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secundario. Hoy día, semejante afirmación resulta incierta en términos generales, pues
son numerosos los bienes muebles de mayor valor que las fincas rústicas o urbanas,
mas, en todo caso, el diferente trato normativo entre bienes inmuebles y muebles se
sigue justificando: básicamente por la mayor identificabilidad de los bienes inmuebles,
su tendencial perdurabilidad y su menor número, circunstancias que en muchos casos
facilitan las relaciones jurídicas recayentes sobre ellos.
La línea divisoria entre bienes inmuebles y bienes muebles la fija el Código
Civil realizando una extensa enumeración de bienes inmuebles en el artículo 334, para
señalar seguidamente (artículo 335) que los bienes no comprendidos en ella han de
considerarse como bienes muebles, así como en general todos los que se pueden
transportar de un punto a otro sin menoscabo de la cosa inmueble a que estuviesen
unidos.
Es necesario, pues, diferenciar entre bienes inmuebles por naturaleza, por
destino y por analogía.
Inmuebles por naturaleza y por incorporación: las partes integrantes.
El bien inmueble por antonomasia es la tierra, en cuanto elemento físico que sirve de
soporte a la existencia de los seres humanos y, por consiguiente, todo aquello que se
encuentre unido de forma estable a la tierra, sea de forma natural o artificial (por
incorporación), será considerado por el Código Civil como bien inmueble: Los
edificios, caminos y construcciones. Los árboles y las plantas y los frutos pendientes.
Las minas y las canteras. Las aguas, ya sean vivas (ríos, arroyos, etc.) o estancadas
(lagos, lagunas, pantanos...)
De otra parte, refriéndose ya no sólo a la tierra, sino a cualquier otro bien
inmueble, reputa el Código Civil como tal “todo lo que esté unido a un inmueble de
forma fija...”.
Esta última referencia hace que algunos autores prefieran subdistinguir entre
inmuebles por naturaleza e inmuebles por incorporación, pues evidentemente cualquier
bien mueble unido establemente a un inmueble (supongamos, lavabo, grifo...) era, antes
de su incorporación, un bien mueble “por naturaleza”. Otros autores, en cambio,
consideran que el propio acto de incorporación transmuta la naturalaza del bien (que
fue) mueble. Lo cierto es que los bienes inmuebles arrastran a su grupo, mutando
incluso su naturaleza, a aquellos bienes que se incorporan al inmueble pasando a ser
accesorios o complementarios del mismo.
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El número 3 del artículo 334 del Código Civil requiere que la unión se lleve a
cabo “de una manera fija”, en el sentido que la agregación o fusión del bien mueble con
el inmueble no tenga carácter provisional o meramente pasajero, de manera que no
pueda separarse de él sin quebrantamiento de la materia o deterioro del objeto.
Por tanto, realmente, no basta con la unión permanente o fija, sino que al mismo
tiempo es necesaria una verdadera “incorporación” en sentido propio que impida una
eventual separación sin daño o menoscabo, sea para el propio inmueble sea para el bien
mueble que ha sido unido a él.
El hecho de que la incorporación provoque materialmente la consecuencia de
que el bien mueble pase a ser parte del inmueble ha traído consigo que la doctrina
española contemporánea pretenda incorporar al sistema jurídico el concepto de parte
integrante y también el de pertenencia del BGB, según el cual las partes integrantes
serían los elementos necesarios y esenciales de las cosas.
Más según nuestro Código, la calificación de inmueble por incorporación no
requiere atender a la esencialidad o necesariedad de las partes integrantes. Es más, se
establece con claridad que tiene naturaleza inmobiliaria “todo lo que esté unido a un
inmueble”, siendo posible, por tanto, que lo incorporado sea esencial o connatural a la
cosa principal o, por el contrario, meramente accesorio o complementario.
Inmuebles por destino: las pertenencias.
Se trata de bienes muebles que, por un acto de especial destinación, se
convierten o transmutan en inmuebles para el Ordenamiento Jurídico. El artículo 334
califica, entre ellos, como bienes inmuebles los siguientes:
- Las estatuas u otros objetos ornamentales unidos de modo permanente al edificio
o la heredad (antiguas fincas rústicas)
- Las máquinas o utensilios destinados al servicio de una explotación asentada en
un inmueble, rústico o agrario, industrial, comercial...
- Los palomares, colmenas y cualesquiera criaderos de animales o peces unidos a
la finca de modo permanente.
- Los abonos destinados al cultivo “que estén en las tierras donde hayan de
utilizarse”, aunque no hayan sido todavía utilizados para su destino
característico.
- Los diques y construcciones, incluso flotantes, que estén destinados a
permanecer en un punto fijo de un río, lago o costa.
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ante un inmueble por incorporación, mientras que en caso contrario se tratará de un bien
mueble por existir una unión meramente pasajera o accidental.
El Código Civil considera también como bienes muebles por analogía
determinados derechos entre los que se encuentran las rentas o pensiones, sean vitalicias
o hereditarias.
16.3 Otras cualidades de las cosas
Cosas consumibles e inconsumibles.
Conforme al artículo 337 del Código Civil, se han de considerar consumibles
“aquellos (bienes) de que no puede hacerse uso adecuado a su naturaleza sin que se
consuman”. Salvando el escollo de incorporar lo definido a la definición, cabe afirmar
que son cosas consumibles las que, utilizadas conforme a su destino, desaparecen de la
esfera jurídica de la persona que las usa, ya sea porque al hacerlo se agotan o destruyen,
o, sencillamente, porque se pierde la disponibilidad de ellas, aunque materialmente
sigan siendo íntegras (la ristra de billetes que cotidianamente nos vamos dejando en
manos ajenas)
Bienes inconsumibles, tal y como dice el Código Civil, recurriendo a la técnica
de la contraposición, serán los demás.
La pervivencia en la esfera propia de la persona de estos bienes inconsumibles
supone que éstos pueden ser entregados a otras personas en virtud de cualquier relación
jurídica (por ejemplo, el préstamo). Por el contrario, respecto de los bienes consumibles,
cuando hayan sido objeto de consunción efectiva, sólo cabrá su entrega a otra persona
de otro tanto de la misma especie y calidad.
Bienes fungibles y bienes infungibles.
Técnicamente, se denominan cosas fungibles aquellas que pueden sustituirse por
otras en caso de ser necesario, dado que son entre sí homogéneas o equivalentes,
contempladas en atención a sus características o cualidades genéricas: por ejemplo, el
dinero o un libro. Al acreedor le es indiferente si el deudor le devuelve los mismos
billetes que le prestó u otros distintos, con tal de que cumpla la prestación.
Por consiguiente, habrán de considerarse bienes infungibles los que se
encuentran identificados en cualquier relación jurídica atendiendo a características
propias de los mismos que no tienen por qué darse en el resto de los bienes de la misma
categoría, por ejemplo, un ejemplar de un libro firmado por su autor, un cuadro
determinado, etc.
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mínimas de cultivo y las fincas que tengan la extensión fijada como mínima no pueden
dividirse.
16.4. Clases de cosas en relación a sus partes o en relación con otras cosas
Cosas simples y compuestas.
Partiendo del hecho de que, salvo en rarísimas excepciones, todas las cosas se
componen de diversos elementos, la frontera divisoria generalmente aceptada para
mantener doctrinalmente esta clasificación, estriba en la “separabilidad” o
“inseparabilidad” de sus diversos elementos o componentes. En dicha línea, suele
afirmarse que son cosas simples aquellas que, una vez formadas, natural o
artificialmente, traen consigo una unidad inescindible, dada la imposibilidad de
fragmentar los diversos elementos de la cosa sin provocar la destrucción de la misma
(un pan, un papel, el cristal...)
Frente a ellas, las cosas compuestas se caracterizan por estar formadas por la
adición de una serie, más o menos extensa, de cosas simples cuya unión persigue
conseguir una determinada función o un designio práctico concreto pero que, no
obstante, son susceptibles de separación (en el automóvil sus distintos componentes
pueden separarse).
Nuestro Código Civil desconoce la división entre cosas simples y compuestas.
En efecto, se olvida que la descomposición de algunos elementos que integran las cosas
compuestas pueden conllevar igualmente la destrucción o inutilidad de estas últimas. En
términos prácticos, pues, las cuestiones que pudieran resolverse sobre la base de esta
clasificación exigen, sin embargo, recurrir a la distinción entre cosas divisibles e
indivisibles, que sí encuentra fundamento en nuestro sistema normativo. Concluyendo,
la distinción entre cosa simple y cosa compuesta es intrascendente para el derecho y por
tanto debería ser abandonada.
La universalidad de las cosas.
En algunos casos el útil considerar agrupadas un conjunto plural de cosas para
facilitar su consideración como objeto de derecho. Eso ocurre, por ejemplo, cuando se
vende una biblioteca o una colección filatélica, o cuando hay un usufructo sobre un
rebaño. A tales conjuntos de cosas se les denomina universalidades precisamente para
evidenciar que funcionan en el tráfico como un todo, que exige reglas distintas y propias
de las que se aplicarían en el caso de considerar una a una las distintas cosas que la
integran.
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radica en determinar a quién corresponden los frutos de una cosa, siendo aceptado que
los mismos corresponden al propietario de la cosa principal (o fructífera).
Clasificación de los frutos.
Nuestro Código Civil no define en forma alguna los frutos, sino que se limita a
realizar una descripción de ellos, al tiempo que ofrece una clasificación de los mismos y
subraya su pertenencia al propietario de la cosa fructífera. En tal sentido, establece
directamente que pertenecen al propietario: los frutos naturales, los frutos industriales y
los civiles:
- Los frutos naturales, son las producciones espontáneas de la tierra, las crías y
demás productos de los animales.
- Frutos industriales, son los que producen los predios de cualquiera especie a
beneficio del cultivo o del trabajo.
- Frutos civiles: tienen este carácter el alquiler de edificios, el precio del
arrendamiento de tierras y el importe de las rentas perpetuas, vitalicias u otras
análogas.
Los frutos civiles son denominados o calificados así, por tanto, para resaltar que no
son productos que se deriven directamente de la cosa, sino como consecuencia de
haberla hecho objeto de una relación jurídica de la que nace el derecho a obtener el
fruto.
Características básicas de los frutos.
La descripción legal de los frutos permite deducir una serie de características
propias de éstos, elaboradas doctrinalmente y que pueden resumirse así:
- Los frutos son bienes que, naciendo de una cosa determinada, llegan a tener
independencia y propia autonomía desde el momento en que son separadas de la
cosa matriz.
- Sólo se entienden por frutos los beneficios o productos de una cosa que se
generen conservando la cosa matriz su propia sustancia y funcionalidad
económica (el peral seguirá siendo tal; la cantidad depositada en el banco
seguirá siendo íntegra tras separados y obtenidos los intereses...).
- Los frutos tienen carácter accesorio respecto de la cosa fructífera, que en
adelante puede seguir produciendo otros frutos, si el propietario de la misma lo
considera conveniente
- En cambio, no parece necesario exigir a los frutos carácter periódico alguno, sea
en sentido estricto (todos los meses, años...) o en sentido amplio (requiriendo
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El Patrimonio
Sin embargo, semejante conclusión casa bastante mal con nuestro sistema
normativo, pues el Código Civil, considera a los derechos como bienes. La
generalización del término patrimonio por parte de la doctrina es fruto de una
abstracción motivada por el nacimiento en el Derecho contemporáneo de la
responsabilidad patrimonial universal, en cuya virtud las personas deben responder
frente a los demás de sus deudas con todos los bienes que tengan o puedan tener en el
futuro.
Conforme a ello, resultaría que los textos legales refieren el concepto de
patrimonio no sólo a los derechos cuanto a los bienes en sí mismos considerados, en
contra de cuanto se afirma comúnmente desde el punto de vista teórico. Por tanto, la
forma de proceder de la doctrina supone una construcción abstracta que se eleva a
modelo aunque no encuentre correspondencia en las propias normas. Nuestro Código
Civil se caracteriza por ser anterior en técnica e ideología a la formulación doctrinal de
la llamada “teoría del patrimonio”.
Las deudas.
Se debate doctrinalmente si las deudas deben considerarse integradas en el
patrimonio o si deben calificarse como un elemento externo a él, previo a su
determinación concreta. En todo caso, evidentemente, las deudas constituyen un factor
de disminución del valor económico del conjunto patrimonial que, restado de éste, daría
el resultado correspondiente.
En términos teóricos, lo más razonable, es defender que las deudas, aunque sea
como mero elemento pasivo, forman parte del patrimonio y que, por consiguiente, la
determinación de éste requiere distinguir entre “patrimonio bruto” y “patrimonio neto”
o lo que es lo mismo, distinguir entre “activo” y “pasivo” del conjunto patrimonial de
que se trate.
Más, en definitiva, la cuestión planteada sólo tiene consecuencias prácticas al
preguntarse sobre qué debe ocurrir en el caso de que se transmita un conjunto
patrimonial a otra persona: ¿se transmiten también las deudas? La regla general debe de
ser la respuesta afirmativa, pues, en rigor, el valor real de cualquier conjunto
patrimonial no puede venir dado sólo por los bienes y derechos de una determinada
persona, sino también por las deudas y obligaciones que tengan que ser afrontadas por
el titular del patrimonio. A tal efecto, es indiferente que se trate de un patrimonio
personal, o de cualquier patrimonio separado o colectivo, el activo correspondiente
quedará vinculado desde el punto de vista de la responsabilidad a las correspondientes
deudas.
Sin embargo, la posición que se adopte desde la teoría tiene que ser contrastada
con las opciones normativas que tome el legislador en relación a conjuntos
patrimoniales concretos y así, en nuestro Derecho:
1.- La herencia se contempla como transmisión mortis causa de un conjunto
patrimonial en el que suceden los herederos tanto en los bienes y derechos cuanto en las
deudas y obligaciones que no tengan carácter personalísimo.
2.- En la donación de todos los bienes del donante, nuestro Código sienta la
premisa de que las deudas inherentes a tales bienes sólo se entenderán transmitidas al
donatario si las deudas fueron contraídas antes de la donación o si ésta se hizo en fraude
de acreedores.
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Patrimonios separados.
Además de la herencia aceptada a beneficio de inventario, los supuestos de
patrimonio separado más característicos son:
El patrimonio correspondiente al incapacitado que, a consecuencia y en
dependencia de la oportuna sentencia, queda dividido en su caso en dos masas
patrimoniales autónomas: la reservada a la gestión y administración del órgano tutelar
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no se puede concebir una responsabilidad de los mismos por razón de la gestión o por
aplicación indebida, ni tampoco a los que hayan acudido a la suscripción y así en el
supuesto de que la cuestación fuese insuficiente en lugar de efectuarse la devolución de
la misma será el Gobernador Civil de la provincia quien prudencialmente, decida el
destino de los fondos recaudados.
Patrimonios colectivos.
Estaría representaos, básicamente, por las masas patrimoniales pertenecientes a
dos o más personas (naturales o jurídicas) que, en cuanto componentes de un
determinado grupo carente de personalidad jurídica (esto es, no personificado) tendrían
acceso a tales bienes.
Los ejemplos de mayor interés son la “sociedad de gananciales” y la herencia
indivisa con pluralidad de herederos o situación de comunidad hereditaria.
La denominada por el Código Civil “sociedad de gananciales” no es, desde
luego, una verdadera sociedad, sino una de las formas posibles de organización del
régimen económico del matrimonio que se caracteriza por la necesidad de distinguir
entre los patrimonios privativos de los cónyuges y el patrimonio ganancial. Los
primeros serían los bienes adquiridos por los cónyuges con anterioridad al matrimonio o
los adquiridos posteriormente a título gratuito bien por herencia, donación, etc. El
patrimonio ganancial o común estaría integrado por los bienes obtenidos por los
cónyuges una vez casados, mediante su trabajo, profesión, oficio e industria además de
los frutos, rentas o intereses de los propios bienes privativos de cada uno de ellos. Por
consiguiente, la masa ganancial se considera patrimonio colectivo de ambos cónyuges
frente al patrimonio privativo de cada uno de ellos.
La situación de comunidad hereditaria requiere que haya una pluralidad de
herederos que hayan aceptado la herencia, pero que, sin embargo, aún no hayan llevado
a cabo la partición o distribución de los bienes hereditarios entre ellos. Bajo esta
situación de comunidad hereditaria, los herederos tendrán una cuota ideal sobre el
conjunto de la masa de la herencia pero no podrán disponer de bienes concretos de la
herencia, limitándose a administrarlos.