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LA MUJER EN EL PSICOANÁLISIS.

“La descripción del cuerpo nunca es inocente, siempre


tiene una función política. La historia del cuerpo
femenino y sus representaciones médicas está ligada, en
Occidente, a los temores y los deseos de los hombres”.

José Pedro Beltrán.

Introducción.-

La intención de este trabajo fue escuchar algunas diferentes voces en el psicoanálisis con
respecto a la obra de Freud sobre la mujer. Ver la teoría acerca de la vicisitudes edípicas, el
complejo de castración, el signo de “menos” que pasa la niña en su largo recorrido hasta ser una
mujer, y que para algunos se ha convertido en una verdad ineludible; tal vez los sea, pero, para
otros la obra del maestro ha quedado con muchas interrogantes, entonces desde lo ya
establecido se hará un recorrido en algunos de sus sentidos y en sus más abarcativos
significados, tomando distancia de la silenciosa fuerza yoica que en el psicoanálisis opera en
nosotros como teoría madre, tratando de poner quizás la misma fuerza pulsional, y el deseo que
me llevó a hacer este tema. En este juego de hipótesis se llegará a la interpretación, cuyo
concepto a decir de Etchegoyen es: “…La interpretación es siempre una hipótesis…”. También
se entendería la interpretación como un interjuego de hipótesis que aunque presuntivas aportan
una versión dialéctica, móvil, plástica y sobre todo desrigidizada. El Psicólogo Alejandro Ami
nos introduce en una dimensión del acto de interpretar como legítima necesidad humana, como
condición del ser psíquico y subjetivo que es portador de consciente e inconsciente, como
ordenador de lo que nos llega. O como lo dice Wittgenstein: “No sé qué hacer con esto”. El
sentido serio y profundo con que formula esta preposición radica en que no se trata de cualquier
trivial desconocimiento ocasional, sino de un particular desconocimiento que, aunque pareciera
irrelevante, tuviera el efecto de contaminar con dudas y cuestionamientos aspectos muy
importantes del saber o los fundamentos mismos de todo mi saber. Justamente me sentí
implicado con esta afirmación, en esos puntos oscuros, anudados, contradictorios y de difícil
aceptación que los tengo y me enfrentan a la pregunta clínica sobre la mujer. Tomando posición
desde la misma teoría analítica, y siguiendo el pensamiento de Emilce Dio Bleichmar, que al
respecto nos habla de una labor de desconstrucción y de recomposición, lo define “como una
revisión en que se puede aplicar la hermenéutica psicoanalítica al examen de la propia teoría
sobre la subjetividad femenina”. El contexto en que Freud elabora su teoría sobre la mujer, en

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qué medida sirve a las formas de poder, contribuyendo a la sujeción de la mujer, en esa época
victoriana, donde los conceptos de la mujer, el pecado, el deseo, el control de su sexualidad y
la violencia, eran diferentes; y que también influyó en los intelectuales y científicos de esa
época.

Investigar la feminidad y explorar ese “continente negro”, sigue siendo para los psicoanalistas y
los que no lo son, un desafío fascinante. La subjetividad de los individuos está formada e
influenciada por la cultura de donde se produce. Nosotros estamos formados e influenciados por
la cultura occidental, por sus filósofos como Platón, Descartes. Ambos idealistas y racionalistas
pero con diferencias: para Platón las ideas o formas son realidades inmateriales y eternas, las
cuales existen se piensen o no, y tienen existencia fuera de uno. Mientras que para Descartes las
ideas son pensamiento, actos mentales, tienen un contenido representativo al que Descartes
llama "realidad objetiva de las ideas", pero estos pensadores que crearon un paradigma, del cual
se valió la cultura de occidente para su desarrollo, desconociendo las otras culturas y sus
maneras de ser y de pensar, como la de Oriente o Asia. Los dos se consideran racionalistas, ya
que piensan que debemos servirnos de la razón y no de los sentidos (los cuales nos engañan y
de los que no debemos fiarnos) para encontrar la verdad. Los sentidos son el camino
equivocado para alcanzar la verdad, pero cada uno da un porqué.
Es así entonces que se ve que los fenómenos (anómalos) que no encajan dentro de aquello que
un paradigma puede resolver, generalmente es desconocido o cae dentro de la excepción o la
aberración. En este sentido, y sin desconocer la enorme importancia de la investigación
epistemológica, que sirve también a la vez como un mecanismo de regulación y control, es
también la que dictamina lo que es correcto y lo que no lo es.
Freud neurólogo de profesión, y como buen representante de su época, estaba inspirado del
espíritu iluminista (conocimiento intuitivo de algo) y de la filosofía positivista y solamente
confiaba en el soberano Logos y en la objetividad de la ciencia, y decía: “…en vista de los
afanes de reforma sexual, tan vivos en la cultura de hoy, no es superfluo recordar que la
investigación psicoanalítica, como cualquier labor científica, es ajena a toda tendencia”.
Entonces vemos aquí, que no es cierto para el psicoanálisis, otras ciencias que se han asignado
con el título de ciencias humanas, pueden afirmar que solo buscan la verdad objetivamente y
que están “descontaminadas” de cualquier otra influencia, porque las palabras, categorías e

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imágenes que utilizamos de una época, están cargadas de significados previos y de ideología.
Para verificar lo que se está diciendo, existe un formidable trabajo, que serviría tanto para la
filosofía, la epistemología, la sociología y la política, de Charles Sanders Peirce, escrito por el
año de 1893, titulado “La Fijación de la creencia”, nombrado en el libro “El hombre, un signo”
de Fernando Andacht 1988, donde discrepa con Descartes y sostiene que “la duda es un estado
de inquietud e insatisfacción del que luchamos por liberarnos y pasar al estado de creencia,
mientras que esto último (la creencia) es un estado de tranquilidad y satisfacción que no
deseamos ni eludir ni cambiar por la creencia en otra cosa. Al contrario, nos aferramos
fuertemente no solamente a creer, sino a creer precisamente en lo que creemos”. Es por la duda
que se pone en marcha el proceso de indagación, que solo se calma cuando se alcanza la
creencia. “Lo máximo que se puede afirmar, es que buscamos una creencia y la pensamos como
verdadera. Pero que es verdadera en relación de lo que pensamos de cada una de nuestras
creencias, y en efecto, el afirmarlo es una mera tautología”. Nos dice que hay distintos métodos
para fijar la creencia en nosotros: “la tenacidad, en donde la autorreferencia, es decir, la propia
opinión, sin la confrontación con ninguna otra, alcanza para fijar la creencia. Pero este método
va contra lo social y agrega un segundo método: el de la Autoridad, en donde la creencia tienen
como aval las instituciones: la iglesia, el partido, el estado, que administran la educación, los
conocimientos, etc., esto es común y llevado a sus extremos ha conducido al exterminio de
todo aquel, que por disentir, oponerse o ser distinto, es considerado un hereje, un disidente. En
este segundo método, en que reconoce su función imprescindible de conservar la paz y
posibilitar la convivencia, también nos señala el monstruo que anida en sus extrañas y que es el
del Autoritarismo, madre de todos los totalitarismos: “cuando en todo caso no se pueda
conseguir una aprobación de sus órdenes, se generará una masacre de todos los que piensan
distinto, esta acción se ha acreditado como un medio eficaz para establecer opinión en un país,
tanto de parte de la clase sacerdotal o una aristocracia, o un gremio o cualquier asociación de
una determinada clase, cuyos intereses dependen o se supone que dependen de ciertas
posiciones, allí se encontraran inevitablemente trazas de este producto natural del sentimiento
social; este método siempre regirá a las masas y a toda la humanidad. Si la libertad de expresión
es estar libre de trabas y formas groseras de imposición, entonces la uniformidad de opinión
estaría organizada por un terrorismo moral, al que la respetabilidad social le dará su sistemática
aprobación. Si se piensa diferente a los cánones impuestos en una institución (asociaciones de
profesionales de determinada carrera o escuela, etc.) a estos se le consideraría sacrílegos
(comisiones de ética, etcétera) y estarían expulsados por no pensar igual y no seguir los
lineamientos del reglamento. Se permitirían ciertos inconformismos, como no; pero otros

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considerados graves o peligrosos (pecados capitales) se prohibirían y castigarían. Loa mayores
benefactores de la humanidad, no se han atrevido nunca, ni se atreverían a manifestar todo lo
que piensan verdaderamente, y por lo tanto una sombra de duda a primera vista se cierne sobre
toda propuesta que se considere esencial para la seguridad de la sociedad. De modo muy
peculiar, la persecución no siempre viene de afuera, sino también de adentro; como cuando un
hombre o una mujer se atormentan así mismo, llegando con frecuencia a angustiarse al máximo
al descubrir que estarían creyendo en proposiciones que su educación no les permitiría pensar
con simpatía
El tercer método, es el que se basa en la creencia de la armonía de todas las causas y la creencia
se apoya en que es agradable a la razón, no se trata de aquello que concuerda con la
experiencia, sino de lo que estamos a creer. El pensamiento de platón sería paradigmático con
este método. El cuarto y último es el método de la Ciencia, en éste, nuestras creencias se
establecen por algo externo, que afecte o pueda afectar a cada hombre. Hay cosas reales cuya
características son enteramente independientes de nuestras opiniones sobre las mismas; estas
cosas reales afectan nuestros sentidos, siguiendo unas leyes regulares….aprovechándonos de las
leyes de la percepción (empirismo) podemos averiguar mediante el razonar (racionalismo)
como las cosas son reales y verdaderas…la nueva concepción aplicada aquí es la de la
realidad”. El método científico es quien permite una operación transformadora del mundo a
mayor alcance.
Cuando nos servimos del método de creencia científico, también operamos con los métodos de
armonía y/o el de tenacidad. Pero además como pertenecemos a grupos, entre ellos las
instituciones científicas, y las que administran los conocimientos, grupos que a su vez están
enmarcados en lo social y lo político, lo instituido tiene un peso nada desdeñable y recurrimos
permanentemente a él, para avalar las opiniones, el sentido común, lo consabido, ver los
criterios establecidos, a la referencia de los maestros, etc., es la tendencia al acatamiento, a la
obediencia y a la sumisión, a la autoridad y a todas las formas de la servidumbre voluntaria
(Etienne de la Boétie, 1549). Tomando como ejemplo la historia del movimiento psicoanalítico
y la elaboración del propio Freud, como determinados pre-supuestos ideológicos, es decir como
formas de creencias basadas en el método de autoridad y otros que forman parte de nuestra
mentalidad, y que operan consciente e inconscientemente en nosotros, se imponen en la teoría,
que no solo no es independiente de ellos, sino que forman la trama de sus fundamentos. Tomar
como ejemplo al creador del psicoanálisis, tiene la ventaja además de estar alejado en el tiempo,
de poder ver que le caen injurias de sus adversarios y a los que han sido capaces de romper sus
“mandatos” culturales que se inscriben en nuestras mentes y nuestros cuerpos ¿Qué sucederá

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con el resto de los mortales?, sabiéndose, además que toda crítica de una teoría o concepción
del mundo, no se hace de la nada.
Lo que se hizo en esta tarea, fue leer y analizar los textos de Freud sobre la mujer, como un
documento que nos habla del autor y de la mentalidad o sensibilidad de la época en que vivió.
Y además y al mismo tiempo, poner en tela de juicio todo un trabajo hecho por el maestro, que
no es tarea fácil, ya que su opinión forma parte del método de autoridad por el cual se fija una
creencia, y siempre es más cómodo y seguro usarlo como garante, que ir a cuestionarlo. Hay
maneras determinadas cuando nos posicionamos frente al pensamiento de Freud:
- Cobijarnos bajo su opinión como un Freud “dixit” (F. lo dijo), con lo cual enmudecemos
cualquier tipo de discrepancia o crítica. (Argumento a la autoridad, E, Copi 1971).
- sustentar que lo que se hace es un retorno a Freud, que se es fiel a sus principios.
- afirmar que el pensamiento de Freud fue útil hace 50 años, pero que ahora, con la evolución
de la ciencia, sus fundamentos y desarrollo están obsoletos y solo tienen un valor histórico.
Freud habla sobre la sexualidad femenina y sus aspectos que la conforman. Que sigue
siendo un tema, tanto en lo que respecta a género, a lo étnico, lo social, laboral y político. Estos
problemas aparecen hoy en la sociedad amplificados con el acontecer político junto con las
guerras que se vienen dando en contra de los países que practican mayoritariamente la “otra”
diferente religión, y que son considerados sacrílegos, herejes por no estar sometidos a la
ideología imperante de occidente. Así vemos como su teoría se va desarrollando y las
implicancias ideológicas que se van entretejiendo y formando alrededor de su teoría. Se ve la
plasticidad de su pensamiento, sus dudas, su capacidad de auto-refutarse y contradecirse, en
definitiva, de la capacidad de un pensamiento que, como todo pensamiento creador, anda a los
tumbos antes de lograr cierto grado de coherencia.
No se puede mantener vigente una clasificación del género basada en una clasificación
anatómica, ya que el género es un concepto que pertenece al universo simbólico y no a la
“anatomía”. La cual, por otra parte, no deja de ser una construcción cultural. Es indudable que
la sexualidad está marcada por la institución del género; las propias prácticas y discursos tienen
distintas connotaciones y son ejercidas diferencial e inequitativamente por los hombres y las
mujeres. La sexualidad no es aceptada ni practicada de la misma manera por unos y otras y las
diferencias conllevan jerarquías y valoraciones que hacen aceptables algunas acciones e
inaceptables otras en tanto son hombres o mujeres quienes las ejercen (Rivas, 2004).El
psicoanálisis, valiéndose de la exploración del inconsciente y de la clínica, intenta dar cuenta de
cómo las experiencias tempranas son determinantes en la estructuración de la masculinidad y
feminidad, no se puede pensar en la constitución de la sexualidad sin antes tener un

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conocimiento claro de las relaciones que establece el sujeto con el otro a lo largo de su historia
de vida. Con esto no quiero decir que las hormonas no influyan en nuestra conducta, pero
tampoco la biología determina la conducta completamente, sino son las pautas culturales las
que inciden en ella. Así como tampoco podemos caer en un reduccionismo psicoanalítico, de
considerar a la masculinidad o la femineidad como meras proyecciones en lo social de la
conflictiva edípica. La sexualidad femenina es pensada en los textos freudianos desde el a
priori de lo mismo, con sus implicancias correspondientes. Esto es la homologación de lo
genérico humano a lo masculino y un consecuente ordenamiento donde lo diferente no se ve, es
visto como complemento de lo mismo o equivale de menos. Pensar la diferencia sexual desde el
a priori de lo mismo, implica a la vez organizar los instrumentos conceptuales desde las
analogías, las comparaciones jerárquicas y las posiciones dicotómicas esgrimidas desde una
lógica binaria (compuesta por dos elementos), cuya premisa sería: “si el hombre está entero, la
mujer tiene algo de menos” (Lemoine-luccioni, 1982), a partir de allí los niños y niñas acceden
a la diferencia de los sexos, cuando descubren que los varones tienen pene y las niñas no.
Durante muchos años, desde los años 50 se asumió como una especie de práctica médica, con
la que se intentó promover la idea de la sexualidad llamada “normal”; la estigmatización del
homosexual como “perverso”, el uso del término de” inversión”, la referencia a un desarrollo
“normal” o “anormal” de la sexualidad, el olvido de la bisexualidad original a causa de
teorizaciones heterocentradas, constituyen sólo ejemplos de cómo se utilizó el Psicoanálisis
para “normalizar” el funcionamiento sexual de hombres y mujeres; La escuela pública en sus
libros destinados a la práctica de la lectura, jerarquizó la sumisión y la obediencia, como virtud
esencialmente femenina, como también los textos oficiales y únicos, que se mantuvieron sin
alterar su contenido hasta la mitad de la década del 60.
En la conferencia Nº 33, Freud nos dice: “El complejo de castración de la niña se inicia a si
mismo con la visión de los genitales del otro sexo. Al punto que nota su diferencia y es preciso
admitirlo, y darle su significación”. ¿A qué se refería Freud con la palabra significación?, acaso
¿A todos los “perjuicios” derivados de su falta, sus renuncias, sus heridas, que la niña mujer
debería enfrenta a lo largo de su vida?, De este modo, tenemos que la configuración de la
sexualidad se establece sobre la base de ligazones entre sistemas de representaciones
preexistentes; es en ese juego de afectación que se produce entre la madre y el niño, lo que sirve
de base para estimular las raíces sexuales del bebé. Él en sus trabajos sobre la femineidad,
enfatizó a la sumisión y al masoquismo a partir de lo biológico, como una característica propia
de la mujer, al comprobar su conformación anatómica diferente e “inferior” a la del varón. Lo
pensaba así por el valor determinante de la influencia cultural, brindando por mucho tiempo

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modelos de sumisión a los que “una buena muchacha” debía asemejarse, pero sobre todo por la
injerencia de la intersubjetividad, en la que influye la percepción que la madre tenga de sí
misma, del lugar que ella les da a sus propios deseos, y que hace ella con su propia
subjetividad, tanto como el lugar del padre, valorando a la madre en tanto persona, con deseos
propios, más que la valoración de ella en tanto madre. La elaboración psíquica de la diferencia
sexual anatómica da origen, según Freud “al sentimiento de inferioridad y al autodesprecio en
la mujer. . Después de haber superado su primer intento de explicar su falta de pene, como un
castigo personal, comprendiendo que se trata de una característica sexual universal, comienza a
compartir el desprecio del hombre por un sexo que es defectuoso en un punto tan decisivo...”.
No les basta que ellas descubran que tienen sexo, ya que por una evasión de sentido, el no pene,
es igual a no sexo. No hay duda que Freud compartía algunos prejuicios típicamente masculinos
de la sociedad burguesa de fin de siglo, acerca de la esencia y predeterminación de la mujer. Se
reflejan por ejemplo en su teoría de la envidia del pene, cuya génesis él adjudicaba únicamente
a la percepción de las diferencias anatómicas, sin considerar suficientemente el efecto del pene
como símbolo del poder social y de supremacía. A pesar de ello, gracias a su genial agudeza
psicológica, colaboró más que nadie en liberar a la mujer de la hipocresía moral sexual de su
época. Con ayuda de su método, se llegó por primera vez a profundizar en los motivos que
había detrás de la idealización egoísta masculina y la simultánea infantilización y degradación
de la mujer. Ya en sus “Aportaciones a la psicología de la vida erótica”, editado en 1910,
esclareció los orígenes inconsciente de la ambivalencia del hombre y su tendencia de dividir a
las mujeres en prostitutas y santas, en función de los celos edípicos del hijo. Al conseguir
superar en las mujeres y en la sociedad de su tiempo esa prohibición de pensar en la sexualidad,
se levantaron análogamente otras inhibiciones del pensamiento. Se puede ver que las
significaciones sociales por medio de las cuales lo imaginario colectivo, incluyendo al de los
científicos, presentan a “la” mujer, como un hombre inacabado, no son nuevas, y se encuentran
en las formas discursivas-científicas y médicas-filosóficas del mundo antiguo. De este modo,
como lo afirma Torres (1998), la feminidad y la masculinidad pertenecen a un orden imaginario
y simbólico, a las representaciones; siendo el cuerpo, un espacio representado como femenino o
masculino; un sujeto es producto de una construcción imaginaria y simbólica que se genera a lo
largo del tiempo, por medio del proceso de subjetivización al cuál es sometido, y termina
adquiriendo características asociadas a lo masculino o femenino. Estas ideas que se vienen
imponiéndose a lo largo del tiempo son de la línea de pensadores que van de Hipócrates a
Galeno, reforzada por Platón y Aristóteles, donde puede observarse como esta configuración
adquirió formas discursivas cada vez más consolidadas, y se decía que entre los hombres y las

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mujeres, no solo había diferencia de órganos, sino también de esencias: los hombres, en tanto
secos y calientes, serán superiores a las mujeres, que son frías y húmedas; y el mito de los
orígenes, Platón dibujará a las mujeres como individuos inferiores, por cuanto eran hombres
castigados y con Aristóteles y después con Galeno, tomará fuerza la noción de mujer como
hombre fallado, incompleto, inacabado y por tanto inferior. Esta inferioridad, es algo que ha
querido el creador (que es masculino o va más allá de lo sexual), que la ha hecho imperfecta y
mutilada. En esa época se creía que su mutilación se debía a que los genitales femeninos no
habían podido descender, por la única causa que al cuerpo femenino le faltaba el calor que al
hombre le sobraba. Como puede verse, las significancias imaginarias por las cuales se ve al
clítoris como un pene inconspicuo, son anteriores a la conceptualización freudiana. No
olvidemos también que el maestro tradujo muchas obras de filósofos griegos, antes de terminar
su carrera y después de terminarla, por eso la influencia de sus pensamientos en Freud. No es
azaroso entonces que, Freud solo pueda pensar este órgano desde determinadas ecuaciones
simbólicas de la diferencia: Hombre = hombre y Diferente = inferior, es decir que esa diferencia
femenina: la del clítoris, la ubicaría lógicamente solo con un equivalente de algo masculino,
pero de menos; pero fuera del área de la embriología, ¿en qué sentido pueden ser equivalentes
estos órganos? Posiblemente sea una ilusión de simetría. ¿Por qué lo único propiamente
femenino es la vagina? Solo es una concepción de la sexualidad, en la cual el eje principal de la
mujer sea la reproducción y no el placer. ¿Por qué solo el clítoris adquiere enunciabilidad?
¿Solo por qué se le encuentra símil o equivalente al pene? Y que se haya podido pensar en la
imaginación del clítoris /o las prácticas eróticas a él asociadas en clave (conjunto de reglas, que
explican un código) fálica, por ser un pene en menos. Las teorías de Freud acerca de la
evolución sexual de la mujer en las cuales parece desempeñar un rol preponderante la anatomía
y la embriología, reflejan en el fondo, la situación biológica y cultural de la mujer, tal como se
ha depurado psíquicamente en el transcurso de una larga historia. Cuando las mujeres relatan al
psicoanalista sus fantasías de pasiva humillación sexual, a menudo lo hacen con un sentimiento
de vergüenza, pero al mismo tiempo no les falta un cierto acento profundo de triunfo, al sentirse
dueñas de sus posibilidades de lograrse placer ellas mismas ¿Por qué cuando Freud hablaba de
vergüenza, la consideraba “una cualidad femenina por excelencia, pero fruto de la conveniencia
o conformidad, en medida mucho mayor de lo que se creería” Y les atribuía al “propósito
originario de ocultar el defecto (carencia o falta) de los genitales”?. Quizás la vergüenza,
tendría que ver con la forma en que la niña tiene que vivir su sexualidad, llena de misterios y
silencios, con un cuerpo que no se puede tocar, ni por ella misma, aunque sea mirado ese
cuerpo por los otros, pero que no se puede mostrar, porque está ahí la palabra del adulto

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prohibiendo y sugiriendo, dándole sentido a esa vergüenza (rubor), sentida al principio cuando
fue mirada y sintió que provocaba. Pudiendo ser al contrario: que esa vergüenza que Freud la
pone como “cualidad femenina” tendría que ver, no con la ausencia del pene y/o “ocultando el
defecto de los genitales”, sino con los atributos que justamente la ausencia de este (pene) y sus
consecuencias, generan la atracción y admiración de los hombres; porque la mujer tiene lo que
el hombre desea. Esta vergüenza femenina la debemos relacionar con la carga de la culpa, que
aportó la sociedad occidental, principalmente a través de sus instituciones y a toda organización
que tenía que ver con la sexualidad, en especial la iglesia. Freud expresaba en “la moral sexual
cultural y la nerviosidad moderna” (1908): “la educación se asigna la tarea de sofocar la
sexualidad de la muchacha hasta que se case…no solo prohíbe el comercio sexual y establece
elevadas primas al mantenimiento de la inocencia femenina, sino que también evita la tentación
del individuo femenino que madura, manteniéndolo en una total ignorancia, en lo que se refiere
al papel que le está designado y no tolerándole ninguna oportunidad amorosa, que no la
conduzca al matrimonio”. Y José P. Barrán, Pág. 187), nos dice:”…peligros adicionales hacían
correr las hijas a la familia, ya que podían convertirse en esas jóvenes ardientes que se
entregaban a sus novios, antes del matrimonio, quebrando su virtud (el himen) y quedando
expuestas a la soltería vergonzante, y al no poder ser “colocadas”, o también podía ser, que se
enamorasen y se entregaran a jóvenes de inferior condición social, ya que la pasión sexual,
como decía el monseñor Mariano Soler en 1890: “una vez desenfrenada (la pasión) no respeta
linde ni barreras…introduce la turbación en los corazones, el desorden en las familias y
gangrena a la sociedad”. El deseo sexual es excéntrico con respecto a la conciencia y con
respecto a la autoconservación, dicho en otras palabras, no siempre el fin del deseo sexual
consiste en garantizar la conservación de la especia humana a través de la reproducción sexual;
esto se ve evidenciado en exteriorizaciones de la sexualidad infantil, cuando el chupeteo y el
autoerotismo, no cumplen la función de obtener gratificación del alimento sino la necesidad de
repetir la satisfacción sexual, al descargar la pulsión en el propio cuerpo, encontrando zonas
erógenas de menor valor en comparación a las que se conseguirán posteriormente en un objeto
externo (los labios del otro por ejemplo). El masoquismo constituyó al principio para la
psiquiatría una perversión, donde la satisfacción sexual estaba signada al dolor o a la
humillación: este concepto fue desarrollado por la teoría psicoanalítica, que engloba también al
“masoquismo moral” (placer de sentirse maltratada y humillada), en el cual los sentimientos de
la culpa derivan en la necesidad de castigo. Este masoquismo presenta la tendencia a crearse
situaciones desfavorables y a dañarse a sí mismas. Finalmente con la expresión “masoquismo
femenino” Freud describe una posición en la cual la necesidad de ser golpeada y violada, en

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sentido erótico, se relaciona con la inclinación al sometimiento con una mayor o menor
demostración de la capacidad de tolerancia pasiva. La experiencia psicoanalítica, mostró que
esta forma de masoquismo descrita como “femenina”, también se encontraba en el hombre.
Esta contradicción también fue aclarada con la ayuda de la teoría de la bisexualidad humana,
porque lo que se consideraba “natural” en la mujer, constituía una perversión en el hombre.
Debemos suponer, que la gran frecuencia de fantasías masoquistas (imágenes inventadas de
maltratos y humillaciones) en mujeres, se debía mucho a los años de cautiverio social y familiar
a la que era expuesta. La exagerada conducta llevada hasta el autosacrificio de la mujer, de la
sirviente humilde, la tendencia, en tanto madre “de estar ahí” para todos en la familia, son
rasgos e carácter derivados de falsos ideales impuestos desde siglos atrás a la mujer de nuestra
cultura. Son cadenas identificatorias provenientes de antiguas generaciones, y que no son
fáciles de romper. La lucha de la mujer por ser consciente su comportamiento frecuentemente
estereotipado y sus subyacentes motivaciones inconscientes, se han intensificado durante estos
últimos años. El ideal monogámico que se les impuso, encuentra un punto de unión con su
autenticidad. En efecto, le permite ennoblecerse en una relación “única” de dedicación al
“otro”. “La mujer monógama de la que habla F. Engels como portadora del valor de pareja, es
la mujer colonizada por el sistema patriarcal”. (Carla Lonzi, 1978 pp74).
Según Freud, “la mujer es más narcisista que el hombre, porque no puede resolver su envidia al
pene, que equivale al símbolo del poder y completud” (1933). “Adscribimos pues, a la
femineidad, un elevado monto de narcisismo, el cual influye aun sobre su elección de objeto, de
manera que, para la mujer es más imperiosa la necesidad de ser amada, que amar. En la vanidad
que a la mujer le inspira su físico, participa aún la envidia del pene, pues la mujer aprecia más
sus atractivos, en cuanto los considere como una compensación posterior a su inferioridad
sexual original”. Esta opinión de Freud, es todavía compartida por la mayoría de psicoanalistas,
aquellos que consideran a la mujer incapaz de amar debido a que girarían egoístamente sobre sí,
en referencia al “típico” narcisismo femenino, lo harían por su exagerada necesidad de ser
admiradas y amadas. Es poco convincente lo que así se adjudica como narcisismo a la mujer:
En el psicoanálisis se postulan básicamente dos (2) motivos para explicar porque la mujer
permanece entregada a sus necesidades narcisistas: 1) la imposibilidad de sobreponerse al
sentimiento de su propia minusvalía anatómica y 2) debido al amor ambivalente (amor y odio)
que experimenta la madre hacia la hija.
La necesidad y el deseo de tener un hijo explicitada por Freud en su teoría como
predominantemente femenina en la vida adulta, parecería ser la reparación de una herida
narcisista. Compartiría los conceptos de Freud sobre el alto grado de narcisismo de la mujer,

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pero también influyen lo intersubjetivo y el tiempo como constante desde que la niña nace
¿Podría una niña de 1935 no querer a su mamá?, una mujer de hoy ¿podría no ser madre, sin
sentirse “menos mujer”, sin sufrirlo como una herida narcisista importante? Grunberger opina
que la niña no está en condiciones de confirmarse narcisísticamente, pues el necesario
reconocimiento ilimitado de la madre, fracasa siempre. La causa radica en la naturaleza
pulsional humana: madre e hija no pueden ser objetos sexuales adecuados, la una para la otra.
Por eso el amor entre ambas será siempre ambivalente. Tanto para Grunberger y para Freud, se
trata de una disposición inmodificable, en la cual lo biológico-sexual para uno, y la anatomía
para el otro, provocan un profundo sentimiento de minusvalía, que da origen a la
autorreferencia narcisista de la mujer. El nacimiento de un hijo puede, en última instancia,
puede compensar el déficit de estima de la mujer. La relación madre-hijo es aceptada como la
relación humana más completa. Freud dice al respecto en 1933; “La distinta reacción de la
madre, ante el nacimiento de un hijo o de una hija, muestra que el antiguo factos de la falta de
pene, no ha perdido su fuerza. Solo la relación con el hijo procura a la madre satisfacción
ilimitada; es en general, la más acabada y libre de ambivalencia de todas las relaciones
humanas”. Vemos como las teorías psicoanalíticas sobre la mujer son contradictorias: por un
lado, la mujer es considerada particularmente narcisista, dado que a partir de las enfermedades
infantiles descritas, no puede desarrollar una sana autoestima; y por otro lado, se le reconoce
como algo indiscutible, en que ella puede, como ningún otro miembro de la familia,
compenetrarse con el pequeño niño.
Kohut da por sentado, que para el desarrollo de un adecuado sentimiento de autoestima, y para
lograr la interacción de las estructuras psíquicas y un sí independiente, el orgullo de la madre
por el niño deberá ser definitivo. Como se verá, Freud mismo sería el ejemplo de lo que pasa
con aquellos que han sido capaces de romper con los “mandatos” culturales de una determinada
época y que como lo estamos viendo, se inscriben en nuestras mentes y nuestros cuerpos; y más
aún, los tallan, los esculpen y lo modelan. Si así se le criticó al fundador del psicoanálisis, que
no sucederá con el resto de los mortales. En los comienzos del siglo XX, se pensó que la mujer
que no estuviera dispuesta a resignar (renunciar, conformarse) a las así llamadas sensaciones
fálico-clitoridianas, no llegaban según Freud, a una femineidad genital madura. Esta no solo se
le expresaría en el deseo infantil, sino, luego de la pubertad en la capacidad orgásmica vaginal.
Las investigaciones de la pareja Masters y Johnson y de varios analistas más, han demostrado
fehacientemente que estas representaciones de una sexualidad inmadura vaginal en la mujer
eran un mero producto de la época. También han sido desmentidas por los conocimientos que
ahora se tienen y nos brinda la sexología y la erótica (exaltación del amor físico, sensual) en

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disciplinas que por lo general no son escuchadas por muchos psicoanalistas, los pocos están
abordando el psicoanálisis de otra manera, resultando casi impensable la existencia de prácticas
eróticas-clitorídeas, desde una clítoris imaginada como pene. Freud supuso que el clítoris
cedería su finísima sensibilidad a la vagina, pero hoy sabemos que no es cierto. La pasividad
femenina, es parte de un imaginario colectivo propio de la modernidad, que instituyó una forma
de ser mujer, que se sustenta, entre otras cosas, en una trilogía narrativa: el mito de mujer-
madre; el mito del amor romántico y el de la pasividad erótica de las mujeres. Estos mitos,
articulados uno con otros e inscriptos en un particular ordenamiento dicotómico de lo público y
lo privado, han hecho posible la construcción histórica de una forma de subjetividad propia de
las mujeres, de entre cuyos rasgos puede destacarse un posicionamiento de “ser de otro”, en
detrimento de un “ser de sí”, que vuelve posible su fragilización a través de diversas formas de
tutelajes objetivos y subjetivos, se debe decir que esta forma de subjetividad no es algo
inherente a un ser femenino, sino que constituye el resultado histórico de su lugar subordinado
que siempre ocupó en la sociedad; por lo tanto, debe otorgársele al tema de la producción de
subjetividad, una dimensión política. Al analizar todos los textos de Freud sobre la mujer, no
solo se parte del corpus teórico psicoanalítico, sino también los vemos como documentos que
reflejan la mentalidad y sensibilidad de una época y que nos invita, porque no, a interpretarla.
En la práctica cotidiana, se legitiman modelos de representaciones masculinas propias de una
sociedad patriarcal, donde por ejemplo el “brillo en los ojos de la madre” vale decir la
admiración por su bebé, se relaciona con las teorías psicoanalistas, especialmente si ese bebé es
varón. Lo que ha de ocurrir con la niña, es que solo puede esperar ambivalencia por parte de la
madre (léase a Freud, Grunberger y otros). Los psicoanalistas han enfatizado constantemente,
que la causa más profunda de la desvalorización de la mujer, es la defensa contra la temprana
dependencia infantil de la madre todopoderosa. En esta tendencia a la desvalorización, ha de
estar inscripta probablemente la representación del “típico” narcisismo femenino, que oculta el
miedo a la propia incapacidad de amar, debido a la defensa ante el odio nacido de una
dependencia demasiada intensa. El hombre protege su necesidad de ser mimado y admirado por
una mujer maternal. Por ese motivo, en su vida de pareja incita (estimula) a que su mujer ocupe
el rol materno hacía él, y él la hace su madre, pero no ella su hijo, como decía Freud (1933): “El
matrimonio mismo no queda garantizado hasta que la mujer haya conseguido hacer de su
marido su hijo y actuar con él como madre”. Se llegaría a la conclusión que el desarrollo de un
sentimiento “de sí” (pertenencia) consolidado en la niña, estaría sujeto a la disposición
consciente e inconsciente de los padres. Cuanto menor sea el sentimiento “de sí” de una mujer,
más difícil le resultará desarrollar una autoimagen sólida y estructurada, perteneciendo entonces

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dependiente del reconocimiento de los sujetos externos (de los demás). Esto la convertiría en
presa fácil de la envidia y de los celos, con el consiguiente peligro de una regresión a formas
primitivas de relación de objeto interno. Las identificaciones quedarían próximas a las
imitaciones o se constituirían en introyectos (lo interiorizado) vivenciados como ajenos, lo que
puede ocasionar miedo y/o sentimientos de culpa, fragmentaciones del esquema del sí y del
esquema corporal, perpetuando la envidia al pene. A esta conclusión se llega leyendo a Freud y
con la ayuda de nuevas investigaciones acerca del desarrollo femenino y confirmaría que a
pesar de los cambios aparentes en las diversas manifestaciones de las mujeres, la representación
de los valores y de las actitudes está tan profundamente enraizadas en la tradición y que solo
cambiarían muy lentamente, ya que siguen actuando en la educación de los niños y en las
fantasías conscientes e inconscientes de los padres, cuyo modo de pensar y actuar están
formados por la cultura imperante. Otra situación vivida por la mujer, es el embarazo, que en
muchas mujeres provoca, junto con el parto un cambio radical, en el sentido de una mayor
madurez y un aumento de la autoestima; en otras, sin embargo puede dar lugar a reacciones
patológicas que exaltan al establecimiento de una relación madre-hija, precozmente dañina y
culposa en potencia: Lo conyugal, más allá de las diversas características que ha adoptado a
través de la historia de occidente, ha sido secularmente la forma instituida del control de la
sexualidad de las mujeres. No solo como señalaba Engels, para controlar su descendencia
legítima, sino para producir su propia percepción de inferioridad. En la cultura musulmana,
ante la amenaza de una autonomía (no dependencia) erótica de sus mujeres, se instituyen
prácticas rituales de mutilación clitorídeas. La cultura occidental obtiene similares efectos a
través de estrategias y dispositivos, que no por simbólicos, son menos violentos.
Como vemos, el discurso filosófico se presenta como una auto representación del sujeto
masculino, como monopolio ho (m) o sexual, valoración exclusiva de las necesidades y deseos
de los hombres, que ordena la vida social y la cultural. La inclusión de la especificidad
femenina podría romper este monopolio, fragmentando el discurso de una multiplicidad. Las
teorías de las diferentes, no consideran que el objetivo del feminismo liberal, es de lograr la
igualdad, y sea adecuado para la emancipación de las mujeres, porque entienden que las
mujeres iguales a los hombres, no serían mujeres. Estas deberían intentar “escribir” literal y
metafóricamente (metá: fuera o más allá y pherein: (trasladar) de una palabra a otra) lo
femenino, para afirmar a la mujer en otro espacio que no sea el del silencio, que es el lugar que
se les reserva en lo simbólico. La propuesta de la mujer de hoy es, recuperar la experiencia
femenina escribiendo “desde el cuerpo”, que remite a la vez más de la disyunción (desunir,
separar) ontológica entre signo-mente-hombre y cuerpo-naturaleza-mujer. Pero si el cuerpo pre-

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edípico es pre-social y pre-lingüístico, y es allí donde se instala el origen de lo femenino, la
mujer como tal quedaría nuevamente reducida al silencio, ya que es difícil concebir la
existencia y la capacidad liberadora de un deseo femenino situado fuera del discurso y de la
cultura. Otro problema es el caer en la perspectiva de la víctima, como si las mujeres hubiesen
sido siempre objetos pasivos, totalmente determinados por la voluntad del otro. De este modo
se estaría desconociendo aquellas áreas de la experiencia en que las mujeres han producido
efectos como partícipes en causas revolucionarias, en la literatura, ciencias, etc. Y se ignoren
también las formas en que las mujeres han ejercido el poder sobre otros, en función de
privilegios diferenciales de raza, clase, preferencia social, edad, belleza y posición social.
El hecho en que permanezca en la situación en que están, puede explicarse por su necesidad de
ser fiel y reafirmarse en sus ideales femeninos que la cultura forjó para ellas: el altruismo, el
sacrificio, cuidar, proteger y tener más en cuenta las necesidades de los otros que las propias,
aún a costa de su bienestar. “El ideal del yo construido para las mujeres y al cual deben
ajustarse, forma parte de un ideal cultural fuertemente enraizado en la subjetividad femenina. El
ideal maternal hacia son orientadas, imprimen su psiquismo el deseo del hijo que las va a
completar como mujeres, tener un hombre, tener un hijo las reafirmará en su feminidad: La
mujer debe aspirar siempre a ser objeto de la pasión de su compañero, siendo ella una
realización de su ideal: ser deseada y convertirse para el deseo del otro, en una exigencia vital”
(Aulagnier, 1984). Como se verá, hay en Freud un reconocimiento del camino dificultoso, que
deberá transitar toda niña para “hacerse mujer”, lo que no pudo ver y aceptar, en su condición
de diferente del valor, no por carente de “algo”, sino por ser poseedora de otros atributos, que
son invisibles a la mirada de una ideología imperante por siglos: Porque al igual que en el
transito edípico, de las diferencias se parte, por ellas se transita y a expensas de ellas se crece.
En conclusión.-
Ninguna de las posiciones críticas nos dice la de discutir su pensamiento, lo que conlleva al
reconocimiento y el aporte invalorable de su obra, de la cual no podemos prescindir y poder
aligerarnos del método de autoridad, sin renunciar ni renegar de lo que ha sido y sigue siendo,
un aporte fundamental al estudio y conocimiento del hombre. Su obra, como la de los grandes
pensadores, mantiene su vigencia y donde hay una duda, un punto oscuro, una ambigüedad, una
contradicción o punto que ya no es sostenible, es señal de un problema a pensar, una dificultad
a vencer, un desarrollo teórico a reelaborar. ACA/3667.
Lic. Alberto canales Ambrosio.

Referencias Bibliográficas.-

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