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"La tijera que cortaba la tierra" nos atrapa desde el delirio poético que promete el título;
a la manera de un relato mítico, una simple tijera en manos de una mujer muy hermosa
es capaz de crearlo todo.
En "El caballo que perdió la cola" nos sorprende la libertad del narrador frente a sus
lectores, a quienes interpela a la manera de un auditorio: "(Señoras, caballeros, niños;
hay que darle fin al cuento. Tengo un papel, una lapicera; puedo escribir —éste es mi
oficio—: ‘Al despertar, el caballo blanco no tenía cola; la había perdido entre unos
tréboles; fue a buscarla, y no la encontró’. O bien, escribir: ‘Al despertar, el caballo
blanco encontró su cola; se le había perdido y la halló al pie de un cardo, o a la orilla
del agua, y fue feliz’.)" Un final feliz para el caballo, con una cola razonable y útil será
el desenlace elegido por el narrador.
Marcela Carranza
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