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Hostilidad y autoorganización en la esfera pública no-estatal contemporánea*

Laboratorio de Análisis Institucional de Rosario

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Lo público: espacio del “para todos”

Habíamos pensado esta oportunidad como la posibilidad para pensar en torno a un


concepto, a un hecho que nos atraviesa a todos los que transitamos por lo
institucional: lo público. Es por esto que consideramos pertinente ensayar una
definición muy simple de lo público y que desde nuestro punto de vista puede
inaugurar las asociaciones de pensamiento que siguen.

Lo público, en principio es el espacio del “para todos”. Es decir, es algo que no es


para uno, ni para otro. Tendrá entonces como condición que un sujeto desee estar
allí, pero su ingreso no dependerá de ciertas características de su persona, sino en
función de aquello que esté dispuesto a hacer y a no hacer. En principio entonces, el
ingreso a la cosa pública no se da en función de características de los sujetos, no es
algo que tenga que ver con el ser, ni con el tener sino con el hacer.

Esfera pública estatal

Aquello que podríamos llamar “diagrama institucional disciplinar” del que tanto
hemos podido leer en Foucault, presentifica de manera muy clara aquello que
podemos entender como la esfera pública estatal.

En este esquema institucional articulado, el “para todos” era asegurado, configurado


por el Estado en tanto instancia soberana en la regulación del transito de los sujetos
por las diversas instituciones.

En este marco, un espacio público formaba parte de un sistema de espacios públicos


dentro de los cuales los sujetos transitaban con más o menos malestar, con mayor o
menor capacidad de adaptación.

La escuela pública, la universidad pública. Estos espacios son públicos, es decir


potencialmente para todos, en la medida en que exigen de cualquier sujeto que
quiera habitarlos algunas condiciones. Condiciones ligadas al hacer o al no hacer.
Conjunto de normativas, de reglas que habrá que poder (al menos la mayor cantidad
de tiempo sino uno no quiere volverse demasiado neurótico) respetar. Pero todas
estas exigencias, estas condiciones no aparecían ligadas al orden del ser, ni del
tener. Una escuela no basa su admisión en si alguien es o no es, sino en si puede
hacer o no tal o cual cosa.

Aquí, en este sistema de instituciones, de espacios públicos, la organización corría


por cargo del Estado. Es éste quien garantizaba la publicidad de esos espacios, que
pudieran potencialmente ser para todos.

Alguien podría objetar que el mercado también existía, que el capitalismo también
estaba allí latiendo en el centro del sistema disciplinario coordinado por el Estado. Y
así era. Pero hay una diferencia importante que para nosotros resulta esclarecedora:
el capitalismo en su forma moderna-industrial (no contemporánea) se servía del
sistema institucional disciplinar para lograr sus fines. Para una fábrica era esencial
que su trabajador pudiera haber incorporado la lógica disciplinar que durante toda la
* ponencia presentada en el simposio "Consideraciones sobre lo público" el día 11 de agosto de 2010 en el Centro
Cultural Rojas (UBA).

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vida afectó a un sujeto: la familia, la escuela, la cárcel. Y nutrirse además de
quienes deciden concurrir a una universidad para que a partir de allí puedan
optimizarse los recursos a los fines de aumentar la producción.

Hay entonces, a nuestro entender una diferencia en lo que respecta al poder de


regulación de los espacios públicos modernos, donde el Estado prima sobre el
mercado.

Esfera pública no estatal

Pero la situación cambia desde mediados de los 70 (los inicios de las eras reagan o
tatcher, la gran derrota del ciclo de luchas obreras del 77 en Italia, el inicio de la
dictadura argentina en el 76, etc)

El capitalismo, en su forma contemporánea post-industrial ya no necesita una


sociedad regulada desde la anterior lógica disciplinar donde el Estado organizaba la
situación y la circulación de los sujetos para satisfacer a las demandas del régimen
de producción industrial. Digámoslo de otra manera: para el capitalismo
contemporáneo ya no se vuelve necesario armar una sociedad desde el modelo de la
fábrica. Ya no es necesario adecuar al tiempo del “no-trabajo” como escena de la
reproducción compatible con la actividad productiva, el tiempo de trabajo. [Como
ejemplo de sociedad organizada bajo el imperativo del régimen fabril, valga el
recuerdo nostálgico de cierto dirigente sindical metalúrgico que recordaba cómo en
torno a la sirena que indicaba el cambio de turno de la fábrica se organizaba toda la
vida del pueblo en el que ésta estaba situada]

Lo que el capitalismo contemporáneo necesita es desarmar cualquier intensidad de


vínculos que pueda oponerse a que sea el mercado la única interfaz entre cada uno y
aquello que desea.

Vivimos en una época donde la posibilidad de acceso a ciertos contenidos,


informaciones, datos se nos presenta como casi ilimitado. Pero esta “apertura” no
implica un “para todos”, es diferente al anterior. Es un “para mí”, podríamos decir
que es una inclusión que excluye al otro.

Esto configura un escenario diferente en relación al tema que nos ocupa. Lo público
deja de ser un espacio asegurado por el Estado para pasar a ser algo que es necesario
autoorganizar. Tarea nada sencilla ya que estas transformaciones han presentado
nuevas dificultades a los intentos de armar un “para todos” en este contexto de
crear una esfera pública no estatal.

Dejemos por un momento de lado las reflexiones anteriores para adentrarnos en un


plano afectivo. Veremos como esto puede iluminar lo anterior para pensar de un
modo diferente lo que sucede o puede suceder en los espacios públicos no estatales.

Hostilidad y enemistad

Si como decíamos al principio participar de un espacio público, es decir con otros,


implica un cierto dejar-de-ser. este estar-con-otros, compartir una experiencia,
exigirá a quien participe allí pagar el precio de no hacer de su verdad la verdad, de
no hacer de su idea la idea, al menos de manera permanente. La experiencia
colectiva nos confronta con la posibilidad del amigo, aquel con el que es posible la
idea de comunidad, pero también nos abre la posibilidad del enemigo.

El Enemigo es aquel otro que se presenta como queriendo lo mismo que yo,
disputando comigo el objeto de mi deseo. Con el enemigo, lo que se despliega es la

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agresividad regulada por el límite que hay por ser el otro un otro. Vemos con claridad
que en la enemistad hay un reconocimiento de la alteridad. Con el enemigo hay
juego, juego de guerra podríamos decir. Desde este punto de vista, tanto amistad
como enemistad son intensidades donde algo de lo afectivo circula.

Quisiéramos introducir una tercera noción: el hostis

La hostilidad no es la enemistad. Si el enemigo es “mi propio problema tomando


forma”, el hostis es puro obstáculo. El conflicto con el enemigo se configura como
lucha de reconocimiento. No se trata sólo de derrotar al enemigo sino que resulta
fundamental que el enemigo reconozca la derrota. Por su parte el conflicto de
hostilidad es puro choque. El hostis no es alguien a derrotar sino algo que me
interfiere. Con el enemigo hay código, un criterio común que nos permitirá reconocer
victorias y derrotas. Con el hostis no hay juego de guerra sino guerra de juegos. Cada
cual atiende al suyo y el juego del otro sólo aparece como problema ilegible, como
interposición, invasión, bloqueo de mi propia estrategia.

Podemos decir que la hostilidad sólo cesa o bien dejando de ser hostil o bien por el
puro aniquilamiento. No hay entonces, en este punto, nada del orden de lo afectivo
en juego, más bien un despliegue de agresividad no regulado por el reconocimiento
del otro como alteridad.

Para ejemplificar esta diferencia se nos ocurría un ejemplo simple: imaginemos un


juego cualquiera, pongamos por caso el ping-pong. Si yo reconozco que quien tengo
enfrente es otro al que deseo vencer, debo aceptar que cuente exactamente con los
mismos elementos que yo y que acate las mismas reglas que yo a fin de que su
derrota sea bajo las mismas condiciones. Si algo de esto sucede, ubico al otro como
enemigo. Pero si para avanzar sobre la victoria, considero válido sacarle al otro la
paleta, lo privo de contar con las mismas condiciones que yo para que el juego se
lleve adelante. Allí termina el juego, no hay victoria ni derrota sino destitución del
otro como adversario, puro despliegue de hostilidad.

En este sentido, podemos afirmar que las condiciones son lo común procesándose. Si
las condiciones son lo publico, el habitar como movimiento carga con un punto no-
realizado/no-apropiado que como resto de la operatoria va constituyendo, en lo
publico porvenir, un nuevo “para todos”.

Consideramos que la operatoria mercantil contemporánea produce, entre otros


efectos, la transformación del campo social en el desierto de la hostilidad
generalizada. Es por ello que todo intento de construcción contemporánea de esfera
pública necesitará abordar el problema de la hostilidad.

Una estrategia posible es que la hostilidad sea elaborada en enemistad. Esta


elaboración implica la metaforización del hostis, el franqueamiento de un umbral de
politicidad de las relaciones que implica la retranscripción de la conflictividad en
términos de relaciones amigo/enemigo. Es la elaboración de la agresividad como
posibilidad de politización del hostis y de nosotros mismos.

Antes que una táctica reactiva de reclusión identitaria en la afinidad, la apuesta por
la elaboración de la hostilidad supone la posibilidad de darle otro tipo de
tratamiento a la alteridad.

En este sentido, no alcanza con la constitución de un punto de autoorganización para


que podamos hablar de esfera pública no-estatal ya que toda experiencia de
construcción colectiva se encuentra, tarde o temprano, con esta alternativa: o el
repliegue identitario reactivo en la afinidad o la apuesta expansiva y abierta a la
elaboración –es decir, politización- de la hostilidad y la afinidad en términos de

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amistad y enemistad.

La opción por el repliegue identitario reactivo en la afinidad desemboca


necesariamente en prácticas de exclusión/expulsión/segregación de todo aquello que
quede identificado con la hostilidad. De este modo se disuelven las condiciones para
la producción de esfera pública ya que cualquier forma de alteridad recibe un
tratamiento inmunitario, segregativo, expulsivo.

La apuesta por la elaboración de la hostilidad implica poner constantemente a la


experiencia de lo colectivo en exceso –o en defecto, ambas posibilidades son
equivalentes en la lógica no-identitaria- con respecto a sí mismo, lo cual conlleva
siempre riesgo de disolución. Pero en ese riesgo se juega la posibilidad de que la
autoorganización se constituya como espacio de lo impropio, como condición para
que la alteridad eluda su destino epocal de hostilidad para ser elaborada
colectivamente en términos políticos.

Si como dijimos antes, la hostilidad no es elaborada, si no es encauzada a fin de


hacer lugar al otro, ya sea por la vía de la amistad o bien por la de la enemistad, un
espacio de autoorganización puede ser territorio fértil por ejemplo para prácticas de
tipo segregatorio. La segregación aparece aquí entonces como una respuesta a la no
elaboración de la hostilidad, como el resultado de un repliegue identitario de la
afinidad.

Después de estas elaboraciones quizás podemos decir que todo espacio público ha de
pensarse frente a la necesidad de ensayar nuevas formas de elaboración del
encuentro con la alteridad, nuevos modos-de-hacer con las dificultades inherentes a
la diferencia que todo reconocimiento del otro implica. Consideramos que esta
perspectiva abre nuevas vías para pensar lo político.

agosto del 2010

Referencias:

Tiquun, Introducción a la guerra civil. Melusina. Barcelona. 2008


Virno, Paolo. Ambivalencia de la multitud. Tinta Limón. Buenos Aires. 2006
Lewkowicz, Ignacio. Pensar sin Estado. Paidós. Buenos Aires. 2004

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