Está en la página 1de 1

Formación de Hannah Lilith durante los años de infancia.

Nov. 20, 09.

Librepensadores, políglotas, ensalzaban oscuramente la distinción de su


origen familiar atribuyéndose una aristocracia intelectual.

Aspiraban, en consecuencia, al internacionalismo cosmopolita, a los


refinamientos de una cultura aristocrática, tan mechada de decadentismo
como de ideales de justicia social anarquizante y adoraban las glorias del
arte.

Filosofía, historia y política (indisolublemente ligadas), idiomas, literatura


clásica y moderna, historia del arte, fueron las materias de mi verdadero
programa de estudios, estudios apasionados y caóticos como
necesariamente los dictan los autodidactas.

Ulises enfrentaba las tormentas de Turner; Polifemo posaba para Murillo;


Mozart niño tocaba para Aquiles y Héctor durante una tregua en el sitio de
Troya; Goya se esforzaba inútilmente por convencer a Churchill de
introducir en Berlín un gigantesco caballo de madera conteniendo la maja
desnuda. El tratado de Versalles fue firmado por Clemenceau porque Luis
XVI tenía que ir a la guillotina ese mismo día. María Tudor se vistió de rojo
para protestar contra la monarquía de su prima e Isabel I se puso tan furiosa
que mandó cortar su cabeza. La reina Victoria (mi bisabuela Mary Agnes)
hubiese podido repartir pacíficamente el mundo con sus dos sobrinos-nietos
y así todo quedaba en familia. Pero un domingo, durante una de esas
broncas que solían estallar en medio de las ravioladas, Wilhelm soltó una
impertinencia y Victoria le espetó: “Cómo te atreves a hablarle así a tu
abuela?!” Y ahí se pudrió todo.

Y no era porque me enseñaran semejante dislate, sino que ya entonces


disfrutaba de una arborescente imaginación visual y me encantaba imaginar
qué hubiese pasado si… Y aún no cesa, afortunadamente.

También podría gustarte