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Inocentes?
Ricardo
Ricardo Chigne C.
Un Caso
“Pero, explícame qué te he hecho, si nunca he estado con nadie que
no seas tú en la intimidad. Acepto que me escribo con personas que no
conozco en un tono afectivo y que eso me pueda emocionar, pero nunca te
he engañado de verdad con nadie”, fue la respuesta que dio Laura Fuentes,
una veterinaria de 35 años que llevaba un semestre de relaciones en línea
con un argentino a escondidas de su marido, cuando éste la descubrió con
las manos en la masa, en pleno “acto” muy sensual con su “socio” virtual. La
relación sufrió una importante fisura y él ha desarrollado una desconfianza
importante hacia ella, coaccionándola a dejar cualquier actividad informática
dentro del hogar.
La consulta al especialista
A la consulta de los sicólogos los pacientes no llegan directamente por
una infidelidad online: “Vienen porque sus parejas no andan bien, porque
tienen una necesidad o problema no resuelto y, de pasada, resulta que
mantienen relaciones virtuales y manifiestan incomodidad por tener historias
ocultas, pero no se sienten concretamente infieles, porque no han dado un
beso, ni tenido un coito con estos amantes”.
En términos estrictos, podríamos hablar de infidelidad a través de
Internet en la medida en que el compromiso establecido en la pareja se
quebrante y transfiera hacia afuera, hacia un tercero, aunque esto no
involucre la parte física”.
La infidelidad virtual es tal en la medida en que las personas están
buscando algo que sienten perdido en la pareja, porque perciben que la
relación ya no es lo que fue. Especifica que esta situación es más frecuente
en las mujeres que en los hombres. Ellas son más proclives a buscar idilios
virtuales que suplan o reemplacen carencias afectivas. Ellos, en cambio,
tienden más a la búsqueda de cibersexo y, en general, sólo pretenden vivir
un romance pasajero, sin ninguna intención de afectar o poner en cuestión su
vida de pareja.
4. Falta de comunicación.
La comunión exige comunicación. La falta de ésta origina situaciones
deplorables en más de un cincuenta por ciento de matrimonios. Debe tenerse
en cuenta, no obstante, que la comunicación no es sinónimo de hablar
mucho. Hay personas que hablan mucho y no dicen nada. Pueden conversar
durante horas sobre trivialidades o sobre terceras personas, pero sin hacer la
menor declaración acerca de sus pensamientos íntimos, de sus sentimientos,
anhelos, inquietudes, errores o pecados etc.
El esposo o la esposa, o ambos, nunca llegarán a tener suficiente
confianza en su cónyuge para abrirse a él plenamente si piensan que
desvelar su propia interioridad es poner al descubierto defectos que pueden
perjudicar más que beneficiar las buenas relaciones.
Sin duda, la comunicación a nivel profundo puede tener sus
problemas. Entraña el temor a la reacción de la otra persona, sobre todo si
ésta es hipersensible o iracunda. Un sentimiento de inferioridad puede hacer
temer la derrota en la discusión del problema. Preocupa seriamente la posible
pérdida de prestigio como consecuencia de la confesión de faltas y pecados,
la decepción que puede sufrir el otro cónyuge y su distanciamiento íntimo.
5. El elemento laboral
Cuando se valora el trabajo casi exclusivamente por su sola dimensión
material, suele indefectiblemente arrastrar muchos problemas. Existen ciertos
elementos en la pareja que pueden ser dañados por un mal enfoque de la
cuestión laboral. Veamos algunos:
a) En las grandes ciudades, el tiempo de los transportes (con su
correspondiente dosis de estrés) resta horas a la vida común. Si se
hacen horas extras, el problema se incrementa.
b) La disparidad de horarios laborales desajusta las horas de las
comidas, que no sólo tienen la función alimenticia, sino que son un
momento privilegiado para la comunicación.
c) Las distintas amistades laborales del hombre y la mujer cuando
ambos trabajan, pueden ser fuente de tentaciones.