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El proceso de afirmación sexual en mujeres transgenéricas.

Se denomina transgénero (TG) a una persona que invoca la convicción de que


su verdadera identidad genérica corresponde al género opuesto al que
evidencia su anatomía genital y como tal se desempeña en los roles y
conductas que asume.

La identidad de género es la percepción subjetiva de quién uno realmente es.


Es como el dolor: no se puede mostrar a los demás, ni se puede probar
objetivamente, por lo que nuestra cultura materialista, en el viejo marco del
fisicalismo cientificista finisecular, se resiste a reconocerla aun cuando sea tan
real como nuestros genitales y más inmanejable que éstos.

Cuando la identidad de género no se corresponde con los genitales


generalmente surge el conflicto, debido a que nuestra sociedad no le asigna un
rol a esta variante de la sexualidad humana, a diferencia de otras
civilizaciones. Y el conflicto reside en que tal variante, tan natural como
cualquier otra, no es “oficialmente” percibida como “normal”. NORMAL es lo
que la sociedad, los otros, los demás, hayan decidido que deba SER o
HACER.

El ser humano es gregario. Desea pertenecer a su grupo. Por ello, el más


grande anhelo de la criatura es ser normal (ser como cualquier otro, como los
demás, “pasar”) Para lograrlo crea un ser artificial, poniendo en ello tanto
esfuerzo, tanta perspicacia, que convence a la sociedad a la que está
destinado ese personaje. Incluso, a veces, a sí mismo, pero a menudo,
temporariamente.

Al respecto, opina Karl Gustav Jung: “La persona es un complicado sistema de


relación entre la conciencia individual y la sociedad; es, oportunamente, una
especie de máscara destinada por un lado a producir determinada
impresión en los demás y, por el otro, a ocultar la naturaleza verdadera
del individuo. La construcción de una persona adaptada a lo colectivo
significa una formidable concesión hecha al mundo exterior, un verdadero
sacrificio del individuo, que obliga sin miramientos al Yo a identificarse con
la “persona”, de modo que EXISTEN REALMENTE GENTES QUE CREEN SER
LO QUE REPRESENTAN” (El Yo y el Inconsciente)

En el particular caso de las gentes que nos ocupan, transgéneros de cuerpo


masculino y cerebro femenizado, una persona masculina constituye una
construcción artificial producida por el individuo en su etapa adolescente (12 a
15 años) a fin de encajar y pasar como uno más (siempre y cuando no le dé
por encarnar al más feroz y sanguinario macho-man, en su terror a que su
última realidad pueda ser, de alguna manera, intuida por el entorno tan
temido…)

Y una vez creado el sujeto físicamente masculino, vive en ese rol con tal
convicción histriónica que, en ese universo de nieblas y espejos, termina
creyéndose sus propias mentiras: una personalidad caracterizada por metas
masculinas, gustos y desagrados masculinos, valores masculinos, hobbies
masculinos, perfectamente actuados, como si se tratase de su auténtica
realidad. Pero ese tinglado no es auténtico, para nada! Apenas es su pasaporte
y su visa para “pasar” por lo que no es. Qué fatigante esa vida de permanente
actor por obligación!

Pero agazapada durante décadas bajo innumerables capas de engaño yace


una niña que espera, paciente, la hora de también ella salir a SU escena…su
momento histórico. A medida que la íntima realidad se hace más
difícil de suprimir, a pesar de las impuestas expectativas de la sociedad, el
verdadero ser necesita expresarse, de alguna manera, en algún momento.
Con las manos ya cansadas de apretar, vencido por el agotamiento que le
produce la lucha estéril, el muñeco de trapo va aflojando.

Para la mayoría, vestirse es el compromiso ineludible: “Ya que no puedo ser


femenina, al menos expresaré femineidad.” Pero a medida que se le permite al
verdadero ser expresarse, los muros de la represa van cediendo y la
necesidad de MÁS se torna imperiosa.

Algunos continúan ese proceso de más y más. Llevan a cabo la manifestación


gradual del despliegue progresivo e inexorable del ser auténtico. Otros se
horrorizan de lo que están haciendo, se espantan, interrumpen y en algún
momento…vuelven a empezar. Eso puede pasar varias veces. Persisten o se
suicidan: No se tolera la derrota en el terreno más significativo de la existencia.
Son los “suicidados por la sociedad”. No son “casos marginales”: Son casos
marginados por la ignorancia, la superstición, la pereza de imaginar.

Tener en cuenta que no se trata de una carrera rectilínea, divertida. Sino que
es una competencia de obstáculos peligrosos sobre terreno accidentado. Se
trata de un parto y como en todo parto cabe la posibilidad cierta de que se
trate de un proceso largo, difícil, muy doloroso y plagado de dudas, por
momentos. Además implica la muerte de un viejo personaje, muy poco
querido, pero que nos acompañó durante tantos años. En esta galería de
suplicios, que desnuda la falacia de “es una elección de estilo de vida”, nadie
puede negar que al final del túnel brilla la alegría que produce la expectativa
de una nueva vida, un comienzo tan esperado como tantas veces fuese
amenazado y postergado.
Considero que hemos llegado al punto apropiado de esta exposición para
expresarme respecto de los rótulos: travesti (TV) (o crossdresser (CD)),
transgénero (TG) y transexual (TS): Al margen de sus definiciones técnicas
(sólo-ropa, pre-op, post-op) tengo la certeza, basada en muchos casos
observados, de que se trata de ajustes negociados del conflicto entre el natural
y subjetivo género femenino (la identidad de género) y el imperativo social de
ser “normal”; el CÓMO, CUÁNTO Y HASTA DÓNDE correr la frontera entre “la
chica que no se aguanta más el encierro” y la “persona masculina” que con
tanto dolor y esfuerzo construyó en su adolescencia. Al respecto, cabe
comentar que no existe una solución óptima, sólo puede haber una
solución personal, subjetiva: una frontera móvil, dinámica, que se re-define día-
a-día. Durante la afirmación sexual surgen dudas y también revelaciones. Lo
que un día fue así, otro día podrá ser un error, (“demasiado”), o una etapa
superada (“hay que seguir avanzando”). Distintas actitudes se imponen en los
distintos momentos de la demolición.

Además, esta lucha, esta resolución o negociación del conflicto, no se da en un


ámbito ideal, aséptico: se da con las patas profundamente enterradas en el
fango de la descarnada realidad circundante. Resulta a menudo muy costoso
abandonar una existencia masculina edificada durante décadas. A veces hay
una esposa, hijos. Casi siempre están nuestros padres, nuestros suegros, toda
la constelación social que confió en nosotros y nos apoyó en la consecución de
las metas que en algún momento manifestamos honestamente anhelar. Así
que no se trata solamente de bienes materiales; también hay sentimientos
involucrados. ¿Dejar todo y producir tanto dolor a nuestros seres queridos está
justificado para liberar a la tierna muchachita que se alberga en el cuerpo
masculino de un cuarentón? Aparte de la escena laboral, donde no es lo
mismo…pero es igual! Y bueno, al fin, en un orden de situaciones totalmente
diverso, no resulta menos desgarrante un caso (caos?) de divorcio: la
convivencia se torna imposible y hay que reconocer que se han cometido
costosos errores. Y en la situación de un esposo con conflictos de identidad de
género, al menos no cabe el reproche de los celos: no se trata de que apareció
“otra”. ( Es la de siempre! )

Así que antes de dar pasos por cuenta propia, conviene conversar
extensamente con un clínico de confianza, como primera aproximación. Luego
con un psicólogo (NO CON UN SACERDOTE) que nos aporte una visión
imparcial, objetiva. Porque tras pasar toda una vida engañando al universo (lo
que nos incluye), llega un momento que no se sabe qué es real y qué es
ilusorio. Si bien es cierto que sólo el personaje central de la novela sabe hacia
dónde y hasta dónde ir, justo será admitir que en la polvareda del combate
interior reina una confusión paradigmática. Además, ante cualquier decisión
trascendental en la vida (y esta lo es!) conviene consultar con un profesional
experimentado y confiable que pueda percibir nuestro verdadero rostro y
nuestra verdadera situación. También nos puede ayudar a decidir el cómo y
el cuándo “anunciar la buena nueva”.

Difícilmente me creerán si afirmo con toda seriedad que algunos pocos casos
se diluyen en medio de estas consultas. Y menos aún (afortunadamente)
resultan casos psiquiátricos, donde la familia tendrá que llorar otro tipo de
inesperada tragedia. Una familia culta o extremadamente comprensiva podrá
resolver la situación sin implicar la destrucción del hogar. No en todos los casos
es imprescindible pasar por la terapia de reemplazo hormonal.(TRH) Para no
hablar de cirugía, que para nada es imperativa. Pero psicoterapia
necesitamos todos! Eso seguro!

No todo psicoterapeuta es idóneo en estos casos. Ante todo, lo obvio: Un


terapeuta es un buen oyente. La mayoría de la gente deprimida o angustiada
por cualquier razón, lo que necesita es una “oreja” que no lo juzgue y que no
lo persuadirá de arribar a conclusiones que no desea. Claro, esa
objetividad es condición necesaria pero no suficiente. Para ayudar a una
transgénero a resolver su trastorno de identidad de género y a guiarla en
solución o manejo de todas las otras áreas de conflicto que a partir de su
condición se originan, tras toda una existencia en “la doble vida”. (Cuando no
en la triple vida!). Este terapeuta deberá ser capaz de tranquilizar a su
paciente aclarando dudas, erradicando mitos, mentiras, desinformación.
Deberá señalarle las opciones posibles en lo social, lo legal, lo medicinal, sin
ser un profesional en esos terrenos. Deberá ser capaz de contener los
episódicos desbordes emocionales que implica desmontar la armadura
artificial, la imagen viril, que va cayendo pieza a pieza, para ir revelando
progresivamente un nuevo ser que podrá ser femenino…o más femenino
aún. Lo que ese nuevo ser pueda parecer a los demás (parientes, amigos y
conocidos) es de efímera importancia intrínseca, porque el ente de nuestros
afanes se siente feliz (en medio de una confusión enorme) y, a menudo,
íntegramente individuo por primera vez en su vida.

En el proceso de afirmación (lo que antes se llamaba “transición”) distinguimos


tres grandes momentos (podría hacerse una partición más numerosa, sin
duda):

1.-El DARSE CUENTA de que el género cerebral es diferente del género físico.
En la obsoleta jerga de los años 50 (los “stollerianos”) es percibirse como “una
mujer atrapada en el cuerpo de un hombre” (o…”en un cuerpo equivocado”.)
Esta etapa pasa por actitudes característicamente adolescentes (no incidiendo
en esto la edad cronológica del individuo en cuestión) y que atienden
particularmente a lo superficial: la ropa, el maquillaje, las pelucas,
generalmente a nivel ritual, es decir en la soledad del hogar, cuando los papis
y/o la esposa no están se exhuma una misteriosa maleta de entre los trastos
del garaje. Dependiendo de las circunstancias familiares, puede darse el uso
cotidiano de prendas íntimas femeninas bajo ropa de calle masculina o
ambigua (unisex). Hay mucho de transgresión, de aventura, de juego secreto
(con riesgo calculado) y es la hora de la culpa y la expiación, del conflicto y la
confusión, del pánico y el closet. Siente que algo está mal en él: no en la óptica
de la sociedad, los demás, los otros.

2.-La aceptación del auténtico ser. Han pasado años o décadas y,


decididamente, esto es demasiado serio (grave) para andar jugando a las
pelucas y leyendo revistas de moda femenina. ADEMAS de la ropa, el
maquillaje y las pelucas (etc: se han ido sumando accesorios varios) se asume
un destino manifiesto,” irreversible” (¿): se inicia la búsqueda de asistencia
para la afirmación del auténtico ser (para lo cual es imprescindible comenzar a
comunicar al mundo el “secreto”, selectivamente) Se investiga sobre
hormonas, electrólisis, cirugías. Pero el varón artificial es el que todavía está al
mando. (“Sabe qué ocurre? Tengo un amigo/primo/sobrino que tiene un
problema…”) Porque la persona masculina “sabe lo que hace”. No se puede
dejar “a la loca de la casa hacer lo que quiera”.

3.-La aparición del verdadero ser. Desmantelar al déspota de aserrín implica un


enorme esfuerzo y costos, de todo tipo. Ha sido menester la asistencia técnica
“exterior” en las personas de un médico clínico, un psicólogo, un
endocrinólogo, laboratorios clínicos, eventualmente un psiquiatra, además de
peluqueras, dermatólogas, abogados, etc, etc. Finalmente liberada del peso de
semejante “muerto”, la niña crece y se desarrolla robusta en su nueva vida,
dichosa y ostentando valores e intereses necesariamente muy distintos de los
de aquel pobre infeliz.

Es llegado el crucial momento de considerar la (no imprescindible) etapa


quirúrgica mayor. Otra vuelta de tuerca: Otra vez vale la pena consultar los pro
y los contra con “los que saben”, antes de desprenderse de “las joyas de la
corona” para alegría de los accionistas y el gato de una clínica.

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