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El arte de la guerra, o el fundamento de la fuerza

“Concludo, adunque, che, sanza avere arme


proprie, nessuno principato è sicuro; anzi è
tutto obligato alla fortuna, non avendo virtù
che nelle avversità lo difenda.”

Il Principe, cap. XIII

La obra de Maquiavelo puede leerse como un texto crítico acerca de los


fundamentos del poder político. En el análisis de esos fundamentos Maquiavelo
emplea algunos conceptos que podríamos llamar “claves” y que cruzan toda su
construcción teórica. Sin embargo, más que la aplicación de esos conceptos –
o el surgimiento de una nueva técnica: el maquiavelismo, interesa aquí un
develamiento de ellos, una búsqueda de lo que constituye su propiedad, su
campo, lo político, el poder, lo maquiavélico. Ya en el primer capítulo de El
Príncipe, De Principatibus, Maquiavelo expone dos de esos conceptos
fundamentales: fortuna y virtud. Sin duda muchas de las lecturas de
Maquiavelo han tenido en cuenta ese binomio fortuna/virtud, que articula todo
su pensamiento. Sin embargo, el pensador florentino no hará el ejercicio –
burdo por lo demás, de aplicar incondicionalmente el binomio fortuna/virtud,
sino que buscará, en el claro mismo de los acontecimientos, en la situación o
momento concreto la articulación también concreta de una serie de elementos
teóricos. Tampoco hay en la obra de Maquiavelo alguna referencia de carácter
puramente teórico a esos conceptos. Historia, filosofía y política se mezclan en
un entramado que no deja ver esencias o conceptos esenciales que se repiten.
La obra de Maquiavelo, en ese sentido, es profundamente materialista. Influida
está, claramente, por el estoicismo.

En este contexto El arte de la guerra es la realización de una de las premisas


teóricas de El Príncipe. Ahí Maquiavelo pensará la “industria” (habilidad) con la
que el poder se conserva o se obtiene; no hay en El Príncipe una definición
omnímoda del poder, cosa que transformaría a Maquiavelo en un filósofo de la
historia más, sino una constante referencia al poder como problema
entrecruzado, asediado por varios factores y elementos en constante cambio.
Uno de estos factores, el fundamental, es la propia guerra que “no se elude”.
La guerra es uno de los factores objetivos de la política que Maquiavelo traerá
a colación en su obra fundamental varias veces; una de las premisas del poder
es que el hombre pueda “depender de sí mismo” y poseer su propia potencia
sin estar sometido a los vaivenes de una fuerza extranjera que lo defienda. A
este respecto, la cita de Tácito que el florentino emplea para argumentar la
necesidad de los ejércitos propios; “Nada de lo mortal es tan inestable e
incierto como la fama del poder no nacida de la propia fuerza”. Para
Maquiavelo esa autosuficiencia de poder, esa capacidad de producir poder
para sí, la base real de la propia fuerza se traducía en una serie de
acontecimientos concretos, efectivos; la extinción de la memoria del antiguo
príncipe, el necesario apoyo del pueblo, y el “nuevo ejército” que acompaña al
“nuevo príncipe” en la odisea del poder político.
Cuando el Príncipe “depende de sí mismo y puede recurrir a la fuerza”, no
peligra. De esto, señala Maquiavelo, se desprende que “todos los profetas
armados hayan vencido, y los desarmados fueron a la ruina”. En la obtención
de la gloria (cap. VII), que para Maquiavelo es una suerte de poder-aumentado,
un “poder político” realizado y estable, no es la pura “suma” de una serie de
factores subjetivos (la memoria, la prédica) y objetivos (la guerra, las armas, el
ejército) lo que cuenta: cuenta la realización de todo lo que aquí designamos
(de manera provisoria y hasta vulgar, pero necesaria) como orden subjetivo en
lo objetivo. El Príncipe debe ser siempre un Príncipe cuya prédica esté
precedida y aumentada por una fuerza; el ejército mismo. El profeta armado va
a la victoria, el profeta desarmado sólo fabrica su ruina, siendo una especie de
poder vacío, o “fama de poder”. Industria, fama, gloria y fuerza; el entramado
de esos factores y muchos otros en la ocasión y “los tiempos” es la estrategia
teórica que Maquiavelo propondrá, como fundamento de una estrategia política
cualquiera. La guerra es el asunto sustancial que puede articular una teoría de
la fuerza, factor determinante del poder que Maquiavelo se propone estudiar al
contarnos que dejará de lado “discurrir de las leyes y hablaré de las armas”.

Maquiavelo pondrá manos a la obra siete años después de escribir El Príncipe,


obra de 1513. El arte de la guerra data de 1519-1520. El arte de la guerra está
escrito como un diálogo sobre la guerra entre varios personajes, entre los que
sobresalta Fabricio. Aquí, Maquiavelo expondrá su pensamiento sobre las artes
militares, y también sobre la cuestión de la guerra en general, como forma
específica de la problemática más universal de la fuerza.

La fuerza no es la pura organización militar de una multiplicidad cualquiera de


hombres. Desde este punto de vista estrecho, lo que cabe al “general” o al “jefe
militar”, es la simple disposición correcta de los cuerpos en un campo militar, el
“orden” y el “mando”. Maquiavelo está lejos de pensar así. Como pensador de
lo concreto que era, sabía ante todo que la cuestión militar es ampliamente
excedida por un conjunto de problemas no militares. En primer lugar, dice
Maquiavelo, hay que considerar el estado de ánimo de los “hombres de la
guerra”. ¿Quiénes son los hombres de la guerra?; los que viven de la milicia, y
no pueden ser buenos, obligados a vivir del fraude, la rapiña. La disposición
anímica, subjetiva de los hombres de la guerra es la de un bajo amor a la vida
– una relación estrecha con “la vida” y el placer que incluye, y un temor más
grande que el desprecio por la vida, hacia la muerte. Así, Maquiavelo nos
enuncia una distancia justa entre el “hombre de guerra”, su vida y la muerte
que le sobreviene. Una especie de vida-terrorífica sumergida en la incapacidad
para vivir-bien y en la imposibilidad de un deseo de la muerte como correlato
de esa vida miserable. Toda la constelación de elementos que el Príncipe
(militar) es capaz de instalar en sus súbditos (militares) deben tender hacia esa
vida justa, precisa para el combate y sus consecuencias; una defensa total de
la vida miserable, que no puede ser convidada al placer, ni a la muerte. La
frase “amar menos la vida y temer más a la muerte” es de una belleza
sorprendente, una notable expresión feudo-burguesa que expresa esa tensión
desgarradora entre la vida y la muerte, entre una vida miserable que es
necesario y justo vivir, y una muerte aún más miserable que es injusto y terrible
desear.
Maquiavelo desea pensar, a partir de esa disposición subjetiva primaria de “los
hombres de la guerra” la constitución del Estado mismo como guerra. Un
Estado de guerra, o desde la guerra, es el modo en que la política debe devenir
policía. Sin embargo, a diferencia de algunos pensadores contemporáneos que
identifican policía y pura administración sin conflicto, para Maquiavelo aun en la
problemática de la policía hay un conflicto latente entre la ciudadanía y el
Príncipe. “La inestabilidad nace en principio de una dificultad natural, presente
en todos los principados nuevos, y consistente en que los hombres cambian
contentos de señor, creyendo mejorar, y esta esperanza les hace tomar las
armas contra su señor”. Así es como Maquiavelo lo plantea en el capítulo
tercero de El Príncipe, diciendo de alguna manera que la esperanza de los
hombres puesta en un nuevo señor cualquiera, es lo que determina que la
rebelión sea un sentimiento latente de la ciudadanía. Para esta situación, la de
un estado de rebelión potencial ciudadano, Maquiavelo propone varias medidas
concretas: contrarrestar el prestigio que tienen los jefes de la ciudadanía,
entregar armas a la ciudadanía y jugar con las jefaturas militares que esa
propia ciudadanía armada se da. Es una estrategia que tiende pues, al control
“político” de la situación mediante la manipulación del consenso y las fuerzas
hegemónicas. “Dar armas y jefes al pueblo no fomenta, sino impide los
desórdenes” plantea Maquiavelo explícitamente, en el primer libro de El arte de
la guerra.

En este libro Maquiavelo insiste con la importancia de contar con ejércitos


propios, con “forces propes”, en términos del joven Marx. Esa insistencia, sin
embargo, aquí se vuelve una cuestión mucho más particularizada; “Es
indispensable, y no se puede obrar de otra manera cuando se quiere tener
ejército propio, y no servirse de los que tienen el arte de la guerra por único
oficio”. ¿Cuál es el peligro de aquellos cuyo único oficio es el arte de la guerra?
Maquiavelo no responde esa pregunta; probablemente se está refiriendo al
mismo hecho que nos hacía saber en El Príncipe, el hecho de que los
“mercenarios” o aquellos cuyo único oficio es el arte de la guerra, responden a
sus propios intereses determinados en primera (y última) instancia por lo
militar. Una fuerza militar sin límite, sin medida política, es el peligro que
enfrenta el Príncipe. El Partido-príncipe (para emplear un término gramsciano)
también ha enfrentado este peligro; un poder militar sin medida o un brazo
armado sin un mando político, puede conducir precisamente a la anulación de
lo político, o a su suspensión en “lo militar”.

Varios libros de El arte de la guerra tratan sobre cuestione referidas al arte


militar propiamente. Según Luis Navarro, uno de los traductores de Maquiavelo
al castellano (en 1895 tradujo las obras más importantes), el florentino no
consideraría, en estos textos en los que predomina el problema de la
organización militar y el enfrentamiento armado, un invento tan crucial de su
época como las armas de fuego. Sin embargo, Maquiavelo hace alusión a ellas
al señalar el hecho de que los caballos se asustan con el sonido de los
disparos. ¿Será que Maquiavelo está tan pendiente de ese “temor” que puede
ser capaz de cambiar los acontecimientos de un momento a otro sin necesidad
de la pura fuerza militar ejercida? Quisiéramos en este punto ensayar una
hipótesis. Maquiavelo está, en muchos aspectos, preso de una mentalidad
precapitalista. Uno de los aspectos en los que esta cuestión se manifiesta, a
parte del ya mencionado hecho de que ignora las armas de fuego, un
armamento propiamente moderno, es su pensamiento respecto a la cuestión
“policial”, o de “orden” ciudadano. El florentino no pensará en un ejército policial
profesional como condición necesaria del orden, sino en una estrategia de
captación y cooptación de los jefes militares. Es necesario, dice al respecto,
que el mando sea trasladado permanentemente. Una verdadera teoría del
caudillismo precapitalista.

Maquiavelo hablará en lo sucesivo de infantería ligera, infantería pesada,


caballería lateral, disposición del ejército etc. En un contexto sobrecargado de
elementos militares, el florentino insiste en que el ejército no puede actuar
siempre como un solo cuerpo. Debe existir una diferenciación interna de
elementos, un complejo de oposiciones internas que otorguen una función
específica a cada parte, relativamente autónoma.

De todos los libros de El arte de la guerra el más potente es el cuarto. No tanto


por las generalidades que expresa, como por la gran cantidad de temas que
toca, referidos al ejército, el desorden, el miedo, la sorpresa, la inevitabilidad de
algunas batallas, la manipulación de masas, la división y reunión ideológica
(ejemplo: religiosa) de los individuos, el uso de una parte de las subjetividades
que componen un ejército contra otras etc. La ruina proviene, según
Maquiavelo en este libro, del desorden interno de los ejércitos: una de las
cuestiones fundamentales, a nuestro parecer, de esta noción de desorden, es
que el florentino la remite constantemente al miedo, al miedo y sus variaciones
múltiples; la sorpresa, la fortuna, la convicción de “vencer o morir” etc. Se trata
de un texto sin certezas. Lo único que queda, finalmente, es el empleo de esas
herramientas en las que Maquiavelo tanto insiste; la “industria” que es capaz de
contrarrestar la fortuna (“me parece prudente no tentar más a la fortuna”
plantea Luis en el diálogo escrito por Maquiavelo), el desorden del enemigo
que es posible mediante “algo que asuste” al enemigo, como anunciar la
llegada de nuevos refuerzos, propiciar situaciones imaginarias que provoquen
temor, y que pongan al enemigo en la situación de un engaño “por la
apariencia” que lo “atemorice” y sea así “fácil vencerlo”. Ataques simulados,
atracción hacia las emboscadas. Todos usos provechosos y “útiles” del miedo.
Con un conocimiento a cabalidad de la historia militar Maquiavelo cuenta la
historia de un ejército que padeció la deserción y el paso al bando enemigo de
una parte de las tropas. El general de dicho ejército supo hacer un buen uso
del engaño, otro de los medios preferidos de Maquiavelo en el arte político-
militar: dijo a sus tropas que era por orden de él que se pasaban aquellos. Un
ejército es aquí dos cosas: una máquina de matar, triturar y eliminar al
enemigo, y una máquina infernal de producir modo. “Las batallas se ganan o
se pierden” dice Maquiavelo, y “cuando se pierde la batalla, debe el general
examinar si puede sacar algún partido de la derrota”. ¿Cómo es esto?; saber-
sacar provecho de una situación desventajosa, analizarla. La fortuna y los
tiempos siempre ofrecen ocasión. La sensación de que, no se puede más que
vencer (o morir) debe ser también controlada por el General-Príncipe. Es la
garantía del triunfo.

El arte de la guerra sigue siendo un texto crucial en la obra maquiavélica. Haría


falta un análisis exhaustivo de todos sus libros para descubrir cuál es el
pensamiento concreto que se teje en estado latente en esta serie
indeterminada de recomendaciones diferentes en cada caso. Hay un punto
importante de esta obra; cuando Maquiavelo dice que ninguna razón es tan
poderosa para el combate encarnizado como la que obliga a vencer o morir.
¿No es esta insistencia crucial en esta dicotomía clásica de la guerra,
vencer/morir, una forma de decir que el hombre moderno está en la situación
de vencerse a sí mismo; vencer la forma de vida en la que la miseria es
condición del vivir, y el temor a la muerte factor determinante de esa propia
vida miserable, o morir definitivamente en el ocaso de la sociedad
contemporánea, el imperialismo? Puede ser que un pensador tan materialista
como Maquiavelo nunca haya abandonado su propio resto utópico.

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