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Gombrowiczidas
Juan Carlos Gómez
2009
WWW.ELORTIBA.ORG
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“¡A partir de este momento ya no quiero ser polaco! Estaré solo por completo; –¿Solo?
¿No ves que la soledad hará de ti la víctima de tus propias miserias?; –Entonces, ¡dadme
un cuchillo! ¡Debo realizar una amputación más radical todavía! ¡He de amputarme de
mí mismo! Imagino que Nietzsche habría definido mi dilema más o menos en esos
términos. Procedí a amputar. El cuchillo verdugo fue el pensamiento siguiente: acepta,
comprende que no eres tú mismo, pues nadie es jamás él mismo, con ningún otro, en
ninguna situación, ser hombre significa ser artificial”
En 1960 un diario alemán publicó una encuesta internacional a la que respondieron
treinta y cinco grandes maestros de la literatura. La pregunta era: –¿Cuáles son los cinco
escritores que más han influido en usted, y qué libros de ellos elegiría?
Entre los interrogados estaban Hermann Hesse, André Breton, John Dos Passos, Georg
Lukács. Gombrowicz también figuraba en esa lista. Aún vivía en Buenos Aires, acababa
de ser traducido al alemán y su fama europea crecía semana a semana, en medio de la
más ciega indiferencia argentina.
“La elección que haré está vinculada con el lugar que ocupo en el mapa literario
mundial (...) Estoy en el punto donde se desencadena la lucha por defender el Yo, donde
ese Yo tiende a afirmarse e intensificarse, en busca de la Inmortalidad (...) Como
ustedes habrán advertido ya aquí no están Proust ni Joyce ni Kafka ni nada de lo que se
está haciendo ahora. Me apoyo en autores que los precedieron porque ellos medían al
hombre con una vara más alta”
Entre los cinco que eligió Gombrowicz estaba Friedrich Nietzsche, un alemán que
mantuvo la ilusión sin fundamento de que sus antepasados habían sido nobles polacos.
“Yo soy un aristócrata polaco pur sang”. Y Gombrowicz se refiere a este alemán pur
sang polaco al que elige entre los cinco escritores que más lo habían influido.
“Nietzsche. Con frecuencia me irrita el ridículo de su Superhombre. No comparto sus
opiniones. Y sin embargo le debo, como a Dostoievski, una agudeza de visión llevada al
extremo y también, debo añadir, un orgullo irresistible. Esas cualidades son necesarias
en una época como la nuestra, en la que el inevitable crecimiento demográfico conduce
–como toda inflación– a la devaluación del ser humano. Entonces: La gaya ciencia”
Tal como le ocurría con el existencialismo y con el marxismo, Gombrowicz está de
acuerdo con el punto de partida del nietzschianismo, pero no con sus deducciones.
La moral nietzschiana se pone en entredicho con la moral cristiana, una moral de los
débiles que le ha sido impuesta a los fuertes, perniciosa para la especie humana y por lo
tanto inmoral.
“En verdad, los hombres se han dado a sí mismos todo su bien y su mal. En verdad, no
lo tomaron, no lo encontraron, no les cayó como una voz del cielo. Los valores los puso
el hombre en las cosas para conservarse; dio un sentido a las cosas, ¡un sentido humano!
Por eso se llamó hombre, es decir, valuador (...) Valuar es crear. ¡Oidlo, vosotros los
creadores! La valuación en sí es el tesoro y la joya de las cosas valuadas. Sólo por la
valuación hay valor, y sin valuación estaría hueca la nuez de la existencia”
Esta preocupación profunda de Nietzsche, que comienza a desconfiar de los sistemas
abstractos, a sentir la vida cada vez más amenazada, y ese carácter de valuador que le da
al hombre, influyeron profundamente en Gombrowicz .
“A causa de estos valores se nos perdona la vida... Ésta es la obra del espíritu de
pesantez. Y nosotros arrastramos fielmente la carga que se nos impone, con fuertes
espaldas y a través de áridas montañas. Y si sudamos se nos dice: –¡Sí, la vida es una
carga pesada! ¡Pero la única carga pesada es el hombre! Porque el hombre arrastra
consigo y lleva sobre los hombros una porción de cosas extrañas. Semejante al camello,
se arrodilla para que lo carguen bien, sobre todo el hombre vigoroso y paciente, tocado
de veneración: carga sobre sus hombros demasiadas palabras y valores extraños y
pesados; ¡entonces la vida le parece un desierto!”
Pero algunas ideas de Nietzsche le producían hipo a Gombrowicz. “La idea es y
siempre será un biombo detrás del cual ocurren cosas más importantes”
“Vivo en un mundo que todavía se nutre de sistemas, de ideas, doctrinas, pero los
síntomas de indigestión son cada vez más evidentes, el paciente ya tiene hipo”
Una idea que le pone los pelos de punta a Gombrowicz es la idea más abisal de
Nietzsche: la idea del eterno retorno, que libera al espíritu de las venganzas, que
supera el tiempo que pasa y el tiempo que se aproxima, y que confiere al devenir el
carácter del ser.
“Yo no me dejo embaucar por ellos; conozco este infantilismo que juguetea con el
Infinito, sé demasiado bien cuánta despreocupación e irresponsabilidad hacen falta
para entrar con orgullo en los terrenos de esos pensamientos impensables y de esa
severidad inaguantable, conozco este tipo de genialidad. Y ese Heidegger, en su
conferencia sobre Nietzsche, suspendido sobre esos abismos... ¡payasos! Despreciar el
abismo y no digerir los pensamientos excesivos: hace tiempo que lo decidí así. Me río
de la metafísica... que me devora”
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Las ideas del superhombre y de la bestia rubia, que le gustaban a Hitler, y la idea del
eterno retorno que le gustaba a Borges, lo ponían hecho una furia. Ese hombre de
Nietzsche, que como fenómeno pasajero tiene que ser superado, ese ser problemático
que no puede ser un fin en sí mismo sino un medio para llegar al ser superior, que
requiere un amor y una devoción más importantes que el amor al prójimo, le resultaba
a Gombrowicz una quimera insoportable.
La bestia rubia, que habita en el fondo de todas las razas nobles, lo convoca a
Nietzsche a ser de nuevo bárbaro. Pero su idea del eterno retorno en la que el tiempo
tiene un principio y un fin, un fin que vuelve a generar un principio ateniéndose a las
estrictas leyes de la causalidad, es más insoportable aún.
No nos las estamos viendo con ciclos sino con, exactamente, los mismos
acontecimientos que se repiten en el mismo orden, sin ninguna posibilidad de
variación. Se repiten los acontecimientos, los sentimientos y las ideas vez tras vez, en
una repetición infinita e incansable.
“La creencia en que el mundo, tal como debiera ser, existe realmente, es la convicción
de los hombres improductivos que no quieren crear un mundo tal como debiera ser
(...) ¿Qué es la libertad? Es la voluntad de sentirnos como únicos responsables de
crearlo”
Mientras que para Nietzsche el individualismo moral creador de valores es sólo un
privilegio de unos pocos seres excepcionales, pues el que no puede mandarse así
mismo tiene fatalmente que obedecer; el mundo de Gombrowicz es más elástico, o de
temperaturas medias como le gustaba decir a él.
“Para elevarse, luchando, de este caos a esta configuración surge una necesidad, hay
que elegir: o perecer o imponerse. Una raza dominante sólo puede desarrollarse en
virtud de principios terribles y violentos. Debiendo preguntarnos: ¿dónde están los
bárbaros del siglo XX? Se harán visibles y se consolidarán después de enormes crisis
socialistas; serán los elementos capaces de la mayor dureza para consigo mismos los
que puedan garantizar la voluntad más prolongada (...) ¿Vas a juntarte a mujeres? Pues,
¡no te olvides del látigo!”
Aparte de la agudeza de visión y del orgullo irresistible que Gombrowicz comparte con
Nietzsche, me parece que la idea del hombre como valuador es la que más los aproxima.
El polaco, igual que el alemán, valuó el mundo rebelándose contra todas las posiciones
de la cultura y se preparó para amputar en sí mismo todo lo que los polacos tienen de
exagerado: la virilidad, la violencia psíquica, el amor a la patria, la fe, la honradez, el
honor.
Trató con sangre fría y sin reparos sus sentimientos más queridos a la espera de que
otros valores le salieran al encuentro.
Valuó a la familia, a la cultura, a Dios, a la patria, a la realidad y a la historia. Se fugó
de una cárcel en la que tropezaba todos los días con estos obstáculos y creó un mundo
superior soñando con la libertad. Pero las cimas del espíritu que alcanzó con su
conciencia terriblemente perfilada se le convirtieron otra vez en una cárcel.
Valuó la existencia y se rebeló contra el mundo en su obra y en su vida y no le fue tan
mal. Fue nimbado con la aureola del genio y se convirtió en un héroe que peleó contra
un mundo muy pesado que le habían puesto sobre los hombros desde el nacimiento.
Empezó a rebelarse contra la familia en “Ivona” y terminó rebelándose contra la historia
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en “Opereta”, convirtió a su vida en un Campo de Marte y declaró una guerra muy vasta
con muchas batallas, como lo había hecho Nietzsche.
La realidad que el hombre va descubriendo poco a poco rompe los moldes y las teorías
que la contuvieron durante un largo tiempo; los viejos barriles son reemplazos por otros,
pero ni Einstein es tan distinto de Newton, ni Marx de Cristo, ni Sartre de Sócrates, para
poner unos ejemplos. La realidad tiende a volverse teórica cuando está tranquila, pero
cuando está intranquila produce revoluciones sociales como la francesa, o reducciones
del pensamiento como la antropológica de Feuerbach, o la fenomenológica de Husserl o
la sociológica de Marx.
Gombrowicz formó su conciencia en el período más agitado del siglo XX y se vio
obligado a reflexionar sobre concepciones tan amplias como lo son el existencialismo y
el comunismo, pues estas dos concepciones juntas constituyen la verdadera introducción
a nuestra época.
El existencialismo era una forma del pensamiento que no tenía una representación
política pero el comunismo sí que la tenía, y este aspecto social y político del
comunismo le daba a ese pensamiento un aspecto bifronte, porque una cosa era hablar
de Marx y otra cosa era hablar de Stalin.
Gombrowicz estaba de acuerdo con el sentido moral del comunismo, con su pedido de
justicia distributiva y con esa conciencia que se torturaba frente a la injusticia. Estaba de
acuerdo también con la concepción marxista del valor que interpreta a la necesidad
como su fundamento, pues un vaso de agua en el desierto no puede tener el mismo valor
que al lado de un río. Para Sartre, en cambio, un hombre tiene necesidad de agua en el
desierto porque elige la vida y no la muerte; en cambio, tanto para el marxismo como
para Gombrowicz no existe esta libertad de elección, el hombre está obligado a elegir la
vida en todas las circunstancias.
Es tan desubicado el comienzo de esta nota que escribió el Mariposón que hasta cierto
punto es explicable la irritación que le producía a Gombrowicz la presencia de este
personaje.
El comunismo del Mariposón tiene un cierto parentesco con el de Stefan, uno de los
protagonistas de los primeros cuentos de Gombrowicz.
Stefan entendía el comunismo como un programa en el que los padres y las madres, las
razas y la fe, la virtud y las esposas, y todo, sería nacionalizado y distribuido mediante
cupones en porciones iguales.
Un programa en el que su madre debía ser cortada en pequeños trozos y repartida en
partes iguales entre quienes no fueran suficientemente devotos en sus oraciones para
aumentar su devoción; que lo mismo debería hacerse con su padre entre aquellos cuya
raza fuera poco satisfactoria para aumentar su dignidad.
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Un programa en el que todas las sonrisas, las gracias y los encantos fueran
suministrados exclusivamente bajo petición expresa, y que el rechazo injustificado del
programa fuera causal del castigo con la cárcel.
Stefan elegía el término comunismo porque constituía para los intelectuales que le eran
adversos un enigma tan incomprensible como lo eran para él las sonrisas sarcásticas y
los rostros brutales de esos intelectuales.
Es posible que Stefan no fuera comunista sino tan solo un pacifista militante. Navegaba
por el mundo en medio de opiniones incomprensibles y cada vez que tropezaba con un
sentimiento misterioso, fuera la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad
de cometer una villanía.
De la observación atenta que podemos hacer sobre el aspecto del Mariposón que
aparece en la fotografía podemos deducir el carácter de un cura pecador que ha perdido
el estado de gracia, una pérdida que lo hace pariente del padre del comunismo que
también lo había perdido.
Es placentero ver perder a la razón de vez en cuando, derrotar a ese dominio severo,
perpetuo y molesto. Ésta es aproximadamente la idea que tiene Schopenhauer sobre el
origen de la risa. Gombrowicz mezcla la seriedad con la ligereza para hacernos reír a
nosotros y para provocarse la risa a sí mismo.
El descubrimiento temprano e inocente de la belleza que hace Gombrowicz no siguió un
camino recto porque la belleza suele estar encarnada en el sexo y en el cuerpo.
Los intentos que hizo Schopenhauer para desexualizar la belleza no tuvieron éxito ni
siquiera en Gombrowicz. Para el alemán el cuerpo más bello era el del hombre y sólo
por la atracción sexual nos parecía a los hombres más bello el cuerpo de la mujer. Pero
Gombrowicz quería encontrar una tercera vía en todo lo que concierne a la creación
Los griegos leían bastante poco, había mucho menos gente de la que hay ahora, y a muy
pocos de la poca gente que había se le ocurría escribir.
Escribían sólo cuando le venían cosas importantes a la cabeza, no como ocurre ahora,
además Gutenberg aún no había hecho su entrada triunfal con su máquina infernal de
imprimir. En un principio los griegos tenían tan solo el problema de pensar, poco a poco
se le fueron agregando los de escribir y los de leer.
Por esta razón el mundo de ellos fue al comienzo más simple y originario, el nuestro en
cambio se ha vuelto más complejo y mediado. Si Gombrowicz hubiera vivido en la
Atenas de aquel entonces se hubiera contrariado un poco, seguramente no habría
encontrado tantas cosas contra las que protestar.
“Es necesario para mi felicidad, saber que tú eres feliz, pero no es preciso que yo sea
testigo de tu dicha”
Este es el fragmento de una carta que le escribió la madre al anunciarle el hijo que se
proponía volver a la casa de Weimar. Cuando Schopenhauer le leyó el título de su obra
“La cuádruple raíz del principio de razón suficiente”, la madre le preguntó si era un
libro para boticarios: –Mi libro se leerá cuando de los tuyos quede, si acaso, algún
ejemplar en la covacha de un trapero; –De los tuyos quedarán las ediciones enteras.
Schopenhauer toma como base de su pensamiento al criticismo kantiano para
desarrollar su filosofía, sin embargo, sostiene que con la introspección es posible
acceder al conocimiento esencial del yo, ese ser en sí que para Kant no se podía
alcanzar con el conocimiento.
Identificó este principio metafísico como voluntad de vivir, sosteniendo que una y la
misma sustancia animaba realmente la aparente pluralidad de las criaturas. Redujo las
doce categorías del sistema kantiano a una sola, el principio de razón suficiente o de
causalidad.
El concepto de voluntad se refiere a un fundamento de carácter metafísico cuyo
correlato sensible es el mundo fenoménico. El mundo de los fenómenos está sujeto al
tiempo y al espacio por el principio de individuación y a la ley de causalidad, es la
voluntad misma objetivada a la que Schopenhauer llama representación. La voluntad se
manifiesta en el mundo desde una simple piedra hasta el mismísimo hombre en quien
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alcanza su grado máximo de expresión porque adquiere la forma del deseo constante, en
cuyo único caso se identifica con la noción corriente de voluntad.
La voluntad misma, sin embargo, no es otra cosa que una afán ciego, un impulso
carente de fundamento y motivos. Esa voluntad está lejos de los conceptos vacíos del
absoluto, del infinito, de la idea, es el fundamento y la base de toda explicación, es el
núcleo de la realidad misma.
En la medida en que la voluntad se expresa en la vida anímica del hombre bajo la forma
de un deseo continuo siempre insatisfecho, toda esa vida será entonces esencialmente
sufrimiento. Y aún cuando el hombre consiga mitigar o escapar momentáneamente al
sufrimiento, termina por caer en el insoportable vacío del aburrimiento. De ahí que la
existencia humana sea para Schopenhauer un constante pendular entre el dolor y el
tedio, un recorrido que la inteligencia sólo puede anular a través de fases que conducen
a una negación consciente de la voluntad de vivir.
“¿Por qué nos encanta el frontispicio de una catedral y una simple pared no nos
interesa? Porque la voluntad de vivir de la materia se manifiesta en la pesantez y en la
resistencia. La pared no expresa el juego de estas fuerzas porque cada una de sus
partículas pesa y resiste a la vez. Mientras el frontispicio de la catedral muestra a esas
fuerzas en acción: las columnas resisten y los capiteles pesan”
El pensamiento de Schopenhauer es aristocrático hasta la médula, por eso distingue la
inteligencia mediocre de la inteligencia superior. La inteligencia mediocre es como una
linterna, ilumina sólo lo que busca; la inteligencia superior, en cambio, es como el sol,
lo ilumina todo. El genio no puede vivir en forma normal, el artista, cuando alcanza el
grado de la objetividad y del desinterés, tiene siempre que enfrentar como obstáculos a
las enfermedades y a las anormalidades.
Beethoven era un ser desgraciado, pero supo expresar en su arte la salud y el equilibrio
porque no los tenía. Gombrowicz atribuía a esta antinomia la máxima importancia. El
artista debe compensar sus desórdenes con la disciplina y el rigor.
“La filosofía de Schopenhauer es más que una filosofía, es una intuición y una moral.
Se indignaba porque en una isla del Pacífico las tortugas del mar salían cada año del
agua para procrear en la playa donde los perros salvajes de la isla las daban vuelta y las
devoraban. He ahí la vida, esto es lo que cada primavera se repite en forma sistemática
desde hace milenios. La filosofía de Schopenhauer no es popular, es tremendamente
aristocrática, y de ella no se pueden sacar consecuencias políticas, como de la de Hegel
o la de Sartre. Para mí es un misterio que libros tan interesantes como los de
Schopenhauer y los míos no encuentren lectores”
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azar de la biografía o –con un grado más de pretensión– las coordenadas de una posible
historia”
En esa entrevista con la Poetisa Piquetera Impenitente el Asno relata algunos episodios
de las aventuras de Gombowicz en Tandil no demasiado conocidos.
“Desconcertaba mucho a los adultos, era un tipo que vestía un arrugado traje de poplin y
una gorra que llevaba en el bolsillo, casi podría decirse que se parecía a Jacques Tati.
Era cómico, pero al mismo tiempo tenía como una especie de dignidad aristocrática, un
orgullo. Creo que había asimilado en sus gestos mucho del cine mudo. Un día le pidió
prestada la bicicleta a uno de los muchachos y se puso a andar, logró andar cada vez a
menor velocidad hasta dejarla casi detenida y como el piso era de arena iba dibujando
cuadrados en vez de círculos con una lentitud cercana a la inmovilidad. Era un perfecto
corto de cine mudo y nosotros llorábamos de la risa... (...)”
“Su partida de Tandil fue también payasesca. Recuerdo que mientras lo saludábamos en
el andén él estaba parado majestuosamente en el estribo del tren con su traje, su
paraguas y su pipa. Parecía un conde. Tan rara era su imagen, que provocó una situación
también rara: se le acercó un hombre que estaba caminando por el andén y
sorpresivamente le preguntó: –¿Y usted, qué es?–, y se fue”
Y Flor de Quilombo pone al descubierto el carácter un tanto dudoso de sus relacionas
amistosas con Gombrowicz cuando le pide unos pesos para cubrir unos gastos
inesperados.
“Viejo, es que vos sos para mí como un padre espiritual y yo no se lo podría pedir a
nadie más. Sos como un padre potencial...; –Mira Flor, esto es el colmo del descaro...
(se ríe) (...)”
Gombrowicz tenía con las poetisas una relación jocosa y más bien despectiva, siguiendo
la línea general de sus relaciones con toda la poesía, no sé cómo se hubiera llevado con
la Poetisa Piquetera Impenitente.
En el año 1960 Gombrowicz se embarca en el buque General Artigas y se va con el
Asno a Uruguay a pasar una vacaciones.
Desembarcan en Montevideo, se alojan en un hotel y a la noche asisten a una
conferencia que dicta Dickman en la Asociación de Escritores. En el aire de la sala flota
la cortesía, la banalidad y el aburrimiento. La poetisa Paulina Medero preside la sesión:
–Tenemos el honor de presentar al señor Gombrowicz a quien le damos la bienvenida;
quizás Gombrowicz quiera decirnos unas palabras; –Bien, Paulina, pero de hecho, ¿qué
es lo que he escrito? ¿Cuáles son los títulos?
Dickman observa los titubeos de Paulina y acude en su auxilio: –Yo sé, Gombrowicz
publicó una novela en Buenos Aires traducida del rumano, no, del polaco, “Fitmurca”...
no, “Fidefurca”. Se produce un malestar generalizado en la sala. Termina el acto y
Gombrowicz estampa en el libro de la Asociación su firma, tras lo cual se lo pasa al
Asno para que lo firme también. Esto vuelve a provocar inquietud entre el público
porque el Asno está en la edad del servicio militar y todavía no tiene pinta de literato.
De la Asociación de Escritores se fueron con Paulina y Dickman a un restaurancito que
se daba aires, en el que los poetas habían preparado un banquete para homenajear a un
profesor muy venerado. Se levantan los poetas y las poetisas y sueltan poemas en honor
del profesor. Cada uno de los cincuenta poetas presentes tenía que pronunciar su poema
de homenaje.
Para pasar el mal trago Gombrowicz llama al mozo, pide dos botellas de vino y empieza
a tomar. Le llega el turno a una poetisa grasienta y barrigona, se levanta de un salto,
mientras balancea el busto de un lado para otro y agita los brazos, emite manojos de
rimas nobles. Gombrowicz no aguantó más y lanzó una carcajada tras la espalda del
Asno, que también soltó una carcajada pero sin ninguna espalda que lo protegiera. En
medio de miradas indignadas se levantó el laureado para soltar su discurso,
Gombrowicz y el Asno aprovecharon la oportunidad y ahuecaron el ala.
“¡Chismes al canto! Al día siguiente, mientras cenábamos, Dipi oyó que en la mesa
vecina se hablaba del escándalo en la Asociación de Escritores y de la provocación en el
banquete de poetas... ¡Alguien aconsejaba escribir a Ernesto Sabato para preguntarle si
su carta dirigida a Julio Bayce en la que me recomendaba calurosamente era auténtica!”
Los hombres de letras argentinos tienen una deriva que los reúne en un punto en el que
se encuentran inevitablemente utilizando palabras más o menos análogas para analizar
al escurridizo Gombrowicz. De acuerdo a las ideas que tienen el Asiriobabilónico
Metafísico, el Pato Criollo y el Buey Corneta, para poner sólo unos ejemplos,
Gombrowicz vendría a ser más que ninguna otra cosa algo así como un poseur.
Yo no estoy de acuerdo con la idea de estos ilustres gombrowiczidas, sin embargo, debo
reconocer que las actividades de mentir, de desmentir y de desmentirse fueron
convirtiéndose en las páginas de sus diarios en un hábito permanente de Gombrowicz.
Sus mentiras están asociadas frecuentemente a maniobras defensivas: cuando se
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Ese hombre, con un punto de vista moderno y ateo, que tanto desconfiaba de las
ideologías y de la cultura, que nunca se valió de Dios ni siquiera por cinco minutos,
debe ser interpretado en otra dimensión. La mala fe de la que se lo acusa va más allá de
la simple mentira cínica, es como si se lo estuviera acusando de negar la propia verdad,
de engañarse a sí mismo, como si su mala fe fuera una fe.
Si bien es cierto que las concepciones de Gombrowicz son divergentes en muchos de
sus puntos con las del existencialismo, no lo son tanto en su pretensión de llegar a ser
una descripción moral del mundo, porque esta descripción nos revela el sentido ético de
los distintos proyectos humanos. Ambas concepciones intentan llevar al hombre a la
renuncia del espíritu que le concede al mundo más realidad que al hombre, y que
considera al hombre como un resultado del mundo, un espíritu que los existencialistas
llaman “espíritu de seriedad”.
Es tan tentadora la actitud reduccionista de los hombres de letras argentinos que nos
permite entender a Gombrowicz con una sola idea, que a mí hace tiempo se me está
ocurriendo también escribir sobre otra de sus características más sobresalientes a la que
podríamos denominar el complejo de Eróstrato; con la utilización de este complejo
llegaríamos a comprender no sólo la obra sino también la mismísima vida de
Gombrowicz.
Eróstrato era un pastor del Éfeso que, queriendo hacerse célebre, incendió el templo de
la diosa Diana, una de las siete maravillas de la antigüedad. Gombrowicz tenía una
intención parecida a la del pastor griego, pero en vez de incendiar templos se dedicó a
desmontar todas las posiciones de la cultura para alcanzar la grandeza.
Cuando había terminado de poner en orden estos pensamientos en un gombrowiczidas
que inmediatamente hice conocer a los miembros del club, la Flauta Traversa me
informó que un doctor en semiótica de marca registrada estaba escribiendo un libro al
que había dado en llamar “El Impostor”, un nuevo intento de los hombres de letras
hispanohablantes de poner a Gombrowicz en la caja del poseur.
Otro ensayo más sobre Gombrowicz que, según me parecía a mí aún sin conocerlo,
debía seguir la misma línea standard del Asiriobabilónico Metafísico, del Pato Criollo y
del Buey Corneta . El afamado doctor en semiótica de marca registrada le estaba
preguntando a la Flauta Traversa si yo podía colaborar con él en la realización de este
proyecto, una colaboración que le presté en forma inmediata.
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“Y, sin embargo, en una aplastante mayoría, todos nosotros (...) nos estamos muriendo.
Gente que ya ha traspasado la barrera de los cuarenta, que se está acabando poco a poco,
cada año un año más viejos”
La Flauta Traversa admiró y quiso al Rosado con un afecto intensísimo, una admiración
sólo comparable a la que tenía por Lamborghini.
“(...) Nicolás Rosa, la única persona –después de mi padre– que me reta y logra que me
ruborice, „Seguí con tus bodrios perdularios‟ o su maravilloso „Podés callarte, Milita‟,
aunque yo no esté hablando (...) me parece todavía increíble que Nicolás no esté, que no
vaya a estar, que no estemos. Me despierto todas las mañanas con la vida entera que me
pasa por la garganta y Nicolás ahí dando vueltas desde temprano (...)”
“¡Es terrible su presencia! (...) alguien que me hacía bajar la cabeza con pudor al tiempo
que lo trataba como un igual (...) Hace treinta años yo quería estudiar lingüística y me
hablaron de Nicolás. De entrada supe que no iba a „aprender‟ lingüística, que ahí había
algo más, algo que ninguno de los dos abandonaría y que se había intensificado en los
últimos años: la excentricidad en sentido estricto, como „fenómeno moral‟, como
piensan los ingleses... (...)”
“(...) Nicolás Rosa se preguntaba en los últimos tiempos si era un escritor, y se
respondía que sí, al tiempo que quería esa corroboración de alguno de nosotros. Nunca
le dije que era un escritor porque Nicolás no escribía en sus escritos sino que su obra
literaria era histriónica (su voz subía, se estrangulaba, se perdía, llamaba a la sospecha,
etc., sus miradas eran impagables, también) y era en la oralidad donde para mí se
expresaba (...)”
“Claro que eso se puede „anotar‟, registrar, escribir, pero Nicolás no lo hizo. Cuando
escribía su obra pensaba pensando, cuando se manifestaba en sus clases, en su
conversaciones, dejaba caer las hilachas de su pensamiento, los restos del naufragio y
más bien importaban sus reacciones, sus movimientos, la deriva de su pensamiento
entrecortado, encubierto, poco claro pero rotundo, iluminador, inconexo si se quiere
incluso. Era ahí cuando toda su eficacia de escritor salía a relucir y dejaba patitieso con
su originalidad a los que podían soportar esa deriva esperando una cosita para llevarnos
a casa, que siempre llegaba y era genial (...)”
En las vísperas de la muerte el Rosado le pidió a la Flauta Traversa que me hiciera
conocer su reconocimiento por la ayuda que le había dado para escribir “El Impostor”,
un libro que algún día leeremos.
“Este Asno se llama Jorge Di Paola. Fui yo quien lo bautizó como 'Asno' en un acceso
de sarcasmo, y a partir de entonces se convirtió en Asno para sus amigos, sinceramente
regocijados con ello (....)”
La envidia, la ira, la avaricia y la lujuria eran cuatro de los pecados capitales con los que
Gombrowicz regulaba las relaciones que teníamos con él y entre nosotros. La envidia
trataba de despertárnosla al Asno y a mí, la ira al Asno pues entraba en crisis con mucha
facilidad, y la lujuria era un pecado del que intentaba protegerlo a Flor de Quilombo ya
que él mismo no había podido defenderse de ella.
El Asno era escritor antes de conocer a Gombrowicz, yo me convertí en escritor medio
siglo después de haberlo conocido, una demora por la que le estoy muy agradecido al
Todopoderoso pues me libré de algunas burlas y de algunos consejos con los que
Gombrowicz abrumaba al Asno.
“(...) Asno: deja por un tiempo tus „Juegos‟ para que puedas tomar distancia y recuperar
el dominio de la obra; después manda al diablo los 2 actos que fallan y procede a
inventarlos de nuevo. No trata de mejorarlos. Inventa otra vez sólo ayudándote con el
material ya elaborado –pero no caigas en el error frecuente entre los jóvenes que cuando
les ha salido bien una escena o una frase aún, por nada quieren desprenderse de este
tesoro (...)”
“No. Mandalo a la gran puta. Escribí de nuevo. Hay que sacrificar el detalle; parta vos
de la última escena que te satisface. Hay que seguir. La pieza debe ser un ente orgánico
donde lo que sigue nace lógica y naturalmente de lo que precede –una escena de otra.
La obra de teatro es ante todo una historia que hay que contar ( no tratándose, claro está,
de un teatro a mi altura donde hay 50 historias a la vez; pero esto es cálculo diferencial
para vos, asnito)”
“No te apures, no seas anticuado, Asno, tu queja de que lo moderno es un aborto amorfo
proviene del hecho que no lo dominas bien intelectualmente. Sepa que los grandes
(como yo o el imbécil de Sartre) saben muy bien lo que quieren y donde van, pero los
pequeños como tú se pierden (...)”
“Te prohibo, Asno, escribirme a mano con tu letra maldita, torcida, además, vos
escribime noticias concretas, es lo que me gusta, y no ejercicios dialécticos que para eso
te procuré a Gómez, sino ya verás como te aplasto cuando vuelva para el verano y que
te dejaré como un piso ante tus amigotes, vos ni en sueños te imagines que yo, un
escritor con mayúsculas, voy a hacer dialéctica con vos que sos un pimpollo, un pollito,
un debutante y, en general, a l‟heure de promesse. Lo único que te es permitido
conmigo es admirarme y de ahí no salgas porque te degollaré vivo como león rugiente.
Ahora, sí te permito ironías como las de tus últimas cartas porque están sobre un fondo
de admiración –me ironizas porque me admiras”
De los cuatro integrantes del cuarteto Gombrowicz el que conservó en alguna medida su
independencia respecto de Gombrowicz fue el Asno, el único de nosotros que ya era
escritor cuando lo conoció, y los escritores, como bien sabemos, se sienten obligados a
ser originales y a conseguir su independencia.
La historia verdadera de lo que les ocurrió en Tandil a unos jóvenes que poco a poco se
fueron convirtiendo en leyenda, empieza en 1956, un año en el que el Ingeniero Fireire
y el Asno leen “Ferdydurke”.
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Un poco después de esta lectura, algunos miembros del grupo que se formó al año
siguiente cuando conocieron a Gombrowicz, se presentaba con una ramita verde entre
los dientes, y todos se tocaban la oreja izquierda si alguna cosa no le gustaba. El día que
lo conocieron en el León de Francia, uno de los cafés situados alrededor de la plaza
principal de Tandil, todos supieron que Gombrowicz era la encarnación de
“Ferdydurke”.
“¡Viejos, Tandil cada vez se parece más a Atenas! Todo el mundo es artista, nadie tiene
ganas de trabajar”
Cuando el Asno pudo leer “Cosmos” y “Pornografía” encontró en esos libros algunas de
las intrigas que armaba con ellos, se imaginó que había armado esas tramoyas allá en
Tandil para ejercitar su estilo literario.
El Asno, que acuñó una frase que se hizo famosa en Polonia: “El apostolado laico”, nos
confiesa que Gombrowicz fue su mejor lector, aquí se ve como ese yo de Gombrowicz
tan absorbente no dejaba de aletear ni siquiera en el cielo de los independientes.
“Todavía hoy, que ya no puede leerme, sigue siendo mi mejor lector. Nadie lee lo que
escribo sin que antes se lo lea yo como imagino que lo haría Gombrowicz. Es mi lector
fantasma. Él quería que yo encontrara mi propia forma, que fuera yo mismo, que no me
pareciera a él. Y ahora me juzgo a través de sus ojos”
Con su inveterada costumbre de golpear con una mano y acariciar con la otra
Gombrowicz le pide a los gombrowiczidas de Tandil que no se imaginen demasiado.
“(...) hoy, justamente, estoy pasando a máquina el fragmento de mi „Diario‟, será más o
menos de 5 páginas, donde primero va la carta de Asno a mí (un poco arreglada para la
posteridad) y después va el relato de mi amistad con Quilombo, fortalecido por el
nombre magnífico que inventé. Todo muy tierno, niños, tan tierno y conmovedor que
mucho le temo a la interpretación de ese mundo hijo de puta tan dado a la
maledicencia... y tanto más que el fragmento forma parte del „Diario‟ dedicado a
Santiago, en el que en realidad tendría que estar a título de antinomia frente a la
sensualidad india de esta ciudad (Santiago del Estero)... pero, maldita sea, no sé si no se
confunde un poco uno con otro y resulta un verdadero quilombo. De todos modos para
fin de año (no creo que aparezca antes) pasarán a la Historia de la Literatura. Lo hago
porque me gusta operar con lo insignificante, llevar lo insignificante a la altura,
desconcertar... Lo hice una vez con un par de zapatos y otra con seis camisas de verano,
metiéndolos en el „Diario‟, así que no se imaginen demasiado (...)”
Gombrowicz, igual que los indios, tenía el presentimiento de que las fotografías le
robaban el alma, por eso no miraba directamente a la lente de la cámara. Pero el clic le
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“Muchos pueblos primitivos, más sabios que nosotros, no se dejan fotografiar pues
suponen que le roban el alma. Pero hoy, nosotros tenemos un mundo que imita al cine.
La pantalla viene a ser el lugar de lo real. Pero lo real no es simple: está allá, en ese
rectángulo de bichitos de luz, es a la vez deseable y angustiante; deseable, porque uno
cree finalmente que existe ahí y porque todos queremos estar ahí; angustiante, porque
me he sentido despojado de mi ser, reducido a algunos gestos planeados por un
demiurgo. Y, finalmente, convertido en otro, soy y no soy yo. Por otro lado, está la
vanidad, de la que no estoy exento, aunque la rechazo, me parece inmoral (...)”
A juicio de Gombrowicz las fotografías que roban el alma son de la misma familia que
la obra de un autor, pero el Asno piensa de una manera diferente.
En casi todos los gremios de la actividad literaria se piensa que el autor es su obra. Esta
explicación pareciera, sin embargo, más apropiada para los productos del arte que para
los productos de la ciencia, a nadie se le ocurriría decir, pongamos por caso, que
Einstein es la Teoría de la Relatividad, pero pega muy bien decir que Gombrowicz es
“Ferdydurke”.
Las diferencias fundamentales entre la ciencia y el arte no le son del todo evidentes al
entendimiento pero se podría decir en general que mientras la ciencia intenta resolver
los misterios del mundo, el arte en gran medida vive de ellos. De entre la suma de los
misterios del mundo, Dios es el más importante y el menos explicable de todos. Así
como Dios no es explicable la obra de un escritor es menos explicable que su vida. La
vida corriente no es tan oscura, está medida por el desempeño que tiene el hombre en la
familia, en el estudio, en el trabajo, y por tal razón es menos misteriosa.
El hombre, cuando escribe, se pone aparte de las funciones, su horizonte está más allá,
las particularidades y las funciones de la vida corriente se convierten en instrumentos
para alcanzar otros propósitos, por ejemplo, el de ser Dios.
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El Asno quiere ser su obra y no quiere dar explicaciones, quiere ser Dios, pero
Gombrowicz, según todo lo parece indicar, no quiere ser Dios, no se ha cansado de
decir que el hombre está por encima de su obra, y por otra parte ocupó gran parte de su
tiempo dando explicaciones.
La obra de un escritor no puede ser inocente ni respecto de la crítica profesional ni
respecto a la crítica de los lectores, pues corre el riesgo de ser destruida por el juicio de
un idiota. El autor debe procurarse una ventaja de partida contra los malentendidos,
pues un estilo que no sabe defenderse a sí mismo de un comentario humano no cumple
con su cometido más importante.
Las relaciones del Asno con Gombrowicz eran ambivalentes, a veces eran dulces y otras
veces amargas, así como es la vida.
“Creo que lo di por muerto mucho antes, de manera gradual, indolora. Pero esta muerte
real y pública tiene la propiedad de avivar mi memoria empañada. De todos modos la
noticia de julio fue poco más que una confirmación. Hacía tiempo que me había
desprendido de él y no pude llorar a alguien lejano de todas las lejanías (...)”
“Sobre Gombrowicz ya está todo dicho. Probablemente demasiado. Hace varios años
que me tiene podrido. No él, pobre cadáver. El circo alrededor (...) No hablo de nada
con casi nadie. No es personal. Pero nunca más, sobre nada”
Las primeras imágenes que se me formaron sobre los suecos estaban relacionadas con el
gran tamaño de las personas nacidas en Suecia, con la dinamita, con el premio Nobel y
con casi nada más. Aún hoy, pasado el tiempo, a pesar de que la información y la
cultura que fui adquiriendo con los años modificaron en parte esas primeras imágenes
flotantes, sigo conservando más o menos las mismas nociones que desarrollé en mi
juventud respecto a estos representantes de los pueblos nórdicos.
Quizás el premio Nobel sea el símbolo más sobresaliente de esta mezcla caprichosa que
se me hizo tempranamente en la cabeza pues su presencia en el tiempo se renueva todos
los años así como también se renuevan los elogios y los epigramas que tejen a su
alrededor los hombres eminentes de todas las partes del mundo.
Los hombres de letras que no son coronados con los laureles de esta distinción tan
insigne suelen hablar del premio en forma socarrona y despectiva.
“Qué vergüenza para Estocolmo... primero da el premio a Gabriela ahora a Juan Ramón.
Son mejores para inventar la dinamita que para dar premios”
No sólo el Asiriobabilónico Metafísico se burla del premio, también lo hace el
iconoclasta Gombrowicz.
“Me ha afectado el telegrama de Christian Bourgois a propósito del Premio Nobel que,
desgraciadamente, se me ha escapado con sus setenta mil dólares. El año que viene se lo
darán a un negro, después a un mulato, después a Günter Grass y después a mí, y
entonces me compraré un Mercedes deportivo de dos puertas”
Borges no había participado del congreso del Pen Club que se celebró en Buenos Aires
en el año 1961, pero no porque no lo hubiesen invitado como le había ocurrido a
Gombrowicz, sino porque estaba de viaje. Se había subido a un avión con su madre y
estaba viajando a Europa en busca del Premio Nobel.
“No es otra la razón por la que ese hombre de más de sesenta años y casi ciego, y su
anciana madre, que cuenta ni más ni menos que con ochenta y siete años, decidieron
volar en un avión de reacción. Madrid, París, Ginebra, Londres: conferencias,
banquetes, fiestas, para despertar el interés de la prensa y para poner en marcha todos
los mecanismos de la premiación. El resto, supongo, es cosa de Victoria Ocampo („he
puesto más millones en la literatura que los que Bernard Shaw sacó de ella‟)”
La oveja negra en esa mesa de ceremonias era Sastre, ese ilustre filósofo francés se
comportaba de una manera extraña, era una verdadera excepción a la regla que obliga a
los escritores que reciben el premio Nobel a hacer una reverencia pronunciada, la
genuflexión característica con la que agradecen la distinción que reciben.
Sartre se había convertido para Gombrowicz en una obsesión más o menos permanente,
pero el filósofo francés no registró su existencia, ni aún después de que Gombrowicz
recibiera el premio “Formentor” en el año 1967; claro, no le daba importancia a estas
distinciones, al punto que tres años antes, en 1964, había rechazado el Nobel de
Literatura. Sartre y Gombrowicz fueron dos hombres apasionados que tomaron rumbos
diferentes, pesaron mucho en ellos sus familias, las tradiciones y el lugar de nacimiento.
Mis contactos con los suecos han tenido un tono dispar, pero siempre negativo. En el
año en que se publicó “Cartas a un amigo argentino” apareció por Buenos Aires el
máximo especialista sueco en los asuntos de Gombrowicz.
El día que lo conocí enseguida me di cuenta que su figura no se correspondía en
absoluto con las imágenes que me había formado en mi juventud sobre los habitantes de
los pueblos nórdicos, era un sueco enano y cabezón.
Cuando Anders Bodegard empezó a hacerme reproches por la publicación de las cartas
que me había escrito Gombrowicz sin la autorización de la Vaca Sagrada lo sermoneé
severamente con mi índice acusador, como muy bien se puede apreciar en la foto que
forma parte de este gombrowiczidas.
La polémica que sostuve con ese enano cabezón se puso castaño oscuro y si no hubiese
sido por la providencial intervención mediadora de la Madame du Plastique quién sabe
lo que hubiera ocurrido.
Conocí también a otro sueco que no era especialista en Gombrowicz, pero sí era el
máximo representante nórdico en los asuntos del Pterodáctilo. El Embajador de Polonia
me pidió que invitara al Pterodáctilo a la hermosa mansión que tiene la embajada en
Palermo Chico, quería rendirle un homenaje a toda orquesta a nuestro célebre escritor y
tirar la casa por la ventana.
Es sabido que los embajadores viven especialmente de las apariencias, por esta razón el
Camaleón decidió, una vez que Don Arnesto aceptó la invitación, organizar un
almuerzo con una gran cantidad de embajadores para homenajear a nuestro insigne
hombre de letras.
Yo sabía que el Pterodáctilo había desarrollado con el tiempo una gran habilidad para
excusarse, me contaba que se atrevía a cualquier cosa, desde las enfermedades
infecciosas hasta los yesos, que en una oportunidad, renovando las excusas con la
misma persona, se había convertido en un hombre tronco. Me preparé para lo peor, dos
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días antes del almuerzo me avisó por teléfono que estaba orinando sangre y que no sabía
si podía ir a la embajada. Finalmente, se apiadó de mí y a último momento me dijo que
iba.
Cuando llegó el Pterodáctilo a la Embajada de Polonia la gente se arremolinó, Don
Arnesto me pidió que le tuviera un momento un ejemplar de la versión sueca de “Sobre
héroes y tumbas” que le había dado el embajador de Suecia para que lo firmara, porque
no quería aparecer en las fotos como aparecía siempre con libros y lapiceras.
Esta posesión inocente del libro me puso en un verdadero peligro, el embajador sueco
que tenía el tamaño de un oso, me lo arrancó de un zarpazo al tiempo que me decía que
el libro era de él y que no sabía por qué razón yo lo tenía en mis manos.
Me senté a la mesa del Camaleón y de las esposas de los embajadores de Turquía y
Costa Rica. Cuando le pregunté a las señoras qué libro de Don Arnesto habían leído, me
respondieron que ninguno, cuando le pregunté a qué habían venido entonces, me
respondieron que a comer.
Esta arrogancia simpática de las señoras me dio ánimo para mudarme de mesa después
de unas palabras confusas que el Camaleón pronunció a los postres. Me fui a la mesa
del Pterodáctilo en la que también estaban Alicia Noworyta, la mujer del embajador de
Polonia, y Peter Landelius, el embajador de Suecia.
Dijo que algunos escritores se preocupan pensando en las dificultades que para los
traductores suponen esos traslados lingüísticos, que conocía personalmente a varias de
sus víctimas las que no siempre entendían en qué consiste el problema. Había recibido
larguísimas cartas de Sabato explicándole cosas que no necesitan explicación, y de otras
que sí lo requerían no se daba cuenta. El escritor no necesariamente es la autoridad más
apropiada para atender estos problemas.
Al referirse al Asiriobabilónico Metafísico manifestó que le habían negado el Nobel no
por razones políticas sino porque al jurado le interesaban tan sólo algunos de sus
primeros poemas, pero el resto no le interesaba.
Alicia Noworyta empezó a hablar de un libro sobre comidas especiales que estaba
escribiendo y le pidió al Pterodáctilo que le hablara de alguna receta que supiera
preparar.
Don Arnesto le respondió con una sonrisa diplomática al tiempo que se preparaba para
huir, me dio un golpecito en un brazo y me pidió que lo acompañara con la mayor
premura a su casa de Santos Lugares.
De todo esto resultó que al año siguiente, cuando llevé a la Vaca a la casa del
Pterodáctilo, se vino con una carta de la señora del Camaleón debajo del brazo en la que
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le pedía a Don Arnesto que le hiciera algún comentario sobre los ingredientes y la
preparación de alguna comida que supiera hacer, que estaba escribiendo un libro de
gastronomía para gente VIP, una solicitud que provocó una gran algarabía en el
Pterodáctilo y en mí, mientras la Vaca permanecía en silencio.
Cuando Kierkegaard le declara la guerra a Hegel se produce uno de los momentos más
dramáticos de la cultura del pensamiento contemporáneo pues se empieza a perfilar en
forma clara la oposición entre la abstracción y la existencia. Sin embargo, esta dirección
hacia lo concreto que toma el pensamiento tropieza con una dificultad insalvable: la
filosofía sólo puede hacerse con razonamientos. Este destino trágico con el que nace el
existencialismo perdurará hasta el día de hoy a pesar del auxilio que le prestó Husserl al
pensamiento con la clasificación y depuración de los fenómenos de la conciencia.
Puesto que el razonamiento es impotente para acercarse a las cosas tal cual son
pongámoslas entre paréntesis y tratemos de verlas tan sólo como se nos aparecen. La
fenomenología pone entre paréntesis al mundo y a las certezas derivadas de todas las
ciencias que conciernen al mundo, el centro de las cosas pasa a ser la conciencia.
Es una conciencia que está obligada a ser conciencia de algo, y esta intencionalidad de
su actividad que le impide estar separada del objeto nos lleva de la mano a las
concepciones más fundamentales de Husserl.
La existencia está pues a la mitad de camino de esas cosas que Husserl puso entre
paréntesis, pero la fenomenología nos permite organizar esa soledad en la que nos deja
la conciencia, eso es lo único que nos queda, la intuición de un saber directo sin la
mediación de la razón, una descripción última de los fenómenos referidos a la
existencia.
La filosofía en el tiempo de Husserl estaba dominada por el psicologismo, así que sus
primeras reflexiones las orientó a distinguir los actos psíquicos de los objetos ideales.
Los actos psíquicos son reales y están en el tiempo, los objetos ideales no. Objetos
ideales son los números, las figuras, las especies, los colores, los principios lógicos...
Para poner un ejemplo de cómo se distinguen los actos psíquicos de los objetos ideales
podríamos decir que la validez del principio de contradicción no quiere decir que no se
pueda pensar en sentido contrario (acto psíquico), sino que los objetos ideales no
pueden ser A y no A al mismo tiempo.
Los objetos ideales tienen una validez universal y objetiva y no están afectados por las
vicisitudes del mundo real. Husserl va construyendo poco a poco un método descriptivo
que tiene prohibido afirmar, negar o dudar sobre algo que tenga que ver con la
existencia, a la que pone entre paréntesis.
La Argentina es un país que se preocupa más por el fútbol que por las ideas, es por esto
un país inmaduro. Pero el infantilismo argentino es menos peligroso que el infantilismo
de la gente fanática que, en nombre de alguna teoría, está dispuesta a pasar por el
cuchillo a la mitad de la humanidad.
El hombre argentino, relajado, elástico e incapaz de asimilar teoría alguna es
precisamente por esta razón el hombre del futuro, en todo caso, un hombre
existencialista, porque el existencialismo se pone en la vereda de enfrente de los
esquemas, de las abstracciones y de las teorías.
Existe un parentesco entre el polaco y el argentino, no sólo por la alergia que le tienen a
las ideologías sino por la situación que tienen sus naciones respecto al mundo.
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El “Natura non facit saltus” había imperado desde el tiempo de los griegos, la naturaleza
no crea especies ni géneros absolutamente distintos, existe siempre entre ellos algún
intermediario que los une al anterior.
Pero cuando Planck sienta el principio de que la materia no puede emitir radiación más
que por cantidades finitas, por granos, por cuantos, y Husserl le abre las puertas al
mundo del entre paréntesis, la naturaleza empieza a saltar.
Mientras Husserl había formado su pensamiento en el rigor de la matemática, con el
pensamiento de Gombrowicz no ocurrió lo mismo. Yo creo que la actitud de
Gombrowicz hacia la ciencia quedó decidida en un examen del bachillerato que él relata
en “Recuerdos de Polonia”.
“Mi destino todavía quería mantenerme largos años apartado de las peripecias de
Europa, lejos de sus capitales, y lejos de sus mecanismos literarios, escribiendo „para
guardarlo en el cajón‟, como se dice hoy en Polonia. Mírese el mapa. Sería difícil
escoger un sitio mejor que Buenos Aires (...)”
“Argentina es un país europeo; se nota, allá abajo, la presencia de Europa incluso más
que en la propia Europa, y al mismo tiempo uno está fuera y, además, en esta patria de
las vacas, no se aprecia la literatura. También tenía necesidad de eso. Una distancia con
relación a Europa y con relación a la literatura”
Aunque mis relaciones con la literatura y con los hombres letras son completamente
diferentes a las que tenía Gombrowicz también yo soy afectado de vez en cuando por el
espacio y el tiempo.
En los momentos más solemnes los interrumpía con cortesía con algún disparate: –¿Por
qué no prueban estos pastelitos? En un almuerzo les sirvieron unas pastas indigestas e
insípidas, entonces Gombrowicz protestó alzando la voz: –Pasta para el estómago, pasta
para el alma, es realmente demasiado. Se produjo un escándalo y uno de los sabios
intentó romperle una silla en la cabeza.
Para asegurarme de que la conclusión que había sacado sobre la tardanza de la Vaca
tenía una grado de certeza equivalente a la del calor que dilata los cuerpos, un juicio
sintético a posteriori que Kant utiliza a menudo en sus investigaciones sobre el
fenómeno y el noumeno, busqué entre mis papeles otra experiencia que me la
confirmara.
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Han pasado varios años más y seguimos aguardando, nos acercamos peligrosamente al
record de tardanza que tiene la publicación de la entrevista que la Vaca y yo le hicimos
al Pterodáctilo.
Cuando Gombrowicz contraponía dos situaciones dramáticas acostumbraba a meter en
el medio una situación más ligera en la que solía aparecer alguna persona cazando
mariposas. Por esta curiosa particularidad a la que podríamos llamar teatral, por los
dolores de cabeza que a veces me da el Pequeño K, y por la actitud oriental que en
general adopta su jefe, el director de la revista “Twórczosc”, para manejar estos
conflictos, me vi obligado a apodar a Bohdan Zadura como el Hombre que Cazaba
Mariposas, a pesar de que en otros asuntos es más decidido.
“En el número de agosto, en la sección de Henryk Bereza, aparece un texto extenso
referido a usted en el que expresa la admiración que tiene por sus escritos, admiración
que yo comparto”
Bajo el paraguas de esta admiración y a raíz de una consulta que el Hombre que Cazaba
Mariposas le había hecho al Pequeño K acerca de si no me gustaría escribir algo sobre
“Cosmos”, hace unos años atrás escribí un texto muy interesante sobre esa novela, pero
hasta el día de hoy mi escrito no ha visto las letras de molde.
Un editor argentino administró el conflicto que tuvo con Gombrowicz de una manera
muy diferente a cómo lo administraron conmigo La Vaca, la Muda y el Hombre que
cazaba Mariposas. En el año 1960 Jacobo Muchnik, por una sugerencia del Pterodáctilo,
le propuso a Gombrowicz la reedición de “Ferdydurke” en Fabril Editora.
Le ofreció un tercio de los derechos de autor potenciales en carácter de anticipo: –Eso
es lo de menos, yo estoy dispuesto a autorizar la publicación de “Ferdydurke” si ustedes
se comprometen a editar otro libro, muy importante, que estoy escribiendo.
Sacó un par de hojas de los diarios en los que se refería a la Argentina y le pidió que las
leyera en ese mismo momento: –Sí, como muestra es ciertamente bien elocuente, pero,
honestamente, ¿cómo quiere usted que me comprometa a priori y por mi cuenta a editar
en nombre de una gran empresa un libro polémico dedicado aparentemente a meterse
belicosamente con lo más distinguido de la intelectualidad argentina? Gombrowicz no
respondió, se puso de pie y por encima del escritorio le quitó de las manos las dos hojas,
murmuró algo y se fue.
“Así pues, no edité “Ferdydurke”. No volvía a ver a Gombrowicz hasta unos años más
tarde, en 1963, cuando estábamos viviendo en el Quai de la Tournelle, en París (...)
Elisa se negó a esperarlo y se fue de paseo antes de que él llegara, diciéndome
irónicamente que la entrevista me fuera leve”
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Gombrowicz le habló de sus proyectos, le pidió que lo pusiera en contacto con los
editores españoles, le habló de la incontenible resonancia alcanzada por su prestigio y
de que iba en camino de obtener todos los grandes premios del mundo.
“Lo que yo lamento es no haber anotado sus palabras aquel mismo día. Lo que sí
recuerdo bien es que las dos páginas que me dio a leer en mi oficina de la calle
California, no figuran en la edición del “Diario argentino” de Gombrowicz, publicado
por Sudamericana en 1968. Cómo recuerdo cuánto lamentó Elisa haber regresado a casa
cuando ya Gombrowicz se había ido; ella se quedó sin conocerlo y yo no volvía a verlo
más”
Gombrowicz era una persona seria que sin embargo parecía poco seria. Que parecía
poco seria lo supe de inmediato cuando me lo presentó en el café Rex el comunista
Arrillaga y se puso a recitar el poema del chip chip. Y que era una persona seria lo supe
una semana después cuando el mismísimo Arrillaga lo amenazó con desparramarle
mierda en la cara; Gombrowicz lo había examinado en presencia mía sobre el origen del
materialismo histórico y puso al descubierto que el desconcertado comunista no conocía
ni siquiera el título de un libro de Hegel.
A raíz de este episodio desgraciado decidí profundizar mis conocimientos sobre los
títulos de los libros de este filósofo, no sobre el conocimiento del filósofo mismo,
asunto del que me convertí en un especialista en muy poco tiempo, no fuera cosa que en
un santiamén y por algo parecido a lo que había ocurrido con Arrillaga se malograra mi
relación con una persona que me resultaba tan interesante.
A medida que fui conociendo a Gombrowicz me di cuenta que era muy cierto lo que
después supe leyendo sus diarios: él quería hacer de sí mismo un personaje equivalente
a Hamlet o a Don Quijote mientras por otro lado andaba detrás de las siete llaves
sagradas que abren el arcón de los conocimientos fundamentales.
Vivió en una época que experimentó un ascenso irresistible de la actividad política cuya
forma más representativa fue el marxismo, de modo que Hegel estaba siendo para las
nuevas concepciones de la historia lo que Kant había sido para las nuevas ideas de la
física moderna. Gombrowicz afirmó en el curso de filosofía que dictó en su casa de
Vence que la biografía de Hegel era un tanto aburrida. Puede ser que tuviera razón, sin
embargo, el filósofo aburrido se hacía tiempo para cometer algunos pecados carnales.
La idea más grande de Hegel es la historia, por esta razón Schopenhauer escupió sobre
su obra considerándola pseudo filosófica. Sin embargo Gombrowicz no despreciaba
tanto a la historia como la despreciaba Schopenhauer. Seis años después de muerto
Gombrowicz el Príncipe Bastardo descubrió unos manuscritos con la misma esencia de
“Opereta”, pero con personajes y acciones distintos: una madre puerca, un enviado
especial que se paseaba descalzo por las cortes europeas invitando a los reyes a que se
quitaran los zapatos para liberar a los hombres de su esclavitud.
En una hoja separada, perdida entre todas las notas, encontró su título: “Historia”. El
primer título que tuvo entonces “Opereta” fue “Historia”, porque el asunto de estas
obras era precisamente la historia.
y de la negación de esta negación deviene otra posición más alta aún en la jerarquía
histórica, y así sucesivamente. De esta negatividad originaria surge la contradicción que
progresa en todos los asuntos humanos: la nación, la familia, las leyes, el gobierno, las
guerras, el estado...
Esta marcha incontenible es un proceso dialéctico que nos coloca a cada paso en un
escalón superior y es el logro progresivo de la razón en el desenvolvimiento de la
historia. La actividad espiritual está formada entonces por dos elementos opuestos que
no se encuentran nunca, y el hombre está en el medio de esta abertura como el ser a
través del cual la razón del mundo llega a tener conciencia de sí misma.
El mundo hegeliano es una verdad en marcha, es el lugar donde la humanidad forma sus
leyes y el hombre se convierte en un peldaño de la historia. La importancia que Hegel le
dio a la historia contribuyó en forma excepcional a la difusión de sus ideas. A este
filósofo que era capaz de deducir la racionalidad del mundo a partir de un lápiz, no le
costó un gran trabajo demostrar que lo inmoral de la guerra deviene en moral y que el
estado se va transformando en la encarnación de lo divino.
Tras la muerte de Hegel, sus seguidores se dividieron en dos cuerpos principales y
contrarios: los de derecha y los de izquierda. Los de izquierda interpretaron a Hegel en
un sentido revolucionario, fueron ateos y se atuvieron a los principios de la democracia
liberal.
El más famoso fue Marx. Los múltiples cismas de esta facción llegaron finalmente a la
variedad anarquista de Stirner y a la versión marxista del comunismo.
Ésta es la historia que nos cuenta Hegel en su filosofía, pero Gombrowicz nos cuenta
otra historia algo distinta en su “Opereta”. No hay mejores representantes de la historia
que la guerras y las revoluciones y en “Opereta” están presentes precisamente la dos
guerras mundiales y la revolución comunista.
Estos cambios violentos en el comportamiento general atrajeron la atención de
Gombrowicz sobre el papel de la forma en la vida, sobre la poderosa influencia del
gesto y de la máscara en nuestra esencia más intima. Y si lo sintió con tanta fuerza fue
porque le tocó entrar en la vida en un momento en que las formas moribundas de
aquella época que ya se alejaban, gozaban aún de cierta vitalidad y podían morder.
El ascenso desde el individuo hasta la historia, que pasa por la familia, el pueblo, la
nación, el estado, es también el ascenso de una forma cada vez más pesada que termina
por aplastar al hombre, dictándole su destino.
A medida que ascendemos por la colina de la forma hacia la historia la montaña de
cadáveres va llegando al cielo, pero para Hegel las cosas no son así. La historia progresa
aprendiendo de sus propios errores y de estas experiencias deviene la existencia de un
estado constitucional de ciudadanos libres, que consagra tanto el poder organizador y
benévolo del gobierno racional, como los ideales revolucionarios de la libertad y la
igualdad pues es en el pensamiento es donde reside la libertad.
“Opereta” y “Transatlántico”, contrario sensu de Hegel, son ajustes de cuentas que hace
Gombrowicz entre el individuo y la nación.
Gombrowicz le pide cuentas a Polonia, a ese pedazo de tierra creado por las condiciones
de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo. El propósito de
Gombrowicz es reforzar y enriquecer la vida del individuo haciéndola más resistente al
abrumador predominio del estado y de las instituciones colectivas que presionan sobre
el hombre.
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Siempre se definió por la contradicción: con su familia, con sus condiscípulos, con sus
colegas escritores, con cada uno de los temas de la cultura y, como si esto fuera poco,
consigo mismo. Igual que Hegel, Gombrowicz utilizaba la contradicción como base
del movimiento interno de la realidad. La contradicción le producía una fascinación
verdadera, y con la negación aterrorizaba a sus interlocutores ocasionales que no
sabían a qué atenerse.
“No idolatraba la poesía, no era ni demasiado progresista ni moderno, no era un
intelectual típico, ni nacionalista, ni católico, ni comunista, ni de derechas, no adoraba
la ciencia, ni el arte, ni a Marx, ¿quién era entonces? Era con frecuencia, la negación
de mi aterrorizado interlocutor quién, sólo al cabo de numerosas sesiones, se daba
cuenta de que yo discutía por afición, por jugar y también por curiosidad, con el
propósito de examinar por si acaso el contenido contrario de cada tesis... ese espíritu
de contradicción que me quedaba aún de mi juventud, de las discusiones con mi
madre, otorgaba a mis diálogos una viveza y una agilidad jocosas y, a la vez, nos
conducía a menudo hacia vías verdaderamente imprevistas (...)”
“El libro estaba por fin traducido, pero faltaba encontrarle un editor. Como se dice,
tocamos muchas puertas, siempre con resultado negativo. „Ferdydurke‟ no era un libro
fácil, y su autor prácticamente desconocido en el país, para colmo de males, París o
Londres no conocían a Gombrowicz, extremo éste de gran importancia para un editor.
Por fin, toqué la puerta más inesperada: „Argos‟, una editorial de reciente fundación.
Para sorpresa mía el libro fue aceptado. Quiero manifestar nuestro eterno
agradecimiento a los señores Luis M. Baudizzone, a José Luis Romero y a Jorge
Romero Brest, que dirigían por ese entonces la colección „Obras de Ficción‟ de dicha
editorial. Baudizzone se mostró entusiasmado, aunque reconocía que Gombrowicz era,
como acabo de decir, un autor prácticamente desconocido en la Argentina. Me dijo que
pondría el mayor empeño para que „Ferdydurke‟ saliera de las prensas de „Argos‟ (...)”
Virgilio Piñera, el autor de este comentario, no pudo imaginar siquiera las enormes
dificultades que tuve yo medio siglo más tarde, casi tan grandes como las que tuvo
Gombrowicz con su “Ferdydurke”. Las aventuras que corre el destino para realizar sus
designios son realmente increíbles. El primer Protoser con el que me puse en contacto
para proponerle la publicación de las cartas que me había escrito Gombrowicz desde
Europa fue al ilustre Guillermo Schavelzon, un personaje que creciendo y creciendo
llegó a ser el agente literario del difícil Pterodáctilo, de ese personaje realmente
celebérrimo.
Si bien es cierto que no aceptó mi oferta editorial poniendo como excusa que la editorial
Planeta no tenía biblioteca para ese tipo de literatura, me sugirió que me pusiera en
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contacto con Bonifacio del Carril, uno de los dueños de la editorial Emecé, cosa que
hice inmediatamente.
Los caminos que siguieron estos dos Protoseres después de que me puse en contacto
con ellos se bifurcaron radicalmente, Guillermo Schavelzon estuvo mezclado en un
asunto bastante turbio con el premio que Planeta le dio a “Plata Quemada” del Vata
Marxista, mientras que Bonifacio del Carril, entre muchas otras cosas, se ocupaba de la
publicación de “Cartas a un amigo argentino”.
Los aspectos de Guillermo Schavelzon y de Bonifacio del Carril que pueden observarse
en dos de la fotografías que forman parte de este gombrowiczidas marcan muy bien las
diferencias que existen entre una naturaleza tenebrosa, emboscada y dedicada a los
cálculos financieros, y el talante de un hombre que goza de la buena vida y de las
comidas abundantes.
“El escritor Ricardo Piglia, el editor Guillermo Schavelzon y la editorial Planeta fueron
condenados a pagar $10,000 (pesos argentinos, equivalente a US$ 3436.43 cada uno) a
Gustavo Nielsen, escritor que según los jueces se vio perjudicado por la manipulación
del concurso literario Premio Planeta de Novela 1997 en el que resultó premiada la obra
„Plata quemada‟, de Piglia”
Para no someterme a las estrictas relaciones a las que nos obligan las existencias de la
categoría de causa y efecto y del principio de determinación voy a decir que en lo que a
mí respecta, cuando desapareció Guillermo Schavelzon aparecieron Bonifacio del Carril
y la Hierática, y cuando desapareció Bonifacio del Carril apareció el Socialista, un
editor bifronte de Emecé y de Seix Barral de aspecto simpático.
Hemos explicado hasta el cansancio qué cosas son los Protoseres, la mayoría de ellos
son empleados de sociedades anónimas cuya carrera, la más de la veces, es tortuosa,
algunos utilizan la ley del gallinero para ascender y hasta para mantenerse en su puesto,
y otros terminan siendo simplemente lectores, el nivel más bajo de la carrera editorial.
Ni el prólogo enigmático pero laudatorio que escribió el Pato Criollo para
“Gombrowicz, este hombre me causa problemas”, ni unas declaraciones apodícticas y
cavernosas que me hizo al oído el Gnomo Pimentón sobre la claridad y el rigor de mis
textos, me sirvieron para penetrar la niebla espesa en la que se mueven esos Protoseres
hijos de Gutenberg.
En este trajín interminable que tengo con los editores identifiqué seis procedimientos
con los que le han cortado el paso a “Gombrowicz, y todo lo demás” lo que me ha
permitido desarrollar una tipología que no admite otras variantes.
La presentación del libro que realizó el Socialista fue infinitamente superior a la del
Regisséur Fanfarrón, a la del Buhonero Mercachifle y a la del mismísimo Zorro. Fue tan
elocuente la presentación del Socialista que inmediatamente abrigué la esperanza
secreta de que cuando le propusiera la publicación de “Gombrowicz, y todo lo demás”
me iba a decir que sí, una esperanza vana como lo fueron tantas otras.
Al hacer las invitaciones para la presentación de “Gombrowicz, este hombre me causa
problemas” cometí una equivocación increíble que con posterioridad le hice conocer el
Pato Criollo.
“No te podés dar una idea del desatino enorme que cometí ofreciéndole a Lavelli y a
Grinberg la presentación de mi libro (...)”
“Los dos son unos locos presuntuosos y ególatras a más no poder. La idea central y
única de Lavelli es la de que Gombrowicz fue descubierto por él, lanzado a la fama por
él y paseado por toda Europa gracias a él, sobre mi libro no pronunció ni media palabra
(...)”
“La idea de Grinberg es la de que mi libro es como un partido de fútbol en el que yo
convierto tres goles (tres capítulos del libro cuyos nombres no recuerdo) pero pateo
afuera muchos penales, y poco más. Para regresar de vez en cuando a las tierra desde las
nubes de sus desvaríos incomprensibles recurría a la lectura de alguno de los textos de
Gombrowicz que yo cito en mi libro. Alberto Díaz fue el único que preparó con cuidado
su participación, fue el único que habló en forma atinada y amistosa”
No obstante debo decir que el aspecto de este Socialista con el micrófono en la mano
que se ve en este gombrowiczidas es muy dudoso, hasta podría parecer que este
Protoser es como Poncio Pilatos, se vale de lo que sea para lavarse las manos.
La curiosidad que tienen las personas cultas por saber cuáles han sido las lecturas de los
hombres de letras eminentes es análoga al deseo de conocer sus antecedentes familiares,
es una necesidad que se manifiesta en todos los campos del conocimiento humano, la
necesidad de clasificar y de darle una estructura lo más simple posible al desorden. Pero
ni de sus antecedentes familiares ni de las lecturas que hacía Gombrowicz podemos
deducir su verdadera naturaleza.
El padre de Gombrowicz era un hombre íntegro, que reaccionó como patriota contra la
violencia zarista y que fue encarcelado por esta razón en la prisión de Radom. Sus hijos
vivieron esos acontecimientos con intensidad, y Gombrowicz, que por entonces tenía
cinco años, los comprendía también en parte, y estaba muy impresionado.
tendencia a ruborizarse. En el primer cuento que escribió, “El bailarín del abogado
Kraykowski”, trató de ajustar las cuentas con estas humillaciones.
“Fue el último de los Gombrowicz en gozar del respeto general e infundir confianza;
nosotros, la siguiente generación, éramos unos excéntricos que no prolongamos la
tradición de nuestro padre (...)”
La influencia que ejerció la familia sobre Gombrowicz fue muy importante,
desgraciadamente el abuelo paterno era un lituano muy arrogante y el materno era un
polaco medio loco, de esta mezcla de familias tan diferentes nació un Witold en el que
se precipitaron unas sangres extravagantes y peligrosas.
Onufry Gombrowicz, el abuelo paterno, era de una familia noble que durante
cuatrocientos años había tenido propiedades en Lituania hasta que el zar de todas las
Rusias le confiscó sus tierras.
Con el dinero de la venta de sus bienes se estableció en Polonia, donde nació Jan
Onufry, el padre de Witold. Este hijo contrajo matrimonio con la hija de Ignacy
Kotkowski, Marcelina Antonina, y así se formó la familia de Gombrowicz.
“Nosotros, los Gombrowicz, nos considerábamos siempre „algo superiores‟ a los demás
terratenientes de la región de Sandomierz, como consecuencia de los diversos vínculos
familiares que habíamos heredado de la época lituana y también porque la nobleza de
ese país, más rica y asentada desde hacía siglos en sus tierras, podía vanagloriarse de
una mejor tradición, una historia más precisa y funciones sociales y políticas más
importantes. De todas formas no puedo asegurar que la nobleza de la región compartiera
este punto de vista”
Este manuscrito permaneció inédito, pero Gombrowicz conservó toda su vida una
pasión muy marcada por la genealogía. La pertenencia de Gombrowicz a una clase
social situada entre la alta aristocracia y los hidalgos campesinos se le manifestó como
un gran problema que llegó a tener alcances de obsesión.
En Varsovia experimentaba un sentimiento de inferioridad frente a sus compañeros de
clase, hijos de importantes familias aristocráticas, mientras por otro lado despreciaba a
la nobleza rural que su familia frecuentaba. Pero Gombrowicz era artista por los
Kotkowski y no por los Gombrowicz, y fue el peso de esta sangre enfermiza el que lo
arrastró finalmente hacia el mundo de los hombres de letras.
Cuando murió su padre en el año 1933 ya había empezado a sentir la decadencia de su
familia a la que le encontraba un cierto parecido con “Los Buddenbrooks”, la novela de
Thomas Mann.
Era una familia que se extinguía, las perturbaciones mentales de algunos parientes de la
parte de su madre pesaban sobre su cabeza como una amenaza de trastornos psíquicos
futuros, y el padre fue el último Gombrowicz en gozar del respeto general e infundir
confianza. Él y sus hermanos, la siguiente generación, eran unos excéntricos de quienes
la gente decía que era una lástima que no hubieran salido al viejo Gombrowicz.
Su pertenencia a dos mundos, tan fuertemente marcada desde su juventud, fue muy
clara hasta la muerte del padre, después las cosas fueron cambiando poco a poco. En
vida del padre Gombrowicz entraba a la oscuridad y volvía a la luz con alguna
facilidad, cruzaba la línea de sombra en las dos direcciones lo que le permitía
comportarse como un camaleón.
En los último pasajes de “Ferdydurke”, la fraternización con Quique que lleva adelante
Polilla, el amigo de Pepe, va descomponiendo poco a poco las formas del señorío
campestre, a pesar de los esfuerzos que hace el tío Eduardo por encontrarle alguna
analogía a esa aparente perversión sexual con la conducta del príncipe Severino a quien
también le gustaba de vez en cuando. Después de que el peón rompe la bisagra mística
con un soberbio cachetazo que le da al señor en medio de la facha, la servidumbre y el
pueblo asaltan la casa señorial mientras Pepe intenta raptar a su prima Isabel de un
modo maduro y noble.
El deseo de Polilla de entrar en contacto con Quique, un peón de la casa de campo de
los tíos de Pepe, empieza a descomponer el estilo de los terratenientes. El tono altanero
y aristocrático del tío tenía sus raíces en un fondo plebeyo, y era de la plebe de donde
obtenía sus jugos.
Vivían en un sistema según el cual la mano del amo quedaba al nivel del rostro del
criado, y el pie del señor llegaba hasta el medio del cuerpo del campesino. Se trataba de
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un ley eterna, un canon, un orden. A partir del momento en que Pepe le da un sopapo en
la cara a Quique y de que Quique le da otro a Polilla a su pedido, se empiezan a
producir acontecimientos irregulares que provocan la confusión de los roles. Pepe
descubre que el misterio del caserón campestre de la nobleza rural es la servidumbre. El
comportamiento de los tíos quería distinguirse de la servidumbre, estaba concebido
contra la servidumbre para conservar el hábito señorial. El orgulloso señorío racial del
tío crecía directamente del subsuelo plebeyo. Sólo a través de la servidumbre se puede
comprender la médula misma de la nobleza rural.
“Oí todavía el chillar de Alfredo y el chillar del tío Eduardo, parecía que los tomaban de
algún modo entre sí y empezaban con ellos lerda e indolentemente, pero ya no veía por
la oscuridad...(...)”
El señorío y la majestad del padre quedan muy maltrechos en “Ferdydurke”, una tarea
de desmoronamiento que Gombrowicz había empezado en “El bailarín del abogado
Kraykowski” y que remata en “El casamiento”.
“Cuando estaba escribiendo: Jeannot. –Nada. Henri. –Nada. El padre. –Transformado.
La madre. –Dislocado. Jeannot. –Derribado. Henri. –Alterado... rompí a llorar de pronto
como un niño. Jamás me ha vuelto a ocurrir algo semejante. Los nervios, sin duda...
Sollozaba amargamente, y las lágrimas caían sobre el papel”
Gombrowicz llora cuando se rebela contra Dios y contra al padre porque se queda solo
frente a la nada, un sentimiento que le aparece con una elocuencia clarísima, con la
misma elocuencia que tienen los hechos. “El casamiento” es la primera obra que
Gombrowicz escribe en la Argentina, y la escribe mientras está enfrentado el hecho de
la guerra. La autoridad del padre y el poder de la nación aparecen traspuestos en la obra
narrativa de Gombrowicz, una autoridad y un poder perpetuamente caídos que
alimentan el sueño del espíritu anarquista.
En los últimos años de su vida los franceses, que son propensos a clasificar con una
meticulosidad cartesiana, ubicaron a Gombrowicz en el casillero de los escritores
anarcoexistencialistas.
“Es la paz. Todos los elementos rebeldes han sido detenidos. El Parlamento también ha
sido detenido. Aparte de eso, los medios militares y civiles, y grandes sectores de la
población, así como la Corte Suprema, el Estado Mayor, las Direcciones Generales, los
Departamentos, los Poderes públicos y privados, la prensa, los hospitales y parvularios,
todos están es prisión. Hemos encarcelado también a los ministros y, en general, a todo.
También la policía está en la cárcel. Es la paz. La calma”
Andamos dando vueltas alrededor de los rastros que dejaron los filósofos en la obra
artística de Gombrowicz. Algunas huellas ya encontramos, de Heidegger en “Cosmos”
y de Hegel en “Opereta”, pero debe haber más. El primer amor filosófico que tuvo
Gombrowicz fue Kant, a los quince años ya le echaba una mirada de vez en cuando a la
“Crítica de la razón pura” de la que conservó notas que había escrito sobre los juicios
sintéticos a priori. También intentaba entender algo de “Prolegómenos a toda metafísica
futura”, una obra que revelaba la importancia fundamental de ese “yo” tan maltratado en
Polonia.
Pero encontrar relaciones entre un hombre tan serio como Kant y un hombre tan poco
serio como Gombrowicz es una tarea bastante difícil. Es seguro sin embargo que Kant
no era una persona totalmente seria, pero el acceso a su inmadurez y a sus suciedades le
resultaba imposible a Gombrowicz, le estaba vedado al propio Kant.
Es un misterio cómo el Kant niño se transformó en el Kant filósofo, pero no está de más
recordar que el desarrollo de la cultura y de la ciencia tiene mucho de ligero y de
caprichoso.
Gombrowicz empieza el curso de filosofía que dicta en su casa de Vence hablando de
Kant al que le dedica más tiempo que a los otros filósofos, en esas lecciones que son
interrumpidas dramáticamente, primero por la enfermedad y después por la muerte. De
los pensadores que integraron esas lecciones Kant fue el de origen más modesto, el que
menos viajó, uno de los más longevos, el menos exagerado, y el más grande. Cuando
murió sus conciudadanos le rindieron los mismos honores que se le rendían a los
príncipes cuando fallecían.
Antes de descubrir en qué obra de Gombrowicz aparece Kant vamos a dar un breve
paseo por la filosofía de este maestro. La actitud idealista iniciada con Descartes basaba
el razonamiento filosófico sobre la convicción de que los pensamientos nos son más
inmediatamente conocidos que los objetos de los pensamientos. Sin embargo, en todos
los pensadores anteriores a Kant, quedaba siempre un residuo de realismo que recaía en
una existencia trascendente, en la existencia en sí de algún elemento fundamental como
el espacio, Dios, el alma, las mónadas... Kant trata de terminar definitivamente con la
idea del ser en sí. Para el conocimiento que nos da la razón el ser no es en sí, es un ser
para ser conocido, puesto por el sujeto pensante como objeto del conocimiento.
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Kant se encuentra en el cruce de las tres corrientes ideológicas más importantes del
siglo XVIII.
Por un lado existía la corriente del racionalismo de Leibniz que distingue entre verdades
de razón y verdades de hecho y cuyo ideal es estructurar el conocimiento científico
como una malla de verdades de razón. Por otro lado la corriente del empirismo de Hume
con sus reflexiones sobre las percepciones y sobre las conexiones no causales de los
hechos. Y finalmente, la corriente constituida por la ciencia positiva físico matemática
de Newton. El pensamiento de Kant huele mucho más a Newton que a ninguna otra
cosa, es por eso que su sistema filosófico es imponente pero no exagerado. Newton
había puesto en caja a todos los fenómenos de la naturaleza con su desarrollo de la
mecánica racional, un sistema grandioso y seguro, alejado de las quimeras. Kant tiene
en la mano pues todas las cartas de la ideología de su tiempo.
La vida que llevó Kant ha pasado a la historia como un ejemplo de existencia metódica
y rutinaria. Acostumbraba a dar un paseo vespertino todos los días, a la misma hora y
con idéntico recorrido, al punto que llegó a convertirse en una especie de señal horaria
para sus vecinos. La filosofía necesitaba de una teoría del conocimiento y de eso escribe
en “Prolegómenos a toda metafísica futura”. La diferencia fundamental entre Kant y sus
predecesores es que mientras estos hablan del conocimiento de una ciencia que se
estaba estableciendo, Kant habla de la ciencia físico matemática de Newton ya
completamente establecida.
El hecho de la razón pura es pues el hecho de la ciencia físico matemática de la
naturaleza que está compuesta de juicios en los que, en resumidas cuentas, algo se dice
de algo. Estos juicios son el punto de partida de todo el pensamiento de Kant, son
enunciaciones objetivas acerca de algo, son juicios que se dividen en dos grandes
grupos: los analíticos y los sintéticos.
Y esta clasificación nos lleva de la mano a “Filifor forrado de niño”, y a cómo Kant se
metió dentro de una novela corta de Gombrowicz.
Los juicios analíticos son aquellos en los que el predicado está contenido en el concepto
del sujeto. Contrario sensu, en los sintéticos no está contenido. Son sintéticos porque
unen sintéticamente elementos heterogéneos en el sujeto y en el predicado. Los juicios
analíticos son verdaderos porque son tautológicos, son juicios de identidad. En cambio
la verosimilitud de los sintéticos proviene de la experiencia, de la percepción sensible.
Los juicios analíticos son verdaderos, universales y necesarios, por lo tanto no pueden
tener origen en la experiencia, son pues a priori. La validez de los juicios sintéticos es,
en cambio, limitada a una experiencia, son juicios particulares y contingentes, son
entonces a posteriori.
demostraciones, pero sí podemos preguntarnos cómo son posibles estos juicios, y si son
posibles en la metafísica.
Las formas de la sensibilidad, el espacio y el tiempo, más las doce categorías del
conocimiento cuya reina es la causalidad, al punto que Schopenhauer suprimió las otras
once en su obra fundamental, hacen posible la existencia de los juicios sintéticos a priori
en la matemática y en la física. Este tipo de juicios no son posibles en la metafísica,
pero ésta es harina de otro costal, nosotros vamos a detenernos aquí.
La existencia de estos dos mundos opuestos de los juicios analíticos y de los juicios
sintéticos pusieron en marcha la imaginación de Gombrowicz, le empezaron a rondar la
cabeza y a los treinta años los metió en “Filifor forrado de niño”. “Filifor forrado de
niño” es uno de los dos relatos cortos que Gombrowicz incluye “Ferdydurke”. Escrito,
como Filimor, en 1934 es presentado en el libro con un prefacio, uno de cuyos pasajes
se convirtió con el tiempo en el manifiesto ferdydurkista.
Esta novela corta es una muestra del talento que tiene Gombrowicz para componer
estructuras lógicas con elementos absurdos. El aparato formal que había puesto en
movimiento era , en buena parte, de su propia cosecha. Cuando le preguntaron qué
significaba “Filifor forrado de niño” respondió que era una historia que convocaba a la
lucha a dos partes antitéticas alrededor de un eje central, en la que triunfaba la función
sobre la idea. Pero no dijo que la fuente de su inspiración habían sido los juicios
analíticos y sintéticos de Kant.
El príncipe de los sintéticos, el señor Filifor, doctor en sintesiología, era un hombre
corpulento, de barba hirsuta y anteojos gruesos, que viajaba por el mundo impartiendo
lecciones magistrales de síntesis.
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Los cismas lacanianos que se producen en las organizaciones tanáticas que preside el
yerno de Lacan son frecuentes, violentos y contagiosos, tanto es así que en una de las
historias verdaderas a la que di en llamar “Los problemas del diván”, tuve que hacer
comentarios sobre el Gnomo Pimentón, uno de sus epígonos más fervientes y miembro
celebérrimo del club de gombrowiczidas.
Una de las particularidades más destacadas del yerno de Lacan, a más de su carácter
violento, es su versatilidad, una versatilidad que nos recuerda la versatilidad de
Revólver a la Orden, otro ilustre miembro del club.
“(...) de las „psicosis no desencadenadas‟, de los lazos entre Borges y Lacan y del
supuesto saber del presidente electo Fernando de la Rúa, de casi todo habló Jacques-
Alain Miller (...)”
Hizo todo lo posible por estar apartado también del trabajo y del matrimonio, sin
embargo, ocho años después de haberlo perdido todo se empleó durante casi ocho años
en el Banco Polaco, y algún tiempo después de haber regresado a Europa se casó con la
Vaca Sagrada.
Así que el pobre Gombrowicz terminó cayendo en las manos de un mundo extraño
contra el que tenía muchas prevenciones al que podríamos llamar el mundo de los
hombres de letras.
Estas cavilaciones no dejan en claro cuánto protagonismo tiene Gombrowicz y cuánto la
familia en el desarrollo de sus obras. Si bien es cierto que el Gnomo Pimentón fue el
único escritor y psicoanalista argentino que había escrito un libro sobre Gombrowicz
antes de que yo apareciera en el firmamento gombrowiczida, no pudo determinar el
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peso de cada una de estas participaciones a pesar de que aplicó a su estudio toda su
ciencia infusa de origen lacaniano, un dilema ciertamente interesante.
Para el inglés los sentimientos eran la materia prima de todo lo que existe y para el
polaco eran una afección que había que evitar tanto en el arte como en la vida.
Gombrowicz trató a los sentimientos como costumbres agonizantes y esclerosadas de
las que se habían escapado sus contenidos vivos quedándose nada más que con la
rigidez de las formas puras.
No es que Gombrowicz no tuviera pasiones, pero tuvo que escamotear su phatos del
carril de los sentimientos y colocarlo en un ámbito donde las personas se forman unas a
otras de una manera imprevisible.
El Gnomo Pimentón, uno de nuestros gombrowiczidas más señalados, ha despachado
desde el diván a muchos pacientes con suerte diversa.
“Es claro que tu compulsión anal por Witoldo no te da respiro. Lo tuyo es preocupante y
masturbatorio: el buen polaco se merece un poco de descanso. ¡No lo dejás tranquilo ni
un segundo! Y lo peor: es realmente retrógrado de tu parte creer que lo único que nos
interesa en el mundo es el autor de Ferdydurke y sus sagas. Calmate. Hacete ver. Te lo
digo por tu bien”
El Gnomo Pimentón, después del primer conflicto que había tenido conmigo me dio una
segunda oportunidad que yo no supe aprovechar, como tantas otras oportunidades que
desaproveché en mi vida.
“Nuestra amistad en Gombrowicz evita cualquier juego „suma cero‟. Mandá lo que
quieras yo lo leo y lo difundo. Pero si preferís que algo no sea difundido basta con que
lo notifiques”
La materia dramática había adquirido una forma bella, y aquí, como en tantas otras
ocasiones, recordé una frase que Gombrowicz nos repetía a menudo: –¡Ojalá dure!,
como decía la madre de Napoleón. Pero no duró, al poco tiempo se enojó otra vez
conmigo.
“(...) el último texto enviado por Juan Carlos Gómez, falta a la verdad en relación a mi
persona y utiliza calificaciones ofensivas. Me temo que tendrá que seguir divirtiéndose
sin mi ayuda. Le ofrecí una amistad en Gombrowicz, pero no me ofrecí para ser parte de
su necesidad de injuriar (...)”
Debo reconocer que el lío que se me armó con el Gnomo Pimentón lo empecé yo con
gombrowiczidas un poco provocativos, pero nunca creí que este gombrowiczida hubiera
guardado tan tenazmente en la memoria sus modales de metalúrgico.
La relación amarga que tengo con el Gnomo Pimentón no me deja ver con claridad si mi
conflicto es con el diván o con él mismo.
No dejo de notar, sin embargo, que el Gnomo Pimentón tiene características confusas,
algunos piensan que es tierno como una paloma, y otros piensan que es decididamente
un criminal. Una tarde me encontré con Cara de Ángel en un café de San Telmo, a los
minutos este gombrowiczida ambivalente estaba pasando por la guillotina a todos los
integrantes del gremio de los escritores, una actividad desplegada con un gran encanto
que a más de divertirme me parecía inocente.
Pero sea porque yo le resultaba simpático, o porque me había tomado confianza, o sea
por lo que fuere, en un momento determinado de la conversación se refirió a su propio
padre y me manifestó, como si esto fuera la cosa más natural del mundo, que tenía
ganas de asesinarlo, y que esto era precisamente lo que estaba planeando en esos días.
Sin saber a qué santo encomendarme por el giro que estaban tomando estas confesiones
sombrías le pregunté si no sería conveniente que visitara a un psicólogo: –Sí, ya estuve
con el Gnomo Pimentón, ahora tengo ganas de asesinarlo a él también.
De las aventuras que corrí con el Gnomo Pimentón me quedó clara una idea: alrededor
de él se producen situaciones violentas y tanáticas como también le ocurre al yerno de
Lacan, al punto de haber malogrado una buena relación que yo tenía con el Hombre
Unidimensional.
“Vos sí que estás cada día más pelotudo. No te das una idea de cómo me hacés recagar
de risa. ¡Germán García hace estudiar las boludeces que escribís por sus alumnos, como
buen caso clínico psicótico que sos, y ahí estás saltando en una pata de alegría! ¿Sabés
qué te hubiera dicho Gombrowicz? Mejor ni te lo digo. A vos te encierran en una jaula
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Y dos meses después la Bestia Catalana me pone al tanto de las novedades que le
habían llegado desde Italia.
“(...) a la agencia italiana ALI, agentes de Rita Gombrowicz. Como puede comprobar,
nos dicen que Rita Gombrowicz está preparando un volumen con toda la
correspondencia de su marido con sus corresponsales argentinos, por lo que se opone a
que se haga antes un volumen con un único corresponsal, en este caso usted (...)”
Éste era el segundo zarpazo que me estaba dando la Vaca Sagrada, el primero me lo
había asestado cuando me escribió que dejara de enviarle las cartas que me había escrito
Gombrowicz a los hijos ilegítimos a los que más tarde bauticé, por esta razón, con el
nombre de gombrowiczidas. Como no podía entrar por la puerta intenté entonces entrar
por la ventana y le mandé a la Bestia Catalana las cartas que yo le había escrito a
Gombrowicz.
“Para ser franca contigo de inmediato, o sea, antes de leer tus cartas a Gombrowicz, te
digo que no me interesa publicarlas, ni aquí en España, ni en la Argentina (...)
Agradezco tu generosidad al decirme que, a pesar de todo, conserve estas cartas „para
mis noches de insomnio‟ que, por suerte, son escasas (...)”
Pasó el tiempo, más de una década, el volumen con toda la correspondencia de los
corresponsales argentinos todavía no apareció, pero en el año 2004 la Vaca Sagrada lo
autorizó al Régisseur Fanfarrón para que publicara las cartas que le había escrito
Gombrowicz, y en el año 2005 lo autorizó al Buhonero Mercachifle, y yo no sigo
esperando porque la Hierática me dio una mano.
Las cartas que yo le escribí a Gombrowicz fueron publicadas en Polonia, pero los
editores hispanohablantes le han ofrecido a este epistolario una nutrida resistencia.
La Bestia Catalana de “Tusquets” con su: “Prefiero ser franca contigo inmediatamente,
o sea antes de leer tus cartas a Gombrowicz, y decirte que no tengo interés en
42
Cuando le hice una propuesta por uno de los libros del tríptico gombrowiczida que se
había publicado en Polonia me dijo que habría que agregarle más fragmentos de las
cartas que Gombrowicz le había escrito a Flor de Quilombo.
Pero, Mercedes, si yo te ofrecí todas las cartas para que las publiques enteras; –Ah, ¿y si
tenemos problemas con Rita?; –Serían los mismos problemas que tuvieron cuando
publicaron las cartas que me escribió a mí; –Sí, pero vos sabés que para el centenario
“Planeta” va a publicar “Ferdydurke” y no sé si alcanzará el presupuesto y el tiempo; –
Bueno, del presupuesto no sé, pero tiempo tienen de sobra; –Sí, vos decís, pero para este
año tenemos también el centenario de Silvina y dos más, no vayás a creer; –¿Cómo para
este año?; –Sí, para el 2003.
En ese momento recordé que la Hierática es muy despistada y sin ninguna esperanza le
dije: –Escuchame una cosa, te lo expliqué de todas las maneras posibles, el centenario
de Gombrowicz es en el 2004, el año que viene, ¿entendés?; –Ah, no, no puede ser,
¿vos estás seguro? No podía seguir hablándole del centenario, le pregunté entonces si
tenía hermanos y si de chica había sido tan despistada como lo era ahora, me dijo que
cuatro y que, sí, que había sido tan despistada, le pregunté si los hermanos no la habían
zurrado por tonta, me dijo que no porque era la mayor, le pregunté si nunca se habían
puesto de acuerdo para darle una paliza, me dijo que no.
En el año 1999 el Pequeño K decidió traducir al polaco y publicar en Polonia
“Gombrowicz está en nosostros”, un ensayo que ya había sido traducido al francés y
publicado en Francia un año antes por el Corifeo. Mientras tanto la Hierática hacía lo
suyo y lo incluía como epílogo de “Cartas a un amigo argentino”.
Por fortuna para mí, el Pato Criollo y el Buey Corneta me tuvieron alguna simpatía
justo en el momento oportuno. En efecto, cuando “Emecé” publicó “Cartas a un amigo
argentino” la editorial decidió presentarlo en el Centro Cultural de España.
En aquel entonces tuve una conversación breve con la Hierática: –Goma, aparte de
Sabato, ¿querés que alguna otra persona presente el libro?; –Claro, Alan Pauls, es el
más fotogénico de los escritores argentinos y trae consigo, por la parte baja, a una
docena de mujeres.
El Buey Corneta había quedado deslumbrado con “Gombrowicz o la seducción”, la
película de Alberto Fischerman que se exhibió también en la presentación del libro,
estaba seguro de que no me podía fallar, y así ocurrió nomás, presentó el libro y habló
del film con mucho entusiasmo pero un poco intimidado por la presencia del
Pterodáctilo.
No es la primera vez que esta hermosa mujer me ayuda a pensar, hace un tiempo me
sacó de la cabeza una idea preocupante y un poco alocada que se me había formado: –El
Pato Criollo ha desaparecido, vas a ver que ese extraviado se va a suicidar; –No digás
macanas, Goma, si acaba de publicar “La cena”.
43
Le pregunté a la Hierática si “La cena” tenía algo que ver con “El gran salmón”: –No,
“El gran salmón”, según me dijiste vos, transcurre en Rosario y esta novela transcurre
en Coronel Pringles, el pueblo natal del Pato Criollo. En efecto, en cierto momento de
esa novela se produce una gran revolución en el cementerio de Coronel Pringles, los
muertos salen de las tumbas y atacan a los vecinos del pueblo. Le abren la cabeza a los
vecinos y le chupan las endorfinas, los zombis resultan invencibles.
Sin embargo, en uno de los episodios del relato una señora anciana reconoce a uno de
los muertos que se le está viniendo encima: –Pero si éste es el colorado Pereira. Los
viejos comienzan a identificar a los muertos a uno por uno y los zombis, confundidos y
derrotados vuelven a las tumbas.
El último proyecto de Aira que yo conocía era el de “El gran salmón”: –¿Y vos, qué
estás haciendo, César; –Y, estoy escribiendo, como siempre; –¿Y ya tenés el título?; –Y,
sí, se llama “El gran salmón”; –Ah, una novela de pesca; –No, no, es un salmón
intergaláctico, se viene para acá nomás; –Caramba, pero, ¿habla?; –No, no, tiene un
gran tamaño, mide cincuenta mil millones de años luz; –Por favor, está lejísimos
entonces; –No, acá nomás, a quince kilómetros de Rosario.
Esta conversación la había tenido con el Pato Criollo en el año del centenario de
Gombrowicz.
Pasó el tiempo y otra vez, en cambio de aparecer “El gran salmón”, aparece después de
“La cena” otra novela en la que el Pato Criollo narra las desventuras de un joven
escritor cuyo destino queda ligado a la conducta contradictoria de un editor. El editor
recibe con entusiasmo la primera novela del autor, una historia que le parece genial, y le
promete la firma del contrato en no más de dos semanas, pero las cosas no suceden así.
Los contactos entre el escritor y el editor se van haciendo cada vez menos frecuentes, de
semanas pasan a meses y de meses a años, sin embargo, el entusiasmo y la delicadeza
con los que el editor trata al autor aumentan con el transcurso del tiempo.
Pero es justamente el transcurso del tiempo el que hace pasar al escritor de la condición
de joven promesa a la de autor entrado en años y, como si fuera poco, lo convierte en un
escritor malogrado para siempre, una historia con un marcado aire kafkiano que me
trajo a la memoria “Un artista del hambre”.
Kafka narra en este cuento los infortunios de un hombre que ayuna por falta de apetito y
que es exhibido en público como una rareza llamativa. Al final del relato ya nadie se
interesaba por él y lo barren junto a la basura.
A mí me seguía dando vueltas en la cabeza la historia de ese salmón intergaláctico que
se había aparecido a quince kilómetro de Rosario, finalmente la espera terminó, la
Hierática me cuenta: –Apareció “El gran salmón” con el título de “Las aventuras de
Barbaverde”. Y aquí me di cuenta de que nosotros, los escritores, en vez de pensar en
las ideas principales algunas veces pensamos en las secundarias pues yo, en vez de
pensar en el salmón intergaláctico cuando recibí la noticia, pensé en Rosario.
La foto de la Bestia Catalana que aparece en este gombrowiczidas tiene algo de
tanático, del análisis cuidadoso del rostro de esta mujer se puede deducir la conducta
que tuvo conmigo. El rostro de la Hierática, en cambio, es transparente y eurítmico, por
eso siempre ha tenido conmigo la paciencia de una santa.
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“Qué vergüenza para Estocolmo... primero da el premio a Gabriela ahora a Juan Ramón.
Son mejores para inventar la dinamita que para dar premios”
Thomas Mann es un idiota, y les resulta curioso el caso de Sabato, ha escrito poco, pero
ese poco es tan vulgar que abruma como si fuera una obra copiosa. Y qué pude saber de
nada un bruto como Hegel, y el Asiriobabilónico Metafísico sigue complaciéndose en
sus desvaríos, pero dejémoslo aquí.
En el final de la historia de Gombrowicz París ya no era tan cerrado e inamistoso como
lo había sido en su juventud, allí se trabajaba con la forma y se la ponía en tela de juicio,
estaba a gusto en París porque se hallaba en el centro mismo de la crisis con la forma, y
la irritación que le producía París lo hacía sentir bien.
Las rebeliones de los franceses contra la forma eran brutales y frías y no desembocaban
en ninguna relajación sino que, al contrario, contribuían a acrecentar el espasmo, pero
eso era precisamente lo que le producía fascinación a Gombrowicz.
A la forma le venían muy bien, paradójicamente, tanto la relajación argentina como el
espasmo francés. Lo que aparece más o menos claro en todos los escritos de
Gombrowicz es una invariante gombrowiczida: terminaba dándole importancia al lugar
del planeta donde estaba viviendo, es decir, al lugar donde existía pues había aprendido
muy bien de Goethe lo de que si quieres tener valor debes darle valor al mundo.
“La madurez precoz de ciertos jóvenes franceses es verdaderamente pasmosa. Acabo de
leer el “Goethe” de Pierre Babin, y me resulta difícil creer que este joven haya nacido
en 1947 (...)”
“Goethe es uno de los temas más arduos de la literatura universal. Ahora bien, Babin se
desenvuelve a la perfección y demuestra un conocimiento verdaderamente profundo de
la cultura y una erudición muy notable. En mi opinión, el nivel lingüístico es muy alto,
y el libro resulta claro y preciso, y ofrece casi todas las antinomias goethianas (...)”
Discutía en el colegio con su profesor de polaco, el señor Cieplinski, el Enteco del
“Ferdydurke” de Argos, sobre un contenido de la educación que se impartía en los
liceos de Polonia que le daba más importancia a sus poetas profetas Adam Mickiewicz,
Juliusz Slowacki y Zygmunt Krasinski, que a Shakespeare y a Goethe. Gombrowicz le
reprochaba que se ocuparan más de las guerras polacas contra los turcos que de la
historia europea y universal.
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Y cuando Cieplinski le respondía que había que tener en cuenta que eran polacos, que
hasta no hacía mucho tiempo habían sido perseguidos por hablar polaco en las escuelas,
Gombrowicz le replicaba que por eso no tenían que ser ignorantes.
El desempeño en la enseñanza se mide con las notas, en la escritura con los premios. El
punto más alto de la enseñanza se alcanza con un diez, el punto más alto de la escritura
con el Nobel.
Las notas miden la inteligencia, el Nobel la grandeza, todo esto dicho más o menos
grosso modo.
“¿Qué tema o problema podría ser más mío que ese acrecentamiento depravante de mi
personalidad, inflada por la fama? (...)”
“Tengo que encontrar aquí mi propia solución, y a la pregunta ¿cómo ser grande?
debería darle una respuesta totalmente particular (...) De nada me sirve el Olimpo de
Goethe (...) Nada de eso, ninguna de esas máscaras, ninguno de esos abrigos purpúreos
(...)”
La acción en las novelas de Gombrowicz transcurre en un medio burgués, pero la acción
de sus piezas de teatro transcurre en un medio cortesano, un poco porque quería imitar a
Shakespeare y otro poco porque sus manías genealógicas nunca lo abandonaron del
todo. Su familia tenía una posición ligeramente superior a la media de la nobleza polaca,
pero no pertenecía a la aristocracia. La pertenencia de Gombrowicz a una clase social
situada entre la alta aristocracia y los hidalgos campesinos se le manifestó como un gran
problema que llegó a tener alcances de obsesión.
“Los campesinos son unos dementes. ¡Los obreros, pura patología! ¿Oís lo que dicen?
Son unos diálogos oscuros y maniáticos, limitados, no con la sana limitación de un
analfabeto, sino con un balbuceo de loco que clama por el hospital y por el médico...
¿Es que pueden ser sanas esas imprecaciones y obscenidades inacabables, sin más, esa
mecánica ebria y demencial de su convivencia? Shakespeare tenía razón al presentar a
la gente simple como seres exóticos, es decir, de hecho, sin parentesco con el hombre”
Gombrowicz dice en “Contra los poetas” algo que ya le había manifestado a su profesor
de polaco en el liceo y que ya había escrito en “Ferdydurke”.
Que los versos no le gustaban en absoluto y que lo aburrían, una afirmación que va
contra la poesía en verso y no contra la poesía que aparece mezclada con otros
elementos más prosaicos, como en los dramas de Shakespeare, en la prosa de
Dostoyevski y en una corriente puesta de sol.
Para el inglés los sentimientos eran la materia prima de todo lo que existe y para el
polaco eran una afección que había que evitar en el arte y también en la vida.
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“Que no es teatro del absurdo, sino teatro de ideas, con sus medios propios, sus propios
objetivos, su clima particular y un mundo personal”
Gombrowicz y Sartre tienen una concepción del arte distinta a la que tenían
Shakespeare y Goethe, la de ellos está compuesta de ideas contradictorias. Para
Gombrowicz, igual que para Kant, la obra de arte debe ser intencional, pero sin que lo
parezca. Para Sartre, el propósito final del arte es poseer la totalidad del mundo, pero
poseerla como si la fuente de esa posesión fuera la libertad humana.
La obra de Gombrowicz contiene de una manera traspuesta su visión del mundo y del
hombre, pero no sirve exclusivamente a estas dos deidades, si hubiera tenido que
servirlas solo a ellas seguramente habría escrito su obra de otra manera.
“En mí, escribir supone sobre todo juego, no pongo en ello intención, ni plan ni objeto.
He ahí por qué no resulta nada fácil extraer de mis obras un esquema ideológico. Es un
esquema, lo subrayo una vez más, a posteriori”
Sartre se ocupa especialmente de destruir el carácter, para él no existe el carácter, sólo
para otra persona aparecemos como un carácter, como una sustancia psíquica. Pero
Sartre rechaza las sustancia en cualquiera de sus formas: el carácter, el temperamento o
la naturaleza humana. La herencia, la educación, el ambiente y la constitución
fisiológica no son más que los grandes ídolos explicativos de nuestra época porque
corresponden a una interpretación sustancialista del hombre. Gombrowicz tampoco le
tiene un gran apego a las sustancias.
La formación del hombre por los demás hombres era una cuestión crucial que
Gombrowicz quería poner en evidencia. La idea de la forma era muy natural para
Gombrowicz pero, en verdad, de difícil comprensión; era muy natural en él por el
rumbo artificial que había tomado su conducta desde joven y por sus sentimientos de
extrañamiento.
La consecuencia que saca de esta anomalía es que en la conducta de los otros tenía que
haber también, por lo menos en estado larval, una intervención de lo casual.
Sin embargo, ni Sartre ni Gombrowicz quieren desmenuzar al individuo hasta
convertirlo en una especie de polvo psíquico. Para uno el individuo vendría a ser algo
así como una unidad de responsabilidad, y para el otro una unidad atormentada por la
forma.
El carácter es para ambos sólo una sustancia que se nos aparece como una caricatura, en
cambio, la unidad personal, tanto en Gombrowicz como en Sartre, es unificadora, y esta
unificación es anterior a la diversidad que unifica.
El término carácter proviene de un vocablo griego que significa sello o estampa. Y
estamos habituados a emplear el término en el sentido de las peculiaridades estampadas
en una persona como resultado de su herencia y de su medio. La literatura dramática de
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“Mi presencia en Buenos Aires cobrará matices únicos y endemoniados, seré algo así
como un Ricardo Rojas y un Goethe con algo de estrafalario y exótico y misterioso. Se
avecinan pues momentos únicos y yo le aconsejaría que no se lo pierda, porque una cosa
es participar dos veces por semana después de un viajecito algo agotador y otra estar
bien en la pomada. La gente, Goma, sobre todo joven, cambia de vez en cuando de vida
y de domicilio para matizar. Además es posible que le dejaré algo en mi testamento.
Ahora si no le gusta usted volverá a papá y mamá. No veo por que hacer tanto lío, cosa
sencilla, es verdad que ustedes todos son unos burgueses incurables, si yo propusiera
algo así aquí o aun en Polonia tendría no se cuantos candidatos. No se olvide Goma que
vivir con el escritor más grande del universo (o en vías de serlo, lo que da lo mismo
para el caso) no es cosa que se le va a presentar todos los días”
En el primer encuentro que tuve con el Pitecántropo, el embajador de Polonia que había
sucedido al Zorro, me trató, palabra más palabra menos, de insolente y de arrogante.
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Para mí fue una reacción inesperada pues los modales descuidados, en este caso los
míos, nunca habían afectado que yo supiera a este tipo de androides.
Este contratiempo relacionado con los malos modales tiene un cierto parentesco con el
que tuve con Cornelio, un Protoser hiperactivo de muy malas pulgas que, sin embargo,
llegó a formar parte del club de gombrowiczidas.
Yo considero que una persona culta que se precie de serlo debe estar enterada hasta
donde sea posible de los accidentes más señalados que ocurren en el mundo de los
hombres de letras.
Para cubrir este aspecto de la actividad de escribir a veces les dedico algunos
gombrowiczidas pues el oficio de publicar es tan antiguo como oscuro.
Después de haber manifestado una gran curiosidad por conocer “Gombrowicz, y todo lo
demás”, una propuesta editorial que había puesto en sus manos, Cornelio empezó a
utilizar conmigo la técnica del silencio, uno de los cinco procedimientos de los que se
valen los Protoseres para despachar a los autores, que yo había relevado en un estudio
pormenorizado realizado con este propósito.
Como a mí no me gusta dejar las cosas colgadas de alfileres me vi obligado a decirle
que no entendía cuál podía ser la razón por la que en un principio se manifestara tan
entusiasmado y atento con mi propuesta editorial y a los pocos días ni siquiera tuviera la
delicadeza de contestarme los teléfonos.
Que bien pudiera ser que la hubiera leído y no le hubiera gustado, lo que echaría una luz
muy dudosa sobre su capacidad para analizar textos, o que su publicación le pareciera
incompatible con al actividad económica de la editorial, o que simplemente no la
hubiera leído, eso no tendría nada de especial para mí, pero la hipocresía y el me da lo
mismo una cosa que otra, sí tenía algo de especial, son las más claras evidencias de los
modales descuidados.
Puesto contra la pared de esta manera, Cornelio se consideró liberado de darme su
opinión sobre “Gombrowicz, y todo lo demás”, pero de igual manera tuve que
escucharle un sermón sólo comparable a los que daba Montaigne.
Un autor decente no debe ignorar que un buen editor necesita tiempo y tranquilidad para
ponderar una propuesta de esta naturaleza. La relación entre un editor y un autor debe
basarse en la tolerancia y en la confianza, la falta de respeto presuntuosa no conduce a
ninguna parte.
Yo voy enfrentando a los editores de a uno por uno y con una sola obra, nada que ver
con lo que hacía Gombrowicz.
“(...) ¿crees acaso que yo, trabajando con treinta y cinco editores a la vez, tengo tiempo
de ocuparme de insignificancias? (...) Firmé últimamente más de diez contratos con
cinco países, pero la plata se me va que es un escándalo, porque aquí todo muy
distinguido y muy caro. Sin embargo en Italia (estuvimos en Portofino, donde iba
Churchill) también caro y por todos lados caro (...) Con Der Monat ofensa mortal,
temían publicar mi diario sobre Berlín y no querían decírmelo, por lo tanto no
contestaban mis cartas. Me enfurecí, los mandé a la mierda que los parió (...)”
A Cornelio le hubiera ido mucho peor con Gombrowicz de lo que le fue conmigo. En la
foto se lo ve como a un ladrón de baratijas, una persona que se hace condenar por muy
poca cosa.
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Las maldiciones que echaba Gombrowicz son inolvidables, la que echó al comienzo de
“Transatlántico” es increíble, pero no es la única, existen otras igualmente crueles, la
dirigida a algunos lectores, para poner un ejemplo.
“A todos aquellos que hablan de mí en vano, que abusan de mi nombre, los castigo
cruelmente: me muero en sus bocas”
Yo andaba, justamente, a la pesca de personas a las que Gombrowicz se les hubiera
muerto en la boca, así que me puse a ver si encontraba algunas en la década del 80 y
también en las décadas posteriores.
El suceso argentino más importante de la década del 80 concerniente a Gombrowicz
fue, sin lugar a ninguna duda, la película que filmó Alberto Fischerman, “Gombrowicz
o la seducción” con el guión del Esquizoide, un hombre de letras muy bien perfilado en
el arte de escribir.
No creo que haya habido presentaciones más deslumbrantes de libros que las que le
hicieron a “Cartas a un amigo argentino”, en el Centro Cultural de España, y a
“Gombrowicz, este hombre me causa problemas”, en la Embajada de Polonia. Al
primero lo presentaron el Pterodáctilo y el Buey Corneta, en una reunión a la que asistió
tout Buenos Aires. Al segundo lo presentaron el Zorro, el Socialista, el Régisseur
Fanfarrón y el Buhonero Mercachifle, en una embajada desbordante de entusiasmo.
No es el caso de que me ponga a contar aquí todas las peripecias de estos
acontecimientos tan rutilantes que se me han grabado en la memoria y dejado un sabor
muy dulce, voy a referirme solamente a una circunstancia amarga. Cuando la Hierática
empezó a elegir el medio en el que había que hacer la propaganda a “Cartas a un amigo
argentino” se decidió por “La Nación” y se puso en contacto con el Prohombre. El
periodista, que no podía imaginar en ese momento lo que iba a ocurrir después, aceptó
de inmediato la propuesta sin reserva alguna.
Estaba hablando con el Pato Criollo de esto y de aquello, pero no en el mismo lugar
sino caminando. El Pato Criollo se desplazaba lentamente hacia un lugar, no por nada el
Guitarrón lo llama el maestro de las intrigas, y yo lo seguía.
Repentinamente para mí pero no para él, porque era un movimiento que había calculado
cuidadosamente, nos encontramos junto a otra persona. El Pato Criollo, que conocía el
cambio de nombre que me habían hecho en “La Nación”, nos preguntó a los dos si nos
conocíamos. El otro, claro, era el Prohombre; nosotros nos pusimos colorados como un
tomate mientras el Pato Criollo se reía a carcajadas.
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Apremiado por su conciencia que lo sermoneaba con que debía ser un abogado, o un
médico, o un mujeriego, o un coleccionista, pero que debía ser alguien, Gombrowicz
escribió “Ferdydurke”, un programa espiritual para establecerse en la madurez, sin
embargo, le salió el tiro por la culata.
Su punto de partida para encontrar un lugar en el mundo es la defensa que hace de su
yo, busca un camino que le proporcione seguridad, como lo había hecho Descartes con
sus ideas claras y distintas.
“No me está permitido escribir: la sopa de tomate es un buena sopa. ¡Qué abuso! En
cambio, estoy en mi derecho cuando digo: me gusta la sopa de tomate. ¡Así es como
hay que hablar! Eso es el estilo”.
El cogito cartesiano llega a ser el punto de partida de toda la filosofía idealista desde la
cual se intenta alcanzar el mundo real. Descartes, Kant y Husserl, refiriéndose al
pensamiento, a la razón y a la conciencia, corrigen el rumbo de la filosofía en tres
momentos cruciales en el desarrollo de las ideas fundamentales.
El pensamiento de Descartes sirve de puente para pasar de Platón y de Aristóteles a la
filosofía moderna, y es también el que le abre las puertas a la noción de sujeto.
El realismo de las ideas de Platón y el realismo del sistema de Aristóteles son puestos
en tela de juicio por la duda metódica de Descartes y por su pienso luego existo.
Se considera a Descartes como el padre de la filosofía moderna, independientemente de
sus aportaciones a las matemáticas y a la física. Este juicio se justifica, principalmente,
por su decisión de rechazar las verdades recibidas de la escolástica, cuyos prejuicios
combatía activamente.
Kant trata de terminar definitivamente con la idea del ser en sí. Para el conocimiento el
ser no es en sí, sino que es un ser para ser conocido, puesto por el sujeto pensante como
objeto del conocimiento.
Sin embargo, en ningún pensamiento, por claro y distinto que sea, hay la más mínima
garantía de la existencia de su objeto. Para decir esto Descartes hace un rodeo muy
llamativo, se imagina que un geniecillo maligno y todopoderoso se puede empeñar en
engañarnos; nos puede poner en la mente pensamientos de una claridad y sencillez que
tengan una evidencia indubitable, y, sin embargo, esos pensamientos, a pesar de su
evidencia, puede que no sean verdaderos para el caso de que ese geniecillo
todopoderoso, maligno y burlón se hubiera dado el gusto de poner en nuestra mente
pensamientos evidentes y, no obstante, falsos.
Claro que ésta es una manera metafórica de hablar. Lo que quiere decir aquí Descartes
es que un pensamiento no contiene nunca, en su estructura como pensamiento, ninguna
garantía de que el objeto pensado corresponda a una realidad fuera del pensamiento
mismo.
Para salvar este inconveniente Descartes afirma que Dios existe, y que esta existencia
impide que el geniecillo burlón nos engañe. Para demostrar la existencia de Dios recurre
a tres razonamientos que en los tiempos que corren resultan de lo más extraños. El más
famoso de estos argumentos consiste en afirmar que la idea de Dios no puede haber sido
creada por el geniecillo maligno pues esa idea designa a la mismísima perfección, y
siendo el hombre un ser imperfecto no pudo concebirla por su cuenta, debe haber sido
concebida por Dios mismo.
decir, en una forma bien definida, un giro fatal que retoma la línea tradicional del
cartesianismo.
Entonces se le despiertan unos recuerdos sombríos sobre una mulatona llamada Rosa, y
la alegría que le había aparecido con la mudanza se le esfuma. La oscura mulatona era
como las algas en el fondo del agua, una cosa negruzca que se distingue mal. En el lugar
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De una fealdad negra le surge un hijo ilegítimo que quizás no esté bautizado ni tenga
partida de nacimiento. Una negrura tenebrosa, tropical y hotelera desbordante de
ilegitimidad se le anuncia desde la Argentina.
Al comienzo de este diario, en el que relata episodios completamente falsos, nos dice
que la casa estaba tasada en ciento cincuenta mil dólares, pero que el dueño sólo le
había pedido cuarenta mil en la mano, posiblemente porque se trataba de un admirador
ricachón. Y el final de este diario es una obra maestra con la que tortura sin piedad a sus
enemigos polacos londinenses.
“¡Un hijo ilegítimo que ronda/ la ilegitimidad redonda del hijo!/ ¡El despacho redondo
de Rosa/ En que fue concebido el hijo! (...)”
“¡Vendo! ¡Vendo! ¡Vendo! ¡Vendo muy barata una villa con sus habitaciones en fila,
con terrazas sólidas y vistas panorámicas en un pinar y con un despacho redondo!
Vendo al hijo y a Rosa con sus alcobas y redondeces. Urgente vendo una villa en muy
buenas condiciones Tel. 36-580-1 de 15 a 17 h. He vendido por doscientos catorce mil
dólares, con alcobas con vista panorámica, hijo y mulata. ¡Me he quedado sin nada!”
Cuando Gombrowicz murió aparecieron polacos de buena voluntad, salidos de todos los
rincones de la tierra, que se dispusieron a difundir la palabra del maestro por el mundo
bajo el ala protectora de la Vaca Sagrada.
Gombrowicz ha tenido muy mala suerte con el cine porque los polacos, cuando se trata
de él, juegan a ver quién se hace más el loco.
“Una carta de Argentina” relata una investigación que hace El Pegajoso en Buenos
Aires sobre el hijo ilegítimo de Gombrowicz a quien finalmente encuentra.
A pesar de que le ofrecimos alguna resistencia intentando establecer un línea de defensa
con el Ministro de Cultura de Polonia, a la sazón Slawomir Ratajski, que intercedió en
nuestro favor, los guapos de Polonia se salieron con la suya y pasaron el film por la
televisión polaca. Desgraciadamente también lo exhibieron en el cine, en funciones
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Mis relaciones con el Esperpento, nunca del todo buenas, habían sufrido un brusco
enfriamiento y se habían puesto tensas en la casa de Madame du Plastique cuando puse
al descubierto que, soto voce, se lo conocía entre nosotros como el Esperpento, un mote
que le había puesto Flor de Quilombo.
Para el año del centenario me apoderé de la Embajada de Polonia y, por intermedio del
que ahora era el embajador, Slawomir Ratajski, también me apoderé del Centro Cultural
Borges y de la Feria del Libro, poniéndole una barrera infranqueable a la participación
del Esperpento en estas jornadas.
Cuando el Larguirucho y el Pegajoso desembarcaron en Buenos Aires se pusieron en
contacto de inmediato con la Alemana Psicopática, una germana muy atractiva pero
siniestra. Todo parecía hermoso y plácido, pero el diablo estaba emboscado.
Todo terminó mal, basta conocer las últimas explosiones que se produjeron en esta
reacción en cadena que tuve con el Larguirucho.
“Jamás se me cruzó por la cabeza que podía existir un gusano farsante tan grande como
vos. Cada vez que pienso en lo que hicieron se me revuelven las tripas de indignación
(...) Los que se ocupan de hacer películas sólo entienden el mundo que pasa por el
objetivo, lo que entra en la lente existe, lo demás tiene poca importancia. A esta
limitación general vos le agregaste otra, una idea idiota e inmoral, inmoral porque vos te
viniste para acá con la aviesa intención de demostrar que el medio argentino en el que se
había desenvuelto Gombrowicz era mediocre, y para probarlo hicieron todo lo posible
por mostrarnos en una situación inferior recurriendo a la provocación con el hijo
bastardo y al embotamiento con el alcohol (...)”
“La participación del Pegajoso en ese sentido es terrible, a cada paso se nota en la
película cómo se está burlando de nosotros (...)”
“Tengo también buenos recuerdos tuyos; nuestras sesiones de ajedrez, de ginebra, de
vodka, de champaña –una borrachera casi permanente acompañada siempre por la
mirada vigilante de la Alemana Psicopática, tu cómplice femenina– no fructificaron en
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espíritu como se ve muy claro en la película (...) No voy a permitir que un mocoso
como vos no atienda al hinchamiento de mi personalidad, que se hincha y se hincha en
el mundo entero y no sé si no voy a reventar”
Aunque Gombrowicz no era indiferente a la vida difícil de los pobres, mientras vivió en
Polonia, tuvo una vida fácil sin necesidades materiales. La familia, las institutrices y el
servicio doméstico lo mantuvieron alejado de la parte dura de la existencia. Las cosas
cambiaron brutalmente cuando llegó a la Argentina, el mundo doble y acolchado de ese
noble burgués se derrumbó y Gombrowicz tuvo que enfrentar el hambre, la humillación
y toda la variedad de las penurias materiales que produce la miseria.
Este cambio fatal de las circunstancias acentuaron el rechazo que siempre había tenido
por los artificios, el idealismo y las ilusiones al punto que se obligó a definir de una
manera drástica su axiología.
“¿El vacío? ¿Lo absurdo de la existencia? ¿La nada? ¡No exageremos! No se necesita de
un Dios o unos ideales para descubrir el valor supremo (...)”
“Basta permanecer tres días sin comer para que un mendrugo adquiera ese valor;
nuestras necesidades son la base de nuestros valores, del sentido y del orden de nuestra
vida”
Todas las historias que conciernen a los hombres tienen un principio y un fin, veamos
entonces un poco de cómo empezó la historia de Gombrowicz.
En el tiempo en que Onufry Gombrowicz, el abuelo de Gombrowicz, es obligado a
vender sus propiedades en Lituania y a trasladarse a Polonia se sintió injustamente
puesto fuera de su clase, se mostró hostil a su nuevo medio y se quedó orgullosamente
apartado en su clan cerrado.
Su hijo, Jan Onufry, a la muerte de su padre, abandona sus estudios, compra una
propiedad en Maloszyce y contrae matrimonio con Marcelina Antonina Kotkowska, una
hermosa mujer que le da cuatro hijos; Janusz 1884, Jerzy 1885, Irena 1899 y Witold
1904.
Las representantes del bello sexo amigas de Rena que frecuentaban la casa se
caracterizaban más por sus virtudes que por su coquetería, se dedicaban a actividades
filantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo, razón por la que Janusz y Jerzy, sus
hermanos mayores, se sentían perjudicados. Su actitud hacia esas amigas y hacia los
principios que ellas practicaban era hostil y maligna.
El catolicismo de la madre de Gombrowicz era espontáneo, natural y despreocupado,
cuando abordaba cuestiones teológicas lo hacía con indolencia y sin preparación. Era
católica ferviente de la misma forma que era polaca y nacida de terratenientes. La fe de
Rena era, en cambio, complicada, fruto del esfuerzo y la concentración, un catolicismo
que podríamos calificar de existencialista.
El catolicismo moderno del temperamento más fuerte de los hermanos, era un espíritu
lógico atraído por la objetividad científica, con una fe sentimental y razonada a la vez,
que estudiaba matemáticas y que tenía un actitud desprovista de alegría.
La severidad y la frialdad propias de la hermana se iban convirtiendo en el rasgo
característico de la generación de Gombrowicz, un presagio del nacimiento de tiempos
nuevos y más duros.
Los hermanos se burlaban de las exageraciones de Rena y de sus amigas mostrándoles
que eran el fruto de un refinamiento burgués y de las comodidades aseguradas por
pertenecer a una clase social superior. Estas objeciones no llegaban a la conciencia de la
madre que las rechazaba por proceder de la incredulidad y de la malicia.
Pero en jóvenes como la hermana sí encontraban resonancia porque sabían que fuera de
su mundo se ocultaba otro más brutal que no se podía evitar. Se sentían culpables: –No
es culpa mía que haya nacido en un medio acomodado, cada uno tiene que vivir allí
donde lo puso Dios, replicaba Rena; –Vamos, dime, ¿no es lógico?
Actuó toda su vida de acuerdo a esa lógica, era trabajadora, escrupulosa, disciplinada,
silenciosa y modesta. Pero estas católicas más modernas se encontraban limitadas por el
peso de la tradición, por los lugares comunes de las madres y de las tías contra las que
no querían rebelarse demasiado.
Polonia era por aquel entonces un país de estilos agonizantes, uno de los alimentos
principales de los que dispuso Gombrowicz para la concepción de “Ferdydurke”.
Los diez años de diferencia que tenía con su hermano Janusz bastaban para mostrar con
qué rapidez se producían los cambios. Janusz aún pertenecía a la juventud dorada, en
vías de desaparición, era del campo, elegante, caminaba balanceando el bastón y se daba
vuelta cuando se le cruzaba una mujer, con cara de tenorio. En el teatro se le veía
siempre en las primeras filas conservando el porte de la nobleza terrateniente. Aunque
no tuviera nada en el bolsillo, llegaba siempre a uno de los cafés más distinguidos de
Varsovia en un coche elegante que, cuando ya estaba en las últimas, tomaba en la
esquina más cercana sólo para descender en el café con su gala correspondiente.
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Jerzy manifestaba durante el tiempo de su carrera universitaria, un gran gusto por todo
el ritual y todo el protocolo solemne utilizados en los asuntos del honor, sin embargo,
no los tomaba en serio. El benjamín de los Gombrowicz en cambio estaba
completamente desprovisto de honor, en esa materia era un salvaje incapaz de distinguir
las jerarquías de las partes del cuerpo y comprender por qué una bofetada era algo más
terrible que un golpe en la oreja.
El deporte que más practicaba con su hermano Jerzy era el de arrastrar a la madre a
discusiones absurdas, una de las primeras iniciaciones en el ejercicio de la dialéctica
que tuvo Gombrowicz, unas conversaciones que escandalizaban a las empleadas
domésticas que tomaban partido por la pobre madre.
¡Otro divorcio en la familia!; –¿Qué estás diciendo?, ¿otro divorcio en la familia?, ¡no
es posible!; –Te lo aseguro, me lo contó la tía Rosa, parece que ella se enamoró de su
peluquero; –Cielos, qué escándalo. Al final de esta conversación teatral entre Jerzy y
Witold aparecía la madre temblando de indignación: –¡Si la mujer de Henryk es tan
desvergonzada no volveremos a recibirla!: –Pero, ¿por qué?, la tía Ela se divorció dos
veces y ahora juega al bridge con sus tres maridos, dice que forman un equipo perfecto
y que gracias a sus divorcios sus hijos tenían el doble de parientes.
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Un cómico y un bromista nato dotado de un gran sentido del efecto y de una notable
invención en materia de dichos y expresiones algunos de los cuales fueron siendo
utilizados por Gombrowicz cometiendo, como él mismo lo dice, un miserable plagio.
Gombrowicz ajustó cuentas con los miembros de su familia en todas sus obras, pero sin
mencionarlos por su nombre. En “Historia” en cambio, una pieza de teatro que no llegó
a ver la luz del día en vida de Gombrowicz, los pasa por las armas a todos. Intervienen
como personajes el mismísimo Gombrowicz y el resto de la parentela, el padre, la
madre y sus tres hermanos, con sus verdaderos nombres.
A medida que se desarrolla la acción estos fantasmas se van transformando en
personajes históricos de las cortes europeas de principios del siglo XX.
Gombrowicz se mueve como un enviado especial que se pasea descalzo invitando a los
reyes a que hagan lo mismo. Se propone liberar a los hombres pidiéndole a los
emperadores que dejen de representar sus papeles y se quiten los zapatos.
Gombrowicz entra descalzo a su casa junto con el hijo del portero. A partir de ese
momento la familia se convierte en un jurado que examina esta confraternización entre
clases y se pregunta si Gombrowicz sería capaz de graduarse de bachiller debido a esta
circunstancia. De junta examinadora la familia se transforma en un tribunal militar y, de
delirio en delirio, llega hasta la corte del zar Nicolás II, a las puertas de la primera
Guerra Mundial.
Yo llegué a conocer a un miembro de la familia de Gombrowicz. Cuando me encontré
con la Vaca Sagrada en Buenos Aires en el año 1973 el inefable Gustaw Kotkowski,
primo de Gombrowicz, nos hizo de partenaire.
Es difícil encontrar una persona tan amable y cordial como Gustaw Kotkowski, sin
embargo Gombrowicz en el café Rex lo trataba en forma desconsiderada. Nos contaba
que su primo tenía propensión a dormirse, que se dormía en cualquier lugar, que un día
lo había encontrado dormido de pie en una estación de subterráneo apoyado en una
pared.
Kotkowski visitaba a Gombrowicz en el café Rex una vez por mes para charlar y
llevarle un paquete con ropa. Cuando nos retirábamos Kotkowski era el que abría la
puerta del ascensor. Gombrowicz entraba primero con el paquete debajo del brazo sin
decir ni siquiera gracias. Cuando le preguntábamos por qué era tan descortés con una
persona tan amable como su primo decía con tono displicente: –Vean, sucede que está
preestablecido, nuestras familias son casi iguales, pero la mía es levemente superior a la
de él.
El Viejo Vate, poeta, ensayista y uno de los críticos más eminentes de Polonia, nos pone
sobre aviso de la propensión que tenía Gombrowicz para jugar en contra de sí mismo
con el propósito de provocar a los lectores.
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La creación artística que resulta del tipo de escritura que Gombrowicz utiliza en los
diarios, realizada en un lenguaje absolutamente propio, suele ser tomada como una
escritura discursiva con sus lugares comunes, sus estereotipos y su académica o
pseudoacadémica lectura susceptible de una sola interpretación. Es posible que el
mismo Gombrowicz se engañara utilizando su propio lenguaje de un modo que no es el
artístico, pero lo más probable es que lo haya hecho con una premeditación artística
absoluta, jugando con ese lenguaje para que aparente ser algo que no es, exponiéndolo a
la prueba más difícil, a un uso que se contradice con su propia naturaleza, a un uso que
le juega en contra.
Detrás de la utilización de su propio lenguaje intelectual y artístico, para fines que le son
adversos y que son ajenos a este lenguaje, podría ocultarse la más grande de las
provocaciones intelectuales y artísticas de Gombrowicz.
Si esto fuera así, entonces sería posible el acuerdo pérfido entre la masa gris de
gombrowiczólogos y los lectores ingenuos que ven en el “Diario” la única, ya que la
pueden entender, obra artística de Gombrowicz, y también sería posible ver en esta
creación de sí mismo a través de la escritura, una actividad que requiere de un esfuerzo
de interpretación, la respuesta a los enigmas de Gombrowicz y el fundamento de la
gombrowiczología por los siglos de los siglos.
De aquí entonces las orgías lingüísticas de “Transatlántico”, de aquí la estilística
perfidia de “Pornografía”, de aquí el leguaje provocativo del “Diario” que en realidad
no es ningún diario, porque hace lo que le viene en gana, simulando una manera de
escribir para que los más tontos piensen que entienden algo.
Gombrowicz se golpea la cabeza contra la impotencia del leguaje literario, hace piruetas
increíbles para arrancarlo de su estado de parálisis, y se convierte en alguien
absolutamente liberado en lo espiritual y libre intelectualmente como pocos entre los
vivos.
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La obra creativa de Gombrowicz es sorprendente, sin embargo, hay en ella una frontera
que no se puede traspasar, la frontera del lenguaje. Como es sabido, esta limitación es
un mal generalizado, pero hay que tenerla en cuenta sobre todo para resaltar la
particular filosofía y el sentido de libertad en Gombrowicz que no reconoce otro límite
que no sea el del leguaje. Los entendidos, si es que los hay, podrán demostrarlo, ya que
se puede olfatear el modo en que Gombrowicz rebota contra las paredes del lenguaje de
la misma manera que una pelota rebota contra la pared.
En unas palabras recientes que el Viejo Vate escribe sobre mí, despotrica contra las
actuales condiciones políticas de la Polonia de los Gemelos Pimentones.
“Juan Carlos Gómez es para mí el más importante exégeta de Gombrowicz entre los
vivientes del mundo. Ningún espíritu científico puede competir con él teniendo en
cuenta su unión espiritual muy particular con el maestro y sus competencias
intelectuales tan singulares de las que surgió como prueba sugestiva su brillante e
insuperable trilogía gombrowicziana publicada en „Twórczosc‟ (2004). Uno no llega a
entender por qué esa trilogía no ha despertado interés en ningún editor de la patria del
gran escritor a quien los manipuladores de la autoridad nunca podrán esconder ni
destruir”
„La argucia de la que me podía servir para salvarme de la coquetería era la de tratar mi
grandeza como un producto no premeditado que me imponía la actividad de la forma.
Recordemos una vez más que la grandeza es un atractivo muy eficaz y constituye el
verdadero sex-appeal de la gente madura que ciñe laureles en su frente‟ (...)”
“Gombrowicz podía entonces, por un lado, desacreditar su propia grandeza y, por
otro, entregársele impúdicamente sin necesidad de recurrir a los virtuosismos de
Mann. Gombrowicz ya estaba en condiciones de experimentar en su propio
laboratorio, es decir, en el „Diario‟, entonces empezó a hacer menciones pequeñas y
discretas a su mismísima gloria. Pero algo salió mal, el convencionalismo que le
impide al autor este tipo de jactancias funcionó, y los lectores se empezaron a aburrir”
Cuando Bonifacio del Carril se me acercó una tarde a la mesa en la que estaba
conversando con la Hierática y me dijo que el libro iba para julio empecé a armar lo que
terminó siendo “Cartas a un amigo argentino”.
Debo reconocer que el Pato Criollo me dio una mano, fue el pulgón que utilizó la
editorial para leer la correspondencia de Gombrowicz y su informe fue decisivo. Las
historias verdaderas que se cuentan en este gombrowiczidas están relacionadas, sin
embargo, con emociones negativas, y en menor medida con emociones positivas
Después de que Bonifacio del Carril estampara la fecha de publicación de “Cartas a un
amigo argentino” en un papel que guardo como un tesoro a pesar de sus exiguas
dimensiones, puse manos a la obra y empecé a fabricar un marco que le quedara bien al
libro.
Di mi primer golpe proponiéndole a la Hierática que publicara también las cartas que yo
le había escrito a Gombrowicz pero me lo rechazó de plano: –Mirá, no, Emecé desea
hacer una edición económica.
La limitación que me puso “Emecé” y que yo no busqué me trajo, sin embargo,
calurosos felicitaciones pues algunos gombrowiczidas ilustres destacaron
posteriormente mi modestia y mi generosidad. El Perverso y el Guitarrón se sumaron
con entusiasmo al rechazo de la Hierática mediante la utilización de la técnica de la
contratransferencia y la modalidad de la desaparición, en ese orden.
Le pedí al Pterodáctilo que escribiera el prólogo, yo escribí el epílogo, y cuando ya
había terminado de redactar la presentación me pareció que me estaba dando un exceso
de lugar, entonces le pedí ayuda al Pavo.
En la misma época que Emecé publicaba las cartas que me había escrito Gombrowicz,
“Tworczosc”, en Polonia, publicaba las que yo le había escrito a él, y esta réplica de
sucesos que ocurría a catorce mil kilómetros de distancia, despertó un sentimiento negro
en el Pavo, uno de los integrantes de este dramatis personae. Los celos están
constituidos por el temor de que nos sea arrebatado el cariño de un ser que amamos, y la
envidia es una tristeza causada por el bienestar de otro.
Pues bien, una mezcla de celos y de envidia se apoderó del corazón del Pavo. Mientras
aquí aparecían notas sobre “Cartas a un amigo argentino”, en Polonia publicaban notas
sobre mí, y aquí aparece el otro integrante del dramatis personae: el Viejo Vate. La
primera estocada la dió el Pavo.
“Estoy orgullosísimo de que mi humilde texto saldrá en polaco, en Tworczosc, gracias a
ti y a Kalicki (...) La nota que realmente me gustó es la de Alan Pauls (...) Lo que me
decís del eximio crítico polaco Bereza, no sé, no estoy seguro... Me gustan mucho las
cartas tuyas a Gombro que he leído, pero en mi humilde opinión no se puede decir con
justicia que Gombro 'conseguía a duras penas' escribir sus cartas mientras vos 'bailabas'
escribiendo las tuyas (...)”
“A ver, Bereza, a ver ésa (...) Leí tu carta admirando como siempre tu inteligencia y tu
penetración, hasta que llegué al final, donde me jurás por la Santísima Virgen María que
te pusiste a llorar cuando llegaste al final del texto de Bereza. Aquí tuve ciertos
problemas (...) Bereza escribió un panegírico, quizás quieras empujarme al panegírico,
pero yo no puedo escribir panegíricos (...) Pero me basta el textecito de Bereza que me
mandaste para convencerme de que, a menos que se trate de una burla, estamos frente a
un guitarrero de muy baja estofa”
Donde las dan las toman, Kalicki publicó en Tworczosc estos fragmentos de la carta que
me había escrito el Pavo y que yo le había hecho conocer para echar más leña al fuego,
y el Viejo Vate no se quedó callado.
“Nirenberg escribe tonterías que tienen origen en la amistad que tiene con vos y también
en la envidia, respecto a lo cual se puede tener una actitud tolerante. Te nombré el hijo
espiritual de Gombrowicz, no en un momento de exaltación, sino en plena conciencia de
lo que pasó entre ustedes dos porque en la base de los milagros de la existencia algo así
siempre puede ocurrir entre dos hombres, o entre una mujer y un hombre. Esto puede
ocurrir independientemente de las diferencias que existen entre generaciones, entre
sexos y, en general, entre todo, solamente no puede ocurrir en personas como Nirenberg
porque su personalidad y su mentalidad, achatadas como después de un planchado, no
pueden captar ni ver algo parecido”
Esto me lo escribió a mí, pero el Viejo Vate quiso que se conociera de otra manera su
pensamiento y entonces publicó unas palabras en “Tworczosc”.
“Yo mismo me encontré como una aguja en un pajar, así que voy a aprovechar esta
oportunidad para atacar la calificación de panegírico que Nirenberg le hace a mi nota
'Goma'. En 'Goma' no escribí ningún panegírico sobre Gómez ni sobre Gombrowicz. Mi
ensayo trata sobre una colisión trágica entre dos hombres, dos creadores del valor más
grande de este mundo, el de la amistad creadora. La culpa trágica recae en este caso
sobre el que se sintió obligado a tomar una decisión que se convirtió en un castigo para
sí mismo. El otro solamente estuvo presente en esta tragedia y aunque pudo sobrellevar
el peso de esta presencia el costo no fue pequeño. En mi texto 'Goma' no hay ningún
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Pero una vez que los celos se despiertan la acción suele desembocar en una tragedia, y
eso fue precisamente lo que ocurrió entre el Pavo y yo cuando me puse a buscar un
prólogo y una presentación para la edición polaca de mis cartas.
En un principio traté de seducir al Buey Corneta y al Pato Criollo pero sin ningún
resultado, entonces se me ocurrió pedírselos al Viejo Vate y al Pavo que ya había escrito
la presentación de “Cartas a un amigo argentino”, una ocurrencia que terminó con
nuestra amistad. La primer versión de la presentación se la rechacé de plano pero la
segunda se la acepté calurosamente.
“Muy bien, Ricardo, brillante, por fin me pude quitar de encima toda la ferretería de la
madre Rusia que me habías puesto sobre las espaldas. El texto de tu presentación es
magnífico tanto en las ideas como en el idioma (...)”
Mientras el Pavo corregía algunos pasajes de esta segunda versión, el Viejo Vate le
ponía punto final al prólogo, una pequeña joya literaria con la que empecé a darle celos
al presentador. Cuando le pedí que eliminara de la presentación a la Finada, una de las
tres Gorgonas polacas, con la que me había peleado en vida por haber tomado partido
por la Vaca Sagrada en el asunto de la publicación de las cartas de Gombrowicz, no
estuvo de acuerdo.
“No, no estoy de acuerdo con sacar el nombre de Alicia (...) cada uno debe vivir con su
conciencia, y yo con la mía”
Los celos estaban destruyendo los restos de vida que le quedaban a nuestra amistad.
“Tu presentación irá sin Alicia, no puedo creer que siendo amigo mío te niegues a
darme el gusto (...)”
Intentó darme el gusto cuando la esposa lo convenció de que estaba bien que eliminara a
la Finada de la presentación pues si había muerto tan disgustada conmigo porque yo
había publicado las cartas de Gombrowicz sin la autorización de la Vaca Sagrada,
entonces, de estar viva, no le hubiera gustado nada ver su nombre en la presentación de
un libro mío, y la estaría traicionando si contrariara esa voluntad presunta de la Finada.
Las cartas que yo le escribí a Gombrowicz fueron publicadas en Polonia en la revista
“Twórczosc” con un prólogo y un epílogo memorables: “Goma” de Henryk Bereza y
“Epílogo gomoso” de Jorge Di Paola. La presentación del Pavo, en cambio, duerme el
sueño de los justos, ese brebaje ponzoñoso preparado con pata de celos, cola de boludez
y una pizca de Vaca Sagrada quedó en un cajón de mi escritorio.
De mal en peor, la relación epistolar afectuosa e intensa que había mantenido con el
Pavo terminó cuando me devolvió una carta sin abrir dentro de un sobre.
De la observación atenta de las fotos que forman parte de este gombrowiczidas se puede
deducir con toda claridad que el Pavo es un hombre de armas tomar y que el Viejo Vate
es un poeta de la vida.
“Inferno. Canto terzo Per me si va nella città dolente Per me si va nell‟eterno dolore,
Per me si va tra la perduta gente. Giustizia mosse il mio fattore: fecemi la divina
potestate, la somma sapienza e‟l primo amore. Dinanzi a me non fuor cose create se
non eterne, e io eterna duro. Lasciate ogni speranza, voi che entrate”
Los detalles de la reescritura que hace Gombrowicz de las palabras inscriptas en la
puerta del infierno están en el “Diario”, unas páginas que muchos de sus
contemporáneos calificaron de libelo.
El infierno de Dante según la idea de Gombrowicz está mal hecho, está hecho por un
Satanás que sólo busca el mal, también para lo que él mismo hace, pero Dante no podía
hacer otra cosa porque era un hombre de la Edad Media.
Después de volver a escribir el comienzo del Canto Tercero del Infierno Gombrowicz
queda muy satisfecho, ha convertido al diablo y al hombre en las columnas
indestructibles del infierno. Con estas ideas nuevas sí que estamos en un infierno
dantesco. Ha pegado un salto de seiscientos años para modificar unos conceptos de la
Edad Media con otros conceptos modernos.
En este punto a Gombrowicz le parece que ha llegado la hora de exhibir su maestría en
este tipo de empresas y nos anuncia que hubiera podido echar mano a otras diez ideas
igualmente vertiginosas y desconocidas por Dante para alcanzar este propósito, y
enumera algunas categorías sacadas la física, del marxismo, del existencialismo y del
estructuralismo.
Empieza a subir por una montaña de cadáveres mientras va pensando que nuestra
convivencia con la muerte es anormal porque el pasado ya no existe, ni el pasado de los
siglos ni mi propio pasado. Con los restos del pasado se recrea una existencia que se
fue, convivir con el pasado significa aprehenderlo sin pausa, convocarlo continuamente
a la existencia, pero del pasado sólo tenemos restos, es caótico, fragmentario y casual.
El pasado es un gigantesco escenario hecho de minucias. En este camino ascendente y
oscuro que recorre entre los muertos se va encontrando con lo que para él es el quid de
todo lo que existe: el dolor. La realidad es realidad porque se nos opone, porque nos
hace daño. El hombre real es el que siente dolor porque el dolor es el fundamento de la
existencia.
“Este libro, la Divina Comedia, se escribió hace seis siglos. ¿He de buscar en el pasado
seres humanos o, más bien, una suerte de abstracción dialéctica sobre la evolución? De
los hombres del pasado sólo me llegan los más importantes. En este gran desfile de
todos los muertos del mundo sólo podré reconocer a los grandes”
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Gombrowicz sigue haciendo reflexiones sobre la muerte. Cada día mueren cientos de
miles de personas y nosotros no nos enteramos de nada, la discreción de la muerte y de
la enfermedad es admirable, todo ocurre fuera de nosotros.
La muerte es universal, imprecisa y no deja rastros. Gombrowicz quiere encontrarse con
Dante, pero sólo se encuentra al autor de la Divina Comedia que llega hasta él a través
de la historia.
Los grandes hombres dejan de ser hombres para ser obras, y nuestra actitud ante esas
obras es ambigua: valemos menos porque son grandes, pero también es cierto que
valemos más pues el estado de nuestra evolución es más alto.
No puede ponerse en contacto con Dante sino con una gran obra del pasado, cuando
intenta alcanzarlo con su talante moderno, prescindiendo de la historia, entonces siente
que la Divina Comedia no vale nada. El infierno de Dante no es un castigo, pues el
castigo nos purifica y tiene un término en el tiempo, mientras su infierno es una tortura
eterna, un dolor que nuestro sentido de justicia rechaza.
Sólo por miedo y por vileza pudo haber mezclado Dante el primer amor con ese
infierno.
“Recojo el libro de la vergüenza, ojeo el poema en su conjunto... no hay duda, todo este
baño infernal desprende el perfume del amor supremo. Dante acepta el infierno, lo
aprueba, es más, lo venera ¿Cómo puede ser? ¿Que pasó para que una obra tan viciada
por el miedo enloquecido, tan servil y tan contraria al más esencial sentido de la justicia
humana acabara convirtiéndose con los siglos en un libro edificante, en el poema más
solemne?”
El infierno de Dante no es verdadero, las torturas son retóricas, los condenados
declaman y su eternidad tiene la indolencia de los monumentos.
La humanidad se mueve en el camino trillado de los modos de expresión, pero no
podemos escaparnos del infierno tan fácilmente, los herejes eran quemados vivos,
realmente.
Las ideas que Gombrowicz tenía sobre el infierno y sobre el diablo no resultaban tan
dantescas, eran parecidas a las que tenía el catequista que nos preparaba para tomar la
primera comunión. El infierno al que iríamos si no obedecíamos los mandamientos de la
ley de Dios tenía un fuego eterno, no lo afectaba la escasez de kerosene, las llamas no se
apagaban nunca. Esta idea que nos metía en la cabeza era realmente preocupante, y en
aquel tiempo Gombrowicz todavía no había escrito nada sobre el infierno, y aunque lo
hubiera escrito yo era muy joven para comprenderlo, tenía ocho años.
Era un diablo más bien teórico, sin embargo no dejaba de meter miedo por eso. No hay
obra de Gombrowicz ni corta ni larga, ni temprana ni tardía, en la que no se sienta la
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presencia del Maligno. Desde “El bailarín del abogado Kraykowski” hasta “Opereta” el
diablo se pasea mostrándonos la cola.
Una noche se despertó y sintió un peso sobre los pies, movió las piernas, algo gruñó y
se alejó, pero no pudo ver lo que era porque estaba muy oscuro, era de noche. Lo
invadió una terrible sospecha, la casi certeza de que no había sido el perro negro de la
casa sino un ser cien veces más horroroso el que se había acostado a sus pies. Esa idea
lo atormentó varias noches, finalmente recordó algo que le había sucedido cuando era
niño.
El obispo de Sandomierz había ido a visitar a los padres y les confesó que una noche se
le había aparecido el Maligno. Cuando ya dormía sintió un peso sobre los pies, movió
las piernas para sacárselo de encima y algo increíblemente pesado cayó emitiendo un
ruido metálico.
No era un perro, era un pequeño hombrecito de cincuenta centímetros que parecía estar
hecho de metal. Pronunció una oración para ahuyentarlo, la criatura emitió un alarido y
se escondió debajo del armario. Cuando el obispo constató más tarde que el suelo había
quedado completamente quemado huyó de la casa atravesando el campo y pasó toda la
noche bajo las estrellas a pesar de que nevaba.
Estos episodios asociados produjeron en Gombrowicz consecuencias importantes que
justifican la presencia del diablo en toda su obra.
“Los días vividos a la sombra de aquellos terribles enigmas me introdujeron en regiones
espirituales hasta entonces desconocidas y que no hubiera alcanzado con facilidad por
caminos normales. Me pusieron en contacto con el Misterio, con la máscara, me
revelaron el poder de los significados ocultos, me arrancaron de la rutina de lo cotidiano
para precipitarme en el pathos, en el drama de nuestra verdadera situación en el mundo.
Esos descubrimientos casi oníricos me mostraron un lenguaje sibilino y poderoso, al
que luego recurrí con gran frecuencia en mis obras literarias posteriores”
Wladyslaw Jankowski, llamado Dus, era dueño de una estancia en Necochea. En esa
estancia, “La Cabaña”, Gombrowicz escribió páginas memorables sobre las rubias, el
perro, la vaca, el caballo y los escarabajos en un ambiente familiar en el que le hacía
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muecas con la mitad de la cara a dos jóvenes hijas de Dus mientras componía versos
con el amigo.
En el año 1955 Vladimir Nabokov había actualizado la atracción malsana que ejercen
las nínfulas sobre los hombres maduros con su “Lolita”. En la época que apareció la
“Lolita” Gombrowicz escribía también sobre unas lolitas.
“Marisa, quince años, distinguida y romántica (...) se sumerge continuamente en las
luminosas brumas de la belleza, el amor y el arte (...)”
“Andrea, doce años, una chiquilla avispada, brillante y perspicaz, me gusta reír con ella,
se ha especializado en robarme la pipa. Lena, catorce años. Con ella he iniciado un
ligero flirteo que consiste en intercambiar miradas (...) Rubias. ¡Qué bellas son! (...) y
miento, miento, porque es lo que me exige su imaginación, estoy impregnado de
mentira hasta la médula. Les cuento mis batallas en la última guerra”
Dos de estas lolitas eran hijas de su amigo Dus, el estanciero de Necochea. Cuando
llega por primera vez a "La Cabaña" nos previene contra lo que escribe en los diarios.
“Si este diario que voy escribiendo desde hace ya algunos años no está a la altura –la
mía, la de mi arte o la de mi época–, nadie debería reprochármelo, pues es un trabajo
que me ha sido impuesto por las circunstancias de mi exilio y para el que posiblemente
no sirva”
Más de una década después, cuando se publican la totalidad de sus diarios, en las
palabras preliminares que escribe para presentar el libro, sigue con las prevenciones.
“Es una escritura bastante desordenada, hecha de un mes para otro; seguramente me
repito o me contradigo más de una vez. ¿Qué hacer? ¿Ordenarlo? ¿Pulirlo? Prefiero que
no quede demasiado relamido”
Se instala en una espaciosa habitación de la casa de invitados, se prepara para dar una
batalla decisiva con sus borradores, y escribe unas líneas que, en su momento, le
quitaron el sueño al Orate Blaguer produciéndole al mismo tiempo una gran
consolación.
“¿Quién sentenció que hay que escribir sólo cuando se tiene algo que decir? Pero si el
arte consiste precisamente en que no se escribe lo que se tiene que decir, sino algo
totalmente imprevisto”
En esa pampa ilimitada no hay océano ni sal ni vientos. Después de la agitación de las
playas, ahora reina la tranquilidad, el silencio y el relajamiento. En el campo argentino
no hay campesinos como los hay en Polonia, aquí no hay nadie. Unos cuantos peones
cuidan los campos y la enorme cantidad de vacas y de caballos, pero sin prisa. Un
hombre con un tractor labra, siega, trilla y embolsa los granos.
Gombrowicz se sentía confuso y en contradicción con la naturaleza al punto que al
momento de ponerse en contacto con ella se transformaba en un demonio, en una anti-
naturaleza. La importancia que fue tomando el dolor respecto de la muerte era, a su
juicio, la causa de esta inseguridad, pero la causa también podría ser el papel
preponderante que le daba Gombrowicz a la actuación y al artificio.
Sea como fuere se pregunta cómo debía comportarse en los encuentros que había tenido
con una vaca. Paseando por un avenida arbolada de la estancia “La Cabaña”, detrás de
un árbol se le apareció una vaca. Quizá el hecho que lo obligó a realizar indagaciones
sobre este encuentro fue que la vaca lo miró, mejor dicho, que él le permitió a la vaca
que lo mirara, y si bien es cierto que no estaba en condiciones de sacar de ese encuentro
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las consecuencias drásticas que saca Sastre de la mirada, se sintió tenso y con una
vergüenza propia de hombre frente al animal.
Continuó el paseo pero se sentía incómodo, como si toda la naturaleza lo estuviera
asediando mientras lo contemplaba. La primera idea que le pasó por la cabeza para
resolver esta oposición entre su humanidad y la naturaleza fue la de que el hombre es
no-natural, es anti-natural, pero resulta que Gombrowicz tenía la tendencia a establecer
contacto con lo inferior.
Nos podemos acercar al sentido de este pasaje por el lado de la forma, pues parece que
la estuviera comparando con el crepúsculo, o por el lado de la naturaleza, porque el
crepúsculo es una manifestación de la naturaleza; Gombrowicz se le acercó por el lado
de la naturaleza.
No es extraño que sea así, sus narraciones notables sobre la vaca, los escarabajos, el
perro de Dus… y también la del crepúsculo las hace en la estancia de Wladyslaw
Jankowski. La descripción del crepúsculo estaba acompañada por el pensamiento de que
la naturaleza ya no era para nosotros armonía y sosiego como lo había sido antes cuando
el hombre se sentía como una partícula proporcionada de ella. De regreso a casa se
siente sumergido; “en el no-ser, seguro de ser un demonio, un anti-caballo, un anti-
árbol, una anti-naturaleza, un ser venido de otra parte, un extraño, un intruso, un
forastero. Un fenómeno no de este mundo. Del otro. Del mundo humano”
Sabía que Dios no sería un asilo para su vejez, y menos aún la trascendencia del
existencialismo con su borracheras de sentimientos trágicos. El tiempo del deshielo
presionaba sobre su conciencia y se preguntaba si su regreso a Polonia, si su regreso a la
patria no podría darle lo que Dios y la filosofía no podían darle. Pero en ese caso se
tendría que enfrentar con una libertad relativa, una libertad que debía presentarse dos
veces por semana en la oficina de control para poder vivir una semivida y una
semiverdad.
“No niego que esta oportunidad de abrir en el futuro las puertas de la libertad debería
ser aprovechada políticamente. Pero yo no me dedico a la política..., y lo único que sé es
que el estilo, la forma, la expresión, tanto en el arte como en la vida, no pueden
alcanzarse a través de una concesión ni fabricarse en dosis estipuladas”
Se marcha de “La Cabaña”, se despide de Dus y de las rubias y viaja hacia el norte,
hacia Buenos Aires, dentro de unos días navegará por el río Paraná. Va sentado en el
tren mirando tranquilamente por la ventana, mientras observa a la mujer que está frente
a él de manos menudas y pecosas.
“Y al mismo tiempo estoy allí, en el seno del universo. Todas las contradicciones se dan
un rendez-vous en mí; la calma y la locura, la sobriedad y la embriaguez, la verdad y la
patraña, la grandeza y la pequeñez, pero siento que en mi cuello se posa de nuevo la
mano de hierro, que poco a poco, sí, de manera imperceptible..., se va cerrando”
Yo conocí a Dus una noche, cuando vino a despedir a Gombrowicz al café antes de su
viaje a Europa.
nobleza?: el sombrero, las pipas, unos zapatos bien lustrados, un impermeable sucio,
pero, muy especialmente, los tobillos. Era terrible la manía que tenía con los tobillos,
nos hacía exhibiciones de tobillo, en este punto se decidía la verdadera raza del
aristócrata. En esta cuestión el único rival que reconocía era el tobillo de Wladyslaw
Jankowski. Una noche, a días de su partida para Europa, estaba con Gombrowicz en la
Fragata. De pronto, aparece en la puerta una figura radiante, era Jankowski, pide
permiso para acercarse, Gombrowicz le hace un gesto con la mano. Durante dos horas
estuve maniobrando para colocarme en una posición favorable y verle el tobillo a
Wladyslaw.
En uno de los gombrowiczidas le abrí las puertas a ciertas tendencias tanáticas que a
veces se apoderan de mí y declaré que ya que no podía doblegar a los editores entonces
iba a tratar de destruirlos. Ya sabemos que esos Protoseres se mueven en un rango que
va de los rufianes melancólicos a los asesinos seriales, siendo los casos del Pretexto y
del Perverso, en ese orden, los más conspicuos.
Es imposible analizar la totalidad de los estados intermedios de este tipo de criminalidad
porque tiene muchas variantes. Otros extremos entre los que se mueven los Protoseres
son la dulzura y la aspereza, siendo los casos de la Hormiguita Viajera y de la Bestia
Catalana, en ese orden, los más notables. En los estudios detallados que realicé sobre los
Proseres pude descubrir también los cinco procedimientos que utilizan para contrariar a
los autores.
Los Protoseres disponen de una especie de pulgones llamados lectores, a los que
protegen como las madres protegen a sus hijos y a los que le sacan el jugo todo lo que
pueden, como hacen las hormigas con los pulgones.
El orgasmo de los Protoseres se produce cuando los libros se venden, sin importar en
absoluto si son buenos o son malos, ésa es una cuestión que dejó de interesarles hace
mucho tiempo.
A veces me siento como un corsario enarbolando las banderas del enemigo, metido en
las entrañas oscuras y misteriosas de los Protoseres, preguntándome por dónde estará la
salida. Se me ocurre que soy también un Caballo de Troya esperando que se descuiden
para destruirlos.
Estos pensamientos turbios giran de vez en cuando por mi cabeza pues no puedo aceptar
la idea de que no exista algo así como un tercero excluido en este mundo de Gutenberg.
En medio de la penumbra y de una horrible tensión que me zumbaba en los oídos, y sin
saber a que santo encomendarme para salir de las entrañas de los Protoseres, una tarde
caí en uno de esos estados hipomaniacales en los que de vez en cuando caen los genios,
y en cierto momento, el destello de una luz intensísima que me venía desde la
inteligencia, me hizo ver con claridad meridiana.
“Me cuentas la penitencia y el fracaso de no poder publicar. Tal vez te hayas
equivocado de giro editorial. Tu libro estaría mejor en una editorial pequeña, valiente,
que no publica libros para enriquecerse sino porque el goce de la literatura les produce
la mayor dicha. Tal vez Beatriz Viterbo (…)”
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Cuando recordé estas palabras del Niño Ruso puse inmediatamente en las manos de la
consigliere de la mafia rosarina, es decir, de la Pitolina, a “Gombrowicz, y todo lo
demás”, esperando que esa pequeña valiente gozara en medio de la mayor dicha.
Pasados no más de los días que tienen una semana me vino a la cabeza el pensamiento
de que lo que abunda no daña, entonces le mandé a la Pitolina un conjunto de
gombrowiczidas en los que el Pato Criollo dempeñaba un papel estelar.
Este acto puramente maquinal se convirtió en una terrible equivocación, como supe un
poco después, cuando me enteré de que la Pitolina era una devota adoratriz de este
hombre de letras tan prolífico.
El camino que siguió “Gombrowicz, y todo lo demás” hasta que alcanzó las letras de
molde fue tortuoso. El primero que me dio una idea alentadora fue el Orate Blaguer.
“Además, ha sido un editor que ha leído con profundidad a Gombrowicz al que quiso
traducir desde el inicio de su editorial. No pudo entonces conseguir los derechos. La
viuda miraba a Anagrama como a una minucia, algo que no valía la pena. El único libro
que pudo publicar fue „Transatlántico‟ aunque ya había sido editado antes”
Como el Herrero le daba muchas vueltas a la contestación que tenía que darme empecé
a insultarlo abriéndole las puertas a mis impulsos destructivos, pero el Niño Ruso se
interpuso entre nosotros con su natural bonhomía.
“Y ya te debía otra, donde me maltratabas al formidable Herrero, y que no había
respondido porque no sabía qué decirte. Claro debí escribirte lo que siento, lo que es
cierto, que Jorge es una persona notable (...)”
“Lo conozco desde hace más de treinta años, y es incapaz de ofender a nadie. Habría
que saber qué fue lo que ocurrió, tal vez haya sido un mal entendido de una empleada
despistada. En fin... te ofrezco mis servicios diplomáticos para enmendar la relación,
puesto que dentro de tres semanas Jorge y Lali, su esposa, estarán en México”
Esperé ese encuentro en un estado de intranquilidad, pero sin entusiasmo y destilando
veneno.
“Estuve con los Herralde. No lo sentí para nada enojado, y luego cuando me llegó tu
carta y la copia de la que le enviaste, me di cuenta de que no es tan tremebunda como
me lo habías advertido. De esas cartas, pero mucho, mucho más fuertes le llegan sin
cesar. Me dijo que sí, que estaba interesado en publicar tu libro (...)”
Era una buena noticia, aquí renacieron mis esperanzas, pero fue como la mejoría que
aparece antes de la muerte.
“Lamento el retraso en contestarte, pero estoy agobiadísimo de trabajo y también
sepultado por manuscritos. Leí con gran interés tu libro, pero me resulta imposible
publicarlo, tenemos ya programación para dos años y nuestros autores siguen
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escribiendo como posesos. Pienso que el lugar más idóneo para publicarlo sería, claro
está, Seix Barral, y si no Pre-Textos (...)”
El Herrero escribió hace poco más de un año que Gombrowicz era un grande, que en los
años 60 ya tenía algunos fans entre los que vivían en Barcelona: Gabriel Ferrater, el
Niño Ruso, Joaquín Jordá y él mismo.
“He leído con toda mi atención, por tratarse de un autor que siempre me ha interesado
mucho, „Gombrowicz y todo lo demás‟. Creo que es un libro que contribuye a clarificar
la figura de un gran escritor a través de una mirada profundamente amistosa y leal. De
todos modos, y siendo muy honesto, publicar este testimonio sería muy apropiado si
hubiese sido completo, es decir, si hubiera contenido los tres libros dedicados a
Gombrowicz, y si la editorial hubiera podido, de alguna forma, hacerse con alguna obra
del genial polaco. No acabamos de ver clara la edición de „Gombrowicz y todo lo
demás‟, aun gustándonos mucho, pues consideramos que se quedaría, por decirlo de
algún modo, huérfana en nuestro catálogo. Espero que, en la medida de lo posible, lo
comprendas. Te agradecemos de verdad, de todo corazón tu confianza y espero poder
corresponderla algún día como se merece”