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polémica de
Habermas y
Ratzinger DEBATE realizado en junio
Fuentes:
Diario EL CLARIN. Buenos Aires – Argentina. Revista Ñ, 2005
Diario “La Vanguardia”. España, 2005.
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Comentario EL CLARÍN. Antes de ser Papa, Joseph Ratzinger mantuvo
una discusión con el filósofo Jürgen Habermas sobre el papel de la fe en
la construcción de un mundo más democrático. El análisis del debate
que aquí se ofrece revela facetas poco conocidas de estos dos eruditos.
Además, un comentario de los ensayos teológico-políticos de Ratzinger.
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Pensadores bajo otra luz
3
¿En qué creen los laicos?
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sentido de la vida. Es neutral, dice Habermas, respecto de las
visiones del mundo. Sus ciudadanos pueden adoptar la que
prefieran; son libres de pensar y actuar como quieran siempre
que respeten la legalidad vigente.
Conocer y creer
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los debates. En el pasado, las convicciones republicanas
fueron sostenidas por ideologías o pasiones (el nacionalismo,
por ejemplo). Sin anclajes "pre-políticos", como los llama con
elegancia, es decir, sin motores pasionales e irracionales,
difícilmente alguien iría a la guerra o resignaría ganancias en
aras de la igualdad. Un Estado no puede prescindir de valores
altruistas ni tampoco imponerlos jurídicamente. La
modernización, con su individualismo y su frialdad ante lo
trascendente, puede llegar a disolver el cemento de la
sociedad.
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(cosa que hizo abundante e inútilmente en el pasado), sino
cambiar de actitud y estimar lo que puede aprender de ella.
7
Contra el relativismo moral
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argumentos o consensos. No es sensato postrarse ante el
fetiche del yo moderno ni el de sus mayorías. Estas no
siempre tienen razón, dijo el cardenal el año pasado en
Baviera.
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mundo moderno que ha diagnosticado Habermas porque es
su única verdad sustancial y ha sido relegada. Si la necesidad
de un más franco regreso a la fe asusta a los progresistas
como Habermas por sus peligrosos núcleos irracionales, ¿por
qué se muestran tan poco alterados por las atrocidades de la
razón, empezando por la bomba atómica y pasando por su
desprecio a las culturas distintas, cuya religiosidad, sostiene
el cardenal, el propio Vaticano respeta y estima?
¿Liberales o católicos?
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La lucha de Habermas contra el posmodernismo, deja
entender el cardenal, lo terminará arrastrando hacia la
intolerancia cultural. Después de todo, no sólo París es la
capital de la diferencia. También el Islam, el modo de vida de
la India o las sensibilidades nativas de Latinoamérica tienen
sus propias visiones no coincidentes con las del Occidente
racionalista, la mayor cultura operativa a nivel global.
JÜRGEN HABERMAS
Ideas principales:
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"En el Estado constitucional no existe ninguna autoridad que
se sustente en una sustancia prejurídica".
12
TEXTO COMPLETO DE LA INTERVENCIÓN:
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fuertes cosmológicas o histórico-teológicas de las doctrinas
clásicas y religiosas del derecho natural. La historia de la
teología cristiana en la edad media, en especial la escolástica
española tardía, se encuadra, por supuesto, en la genealogía
de los derechos humanos. Pero los fundamentos de
legitimación de la autoridad estatal ideológicamente neutral
proceden en última instancia de las fuentes profanas de la
filosofía de los siglos XVII y XVIII. La teología y la Iglesia no
fueron capaces de afrontar hasta mucho más tarde los
desafíos del Estado constitucional surgido de la revolución
burguesa. Sin embargo, a mi entender, desde el punto de
vista católico, que asume sin problemas la existencia del
lumen naturale, nada se opone en lo esencial a una
fundamentación autónoma (es decir, independiente de las
verdades reveladas) de la moral y el derecho.
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la constitución comunicativa de formas de vida
socioculturales. La tarea fundamental consiste en explicar:
-por qué el proceso democrático es considerado un proceso
de legislación legítima: en la medida en que satisface las
condiciones de una formación de la voluntad colectiva
inclusiva y discursiva, justifica la hipótesis de la aceptabilidad
racional de los resultados; y -por qué la democracia y los
derechos hullinek manos se limitan recíprocamente de
manera equiprimordial en el proceso constituyente: la
institucionalización jurídica del proceso de legislación
democrática exige la simultánea garantización de los
derechos fundamentales, tanto liberales como políticos (3).
El punto de referencia de esta estrategia de fundamentación
es la constitución que se otorgan los ciudadanos asociados, y
no la domesticación de una autoridad estatal ya existente,
pues ésta todavía ha de ser creada por medio de un proceso
constituyente democrático. Una autoridad estatal constituida
(y no sólo domesticada constitucionalmente) está
fundamentada en derecho hasta lo más íntimo de su esencia,
de modo que el derecho impregna por completo la autoridad
política, sin excluir ningún aspecto. Con la concepción
positivista de la voluntad de Estado, la doctrina del derecho
público alemana (de Laband y Je-hasta Carl Schmitt), cuyas
raíces se retrotraen a la época del imperio alemán, dejaba
abierta una puerta para una sustancia ética del Estado o de lo
político no sometida a derecho; en cambio, en el Estado
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constitucional no existe ninguna autoridad que se sustente en
una sustancia prejurídica (4). La soberanía preconstitucional
del monarca no deja libre ningún hueco que fuera necesario
rellenar -en forma del ethos de un pueblo más o menos
homogéneo- por medio de una soberanía popular igualmente
sustancial.
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constitucionales con la pretensión de ser racionalmente
aceptable para todos los ciudadanos.
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Estado de derecho democrático, la obligación de votar en las
elecciones estaría tan fuera de lugar como la solidaridad por
decreto ley. La disposición a tomar bajo su responsabilidad,
en caso necesario, a conciudadanos desconocidos y
anónimos, y a hacer sacrificios en nombre del interés
colectivo, es algo que a los ciudadanos de una comunidad
liberal solo se les puede, como mucho, sugerir. Por eso las
virtudes políticas, aunque solo se recauden en calderilla, son
esenciales para la existencia de una democracia. Forman
parte de la socialización y de la habituación a las prácticas y
maneras de pensar de una cultura política liberal. El estatus
de ciudadano del Estado se halla, en cierto modo, insertado
en una sociedad civil que se nutre de fuentes espontáneas,
pre políticas por así decirlo. De ello no cabe deducir, sin
embargo, que el Estado liberal sea incapaz de reproducir sus
presupuestos motivacionales a partir de recursos seculares
propios. Sin duda, los motivos para la participación de los
ciudadanos en la opinión pública y los procesos de decisión
tienen su origen en proyectos de vida éticos y formas de vida
culturales; pero las prácticas democráticas desarrollan una
dinámica política propia. Sólo un Estado de derecho sin
democracia, algo a lo que en Alemania hemos estado
acostumbrados largo tiempo, sugeriría una respuesta
negativa a la pregunta de Böckenförde: "¿Pueden los pueblos
unificados estatalmente apoyarse sólo en la garantización de
las libertades individuales, sin que exista un vínculo unificador
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previo a esas libertades?" (5). En efecto, el Estado de derecho
constituido democráticamente no solo garantiza libertades
negativas para los miembros de la sociedad preocupados por
su propio bien, sino que, al ofrecer libertades comunicativas,
moviliza también la participación de los ciudadanos del Estado
en el debate público en torno a temas que afectan a toda la
colectividad. El vínculo unificador perdido es un proceso en el
que se discute, en última instancia, la interpretación correcta
de la constitución.
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de esos lastres pre políticos: el hecho de que no estemos
dispuestos a morir por Niza no representa objeción alguna
contra una constitución europea. Piensen ustedes en los
discursos político-éticos en torno al holocausto y la
criminalidad de masas, que han permitido a los ciudadanos de
la República Federal ser conscientes del logro que representa
la Constitución. El ejemplo de una política de la memoria de
carácter autocrítico (algo que hoy en día ya no es excepcional,
pues también está presente en otros países) muestra hasta
qué punto la propia política puede ser un caldo de cultivo para
la formación y renovación de los vínculos del patriotismo
constitucional.
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ciudadanos del mundo (si tal cosa llega a existir algún día).
Entre los miembros de una comunidad política, la solidaridad,
tan abstracta como se quiera, y jurídicamente mediada, sólo
puede surgir en el momento en que los principios de justicia
encuentran acomodo en el entramado, más denso, de las
orientaciones de valor culturales.
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pueden democratizarse como si se tratara de instituciones
estatales, asumen de manera creciente funciones de control
en sectores de la vida cuya cohesión se había mantenido
hasta ahora de modo normativo, es decir, por vías políticas o
mediante formas prepolíticas de comunicación. Con esto, no
sólo las esferas privadas se invierten transformándose en
medida creciente en mecanismos de acción al servicio de las
preferencias propias de cada uno, que persiguen
exclusivamente el éxito, sino que también se reduce el ámbito
sometido a las necesidades de legitimación de la esfera
pública.
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Las teorías posmodernas, ejerciendo una crítica de la razón,
entienden las crisis no como consecuencia de un agotamiento
selectivo de los potenciales de racionalidad acumulados en la
modernidad occidental, sino como resultado lógico de un
proyecto de racionalización intelectual y social
autodestructivo. Aunque el escepticismo radical con respecto
a la razón es algo intrínsecamente extraño a la tradición
católica, lo cierto es que hasta los años sesenta del siglo
pasado el catolicismo tuvo dificultades para asumir el
pensamiento secular del humanismo, la ilustración y el
liberalismo político. Por eso hoy en día vuelve a encontrar eco
el teorema según el cual sólo la orientación religiosa hacia un
punto de referencia transcendente puede sacar del callejón
sin salida a una modernidad que se siente culpable. En
Teherán, un compañero me preguntó si, desde el punto de
vista de la comparación entre culturas y la sociología de la
religión, no sería precisamente la secularización europea la
anomalía necesitada de corrección. Eso me hace pensar en la
atmósfera intelectual de la República de Weimar, en Carl
Schmitt, Heidegger o Leo Strauss. Personalmente prefiero no
llevar al límite, desde un punto de vista de la crítica de la
razón, la cuestión de si una modernidad ambivalente puede
estabilizarse únicamente por medio de las fuerzas seculares
de la razón comunicativa; lo mejor es huir de todo
dramatismo y tratarla como una mera cuestión empírica no
resuelta. Con esto no pretendo contemplar el hecho de la
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pervivencia de la religión en un entorno cada vez más
secularizado como un mero fenómeno social. La filosofía debe
tomar en serio este dato y contemplarlo, por así decirlo,
desde dentro, como un desafío cognitivo. Sin embargo, antes
de proseguir la discusión por esta línea, quisiera mencionar
una derivación plausible del diálogo en otra dirección. Debido
a la creciente radicalización de la crítica de la razón, la
filosofía se ha implicado también en la autorref lexión acerca
de sus propios orígenes religioso-metafísicos, y
ocasionalmente también en el diálogo con una teología que,
por su parte, busca conectar con los intentos filosóficos de
autoreflexión poshegeliana de la razón (6). Excurso. Uno de
los posibles puntos de arranque del discurso filosófico sobre la
razón y la revelación es una figura de pensamiento que
reaparece continuamente: la razón, al reflexionar acerca de
sus fundamentos más profundos, descubre que tiene su
origen en otra cosa; y si no quiere perder su orientación
racional en el callejón sin salida de la autoapropiación híbrida,
debe aceptar el poder fatal de esa otra cosa.
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individuo (como en Kierkegaard), o el desgarro doloroso de los
valores éticos imperantes (como en Hegel, Feuerbach y Marx).
A pesar de carecer inicialmente de intención teológica, la
razón que se hace consciente de sus propios límites acaba
convirtiéndose en otra cosa, sea por medio de la amalgama
mística con una conciencia de aspiraciones cósmicas, o la
espera desesperada de un acontecimiento histórico en forma
de mensaje redentor, o la solidaridad anticipatoria con los
humillados y ofendidos, que pretende acelerar la redención
mesiánica. Estos dioses anónimos de la metafísica
poshegeliana -la conciencia de alcance cósmico, el
acontecimiento inmemorial y la sociedad no alienada- son
presa fácil para la teología, pues se prestan a ser descifrados
como seudónimos de la trinidad del Dios personal que se
comunica a sí mismo.
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genérica, pero de ningún modo peyorativa, entre el discurso
secular, que aspira a ser accesible a todo el mundo, y el
discurso religioso, que depende de verdades reveladas. A
diferencia de lo que sucede en Kant yHegel, esta delimitación
gramatical no se vincula con la aspiración filosófica de
determinar de modo autónomo qué hay de verdadero o falso
en el contenido de las tradiciones religiosas, más allá del
saber mundano socialmente institucionalizado. El respeto que
va asociado a esa renuncia cognitiva al juicio se fundamenta
en la consideración hacia las personas y modos de vida que
claramente extraen su integridad y autenticidad de sus
convicciones religiosas. Pero hay algo más que respeto: a la
filosofía no le faltan motivos para adoptar ante las tradiciones
religiosas una actitud dispuesta al aprendizaje.
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que no puede recuperarse sólo por medio del saber
profesional de los expertos: me refiero a la sensibilidad y la
capacidad de expresión diferenciada para hablar de la vida
carente de objeto, para las patologías sociales, para el fracaso
de proyectos de vida individuales y la deformación de
contextos de vida desfigurados. A partir de la asimetría de las
aspiraciones epistémicas se puede fundamentar la disposicion
de la filosofía al aprendizaje con respecto a la religión, y no
por motivos funcionales, sino -en recuerdo de sus exitosos
procesos de aprendizaje hegelianos-por motivos de contenido.
Como es sabido, la influencia recíproca del cristianismo y la
metafísica griega no sólo ha dado lugar a la concreción
intelectual de la dogmática teológica y a una helenización -no
siempre positiva- del cristianismo, sino que, por otro lado,
también ha fomentado la asunción de ideas genuinamente
cristianas por parte de la filosofía. Esa tarea de apropiación se
ha plasmado en redes de conceptos normativos fuertemente
connotados, como los de responsabilidad, autonomía y
justificación, historia y recuerdo, recomienzo, innovación y
retorno, emancipación y realización, renuncia, interiorización
y encarnación, individualidad y comunidad. Esa tarea ha
transformado el sentido religioso original de los conceptos,
pero sin deflacionarlo y consumirlo hasta dejarlo vacío. Un
ejemplo de ese tipo de transformación salvadora es la
traducción de la idea del ser humano a imagen y semejanza
de Dios a la idea de que todos los hombres poseen la misma
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dignidad, que debe respetarse incondicionalmente. Así se
expande el contenido de los conceptos bíblicos más allá de las
fronteras de una comunidad religiosa hacia el público general
de creyentes y no creyentes. Por ejemplo, Walter Benjamin
logró más de una vez realizar ese tipo de transformaciones.A
partir de esa experiencia de la liberación secularizadora de
potenciales de significado encapsulados en la religión,
podemos conferir un sentido no capcioso al teorema de
Böckenförde. Ya he mencionado el diagnóstico según el cual
el equilibrio conseguido en la modernidad entre los tres
grandes medios de integración social está en peligro debido a
que los mercados y el poder administrativo expulsan de cada
vez más ámbitos de la vida la solidaridad social, es decir, la
actuación coordinada en lo que afecta a valores, normas y
usos lingüísticos al servicio del entendimiento. Por eso al
Estado constitucional le conviene, por su propio interés, tratar
de modo respetuoso a todas las fuentes culturales de las que
se nutre la conciencia normativa y la solidaridad de los
ciudadanos. Esa conciencia que se ha vuelto conservadora se
refleja en el discurso en torno a la sociedad postsecular (7).
Con ello no se alude sólo al hecho constatable de la
supervivencia de la religión en un entorno crecientemente
secularizado y la persistencia en el tiempo de las
comunidades religiosas. La expresión postsecular tampoco se
limita a pagar peaje público a las comunidades religiosas por
su aportación funcional a la reproducción de motivaciones y
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actitudes deseables. No: en la conciencia pública de una
sociedad postsecular se refleja, ante todo, una visión
normativa que tiene consecuencias para las relaciones
políticas entre ciudadanos no creyentes y ciudadanos
creyentes. En la sociedad postsecular se abre paso la noción
de que la modernización de la conciencia pública abarca y
modifica, por medio de la reflexión y de modo asincrónico,
todas las mentalidades, tanto las religiosas como las
mundanas. Así, ambos bandos, si entienden conjuntamente la
secularización de la sociedad como un proceso de aprendizaje
complementario, pueden tomar en serio recíprocamente, y
por motivos cognitivos, sus respectivas aportaciones al
debate público sobre temas sujetos a controversia.
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de sus entornos sociales. El papel de miembro de la
comunidad religiosa se disocia del papel de miembro de la
sociedad. Y como el Estado liberal depende necesariamente
de una integración política de los ciudadanos que vaya más
allá de un mero modus vivendi, esa disociación no debe
agotarse en una adaptación, privada de aspiraciones
cognitivas, del ethos religioso a las leyes impuestas de la
sociedad secular. Antes bien, el ordenamiento jurídico
universalista y la moral social igualitaria deben conectarse de
modo interno al ethos de la comunidad religiosa de modo que
los primeros se deduzcan de manera consistente a partir del
segundo. Para esa inserción (Einbettung), John Rawls escogió
la imagen de un módulo: a pesar de que ha sido construido
sobre fundamentos ideológicamente neutrales, ese módulo de
la justicia mundana debe poder insertarse en los respectivos
contextos de fundamentación ortodoxos (8).
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pagar un precio por el ejercicio de la libertad religiosa
negativa. De ella se espera la práctica de una autorreflexión
que permita familiarizarse con los límites de la ilustración.
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estatal, que garantiza las mismas libertades éticas para todos
los ciudadanos, es incompatible con la generalización política
de una visión del mundo secularista.
Los ciudadanos secularizados, en la medida en que actúen en
su papel de ciudadanos del Estado, no deben negarles en
principio a las visiones del mundo religiosas un potencial de
verdad, ni negarles a sus conciudadanos creyentes el derecho
a hacer aportaciones a los debates públicos utilizando un
lenguaje religioso. Una cultura política liberal puede esperar
incluso de los ciudadanos secularizados que tomen parte en
los esfuerzos para traducir las aportaciones relevantes del
lenguaje religioso a un lenguaje más accesible al público en
general.
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JOSEPH RATZINGER
Ideas principales:
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TEXTO COMPLETO DE LA INTERVENCIÓN
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entonces realmente el bien, especialmente en el contexto
dado, y por qué hay que hacer el bien, aunque sea en
perjuicio propio, es una pregunta básica que sigue careciendo
de respuesta.
Me parece evidente que la ciencia como tal no puede generar
una ética, y que por lo tanto no puede obtenerse una
conciencia ética renovada como producto de los debates
científicos. Por otro lado, es indiscutible que la modificación
fundamental de la imagen del mundo y el ser humano a
consecuencia del incremento del conocimiento científico ha
contribuido decisivamente a la ruptura de las antiguas
certezas morales. Por lo tanto, sí existe una responsabilidad
de la ciencia hacia el ser humano como tal, y especialmente
una responsabilidad de la filosofía, que debería acompañar de
modo crítico el desarrollo de las distintas ciencias, y analizar
críticamente las conclusiones precipitadas y certezas
aparentes acerca de la verdadera naturaleza del ser humano,
su origen y el propósito de su existencia, o , dicho de otro
modo, expulsar de los resultados científicos los elementos
acientíficos con los que a menudo se mezclan, y así mantener
abierta la mirada hacia las dimensiones más amplias de la
verdad de la existencia humana, de los que la ciencia solo
permite mostrar aspectos parciales.
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haga un uso razonable de él. No debe imponerse la ley del
más fuerte, sino la fuerza de la ley. El poder sometido a la ley
y puesto a su servicio es el polo opuesto a la violencia, que
entendemos como ejercicio del poder prescindiendo del
derecho y quebrantándolo. Por eso es importante para toda
sociedad superar la tendencia a desconfiar del derecho y sus
ordenamientos, pues solo así puede cerrarse el paso a la
arbitrariedad y se puede vivir la libertad como algo
compartido por toda la comunidad. La libertad sin ley es
anarquía y por ende destrucción de la libertad. La
desconfianza hacia la ley, la revuelta contra la ley se
producirán siempre que ésta deje de ser expresión de una
justicia al servicio de todos y se convierta en producto de la
arbitrariedad, en abuso por parte de los que tienen el poder
para hacer las leyes.
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voluntad popular, ya que estos permiten la participación de
todos en la creación de la ley, y en consecuencia la ley
pertenece a todos y puede y debe ser respetada como tal.
Efectivamente, el hecho de que se garantice la participación
colectiva en la creación de las leyes y en la administración
justa del poder es el motivo fundamental para considerar la
democracia como la forma más adecuada de ordenamiento
político.
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irrevocablemente justas y que por lo tanto estén por encima
de cualquier decisión mayoritaria y deban ser respetadas
siempre por ésta.
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entre el poder y la ley y de los orígenes del derecho, debe
contemplarse también con atención el fenómeno del poder
mismo. No pretendo definir la naturaleza del poder como tal,
sino esbozar los desafíos que se derivan de las nuevas formas
de poder que se han desarrollado en los últimos cincuenta
años. En los primeros años posteriores a la Segunda Guerra
Mundial imperaba el horror ante el nuevo poder de
destrucción que había adquirido el ser humano con la
invención de la bomba atómica. El hombre se veía de repente
capaz de destruirse a sí mismo y a su planeta. Se imponía la
pregunta: ¿qué mecanismos políticos son necesarios para
impedir esa destrucción? ¿Cómo pueden crearse esos
mecanismos y hacerlos efectivos? ¿Cómo pue-den movilizarse
las fuerzas éticas capaces de dar cuerpo a esas formas
políticas y dotarlas de efectividad? Pero lo que nos preservó
de facto de los horrores de la guerra nuclear durante un largo
periodo fue la competencia entre los bloques de poder
opuestos y su temor a desencadenar su propia destrucción si
provocaban la del otro. La limitación recíproca del poder y el
temor por la propia supervivencia se revelaron como las
únicas fuerzas capaces de salvar a la humanidad.
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lugar. Ahora nos damos cuenta de que la humanidad no
necesita una guerra a gran escala para hacer imposible la
vida en el planeta. Los poderes anónimos del terror, que
pueden hacerse presentes en todo lugar, son lo bastante
fuertes para infiltrarse en nuestra vida cotidiana, y ello sin
excluir que elementos criminales puedan tener acceso a los
grandes potenciales de destrucción y desencadenar así el
caos a escala mundial desde fuera de las estructuras políticas.
Así, la cuestión en torno a la ley y la ética se ha desplazado
hacia otro terreno: ¿de qué fuentes se alimenta el terrorismo?
¿Cómo podemos poner freno desde dentro a esa nueva
enfermedad del género humano?A este respecto, resulta muy
inquietante que el terrorismo consiga, aunque sea
parcialmente, dotarse de legitimidad. Los mensajes de Bin
Laden presentan el terror como la respuesta de los pueblos
excluidos y oprimidos a la arrogancia de los poderosos, como
el justo castigo a la soberbia de estos y a su autoritarismo y
crueldad sacrílegos. Parece claro que esa clase de
motivaciones resultan convincentes para las personas que
viven en determinados entornos sociales y políticos. En parte,
el comportamiento terrorista también es presentado como
defensa de la tradición religiosa frente al carácter impío de la
sociedad occidental.
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alimenta también del fanatismo religioso -y efectivamente, así
es-, ¿debemos considerar la religión como un poder redentor
y salvífico o más bien como una fuerza arcaica y peligrosa,
que erige falsos universalismos y conduce, con ellos, a la
intolerancia y el terror? ¿No debería la religión ser sometida a
la tutela de la razón y limitada severamente?Y en tal caso,
¿quién sería capaz de hacerlo? ¿Cómo habría que hacerlo?
Pero la pregunta más importante sigue siendo: si la religión se
pudiera ir suprimiendo paulatinamente, si se pudiera ir
superando, ¿representaría tal cosa un necesario progreso de
la humanidad en su camino hacia la libertad y la tolerancia
universal o no?
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humanos, y la tentación de ver al ser humano como un
desecho y en consecuencia quitarlo de en medio, no es
ninguna creación fantasiosa de moralistas enemigos del
progreso.
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que sea posible la comparación. En cualquier caso vale la
pena recordar brevemente que Grecia también tuvo su propia
Ilustración, que la validez del derecho fundamentado en lo
divino dejó de ser evidente y que se hizo necesario indagar en
busca de fundamentos más profundos del derecho. Así nació
la idea de que frente al derecho positivo, que podía ser
injusto, debía existir un derecho que surgiera de la naturaleza,
de la esencia del hombre, y que había que encontrarlo y
usarlo para corregir los defectos del derecho positivo.
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Francisco de Vitoria puso nombre una idea que ya estaba
flotando en el ambiente: la del ius gentium (literalmente el
derecho de los pueblos), donde la palabra gentes se asocia,
sobre todo, a la idea de paganos, de no cristianos. Se trata de
una concepción del derecho como algo previo a la concreción
cristiana del mismo, y que debe regular la correcta relación
entre todos los pueblos.
45
una sociedad secular pluralista. Pero por desgracia el derecho
natural ha dejado de ser una herramienta fiable, de modo que
en este diálogo renunciaré a basarme en él. La idea del
derecho natural presuponía un concepto de naturaleza en el
que naturaleza y razón se daban la mano y la naturaleza
misma era racional. Pero esta visión ha entrado en crisis con
el triunfo de la teoría de la evolución. La naturaleza como tal,
se nos dice, no es racional, aunque existan en ella
comportamientos racionales: ese es el diagnóstico
evolucionista, que hoy en día parece poco menos que
indiscutible (2). De las diferentes dimensiones del concepto
de naturaleza en las que se fundamentó originariamente el
derecho natural, solo permanece, pues, aquella que Ulpiano
(principios del siglo III después de Cristo) resumió en la
conocida frase: "Ius naturae est, quod natura omnia animalia
docet" (3). Pero precisamente esa idea no basta para nuestra
indagación, en la que no se trata de aquello que afecta a
todos los animalia, sino de cuestiones que corresponden
específicamente al hombre, que han surgido de la razón
humana y que no pueden resolverse sin recurrir a la razón.
46
especie humana, es sujeto de derechos, y su existencia
misma es portadora de valores y normas, que pueden
encontrarse, pero no inventarse. Quizá hoy en día la doctrina
de los derechos humanos debería complementarse con una
doctrina de los deberes humanos y los límites del hombre, y
esto podría quizá ayudar a renovar la pregunta en torno a si
puede existir una razón de la naturaleza y por lo tanto un
derecho racional aplicable al hombre y su existencia en el
mundo. Un diálogo de esas características solo sería posible si
se llevara a cabo y se interpretara a escala intercultural. Para
los cristianos ese concepto tendría que ver con la Creación y
el Creador. En el mundo hindú correspondería al concepto del
Dharma, la ley interna del ser, y en la tradición china a la idea
de los órdenes del cielo.
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esas partes de la humanidad resultan comprensibles. Con
todo, el número de las culturas en competencia es en realidad
mucho más limitado de lo que podría parecer.
48
racionalidad occidental y a la de la fe cristiana, ambas
presentes en sus ámbitos, y asimilan tanto una cosa como la
otra de formas muy variables, sin dejar de mantener pese a
todo su propia identidad. Las culturas tribales de África (y
también las de América Latina, que experimentan un
resurgimiento gracias a la acción de determinadas teologías
cristianas) completan el panorama. En buena parte parecen
poner en cuestión la racionalidad occidental, pero al mismo
tiempo también la aspiración universal de la revelación
cristiana.
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racionalidad secular, por más plausible que aparezca a la luz
de nuestra razón configurada a la manera de Occidente, no es
capaz de acceder a toda ratio, y que en su intento de hacerse
innegable acaba topando con sus límites. Su evidencia está
ligada fácticamente a determinados contextos culturales, y
debe reconocer que no es reproducible como tal en el
conjunto de la humanidad y, en consecuencia, no puede ser
operativa a escala global. En otras palabras, no existe una
definición del mundo, ni racional, ni ética ni religiosa con la
que todos estén de acuerdo y que pueda servir de soporte
para todas las culturas; o por lo menos actualmente es
inalcanzable. Por eso mismo, esa ética denominada global
tampoco pasa de ser una mera abstracción.
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religión, algo que, por cierto, ya preveían los padres de la
Iglesia (4). Pero a lo largo de nuestras reflexiones hemos
visto igualmente que también existen patologías de la
razón (de las que la humanidad hoy en día no es
consciente, por lo general), una desmesurada arrogancia
de la razón que resulta incluso más peligrosa debido a su
potencial eficiencia: la bomba atómica, el ser humano
entendido como producto. Por eso también la razón
debe, inversamente, ser consciente de sus límites y
aprender a prestar oído a las grandes tradiciones
religiosas de la humanidad. Cuando se emancipa por
completo y pierde esa disposición al aprendizaje y esa
relación correlativa, se vuelve destructiva.
Hace poco, Kurt Hübner formuló una exigencia similar,
afirmando que esa tesis no implica un inmediato "retorno
a la fe", sino "que nos liberemos de la idea enormemente
falsa de que la fe ya no tiene nada que decir a los
hombres de hoy en día, porque contradice su concepto
humanista de la razón, la ilustración y la libertad" (5). De
acuerdo con esto, yo hablaría de la necesidad de una
relación correlativa entre razón y fe, razón y religión, que
están llamadas a depurarse y redimirse recíprocamente,
que se necesitan mutuamente y que deben reconocerlo
ante el otro lado.
51
2. Esta regla básica debe concretizarse luego de modo
práctico en el contexto intercultural de nuestro presente.
Sin duda, los dos grandes agentes de esa relación
correlativa son la fe cristiana y la racionalidad secular
occidental. Esto puede y debe afirmarse sin caer en un
equivocado eurocentrismo. Ambos determinan la
situación mundial en una medida mayor que las demás
fuerzas culturales. Pero eso no significa que las otras
culturas puedan dejarse de lado como una especie de
quantité négligeable. Eso representaría una muestra de
arrogancia occidental que pagaríamos muy cara y que de
hecho ya estamos pagando en parte. Es importante que
las dos grandes componentes de la cultura occidental se
avengan a escuchar y desarrollen una relación
correlativa también con esas culturas. Es importante
darles voz en el ensayo de una correlación polifónica en
el que ellas mismas descubran lo que razón y fe tienen
de esencialmente complementario, a fin de que pueda
desarrollarse un proceso universal de depuración en el
que, al cabo, todos los valores y normas conocidos o
intuidos de algún modo por los seres humanos puedan
adquirir una nueva luminosidad, a fin de que aquello que
mantiene unido el mundo recobre su fuerza efectiva en
el seno de la humanidad.
52
53
Comentarios del Blog:
Alemania: economía, sociedad y
política.
54
recursos los fundamentos normativos en los que ese Estado
se basa.
Primero
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La justificación secular del derecho. El liberalismo político que
yo defiendo bajo la forma especial de un republicanismo
kantiano se entiende como una justificación no religiosa y
postmetafísica de los fundamentos normativos del Estado
constitucional democrático.
56
creación legítima del derecho. La respuesta es que, en cuanto
cumple condiciones de una formación inclusiva y discursiva
de la opinión y de la voluntad, el proceso democrático permite
fundar la conjetura de una aceptabilidad racional de los
resultados.
57
La cuestión es, pues, si un orden constitucional totalmente
"positivado" necesita todavía de la religión o de algún otro
"poder sustentador" para asegurar cognitivamente los
fundamentos que lo legitiman.
Segundo
58
La motivación de los ciudadanos. Aun cuando se parta de la
base de que la constitución del Estado liberal puede cubrir su
necesidad de legitimación en términos autosuficientes, sigue
en pie, con todo, la duda en lo que respecta a la motivación
de los ciudadanos.
59
legal. De ahí que las virtudes políticas sean esenciales para la
existencia de una democracia. Esas virtudes son un asunto de
la socialización, y del acostumbrarse a las prácticas y a la
forma de pensar de una cultura política traspasada por el
ejercicio de la libertad política y de la ciudadanía.
60
de temas que conciernen a todos en común. El "lazo
unificador" es el proceso democrático mismo, en el que en
última instancia lo que está en discusión es la comprensión
correcta de la propia constitución.
Tercero
61
miembros de las prósperas y pacíficas sociedades liberales en
átomos aislados, que actúan interesadamente, que no hacen
sino lanzar sus derechos subjetivos como armas, los unos
contra los otros.
62
Las teorías postmodernas, situándose en el plano de una
crítica de la razón, entienden estas crisis como el resultado
lógico del programa de una racionalización cultural y social
que no tiene más remedio que resultar autodestructiva.
63
Cuarto
64
En las Sagradas Escrituras y en las tradiciones religiosas han
quedado articuladas intuiciones acerca de la culpa y la
redención, acerca de lo que puede ser la salida salvadora de
una vida que se ha experimentado como carente de
salvación, intuiciones que se han venido deletreando y
subrayando sutilmente durante milenios y que se han
mantenido hermenéuticamente vivas.
65
fomentó una apropiación de contenidos genuinamente
cristianos por parte de la filosofía.
66
tiene por qué resultar capcioso. Es también en interés del
propio Estado constitucional que se debe tratar con respeto y
cuidado a todas aquellas fuentes culturales de las que se
alimenta la conciencia normativa de solidaridad de los
ciudadanos.
Quinto
67
Lo que el Estado liberal espera de creyentes y no creyentes.
La conciencia religiosa se ha visto ciertamente obligada a
hacer procesos de adaptación. Toda religión es originalmente
"imagen del mundo" o, como dice Rawls, una doctrina
omnicomprensiva, y ello también en el sentido de que
reclama autoridad para estructurar una forma de vida en
conjunto.
68
por la sociedad secular, en términos tales que el ethos
religioso renunciase a toda clase de pretensión.
Más bien, el orden jurídico universalista y la moral social
igualitaria han de quedar conectados desde dentro al ethos de
la comunidad religiosa de suerte que lo primero pueda
también seguirse consistentemente de lo segundo. Para esta
"inserción", John Rawls ha recurrido a la imagen de un
módulo. Este módulo de la justicia mundana, pese a que esté
construido con ayuda de razones que son neutrales en lo
tocante a cosmovisión, tiene que encajar en los contextos de
fundamentación de la ortodoxia religiosa de que se trate.
69
La comprensión de la tolerancia por parte de las sociedades
pluralistas articuladas por una constitución liberal, no
solamente exige de los creyentes que en el trato con los no
creyentes y con los que creen de otra manera se hagan a la
evidencia de que razonablemente habrán de contar con la
persistencia indefinida de un disenso. En el marco de una
cultura política liberal también se exige de los no creyentes
que se hagan asimismo a esa evidencia en el trato con los
creyentes.
70
manera gozan "prima facie" de un privilegio frente a las
concepciones de cosmovisiones o religiosas que están en
competencia con ellas.
71
Ponencia leída por el cardenal Joseph Ratzinger -hoy Benedicto XVI- el 19 de
enero de 2004 en la "Tarde de discusión" con Jürgen Habermas, organizada por
la Academia Católica de Baviera.
JOSEPH RATZINGER
72
todo caso, que la pregunta está planteada. Y ello es así
aunque se acepten las agudas críticas que Robert Spaemann
ha hecho a ese proyecto. Pues a los dos factores antes
señalados se añade un tercero: en el proceso de encuentro y
compenetración de las culturas se han quebrado y, por cierto,
bastante profundamente, certezas éticas que hasta ahora se
consideraban básicas. La pregunta acerca de qué sea el bien,
sobre todo en el contexto dado, y por qué hay que hacer ese
bien, aun en perjuicio propio, esta cuestión básica es una
cuestión para la que en buena parte se carece de respuesta.
Pues bien, a mí me parece evidente que la ciencia como tal no
puede producir ningún ethos, y que, por tanto, una renovada
conciencia ética no puede producirse como resultado de
debates científicos.
Primero
73
orden de un empleo del poder que tenga sentido y sea
aceptable.
74
formación democrática de la voluntad sólo le queda como
instrumento imprescindible la delegación, por un lado, y, por
otro, la decisión mayoritaria, exigiéndose mayorías de distinto
tipo según sea la importancia de la cuestión de que se trate.
Pero también las mayorías pueden ser ciegas y pueden ser
injustas. La historia lo demuestra de forma más que clara. Y
cuando una mayoría, por grande que sea, reprime a una
minoría, por ejemplo a una minoría religiosa, a una minoría
racial, mediante leyes opresivas, ¿puede seguirse hablando
de justicia? ¿puede seguirse hablando de derecho? Por tanto,
el principio de la mayoría deja todavía abierta la cuestión
acerca de los fundamentos éticos del derecho, la cuestión de
si no hay lo que nunca puede ser derecho; es decir, de si no
hay lo que siempre será en sí una injusticia o, a la inversa, de
si no hay también lo que por su esencia ha de ser
inamoviblemente derecho, algo que precede a toda decisión
mayoritaria y que tiene que ser respetado por ella.
75
humano y que, por tanto, resultan intangibles para todos
cuantos tienen esa esencia. Sobre el alcance de esta manera
de ver las cosas, habremos de volver todavía más tarde,
sobre todo porque esa evidencia (que no querría hacerse más
preguntas) de ninguna manera es reconocida hoy en todas las
culturas. El Islam ha definido su propio catálogo de derechos
del hombre, que se desliga del catálogo occidental. China
viene hoy determinada, ciertamente, por una forma de cultura
surgida en Occidente, por el marxismo, pero, si no estoy mal
informado, en China se plantea la cuestión de si los derechos
del hombre no son más bien un invento típicamente
occidental, al que habría que investigarle la trastienda.
Segundo
76
sí mismo y de poder destruir la Tierra. Y entonces hubo que
preguntarse: ¿qué mecanismos políticos son menester para
excluir tal destrucción?, ¿podemos encontrar tales
mecanismos y hacerlos efectivos?, ¿pueden movilizarse
fuerzas éticas que contribuyan a dar configuración a tales
mecanismos políticos y a prestarles eficacia?
77
de los poderosos, como justo castigo por su arrogancia, por su
sacrílega soberbia y por su crueldad. Y a hombres que se
encuentran en determinadas situaciones políticas y sociales,
tales motivaciones les resultan evidentemente convincentes.
En parte, el comportamiento terrorista se presenta como
defensa de la tradición religiosa frente a la impiedad y al
ateísmo de la sociedad occidental.
78
El hombre está ahora en condiciones de poder hacer hombres,
de producirlos, por así decir, en el tubo de ensayo. El hombre
se convierte entonces en producto, y de este modo se muda
de raíz la relación del hombre consigo mismo. Pues el hombre
deja de ser, entonces, un don de la naturaleza o del Dios
creador; el hombre se convierte entonces en su propio
producto. El hombre ha logrado descender así a las cisternas
del poder, a los lugares fontanales de su propia existencia. La
tentación de ponerse a construir entonces al hombre
adecuado (al hombre que hay que construir), la tentación de
experimentar con el hombre, la tentación también de
considerar quizá al hombre o a hombres como basura y de
dejarlos de lado como basura, ya no es ninguna quimera de
moralistas hostiles al progreso.
79
este lugar se plantea de nuevo la cuestión de cómo en una
sociedad mundial con sus mecanismos de poder y sus fuerzas
desatadas, así como con sus muy distintas visiones acerca de
qué es el derecho y la moral, podrá encontrarse una evidencia
ética efectiva que tenga la suficiente fuerza de motivación y
la suficiente capacidad de imponerse, como para poder
responder a los desafíos señalados y ayuden a esa sociedad
mundial a hacerles frente.
80
Domingo, 05 junio 2005
Sobre las bases morales prepolíticas del Estado liberal
IV: Razón secular y religión del Estado - Joseph
Ratzinger (2)
(Continuación de la ponencia de ayer, de Ratzinger; respuesta a la ponencia
anterior, de Habermas)
Tercero
82
Tal diálogo debería interpretarse y plantearse
interculturalmente. Para los cristianos ello tendría que ver con
la creación y con el Creador. En el mundo hindú esos
conceptos cristianos se corresponderían con el concepto de
"dharma", con el concepto de la interna legiformidad del ser,
y en la tradición china a ello correspondería la idea de los
órdenes del cielo.
Cuarto
83
distintos ámbitos culturales tampoco hay unidad, sino que los
espacios culturales se caracterizan por profundas tensiones
dentro de sus propias tradiciones culturales. En Occidente
esto es evidente. Aunque en Occidente la cultura secular de
una estricta racionalidad (y de ello nos ha dado un
impresionante ejemplo el señor Habermas) resulta
ampliamente dominante y se considera lo vinculante, no cabe
duda de que en Occidente la comprensión cristiana de la
realidad sigue teniendo igual que antes una fuerza bien
eficaz. Ambos polos guardan entre sí una cambiante relación
de proximidad o de tensión, están uno frente al otro, o bien en
una mutua disponibilidad a aprender el uno del otro, o bien en
la forma de un rechazarse más o menos decididamente el uno
al otro.
También el espacio cultural islámico viene determinado por
tensiones similares; desde el absolutismo fanático de un Bin
Laden hasta actitudes que están abiertas a una racionalidad
tolerante, se da un amplio arco de posiciones, pues. Y el
tercer gran ámbito cultural, el de la cultura india, o mejor los
espacios culturales del hinduismo y del budismo, están
asimismo determinados por tensiones similares, aun cuando,
en todo caso desde nuestro punto de vista, esas tensiones
ofrecen un aspecto mucho menos dramático. Y esas culturas
también se ven expuestas tanto a las pretensiones de la
racionalidad occidental como a las interpelaciones de la fe
cristiana, pues ambas han hecho acto de presencia en esos
84
ámbitos. De modos diversos, esas culturas asimilan tanto la
una como la otra, tratando, sin embargo, a la vez de proteger
también su propia identidad. Completan el cuadro las culturas
locales de África y las culturas locales de América,
despertadas estas últimas por determinadas teologías
cristianas. Todas esas culturas se presentan en buena medida
como un cuestionamiento de la racionalidad occidental, pero
también como un cuestionamiento de la pretensión
universalista de la revelación cristiana.
85
por tanto, no puede ser operativa en el conjunto. Con otras
palabras: no existe "fórmula del mundo", racional, o ética, o
religiosa, en la que todos pudieran ponerse de acuerdo y que
entonces fuese capaz de sostener el todo. O en todo caso, tal
fórmula es por el momento inalcanzable. Por eso, incluso los
proyectos de un "ethos universal", a los que hemos empezado
haciendo referencia, se quedan en una abstracción.
Quinto
86
razón, hay una hybris de la razón que no es menos
peligrosa, sino que representa una amenaza aún mayor
a causa de su potencial eficiencia: la bomba atómica, el
hombre como producto. Por tanto, y a la inversa, hay
también que amonestar a la razón a reducirse a sus
límites y a aprender y a disponerse a prestar oídos a las
grandes tradiciones religiosas de la humanidad. Si la
razón se emancipa por completo y se desprende de tal
disponibilidad a aprender y se sacude tal
correlacionalidad o se desdice de tal correlacionalidad, la
razón se vuelve destructiva.
87
dos importantes intervinientes en esa correlacionalidad
son la fe cristiana y la cultura secular occidental. Y esto
puede decirse y debe decirse sin ninguna clase de
eurocentrismo. Pues ambos (cultura secular occidental y
fe cristiana) determinan la actual situación mundial en
una proporción en que no la determinan ninguna de las
demás fuerzas culturales. Pero esto no significa, ni
mucho menos, que se pueda dejar de lado a las otras
culturas como una especie de "quantité négligeable" (de
magnitud despreciable). Para ambos grandes
componentes de la cultura occidental es importante
ponerse a escuchar a esas otras culturas, es decir,
entablar una verdadera correlacionalidad con esas otras
culturas. Es importante implicarlas en la tentativa de una
correlación polifónica, en la que ellas se abran a sí
mismas a la esencial complementariedad de razón y fe,
de suerte que pueda ponerse en marcha un universal
proceso de purificaciones en el que finalmente los
valores y normas conocidos de alguna manera o
barruntados por todos los hombres lleguen a recobrar
una nueva capacidad de iluminación de modo que se
conviertan en fuerza eficaz para una humanidad y de esa
forma puedan contribuir a integrar el mundo.
88