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Balandier, Georges Antropologia politica. -1* ed. - Buenos Aires : Del Sol, 2004. 304 p. ; 19x12 cm. - (AntroPolis) ‘Traduccién de Carina C. Battaglia ISBN 950-9413.26-7 1. Antropologia Politica I. Titulo CDD 306:320 Director o¢ cotrcoow: Eduardo Griiner Tiruro onc: Anthropologie politique Dsseko oe rw: Sanyit Esta edicién cont6 con el apoyo de la Embajada de Francia, © Presses Universitaires de France, 1967. © EDICIONES DEL SOLS. ‘Av. Callao 737 (C1023AAA) Buenos Aires - Argentina Distribucion exclusiva: Ediciones Colihue S.RL. ‘Av. Diaz Vélez 5125 (C1405DCG) Buenos Aires - Argentina ecolihuegcolihue.com.ar ‘www.colihue.com ar 1S.B.N. 950-9413.26-7 Hecho el depdsito que marca la Ley 11.723 IMPRESOEN ARGENTINA -PRINTED IN ARGENTINA Introduccién * LAS ESTRUCTURAS ELEMENTALES DEL PODER Una apuesta por una Antropologia de Lo Politico El libro que el lector tiene en sus manos, publicado ort ginalmente en 1967, permanecfa, inexplicablemente, in- édito en castellano. Se trata, sin duda, de lo que las adua- nas clasificadoras de géneros académicos llamarfan un ‘manual introductorio” a la problemética, los autores y la historia de la antropologia politica. Pero, por supuesté, es mucho mis, inmensamente mas, que eso. Es, y ademas sugiere ~como intentaremos mostrarlo en lo que sigue tuna amplia, profunda y critica reflexion sobre fos modos ‘en que las humanidades y las ciencias sociales han pensa- do la cuestién de Jo politico, y sobre cémo ta antropologia (la antropologia politica de la que habla Balandier) puede contribuir a re-pensar, incluso a re-crear la cuestién desde Sus propias raices. Salvo cuando sea estrictamente necesa- fio, no vamos a resumir ni glosar aqui el contenido de la obra, ni siquiera para “defenderla” (todo eso, ella lo hace inmejorablemente por si sola). Apenas intentaremos trasla- darle al lector no solamente nuestro entusiasmo ante su ectura, sino una parte del enorme cémulo de sugerencias que ella todavia puede despertar para la construccién de 'o que, en nuestra opinién, deberia ser una antropologia Politica hoy. Porque, publicar hoy un libro “cientifico” de 8 Eduardo Gruner 1967 puede aparecer, con toda el agua que desde enton- ces ha corrido bajo el puente de las ciencias humanas, un anacronismo, Y, en cierto modo, lo es: es un anacronismo propiciatorio, una “extemporaneidad” que busca recupe- rar lo que el libro tiene para decimos hoy, aprovechando su actual estatuto de “fuera de moda”, o de inactualidad, en el sentido nietzscheano. Casi se podrfa hablar, pues, de una productiva provocacién. Digamos por ahora, simplemente, que se trata de un libro indispensable de un autor igualmente indispensable. LY no sélo para los antropélogos “profesionales’, sino para todo aquel que esté interesado en pensar la sociedad y la historia, en todas sus dimensiones —que son todas, en dilti- ‘ma instancia, “politicas’~ de una manera heterodoxa y crea- tiva. Georges Balandier (nacido en 1920, y afortunadamente todavia bien activo: acaba de publicar su ultimo libro, Ci- vilisés, dit-on) fue y es, desde su propio terreno y desde su propio “compromiso” intelectual, uno de los grandes testi- gos del conflictivo siglo XX. Discipulo dilecto del gran Michel Leitis' ~siendo atin poco més que un adolescente formé parte de su equipo de investigacién, todavia en vis- peras de la Segunda Guerra, en el Musée de I” Homme de Paris-, despues de su ‘obligado” paso por la Resistencia trabajé durante buena parte de su vida como etndgrafo en * Laabsolutamente exraoeinaria(einclasfcabl, en muchos sentidos) obra etografca de Michel Leiises, que Sepamos, inconseguibleen castellano. Lo ‘val representa, certamente, Un vaco inconmensurable: Leis, antesinc uso, de ser antropélogo, eraun escrito y ertico de arte (incluso musical) de una ‘originalidad pasmosa, esto fueremente vinculado, primero, al movimiento surrealisa; luego al mas que heterodoxo College de Sociologie (Georges Bataille, Roger Caillois,Klossowsky, etc) finalmente al rupo de Les Temps “Modemnes (Sartre, Merieau-Ponty), y toda esa potencia de artista lataslad6 a ‘us darios e impresiones de campo (paticipd activamenteenla primera gran ‘expedicién etnogrfia francesa, la llamada “Misin Dakar-Djibout”, dirig dda por Marcel Griaule en 1931), cuyo estilo tanto coma su contenido repre- ‘sentan una visin origiallsima de as cultura areaicas*, asi como unarecu- ‘sacidn feroz pero intensamente podtica del colonialism, Afortunadamente, {edo esos trabajos han sido recopilados hace yaalgunos aos en Francia, Ce ‘Michel Leis: Miroir de ’afrique, Pars, Gallimard, 1995, Introduccion ° el Africa negra (especialmente en Guinea, Mauritania y el Congo), ademés de desempefarse como profesor en la Sorbona y director de laboratorio en el CNRS (Centre Na- tional de la Recherche Scientifique). Entre sus principales (y numerosisimas) obras, hay que mencionar Sociologie ‘Actuelle de I’ Afrique Noire (1955), Afrique Ambigde (1957), La Vie Quotidienne au Royaume de Kongo (1965), Anthropologie Politique (1967), Sens et Puissance (1971), ‘Anthropo-Logiques (1974, edicién castellana en Barcelo- nna, Anagrama), Eloge du Mouvement (1988), Le Pouvoir sur Sc&nes (1992, edicién castellana en Barcelona, Paidés, 1994), etcétera, etcétera. Pero esos titulos -asf como el de esta Antropologia Politica-, mayormente descriptivos, s6lo ‘a medias, y muy imperfectamente, dan cuenta del aliento por momentos épico que anida en esos textos, ya que “lo politico” fue siempre para Balandier no solamente un obje- to de estudio (que lo fue, y con el mas alto rigor intelectual Y académico que pueda exigirse) sino una verdadera pa- si6n, demostrada, entte muchas otras cosas, por su irrenur- Cable compromiso con la causa de la descolonizacién, que le valié no pocos disgustos en su carrera universitaria. Fue esa pasién y ese compromiso fo que le indujo, por otra par te, a analizar las estructuras politicas de las sociedades “ar- caicas’ no solamente en su ‘naturaleza" sino, sobre todo, fen su transformacién: si una obsesién hay en la obra de Ba- landier, es la de historizar esas sociedades que tantos de sus ‘colegas europeos pretendian calificar de “estaticas”. Es por todas estas razones, y no solamente por su valor intrinseco ~que ya por si mismo hubiera sido més que suft- snte— que hemos elegido este texto de Georges Balan- ddier para inaugurar nuestra coleccién de Antropologia Politica, Sobre el espiritu y los objetivos de esta coleccién, ‘no diremos mas nada aqui: esperamos que quede lo sufi- Cientemente claro en la lectura del resto de esta introduc- ién, para aquel 0 aquélla que tenga la paciencia de ha- Cera. Agreguemos, apenas, que en buena medida ese esr titu y esos objetivos, no importa cudn anteriores fuesen, 10 Eduardo Griner han quedado clarificados y precisados mucho mejor con la lectura del libro que hoy presentamos. “1. En los iltimos afios, a nivel mundial (no es todavia del todo el caso de la Argentina, pero ya llegard: en la Argenti nna todo llega), la antropologia, como disciplina acadeé a, se puede decir que se ha puesto “de moda’. Incluso que ha adquirido una cierta posicién dominante entre las humanidades y las ‘ciencias sociales". Eso no es ~por lo menos, no indiscutiblemente- bueno para la antropolo- gia, ni para lo que suele Hlamarse el pensamiento critico. No lo es, porque en buena medida esa “moda” tiene que ver con la posicién también dominante (mas dominante: en verdad, la *dominancia” de la antropologia esta sobre~ determinada por esta otra) de los estudio culturales, y de conceptos como el multiculturalismo, la hibridez cultural, fretcétera’. Es decir, es un subproducto de las tendencias { ‘postmodernas” a celebrar las diferencias, asf, en abstrac- | | 10, sin ahondar demasiado -con las obvias excepciones de siempre- en la medida (verdaderamente trégica, en mu- cchos casos) en la que tales “diferencias” son.el efecto del | poder y la desigualdad. Ello ha introducido una serie de “novedades” (no tanto en los contenidos como en los enfo- ques) que répidamente se transformaron en nuevas orto- doxias: por sdlo dar un ejemplo, si en una época tuvo su cuarto de hora de gloria la escuela cultura y personalidad =con su inspiracién mas 0 menos cercana al psicoanalisis, fen su_versién adaptativa norteamericana-, ahora se po- dria hablar de la escuela simbolismo e identidad ~con su inspiracién mas © menos hermenéutica y/o mas o menos |? Para una crticacondensada y sucinta (pero sumamente aguda de esos concep- tos, véae Fredc Jameson Skvoj Zizek: Estudios Cuturals.Rellexiones sobre el “Mukicutralismo, Buenos Aies/ Barcelona, Paidés, 1996, Farauna buenainro- duccion al recorride contradiciorio dels studios cultrales, Carlos Reynoto: ‘Apoge0 y Criss de os Estudios Culturaes, Barcelona, Geis, 2002, Introduccion ” postestructuralista, segin los casos-. En todo caso, y tal como corresponde al signo de la época, cada nueva orto- doxia desplaza para siempre a las anteriores: ya nadie se datreverla a adscribir sin mas a la escuela difusionista, a la historico-cultural, a la funcionalista, a la estructuralista, a la materalista cultural, etcstera. En buena medida también, la antropologia ~al menos en. sus aspectos més teéricos— ha quedado disuelta en las cues- tiones de “actualidad”. Esto ~como tendremos sobrada oca- sin de reiterar en lo que sigue también esté relacionado, desde luego, con las transformaciones que ha sufrido el mundo en las diltimas décadas. Pero, justamente: la pasion por la “actualidad", dada lo que es hoy la eficacia de la industria cultural, se transforma répidamente en una mer- cancia fetichizada. En una suerte de vértigo por el cual el mercado de las ideas exige la renovacién constante y cotiza el “estar al dia’, La antropologia -la “ciencia del hombre” por excelencia, ademés de por definicién— no siempre ha sabido sustraerse a este impulso autodestructivo. Taml ella ha caido, muchas veces, en la trampa de la “correccién académica” exigida (aunque los propios académicos con frecuencia no lo adviertan) por las regias del mercado y del poder global. No ha sido una de las menores consecuencias de esa trampa la liquidacién ~0, al menos, la subordina- Los textos ms perinentes para introducirs a eta tradicion ya “clisica son: ‘Mautice Godelier: Economia, Ftichismo y RligiSn en las Socledades Prim: tivas , México, Silo XX, 1974; Emmanuel Teray: 1 Marssmo ante as Socie- ‘dades Primitvas, Buenos Ares, Loads, 1971; Claude Meillassoux: Mujeres, |, Graneros y Capitales, México, Siglo XX, 1977; Piere Castres La Société Contre Liat, Pais, Minuit, 1974, e Investigaciones.en Anvopologia Poltica, \ Barcelona, Gedisa, 1981 “Eltento“fundador* de a antropologla politica segin el consenso académico ‘eneralizado, es African Political Systems, de 1940, compilado por Evans Pritchard y Fortes, citado en la bibliografla de Balandier. Introduccién 5 También es ese marco histérico, posiblemente, el que expli- que que la gran mayoria de los autores que aceptarian el mote de “antrop6logos politicos” sean afticanistas*. Pero, sea ‘como sea, el relativo éxito de la subdisciplina fue més que cefimeto, y, salvo excepciones harto espectficas, la especiali- dad, como tal, volvid a desvanecerse junto con el fin de aquellos procesos descolonizadores, 0 por lo menos qued6 disuelta en el terreno (aparentemente, ya veremos por qué) més vasto de la antropologta social y cultural 1A qué se debe este destino de “malditismo"? Es muy dificil decirlo, y mucho mas identificar claramente una causa. Una primera cuestién, “puramente" académica (si es que puede existir semejante pureza) puede tener que ver con la profunda transformacién del “objeto” de estu- dio tradicional de la antropologia en todas sus ramas. Como dice Balandier, “la antropologia politica surge en el mo- mento mismo en que es puesto en cuestin el recorrido antropolégico: los objetos a los cuales este se aplica princi- palmente -las sociedades arcaicas 0 tradicionales~ sufren modificaciones radicales; los métodos y las teorfas que definian esta empresa desde la pre-guerra son sometidos a tuna evaluaci6n critica, generadora de renovacién’*. Ten- dremos ocasién de volver abundantemente sobre este tema. igamos simplemente, por ahora, que hoy en dia la antro- * En efecto, en castellano apenas contamos con un puftado de obras que responderian a la denominacién de ‘antropologia politica" en un sentido “profesional” ty no en el sentido amplio y*heteradaxo" que aqui propondee- ‘mos)-todasellas on, ademés, cas inconseguibles en las Wbrerasargentinas, Y todas elas sean indvidualesocolectivas pertenecen a autores fricanistas. \Lasmis destacables son:].R.Llobera (comp): Antropologta Plt, Barce ona, Anagrama, 1979; Lucy Mair: El Cobiemo Primitivo, Buenos Aires, ‘Amorrort, 1977; Max Gluckman: Poltica, Derecho y Ritual en la Sociedad Tribal , Madrid, Akal, 1976; Jacques Maquet: El Poder Negro en Alrica, ‘Madrid, Guadarama, 1971; de este hime autor se puede consulta ademas ‘unexcelentetrabajo sobre as implicaciones sociales, politica y relgisasdel ate (no solamente) “primitive”: La ExperienciaEstética. La Mirada de un ‘Antropblogo sobre el Are, Madrid, Celeste, 1999. Laexcepcidn nofticanis- \seriaEmest Gellner:Antropologia y Police, Barcelona, Gedisa, 1997. "Conclusin: Perspectivas dela antropologia politica’ en este libeo, 4 Eduardo Griner pologia no puede dejar de tomar en cuenta la creciente “interdependencia entre las sociedades tradicionales y la nuestra propia”, como lo dice, eufemisticamente, Marc Abélas’; especificamente, la antropologia politica debe asi- mismo tomar en cuenta las “transformaciones que estén afectando profundamente a los procesos politicos tradicio- nales**. Como todas tas otras subdisciplinas antropol6gi- cas, finalmente, la antropologia politica se siente “convo- cada’, dice Abélés, “a explorar los misterios del mundo modemo, las elaboraciones de los sistemas de poder en el marco del Estado modemo, y las crisis que podrian debili- tarlo". Todo ello podria estar creéndole una suerte de “cri- sis de identidad*, en la medida en que los temas de la an- tropologia politica cada vez mas parecen solaparse con los de otras disciplinas més 0 menos similares (la ciencia poll- tica 0 la sociologia politica, por nombrar las mas obvias) La verdad es que este argumento nos parece bastante ba- nal: para empezar, nunca ~al menos, desde la propia dé cada del 40 en que surgié la antropologia politica~ la an- tropologia vacilé en ocuparse de la “sociedad modema”, e icluso en sus “interdependencias” con la sociedad “tradi- ional’; hay, para demostrarlo, una ya bien establecida tra- dicién de antropologfa urbana ~inaugurada, entre otros, por el “patriarca” Robert Redfield y sus trabajos sobre lo, que él denominaba el continuum rural-urbano, llevada a su culminacién en la década del 60 por el hoy ignorado (Oscar Lewis y su antropologia de la pobreza’, y reinaugu- ” Marc Abéles: “Political Anthropology: New Challenges, New Aims", en Intemational Social Science journal No. 153, Oxford 1997. "Vincent: Anzopology and Politics, Tucson, University of Arizona Press, 1580, * Ademis de que Oscar Lewis lotro famosisimo autor de libros extraondina- ‘cs como Los Hijos de S4ncher, La Vida, Antropologia dela Pobreza, Pedro ‘Martinez, — ha sido misteiosamente “ringuneado” (como dice el habla ‘Popular mexicanal por la academia en todo el mundo -ynihablaren la Agen tina~permanece sin raduci al castellano su opus magnum, la monumental historia oral en tres tomos dela revolucin cubana, es decir obra mas peni- ete aunque todas lo son! para una antropologlapoltica en sentido amplio Introduccion 5 rada hoy, en un contexto “postmoderno y con connota- cciones mas directamente politicas, por Mike Davis"*-. Por ‘otra parte, el solo hecho del solapamiento con otras disci plinas no tendria por qué generar, en si_ mismo, ninguna “crisis de identidad”: qué decir, entonces, de la antropo- logla econdmica -otra bien prestigiosa linea de trabajo, a partir de Herskovitz, Sahlins, Godelier y tantos otros"? Tampoco se ha limitado nunca la antropologia al mundo extra-europeo (alli estén las investigaciones de PittRivers sobre la cultura de! honor en el Mediterraneo, 0 las de Emesto de Martino sobre fas mitologtas campesinas del sur de Italia"), nia las sociedades mas “elementales” (alli estén las investigaciones de Gregory Bateson y Margaret Mead sobre Bali, las de Clifford Geertz sobre el islamismo en Indonesia o Marruecos, las de Ruth Benedict sobre una cultura tan poco “elemental” como el Japon"). En todos estos casos, y varios otros miles que podrian nombrarse, no se trata tanto de los temas —ni mucho me- como la que roponcemos en eta inrodveion. Cf. Oscar Lewis: Living the Revolution, An Oral History of Cantemporar Cuba, Chicago Minos Univers ty Press, 1977; Tomo : “Four Men”: “Fout Women”: Ii: “Neighbours Sabre el enigma de Oscar Lewis, vise. Griner: Los estutis cultures antes de fo Estudios Cuturales.Vindicacibn de Oscar Lewis ;Culara dela pobreza o pobreza dela cultura” en Ziguat No.2, Noviembre 2001 * Autor nunca taducido, yenire nostos précticarente desconocid, de ‘Mike Davis puede consultarse: Mapcal Urbanism. Latinos Reinvent the U. 5. ty, Londres, Verso, 2000, y Dead Chis, New York, The New Press, 2003 "Mahle Heskove:Anuopologia Feondmica, Mésica,FCE, 1959; Mashall ‘alin La conomla de ad de Pica, Modi, Akal, 1977; Mource God lier Economia, Fetichsmoy Relist... opt Laantropologiaecondmica ha sido una especial de desarollowlatvementeimporarcena Ageing a menosdesdels aos 0. La mejorinroducin local deconuntoasupoble Iitea que conocemos es Héctor Hugo Tncher (comp): Antopologia eo- ‘mica, Conceptos Fundamentals, Buenos Aes, CEAL, 1992. "lulian Pit-Rives: Antropoogt del Hon, Barcelona, rica, 1977;Emes- 10 de Martino: Il Mondo Magico, Torna, Einaudi, 1966, y La Tera del Remordimiento, Barcelona Belatr, 2000, 'Gregoy Bateson: Naven, Madd, rodhufi, 1989; Clifford Geeta: bse \ando el slam, Barcelona, Paidés, 1994; Ruth Benedict: EICrsantemo yla paca, Madi Alianza, 1968. 16 Eduardo Griner 1nos de la localizacién geogréfica de las sociedades~ como de la mirada especifica que la formacién etnogréfico-etno- légica de los antropélogos arroja sobre ellos, interesada en captar, por un lado, los aspectos “micro” de la cultura, y Por otro (porque tampoco nunca la antropologia ha rehu- sado el andlisis de las grandes configuraciones histérico- culturales, como en el caso paradigmatico de Kroeber, Gordon Childe o del propio Toynbee", 0 mas reciente- mente de Elman Service, Darcy Ribeiro, Emest Gellner'} los aspectos simbélicos, mitico-rituales, religiosos, inclusi- ve estéticos, que las otras ciencias sociales solian dejar de lado o tratar muy sucintamente. Y finalmente -y quiz lo més importante para los propé- sitos de esta introduccién-, se podria muy bien decir que la antropologia politica, tal como fue académicamente "dise- fhada’, siempre suftié de una “crisis de identidad” —lo cual, como intentaremos argumentar, habla bien de ella-. Al menos, en el sentido de que sus propios “temas*, articula- dos bajo la especifica mirada antropoligica, y como el lec- tor podrd inducirlo rapidamente de los problemas que plan- “Por ejemplo: A. L. Kroeber: Estilo la Evolucin de fa Cultura, Madi, Guadarama, 1969; el gran arquedlogo V. Gordon Childe ha hecho coniibu- Ciones grandiosasa lo que aqui defendemos como una antropologia histxico- politica, etre otros libros en Que Sucedid en la Historia , Buenos Aires, Leviatin, 1956, y Nacimiento de las Civilizaciones Orienafes, Barcelona, Ediciones 62, 1968; en cuantoa Amold Toynbee, sabemos que hoy noes de ‘buen gust citrl entre loshistoriadores (avo, liamativamente, entre aqué- los que trabajan con la toria del sistema mundo, como Wallerstein, Samit ‘Amin o A. Gunder Frank sin embargo, no nos pevaremos, tozudamente, de hacerlo, puesto que su Estudio dela Historia en 12 tomos (Buenos Aires, Emecé, 1959; vesién abreviadaen tres tomosen Madi, Alianza, 1974), mas allade su “tracaso® como “filosoflade la historia", es un extraordnatio ejem- ‘lo del uso de categoriasasropolégicas genércas para analizar nada menos ‘que la historia de la huranidad en su conjunto, "Flan 8 Service: Loe Orgenes del Esta y def CivilizacinMacid, Alianza Universidad, 1964; Darcy Ribeiro: Las Americas yla Civiizacién ,Buenes Aires CCEAL, 1968, y Configuraciones Histvico-Cirturafes, Montevideo, CEL, 1972; mest Gellnerseha dedicado,principalmente al estudio del nacionalsmoa través dela historia, también con categorasantropolgicas etre susnumerosos textos, cr. Encuenros conel Nicionalisno, Madd, Alanza Universidad, 1995, Incroduceién 7 tea aqui Balandier, la obligaron a reabrir el debate sobre as categorias tedrico-metodolégicas que se pensaban ya firmemente consensuadas, y que heredé de la sociologia politica (squé es, exactamente, el poder politi- co?, scOmo y en qué circunstancias, exactamente, se origi- na?, qué es, exactamente, el “Estado”, xcuando hay, exac- tamente, legitimidad?, ;con qué criterios, exactamente, decir que una sociedad es/no es “politica’?, sen qué senti- do, exactamente, se puede decir que en una sociedad hay/ no hay derechos y obligaciones “politicos"?) pero también de la antropologia propiamente dicha (bisicamente: en so- ciedades en las que no esta tan clara ~como lo esta supues- tamente en las sociedades occidentales modernas- la divi- sién de “funciones” sociales, como separar el estudio, otra vez, de la cultura en su conjunto, incluyendo desde ya aquéllos aspectos simbélicos, mitico-rituales, religiosos, estéticos, de una “politica” tout-courte, que no existe como tal -es decir, tal como nosotros fa concebimos?, json, en- tonces, sociedades a-politicas, como se ha pretendido a ‘veces ridiculamente?, jo es que nuestro concepto de la po- Iitica es estrecho, etnocéntrico, ideolégicamente deforma- do, por lo menos insuficiente?). ‘Como se ve, la “crisis de identidad” parece més bien ser la de las otras ciencias sociales, comprendida la antropolo- gia misma, sdlo que tuvo que venir la “antropologia politi- ca", a modo de espejo deformante, para ponerla de mani: fiesto. En términos mas generales, como lo sefala el pro- pio Balandier, la antropologia politica contribuyé de ma~ nera decisiva a un descentramiento de la problematica de lo politico tal como las ciencias sociales lo habfan pensa- do habitualmente: las dimensiones de lo politico ya no Dudieron reducirse al juego del Estado y las instituciones en un sentido “moderno”, sino que la antropologia politi- a forzaba una dinamizacién de ese "juego" para incluir las acciones y las situaciones, que no por realizarse al mar- ‘Ben de la existencia de ese Estado y esas instituciones (siem- Pre en el sentido “moderno*) son menos estrictamente po- 8 Eduarde Groner Iiticas -como, por otra parte, lo podrian haber aprendido las ciencias sociales de autores como Gramsci o Foucault-, Quebrar la fascinacién que el Estado y las instituciones habia ejercido siempre entre los tedricos politicos (al menos, los no-marxistas mas influidos por Weber o Parsons) fue uno de sus gestos mas escandalosos, que -para volver a citar a Balandier- “termind por granjearle una virtud corrosiva’. Quiza sea esta una primera y aproximada explicacién de su “malditismo" académico. Lo que es casi seguro (al menos para el que esto escribe) es que fa antropologia en su conjunto es una disciplina “maldita’, y que la antropologia en su conjunto es “polit ca" (como lo son todas las ast llamadas ciencias sociales, se nos dird: pero la antropologia lo es de manera especial, como enseguida procuraremos mostra‘). Y ambas cosas por fa misma y obvia razén: porque ¢l surgimiento mismo de la disciplina no importa el grado de conciencia que sus practicantes tengan o hayan tenido del asunto~ es impen- sable por fuera del contexto de la mas grande empresa genocida (y “etnocida’: las culturas también pueden ma- tarse, aunque se permita sobrevivir a sus sujetos) que ha conocido la historia de la humanidad: la conquista colo- nial, iniciada por supuesto ya entre fines del siglo XV y principios del siglo XVI, pero que durante el siglo XIX -al doble y complementario impulso de la consolidacién a escala mundial del capitalismo industrial, y del positivis- mo rampante en el plano del pensamiento y la investiga- cién- fa dominacién administrativa de las colonias deman- da un acabado conocimiento “cientifico” (una acabada racionalidad instrumental, como hubieran dicho Max Weber 0 los miembros de la Escuela de Frankfurt) de esas culturas “extrafias’, asi como, en otro registro —pero, gsera de verdad tan diferente?-, el surgimiento de la disciplina bautizada por Augusto Comte como sociologia respondia a las nuevas necesidades de administracién y control so- ial de los efectos producidos por la industria capitalista (el menor de los cuales no era, claro esta, el de la emergen- Increduccién 9 cia de una nueva “clase maldita” como el proletariado). Y asi como para otras disciplinas humanisticas de mucha mas larga data (la historia o la ciencia politica, pongamos por caso) se impuso el formato del tratado cientifico-descripti- Yon reemplazo del ensayistico-interpretativo, respondien- do a esa misma légica instrumental de la “administracién de los hombres" que invocaba el propio Comte. Por su- puesto, afortunadamente, el valor de una disciplina no pue- de sencillamente reducirse a sus condiciones de produccién. Pero esas condiciones de produccién existen, y serfa necio, no hacerlas entrar en él ana{isis d@ Tos efectos disciplinarios en el pleno sentido de la palabra de una ciencia. En ese marco -en el que, como deciamos recién, la antropologia se revela como una disciplina inmediatamen- te “politica” que no osa decir su nombre- la aparicién de una subdisciplina que explicita ese cardcter en su propia autodenominacién no puede menos que constituir un pe- quefio (0 no tan pequefio) escandalo, en tanto ella, en su propia practica, denuncia de hecho el escamoteo de una “voluntad de poder” desplazada por las coartadas asépti- cas de la ciencia. Desde luego, cualquiera podria objetar que, justamente, el hecho mismo de que una parte de la antropologia se asuma abiertamente como “politica” exi- me objetivamente a las otras “partes" de hacerse cargo de Su propia naturaleza. Pero las cosas no son tan faciles: la casién del surgimiento de la subdisciplina no autoriza ex- cesivas sutilezas retéricas ni ideolégicas; como ya dijimos, se trata del periodo en el que empiezan las grandes luchas descolonizadoras en el mundo entero, y también en la ast llamada América “Latina”, donde, si bien su descoloniza- cién formal se habla producide mas de un siglo antes, el despertar de Asia y especialmente de Africa pone al rojo Vivo la cuestidn de su “segunda liberacién’®; lo cual no deja de ser un irénico retorno al origen: después de todo, en el ‘Contexto de la colonizacién originaria, la esclavitud afri- ‘ana habia cumplido un papel protagénico en la “acumu- 'acién primitiva” de la que famosamente habla Marx; ef 2 Eduardo Groner _genocidio americano fue también, simultaneamente, el af ‘ano: hay alli una solidaridad histérica y ldgica entre los destinos de ambos continentes que no siempre es cabal- mente reconocida por los historiadores, sociélogos o an. tropdlogos: es incretble, pero es asi, que en los programas académicos de historia de la cultura, etnohistoria, 0 lo que corresponda, “América” y “Africa” suelan aparecer (supo- remo que habré saludables excepciones) como dos “asun- tos” completamente divorciados. Por las mismas razones, aunque de manera més media- tizada, mas “académica’, el surgimiento de la antropolo: fa politica coincide con la progresiva toma de concien Cia, por parte de sus practicantes, de una crisis terminal en los objetos de estudio de la disciplina en su conjunto: esas culturas “extrafias” (*primitivas”, “arcaicas”, “Agrafas": val- dria la pena hacer un andlisis filol6gico, histérico-seménti £0, de los sucesivos eufemismos que los antropdlogos y eindlogos fueron acufando para hablar de sus objetos de estudio, buscando cada vez con mas ahinco el término mas in-ofensivo o “politicamente correcto”, como se diria ahora, hasta llegar a la redundancia de las “culturas etno- Brdficas’, 0 a la autoparodia de las culturas “Ilamadas pri- ivas", y finalmente al sarcasmo lévistraussiano de las culturas “llamadas Hamadas primitivas"), esas culturas “ex- trafias", deciamos, ya no existian més. Por lo menos, no en la pristina pureza incontaminada por las miasmas occiden- tales con la que cierto romanticismo etnolégico ~de enor me influencia sobre la subjetividad de los antropélogos, mas allé de su mayor o menor positivismo~ habia alucina- do respecto de un mundo presuntamente preservado en la inocencia paradisfaca del “estado de naturaleza”, con el que habian sofiado ya los contractualistas y los iluministas, ciertamente poco advertidos ~pese a su autoproclamado “materialismo”- de cémo estaban retomando la idea cris- tiana del paraiso perdido". Sobre a cuestin de lan luencia dea filosoiailuminsta sobre la antrope- logla,wéase Michéle Duchet: Antropologiae Historia en el Siglo de las Luces Introduceién ” -2- Por supuesto, esto habia sido siempre ast. En primer lu- gar, porque (y ello es algo que la propia antropologia poll tica vino a descubrimos) nunca esas sociedades, tan distin- tas entre si en tantos aspectos, habian desconocido total- mente las diferencias de rango, la explotacién del hombre por el hombre, los conflictos de poder, la dominacién au- toritaria y a veces violenta””. Incluso el etnocentrismo, y algo que hoy llamariamos “racismo”: es sabido, por ejer- plo, que muy frecuentemente, en muchas de las lenguas de ‘sas sociedades “arcaicas”, la palabra que designa a la pro- pia lengua y a la propia cultura (pongamos dogon, o bantu) también significa “hombre”, en el sentido genérico de la humanidad como tal: es decir, “hombres’, seres humanos, somos siempre nosotros; los “otros" quedan siempre relega- dos a alguna esfera (mas 0 menos respetable, sein los ca- 0s) de ‘subhumanidad'. En todos estos rubros mds alld de Ciertas exageraciones pedagégicas, como las de Marx, sobre el “comunismo primitive’ no hay demasiado lugar pata la idealizacién: se trata de una diferencia de grado, y nunca de naturaleza, con la sociedad occidental. ‘Mésic, Siglo XX), 1975, Sobre lo fects de la teologiacistiana y el concep- todel “paraiso perdido", cfr. Adolf. Jensen: Mico y Culto entre Pueblos Primitivos , México, FCE, 1959. En cuanto alo que acabamos de llamar “romanticism etnoldgico", sin duda queda yafundado entre fines del sigho XVI prncipios de XIX, por ejemplo cuando los hermanos Grimm inician, ‘0n surecopilcion de as leyendas folkoricas populares alemanas, una radi ‘ién deo que Burke lama el descubrimiento del pueblo" (ce Peter Bure: {8 Cultura Popular en [a Europa Moderna, Madrid, Alianza, 1991). Desde la flota politica el principal antecedents es por sypuesto learacques Rou Sau, pese alo cual otal vez justamente por ello) es sndicado por Levi Strauss ‘Some fundadordelaciencia einol6gica (ft. Claude LévrStauss: “Jeamrjac+ ‘dues Rousseau, fundador de las ciencias del hombre", en AAW: Pesencia de Rousseau, Buenos Ares, Nueva Vision, 1972. ” El ya ctado Pierre Clastres, en La Socidte contre lta (ver nota 1), intenta sta la existencia de una suerte de “anarquismo primordial” porel cual los miembeosde as sociedades més areaicasresistlan casi insitivamentela a Edvardo Griner Si, pero, qué grado. Quiero deci: primero, si todas las culturas ejercieron (y ejercen) en alguna medida la domi- nacién, la explotacién y la violencia de! poder sobre una parte de la humanidad, ninguna como la cultura occiden- tal se propuso intencionalmente hacerlo a escala planeta- ria, aplicando a pleno su “racionalidad instrumental” a los fines de ese poder; segundo, si muchas (no todas) de esas culturas creyeron ser superiores a otras, ninguna como la cultura occidental pretendié ser la cultura por excelencia, el depésito universal del saber, la razén, la ciencia, la moral, el “progreso”, cuyo ejemplo y modelo debia, por las buenas 0 por las malas, ser seguido por todas las demas: a partir de la mundializacién del poder occidental, en efecto (que para nosotros, los “latinoamericanos", empez6 en 1492), laidentificacién con la cultura explotadora se transforma, digamos, en un kantiano imperativo categéri- coy “ético”; en este sentido la cult ales la mas gigantesca empresa de psicopatia (como diria un psicoa- nalista) de la historia. Y también, para insistir con la jerga psicoanalitica, la mas gigantesca empresa de renegacién: Occidente ~casi desde siempre, pero con particular énfa- sis a partir de la Conquista y la colonizacién— fue presa de {o que alguien ha llamado el mito del autoengendramien- 0", por el cual, construyéndose a si mismo como Total dad abstracta,neg6 el lugar que él Otro, el colonizado, tenia en su construccién y én su autoimagen, mediante conformacin de casas dominantesy su consiguiente organizacin como poder politico. Et libro es deslumbrante, aunque no siempre plenamente ‘convince "sta eferencia puede encontratse en muchos autores, sobre todo entre fos specials en la antigua Grecia, donde aparece en su forma més elaborada, Un muy interesante andi del tema puede leerse en Nicole Louraux, que lo Vincula alos mitos de autoctonfa (vale decir, la creencia le que los hombres pore que debe entenderse los ciudadanos de género masculino— nacen srectamente de lateral en la Grecia arcaica La cuestion es de gran impor. tancia politica para fo que podkiamos lamar, extrapolando el término, e! “nacionalismo”, veces muy intenso, dea polis giega. Cit, Nicale Louraux “Le mythed aucthoctonie dans la Gréce ancienne™, en Annales, 1988, Introducci6n 3 una tipica operacion ideolégica de fetichizacién, de susti- en dal Todo ‘por fa Parte. Nuevamente: tampoco la modema cultura occidental ~esa que ha producido a Shakespeare y a Kant, a Cervantes y a Hegel, a Milton y a Spinoza, a Beethoven y Marx, a Miguel Angel y Nietzsche, a Velézquez y Freud puede ser reducida a la monstruosi- dad del colonialismo. Pero, hace falta recordar una vez mas el dictum terrible de Walter Benjamin a propésito de ‘que todo documento de civilizacién lo es simulténeamen- te de barbarie? Ningtin otro campo disciplinario como el de la antro- pologfa politica, por todo lo que hemos dicho, estaba en’ ‘mejores condiciones de denunciar esta anulacién del Otro, muy frecuentemente hecha en nombre de la propia antro- pologta, ciencia occidental, para la cual ese “Otro” era, en efecto, una alteridad radical y absoluta, con la cual Occi- dene no eT nla. que ver, como consecncia de any lla empresa de renegacién. Por supuesto, no es que Occi- dane nea 3¢ hubiera interesado, antes del colonialismo moderno, en “Ia cuestiOn del Otro”. Mas atin: en cierto sentido se puede decir que el pensamiento occidental como tal, en sus comienzos griegos, es una reflexidn sobre el Otro; un impulso a dar cuenta de lo “extrafio” ~de lo que los Briegos Hamaran lo barbaro, una denominacién que sim- Plemente aludia a lo que no se entiende, y que al menos en Principio no tenfa por qué tener ninguna connotacién pe- ‘Yorativa'’- que esté en el propio origen de lo que dio en Continuemes con las eivingicacones, esta ver sin disimolasu inedmoda “ambigedad, Un absoluto“ninguneado" de a anropologia argentina actual Por azones comprensiblesaunqueno exentasdeinjusicia intelectual Marcelo Bormida (1925-1976), notable rndlogoy etndrafo que diigira a Carrera en los aos 60, y cuyo equipo de trabajo primero en laevis Runa ‘luego después de 1973, cuando fe prictcamenteexpusado de la Faciad {eo Filosoiay Letras: el que escribe exo lo sabe bien, porque evistsbien lrectamente, entre ls “expulnaiores") en Scripta Ethnologica~, lev. 0 el que posibiemente sea, hasta el dia dela fecha, el mis importante ‘oniunto de invesgaciones enoraficas sobre ls cultures aboigenes (uo Binaras", como se dice ahora argentinas. EI Tano Bérmida, que adhera 4 Eduardo Groner llamarse Filosoffa, y més claramente atin, por supuesto, en fa invenci6n de un discurso peculiar, llamado Historia, por Herodoto, Tucidides o Polibio: un discurso que —dada la inexistencia de documentos sabre los cuales ejercer la eriti- ca- tuvo que basarse en la observacién directa o el testimo- nio oral (como es el caso canénico de la Historia de la Gue- rra del Peloponeso tucidideana), fundando de esa manera, junto a la historia, el método etnogréfico. Pero no cabe duda de que es el colonialismo el que consagra a la antropologia, una vez més, como disciplina “cientiica", y es fa descolonizacién la que provoca el sur- ‘gimiento de esa incémoda subdisciplina llamada antropo- logia politica. Incémoda, porque precisamente venia a develar algo que la mayoria de los antropélogos -imbui- dos de aquel romanticismo de las sociedades “en estado de naturaleza", que en verdad era tributario de un etno- centrismo que pretendia, como hemos dicho, encontrar en los “primitives” una diferencia radical con occidente- tozudamente se negaban a ver: las culturas “arcaicas", aun cuando no estén tan draméticamente atravesadas por la dominacién colonial 0 neo/post-colonial como lo estén la ‘erventementealacoente fenernenoligico-hermenéutica , hasta cierto puto, alana histrico-cultwral de Croce, Plarzoniy Jensen) hoy casi lamentable mente, nos treverosa agregar desechada, ease nos decia, un “fascist” (en ‘efecto, parece que habia combatido en la aviacion mussoliniana al fin dele | Guerra Mundial, siendo poco més que un adolescente,y sus posiciones poltica personales eran bastante reacconarias; nunca supimos, sn embargo, ‘que adoparaposturasactivas durante os “aos de plomo™, nique denunciars militants universities, como lio hicieron oto). Pero dos acho lo revin- dican parcialmente aa distancia: 1) Creé en su momento la cétedra deEtno- logiaExtraamericana, toda una declaracién de principios, desde el propio titulo, de una politica deinversin del europefsmo (o norteamericanismo) impetante en esa época en la antropologla cultural que estudldbamos: laidea «era, por sypuesto, que losamericanos también teniamos nuestros otros alos {que estudiar, y que lo podiamos hecer desde nuestro propio espacio; 2) insita siempre en la recuperacin del sentido grego originario del término -barbarie , que para él solo une desgraciads historiahaba transformado en egaivo’ Hacer esto es también, para nosotros, hacer antropologia politica, nos guste ono esa “politca® precisa, Incroduccién as gran mayorta, tienen una profunda y consistente dimen- sidn politica e historica®. La antropologia politica también vino, pues, a restituir el perdido lugar de la historia en las seciedades arcaicas, en pleno reino del funcionalismo (y juego del estructuralismo) en los estudios etnolégicos”. ‘Claro esté que esa dimensién es mucho menos nitida y auténoma que en la sociedad occidental (moderna), estan- do como esté inseparablemente imbricada en la religion, la mitologia, el ritual, las estructuras de parentesco, eteste- ra Pero, pensemos de nuevo: esa “nitidez", esa “autono- mia’ de una dimensién propiamente politica en la socie- dad occidental es ~como acabamos de aclarar mediante tun paréntesis- estrictamente moderna. Es decir: es un pro- ducto de la alienacién como efecto de fa racionalidad ins- trumental capitalista, en cuyo seno fos sujetos experimen- tan lo que Weber o Simmel {y Marx, a su manera) hubie- ‘an Hlamado una “fragmentacién de la experiencia’, una pérdida del sentido de la totalidad compleja en la que consiste la praxis social. Paradéjicamente (Balandier no deja de sugerirlo), en los hechos, el sujeto de las socieda- des “arcaicas” esta mucho més cerca que nosotros del zoon politikén aristotélico, 0 del homo politicus ciceroniano: de esa condicién para la cual ta politica no es una activi Enel oro exremo del empetio por hacer de as sociedad “arcaicas" un ‘rapa dealer racial, est, desde veg, Levistrausysu“katsmosia Suto tascendental”comoloealiicare muy agudarente Paul Rcoeu, ue dliende jatablas laurie y universal dad delespirtshurano. Aunquees ‘sponta are nosotos) més deendile psu inencicn anbetnoceice, ‘ambien aqui nos parece, queda desplazadalaprotinda yconikctva tens {atrelo "Mien" yloOt dela que hablaremos masala 2 Nocabe duda de queeltuncionalimocde Malinowski Radclife-Brown, ‘rere, yeestucalso de LeviStaus, después (porsilorombar alos ‘Mores ms paradgmicos,consituyeron sendasrupuras"eolucionaias ‘later aropoligica, as como necearoscorecivasa as eageaciones tniateralesde aescela hitcocuitual de Kroeber y ovo sinembaro, 0c0 tempo despuntaron ls desventajas de cambiar un unilateralism por ‘ht. Protenemos queer ustos especialmente con Lv Strauss quien, nde Bndienterentede as letuasrevceionsas que puedan aber hecho ss ‘iscfpuls, ya habia dejado claramente establecida su posicién “equilibrada” 6 Eduardo Groner dad entre otras, mucho menos una “profesién” que podria © no elegitse, sino que es a vida misma, el enlace inme- diato y apasionado con los asuntos de la polis, de la pro- duccién misma (no importa cudn conflictiva sea) de los lazos comunitarios, de la -sugestivo concepto— ecclesia: porque, en efecto, en la sociedad “arcaica” la politica es, ulténeamente, “religién’, y viceversa. Asi como es si- multéneamente arte, mito, ritual, relaciones de parentes- co, “economia”. Pero la religién, Io religioso en sentido estricto (aquello que hace ecclesia, “lazo social") es un campo privilegiado (no sélo en las sociedades “arcaicas”, aunque especialmente en ellas) para estudiar el origen on- tolégico de to politico. El poder, en efecto, esta intima- mente ligado a {a teligin. El poder es sacralizado porque toda sociedad “afima su voluntad de eternidad", dice Ba- landier, y teme el retorno al caos mitico. La competencia ~ que sin duda existe en las sociedades “arcaicas” tanto como en las nuestras~ por la detentacién del poder es, ante todo, una lucha por la apropiacién de los instrumentos que ca- nalizan la fuerza misma, la potencia sagrada del poder. Lo sagrado, entonces, en tanto instrumento de poder y garar- {al menos, en teria) en su liminaratculo “Historia y Etnologia’,incluido en Antropologia Estructural (Buenos Aires, Eudeba, 1968), en el cual introduce suufamosa ditincin entre socedades “ras y“calientes™, Delos “estructurs listas" originales, el que mejor aprendié la leccién fue, sin duda, Edmund Leach, en toda su obra. Pero vale la pena también citar, de entre la escasa bibliografia dsponibleen castellano, la excelente compilacin de. M. Lewis \Wistoviay Antopologi, Barcelona, Sex Baral, 1972), cuyasensayos, ensu -mayoria, se cefieren a cuestiones de antropologia politica histrica, incluyer- doa lahistoria occidental. Cit, asimismo, Eduardo Hourcade / Cristina Go- ‘doy! Horacio Boalla comps.) uz y Contraluz de una Historia Antropoligica que bien esta centrado en un ails por vatios autores de un texto célebre ‘de Robert Darnton (La Cran Matanza de Gatos, México, FE, 1969) abre una fran cantidad de cuestiones sobre la elacign entre antropologia, historia, politicay erica de la ideclogia. Hay que mencionar,finalmente, aun autor ‘amo Carle Guinzburg véase, ente tos, E/ Queso y los Gusanos, Barcelo fa, Machik, 1991, pero sobre todo, para lo que nos intresa, ea texto lestupendo que es Historia Nocturna, Las Ralces Antropoldgicas del Relato Barcelona, Muchnik, 1991) Incroduccién y tfa de su legitimidad, es una dimensién simbélica (y mate rial) decisiva del campo de fo. politico. Esto puede apre- Ciarse perfectamente en todos los estudios de los mitos, tuna de cuyas “funciones” es como ¢ ideo- logias dominantes” en la sociedad moderna la de legiti nar el orden establecide™. Pero lo sagrado puede, tam- bién, “dialécticamente”, como se dice, limitar, y aun trans- formar, el “campo de poder", coro ha sido demostrado fa_utilizacion de la religién (con Sus sincretismos, sus innovaciones y aun sus *invéhciones") en las luchas anti-. coloniales”. Toda esta complejidad que analiza Balandier Tas sociedades “arcaicas” una suerte de laborato- rio en el cual observar in nuce las estructuras mas “origina- rias” (y mas totalizadoras) posibles de lo politico, -3- Pero entonces, es la sociedad “arcaica” la que revela el ‘enigma de fo politico (y no de las pollticas, que estén en ‘otto registro de [a realidad tanto como del anélisis) mucho mds “nitidamente” que nuestras sociedades, que, estricta- mente hablando, lo ocultan*, Lo politico, es decir, el mo- 2 Laldea segin a cual lsideologias polices modemas ocupan en nuestas Sociedade un lugar estructural andlogo al de os mitos n fas sociedades “arcaicas et, porsupuesto de Claude Lévi-strause (La estructirade los mi tos", en AntopologiaEstrctural, op. cit). Pero de mas esta decir que ni los {nits las ideotogas pueden redicese a esta “Tuncionaliad’,y i Levi ‘SausniBalandir iene esa asa pretension Para esto, vase ence otras C0505 € texto clsico de Vitorio Larterar: Movimiento Religiosos de Libertad y Salvacién de los Pusblos Oprimidos, Barcelona, Seis Baral, 1961 erspecivasbien diferentes, tanto Walter Benjamin en “Parauna sttca dea violencia, Ensayos scagidos, Buenos Aires, Sur, 1967) como fo Negi fen El Poder Constituent, Madi, Prout, 1998) muestran mola historia deus instucions pollics modems en Occidente, consi SBenbuena mec en el escamoteo del olen ore constiuyente de as ‘mukitudes” (violencia fundadora de juricidad” dice Benjamin) favor Poder constiuio de sinsinusones. Enoras palabras: a epresion deo 28 Eduarde Groner mento mismo de fundacién de lo social, de la ecclesia, det azo comunitario material y simbolico. Lejos de estar atra- pada en el tiempo repetitivo del ritual, como durante tanto tiempo lo cteyeron los antropélogos evolucionistas que ‘oponian el complejo mitico-ritual a la historia, la sociedad “arcaica’ esta situada en el propio origen (I6gico, no cro- nolégico: de nuevo, no se trata de un argumento evolucio- nista) de la entrada en la historia: el complejo mitico-ritual supone la “conciencia inconsciente” ~que nosotros hemos perdido-, por parte de todos los miembros de la sociedad, de que ésta vive en permanente peligro de implosién, de que en modo alguno tiene garantizado su derecho a la exis- tencia. De que, por lo tanto, periddicamente la sociedad debe ser re-pensada, incluso refundada. Por supuesto: lo que se pone alli en escena -0 al menos parece que asi fue- ra es una refundacién “conservadora’, en el sentido de que el modelo de la refundacién es retroactivo, se ubica en fo que Mircea Eliade ha llamado el illo tempore de los ort- genes miticos de la sociedad”; sin embargo, la dialéctica que subtiende a fa operacién es mas compleja de lo que aparece a primera vista: el periddico “retomo al origen” su pone cada vez un nuevo ingreso a la historia. Y, sno es ese movimiento, entonces, mucho mas hist6rico -por lo tanto, mucho mas politico, en el sentido “totalizador” de la pala- bbra~ que nuestra confianza occidental / moderna en haber ya conquistado, de una vez para siempre, la dimensién his- '6rica como tal, més alld de sus imperfecciones e injusticias? El ritual, en este sentido, compromete a todas las dimensio- ries de la polis “arcaica” (incluidas las estéticas) en su signi cado profundamente “politico”. politico a favor de ia poltica. Nuesratesis es que la antropologiapolica, estudiando “las estructura elementals del poder” en las sociedades “arcaé cas" (y su insistencia subtercnea en ls mademas) permite eral despudo {este confico constitutive de cualquier sociedad Chr entre otros textos de Mircea Eliade, E/ Mito del Eterno Retorno, Mar di, Alianza, 1969, °S Hay, porsupuest, una ya extensisima tradicién de estudios tmogriicos y Incroduccién 2» Politico, en el sentido de /o politico tal como acabamos dedefinirlo, e incluso mucho mas explicitamente, es tam- bigs ef complejo conjunto mitico-ritual ~extraordinaria- mente extendido en el mundo entero, pero de particular incidencia en el Africa sub-sahariana~ de la “eleccién” del rey autoridad maxima de la sociedad, cuyo acceso al po- der es un honor frecuentemente pagado con la vida. El ca- racter magico-teligioso del origen sagrado del rey, que le da un poder practicamente omnimodo sobre los hombres pero también sobre las fuerzas de la naturaleza, tiene su contra- cara dialéctica en la creencia colectiva de que, tarde o tem- prano, las fuerzas del elegido irén disminuyendo en su po- tencia (empezando por la sexual, simbolo de regeneracién y-tenovacién de los ciclos naturales), con el consiguiente peligro de recaida en el caos originatio, o al menos en a decadencia social -otro rasgo tributario de aquella “con- Ciencia” de la fragilidad de la cultura, de la perpetua ace- chanza de lo que el gran etndlogo italiano Ernesto de Mar- tina llamaria una crisis de presencia del ser social, de ca- Fetes “apocaliptico””-. Cuando ello sucede {y los miem- ‘bros de la sociedad, anticipando e! “peligro”, muchas ve- ces provocan intencionalmente e| suceso, mediante la ad- ministracién de drogas que disminuyen las potencias fis ‘cas y mentales del rey) el monarca debe ser eliminado. Este complejo mitico-ritual habia sido sefialado ya des- de inicios del siglo XX por James Frazer, en su monumen- tal obra La Rama Dorada", tan vituperada més tarde ty no ‘erok’gicos sobre el tema del ritual, partiendo de los textos clsicos de Mauss Huet ase encatelano Mae Mavis Oba Lo egradoy lo Prof 2, Barclona, ar, 1970, Oreste y Cato, iden eres usc rene on hormenaje especial Vor Turer Ss pines indi scre ls snbolno de us io"o, 2 SelvaSelon Sb lo. Mbsico Siglo, 1997) ete sets ambi nepliablements “dosparecios de tod Main are delNond. Corba Al le paca Suku Toi Ena 197 "México, FCE, varias ediciones. x0 Eduardo Griner sin algunas atendibbles razones, que de todas maneras no quitan un apice de placer a la lectura de ese texto literaria- mente extraordinario) por la etnografia profesional. Pero los antropélogos politicos de la década de! 1960, muy en particular los africanistas (desde el propio Balandier al atin hoy notablemente activo Luc de Heusch®, desde Meyer Fortes o Evans-Pritchard a Jan Vansina, Max Gluckman y un larguisimo etcétera) confirman el acierto estructural bisico de aquélla deduccién “de escritorio” frazeriana, Y hacen todavia mas: si tomamos en cuenta que casi siempre el rey elegido (y condenado de antemano) es obligado a realizar uno 0 més actos tabéies que le confieren su doble condicién de sagrado y maldito, y que casi siempre esos actos consisten en el incesto ritual (con la hermana, la madre © cualquier otra figura que ocupe ese lugar simbélico, ya que, como lo ha mostrado Lévi-Strauss, el concepto de in- cesto en las sociedades “arcaicas* es harto mas amplio y claborado que ef nuestro™), estos hallazgos confirman, por un lado, las igualmente vituperadas (y esta vez con mu- ‘chas menos razones) intuiciones de! Freud de 1912 en Totem y Tabi"—una obra que, por muchisimas razones, y 2 Para continuar reparando injusticiasacadémicas, digamos que es absolute mente incomprensible que no haya sido todavia raducida al castellano la ‘obra insusituible de Luc de Heusch, y may en especial os res tamos de Myrthes et Rites Bantous, un gigantesco estudio histéricorestructuallevado adelante durante més de cuatro décadas de trabajo, y que nada iene que enviar fy adn diviamos que le saca algunas vertajas) alas Mizoligicas de Lévistrauss. Cit. Mythes et Rites Bantous,, Tomo ls “Le Roi ure ou I Origine ddel'Ea” (Paris, Gallimard, 1966), Tomo Ii: “Rois Nés d'un coeur de Vache" (idem, 1982), Tomo Il: *Le Roi de Kongo et les Monstres Sacrés" (idem, 2000), Para quien le interese el tem, es taabien imprescindible su titimo libro: Du Pouvoir. Anthropologie Paitique des Socités a Ahique Central, Nanterre, Societéd 'Ehinologie, 2002. > Claude Levi Strauss: Las Estructuras Elementales del Parentesco, Buenos ‘Aites, Pais, 1973, "En Obras Completas, Biblioteca Nuovao Amorroruy, varias ediciones. Los atop logos y los prehistoradaces no se cansan de denostarestetexto de Freud en términos “cientiticos”. No cabe duda que los hechos que Freud *elata”(asesinato originario del jefe de la “horda” para tener acceso alas Introduceién 3 entre otras cosas, mereceria ser considerada también un texto fundador de la antropologia politica-, para no men- Gonar que la secuencia mitico-ritual asf circunscripta (ac ces0 al poder / incesto / asesinato del rey-"padre” / *castra- én” simbélica por fa disminucién de la potencia sexual) es la estructura misma del “Edipo", el de Freud pero tam- bién, claro estd, el de Séfocles, y antes atin, el de! mito anénimo que los inspira”. Y si tomamos en cuenta que el asesinato ritual del rey se lleva a cabo con el objeto de evitar la violencia generalizada (no sélo de los hombres entre si, sino también, segin la creencia, de la naturaleza contra todos fos hombres) desatada por la recaida en el 20s originario, estos hallazgos confirman, por otro lado, las hipotesis de René Girard sobre el sacrificio ritual y el caracter de la victima expiatoria, que hacen que esa vio- lencia fundadora que -tedricamente, al menos~ es una parad6jica busqueda de paz, pueda idemtificarse como la condicién misma de posibilidad de la existencia comuni- taria, si no incluso del origen “ontolégico” del Estado” mujeres / culpa retroactiva /instuci6n del “banquetetatémico” que da or Pitney a Rel ete deingna mare cco ‘de esa manera, y Freud lo sabe perfectamente (puesto que él mismo afima “inventado" unite) Porl tanto, lacritica yeratotalmenteel blanco: Freud no ess haciendo etnologta ~al menos, en el sentido “cientifico” del {Uemino~sino una hipbtesspsicolégica sobre la “subjetwvacién” de la Ley, ‘dela Religiin, del Poder. Pore contaro, los etadlogos pean st su obse- sin inercaimente postvsta por la “cietfcidad” no selos impidiera) sacar {Ba provecho tebrico de susintuciones Sobre el significado poltco-losofico del mito de Edipo en sus maples ‘esiones, lo mejor que sha publicado thimamente, a nuestro juicio, es ean- Joseph Gourc Edina Fildsofo, Buenos Aires, Bibles, 1999, 'René Girart: La Violencia y lo Sagrado, Barcelona, Anagrams, 1979, Véase tambidn El Misterio de Nuestro Mung, Clie pa ona prac At Poligica, Salamanca, Ediciones Sgleme, 1979. La cuesion del acto re 1 3u sentido potfico es desde luego uno de lostemas mas debatidas no {lament en aerate antropégica“propiamedte dich" sino en laetno- incluso la referida ala Greciaarcaica Seta imposible aqui nombrar $iduiera os estos mas perinentes, pero nes ateveremas suger tres, cefets '@ cukuras bien diversas Alted Metraux: Religin y Magias indigenas de 2 Eduardo Groner nuevamente vernos aqui ese cardcter ontolégicamente po- litico de lo religioso, y mas atin, atisbamos ~como lo sugie- te el propio Girard, y estamos seguros de que Balandier estaria de acuerdo- a posibilidad de construir una teoria materialista, no-teolégica, de fo sagrado*. Y si, finalmen- te, tomamos en cuenta en qué gran medida -salvo detalles secundarios, y exceptuando el recurso mas bien retbrico a un supuesto "comunismo primitivo"~ estos hallazgos con- firman las fragmentarias e inconclusas tesis de Marx sobre las sociedades pre-capitalistas expuestas ya en la década de 1850 (aunque no ast las mas ingenuamente evolucio- nistas propuestas de Engels en El Origen del Estado, la Pro- piedad Privada y la Familia), tendremos un programa com- pleto de “enmarque’” tebricofiloséfico (Marx / Freud / Gi rard, a los que habria que agregar, tentativamente, a Du- méziP®, Lévi-Strauss, de Martino y el Sartre de la Critica de América del Sur, Madi, Aguilar, 1973; Chistian Duverge: LaFleur Letae, Paris, Du Seuil, 1979; Marcel Detenne yJear Pierre Vernant La Cuisine do Sacrifice en Pays Grec, Pars, Gala, 1979, >*Ehtemade lo saga ty, en general de 0 religioso ha sido lamentablemen- te descuidado por un marxismo pacatoe intelectualmente paupértimo, que ‘tey6 suficenteatenerse ala consigna de la religin como “opio de os pue- blos” (como si, por otra parte, e50 fuera lo nico que Marx dijo sobre la eligi y de todos modos, aunque asi fuera en esafrase hay mucho mas que tuna sumatia condenz). Ello ha provocado, como suelesuceder, que lacues- tin quedara en manos del pensamiento de “derecho, quizé peor, de las palurdas tonterias de a New Age més o menos postmodera. De todas ‘maneras, no deberamos retroceder ante el obstéculo: como hubiera dicho ‘Oscar Masotta, hay conceptos (4! hablaba, por ejemplo, del concepto de decadencia) que no hay porqué dejarle al enemigo, » Georges Dumézil oto “facista” lo que no le impics ser considerado su “maestro” por gente como Lévi-Strauss, Benveniste, Duby 0 Foucault fue ‘uno de fos ms grandes erudits del silo XX: l6logo,etndlogo, historiador ela mitologia,eximio lingUista, manejaba ala perfeccidn reintay cinco lenguas Gncluyendo lenguas “muertes” y aborigenes de diferentes partes de! ‘mundo Sus investgaciones sobre la itologfaindo-europeaarcaicay sus prolongaciones en Grecia y Roma, yu famosa teoria dels “tes funciones" son absolutamente decisvas para una antropologiahistérico-politica como la que postulamos, Increduccién 3 la Raz6n Dialéctica®) para na antropologia politica de as sociedades “arcaicas” -o de los “arcafsmos" insistentes ef cualquier sociedad que interpretara criticamente, en tun nivel superior de abstraccién, el extraordinario trabajo ide campo ~y las a veces no menos notables teorfas de mediano alcance de los antrop6logos politicos. “Tendremos que volver, dentro de un momento, sobre este “programa”. Digamos, por ahora, que las conclusio- ‘nes -tanto las del trabajo de campo como las que podrfan devenir de aquella interpretacién critica de orden “filos6- fico’- no son nada tranquilizadoras. La imago mundi que ellas arrojan esti bien alejada de la imagen idilica de! “es- tado de naturaleza” rousseauniano (aunque, desde ya, esta ‘misma imagen ha sido mas idealizada por la posteridad de fo que lo hacia el propio Rousseau), tanto como de la an tropologia etnocéntrica que niega a las sociedades “arcai- ‘as" toda relacién con la politica y la historia, en tanto ‘estas constituirian para bien o para mal~ privilegios occ- tn efecto dala secon adic estore concept de area ty no de Aeicase" ono seo sue radi un tanto teducconstaments, at corno ‘as extensas secciones sobre la serialidad , el grupo-en-fusi6n ,eteétera, cons- tien porsimismaso que nos gustaria lara onto-ncopotoga pole tha ene registro hstnco floss, Otras posible spiraciones par se Inj “enmargue” aunque no las cosienatismos come nile cntal del tia pdian encontrar en Hides especialmente en fs semiaros ‘bre Nietzsche, Herdclito y Parménides, dedicados a pensar la ontologia de Uapots riegay sulci con a tragedia Cantera que, corn sever ms soles mses nae pas anor pai Ob la pocadestosseminaron Wilados entre 1935 1943), tan dose delosinoclabescompromisos politicos de Heidegger, los hace un ‘29 inguietartes pra ls concencias “progres” Pero en aera inlet "ose pues na letra svete dea eievones de Heir rec cusn tenant sponte Sear ecm modo de traduccin un mey buen exo, lamertablemente no \adueldoal castellano Miguel de Beieg: Heidegger andthe Pica pas, Londres, Rowiedge 1998, También pod iguana lista! ‘ovocat ensao de Flas Cane: Masi y Poder, Barco, uch, 198, como ls ideas de otro “protons, Carl Schmit sobreta en El Con. {le de lo Folico (Madd, Alianza, 1988) y Teloga Police ac 979), 34 Eduardo Groner dentales. Lo que tenemos aqui, en cambio, es la constata- eidn de que toda comunidad, toda ecclesia, todo “Estado” © simplemente toda forma de poder, incluso toda organi- zacién “politica” en general, esta fundada en una u otra forma de violencia, y que esa violencia esta asimismo en eb origen de la religion, de la Ley, y en et limite -si nos torna- mos en serio a Freud-, de la propia subjetividad. Lo dicho, entonces: nada tranquilizador. Pero, por supuesto, la an- | tropologia politica ~como el pensamiento critico en su conjunto- no esté hecho para tranquilizar a las buenas conciencias, sino al contrario, para inquietarlas. Prosiga- | mos todavia un poco, pues, con la “inquietud” Las sociedades “arcaicas” de las que veniamos hablan- do, decfamos mas arriba, ya no existen. 20 sf? Quiero de- cir: sin necesidad de recurrir a ninguna trasnochada teoria de la relacién ‘ontogénesis /filogénesis", yno estamos au- torizados a percibir en ellas, metaféricamente, las “estruc- turas elementales” (no, desde ya, en el sentido de ninguna simpleza : si algo ha demostrado la mejor antropologia ~y en particular la politica es la enorme complejidad simbé- lica de esas sociedades, incluso comparadas con las nues- tras) de un occidente moderno que, como también lo de- cclamos, se ha aplicado prolija y hegeménicamente a rene gar de esas estructuras, a desplazarlas bajo el manto piado- ‘sos de las forma(lidadels institucionales y legalistas, aun las, mas “democraticas"? Sera cierto que hemos superado la violencia como fundamento de nuestra propia Ley (y esta misma pregunta ya es una concesién retotica: René Girard, muestra que si esas sociedades, ocasionalmente, recuren por ejemplo a la violencia sacrificial... es porque aman la paz, y mediante ese desplazamiento pretenden evitar que la violencia se generalice; la satisfaccién por la violencia 5 un privilegio del occidente modemo)? ;Seré cierto que nuestras sociedades ya no sufren de la crisis de presencia Incroduccién a5 de la que habla de Martino, que ya no necesitan ser re- yensadas y re-fundadas? sSerd cierto que la “autonomiza- i6n de las esferas” de la que habla Weber ha contribuido ian definitivamente como se dice a desacralizar las rela- Jciones sociales y la dominacién politica? jLa vinculacién ntre fo politico ~en el sentido “fundacional” que le dé- amos antes- y lo religioso ha sido completamente que~ rada en nuestro mundo (posi)modemo? Qué decir en- tonces de los llamados neo-fundamentalismos. de diverso signo (incluido ese que se disfraza de “laicismo" neolibe- ral) que estallan por doquier desde hace varias décadas? ANo hace ya mucho que, desde polos ideolégicos opues- tos, pensadores de primera linea como Walter Benjamin y Carl Schmitt nos habian advertido sobre la relacién cons- titutiva entre teologia y politica? Pero aun sin llegar a ese nivel de complejidad, shemos llegado a una completa des- acralizacién de! propio Estado, a un verdadero “laicis- mo" politico? (y, para ser completamente provocativos: si asi fuera, jes eso necesariamente bueno?) Muchas de es- tas preguntas podran encontrarse, explicitas o implicitas, en el texio de Balandier. Hay todavia mas: en varios momentos de este libro, Balandier examina el fenémeno ~pleno de sutilezas y gran- fice complejidades- del cardcter representacional del je oder en las sociedades “arcaicas", de su teatralidad y su stetizacién, anticipando en tres décadas uno de sus textos mas logrados de la ultima etapa”, asi como los notables trabajos de Clifford Geertz" y de Jack Goody” al respecto. 3Cémo no ver la extraordinaria "modernidad” y “occiden- talidad” de la cuestién, después de haber pasado, entre tantas otras cosas, por la Industria Cultural de Adorno y Horkheimer, La Sociedad del Espectéculo de Debord, 0 ° Cte, Georges Balandier: Ef Poder en Escenas. De la Representacién del Poder al Poder de la Representacién, Barcelona, Paid, 1994 > Cliford Geertz; Negara, E Estado teatro en e Bal del sgio XX. Barcelona, Paid, 2000 > Jack Goody: Representaciones yContradiciones, Barcelona, Paidés, 1999. 36 Eduarde Griner los mas recientes trabajos de Jameson*, en los que se de- ‘muestra la cada vez mayor dependencia mutua entre eco- ‘nomia capitalista / globalizacién, por un lado, y arte / cul- ‘ura por el otto? ELpoder ha alcanzado un nivel de simu- Jacro representacional como no lo habia hecho nunca an- tes en [a historia, y es justamente por eso que sLcuestons: miento mas generalizado al poder, atin manteniénd. dent de 105 Timites del sistema, se da contra los cr dominantes de “representacién” en sentido amplio, nosotros mismos hemos intentado mostrarlo modestamen- tet. Un retomo a aquellos analisis de la antropologia poli- tica permitiria partir de esas “estructuras elementales” para vetificar -en un contexto social, econémico, politico y cultural tan diferente como es el nuestro~ cierias constan- tes y recurrencias (ciertos *retornos de lo reprimido", para insistir con la jerga psicoanalfica) de la consustancialidad entre poder y representacién. Y, para mayor abundancia: los hallazgos de la antropo- logia politica pueden aprovecharse con extraordinaria uti- jad para el estudio de los orfgenes mismos de la cultura occidental en las estructuras sociales de, digamos, la Gre- cia arcaica y clasica, tal como desde hace mucho tiempo lo viene haciendo la escuela francesa Jean-Pierre Vernant, Pierre VidelNaquet, Marcel Detienne, etcetera), ras las hhuellas pioneras de la historiografia de Femand Braudel y los Annales o {a antropologia y mitogratfa de Dumézil y Lévi-Strauss, pero también de la antropologia politica his- t6rica del alemin Christian Meier®; alli, nuevamente, el “enmarque” teérico-iloséfico en Marx / Freud / Girard y demis, articulado con las investigaciones especiticas de los Cir, muy especialmente, Fredhc jameson: El Ciro Cultural, Buenos Ares, Manantial, 2002. ‘Eduardo Groner: E Fin de las Pequertas Historias, Buenos Altes, aids, 2002, y “La Argentina, oe! Confliclo de las Representaclones", en revista Sociedad N° 20/21, 2003. © Chistian Meier: Introduccidin ala Antropologia Politica de la Antigdedad Clisica, México, FCE, 1985. Intreduceién wv historiadores y los anélisis antropolégico-politicos de los vinculos del poder con el complejo mitico-ritual y el arte (véase, por ejemplo, el caso privilegiado aunque no exclu- yente de la relacin entre Tragedia y Politica) arroja una luz profunda y novedosa sobre configuraciones simbélicas que persisten en la modernidad por mas que la ideologla dominante intente ocultarlas. O para analizar, por ejem- plo, las estructuras politicas, econémicas y mitico-rituales de los “estados” y las sociedades pre- y post-colombinas, como en la etnohistoria de John W. Murra, Nathan Wachtel ¥ tantos otros, o los “choques” culturales y las consecuen- tes alteraciones de las relaciones de poder a nivel de las representaciones, como lo viene haciendo un Serge Gruzinski, también entre muchos otros*. En fin, la lista se- tia interminable, y en casi todos estos casos podria demos- Se han escrito, por supvesto,bibliotecasenteras sobre esta cuestién, que serfa imposible enumerar aqui Solo enel timo ano yen la Argentina, ale la pena consignar tres excelentes textos: Eduardo Rinesi: Politica y Tragedia (Buenos Ares, Coihue;uldn Gallego: 1a Democraciaen Tiempos de Trage- dia. Asamnblea Ateniense Subjetividad Poca Buenos Ares, Mio y Dav {a} y ulin Gallego Ed): Prcticas Rligiosas,Regfmenes Discursvos y Poder Politico ene! Mundo Grecorromano (Buenos Aires, Facultad de Filosofia y teras, UBA). Nosottos mismos hemos abordado el tems, con muchas menos _ambiclones,en los siguientes ensayos: “La Tragedia, o€lFundamento Perdido elo Poco’, en Allio A. Boron y Alvaro de Vita comps): TeolayFlosfla Politica, La Recuporacion de los lisicasenel Debate latinoamercano, Buenos Aires, Clacto, 2002, y “El Estado: Pasin de Multitudes”, en AtlioA. Boron {comp Filosofia Pltica Moderna, Buenos Aires, Clacso, 2001. “John W. ura: La Organizacion Econdmica del Etado Inca; Nathan Wachtel: 405 Vencidos, Madrid, Alianza, 1980, y El Regreso de los Ancestros, México, CE, 2002; pra una buena introduction e esa clase de estudio, véase Ana ‘Marfa Lorandi y Mercedes del Rio: La Etnohistoria Etogénessy Transform: ‘iones Sociales Andinas, Buenos Aires, CEAL, 1992, “Serge GruzinskiL2 Gusra de as Imigenes, México, FCE, 1994 y La Colaniza- ‘Gon defo Imagiaro, México, FCE, 1995, tes buenos ejemplos muy diferentes centres son Urs Bite: Lo salvajes*ylos “civiltzados”, Mexico, FCE, 1981, ‘Stephen Greenbt: Marvelous Posessons. The Wonder the New Word, The University of Chicago Press, 1991. En todos ells se encontrarinandlissharto _mds utiles que ls semiticamentesuperciales de Tevetan Todoroven Li Con- ‘usta ce América: La Cuestion del Ovo (Mexico, Sigjo XX, 1990), 38 Eduardo Gruner trarse la enorme validez de! trabajo fundador de los aftica- nistas, entre fos que se encuentra sin duda Balandier. Finalmente, hay un vastisimo campo ~que ha Ilegado a constituir una cierta “moda” académica en las dos ditimas décadas-, lateralmente vinculado a los “estudios cultura- les", y donde a nuestro juicio los impulsos mas criticos de la antropologia politica también podrian ser de notable provecho: el de la llamada Teoria Postcolonial. Puesto que, como ya lo hemos reiterado varias veces, el proceso de descolonizacién es en buena medida “responsable” del surgimiento de la subdisciplina, resulta mas que obvio que esta sea aplicada al estudio profundo y critico, entre otras, cosas, de los modos en los que la estructura politica del dominio colonial conformé los imaginarios politicos, so- ciales, culturales, estéticos y religiosos de las sociedades colonizadas tanto como de los propios colonizadores. Porque, desde luego -ahora st podemos instalarnos en esa constatacién-, el proceso colonial transformé radical- mente esas sociedades. Para empezar, “desnaturaliz6" to- talmente sus unidades politicas tradicionales, trazando fron- teras artficiales por encima de los contextos étnico-cultu- rales, linguisticos y también sociopoliticos preexistentes. Al mismo tiempo que demostraba irénicamente que esas, sociedades sf tenfan una historia; lo demostraban para la conciencia occidental, como si dijéramos, por el absurdo: al incorporar violentamente a esas sociedades a la historia de occidente, “arrancindolas” de la propia, ponia de ma- nifiesto esta iltima, All se abria toda una nueva problems- tica (que el libro de Balandier explora en sus miltiples di- ‘mensiones), a partir de la cual quedaban -o deberian ha- ber quedado- definitivamente enterradas las ilusiones de reconsttuir un mundo “salvaje”, tradicional, inmévil en el tiempo, impermeable a los cambios, en definitiva ahistori- co. La nueva problematica tenia que dar cuenta de la coli- sién entre historicidades heterogéneas, una de las cuales, ademas, se pretendia, como hemos visto, como necesaria- ‘mente la mejor, la dominante en términos de su propio Intreduceién 2» Jogos, y no solamente de su mayor poder‘o militar y eco- némico (otra vez: ghan cambiado tanto, en sustancia, las cosasi); una colisién de la més extrema violencia, puesto que lo que se pone en cuestién con el colonialismo y su continuidad post-colonial es el propio ser social de la co- munidad dominada, y los desgarradores efectos de esa cues- ti6n, incluso sobre la subjetividad misma de sus miembros. Pero una colisi6n, también, que explicaré las aparentes contradicciones de los procesos de liberacién anticolonial,, en los que los “nacionalismos revolucionarios” deberin hacer jugar las mas arcaicas tradiciones en sincronia con- flictiva con los mas modernos aprendizajes. Junto a las pre- cocupaciones, todavia incipientes, de la antropologia poli- tica, alll estén, ya desde fines de la década del 40, los tex- tos crispados, radicalmente criticos, pero no por ello, en. su propio registro, menos “poéticos", de un pensador-mili- tante de la revolucién anticolonial como Frantz Fanon, a cuya escritura -tan alejada del registro descriptivo asépti- co de muchos eindgrafos— se traslada con sus propias in- tensidades toda la violencia del proceso. No importa lo que se piense de los aciertos 0 errores tedricos (y “précti- cos") de Fanon: é1 merece sin lugar a dudas figurar entre los “grandes” de la antropologia politica, sin que, por su- puesto, y como sucede con todos los “grandes”, pueda ser reducido a esa pertenencia‘ Uno de los temas favoritos de la teor’a postcolonial (casi podriamos decir: su tema “fundante’) es el de lo que Ed- ward Said ha denominado orientalismo en sentido amplio®, a saber, la construccién del “Otro” ~de su imagen, de su *identidad”, de su propia cultura por parte de un saber / poder occidental Gaid, y después de él Gayatri Spivak 0 OO “Para los equivecos dela “acadersizacién’ de Fanon, eff Eduardo Griiner: *Ni condenadas ni salvados: lo que da la tierra’, en revista Zigurat N° 4, noviembre 2003 * tdward Said: Ovientalismo, Maid, Prod, 1998; vertambién Cuturae Imperialism, Barcelona, Anagram, 2000. 40 Eduardo Graner Homi Bhabha, recurren con frecuencia al paradigma foucaultiano}, Cuyo objetivo diltimo es una *prayeccién” sobre esa “pantalla” de los propios deseos, fantasias y, Clix ro esté, voluntad de poder occidental. Ni falta hace decir ‘que este es un tema politico recurrente, casi una verdade- ra obsesién, entre los antropdlogos criticos: geémo dar cuenta adecuadamente, como “traducir” la cultura del otro a la propia, sin traicionarla, 0 peor aiin, sin ejercer sobre ella un poder que pase por la imposicién del propio dis- ccurso y la simulténea *naturalizacién” de ese Otro pre-cons- tituido? No se nos escapa que toda la mas reciente corrien- te de la antropologia llamada “postmodema”, a partir de ese texto que le da su patemidad al movimiento, Writing Culture* (aunque su proto-fundacién puede ya identificar- se en la antropologia hermenéutico-semistica del Clifford Geertz de La Interpretacién de las Culturas®, y mas progra- maticamente todavia de El Antropélogo como Autor), consiste casi exclusivamente en un derridiano juego de “deconstruccién” de los textos etnogréficos, destinado a denunciar el ejercicio de poder que supone aquella cons- truccién de una “otredad” al gusto de los fantasmas occi- dentales. Paradigmaticos de esta nueva “antropologia de la antropologia”, en ese sentido, son los ~muy desparejos, por otra parte- textos de james Clifford, particularmente Los Dilemas de fa Cultura®". No cabe dudar de las buenas intenciones politicas de los miembros de este heterogéneo movimiento, ni de la eficacia y justicia de sus (auto)criticas. Pero uno no puede evitar la sensacién de que, precisa- mente por su obsesién “textualista” (tal como ocurre, a su ‘manera, con la propia teor'a postcolonial), en sus laberin- tos ret6ricos y poetizantes queda muchas veces perdida la, materialidad dura de la cultura, en su significacién amplia James Clifordy George E. Marcus: Writing Culture. The Poetics and Polis of Ethnography, Berkeley, University of California Press, 1986, Barcelona, Gedisa, varias ediciones. "Barcelona, Paidés, 2000, Barcelona, Gedisa, 1997. Introduccién 4a que incluye, por supuesto, a los efectos de las representa ciones simbdlicas, los imaginarios sociales, los juegos del significante, etcétera~ pero estricta -que deberla incluir asimismo la conflictiva dimension politico-cultural_e his- térica en la que todo elllo se inscribe, como todavia puede verse asomar en muchos de los ensayos del propio Geertz, en particular los que tematizan explicitamente las expe- riencias del colonialismo y la descolonizacién-: después de todo, lo mejor que tuvo siempre cierta fenomenologia etnogréfica (hoy tan desprestigiada, y no siempre por las mejores razones) fue su pasion por recuperar, hasta donde le fuera posible, la experiencia vivida (en el mito, el ritual, el trabajo, la cotidianidad de las relaciones de poder, los conflictos ligados al parentesco) de los miembros de la sociedad “arcaica’. No es vana (ni muchisimo menos “anti-te6rica’) la queja de Jonathan Spencer, cuando dice: “desde afuera uno tiene derecho a sentirse un tanto fast diado ante fa direccién general que ha tomado la teor post-colonial (y, agregarfamos nosotros, la antropalogia Post-estructuralista que de alin modo es su “compafiera de ruta’), en la cual sus reclamos de trascendencia teér a y politica a veces enmascaran e! muy limitado terreno ‘empirico que se esta recorriendo: de conjunto, ha habi do muchas més relecturas de Fanon que anélisis de las tragedias de la politica argelina reciente, y mucha mas reflexién sobre Conrad que sobre la politica del Zaire post- colonial”. En este sentido, deberos decir que son ejem- Jonathan Spencer: *Postcolonialism andthe Political Imagination’, en four. nal ofthe Royal Anthropological Insitute, Vol, 19, No. 3, 2001. Desde ya cabeaclarar que nada tenemos en conta = mucho afavor- de mezclar la literatura con laantropologia, puesto que las icciones que sedan las culturas (sean coletivas, como en el mito el folklore, individuales, como en la Novela ola poesia) frecuentemente dicen mucho mis que la “ciencia” sobre esas ultras, preisamente por su ineckictible singularidad.Sencillamente, nos revervamos el derecho de advertir (como lohan hecho tanos tos) sobre los peligios de estetzacion 0 “poetizacién” de las bien materiales ragedias ajenas. En este sertido, nos parece much mas provechoso(y mas ica) el 2 Eduardo Graner plares los textos del antropélogo norteamericano Michael Taussig, que, sin desdefiar los mejores recursos de! postes- tructuralismo ni de la mas alta sofisticacién tedrico-litera- ria europea (de Walter Benjamin a Roland Barthes, pasan- do por Bakhtin 0... iJean Genet!), esta siempre atento al anilisis descarnado y critico de 10s desgarramientos pro- ducidos por Jo politico en las sociedades “arcaicas”, neo! post-cofoniales, dependientes 0 lo que fuere™. “5+ Pero hay algo de lo cual tanto la antropologia politica como la teoria post-colonial se han ocupado mucho me- rnos que de la operacién orientalista de constitucién del ‘Otto por occidente, y es la operacién complementariamen- te inversa: la de la constitucién de occidente (de su propia “autoimagen” de completud, de su mito de “autoengen- dramiento", como lo llamabamos antes) por medio. de la constitucién de esa “otredad”. Hasta cierto punto, esto tam- bign ha sido siempre ast: por mencionar arbitrariamente. algunos ejemplos (que, como se ver’, no son cualquiera) Marcel Detienne ha mostrado cémo tos antiguos griegos, a partir especialmente de Platén, se empefiaron en separar atficialmente e! mythos del logos, con el objeto de infe- tiorizar al primero y darle su cardcter plenamente domi- nante al segundo (en cierto modo, este es el paso inicial ‘movimiento inverso de una etnogafla cd a iteratura , como laque predica ty practca), entre nosblros, Horacio Ganzdlez. Sefalemos, de paso, quesobre TaelaciGn entre lo narrativoy las culturas “areaicas” pueden encontrarse “algunas referencias muy iteresantes en Adolfo Colombres: Celebracidn del Lenguaje. Hacia una Teoria intercultural dea Literatura, Buenos ites, Ed Cones del Sot Sere Antropolgica, 1997, Cie, por ejemplo, Michael Taussg: Un Cigante en Convulsiones, Barcelo- ‘na, Gedisa, 1995, v Shamanism, Colonialism andthe Wild tan, Chicago, The University of Chicago Press, 1987, Cie Matcel Detienne: Unventon dela Mythologie, Paris, Gallimard, 1981. Incroduccién 4“ del largo recorrido hacia el pleno dominio de una racio- nalidad puramente técnica y despojada de valores, tal como ha sido sefialado, desde posturas ideoligico-politicas bien diferentes, por Nietzsche, Weber, Heidegger, Lukacs 0 la Escuela de Frankfurt), en lo que supone la primera gran proyeccién de una oiredad radical por parte de occiden- te; Martin Bernal, por su parte, en un texto absolutamente asombroso tanto por su erudicién como por su impulso radical, ha mostrado hasta qué punto la historia de fa cul tura occidental puede entenderse como una empresa de borradura_de lo que la Grecia arcaica le debe a Africa o al Cercano Oriente; en la misma linea, filésofos y antropé- logos africanos como Boulaga, Masolo u Olela®, y un gran antropélogo politico afticanista que ya hemos citado, Luc de Heusch, han mostrado cémo muchos de los mitos mas caracteristicos de la misma Grecia arcaica (incluido nada menos que el de Edipo) pueden haberle llegado, a través de Egipto... de los banties del Africa subsahariana. Desde luego, esta operacién alcanza su expresién mas acabada -ya hemos aludido a la cuestion~ a partir del pro- ceso colonizador, momento en que el occidente europeo se naturaliza en tanto “centro” del mundo, cuando antes habia sido una mas bien marginal “periferia” de algun otro sistema imperial (el islimico, el otomano, lo que fuere). Alli comienza el largo, traumatico, sangriento camino de la incorporacién de las otras culturas —incluidas las socie- dades “arcaicas’— al nuevo sistema-mundo (para utilizar la canénica categoria wallersteiniana™). £| proto-capitalismo, 55 aati Beenal: Athenea Negra. Las Raices Alroasiitcas de fa Cilzacién lasica, Barcelona, Cri, 1993. * Ehouss Boulaga: La Crise du Muntu. Authentcté Aficaine et Philosophie, Paris, Presence Aticaine, 1977; D: A Masolo: African Philosophy in Search of identity, Bloomington, Indiana University Press, 1994; H. Olea: “The ‘African Foundation of Greek Philosophy’ en R, Wright (Ed): African Philo- Sophy: An Inveduction, Washingion, University Press of America, 1979, © Cie. Inymanuel Wallerstein: EI Moderna Sistema Mundial, México, Siglo Xx, 1979, “4 Eduardo Griner mundial en vias de consolidacién se hace capitalismo ple- no absorbiendo al no-capitalismo ~que a partir de alif hay que denominar pre-capitalismo, como lo hace Marx®- de sociedades infinitamente variadas en sus estructuras eco- ‘némicas, politicas, culturales, desde las mas “primitivas” hasta, digamos, los complejisimos sistemas llamados de “despotismo oriental”, ‘modo de produccién asidtico", “es- tados tributarios’, etcétera®. Por supuesto esa absorcién en modo alguno significé la lisa y lana desaparicién de los modos de produccién diferentes al capitalismo (al contra- tio: el capitalismo los subordind, apoyandose en ellos toda vez que fuera funcional a la mejor explotacién de la fuer- za de trabajo local, incluso profundizando y complejizan- do formas “pre-capitalistas” de produccién como ta mita *Noesesel uppers enelengaroro debate scree! evolu rmvb el"ercerrso" dear tines por aor s eft en {edo cat states pecados exe, noes ene concpogeprecaptaln™ thon: habremns do ecotros Mars noes posh, cones ooh curoindefecibe ela sta mera que culminaenelcapalnoeuo- peo iia baja amora foun ne svolucona detent de Terre queries adel mond, Sinlomery ycotada occa das Scxpremssa propose delcarécereonttvemente mural el captalis tnoeidconstlando-dedeun puro devsesitianete gay 0 Goro. 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Para yo vodueion sane then tga a cuestonensuconjno, ci Umbene Melon: Mae ye Tercer Mund, Buenos Ales, Aro, 1973, Incroduceién X\ y el yanaconazgo, cuando no directamente credndolas, ‘como fue el caso de la masiva esclavitud de origen africa. no en América, que, como ha sido repetidamente sefiala- do, constituy6 una empresa estrictamente capitalista). Pero si signified su transformacién radical, como ya hemos vis- to. Desde un punto de vista macro-cultural e histérico-" loséfico", significé que en una dimensién decisiva el capi talismo (y més ampliamente, occidente) fue (y es) lo que fue (y es) gracias a la explotacién de lo que mas tarde dio en llamarse el tercer mundo. 0 la periferia". Sélo que este hecho fue necesariamente “renegado” por occidente: “ne- cesariamente", ya que de otra manera occidente jamas hubiera podido autopostularse como el Todo cuya “totali- dad” depende de la “parte” que lo ha transformado en tal: ‘como, para hacer una breve férmula, lo Mismo que se de. fine como tal a partir de su expulsicn ideolégica de lo Di ferente, el “Uno” a partir del cual hay un “Otto” Ahora bien: ese proceso de absorcién, y simulténea crea- cién, de una “otredad” que le ha permitido a occidente, deciamos, naturalizarse como /a civilizacién mundialmente dominant, y que hoy se continia bajos nuevas formas en {a llamada “globalizacién”, sin duda ha alterado de mane- ra fundamental el mapa del mundo. No sdlo la economia, sino la cultura, la tecnologla y hasta cierto punto la politi- “Ch, entre otros, Eugtne Genovese: Escavitudy Capitaismo, Barcelona, ‘Aiel 1971; Robin Blackburn: The Making of New World Slavery, Londres, ‘Verso, 1997; Hugh Thomas: La Trata de Esclavos: Historia de! Tréfica de Seres Humanos de 1440 a 1870, Barcelona, Planet, 1998, Notenemosintencion (ni espacio, ni competencia sufciente) de entrar aqut ‘enelinterminable -y ya asta aturaun tanto metafsco~ debt (cliscamente Fepresentado por las polémicas Dobb / weezy y luego Brenner/ Wallerstein) sobre sas causas“itimas” del surpirniento dl capitalism son “intemas" o “extemas". Baste mencionar, muy esquemiticament, dos ios que permit

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