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ACADEMIA NAVAL ALMIRANTE ILLINGWORTH

NOMBRE: Camila Falcon Rivadeneira CURSO: Segundo PARALELO: “B”


ESPECIALIZACIÓN: Ciencias JORNADA: Vespertina

Bomba Atómica de Hiroshima


Alemania se rindió el 8 de Mayo de 1945 a los Aliados y a la Unión Soviética. Las
celebraciones se sucedieron por toda Europa. Pero el Eje todavía no se había
rendido, aún quedaba Japón, Imperio que vería su final en forma de un hongo con
la bomba atómica.

PROYECTO MANHATTAN

Mucho antes de que Estados Unidos entrase en la Segunda Guerra Mundial, en


1939, la Historia de la bomba atómica dio comienzo cuando el Presidente Franklin
Delano Roosevelt invirtió 2.000 millones de dólares en la investigación de la energía
nuclear.

Albert Einstein, científico y autor de la teoría de la relatividad, había logrado realizar


importantes descubrimientos sobre el uranio y el plutonio, aunque fuera del ámbito
militar. Sin embargo después del 7 de Diciembre de 1941, cuando Estados Unidos
entró en la Segunda Guerra Mundial tras el ataque japonés sobre Pearl Harbor,
Roosevelt señaló que la energía atómica fuera investigada como un proyecto militar
más. Dentro del programa designó al general Leslie Groves y al físico
norteamericano Robert Oppenheimer, siendo el lugar elegido un complejo de alta
seguridad en Los Álamos de Nuevo México. La denominación oficial para la
investigación fue “Proyecto Manhattan”.

Durante 1942, 1943 y 1944 los Estados Unidos hicieron grandes avances en la
carrera atómica armamentística. Los estadounidenses no podían dejar que Adolf
Hitler les ganara en este campo. De hecho hasta casi la mitad de la Segunda Guerra
Mundial los alemanes iban ganando esta carrera, sin embargo cuando Hitler ordenó
que se suspendieran dichas investigaciones y unos comandos aliados destruyeron
una base de agua pesada en Telemark, Noruega, Washington obtuvo la iniciativa.
Respecto a otros países Estados Unidos no tenía por qué temer, ya que Japón o la
Unión Sovietica, los únicos con algo de idea sobre energía atómica, estaban
alejados años luz de América respecto a sus investigaciones.

Paul Tibbets, elegido para dirigir la primera operación atómica de la Historia.

A finales de 1944, Paul Tibbets, coronel de 29 años y piloto de la Fuerza Aérea


Estadounidense (United States Air Force o USAF), además de veterano en la

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campaña de Europa y el Norte de África, fue seleccionado en un puesto especial al


mando de una fortaleza volante B-29 en Los Álamos. Tibbets sin saber exactamente
de qué se trataba aceptó la oferta.

Tibbets formaría parte del Grupo Mixto 506 y además lo lideraría, siendo el piloto
del B-29 encargado de la misión que hasta ese momento todavía no sabía muy bien
de que iba. Los otros miembros elegidos fueron el comandante Tom Ferebee, el
teniente Jacob Beser, el capitán William Parsons, el navegante Theodore Van Kirk,
el copiloto Robert Lewis, el mecánico Wyatt Duzenbury, el mecánico ayudante
Robert Shumard, el operador de radar Joe Stiborik, el radio telegrafista Richard
Nelson, el oficial de electrónica Morris Jeppson y el artillero de cola George Caron.
El personal de tierra de todos ellos estaría compuesto por Walter McCaleb, Leonard
Markley, Jean Cooper, Frank Duffy, John Jackson, Harold Olson y John Lesniewski.

A las 5:00 de la mañana del domingo 16 de julio de 1945, la primera bomba atómica
de la Historia hizo explosión en Alamogordo, Nuevo México. El proceso no se realizó
mediante el lanzamiento desde ningún avión, sino que la soltaron de una torreta. El
resultado fue un inmenso hongo de fuego que produjo una onda expansiva captada
a más de 400 kilómetros de distancia, pero lo más impresionante fue el resplandor
de luz que causó y que cegó a todos sus observadores.

Poco antes de la Conferéncia de Postdam para decidir el futuro tras la guerra, el


nuevo presidente de Estados Unidos tras la muerte de Roossevelt, Harry Truman,
fue informado de la explosión. Por aquel entonces el nacionalsocialismo alemán
había sido aniquilado en Europa. La bomba atómica que en un principio iba a ir
destinada a Berlín fue sustituida para caer sobre Japón. Así Truman se lo comunicó
en Postdam al Primer Ministro de Gran Bretaña, Clement Attlee, y al líder de la
Unión Soviética, Iósif Stalin. El mensaje a sus dos amigos extranjeros fue: “los
bebés han nacido”.

Durante la Conferéncia de Postdam en Julio de 1945, los Aliados prácticamente


sentaron las bases sobre lo qué hacer con Japón y con el mundo en la inmediata
postguerra. De la misma conferéncia Estados Unidos, Gran Bretaña y la URSS
acordaron juntos que la única salida que tenía Japón era una rendición
incondicional, pacto al que se sumó Chhiang Kai-Shek como representante de
China. De lo contrario Truman advirtió con una sóla frase lo que podía sucederle al
Japón: “rápida y total destrucción”, mensaje de lo que en realidad sucedería en el
futuro.

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ULTIMÁTUM A JAPÓN

El 19 de Julio de 1945 el B-29 de Paul Tibbets y su tripulación aterrizaron en la Isla


de Tinian sobre el archipiélago de Las Marianas en el Océano Pacífico. Allí el avión
se unió al Grupo Mixto 509 de las fuerzas aéreas de los Estados Unidos.
Curiosamente el Aeropuerto de North Field donde se alojaban había sido construído
por los japoneses antes de la guerra. La vida que debían llevar los pilotos en Tinian
consistía en una serie de entrenamientos enfocados a su futura misión sobre Japón.
Entre las prácticas hubo vuelos de solitarios B-29 hacia algunas ciudades japonesas
para dejar caer una solitaria bomba convencional, algo que los pilotos no
comprendían porque les parecía ridículo.

Para el 26 de Julio de 1945 los Aliados enviaron un ultimátum a Japón exigiendo la


rendición incondicional o bien la destrucción de todo su territorio metropolitano. Ese
mismo día curiosamente desembarcó en Tinian la bomba atómica de uranio “Little
Boy”, transportada a bordo del crucero pesado USS Indianapolis.

Kantaro Suzuki, Primer Ministro de Japón, rechazó el ultimátum el 28 de Julio. Ni


siquiera intimidaron las amenazas que la Unión Soviética propagó contra el mismo
Japón. El Ministro de Asuntos Exteriores, Shinegori Togo, intentó por todos los
medios que el Gabinete solicitara la paz cuanto antes y buscara una solución que
pudiera resultar confortable para los dos bandos. Sin embargo el sector más
militarmente radical, una amplia mayoría, se negó. Japón había quedado
sentenciado.

Por la noche del 30 de Julio, el crucero pesado USS Indianápolis que había
transportado la bomba atómica hasta Tinian fue localizado por el submarino japonés
I-58 al mando del capitán Mochitsura Hashimoto. Sin dudarlo el sumergible lanzó
un torpedo que impactó sobre el crucero, el cual comenzó a escorarse. A causa de
la explosión murieron alrededor de 300 marineros americanos que no pudieron
escapar, hundiéndose irremediablemente a continuación el USS Indianápolis. Unos
880 hombres quedaron a la deriva flotando en las oscuras aguas. Durante dos días
permanecieron en medio del océano, en ese tiempo 301 marineros perecieron en
horribles condiciones devorados por tiburones. Hasta el 2 de Agosto no fueron
rescatados los supervivientes del agua. Culpa de ello fue el secretismo del próximo
bombardeo atómico, ya que el USS Indianápolis al haber albergado la bomba no
constaba oficialmente como barco presente en esa zona del océano, por eso nadie
se preocupó en buscar a los náufragos hasta pasadas 48 horas. Las víctimas del
crucero fueron de 600 muertos, la mitad pasto de los tiburones. Ese fue el castigo

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norteamericano a pagar por haber contribuido de manera tan activa al genocidio


que estaba a punto de producirse en Hiroshima.

Crucero pesado USS Indianápolis transportando la bomba atómica Little Boy a


Tinian. Durante el trayecto de vuelta fue hundido por un submarino japonés
muriendo más de 500 personas, muchas de las cuales fueron devoradas por
tiburones.

Una de las consecuencias del hundimiento del USS Indianápolis es que agravó las
prisas estadounidenses por lanzar el arma. Como era lógico pensaron que si el
buque que cinco días antes había transportado la bomba atómica, había sido
torpedeado y hundido, los japoneses probablemente sabrían algo. Aquel suceso sin
duda causó una psicosis en los altos esferas militares y obligó al adelantamiento del
bombardeo.

OBJETIVO: HIROSHIMA

“¿Dónde?” era la pregunta que se hacían los generales estadounidenses y el


Presidente Truman sobre el lugar para lanzar la bomba. Kyoto era el lugar idóneo
para el ataque, sin embargo las ciudades de Hiroshima, Kokura, Niigata y Nagasaki
también presentaban un excelente blanco. Tras las primeras deliberaciones Kyoto
quedó descartada por ser uno de los principales centros culturales de Asia y Niigata
quedaba demasiado lejos por situarse en el extremo más septentrional de la Isla de
Honshu, con lo cual la lista se redujo a Hiroshima, Kokura y Nagasaki.

Hiroshima era una ciudad de más de medio millón de habitantes con 4 millas de
largo por casi 6 millas de largo. La urbe estaba dividida en cinco islas y que se unían
mediante puentes o franjas de tierra a una zona continental en el norte. Tal
estructura respondía a los numerosos afluentes y canales del Río Ota que la
separaban, de hecho la urbe se parecía a una mano porque los ríos le aportaban
una forma de cinco dedos al delimitar con la Bahía de Hiroshima. En el centro ciudad
se erigía el Castillo de la Carpa construido en la Edad Media durante la época
samurái, hallándose alrededor edificios importantes como el Ayuntamiento, el
Cuartel General del Ejército Regional, la Sede de la Kempei Tai (Policía Secreta),
el Salón de Promoción Industrial y la Clínica Shima. Al este se situba la Estación de
Hiroshima junto al Cuartel General y el famoso Monte Futaba. Al sur de la ciudad,
pegados a la bahía se localizaban el Parque Eba, el Aeropuerto y las Industrias
Mitsubishi sobre un dique artificial.

Senkichi Awaya era el alcalde de Hiroshima. Su casa se encontraba al oeste del


centro ciudad pasando por el Puente Aioi. Orgulloso, Awaya hacía gala ante el país
de que su ciudad nunca había sido bombardeada, ya que era uno de los pocos sitios

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de Japón en los que no había importantes objetivos militares estratégicos.


Precisamente dentro de Hiroshima solamente se situaba el II Ejército Imperial
Japonés al mando del mariscal de campo Shunroku Hata con 40.000 soldados, cifra
de las más reducidas de Japón.

Siempre la vida en Hiroshima había sido muy tranquila. Sus habitantes eran de un
carácter conservador, humilde y familiar. Lo que estaba a punto de ocurrirles nunca
se lo hubieran merecido.

CAUSAS

Tomar la decisión de lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima no fue fácil para
muchos estadounidenses. El Presidente Truman dudó en diversas ocasiones. Sin
embargo los norteamericanos no se podían permitir otra sangría como la Batalla de
Okinawa (Mayo-Julio de 1945) en la cual los Aliados habían sufrido 12.513 muertos,
además de pérdidas materiales enormes en barcos y aviación por culpa de los
aviones japoneses suicidas kamikaze. Y Okinawa no era la única experiencia, antes
habían tenido lugar batallas igual de sangientas como Guadalcanal (1942), Tarawa
(1943), las Islas Marshall (1944), Islas Marianas (1944), Peleliu (1944) e Iwo Jima
(1945). Más de 100.000 estadounidenses habían muerto en estas islitas diminutas
diseminadas a lo largo de todo el Océano Pacífico. Si una porción de tierra tan
insignificante había causado tales pérdidas humanas, invadir enteramente Japón
con sus cuatro grandes islas de Honshu, Kyushu, Shikouku y Hokkaido costaría al
menos más de 1 millón de vidas estadounidenses y varios millones de vidas
japonesas. Y eso sin contar los territorios aún muy grandes del Imperio Japonés en
China, Manchuria, Corea, Sajalín, Formosa, Nueva Guinea, Indonesia, Malasia
Singapur, Indochina, Islas Bonin, numerosos archipiélagos del Pacífico, etcétera, de
donde tenían que ser desalojados.

Otra de las razones del lanzamiento de la bomba fue la cada vez más rivalidad con
la Unión Soviética. A pesar de las advertencias de Churchill, Estados Unidos no hizo
caso del futuro peligro que podría suponer Stalin y la URSS. Inesperadamente

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Washington había permitido al comunismo quedarse países que antes habían


pertenecido a los Aliados como Polonia, Checoslovaquia o Yugoslavia, además de
cederle otras naciones en Europa Central como Hungría. Cuando se acabaron las
hostilidades en Europa, Truman comprendió el error que se había cometido y quiso
enmendarlo cuando Stalin comunicó que pronto declararía la guerra a Japón para
ayudar a sus socios anglo-americanos (aunque realmente el principal motivo era
extender el comunismo por los territorios del Imperio Japonés). Truman que
entendió la jugada de Stalin, supo que cuanto antes fuese derrotado Japón, la URSS
menos terrenos podría conquistar a costa de los japoneses y menos influencia
tendría en el Lejano Oriente. Para acelerar esa caída la única solución era la bomba.

El 5 de Agosto de 1945, el coronel Paul Tibbets pintó bajo la cabina de su B-29 las
palabras de “Enola Gay”, significado en honor al nombre de su madre que causó
algunas risas entre la Policía Militar de alta seguridad que custodiaba al aparato.
Por la tarde, a las 16:15, Tibbets y sus compañeros asistieron a una sala de
instrucción secreta, en donde se les mostró el plan de bombardeo que tenían fijado
para la mañana del día 6 de Agosto. Simplemente les dijeron que lanzarían una
bomba de un nuevo tipo de alto explosivo sin especificar en más detalles. Sin
sentirse preocupados por ello, los tripulantes fueron a ponerse manos a la obra
antes de la misión y a tomarse sus últimos descansos.

Justo en aquellos precisos instantes el Presidente Truman cruzaba el Océano


Atlántico desde Europa hacia Estados Unidos a bordo del crucero USS Augusta.
Dentro del buque iba siendo informado en todo momento de lo que ocurría en el
Pacífico.

A medianoche la tripulación del “Enola Gay” recibió sus últimas instrucciones. Aquel
fue el último cielo estrellado para muchas personas, faltaban pocas horas para uno
de los días más cruciales en la Historia.

EL VUELO DEL “ENOLA GAY”

Despertados en las habitaciones, entre la 1:12 y 1:15 horas de la madrugada, varios


camiones recogieron a las tripulaciones del “Enola Gay” y de los otros dos B-29 que
les acompañarían en el vuelo, eran el “Great Artiste” y el “Número 91” con la misión
de hacer fotografías del lanzamiento para su posterior estudio científico.

Debido a la nubosidad en algunos puntos de Japón, a la 1:37 tres B-29 despegaron


para comprobar la climatológia. El “Straigh Flush” se dirigió a Hiroshima, el “Jabit
III” a Kokura y el “Full House” a Nagasaki. Sobre la 1:51 también despegó el B-29
“Top Secret” con el fin de esperar al “Enola Gay” sobre la Isla de Iwo Jima por si
surgía algún problema.

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Mientras el “Enola Gay” estaba recibiendo sus últimos retoques finales y se


comprobaba la bomba llamada “Little Boy” en el interior del compartimento, una
descarga de flashes sorprendieron a la tripulación. Decenas de fotógrafos,
periodistas y cámaras de cine empezaron a grabar el momento histórico. La
tripulación improvisadamente posó y se hizo una foto sonriente sobre la pista con el
aparato detrás. Terminada la ceremonia, los tripulantes subieron al avión y en ese
momento fue captada la última foto antes del viaje, era la de Paul Tibbets asomando
la cabeza desde la ventanilla.

Sobre las 2:27 el “Enola Gay” encendió los cuatro motores de hélice. Lentamente
rodó por la pista y a las 2:35 se colocó en posición de despegue. Los motores
estuvieron calentando largo rato hasta que a las 2:45 Tibbets expresó “¡Vámonos!”.
El “Enola Gay” de repente se puso a rodar velozmente por la pista. Aquel momento
era esencial para las miles de vidas que había en Tinian, ya que si el avión sufría
algún accidente en el despegue la isla entera volaría en pedazos. Como si de un
mal presagio se tratase a medida que el “Enola Gay” avanzaba las revoluciones
indicaron que no tenía suficiente pista para despegar. El copiloto Lewis al ver que
su jefe no subía la palanca se desesperó y puso las manos sobre los mandos, pero
entonces Tibbets le gritó y le apartó. Justo en ese instante, Tibbets bruscamente
accionó el volante al borde del agua y el avión cogió el vuelo para ascender hacia
el cielo 3.500 metros y perderse en la oscuridad de la noche. Aquella maniobra de
Tibbets salvó muchas vidas en Tinian, pero condenó a otras.

A las 2:47, dos minutos después del “Enola Gay” despegó el “Great Artiste” y a las
2:49 el “Número 91”. Los diez primeros minutos de vuelo el viaje se realizó con una
excesiva tranquilidad, pudiendo encontrarse en formación los tres B-29 sobre la
brisa nocturna del Pacífico.

Sobre las 3:00 en punto el capitán Parsons junto al mecánico Duzenbury empezaron
a manipular la bomba y activar sus cargas. Jeppson se unió al trabajo insertando la
pólvora. Más a menos a las 3:20 horas la “Little Boy” quedó lista.

Con normalidad el vuelo continuó pasando por encima de las Islas Bonin. Cerca de
las 5:52 el “Enola Gay” sobrevoló la Isla de Iwo Jima, instante en el que junto al
“Great Artiste” y al “Número 91” adoptó una formación en V, también conocida como
“punta de flecha”.

Incómodo a las 6:30, Jeppson de nuevo fue a revisar la bomba para no dejarse
ningún cabo suelto. Manipulando el artefacto profesionalmente desatornilló los
obturadores verdes e insertó los rojos. De ese modo la bomba atómica quedó

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activada, Sin pensar en ello durante ese instante, las manos de Jeppson fueron las
últimas que tocaron la “Little Boy”.

Kyushu apareció ante el morro del “Enola Gay” cuando el Sol empezaba a asomar
por el horizonte. Por seguridad ante la posible caza enemiga Tibbets ascendió el
aparato hasta los 9.000 metros de altura.

Ignorando lo que iba a pasar, las alarmas aéreas en Hiroshima empezaron a sonar
a las 7:09 horas cuando el B-29 “Straight Flush” de reconocimiento aéreo al mando
del comandante Claude Eatherley sobrevoló la ciudad. La gente acudió a los
refugios al oír el aviso. Pero el “Straigh Flush” no era peligroso, simplemente siguió
volando sobre la ciudad para informar por radio al “Enola Gay” de que el objetivo
estaba despejado con un magnífico Sol y sin nubes con visibilidad de entre 15 y 20
kilómetros. Tibbets recibió el mensaje con optimismo y comunicó a toda la
tripulación que el objetivo era Hiroshima. Sobre las 7:31 horas la alarma dejó de
sonar en Hiroshima y la gente empezó a salir de los refugios.

Aquella mañana en Hiroshima del lunes 6 de Agosto de 1945, se mostraba como


un día típico del inicio laboral de la semana. Las calles estaban repletas de gente
caminando hacia el trabajo, en las casas las personas tomban el desayuno con sus
familias, el transporte público funcionaba abarrotado a esas horas y las aceras
estaban llenas de niños marchando hacia la escuela.

Justo a las 8:11 horas, los ciudadanos de Hiroshima vieron aparecer a lo lejos los
tres B-29 en la ciudad. Eran el “Great Artiste” y el “Número 91” en los flancos,
escoltando al “Enola Gay” que avanzaba hacia el centro ciudad.

Nadie pareció percatarse de los aviones enemigos. En aquellos momentos el


mariscal Shunroku Hata del II Ejército Imperial estaba orando con su familia en casa.
Mientras tanto el alcalde Awaya, muy cerca del Puente Aioi, desayunaba con su

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esposa, hijos y su nieta. Fatalmente para la población la alarma aquella vez no sonó
porque los vigilantes pensaron que se trataba de otro reconocimiento aéreo.

Con toda claridad los tripulantes del “Enola Gay” vieron la ciudad de Hiroshima bajo
sus pies. El objetivo para el lanzamiento era el Puente Aioi sobre el Río Ota.

Tibbets nervioso ordenó a todos los miembros de la tripulación ponerse las gafas
protectoras contra rayos ultravioletas. Repentinamente se activó la luz verde por
todo el avión que indicó la señal de ataque. A las 8:15 horas se abrieron las
compuertas de carga, quedando colgando mediante los enganches el “Little Boy”.
Casi al mismo tiempo los aviones dejaron caer unos calibradores de onda expansiva
en paracaídas. Ahora sólo quedaba lanzar el artefacto, misión asignada al piloto
bombardero Ferebee que mediante la mirilla intentó calibrar el disparo lo más
certeramente posible. Finalmente, cuando estuvo seguro y el punto de mira fijó el
Puente Aioi, Ferebbe apretó el gatillo y la bomba atómica de 10.000 libras de peso
se soltó de sus cables a las 8:15:17.

Velozmente, en cuanto el “Enola Gay” se desprendió de su artefacto, ascendió muy


rápidamente. Mientras tanto el “Little Boy” cayó a una velocidad vertiginosa
provocando un sonido de corte en el viento. El “Great Artiste” y el “Número 91”
activaron sus cámaras de video y fotográficas para recoger el momento. Todas las
tripulaciones cronometraban nerviosos e invadidos por el miedo el instante en que
la bomba hiciese blanco.

A mitad del recorrido de la “Little Boy”, un diminuto objeto negro que caía en picado
empezó a verse desde la ciudad. A 1.500 metros del suelo el interruptor barómetrico
del “Little Boy” se disparó, la presión del aire accionó el detonador contra las cargas
de TNT convecionales, al mismo tiempo que la cápsula cónica de uranio 235 golpeó
a un barril de explosivo que se fusionó con esta. La fuerza del impacto hizo que el
primer átomo de uranio fuera bombardeado, después el segundo y el tercero,
provocando así una reacción en cadena. La situación en el interior de la bomba se
volvió tan inestable que a las 8:16 horas estalló a 250 metros del suelo comenzando
de esta manera la Edad Atómica.

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La Bomba Atómica

A las 8:16:43 horas del 6 de Agosto de 1945, a 250 metros del Puente Aioi y sobre
la Clínica Shima, una diminuta luz roja y violácea se expandió en milésimas de
segundos en una cegadora luz de colores que dejó sin vista a cientos de personas.
Acto seguido se produjo una colosal detonación equivalente a 12.500 toneladas de
TNT que rompió los tímpanos de la gente y provocó hemorragias en sus narices.

De la explosión se formó una inmensa esfera de fuego azul de 100 metros de


diámetro que alcanzó una temperatura de 300.000 grados. La bola llameante
sólamente duró poco menos de un segundo, pero volatilizó a todo ser humano en
un kilómetro cuadrado. Los que estaban lejos y se encontraban junto a una pared o
superficie opaca quedaron imprimidos como si fuesen fotogramas.

Extinguida la bola, la temperatura y la destrucción alcanzó extremos inimaginables.


La Clínica Shima del doctor Kaoru Shima en la zona cero se fue abajo quedando
desintegrados todos sus ocupantes. El calor generado carbonizó las casas de
madera y postes telefónicos y fundió las tejas de las casas. La explosión alcanzó el
Castillo de la Carpa que fue destruido al instante, pereciendo en su interior miles de
soldados japoneses y casi todos los prisioneros de guerra estadounidenses
calcinados en sus celdas a manos de su propio bando. En el Centro de
Comunicaciones la detonación alcanzó plenamente este lugar que se hallaba
repleto de colegialas adolescentes, todas murieron. Dentro de los tranvías las
personas sin saber cómo se encontraron chamuscadas por el fuego sentadas en
sus asientos. La casa del alcalde fue absorbida también por la esfera
desintegradora, muriendo en el acto Senkechi Awaya con su hijo de 14 años y su
nieta de 3 años, más tarde a causa de las heridas fallecerían su esposa y la otra
hija.

Tras la bola de fuego una onda expansiva de


800 kilómetros por hora se produjo en el
interior de la ciudad y penetró hasta 5
kilómetros echando abajo las casas y
derruyendo todos los edificios en las zonas
más cercanas al epicentro. Las únicas
construcciones que resistieron fueron las de
hormigón, pues las casas de madera
salieron despedidas por los aires y las
tuberías de agua se rompieron. Con la onda expansiva las personas en sus casas
rebotaron de un lado a otro como pelotas. Las que estaban en la calle volaron a

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decenas de metros del suelo y murieron con el impacto al chocar contra cualquier
obstáculo.
El Monte Futaba fue sacudido violentamente por la onda expansiva, siendo su jefe
al mando, Kakuzo Oya, junto al resto de oficiales lanzados contra las paredes del
cuartel. Asombrosamente Oya sobrevivió, pero centenares de militares japoneses
perdieron la vida sin poder hacer nada.

Pedro Arrupe, sacerdote de España, fue el único testigo occidental residente en


Hiroshima afectado por la bomba atómica. Por culpa de la onda fue empujado varios
metros junto a otro cura, aunque sobrevivió para narrar los hechos. Menos suerte
tuvo el colegio católico que había fundado, ya que fue destruido al instante muriendo
todas las niñas que había en su interior, de las más de 200, ninguna sobrevivió.

Mientras tanto en el cielo, los tripulantes del “Enola Gay” creyeron que sufrían fuego
antiaéreo, pues la onda expansiva agitó todo el avión. Por un momento pensaron
que era su fin, pero en cuanto cesó la fuerza del impacto al pasar de largo. George
Caron, ametrallador de cola del B-29 fue el único que con las gafas protectoras miró
al punto cero en el instante de la explosión, ante su asombro sus palabras fueron:
“¡Dios mío ¿Qué hemos hecho?!”. Sin embargo el resto no mostró remordimientos,
simplemente se preocuparon en abandonar esos cielos y poner rumbo a Tinian.

Después de que la onda expansiva arrasara la ciudad empezaron a caer gotas


negras del tamaño de canicas al evaporarse la bola de fuego con la humedad. De
11 a 19 kilómetros se produjeron densas lluvias negras con un grado alto de
radiactividad. La gente que se apilaba sedienta junto a los ríos, a veces pasando
unos por encima de otros, comenzaron a beber el agua venenosa.

Todavía no había cesado de llover las gotas negras, cuando un fuerte viento
apareció de improviso más de 1.500 kilómetros por hora. El potente huracán
generado por la presión arrancó árboles de raíz, provocó inmensas olas en los ríos
que ahogaron a personas y levantaron los barcos por los aires que aterrizaron en
calles de la ciudad. Aquel vendaval atómico destruyó otros 2 kilómetros más de
Hiroshima.

A 3 kilómetros del epicentro se hallaba el Aeródromo de Hiroshima. El piloto


subteniente Matsuo Yasuzawa fue testigo de cómo los aviones explotaron en tierra
a causa de la onda y los fuertes vientos. Sin embargo, armado de valor, consiguió
encontrar un avión más o menos en buenas condiciones, arrancar su motor y
despegar con rabia en busca del “Enola Gay”. Su venganza no fructificó porque tuvo
que volver a aterrizar a causa de problemas en el motor y por una nube recta de
humo que se elevaba en medio de la ciudad.

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Una columna de polvo y humo de color rojo anaranjado empezó a ascender sobre
Hiroshima. Se trataba de una nube radioactiva que hizo la forma de un perfecto
hongo hasta alcanzar los 6′ 5 kilómetros de altura.

Desde la ciudad de Kure, sobre las 10:00 de la mañana, un oficial de una base pudo
ver a lo lejos algo parecido a un hongo humeante procedente de Hiroshima. Aquello
hizo saltar las alarmas en todo Japón, pues nadie podía contactar por la ciudad ni
por teléfono ni por radio, era como si hubiese desaparecido de la faz del mundo.
Más lejos todavía, en otras partes de Japón e incluso en China, algunas personas
pudieron distinguir un haz de luces y una serie de colores en el cielo que pasaron
muy rápidamente como si fuesen auroras boreales.

Cuando la impresionante seta se quedó inmóvil


en el aire, de nuevo el piloto Yasuzawa cogió
el avión y sobrevoló en círculos Hiroshima. Fue
entonces cuando Yasuzawa realizó una de las
pericias más grandes de la Historia de la
Aviación al atravesar con su aparato el hongo
atómico de punta a punta. Luego cambió el
rumbo y se dirigió a la Isla de Kyushu en busca
de ayuda.

Durante dos horas la nube del hongo atómico


se quedó en el cielo. La situación en lo que
quedaba de la ciudad de Hiroshima era un
desastre. La gente caminaba por las calles con
los cuerpos negros y quemados como si fueran
teas andantes, las gorras de los soldados japoneses se habían pegado al cuero
cabelludo de la cabeza y las mujeres tenían el kimono fundido dentro de la piel. Por
todas partes había muertos y apenas quedaban edificios en pie.

A las pocas horas de marcharse el piloto Yasuzawa, este regresó desde Kyushu
con un avión de transporte, heroicamente lo aterrizó donde pudo y se dedicó a
evacuar a los heridos más graves. Esa misma mañana llegó también en avión el
capitán Mitsuo Fuchida, uno de los mejores pilotos de Japón y héroe de Pearl
Harbor. Fuchida al aterrizar en la ciudad no daba crédito a lo que veían sus ojos, se
puso a vagar y no le quedó mas remedio que organizar entre el ejército y fuerzas
de seguridad un plan de ayudas al máximo número de heridos posibles.

CAMILA FALCON RIVADENEIRA


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Todos los civiles todavía con vida en Hiroshima habían perdido a familia o a seres
queridos, pero eso no fue un impedimento para ponerse a ayudar en la ciudad a la
gente que lo necesitaba y a sacar heridos de los escombros. La férrea voluntad de
la cultura japonesa soportó el dolor y admirablemente todos juntos supieron
encontrar hasta el último superviviente del subsuelo.

Consecuencias

Innumerables fueron las consecuencias de Hiroshima, la más directa es que


empazaba en la Historia de la Humanidad la Edad Atómica.

Hasta pasadas 24 horas nadie en Japón se enteró de lo que había sucedió. De


hecho la radio sin apenas tener noticias exactas comunicó al resto de la nación:
“Una pequeña formación de B-29 sobrevoló Hiroshima ayer por la mañana, y poco
después de las 8:00, lanzaron un pequeño número de bombas. Después de este
bombardeo, un considerable número de edificios quedaron reducidos a cenizas y
se desarrollaron incendios en varios barrios de la ciudad…”. Para saber realmente
lo sucedido, Tokyo envió a un general experto en defensa antiaérea, Seizo Arisue,
y al físico nuclear Yoshio Nishina. En cuanto ambos llegaron allí comprendieron que
se trataba de una bomba atómica. Nada más saber esto, el Emperador Hiro-Hito
comenzó a realizar los primeros movimientos políticos para salir de la guerra cuanto
antes, pero la tragedia no terminaría ahí.

El 7 de Agosto de 1945, un día después de la bomba de Hiroshima, la Unión


Soviética declaró la guerra a Japón y atacó en Manchuria con una ofensiva llamada
“Operación Tormenta de Agosto” que costó al Ejército Imperial Japonés casi 90.000
muertos. El 9 de Agosto otra bomba atómica cayó en Nagasaki matando a otras
70.000 personas. En solamente 78 horas Japón había alcanzado tres desastres
humanos. Irremediablemente el Emperador Hiro-Hito comunicó por radio a la nación
la capitulación el 14 de Agosto de 1945.

Japón en el bombardeo atómico de Hiroshima sufrió la pérdida de 140.379 personas


en los mismos momentos de la explosión. Debido a la radiación mucha gente falleció
a lo largo de los meses, llegando la cifra a ascender hasta más de 180.000 muertos
y 39.385 heridos, de ellos 9.428 graves y 29.957 leves.

CAMILA FALCON RIVADENEIRA


ACADEMIA NAVAL ALMIRANTE ILLINGWORTH

Arrasada casi completamente resultó la ciudad de Hiroshima. Hubo un total de


70.000 edificios o viviendas destruidas, construcciones de las cuales 20.000 fueron
pulverizadas hasta los ciminetos y otras 50.000 derretidas por la onda calorífica.
Únicamente un edificio en el epicentro sobrevivió, el cual pasaraía a la Historia como
un monumento de la paz llamado Cúpula de la Bomba Atómica.

Estados Unidos tuvo también sus pérdidas


en el bombardeo. Por ejemplo en el
transporte de la bomba les fue hundido el
crucero pesado USS Indianapolis con 600
muertos, 300 de ellos en horribles
condiciones al ser deborados por tiburones.
Perecieron además numerosos soldados
estadounidenses prisoneros en las celdas
del Castillo de la Carpa arrasado por la
bomba.

Hiroshima fue un ejemplo de que en una guerra nadie es el bueno ni el malo, sino
el que dispara. Los Aliados acusaron durante años a Alemania y al Japón de ser
naciones genocidas por asesinar experimentando con seres humanos. Pero el 6 de
Agosto de 1945 los Estados Unidos se sumaron a esa lista, aunque en este caso
para poner fin al conflicto.

Oficialmente el 2 de Septiembre de 1945 se acabó la Segunda Guerra Mundial. La


“Little Boy” sobre Hiroshima fue sin duda quién puso punto final a esta contienda.

Bibliografía:

Gordon Thomas, Enola Gay, Ediciones B (2005), p.19-467


David Solar, Soy la muerte, Hiroshima y Nagasaki bajo las bombas atómicas,
Revista La Aventura de la Historia Nº82 (2005), p.28-39
Dionisio García, 509th Composite Group. B-29 sobre Hiroshima y Nagasaki, Revista
Serga Nº36 (2005), p.46-64
Editores de S.A.R.P.E., Crónica Política y Militar de la Segunda Guerra Mundial. “La
bomba atómica desintegra la resistencia del Japón”, S.A.R.P.E. (1978), p.2.279-
2.286
José Ángel Martos, La Bomba A: el arma definitiva, Revista Muy Historia Nº45
(2013), p.38-39
Jacques Pirenne, Historia Universal. “Las bombas atómicas provocan la
capitulación de Japón”, Exito (1961) p.433-434

CAMILA FALCON RIVADENEIRA

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