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UNIVERSIDAD METROPOLITANA

DE CIENCIAS DE LA EDUCAIÓN/
Depto. De Castellano

CURSO: LITERATURA GENERAL


APARTADO DE TESIS DOCTORAL
PROFESOR: ORLANDO J. VIDAL L.

DE LA REALIDAD Y SUS PROBLEMAS

CAPÍTULO I

REALIDAD, LENGUA Y LITERATURA

Ciertamente hablar de realidad, lengua y literatura


parecería un tema absolutamente obvio como para ser incluido en
un estudio de literatura, más aún si consideramos que la filosofía,
sociología y antropología, tanto como la lingüística, se han
preocupado bastante del asunto y con excelentes resultados;
resultados que han permitido superar momentáneamente las
interrogantes que se plantearon en algún momento, razón por la
cual podríamos perfectamente pensar que este parágrafo estaría
sobrante, e insistir en ello sería una pérdida de tiempo; pero al tanto
de la evolución del pensamiento occidental y conscientes de que
estamos insertos en una dinámica crítica que define nuestra cultura;
dinámica que, desde luego, es causante de la modificación constante
del conocimiento y, por ende, de nuestra realidad y de los individuos
que participan de ella; modificación que nos obliga a una revisión
permanente de nuestra tradición cada vez que objetualizamos e
integramos un nuevo elemento como real o verdadero; revisión que
alcanza hasta los orígenes mismos de nuestra cultura, situación que
se traduce, cada vez más, en una profundización del conocimiento
de nuestra historia y, por consecuencia, del agente de ésta, vale
decir, del hombre.

Debido precisamente a este carácter, y para una


comprensión más cabal de la literatura, del fenómeno literario y de
su proceso de creación, nos vemos necesariamente obligados a
replantearnos el problema de la realidad, de la lengua y de la
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literatura, considerando la existencia de una relación de


interdependencia absoluta entre estos tres aspectos; relación que ha
sido establecida desde el mundo griego, particularmente objetivada
por Aristóteles (Arte Poética) al definir el arte, y en particular la
literatura, como mímesis de una realidad, y cuyo material mimético
es, sin lugar a dudas, el lenguaje. Ahora, si partimos de la base que
todo arte es mímesis de la realidad, esto es que realidad y arte
mantienen una relación de interdependencia absoluta; entendiendo
esta relación no como una copia fiel de la realidad, es decir, no como
una representación real de la realidad, vale decir un retrato de ésta,
sino que, por el contrario, en ella, todo arte tiene su punto de partida
y referencial que hace posible toda interpretación; más aún la
literatura, si ésta, en cuanto "recrea" esa realidad a través de un
mundo paralelo, alteridad (mundo narrado), utiliza para ello la
lógica real ya sea negándola o evidenciando sus puntos de quiebre
desde un punto de vista y una perspectiva particular, propia de un
individuo ante el mundo, y contenida en un lenguaje también
particular, de tal modo que el lector pueda, también en términos de
lenguaje, referenciarla con su propio ámbito real, asumiendo así el
punto de vista y la perspectiva del creador. Entonces, aceptemos
que el nexo entre creador y destinatario será, por un lado la realidad
propiamente tal y, por otro, el mundo paralelo, arreal, que toda obra
de arte significa; carácter que, particularmente, la obra literaria
evidencia con mayor fuerza, puesto que comparte con esa realidad
no sólo la lógica sino que, además del modo y de la manera con que
esa realidad se construye, el proceso mismo de creación y por otro
lado poseen un material en común, la lengua particular en la que se
escribe; pero esta lengua en la literatura tiene un elemento
fundamental que lo diferencia del lenguaje real, esto es la
literariedad. Así, este lenguaje literario, pasa a ser un instrumento
de conocimiento de esa realidad cotidiana que compartimos con los
otros, haciendo que el mundo narrado se constituya como una
posibilidad de ser; ahora, si prestamos atención al carácter de la
literatura contemporánea, este rasgo adquiere un valor esencial.

Si aceptamos, entonces, lo expuesto, el camino para


ahondar más en el conocimiento de nuestro objeto de estudio (el
fenómeno literario), pasa, sin lugar a dudas, por la superación del
conocimiento medio, o de sentido común, que a nivel cotidiano
tenemos de la realidad, digamos a considerarla como un todo
absoluto, sin hacer distinción de niveles de realidad ni el carácter de
éstos; situación que nos obliga a preguntarnos por ella desde sus
3

aspectos esenciales, ¿qué la constituye?, ¿cuál es el proceso que


permite su constitución?, ¿cuáles son sus elementos constituyentes?
y, por supuesto, ¿por qué es el punto de partida y referente último
de todo proceso de creación literaria?, además de aclarar los
respectivos niveles que la conforman en atención a sus rasgos
diferenciadores.

1.1 EL PROBLEMA DE LA REALIDAD

No resulta fácil hablar de la realidad y de sus problemas,


más todavía cuando estamos insertos en ella y sujetos a un
conocimiento de término medio, institucionalizado, que ha resuelto
cotidianamente el problema planteado. En otras palabras hablar de
la realidad cuando nos vemos insertos en ella está prácticamente
vedado en cuanto no podemos apartarnos del todo y siempre
estamos volviendo a ella ya sea por iniciar un nuevo proceso de
inquisición o por referenciación, puesto que es precisamente esta
realidad la que nos permite hablar de ella; de allí que para abordarla
de manera aceptable sea necesario un gran esfuerzo de abstracción,
además de, evidentemente, una gran dosis de imaginación que nos
permita, de algún modo, alejarnos de ella para poder observarla en
sus aspectos más substanciales; condición que resulta difícil, por no
decir imposible, pues, al igual que toda creación de lenguaje,
nuestras vidas y la observación que hagamos de la realidad sólo la
podemos hacer a través de una lengua, lo que implica que esa
observación estará siempre circunscrita al desarrollo de nuestras
competencias léxica lingüística y semántica. Asimismo, nuestras
vidas no sólo se verifican en ese mundo externo producto del
lenguaje sino que también ella misma está constituida en sus
aspectos más esenciales por el lenguaje; de aquí que podamos
adelantar que el lenguaje se va a constituir en una realidad fundante
y esa realidad en la cual verificamos nuestra existencia será, en
definitiva, una formalidad de realidad. Por otro lado no podemos
negar que nuestra existencia está consagrada a esa realidad como
un todo absoluto y es en ese todo absoluto en el que se genera el
espacio que nos permite una comunicación primaria a través de una
lengua en particular, posibilitada, a su vez, por todas las
objetualidades que se han institucionalizado y que son formantes de
esa realidad, y constituirán nuestro universo simbólico, vale decir,
"lo real"; y decimos comunicación primaria debido a que el hablar de
comunicación plena no pasa de ser un buen propósito que en la
práctica es imposible que se dé. Es decir, la comunicación como tal
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(como unidad plena entre dos elementos diferentes) no existe en un


cien por cien, menos aún dentro de una realidad cotidiana que sólo
permite, por sus características, una "comunicación" en términos
denotativos que resulta ser insuficiente para la comprensión total de
cualquier mensaje; todavía más, ahora, si se trata de un mensaje
literario, creado por un individuo en el mundo y en términos de
lenguaje, con absoluta certeza, esta comunicación se reduce al
mínimo. Pero por qué ocurre esto, qué hace que esa realidad
referencial se nos presente de distintas maneras dependiendo de
quien la observe y de quien la interprete. Y para comenzar a
dilucidar esta problemática preciso es abordar esta situación desde
la perspectiva más actual, esto es a través de la sociología del
conocimiento y cuyo supuesto es que nuestra realidad es de
construcción social, supuesto que nos obliga a aceptar que la
realidad en la cual estamos insertos es una realidad que no posee
rasgos óntico-ontológicos; pero, en atención a lo cotidiano, nosotros,
como seres abiertos a lo externo, a la realidad inmediata, nos
consagramos a ella como si ésta los tuviese, digamos existencia en sí
misma, y es esta situación la que primeramente debemos aclarar,
vale decir en qué consiste este carácter de absoluto que
aparentemente la realidad posee y cuál es el proceso mediante el
cual se establece como tal.

Partamos por aceptar, entonces, que la realidad en cuanto tal no


es absoluta y que la realidad humana posee diferentes niveles; que
el problema radica en que no podemos distinguir la realidad
inmediata, objetual de los otros niveles de realidad que la
conforman; por el contrario, siempre que hacemos referencia a ella
la percibimos como un todo sin distinguir los caracteres de cada una
de las realidades que involucra ese todo real.

Hay varios caminos explicativos de acuerdo a la tradición, el


primero, el científico, parte del supuesto de que la realidad es
independiente de todo observador. Supuesto que no podemos
considerarlo válido del todo, puesto que no aborda o no considera el
proceso de observación, situación que no nos permitiría XXXXXXXX
asimismo no puede ser traspasada mediante el lenguaje. El
segundo camino explicativo apunta al observador, y “admite que la
existencia depende de las operaciones de distinción hechas por un
observador en el lenguaje” (6), vale decir, estas operaciones de
distinción pasan a ser comportamientos individuales de percepción
5

condicionadas por la experiencia, y lo que en realidad existe es,


naturalmente, la nominación de esas experiencias, más claramente
una noción a través de la lengua.

Basándonos en el mismo experimento, podemos aceptar


que el sistema nervioso no distingue las diferentes composiciones
espectrales sino a través de su nominación, es decir, sólo por su
nombre: “se sabe que si una mezcla distintas luces obtiene distintos
colores, y puede obtener colores que uno ve iguales mezclando luces
diferentes... (7), por lo que podemos suponer que modificando el
entorno, el contexto, siempre, de tener un nombre, reaccionaríamos
de igual manera a un determinado color, sin atender a la
composición espectral del mismo, y ya estamos en el campo de una
experimentación más bien psicofísica y no biológica como se podría
haber pensado en un principio; por tanto: “El nombre del color es,
en el fondo, un estado particular del observador y no un estado
particular o una característica de la luz en sí” (8). E
inmediatamente debemos preguntarnos por la percepción, qué
define esta conducta y cuál es su relación con la realidad cotidiana.
Pues bien, para hablar de percepción, debemos también
hablar de conocimiento, pues, ambos conceptos están íntimamente
ligados, y tratarlos por separado no nos parece prudente. De igual
manera, hablar de percepción sin considerar la ilusión y la
alucinación sería una exposición incompleta para la comprensión del
problema que nos genera la realidad y su captación. Ahora, la
percepción como fenómeno de internación de la realidad, siempre ha
sido considerado como la captación de lo externo a través de uno de
los sentidos, pero si ya en párrafos anteriores aceptábamos que la
percepción está condicionada por el comportamiento del observador,
es decir, por el observador precisamente y no por lo observado, la
afirmación sobre la percepción hacha anteriormente, no podría ser
aceptada como válida, puesto que, si utilizamos el mismo
experimento de la captación del color, por ejemplo, necesariamente
estaríamos respondiendo a la composición espectral del mismo y no
a su nombre, pudiendo de esta manera diferenciar sus componentes,
y esta posibilidad ya la habíamos desechado por considerar que
respondemos sistemáticamente al nombre del color y no a su
composición espectral, pues, perfectamente nominamos de igual
manera un color que nos parezca semejante al otro aún siendo, en su
composición diferente. Por lo tanto cómo definir la percepción si ya
no podemos considerarla como la captación de lo externo a través de
uno de los sentidos y, por otro lado, qué es el conocimiento si
6

sabemos ya que éste está íntimamente ligado a ella; además,


cuando nos referimos al conocimiento, obligatoriamente, nos
preguntamos por la realidad, pero a cuál realidad en definitiva nos
referimos si ésta como tal no constituye un absoluto sino que, muy
por el contrario, tiene niveles diferenciados. Volvamos a retomar el
concepto de percepción para delimitar el campo de este
comportamiento y así acercarnos a una definición aceptable. Si la
percepción no es algo externo, tampoco lo será el conocimiento, por
tanto, percepción y conocimiento están dados por quien observa, es
decir, por el hombre, pero este hombre como un ente individual, de
esta manera la percepción estaría dada, inicialmente, por este
observador y ese “algo” que se asocia con el nombre (diríamos
imagen acústica según Saussure), pero esta asociación
perfectamente podría ser una ilusión o alucinación, de ser así,
estaríamos lejos de lo que hemos aceptado como conocimiento y, a
su vez, tampoco podríamos hablar en propiedad de esta observación
hecha por un individuo como algo “real”.

Al igual que la percepción, el conocimiento ha sido


considerado como algo externo: “Para uno conocer, es decir algo
sobre algo independiente de uno” (10), afirmación que no podemos
aceptar como tal, puesto que el conocimiento es generado por la
percepción y ésta es un fenómeno de naturaleza interna, es decir,
individual y depende de un observador y no de lo observado, que es
materialmente externo. Por lo tanto, en atención a la naturaleza de
ambos conceptos, y aceptando que son fenómenos secuenciales,
vale decir, sin la percepción no se obtiene conocimiento, lo prudente
es buscar el nexo existente entre estas dos conductas y, desde
nuestra perspectiva, este nexo estará dado por la experiencia,
pero, al igual que los comportamientos anteriores, esta experiencia,
también resulta ser, indudablemente, de naturaleza individual.
Razones que nos permiten señalar que el conocimiento también es
individual, pero, a diferencia de la percepción, éste necesariamente
se verifica en una realidad externa más amplia, y esto debemos
aceptarlo como un acercamiento primario hacia una definición más
completa y, por ende, más aceptable.

Si ya mencionamos la experiencia como nexo entre los


términos que pretendemos aclarar, es necesario especificar o
delimitar el campo conceptual de la experiencia, y no podemos negar
que ésta es el registro consciente de toda percepción: “Todas las
cosas, que son determinados estados de un sistema nervioso,
7

determinados estados de uno” (11), y la percepción en sí es una


experiencia, pero también lo es la alucinación y la ilusión en otras
palabras, apriorísticamente, los tres comportamientos apuntan a lo
mismo, a crear un cúmulo experiencias registradas individualmente
por un sistema nervioso determinado; pero sólo podemos aceptar
como punto inicial del conocimiento nada más que la percepción,
entonces, qué sucede con los dos comportamientos restantes si en
principio son procesos exactamente iguales; ciertamente no
podemos descartarlas como verdaderas experiencias, puesto que de
la misma forma han alterado un sistema nervioso individual, y la
percepción al igual que la ilusión y la alucinación, quedan registradas
por todo sistema nervios humano, o mejor aún, registradas como
parte del cúmulo individual de experiencia de un sistema humano
abierto. Mas, para aclarar este asunto, entremos nuevamente en el
problema de la realidad y lo real. Qué es lo “real, diríamos que es
toda aquella experiencia confrontada con otra, ya sea con otra del
mismo sistema u con otra de un sistema externo, como lo es la
realidad, y que permita un margen de aceptación, es decir, toda
referencia que permita un margen de aceptación, es decir, toda
referencia que permita al individuo aceptar o rechazar determinada
experiencia como “real”, (aquí entramos a un problema fundamental
para la lingüística, al problema de los referentes) y será nominada
como percepción toda experiencia considerada por el sistema abierto
como algo real, ahora, esta categoría de real sólo puede ser obtenida
referencialmente desde la realidad, es decir, desde lo externo,
puesto que, aún referenciando con otra experiencia del mismo
sistema, siempre llegaríamos a un punto en que esa experiencia
debió ser confrontada para ser aceptada como percepción, con algo
externo, vale decir, inicialmente todo sistema conforma su “realidad”
confrontando sus experiencias con otras externas a él. Asimismo,
podemos en principio definir la realidad como el espacio generado
por la confrontación de experiencias, queremos decir, ese espacio
aceptado a partir de las percepciones confrontadas. Y es a partir
de este instante que podemos hablar con propiedad de percepción,
ilusión y alucinación como fenómenos diferentes; ciertamente,
aceptando desde ya que esta clasificación y nominación de estas
experiencias sólo puede ser posible a posteriori, luego de ser
confrontadas con un referente y éste sólo puede ser dado por la
realidad. Así, la ilusión es una percepción rechaza como tal, sin
referentes reales, es decir, una experiencia que al ser confrontada
no tuvo los referentes externos para ser validada como real. Más
fácil aún, una experiencia vivida por un individuo, pero sin la
8

posibilidad de ser objetualizada con las cosas reales de la realidad


externa, pero sí generada por una observación. Y la alucinación,
también debe ser considerada como una experiencia sin referentes,
mas no como resultante de una observación objetiva, diríamos, una
experiencia que no se gatilla por una suscitación (experiencia puesto
que no sólo altera el sistema nervioso si no que además, queda
registrada dentro de nuestro cúmulo experencial), no es producto de
una observación, no es provocada por algo externo sino por el
sistema del propio individuo, a su vez, rechazada como real sin
entrar en el proceso de validación externa, digamos sin ser
confrontada. Asimismo, esta alucinación no tiene posibilidad de ser
catalogada como ilusión, pues dentro de las experiencias, ésta es la
más individual e interna de las tres. Ciertamente estas operaciones
de distinción la hacemos sólo a través del lenguaje y en el lenguaje,
y éste es externo, por lo que aceptar que estas operaciones de
distinción están hechas por nuestro sistema nervioso que, además,
es un sistema cerrado, científicamente es inaceptable. Por cierto
que si estas operaciones no pueden ser referidas por sí mismas ni
confrontadas con las de otras personas ya sea, también, porque no
han podido hacer la distinción entre percepción e ilusión o porque no
hayan vivido la experiencia, según el autor:

“Estamos en una cadena ineludible de experiencia


que no pueden hacer referencia a nada
intrínsicamente independiente de ellas, porque la
referencia misma ya liga lo referido con el
observador que está teniendo la experiencia. Es una
situación inescapable, simplemente no podemos
distinguir entre ilusión y percepción”.(12).

Y es por esto que debemos aceptar que cualquiera


explicación sobre el conocimiento que parta de la base de que esas
operaciones de distinción son realizadas por nuestro sistema
nervioso, lógicamente, es inaceptable. Por cuanto, qué es el
conocimiento y qué lo constituye y, por otro lado, finalmente, qué es
la realidad.

Dijimos que lo real resultaba de la confrontación de nuestras


experiencias mediante el lenguaje, y, a partir de esta aseveración, la
realidad será el espacio validado por la confrontación de todas las
experiencias aceptadas como percepciones a lo largo de la historia
9

de la humanidad, es decir: “... en el consenso que se logra en la


recurrencia de coordinaciones de acción que configuran una
espacio de dominio común de experiencia...” (13), asimismo, el
lenguaje es “Coordinación de coordinaciones de acción” y es,
precisamente, en el lenguaje en donde se establece arbitraria y
apriorísticamente ese consenso que llamamos percepción real o
ilusoria, así: “... lo que podemos hacer con el lenguaje es referirnos a
algo que quede fuera del dominio de experiencias que el mismo
permite, porque la operación de referirse a algo hace que la
experiencia de ese algo se dé precisamente en el dominio del
lenguaje (15).

Ahora, ese lenguaje ha establecido un espacio amplio, pero a su


vez limitado y definido por un dominio de experiencia común, cosa
que nos permite movernos en el mundo como si, efectivamente, se
tratara de una realidad ontológica o esencialmente externa a nuestra
experiencia, y es a esta creación artificial, puesto que es una
elaboración social, es decir, producto de la actividad humana a
través del lenguaje, la que hemos nominado como realidad; en otros
términos, esta realidad es el resultado de un intercambio constante
de experiencias que se generan a partir de su confrontación, y que
finalmente son comunes a una colectividad; pues bien, esto es lo
que conocemos y aceptamos como verdad, para mayor exactitud,
digamos realidad cotidiana, pues es una elaboración, una formalidad
de realidad, y nuestras existencias, al estar insertas en esa creación,
sólo se verifican y son posibles allí y, también, sólo a través del
lenguaje. De igual manera el conocimiento es ese dominio común
de los interactuantes sobre esa realidad, vale decir, todas aquellas
experiencias confrontadas y aceptadas como percepciones reales y
que son de dominio ya colectivo y, por lo tanto, externo.

Ciertamente que el problema de la realidad no se agota aquí,


por el contrario, lo que hemos presentado de manera muy general es
sólo el punto de partida de nuestra problemática, pues, de lo leído
habremos concluido que la realidad a la cual nos hemos referido está
íntimamente ligada con todo lo que dice relación con la actividad
humana y ésta, desde la perspectiva dada por la teoría biológica del
conocimiento; desde luego que podemos aceptarla como formalidad
de realidad o “inexistente” ya que es y se sustenta nada más que en
el lenguaje. Pero qué ocurre con la otra realidad, externa también,
pero que tiene existencia en sí misma, no es producto de la actividad
humana; independiente en sí y, por tanto, parcialmente conocida y
10

aprehendida por el hombre, es decir, con aquella realidad que


desconocemos, puesto que no la hemos nominado, pero no por ello
deja de estar ahí, y podríamos decir realidad pronta a existir en la
medida que un observador en el lenguaje la perciba. Por otro lado,
podemos especulativamente llegar a través de una regresión, a un
momento primario, en donde el hombre no tenía posibilidad alguna
de transmitir una experiencia, en otras palabras, necesariamente
debió existir un momento en que el hombre no tuvo posibilidad de
distinguir entre una percepción y una ilusión. También debió existir
un momento en que el hombre no tuvo espacios generados por la
coordinación de coordinaciones de acción, es decir, por el lenguaje, y
si no tuvo lenguaje, tampoco pudo estar inserto en esta realidad
artificial, por lo tanto debemos aceptar que el hombre, antes de
empezar a formalizar esta realidad tuvo que abandonar otra y ésta
de alguna manera debió mantenerlo sujeto a ella, sujeto a sus
cambios, es decir, sin conciencia de sí mismo y sin la posibilidad de
observar su entorno, pues, de acuerdo a lo que hemos expuesto,
esta realidad artificial surge de la observación y no antes, lo que nos
hace pensar que también debemos de reconocer que antes de ese
momento hubo una realidad distinta a la creada por el lenguaje. De
igual manera debemos aceptar que la literatura genera también una
realidad a través del lenguaje, pero distinta de la realidad artificial
aún siendo ésta el punto de partida para su elaboración y,
finalmente, no debemos de desconocer que debe de existir una
verdad ontológica que se corresponda con la realidad más
“verdadera”, desconocida por supuesto, pero no por esto inexistente,
vale decir, no referenciada con la realidad artificial. Mas, por las
razones dadas y por las características que la realidad conocida
tiene, necesariamente debemos de hablar de más de una realidad,
diferenciada entre sí, pero que de alguna manera tienen unión en el
hombre, y que en algún momento, de manera acumulativa, una
realidad superior las contendrá a todas y todos los tipos humanos
que en cada una de ellas se involucran.

De las Realidades

Consideramos oportuno hablar de realidades como si éstas


fueran varias y variadas, puesto que al referirnos a una sola
estaríamos indirectamente aceptando, de acuerdo a lo que hemos
expuesto, que la realidad es sólo una y se enmarca en la realidad
objetivada en lo cotidiano, digamos que la realidad humana queda
circunscrita exclusiva y excluyentemente a la realidad inmediata;
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pero, de igual manera hemos aceptado que no hay existencia alguna


que no tenga consistencia en sí misma (excepto la realidad física), y,
si bien es cierto, esa realidad a la que hacíamos mención no existe
por estar elaborada a través del lenguaje, cierto es también que ella,
al estar sustentada en un sistema cerrado y consensual (una lengua),
contempla nada más que una parcialidad de la existencia humana y
esa parcialidad está íntimamente ligada a la actividad humana, pero
el “hombre universal” no se agota ni debe agotarse en aquello que
sea necesariamente verificable, pues, esa parcialidad, es decir, ese
espacio validado por la confrontación de experiencias está sujeto, al
igual que toda creación de lenguaje, a refutaciones, revisiones
hechas por los distintos hombres a lo largo de la historia y de
diferentes situaciones contextuales, lo que se traduce en una
inquisición constante de esta realidad (dinámica crítica occidental)
(17); en otras palabras, esa realidad “artificial” pasa a ser algo
cambiante, modificable en cuanto el observador acepta o no su
observación como percepción “real”; y esto nos hace suponer que
esa realidad está generándose constantemente, alimentándose de
ese “algo” que está más allá de las posibilidades dadas por el
lenguaje, vale decir, de todo aquello “inexistente”, diríamos
nosotros, de ilusiones y alucinaciones que dejarán de serlo en cuanto
incorporemos un nuevo referente que nos permita, sin lugar a dudas,
validarlas como reales, vale decir, confrontándolas con el fin de
darles la categoría de percepciones. Se desprende de lo leído que,
tanto la ilusión como la alucinación, pueden llegar a constituirse
como algo “real” en la medida en que otro observador, capacitado
por su experiencia, pueda validarlas como tales. De igual manera,
todo aquello que hasta ahora ha estado más allá de lo constatable
puede, en un momento determinado, ser integrado por consenso a
esta realidad artificial. Situación que nos permite referirnos a esas
realidades no sustentadas por una lengua con valor colectivo, pero
que de alguna manera están latentes dentro de nuestra existencia;
asimismo, hablaremos de varias realidades, partiendo de la
suposición de que hubo un momento en la historia de nuestra
especie en que esta realidad comenzó a gestarse desde otra realidad
completamente distinta e independiente del hombre en sí, pero
unida a él por la observación, digamos por el sujeto que observa; es
decir, unidas por quien se apropia de ellas y que las proyecta
nombradamente a su colectividad. Así, como punto inicial de esta
realidad, necesariamente debemos hablar de una realidad natural,
de un mundo físico; para no utilizar el término de inexistencia,
nominaremos esta realidad, la nuestra, en donde realizamos nuestra
12

vida habitual, la artificial, como realidad cotidiana; señalaremos


como arrealidad a toda creación de lenguaje que tenga su punto de
partida y referencial en la realidad cotidiana, pero que sus valores,
sus significados se alcancen sólo al interior de ese mundo creado y,
finalmente, para todo aquello que nos aproximamos mediante la
intuición y que no nos es posible verificar en la realidad cotidiana lo
consideraremos como parte de una suprarrealidad, entendiendo que
ésta contiene o debiera contener a las tres restantes.

REALIDAD NATURAL

Sin lugar a dudas poco podemos hablar de ésta,


considerando que muchas son las ciencias que se dedican a ella y
están, por lo demás, muy distantes de nuestra especialidad, pero no
por ello dejamos de delimitarla y de explicar su relación con las otras
realidades, aun arriesgando objetividad y sobrepasando el carácter
científico que ésta demanda para su conocimiento. De igual
manera partiremos aceptando que, tal vez, los textos utilizados
como apoyo teórico para este subparágrafo puedan ser inapropiados
ya sea porque no responden de modo aceptable para el propósito
requerido o, en su defecto, porque ya hayan sido superados por sus
respectivas disciplinas; en todo caso, para lo necesario en la
delimitación de ésta, basta con un conocimiento general e
información pertinente que nos permita avanzar en el
esclarecimiento del problema de las realidades.

Dijimos con anterioridad que esta realidad es el punto de inicio de


las restantes y, desde ya, podemos aseverar que el hombre la ha
abandonado, viéndole obligado a elaborar otra, pero esta
aseveración, de aceptarla como válida, nos obliga a pensar en la
posibilidad de que el hombre en algún momento formó parte de ella,
es decir, podríamos pensar en un hombre “natural”, sujeto a esa
realidad, incapacitado para observarla y, por lo tanto, condenado a
seguir sus movimientos en pos de la satisfacción de las necesidades
básicas, en otras palabras estaríamos hablando de un hombre
meramente instintivo, casi animal, un bípedo de manos libres, pero
no de un Homo Sapiens, pues, esta nominación supone un hombre ya
desarrollado, ajeno a esa realidad natural. Desde nuestra
perspectiva nos parece muy poco probable considerar a una persona
sujeta a la naturaleza, sólo es posible pensar, aún en un estado muy
primitivo, a un hombre con su capacidad de observación ya en pleno
funcionamiento, puesto que esta capacidad es el punto de partida
13

del desarrollo de nuestra especie, siempre formando parte de esa


realidad externa elaborada por sí mismo, aunque ésta sea muy
primaria o elemental, y nunca como un ser con una vida instintiva
del todo, incapaz de actuar sobre ese mundo físico, natural. Cierto
es que no podemos aclarar las dudas que puedan frente a esa
transición, pero no por eso dejaremos de utilizar la intuición, aún
especulando sobre lo que puede suceder; para intentar alguna
respuesta que nos permita superar esta situación, y a partir de la
definición que se maneja tradicionalmente del hombre, difícil sería
una aproximación ya que ésta no concibe a la persona sino como ser
actuante y modificante de la naturaleza, es decir, ya inmerso dentro
de su realidad cotidiana (I. 2.2), y si bien no podemos continuar por
estecamino que objetivamente carece de cientificidad, no debemos
dejar de pensar que esa ciencia ya es parte de la realidad creada,
digamos, validada por la aceptación colectiva, y su carácter de
verdad está dado por la información y conocimiento que la
comunidad tenga de ella, pero esto no implica que sea verdad
verdadera (18). Tampoco, además de la razón dada podemos
aceptar del todo la definición que del hombre se maneja dentro de
esa realidad elaborada, pues excluye un aspecto importante de él y
que precisamente el instinto, mantenido en mayor o menor grado
dentro del mundo del observador, ya que, aún minimizado, no deja
de formar parte de su naturaleza; y es por este aspecto, para
nosotros importante, que nos permitimos hablar de ese hombre
natural, instintivo, y de su realidad.

También, debemos aceptar que es difícil, por no decir


imposible, referirnos al momento en que empieza ese abandono.

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