mostrarse indiferente, distante,
solidario, comprometido desafectado con la madre.
Sociales

Hijo adulto
con la madre. Mostrarse intolerante, severo,
respecto a la
Mostrarse conciliador. insensible.
madre
Mostrarse “independiente” Mostrarse “libre” afectiva y
afectiva y emocionalmente. emocionalmente.

Considero entonces que los efectos de descortesía encontrados


para el fragmento (1) se explican, en primer lugar, a partir de una
tensión entre imágenes de rol, que no solamente está en relación con un
Otro interlocutor, sino que también, y de forma primordial, con un Yo
interlocutor; en segundo lugar, según la resultante de un discurso co-
construido a partir de las informaciones socio-culturales acarreadas por
cada interlocutor. El silencio en la línea 39 es el resultado más evidente
de esta tensión de roles, de una “ansiedad de rol” que se ve imposibili-
tada por la misma interacción. Inaugura y cristaliza también un con-
texto sociocultural por el cual se mueven los interlocutores, fragmentos
de ideologías que dictan el comportamiento comunicativo de cada uno
de ellos.
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 353

5. Lo que concluye

Comencé con un silencio e intenté desandar por su densidad


comunicativa. A partir del mismo he pretendido dar cuenta de una
interacción en la cual el manejo de distintos marcos de participación
resulta en efectos de descortesía que no necesariamente tienen que ser
intencionales para lograr los mismos objetivos. Estos efectos son pro-
ducidos por los comportamientos de los interlocutores que, más allá de
sus intenciones, revelan no solamente una tensión en las imágenes de
roles del Yo en relación con el Otro sino que también en referencia con
las necesidades de imagen de rol del Yo con sí mismo. Explicitar el
discurso de un Yo que se pone en contradicción ante un Otro, o
directamente de un Yo-contradictorio, aún si estratégico, teoriza a la
vez acerca de ciertos aspectos del contexto sociocultural que enmarca a
los interlocutores y que compone fragmentos de una ideología en co-
mún sobre cómo comportarse comunicativamente. La interacción de
roles y el discurso que de allí se (re)crea configuran un escenario social
posible (lo esperado ↔ lo no esperado) para la situación de visita
(argentina), el cual “en-marca” los roles más inmediatos a la situación
(roles discursivos y situacionales) y también trastoca de forma inevita-
ble a los roles sociales asumidos/pretendidos.
Particularmente para (1), describí que el escenario social posible
representado supone una predisposición psicosocial de los interlocutores
centrada en la atención desinteresada y el reconocimiento diligente, lo
cual exige para su realización comportamientos que no siempre están
en concordancia con las necesidades de imagen de los roles. La “resis-
tencia” del rol social para satisfacer al rol situacional o al discursivo
tensiona la imagen social básica en (re)creación por los interlocutores
Cuando el rol social se efectiviza en comportamientos comunicativos
que no ratifican momento-a-momento los roles situacionales y
discursivos esperados para la interacción, cuando un “anhelo de rol” se
enfrenta a una “imposibilidad de rol”, entonces el efecto es de descor-
tesía. Es la cosa que se “entre-mete”, eso que configura el discurso
para (1) y que Osvaldo Soriano resuelve mejor en un sólo párrafo:
354 ARIEL CORDISCO

“Los personajes de Cossa –incurables individualistas- fluctúan desespe-


radamente entre la grandeza inalcanzable y el derrumbe de las quimeras.
Así, sin grandilocuencia, casi siempre a partir de situaciones triviales, el
autor traza la parábola cruel de la clase media oportunista, inescrupulosa,
arribista, capaz de devorar a los demás hasta aniquilarse a sí misma.”

6. Referencias

Academia Argentina de Letras (2003), Diccionario del habla de los


argentinos. Buenos Aires: Espasa-Calpe.
Aronsson, K. (1998), “Identity-in-Interaction and Social Choreography”,
en: Research on Language and Social Interaction, 31, 1: 75-89.
Bakhtin, M. ([1952] 1979), Estética de la creación verbal. México:
Siglo XXI.
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7. Anexo

La obra Años difíciles se estrenó en 1997 como parte del ciclo


“Teatro Nuestro” realizado en la sala Carlos Carella (ex Cátulo Casti-
llo) de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Argentina). El texto
dramático se publicó en 1999 por la editorial Ediciones de La Flor,
bajo el tomo Roberto Cossa Teatro 5.
Personajes: Federico, de 70 años; Alberto, su hermano un año
menor; Olga, esposa de Federico y “sesentona”; y Mauricio, que pasa
los 50 años. El autor sitúa a la obra de la siguiente manera:

Ámbito
Una muy antigua cada del barrio de Colegiales donde hace muchos años no se
compra un objeto nuevo. Una casa que en la década del veinte compró don Juan
Stancovich, contratista del ferrocarril. Ahora viven sus dos hijos y su nuera, maestro
jubilados.
La casa tiene varios ambientes. Lo que está a la vista del espectador es un comedor
(el clásico “lugar de estar”) que tiene salidas a la cocina, al baño, a la habitación de
Alberto y a la calle.

Esta historia ocurre a la tardecita de un día de semana cualquiera. En la casa de los


Stancovich, en el barrio de Colegiales, se cumple con la rutina diaria: Federico (anda
por los 70) escucha radio a través de unos auriculares que le tapan las dos orejas. Es
la hora en que Olga (sesentona) saca la basura a la calle. Alberto, que acaba de
cumplir los 70, mira televisión en su piaza. Olga regresa de la calle.

La situación de visita comienza luego de un cruce entre Federico


y Olga:

(Olga sale furiosa hacia la habitación. Federico se enfrasca en la radio. Un instan-


te después suena el timbre de calle. Federico se toma el tiempo necesario hasta que
se dispone a atender.)
Federico. ¿Quién es? (Escucha.) Sí, soy yo. ¿Y usted quién es?
(Desde afuera se oye una voz.)
Federico. El nombre nada más. (Escucha.) ¿Mauricio...? ¿Donde vive, Mauricio?
(Tiempo. Impaciente:) El barrio... Dígame el barrio donde vive. (Escucha y
repite:) Mauricio, de Caballito. (Abre la puerta.) Pase.
(Tímidamente ingresa Mauricio, un hombre formal, de algo más de cincuenta años.)
Federico. ¡Pero, pase! (Le indica.) Siéntese, Mauricio de Caballito. Espere. (Está
escuchando algo por la radio.) ¡Increíble! Están explicando por qué las jirafas
362 ARIEL CORDISCO

tienen el cuello largo. (Tiempo.) Motivos sexuales. ¿Usted se lo hubiera ima-


ginado? Con la radio uno aprende. (Mira a Mauricio.) ¿Ocurre algo?
Mauricio. Me llama la atención su confianza. Me dejó entrar a su casa sin preguntar-
me nada.
Federico. Le pregunté el nombre y el barrio. ¿Qué más tenía que saber?
Mauricio. No sé...
Federico. Mauricio, de Caballito. Con eso me basta. (Tiempo.) Además usted tiene
una voz sincera. Eso me da confianza. (Tiempo.) Siéntese.
Mauricio. La gente en general no le abre la puerta a cualquiera. Tienen miedo.
Federico. Porque ven mucha televisión. Están asustados. Los que escuchamos radio
tenemos otra mentalidad. Desarrollamos el oído. Cuando usted preguntó de-
trás de la puerta: “¿El señor Stancovich?”, yo dije: es de confianza. ¿Cómo se
llama? Mauricio. ¿De qué barrio es? De Caballito. Es un tipo confiable. Y le
abrí la puerta. Mi hermano, en cambio, hubiera exigido verlo. Es fanático de
la televisión. Y se equivoca siempre. La vez pasada tocó el timbre un bolivia-
no y llamó [Alberto] a la policía. Porque lo vio. Es un ladrón, gritó. Y yo le
dije… escuchálo, escuchálo primero. Dejálo hablar. Pero no. Al rato cayeron
como diez patrulleros… sirenas… reflectores… tipos de civil con armas lar-
gas… y otros con chaleco antibalas… Y más… y más patrulleros… Y empe-
zaron a los tiros. Y casi nos matan a todos. Gracias a Dios al únio que
mataron fue al boliviano que venía a destapar la pileta del lavadero. Lo mandó
la mujer del almacén que le dijo: “Andá a la casa de los Stancovich que
precisan una persona de confianza”. (Señala dos puntos de la pared.) Mire…
los balazos. ¡Y todo por no escucharlo! (Baja un retrato de la pared y se lo
muestra a Mauricio.) El abuelo… Le pegaron en la frente. Pero estaba muerto
de antes.
(Mauricio se queda mirando fijamente el retrato.)
Federico. La gente ya no se escucha. Se la pasa mirando televisión y no se escucha.
Mauricio. Así que éste es el abuelo…
Federico. El padre de mi padre.
(Mauricio mira el retrato. Mira a Federico.)
Mauricio. No se le parece.
Federico: Yo salgo a la familia de mi madre. Los Tobías. Todos morochos. Aindiados.
Mi hermano, en cambio, es rubio. La sangre de los Stancovich.
(Mauricio se ha quedado prendido al retrato.)
Mauricio. Podría ser un antepasado mío. ¿No lo nota? Tenemos un aire.
Federico. (Observa el retrato.) Tiene razón. ¡Qué casualidad!
Mauricio. A lo mejor somos parientes.
Federico. Hay Stancovichs de Parque Patricios y Stancovichs de Bahía Blanca…
Pero no tienen nada que ver con la familia. (Lo mira.) ¿Parientes, nosotros?
Nunca escuché que hubiera Stancovichs de Caballito.
Mauricio. Mi apellido es Valdés. Pero tengo la sangre de los Stancovichs. De eso
estoy seguro.
ESTUDIOS DE LA (DES)CORTESÍA EN ESPAÑOL 363

(Se produce un silencio. Mauricio se queda mirando a Federico.)


Federico. ¿Pasa algo?
(Tiempo. Del interior de la habitación llegan risas nerviosas. Claramente son las
voces de Olga y Alberto.)
Federico. (Señala la puerta.) Ah… esas risas falsas de la televisión. No lo soporto.
En la televisión todo es falso. Como cuando mataron al boliviano. Los de la
radio llegaron enseguida. La televisión, ¿quiere creerlo?, dos horas después.
¿Sabe qué hicieron? Contrataron al hermano del boliviano… le dieron unos
pesos… y le hicieron hacer de cadáver. Falso. Todo falso. ¿Pero le pasa algo?
Mauricio. ¿Usted es el señor Stancovich... el Ruso Stancovich... el que jugaba muy
bien a la paleta?
(Federico hace un gesto de confirmación. Las risas siguen.)
Federico. ¿A usted le divierte la televisión? Disculpe... (Cambia.) Sí... jugaba muy
bien. Era el mejor del barrio.
Mauricio. Si usted es el señor Stancovich, el ruso Stancovich... que jugaba muy bien
a la paleta, se debe acordar de María Esther Valdés.
(Federico no se acuerda.)
Mauricio. La hija del Lustra Valdés... (Le aclara:) El Lustra Valdés... Lustraba los
zapatos aquí en la estación Colegiales. Hace muchos años.
Federico. Ah, sí... El Lustra Valdés, sí. ¿Cómo no me voy a acordar del Lustra
Valdés? Tenía la parada en el andén que va para el centro... Un maestro, el
Lustra Valdés. Ya no hay lustradores así. Lo mató el tren. Por perfeccionista.
El guarda tocó el pito y el cliente le dijo: “Dejá Lustra... Se me va el tren”. Y
salió corriendo. Y el Lustra Valdés detrás de él... “la última pasada de cepillo,
caballero... la última pasada, caballero”. El cliente se paró en el estribo con el
pie hacia adelante... El tren arrancó... y el Lustra Valdés corriendo por el
andén le dio la última cepillada... No se dio cuenta que el andén se terminaba
y...
Mauricio. El Lustra Valdés tenía una hija: María Esther.
Federico. No me acuerdo.
Mauricio. Trabajaba de sirvienta aquí en el barrio.
Federico. Una grandota que...
Mauricio. No. Era delgadita.
Federico. Ah... la morocha... que andaba siempre con dos o tres hijos a cuestas...
Mauricio. Tenía catorce años y era rubiecita.
Federico. La verdad...
Mauricio. Tenía un defecto en la mano... (Junta los dedos de la mano derecha para
ilustrar una limitación.)
Federico. (Reacciona con alegría.) ¡La Lauchita! ¡Pero sí! ¿Se llamaba María Esther?
Los chicos del barrio le decíamos la Lauchita. ¡La Lauchita! Sí, ahora me
acuerdo. ¡Éramos chicos..! ¿Qué se habrá hecho de la Lauchita?
Mauricio. Vengo de su entierro.
Federico. ¿Murió? Pobre Lauchita. Joven... Más joven que yo, seguro. ¿Usted la
conoció?
364 ARIEL CORDISCO

Mauricio. Soy el hijo.


Federico. Mire usted...
(Tiempo. Llegan sonidos de la televisión a todo volumen.)
Federico: (Hacia la pieza.) Eh, che… Bajen el televisor. (A Mauricio:) ¿Así que
usted es el hijo de la Lauchita?
Mauricio. Soy el hijo de María Esther Valdés. Hace más de 52 años se hizo un
torneo de paleta en este barrio… Los muchachos inventaron un trofeo. Fue mi
madre. ¿No se acuerda?
Federico. Trofeo había todas las semanas. Y siempre los ganaba yo. Yo era bueno
para la pelota a paleta.
Mauricio. Ése fue un trofeo especial. Mi madre. Nueve meses después, nací yo.
Alguien se llevó el trofeo… Y ése fue mi padre.
Federico. Mire usted…

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