16 de febrero de 1938
Emanaciones de moral
En épocas de reacción triunfante, los señores demócratas, socialdemó-
cratas, anarquistas y otros representantes de la “izquierda” comienzan a des-
prender en doble cantidad emanaciones de moral, del mismo modo que
transpira doblemente la gente cuando tiene miedo. Al repetir, a su manera,
los Diez Mandamientos o el Sermón de la Montaña, esos moralistas se diri-
gen no tanto a la reacción triunfante como a los revolucionarios perseguidos
por ella, quienes con sus “excesos” y con sus principios “amorales”, “provo-
can” a la reacción y le proporcionan una justificación moral. Hay, sin embar-
go, un medio tan sencillo y seguro de evitar la reacción: el esfuerzo interior,
la regeneración moral. En todas las redacciones interesadas se distribuyen
gratuitamente muestras de perfección ética.
La base de clase de esta prédica falsa y ampulosa la constituye la peque-
ñoburguesía intelectual. La base política es la impotencia y la desesperación
ante la ofensiva reaccionaria. La base psicológica se halla en el deseo de su-
perar el sentimiento de la propia inconsistencia, disfrazándose con una bar-
ba postiza de profeta.
El procedimiento favorito del filisteo2 moralista consiste en identificar los
modos de actuar de la reacción con los de la revolución. El éxito del proce-
dimiento se obtiene con la ayuda de analogías formales. Zarismo y bolche-
vismo son gemelos. También es posible descubrir gemelos en el fascismo y
el comunismo. Se puede formular una lista de rasgos comunes entre el cato-
licismo –más específicamente el jesuitismo– y el bolchevismo. Por su parte,
1 Publicado en la revista The New International, Vol. IV N.° 6, junio 1938, pp. 163-173.
Revista teórica del Socialist Workers Party (SWP), adherido a la Oposición de Izquierda
Internacional en Estados Unidos.
2 El sentido figurado moderno del término “filisteo” está fuertemente asociado al de
“pequeñoburgués” o “burgués práctico” como persona vulgar y pacata, hostil a la “cultu-
ra”, tiene su origen en la Alemania del siglo XVII. El término había sido profusamente usa-
do por Lutero en el sentido, directamente derivado de su significado bíblico, de “enemigo
de la verdadera fe”. Siguió siendo utilizado por distintos pensadores como Goethe o Carl
Schmitt. Trotsky lo utiliza para designar al burgués o pequeñoburgués que por sus mez-
quinos intereses materiales no es capaz de elevarse a una visión liberadora de la sociedad.
24 SU MORAL Y LA NUESTRA
3 Sigla que representa la expresión latina quod erat demostrandum (“lo que se quería
demostrar”).
4 Wells, H. G. (1866-1946): Escritor, historiador y novelista británico, conocido por
sus obras de ciencia ficción. Adhirió al Partido Laborista británico. Visitó varias veces la
URSS entrevistándose con Lenin y Stalin. Desde su visión filantrópica, fue un crítico im-
placable de la Revolución rusa.
5 Revista política mensual que lleva el nombre del folleto de Thomas Paine, publica-
da en Estados Unidos entre 1932 y 1946.
26 SU MORAL Y LA NUESTRA
principios del siglo XVIII!– deducía los juicios morales de un “sentido mo-
ral” especial que supuestamente se otorga al hombre de una vez y para siem-
pre. Situada por encima de las clases, la moral conduce inevitablemente a la
aceptación de una sustancia especial, un “sentido moral”, una “conciencia”
como una especie de absoluto que no es más que un cobarde pseudónimo fi-
losófico de Dios. La moral independiente de los “fines”, es decir de la socie-
dad, ya se la deduzca de la verdad eterna o ya de la “naturaleza humana”,
solo es, en resumidas cuentas, una forma de “teología natural”. Los cielos si-
guen siendo la única posición fortificada para las operaciones militares con-
tra el materialismo dialéctico.
A fines del siglo pasado en Rusia, apareció toda una escuela de “marxis-
tas” (Struve*, Berdiaev*, Bulgakov* y otros) que deseaban complementar las
enseñanzas de Marx por medio de un principio moral independiente, es de-
cir, colocado por encima de las clases. Esa gente partía, claro está, de Kant y
del imperativo categórico*. Pero ¿cómo terminaron? Struve es ahora un an-
tiguo ministro del barón Wrangel y un buen hijo de la Iglesia. Bulgakov es
sacerdote ortodoxo. Berdiaev interpreta, en diversas lenguas, el Apocalipsis.
Una metamorfosis tan inesperada, a primera vista, no se explica de ningún
modo por el “alma eslava” –Struve, por lo demás, tiene alma germánica–
sino por la magnitud de la lucha social en Rusia. La tendencia fundamental
de esa metamorfosis es en realidad internacional.
El idealismo filosófico clásico, en la medida en que en su época pretendía
secularizar la moral, liberarla de la sanción religiosa, fue un enorme paso ha-
cia adelante (Hegel). Pero una vez desprendida de los cielos, la moral tuvo
necesidad de raíces terrestres. El descubrimiento de esas raíces fue una de las
tareas del materialismo. Después de Shaftesbury, Darwin; después de Hegel,
Marx. Invocar hoy las “verdades morales eternas” es tratar de hacer que la
rueda dé vueltas al revés. El idealismo filosófico solo es una etapa: de la reli-
gión al materialismo o, por el contrario, del materialismo a la religión.
6 Lutero, Martín (1483-1546): Teólogo y fraile católico agustino que comenzó e im-
pulsó la reforma religiosa en Alemania y en cuyas enseñanzas se inspiraron la Reforma
Protestante y la doctrina teológica y cultural denominada luteranismo. Lutero exhorta-
ba a la Iglesia cristiana a regresar a las enseñanzas originales de la Biblia, lo que produjo
una reestructuración de las iglesias cristianas en Europa. La reacción de la Iglesia católi-
ca ante la reforma protestante fue la Contrarreforma.
28 SU MORAL Y LA NUESTRA
adaptaron cada día más al espíritu de la sociedad burguesa, y de los tres vo-
tos –pobreza, castidad y obediencia– no conservaron sino el último, por lo
demás, en una forma extremadamente atenuada. Desde el punto de vista del
ideal cristiano, la moral de los jesuitas cayó tanto más bajo cuanto más cesa-
ron estos de ser jesuitas. Los guerreros de la Iglesia se volvieron sus burócra-
tas y, como todos los burócratas, unos estafadores redomados.
Jesuitismo y utilitarismo
Esas breves observaciones bastan sin duda para mostrar cuánta ignoran-
cia y cuánta cortedad se necesitan para tomar en serio la oposición entre el
principio jesuítico “el fin justifica los medios” y el otro, inspirado en una mo-
ral aparentemente superior, según la cual cada “medio” lleva su propia eti-
queta moral, lo mismo que las mercancías de precio fijo en los almacenes. Es
notable que el sentido común del filisteo anglosajón consiga indignarse con-
tra el principio “jesuítico”, mientras él mismo se inspira en la moral del uti-
litarismo tan característico de la filosofía británica. Sin embargo, el criterio
de Bentham7 y John Mill8 –“la mayor felicidad posible para el mayor núme-
ro posible”– significa: morales son los medios que conducen al bien general
como fin supremo. Bajo su enunciado filosófico general, el utilitarismo an-
glosajón coincide así plenamente con el principio “jesuítico”: “el fin justifica
los medios”. El empirismo –como vemos– existe en este mundo para liberar
a la gente de la necesidad de juntar los dos polos del razonamiento.
Herbert Spencer9, cuyo empirismo se había beneficiado con la vacuna
evolucionista de Darwin del mismo modo que se vacuna contra la viruela,
enseñaba que en el dominio de la moral la evolución parte de las “sensacio-
nes” para llegar hasta las “ideas”. Las sensaciones se ajustan al criterio de sa-
tisfacción inmediata, mientras que las ideas permiten guiarse conforme a un
criterio de satisfacción futura, más duradera y elevada. El criterio de la moral es
nuevamente aquí la “satisfacción” o la “felicidad”. Pero el contenido de este
criterio adquiere amplitud y profundidad según el nivel de la “evolución”.
Así, Herbert Spencer, a través de los métodos de su propio utilitarismo “evo-
lucionista”, mostró que el principio “el fin justifica los medios” no encierra en
sí mismo nada inmoral.
7 Bentham, Jeremy (1748-1832): Máximo exponente de la filosofía utilitarista que pos-
tula como principio ético que la actividad humana está determinada por su utilidad y ca-
pacidad para producir placer o impedir el dolor a la mayor cantidad de individuos.
8 Mill, John Stuart (1806-1873): Filósofo y político liberal. Representante de la escue-
la utilitarista fundada por Bentham y exponente de la economía clásica.
9 Spencer, Herbert (1820-1903): Filósofo y naturalista británico. Desarrolló una teo-
ría sobre la evolución animal. Referente del llamado “darwinismo social”, que traslada la
evolución, la selección natural y la supervivencia del espécimen más apto a la sociedad
humana y su desarrollo.
LEÓN TROTSKY 29
civil. Ella provoca entre las clases enemigas la explosión de todos los lazos
morales.
En condiciones “normales”, el hombre “normal” observa el mandamien-
to: “¡No matarás!”. Pero si mata en condiciones excepcionales de legítima
defensa, los jueces lo absuelven. Si, por el contrario, cae víctima de un asesi-
no, este será quien muera por decisión del tribunal. La necesidad, tanto de
tribunales como de autodefensa, se desprende del antagonismo de intereses.
En lo que concierne al Estado, es suficiente en tiempos de paz legalizar la
ejecución de individuos, para cambiar en tiempo de guerra el mandamiento
“universalmente válido” “¡no matarás!” en su contrario. Los gobiernos más
“humanos” que en tiempos de paz “odian” la guerra, en tiempos de guerra
convierten en deber supremo de sus ejércitos el exterminio de la mayor par-
te posible de la humanidad.
Las supuestas reglas “generalmente reconocidas” de la moral conservan
en el fondo un carácter algebraico, es decir, indeterminado. Expresan úni-
camente el hecho de que el hombre, en su conducta individual, se encuen-
tra ligado por ciertas normas generales que se desprenden de su pertenencia
a una sociedad. El “imperativo categórico” de Kant es la más elevada gene-
ralización de esas normas. Sin embargo, pese a la alta situación que ocupa
en el Olimpo de la filosofía, ese imperativo no encierra en sí absolutamen-
te nada de categórico, puesto que no posee nada de concreto. Es una forma
sin contenido.
La causa de la vacuidad de las normas universalmente válidas se encuen-
tra en el hecho de que, en todas las cuestiones decisivas, los hombres sien-
ten su pertenencia a una clase mucho más profunda e inmediatamente que
su pertenencia a una “sociedad”. Las normas “universalmente válidas” de la
moral se cargan, en realidad, con un contenido de clase, es decir, antagónico.
La norma moral se vuelve tanto más categórica cuanto menos “universal”
es. La solidaridad obrera, sobre todo durante las huelgas o tras las barrica-
das, es infinitamente más “categórica” que la solidaridad humana en general.
La burguesía, que sobrepasa con creces al proletariado en la integridad
e irreconciabilidad de su conciencia de clase, está vitalmente interesada en
imponer su filosofía moral a las masas explotadas. Precisamente por eso las
normas concretas del catecismo burgués se cubren con abstracciones mora-
les que se colocan bajo la égida de la religión, de la filosofía o de esa cosa hí-
brida que se llama “sentido común”. El invocar las normas abstractas no es
un error filosófico desinteresado, sino un elemento necesario en la mecánica
del engaño de clase. La denuncia del engaño, que tiene tras de sí una tradi-
ción milenaria, es el primer deber del revolucionario proletario.
LEÓN TROTSKY 31
El “sentido común”
La democracia y la moral “generalmente reconocidas” no son las únicas
víctimas del imperialismo. La tercera es el sentido común “universal”. Esta
forma inferior de la inteligencia es necesaria en cualquier condición y, bajo
ciertas circunstancias, es también la adecuada. El capital fundamental del sen-
tido común se ha forjado con las conclusiones elementales extraídas de la ex-
periencia humana: no meter el dedo en el fuego, seguir de preferencia la línea
recta, no molestar a un perro rabioso... y así sucesivamente. En un medio
social estable, el sentido común resulta suficiente para practicar el comercio,
cuidar a los enfermos, escribir artículos, dirigir un sindicato, votar en el par-
lamento, fundar una familia y multiplicarse. Pero cuando el sentido común
trata de escapar a sus límites naturales, para intervenir en el terreno de ge-
neralizaciones más complejas, se revela que solo es el conglomerado de los
prejuicios de una clase y de una época determinada. No más que una simple
crisis capitalista lo lleva a un callejón sin salida, y ante catástrofes como la revo-
lución, la contrarrevolución y la guerra, el sentido común solo es un imbécil
a secas. Se necesitan cualidades muy elevadas del intelecto para comprender
a fondo las conmociones “catastróficas” que se apartan del curso “normal”
de los acontecimientos, hasta ahora solo el materialismo dialéctico lo ha for-
mulado filosóficamente.
Max Eastman, que se esfuerza con buen éxito por dar al “sentido co-
mún” la más seductora apariencia literaria, ha hecho de la lucha contra la
dialéctica una especie de profesión. Eastman toma en serio las banalidades
conservadoras del sentido común, mezcladas con un estilo florido, como si
fueran la “ciencia de la revolución”. Viniendo en refuerzo de los snobs reac-
cionarios del Common Sense, con una seguridad inimitable, enseña a la huma-
nidad que si Trotsky se hubiese guiado no por la doctrina marxista, sino
por el sentido común, no habría perdido el poder. La dialéctica interna,
LEÓN TROTSKY 33
10 Temis: Diosa que encarna en la mitología griega a la justicia y el equilibrio. Sue-
le ser representada con los ojos vendados mientras sostiene en una de sus manos una ba-
lanza y en la otra una espada.
11 Rolland, Romain (1866-1944): Novelista y dramaturgo, fue uno de los abandera-
dos del internacionalismo pacifista durante la Primera Guerra Mundial, pero había sido
muy hostil a la revolución de 1917. En años posteriores prestó su nombre para congresos
literarios y manifiestos estalinistas.
12 En 1935, se anunció en Moscú la firma del Pacto franco-soviético de no agresión.
La firma por parte de Stalin constituía, en palabras de Trotsky, el certificado de defun-
ción de la III Internacional, al repudiar el internacionalismo revolucionario y pasarse al
programa del socialpatriotismo:
Las masas proletarias se movilizan con ánimo revolucionario; los campesinos están en ebu-
llición y participan vigorosamente en la lucha política; la pequeña burguesía, directamente
golpeada por la crisis económica que se sigue profundizando, se radicaliza. Mientras tanto,
este burócrata tiene la audacia de escribir que ya no cabe la actividad independiente del pro-
letariado en su lucha revolucionaria contra la burguesía, que de nada valen todos los esfuer-
zos en este sentido y que lo único que queda por hacer para evitar la invasión a la URSS es
tener fe en el imperialismo francés. De la manera más rastrera consuma la traición de su pa-
trón.” (“Stalin firmó el certificado de defunción de la Tercera Internacional”, 25 de mayo de
1935, Escritos de León Trotsky (1929-1940), versión digital, Buenos Aires, CEIP, 2000).
LEÓN TROTSKY 35
dios. En los Estados Unidos, The Nation y The New Republic cerraron los ojos a
las hazañas de Yagoda13, puesto que su “amistad” con la URSS se había con-
vertido en sustento de su propia autoridad. No hace ni siquiera un año, esos
señores no afirmaban que estalinismo y trotskismo fueran idénticos. Defen-
dieron abiertamente a Stalin, a su espíritu realista, a su justicia y a su Yagoda.
En esa posición se mantuvieron tanto tiempo como pudieron.
Hasta el momento de la ejecución de Tujachevsky, de Yakir y los de-
más14, la gran burguesía de los países democráticos observó no sin satisfac-
ción – aunque cubierto de fastidio– el exterminio de revolucionarios en la
URSS. En ese sentido, The Nation, The New Republic, para no hablar de los
Duranty15, Louis Fisher16 y otros corrompidos de la pluma, se adelantaban
a los intereses del imperialismo “democrático”. La ejecución de los genera-
les perturbó a la burguesía, obligándola a comprender que la muy avanza-
da descomposición del aparato estalinista podría facilitar la tarea a Hitler, a
Mussolini y al Mikado. El New York Times se puso a rectificar prudente pero
insistentemente la puntería de su Duranty. Le Temps de París dejó filtrar en
sus columnas un débil rayo de luz sobre la situación en la URSS. En cuanto
a los moralistas y a los calumniadores pequeñoburgueses, jamás fueron más
que auxiliares de las clases capitalistas. En fin, cuando la Comisión Dewey*
formuló su veredicto, se hizo evidente para toda persona, por poco que
pensara, que continuar defendiendo abiertamente a la GPU era afrontar la
muerte política y moral. Solo a partir de ese momento fue cuando los “ami-
gos” decidieron invocar las verdades eternas de la moral, es decir, replegar-
se, atrincherándose en una segunda línea.
Los estalinistas y semiestalinistas atemorizados ocupan el último sitio en-
tre los moralistas. Eugene Lyons* convivió alegremente durante varios años
con la pandilla termidoriana, considerándose casi un bolchevique. Habiendo
regañado con el Kremlin –poco nos importa saber por qué– Lyons se encon-
tró de nuevo, naturalmente, en las nubes del idealismo. Hasta hace poco,
Liston Oak17 gozaba de tal crédito por parte de la Internacional Comunista
(IC)* que se le encargó dirigir la propaganda en lengua inglesa para la Es-
paña republicana. Cuando renunció a su cargo no tuvo el menor empacho,
claro está, en renunciar también a su abecedario marxista. El expatriado de
la URSS Walter Krivitsky18, habiendo roto con la GPU, se unió inmediata-
mente a la democracia burguesa. Parece también que esa es la metamorfo-
sis del septuagenario Charles Rappoport19. Una vez arrojado el estalinismo
por la borda, la gente de esta clase –y es numerosa– no puede abstener-
se de buscar en los argumentos de la moral abstracta una compensación a
la decepción y al envilecimiento ideológico por el que atravesó. Pregúnte-
le por qué se pasó de la Internacional Comunista o de la GPU al campo de
la burguesía. Tienen la respuesta a mano: “el trotskismo no es mejor que el
estalinismo”.
17 Oak, Liston (1895-1970): Periodista que rompió con el estalinismo durante de la
guerra civil española; escribió brevemente para la prensa trotskista antes de pasarse a
la socialdemocracia.
18 Krivitsky, Walter (1899-1941): Militar y espía soviético, general del Ejército Rojo
y agente de la GPU.
19 Rappoport, Charles (1865-1941): Formó parte de la fundación del Partido Comu-
nista (PC) francés en 1920 e integrante de su ala centro que encabezaba Frossard. Se opu-
so a Trotsky y a la política de Frente Único Obrero, táctica planteada entre el III y el IV
Congreso de la Internacional Comunista. Rappoport dejó el PC un año antes de morir en
protesta por la ejecución de Bujarin en 1938.
LEÓN TROTSKY 37
de armas. En otros términos: el fin justifica los medios. Pero ¿cuál es el fin de
ellos? ¿El anarquismo? ¿El socialismo? No, simplemente el rescate de esta
misma democracia burguesa que preparó el triunfo del fascismo. A fines
mezquinos corresponden medios mezquinos. ¡Esa es la disposición verdade-
ra de los personajes en el tablero de la política mundial!
Moral y revolución
Entre progresistas y radicales no falta quienes han asimilado los métodos
materialistas de interpretación de los acontecimientos y se consideran mar-
xistas. Eso no les impide, sin embargo, seguir siendo periodistas, profesores
o políticos burgueses. El bolchevique no se concibe, naturalmente, sin mé-
todo materialista, inclusive en el dominio de la moral. Pero ese método no
solo le sirve para interpretar los acontecimientos, sino para crear el partido
revolucionario, el partido del proletariado. Es imposible cumplir semejante
tarea sin una independencia completa ante la burguesía y su moral. Sin em-
bargo, la opinión pública burguesa ahora domina plenamente el movimiento
obrero oficial, desde William Green* en los Estados Unidos a García Oli-
ver27 en España, pasando por León Blum y Maurice Thorez28 en Francia. El
carácter reaccionario de esta época encuentra en estos hechos su más pro-
funda expresión.
El marxista revolucionario no podría abordar su misión histórica sin ha-
ber roto moralmente con la opinión pública burguesa y sus agentes en el
seno del proletariado. Esta ruptura requiere un coraje moral de un calibre
diferente al de las personas que van a gritar en reuniones públicas: “¡Abajo
Hitler!”, “¡Abajo Franco!”. Es precisamente esa ruptura decisiva, profunda-
mente concebida, irrevocable entre los bolcheviques y la moral conservado-
ra no solo de la gran burguesía, sino también de la pequeñoburguesía la que
causa un espanto mortal a los charlatanes demócratas, a los profetas de sa-
lón y a los héroes del lobby. De ahí sus lamentaciones sobre la “amoralidad”
de los bolcheviques.
Su manera de identificar la moral burguesa con la moral “en general”
se observa, sin duda, del mejor modo en la extrema izquierda de la peque-
ñoburguesía, precisamente en los partidos centristas del llamado Buró de
Londres. Ya que esta organización “reconoce” el programa de la revolución
proletaria, nuestras divergencias con ella parecen a primera vista secunda-
rias. En realidad su “reconocimiento” del programa revolucionario carece
de todo valor ya que no la obliga a nada. Los centristas “reconocen” la re-
volución proletaria como los kantianos reconocen el imperativo categórico,
es decir, como un principio sagrado pero inaplicable en la vida de todos los
días. En la esfera de la política práctica, se unen con los peores enemigos de
27 García Oliver, Juan (1901-1980): Dirigente anarquista español de derecha que co-
laboró con los estalinistas para aplastar al ala revolucionaria. Fue ministro de Justicia en
el gobierno de Largo Caballero. Exiliado posteriormente en México.
28 Thorez, Maurice (1900-1964): Miembro del PS francés en 1919. Ingresó al Comi-
té Central del PC a partir de 1924. Supo mantenerse en su puesto siguiendo todos los zig-
zags de la política estalinista. Terminada la Segunda Guerra Mundial, Charles De Gaulle
lo designó Ministro del Estado Francés. Durante este período los ministros comunistas
pidieron a los trabajadores que “se arremanguen” en nombre de la “reconstrucción” y de-
clararon que “la huelga es el arma de los trusts”.
42 SU MORAL Y LA NUESTRA
del decreto y, en general, la justificación de toda guerra civil que también pue-
de llamarse, no sin fundamento, una “barbarie repugnante”.
Dejemos a Emil Ludwig29 y a sus semejantes la tarea de pintarnos re-
tratos de Abraham Lincoln30 adornados con alitas de color de rosa. La
importancia de Lincoln reside en que para alcanzar el gran objetivo his-
tórico asignado por el desarrollo del joven pueblo norteamericano, no re-
trocedió ante las medidas más rigurosas, cuando ellas fueron necesarias.
La cuestión ni siquiera reside en saber cuál de los beligerantes sufrió o in-
fligió el mayor número de víctimas. La historia tiene un patrón diferente
para medir las crueldades de los sureños y las de los norteños de la Gue-
rra de Secesión. ¡Que impotentes despreciables no vengan a sostener que
el esclavista que por medio de la violencia o la astucia encadena a un es-
clavo tiene la misma moral que la del esclavo que por la astucia o la vio-
lencia rompe sus cadenas!
Cuando la Comuna de París ya estuvo ahogada en sangre y la canalla reac-
cionaria del mundo entero arrastró su estandarte por el lodo, no faltaron nume-
rosos filisteos demócratas para difamar, del lado de la reacción, a los comuneros
(communards) que habían ejecutado 64 rehenes, empezando por el arzobispo de
París. Marx no vaciló un instante en tomar la defensa de esta acción sangrien-
ta de la Comuna. En una circular del Consejo General de la Internacional, en la
que se ve la feroz erupción de lava, Marx recuerda primero que la burguesía usó
el sistema de rehenes en su lucha contra los pueblos de las colonias y contra su
propio pueblo. Refiriéndose entonces a las ejecuciones sistemáticas de los comu-
neros prisioneros por parte de los reaccionarios encarnizados, escribe:
29 Ludwig, Emil (1881-1948): Escritor alemán de origen judío nacionalizado suizo.
Periodista durante la Primera Guerra Mundial, obtuvo reconocimiento por sus prolífi-
cas biografías de personalidades como Goethe, Napoleón, Lincoln, Bismarck, Mussolini
y Beethoven entre otros.
30 Lincoln, Abraham (1809-1865): Presidente de los Estados Unidos entre 1861 y
1865 por el Partido Republicano. Conocido por sus posiciones contrarias a la esclavitud
que se ejercía en los Estados del sur. Durante su presidencia se desarrolló la guerra ci-
vil norteamericana (Guerra de Secesión) que enfrentó a los Estados del norte con los del
sur. El triunfo del Norte condujo a la abolición de la esclavitud y a la consolidación de la
Unión. Fue el primer presidente de los Estados Unidos asesinado en funciones.
31 Mac-Mahon, Patrice (1808-1893): Militar y político francés. Fue presidente de
Francia tras el sofocamiento sangriento de la Comuna de París por las tropas de Thiers,
que dejó un saldo de treinta mil muertos.
LEÓN TROTSKY 45
32 Marx, Karl y Engels, Friedrich, “Manifiesto del Consejo General de la Asocia-
ción Internacional de los Trabajadores”, Revolución (compilación), Buenos Aires, Edicio-
nes IPS, 2018, p. 458.
46 SU MORAL Y LA NUESTRA
“Moral de cafres35”
No es posible dejar de convenir con los moralistas en que la historia
toma caminos crueles. ¿Qué conclusión sacar de ahí para la actividad prác-
tica? León Tolstoi nos recomendaba ser más sencillos y mejores. Mahatma
Gandhi nos aconseja tomar leche de cabra. ¡Ay! los moralistas “revoluciona-
rios” de la Neuer Weg no están muy lejos de esas recetas. “Debemos liberar-
nos –predican ellos– de esa moral de cafres para la que no hay más mal que
el que hace el enemigo” ¡Admirable consejo! “Debemos liberarnos...” Tols-
toi recomendaba también liberarse del pecado de la carne. Y, sin embargo,
la estadística no confirma el buen éxito de su propaganda. Nuestros homún-
culos centristas han logrado elevarse hasta una moral por encima de las cla-
ses, dentro de una sociedad dividida en clases. Pero si hace casi dos mil años
que eso fue dicho: “Ama a vuestros enemigos”, “Ofrece la otra mejilla”. Y,
sin embargo, hasta ahora, ni el Santo Padre romano se “liberó” del odio con-
tra sus enemigos. ¡En verdad Satanás, el enemigo de la humanidad, es muy
poderoso!
Aplicar criterios diferentes a las acciones de los explotadores y de los ex-
plotados es –según la opinión de los pobres homúnculos– ponerse a nivel de
la “moral de los cafres”. Preguntemos primero si corresponde a “socialistas”
el profesar semejante desprecio por los cafres. ¿Es tan mala su moral? He
aquí lo que dice sobre el tema la Enciclopedia Británica:
La “amoralidad” de Lenin
Los socialrevolucionarios* rusos fueron siempre los hombres más mora-
les: en el fondo, eran solo pura ética. Eso no les impidió, sin embargo, enga-
ñar a los campesinos rusos durante la revolución. En el periódico parisiense
de Kerensky –él mismo un socialista ético, precursor de Stalin en la fabrica-
ción de falsas acusaciones contra los bolcheviques– el viejo “socialrevolucio-
nario” Zenzinov36 escribe: “Como se sabe, Lenin enseñó que para alcanzar los
fines deseados los comunistas pueden y a veces deben ‘recurrir a diversas es-
tratagemas, maniobras y subterfugios...’” (Novaia Rossia, 17 de febrero de 1938,
p. 3). De ahí la conclusión ritual: el estalinismo es hijo legítimo del leninismo.
Por desgracia, ese detractor ético no sabe ni siquiera citar honrada-
mente. Lenin escribió: “Hay que saber… estar dispuestos a todos los sa-
crificios e incluso –en caso de necesidad– recurrir a diversas estratagemas,
maniobras y procedimientos ilegales, evasivas y subterfugios con tal de en-
trar en los sindicatos, permanecer en ellos y realizar allí cueste lo que cueste un trabajo
comunista”37. La necesidad de estratagemas y maniobras –según la explica-
ción de Lenin– era consecuencia del hecho de que la burocracia reformista,
entregando a los obreros al capital, persigue a los revolucionarios y recurre
inclusive contra ellos a la policía burguesa. “Maniobras” y “subterfugios”
son en este caso los métodos de una defensa legítima contra la burocracia
reformista y traidora.
El partido de Zenzinov mismo desarrolló, hace años, un trabajo ilegal con-
tra el zarismo y más tarde contra el bolchevismo. En ambos casos, se sirvió de
maniobras, estratagemas, falsos pasaportes y otras formas de “subterfugios”.
Todos esos medios fueron considerados por él no solo “éticos”, sino hasta heroi-
cos, puesto que correspondían a los fines políticos de la pequeñoburguesía. La
situación, sin embargo, cambia tan pronto como los revolucionarios proleta-
rios se ven obligados a recurrir a medidas conspirativas contra la democracia
pequeñoburguesa. ¡La clave de la moral de esos señores –como se ve– tiene
carácter de clase!
El “amoralista” Lenin recomienda abiertamente, en la prensa, servirse de
astucia militar contra los dirigentes que traicionan a los obreros. El moralis-
ta Zenzinov trunca deliberadamente una cita por sus dos extremos, a fin de
engañar a sus lectores: el detractor ético ha sabido ser, como de costumbre,
un bribón ruin. ¡No inútilmente gustaba Lenin de repetir que es terriblemen-
te difícil encontrar un adversario de buena fe!
36 Zenzinov, Vladimir (1880-1953): Dirigente del Partido Socialrevolucionario y
miembro de su Comité Central. Durante la Primera Guerra Mundial fue defensista y jus-
tificó los esfuerzos bélicos de Rusia. En 1917 fue miembro del Comité Ejecutivo del Soviet
de Petrogrado y se opuso a la Revolución de Octubre con el argumento de la necesidad de
una alianza con la burguesía. Posteriormente se exilió en Estados Unidos.
37 Lenin, Vladimir, El “izquierdismo”, enfermedad infantil del comunismo, Obras Selectas,
tomo 2, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2012, p. 462.
LEÓN TROTSKY 49
Un episodio edificante
Es conveniente referir aquí un episodio que, aunque de poca importancia en
sí, ilustra bastante bien la diferencia entre su moral y la nuestra. En 1935, en cartas
a mis amigos belgas, desarrollé la idea de que el intento de un joven partido revo-
lucionario de crear sus “propios” sindicatos equivaldría al suicidio. Es preciso ir a
buscar a los obreros en donde estén. Pero ¿eso significa pagar cuotas para el soste-
nimiento de un aparato oportunista? Claro, respondí. Para tener derecho a soca-
var a los reformistas es preciso provisionalmente pagarles una contribución. Pero
¿los reformistas no impedirán ser socavados? Claro, respondí. Socavarlos exige
medidas conspirativas. Los reformistas son la policía política de la burguesía en
el seno de la clase obrera. Es preciso saber obrar sin su autorización y a pesar de
sus prohibiciones... En el curso de una redada practicada por casualidad en casa
del camarada D., en relación –si no me equivoco– con un asunto de suministro
de armas a los obreros españoles, la policía belga se apoderó de mi carta. Algunos
días más tarde fue publicada. La prensa de Vandervelde39, de De Man40 y de Spa-
39 Vandervelde, Émile (1866-1938): Abogado belga, elegido diputado socialdemócra-
ta por el Partido Obrero belga desde 1894. Presidente de la II Internacional desde 1900
hasta 1918. Durante la Revolución rusa tomó partido por los mencheviques. Posterior-
mente, ocupó diversos ministerios en gobiernos burgueses y se retiró de la política para
convertirse en profesor universitario de Derecho.
40 De Man, Hendrik (1885-1953): Dirigente del ala derecha del Partido Obrero bel-
ga de tendencia socialdemócrata. Ejerció como ministro en diferentes carteras desde 1935,
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para convertirse en 1939 en viceprimer ministro. Colaboró con los nazis durante la ocupa-
ción en territorio belga. En 1933 ideó un plan económico conocido como “Plan de Man”.
41 Spaak, Paul Henri (1899-1972): Dirigente del ala izquierda del Partido Obrero bel-
ga y, desde 1933 a 1934, director del periódico izquierdista Action Socialiste. En 1935 pasó
a formar parte del gabinete belga como ministro, y en la década del 1950 fue secretario
general de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). Luego presidió el
Comité Spaak, que establecería las bases de la futura Comunidad Económica Europea.
52 SU MORAL Y LA NUESTRA
lo escribió con todas sus letras desde el primer día. Pero Moscú atacó el bolsi-
llo de los armadores y comerciantes de pescado noruegos, y los señores social-
demócratas se pusieron inmediatamente de rodillas. El jefe del partido Martín
Tranmæl42 es más que una autoridad en materia moral, es una persona justa: no
bebe ni fuma, es vegetariano y se baña en invierno en el agua helada. Eso no le
impidió, después de habernos mandado a detener por órdenes de la GPU, invi-
tar especialmente al agente noruego de la GPU Jakob Friis43 para calumniarme,
un burgués sin honor ni conciencia. Pero es suficiente....
La moral de esos señores consiste en reglas convencionales y procedi-
mientos oratorios destinados a tapar sus intereses, sus apetitos y sus temo-
res. En su mayor parte, están dispuestos a todas las bajezas –renegar de sus
convicciones, perfidia, traición– por ambición o por lucro. En la esfera sa-
grada de los intereses personales el fin justifica, para ellos, todos los medios.
Precisamente por eso necesitan un código moral particular, práctico y al mis-
mo tiempo elástico, como unos buenos tirantes. Detestan a quienquiera que
revele a las masas su secreto profesional. En tiempo de “paz”, su odio se ex-
presa por medio de calumnias vulgares o “filosóficas”. Cuando los conflic-
tos sociales se avivan como en España, esos moralistas, estrechando la mano
de la GPU, exterminan a los revolucionarios. Y para justificarse, repiten que
“trotskismo y estalinismo son lo mismo”.
42 Tranmæl, Martin (1879-1967): Junto a Jakob Friis, dirigente del Partido Laborista
noruego (NAP), el cual se retiró de la Internacional Comunista en 1923. Defendió posi-
ciones reformistas que hacia 1935 llevaron a su partido a encabezar el gobierno burgués
de Johan Nygaardsvold.
43 Friis, Jakob (1883-1956): Dirigente del Partido Laborista noruego (NAP), miembro
del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista entre 1920 y 1921. Posteriormente
se unió al PC y se opuso al pedido de asilo político de Trotsky a su país, en 1935, pedido
que finalmente obtuvo. Friis fue parte de una fuerte campaña contra el líder revoluciona-
rio durante su estadía.
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44 Lassalle, Ferdinand (1825-1864): Figura destacada del movimiento obrero alemán,
fundador de la Unión General de Trabajadores de Alemania. Sus seguidores se unieron
con los primeros marxistas para fundar la socialdemocracia alemana.
54 SU MORAL Y LA NUESTRA
Los versos de Lassalle no son del todo perfectos. Lo que es peor aún, en
la política práctica, Lassalle se separó de la regla enunciada por él –baste re-
cordar que llegó hasta negociaciones secretas con Bismark.
La interdependencia del fin y de los medios, sin embargo, está expresada
en los versos reproducidos de modo enteramente exacto. Es preciso sembrar
un grano de trigo para cosechar una espiga de trigo.
¿El terrorismo individual, por ejemplo, es o no admisible desde el punto de
vista de la “moral pura”? En esta forma abstracta, la cuestión carece de senti-
do para nosotros. Los burgueses conservadores suizos conceden hoy todavía
honores oficiales al terrorista Guillermo Tell. Nosotros simpatizamos entera-
mente con el bando de los terroristas irlandeses, rusos, polacos, hindúes en
su lucha contra la opresión nacional y política. Kirov45, sátrapa brutal, no sus-
cita ninguna compasión. Nos mantenemos neutrales frente a quien lo mató,
solo porque ignoramos los móviles que lo guiaron. Si llegáramos a saber que
Nikolaiev lo hirió conscientemente para vengar a los obreros cuyos derechos
pisoteaba Kirov, nuestras simpatías estarían enteramente del lado del terroris-
ta. Pero lo que decide para nosotros no son los móviles subjetivos, sino la ade-
cuación objetiva. ¿Son los medios realmente capaces de conducir al fin? En
el caso del terror individual, la teoría y la experiencia atestiguan que no. No-
sotros decimos al terrorista: es imposible reemplazar a las masas. Solo dentro
del movimiento de masas podrás emplear útilmente tu heroísmo. Sin embar-
go, en condiciones de guerra civil, el asesinato de ciertos opresores cesa de ser
un acto de terrorismo individual. Si, por ejemplo, un revolucionario hubiese
hecho saltar por los aires al general Franco y a su Estado Mayor, es dudoso
que semejante acto hubiera provocado una indignación moral, aun entre los
demócratas impotentes. En tiempo de guerra civil, un acto de ese género sería
hasta políticamente útil. Así, incluso en la cuestión más aguda –el asesinato del
hombre por el hombre– los absolutos morales resultan enteramente inoperan-
tes. La apreciación moral, lo mismo que la apreciación política, se desprende
de las necesidades internas de la lucha.
La emancipación de los trabajadores solo puede ser obra de los trabaja-
dores mismos. Por eso no hay mayor crimen que engañar a las masas, ha-
cer pasar las derrotas por victorias, a los amigos por enemigos, corromper a
los jefes, fabricar leyendas, montar procesos falsos... en una palabra, hacer lo
que hacen los estalinistas. Esos medios solo pueden servir un único fin: el de
prolongar la dominación de una camarilla condenada ya por la historia. No
pueden servir, sin embargo, para la emancipación de las masas. He ahí por
qué la IV Internacional desarrolla contra el estalinismo una lucha a muerte.
45 Serguei Kirov era secretario del PC de Leningrado y secretario del CC del PCUS.
Su asesinato, en 1934, a manos del comunista Nikolaiev –posiblemente con la complici-
dad de la GPU–, dio lugar a uno de los períodos de mayor terror estalinista y que culmi-
nará en los Procesos de Moscú.
LEÓN TROTSKY 55
P. S.- Escribía estas páginas sin saber que durante esos días mi hijo lucha-
ba con la muerte. Dedico a su memoria este pequeño trabajo que –así lo es-
pero– habría encontrado su aprobación: León Sedov era un revolucionario
auténtico y despreciaba a los fariseos.- L. T.