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CHIMBOTE-PERÚ
2018
DEDICATORIA
A todas aquellas personas con sed de conocimiento y deseos de superación, que leen hoy estas
páginas y premian el esfuerzo de este trabajo.
Agradecemos en primer lugar, al ser Supremo, único dueño de todo saber y verdad, por iluminarnos
durante este trabajo y por permitirnos finalizarlo con éxito; y, en segundo lugar, pero no menos
importante, a nuestra querida madre, por su apoyo incondicional y el esfuerzo diario que realizan
por brindarnos una buena educación.
Los esfuerzos mayores, por más individuales que parezcan, siempre están acompañados de apoyos
imprescindibles para lograr concretarlos.
ii
ÍNDICE
Características de la asociación.
La asociación se encuentra definida por el art. 80 del Código civil como una organización
estable de personas naturales o jurídicas, o de ambas, que a través de una actividad común
persiguen un fin no lucrativo.
Comencemos por decir que todas las personas jurídicas del derecho civil carecen de fines
lucrativos.
Los aportes de los asociados, por tanto, no se convierten en un crédito para ellos ni en un
débito para la asociación, mucho menos para exigir el pago de utilidades. Esto marca una
importante diferencia con las sociedades mercantiles, que además se refleja en el balance y la
contabilidad de estas últimas.
Los fines no lucrativos son de lo más variado: educativo, cultural, deportivo, religioso,
artístico, científico, recreativos, etc. y son éstos los que deben ser satisfechos por medio de la
asociación.
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Los objetivos últimos no deben confundirse con las actividades que realicen cualquiera
de las organizaciones sin fines de lucro. Las actividades son medios o vías instrumentales que
les permiten a las asociaciones, fundaciones y comités generar recursos o captarlos para poder
cumplir sus fines. En esa medida, las actividades son, por lo general, económicas, pero estas
actividades, por no ser los fines últimos de estos entes, no los convierten en lucrativos. Dada la
actual tendencia de considerar que estas personas jurídicas son formas organizativas de
empresas, en la medida que producen bienes y servicios, parece necesario reconocer esta
diferencia.
La definición del Código civil hace referencia a una organización estable de personas. La
idea de organización es de suma importancia en la medida que se trata de un grupo de personas,
es decir, de seres humanos, que es el substrato material de cualquier ente personificado (la
personificación es el elemento formal) y que realizan una actividad en conjunto en base a la
distribución de roles y responsabilidades. Pero se trata de una organización artificial, creada
precisamente para perseguir los fines para los que fue constituida. No es, por tanto, una
organización natural de personas como ocurre, por ejemplo, con la familia.
No se trata de que todos y cada uno de los asociados que la integren se ocupen
cotidianamente o asuman tareas de gestión de esta persona jurídica. En rigor de verdad, lo
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común es la participación en las decisiones que adopten los asociados, así como en los
resultados una vez que la asociación alcance la finalidad que le dio origen.
Lo común, por otro lado, revela el temperamento asociativo de esta organización. Entre
la asociación y los asociados existe, recíprocamente, una especie de vínculo de “pertenencia”
o de “necesidad” en el sentido de que no puede haber asociación sin la presencia de cuando
menos dos asociados, lo que supone pluralidad de personas entre las que existe ánimo de
asociarse (affectio societatis), a partir de lo cual es posible hacer referencia a una organización.
Y esta nota señalativa también puede decirse respecto de la relación que debe mediar entre los
asociados, en razón que una sola persona es incapaz de poder dar vida a una asociación o de
permitir que se mantenga como tal. Esta es una diferencia, por ejemplo, con la fundación,
conforme explicaremos en su oportunidad.
Una característica de la asociación que no se refleja en la definición del Código civil (que
incide en “lo común”) es aquélla según la cual los fines que persigue dicha organización deben
beneficiar a sus asociados. Ello no ocurre, por ejemplo, ni en la fundación ni en el comité, pero
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sí debe cumplirse en el caso de la asociación. En relación con este aspecto, debe recordarse que
la creación de una de estas organizaciones responde a la imposibilidad de que las personas
naturales puedan, por sí solas, realizar determinadas tareas y obtener ciertos resultados. La
asociación es el expediente con el cual cuentan para aunar esfuerzos (nuevamente nos asalta la
idea de “lo común”), pero no desconoce que la finalidad (no lucrativa) debe ser en provecho de
quienes se sirven de esta figura.
La asamblea, como bien indica el art. 84 del Código civil, es el órgano supremo de la
asociación. Es, como se ha señalado, el órgano “dominante”, aquél que decide la vida, el destino
y todo cuanto tenga que ver con la actividad y fines de la organización.
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Es, además, un órgano de control. En efecto, la asamblea controla la gestión de sus
administradores reunidos en el denominado Consejo directivo y controla a los propios
asociados (sin perjuicio de las atribuciones a este respecto delegadas al Consejo).
Dada la gravitación que tiene este órgano en las funciones contraloras que ejerce, el
legislador no considera conveniente la creación de un organismo estatal administrativo que se
ocupe de su supervigilancia (16), como ocurre, en cambio, con las fundaciones. Ello, sin
embargo, no elimina la posible ingerencia del Estado cuando los fines o las actividades de la
asociación son contrarios al orden público o a las buenas costumbres, en cuyo caso el Ministerio
Público puede solicitar su disolución (art. 96).
Es, también, por esencia, un órgano colegiado y sus decisiones se adoptan por mayoría,
salvo que el estatuto establezca la unanimidad. Usualmente se integra por un número impar de
administradores.
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No existe ningún impedimento para que quienes ocupen cargos directivos no sean
asociados.
Nada impide, tampoco, que en el estatuto se prevean otros órganos como, por ejemplo,
una gerencia o varias, así como comisiones especiales.
Para ser asociado, el interesado debe ser admitido por el órgano al cual el estatuto haya
atribuido la responsabilidad de evaluar, calificar y afiliar a terceros que se integran en un
momento posterior a la constitución de la asociación.
Los asociados que otorgan el acto constitutivo suelen ser denominados asociados
fundadores, en tanto que los que se incorporan con posterioridad son calificados como activos.
La distinción es inútil, pues “activos” serán todos aquéllos que participen en la vida de la
institución y que, de no haber sido inhabilitados o excluidos, gozan de todos los derechos que
se reconocen a los integrantes del sujeto de derecho de asociación. Además, los asociados
fundadores, a diferencia de lo que puede ocurrir con los socios fundadores de una sociedad
anónima, no pueden reservarse derechos preferentes respecto de los que ingresen en un
momento ulterior. Y es que, si alguna persona jurídica goza de mayor aptitud para practicar la
democracia institucional, ella es la asociación.
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La ingerencia y grado de participación de los asociados en las decisiones que se adopten
al interior de esta persona jurídica no depende, como ocurre con las sociedades mercantiles, de
su permanencia en la organización (salvo que el estatuto establezca un mínimo de tiempo para
acceder a cargos directivos, mas no para adoptar decisiones al interior de la asamblea), ni del
mayor o menor número de aportes que hubieren realizado en favor de la asociación. Sus aportes
se consideran “perdidos” en favor de la asociación, pues en caso de disolución no tienen
derecho a ningún reembolso.
Los asociados participan con un solo voto. En nada importa el quantum de sus aportes.
Así lo señala el art. 88 del Código civil.
Entre sus prerrogativas se encuentran el derecho a participar en las asambleas para opinar
y votar respecto de los temas para los cuales aquélla es convocada.
El asociado, asimismo, tiene derecho a elegir y ser elegido para los cargos que
corresponden a los diversos órganos de la asociación, excepto la asamblea.
También gozan, a pesar que el Código no lo señale, del derecho de solicitar información
respecto de las decisiones de los diversos órganos de la asociación, sobre todo cuando se
convoca a asamblea para adoptar algún acuerdo.
Asimismo, los asociados pueden impugnar los acuerdos de la asamblea si éstos violan las
disposiciones estatutarias o legales(18) (art. 92). Desde la posición opuesta, los miembros de
la organización que se encuentran en favor de la decisión pueden, a su costa, intervenir en el
proceso en el que se discute la impugnación para defender la validez del acuerdo de asamblea
(art. 92).
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Los miembros de la asociación pueden renunciar a ésta (art. 90), siempre que lo soliciten
por escrito. La formalidad parece ser solemne, consustancial a la solicitud de renuncia. Sin
embargo, ello no excusa al asociado del cumplimiento de las obligaciones que tuviere pendiente
frente a la persona jurídica.
Con el desarrollo, con la vida misma de la asociación, ésta irá formándose, de modo
paulatino, un patrimonio propio.
Como ya se ha anotado, los aportes de los asociados pasan a ser parte del patrimonio de
la asociación y no son pasibles de restitución, ni aun en caso de disolución.
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Tradicionalmente se ha señalado que uno de los elementos de las personas jurídicas es su
patrimonio, al extremo de considerarlo como un requisito de su existencia (p. ej. Giorgi).
Empero, como bien se ha dicho al menos para las asociaciones y comités, no así, en nuestra
opinión, para las fundaciones en respuesta a dicha postura, ello no es verdad(19).
Lo cierto es, sin embargo, que ninguna organización puede sobrevivir ni menos cumplir
con sus fines si carece de medios. Se limitará a languidecer hasta que se disuelva.
Como se ha enfatizado líneas arriba, si una asociación tiene excedentes, ellos deben seguir
siendo parte de su patrimonio y ser utilizados en la consecución de sus objetivos.
Sin importar cuál sea la causa de disolución de la asociación, en caso ella se produzca,
debe aplicarse el art. 98 del Código civil, el mismo que dispone que el haber neto que resulte
de la liquidación sea entregado a las personas designadas en el estatuto, con exclusión de los
asociados. De no ser posible, será la autoridad judicial la que ordene su aplicación a fines
análogos en interés de la comunidad, dándose preferencia a la provincia en donde tuvo su sede
la asociación.
La flexibilidad de segunda parte de la norma permite que los jueces determinen a qué
otros fines se destinará el patrimonio resultante. No tiene por qué ser, necesariamente otra
asociación de propósitos similares. Es más, si existieran algunas otras organizaciones con
características semejantes, pero es posible beneficiar a la colectividad de una manera diversa,
se elegirá a ésta como destinataria. Así, si se disuelve una asociación educativa, y su haber
resultante está dado por una nutrida colección de libros, es más evidente el beneficio de la
comunidad si aquélla se transfiere a una biblioteca municipal antes que a otra asociación de
carácter educativo, que quizá sólo satisfaga el interés de sus integrantes.
II. LA FUNDACION(20)
5. Concepto y características
De las dos personas jurídicas reguladas en la legislación civil, la fundación es aquélla que
ha sufrido mayores transformaciones(21).
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Frente a la laxa y escueta definición del art. 64 del Código Civil de 1936 que la concebía
como un patrimonio afectado a un fin especial se erige una nueva definición que contempla
una serie de modificaciones y que, a la postre, rescata la verdadera naturaleza y propósitos de
las fundaciones.
El art. 99 del Código precisa, sin lugar a dudas, que el fin debe ser de interés social,
proscribiendo, en consecuencia, la consecución de objetivos individuales o familiares, para los
cuales el ordenamiento arbitra otros medios (p. ej. fideicomiso). Ese, por lo demás, fue el
sentido de creación de una figura como la fundación en la historia(32).
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Luego veremos los aspectos vinculados con el acto de constitución de la fundación y las
características de su patrimonio. Por ahora nos interesa señalar alguna de sus características.
Con relación a los fines de la fundación, ella se caracteriza por ser una organización que
realiza objetivos que favorecen a terceros que no son ni el fundador ni los administradores. No
son concebibles, al menos en nuestro ordenamiento, fundaciones que persigan objetivos que
beneficien a quien la ha creado o a quienes la administran. Usualmente se ha señalado que se
debe conseguir resultados en favor de categorías indeterminadas de personas, no con otro
sentido que el de precisar que los beneficiarios no pueden ser sujetos individuales o señalados.
La fundación, por ser producto de un acto de liberalidad, de desprendimiento, de preocupación
del entorno, de los problemas que afectan a grupos o categorías concretas de la población,
cumple un evidente fin social que no puede disolverse en motivaciones particulares. Como bien
se ha dicho, una razón que puede encontrarse en su creación es realizar una buena acción en
beneficio de los demás, queriendo compartir el bienestar propio con las necesidades de otros,
intentando. nivelar así las desigualdades sociales. Quienes crean fundaciones pueden estar
movidos por razones como el amor, la solidaridad o el deseo de ayudar a los demás(36). Así lo
demuestran las actividades en las cuales se desempeñan estas instituciones(37).
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6. El acto constitutivo de la fundación y sus características.(38) Diferencias con la
donación
La fundación, en este sentido, nace de un negocio jurídico unilateral que puede ser
otorgado por uno o más sujetos. En el caso en que se constituya por más de una persona, dado
que los fundadores quedan al margen de la fundación, entre ellos no se constituye ninguna
relación contractual o asociativa(39).
Cuando es así, el acto con el cual se formaliza la creación de esta organización contiene
diversas declaraciones que coinciden en cuanto a su contenido y objetivo (salvo en cuanto al
patrimonio que aporta cada cual), pero todas esas manifestaciones de voluntad no dejan de ser
negocios unilaterales.
Es, en primer término, y como bien dice Galgano, un acto de creación de un nuevo sujeto
de derecho. En efecto, con la decisión de los fundadores se da vida a un nuevo individuo
(formal) distinto a ellos.
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Igualmente, el acto constitutivo es un acto de “organización”, en la medida que el
fundador asigna a la administración de los bienes un conjunto de personas que, reunidas de
manera colegiada, se encargan de la aplicación del patrimonio afectado(45).
En cuanto a la forma que debe seguirse, para que ella sea persona jurídica debe la
constitución ser otorgada por escritura pública o por testamento e inscribirse en el registro. No
interesa qué clase de testamento sea.
En primer lugar, la donación se hace en favor de una persona determinada, en tanto que
la fundación tiene un destinatario general, integrado por sujetos indeterminados. En la
donación, por ende, se requiere de la determinación del donatario, sobre todo porque su
individualización reviste interés para el donante.
Igualmente añadimos que la donación puede tener fines egoístas. La fundación, no(50).
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Finalmente, la donación es revocable por las mismas razones que motivan la indignidad
para suceder y la desheredación. La fundación, una vez inscrita, no(51).
7. Organos de la fundación
Como bien ha dicho Galgano, comparando lo que acontece entre una asociación y una
fundación, en esta última los administradores no son un “órgano dominante”, como en cambio
lo es la asamblea de asociados en la primera de las nombradas.
La razón de estas limitaciones obedece a que, como regla general, el fundador, una vez
creada la fundación, queda al margen de ella. Los administradores, al ser terceros, y al estar
obligados a la prosecución de fines en favor de otros sujetos, deben quedar sometidos al control
de un organismo (estatal) que vele por el cumplimiento de los fines propuestos por el fundador.
Inclusive esta regla es válida en el caso que los fundadores se reserven la condición de
administrador de la fundación, pues tarde o temprano, ya sea con su alejamiento o con su
muerte, la fundación pasará a ser administrada por otros individuos.
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hace extensiva a las personas jurídicas de las cuales sean socios tanto el administrador como
sus parientes en los grados señalados (art. 108 del Código civil)(52).
Por otro lado, nada impide que la fundación cuente con otros órganos, como puede ser
una gerencia.
En torno a este tema, debo recalcar una propuesta sumamente sugerente de Javier de
Belaúnde, que fue recogida en el Anteproyecto de Ley de Fundaciones elaborado por una
Comisión Oficial, integrada por especialistas(53).
En opinión del autor mencionado, existen casos en que el fundador desea participar en la
vida institucional pero sin asumir tareas propias de un administrador. Para esta posibilidad, de
Belaúnde planteó la creación de una Junta de Fundadores que estaría integrada por los
fundadores en vida y que tendrían ingerencia en la vida de la fundación, especialmente para
velar por el cumplimiento de sus fines y controlar la actuación de los administradores. De
aprobarse su propuesta, es evidente que la labor del Consejo de Supervigilancia de Fundaciones
sería, al menos durante el tiempo de vida de los fundadores o mientras integren dicha junta,
mejor cumplida dada la intervención de los propios creadores de la fundación.
Como bien ha sido señalado, en la fundación la administración de los bienes corre a cargo
de personas que no han contribuido a la formación del patrimonio de la organización y que no
son beneficiarios de ella. El fundador, generalmente, no tiene ingerencia en las decisiones.
Además, la fundación puede ser creada por testamento, en cuyo caso se presenta la
imposibilidad de la participación del fundador dada su inexistencia al instituirse la fundación.
A ello se añade que los beneficiarios de la fundación no tienen intervención en la administración
de la fundación(54).
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A este respecto, debe señalarse que desde octubre de 1955 nuestra legislación contempla
la presencia del ahora denominado Consejo de Supervigilancia de Fundaciones, CSF: Esta
instancia, actualmente dependiente del Ministerio de Justicia(55), se encarga de las funciones
establecidas tanto en el Código civil como en los Reglamentos aprobados por Decretos
Supremos Nºs 00394JUS y 00494JUS.
Asimismo, en el caso de las fundaciones constituidas mortis causa, en las que basta el
acto de dotación patrimonial y la determinación de los fines, el CSF puede dar nombre y
domicilio a la fundación, designar a sus administradores, establecer su régimen económico y
administrativo, etc. En síntesis, en estos casos puede otorgar la norma estatutaria de la
fundación (ver arts. 103 a 105 del Código civil).
Para concluir, baste señalar que el incumplimiento de cualesquiera de los deberes de los
administradores puede dar lugar a que el CSF solicite su remoción al Poder Judicial (art. 106
del Código civil).
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Como ya hemos anotado, la fundación no puede ser disuelta por los administradores. En
verdad tampoco podría ser extinguida por voluntad del fundador.
Para que se disuelva una fundación es indispensable que ella no pueda cumplir sus fines.
Lo contrario sería atentar contra la estabilidad de las funciones de interés social que aporta a la
colectividad.
Si el Poder Judicial ordena la disolución debe designarse a los liquidadores para que,
cubiertas las obligaciones de la institución, destinen el haber neto resultante al fin previsto en
el acto constitutivo. Si ello no fuera posible, se destina, a propuesta del CSF, a incrementar el
patrimonio de otra u otras fundaciones de finalidad análoga o, en su defecto a la Beneficencia
Pública de la localidad en la que la fundación tuvo su sede, para satisfacer propósitos similares
(art. 110 del Código civil).
III. EL COMITE
El artículo 111 del Código civil define al comité como la organización de personas
naturales o jurídicas, o de ambas, dedicada a la recaudación pública de aportes destinados a una
finalidad altruista.
El comité es una de las novedades que trajo el Código al ser promulgado. La ley de 1936
no lo contemplaba como una de las personas jurídicas del derecho civil.
El legislador se inspiró en el Codice civile italiano de 1942 para introducir esta figura;
sin embargo, le dio un alcance distinto dado que en Italia el comité no es una persona jurídica
sino un ente no personificado(57). (58)
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El Código de 1984 concibe de una manera más amplia al comité, sobre todo porque le
acuerda la posibilidad de adquirir personalidad jurídica. Es más, prevé un régimen especial para
los comités no inscritos.
El comité tiene características muy bien definidas. Es, en primer lugar, una organización
de temperamento asociativo, al igual que la asociación. En esa medida, su constitución exige
la presencia de cuando menos dos personas, entre las que se crea, al igual que entre ellas y el
comité, un vínculo de “necesidad”. Es, en este aspecto, tan similar a la asociación que en los
países que no tienen un tratamiento especial se denomina a los comités como asociaciones de
hecho o asociaciones temporales.
El comité se distingue de las demás personas jurídicas por su existencia efímera. Después
de la recaudación de fondos del público y de aplicar los recursos captados a un fin altruista, se
disuelve. Se organiza para una colecta pública y nada más.
Por ello, para facilitar el recurso a este expediente, el legislador ha sido flexible en su
forma de constitución, pues puede ser creado por medio de un documento privado con la firma
legalizada por notario, que es suficiente para su inscripción en el registro. Nada impide que sus
fundadores opten por instrumentar el acto en escritura pública; sin embargo, ello desvirtúa la
concesión de la ley.
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Los objetivos del comité son caracterizado como fines altruistas. ¿Cómo se diferencian
los fines de un comité con los de una fundación, que son de interés social?. Intentemos una
respuesta.
Digamos, en principio, que todo fin altruista es de interés social, pero no siempre los fines
de interés social son altruistas.
Una fundación que, por ejemplo, se constituye para la investigación de las bondades de
una especie vegetal y su posible aplicación a terapias curativas tiene un fin abiertamente social,
mas no filantrópico.
Dadas estas características, es claro que el comité persigue fines en bien de terceros, que
no son ni en favor de sus instituyentes y miembros, ni de aquéllos que lo administran,
diferenciándose así de la asociación y asemejándose a la fundación(61).
Al comité no le importa tanto tener un patrimonio propio formado por los instituyentes
(promotores) y miembros del mismo, cuanto recaudar dinero u otros bienes del público.
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En verdad, su patrimonio proviene del público y se destina a un fin altruista, aspecto que
lo diferencia de la asociación por cuanto en ésta es formado en base a los aportes de sus
integrantes y es aplicado a satisfacer fines de ellos mismos(62).
No obstante, puede ocurrir que, después de haber pagado las deudas sociales y aplicado
los recursos entregados por los erogantes, de la liquidación realizada resulte un remanente. En
estos raros casos, y en la medida que el Ministerio Público no objete los balances, el haber neto
se adjudica a los erogantes, es decir, se distribuye entre quienes contribuyeron a la formación
del fondo de fin altruista. Dado que ello no es usualmente posible, el art. 122 del Código civil
establece que dicho haber neto resultante de la liquidación ha de ser entregado a la Beneficencia
del lugar en el cual tuvo su sede el comité. La misma solución ha de aplicarse si el comité se
disuelve y liquida por no poder satisfacer sus propósitos, según se desprende del art. 121 del
mencionado Código.
La asamblea del comité no goza de las mismas libertades de las que puede gozar la
asamblea de una asociación. La limitación más importante que colorea y condiciona sus
decisiones es que sus integrantes no tienen, en conjunto, la capacidad para transformar al comité
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con el objeto que persiga otros fines diversos a los propuestos (una vez realizada la colecta o la
obra prevista), dado que los erogantes o contribuyentes han destinado parte de su patrimonio al
comité, salvo que sea imposible que se pueda alcanzar el objetivo. Y es que, como bien ha sido
señalado, el comité, a través de sus administradores, se convierte en una suerte de gestor de los
fondos recibidos del público para su aplicación al fin anunciado(63). De modo que aunque esta
obligación recaiga fundamentalmente en los administradores, ello impide a la asamblea tomar
decisiones que alteren el sentido de su creación.
En la acertada concepción originaria del Código civil, de la lectura del art. 121 se
desprendía que la asamblea general del comité carecía de la facultad de aprobar las cuentas y
balance por la labor realizada por los administradores(64). Para ello, debían, según dicha norma
rendir cuentas judicialmente. Era evidente que se requería de la intervención de un tercero
(distinto a los promotores y gestores del comité, así como de los beneficiarios) que se encargase
de velar por la exacta y fiel asignación de los recursos a los fines publicitados(65), con
conocimiento del Ministerio Público.
Cuando se promulgó el nuevo Código Procesal civil, esta norma introdujo cambios
sustanciales en el Código civil, bajo el insostenible argumento de que sólo modificaría normas
de orden procesal contenidas por este último.
A riesgo de ser considerada una posición intolerante, y exceptuando las reformas de las
normas procesales indebidamente recogidas por el Código civil, debo confesar que quienes
convinieron en plantear la modificación del art. 121 desconocían abiertamente la esencia del
comité y la realidad de las cosas.
El nuevo texto del art. 121 eliminó la rendición judicial de las cuentas e introdujo
implícitamente la facultad de la asamblea del comité para aprobar sus resultados. El único
paliativo a esta inaceptable solución fue conceder (también implícitamente, en una serie de
errores evidentes de técnica legislativa) al Ministerio Público la posibilidad de aprobar, con su
silencio, las cuentas del comité y, en caso contrario, solicitar la desaprobación judicial de
aquéllas, tal como fluye del también reformado (por obra del Código Procesal civil) art. 122
del Código civil.
21
Entre los hombres de derecho sabemos, por duro que parezca, que la intervención del
Ministerio Público en estos menesteres es mínima, por no decir nula. De modo que esperar la
posible acción del Ministerio Público para solicitar la desaprobación judicial de las cuentas del
comité se ha convertido en una vana seguridad. El silencio de este ente después de treinta días
de que el comité le hubiere presentado las cuentas se convertirá en una aprobación inatacable.
A ello se debe añadir que, como luego veremos, en los hechos la mayoría de los comités
que se conocen públicamente son comités no inscritos, respecto de los cuales no se sabe de
acción alguna del Ministerio Público.
Es interesante anotar que la asamblea de los miembros del comité no tiene funciones
contraloras que agoten la fiscalización que se debe poner en torno a la gestión del consejo
directivo del mismo. El control corresponde, más bien, al Ministerio Público. Al menos en la
buena intención del legislador (art. 119).
Pasando a otro tema, debemos señalar que el comité es administrado por un Consejo
Directivo que, al igual que el de la asociación, tiene funciones de gestión y de representación.
Su responsabilidad, por ende, es mucho más severa que en el caso de la asociación, dados
los fines perseguidos por el comité.
Una muestra del claro acercamiento del Código de 1984 hacia la experiencia jurídica se
da con la novedosa regulación de las asociaciones, fundaciones y comités no inscritos. La
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observación de la realidad no podía tener otro resultado que el de dispensar a estas
organizaciones un tratamiento especial.
Es cierto que en ellas la carencia del dato registral impide alcanzar el ropaje dado por la
personalidad jurídica. No son, por ello, personas jurídicas. Sin embargo actúan como tales. A
diferencia del Código de 1936, cuyos autores evadieron conscientemente el tema, la norma
vigente contiene un somero tratamiento de sumo interés para el estudioso.
Esa relativa unitariedad a la que nos referimos incide también en el tratamiento del
patrimonio del ente. Si es cierto, como ya lo hemos anotado, que la personalidad jurídica tiene
el efecto mágico de separar y no confundir los patrimonios de la persona colectiva con aquéllos
que la conforman, no puede desconocerse que, igualmente, los entes carentes de la condición
de persona jurídica también son capaces para ser titulares de un patrimonio propio. Ello es,
inclusive, de mayor evidencia en la fundación no inscrita, en la medida que en el trance que
atraviesa antes de alcanzar el registro es ya poseedora de una masa patrimonial proveniente de
la dotación contenida en su acto de creación.
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El hecho de que la responsabilidad de los gestores de las organizaciones no inscritas se
encuentre claramente agravada obedece a diversas razones, una de las cuales es la imposibilidad
en que se encuentran los terceros de saber qué o cuáles bienes son de propiedad de la
organización y cuáles son de los integrantes. Se trata de una garantía en favor de dichos
terceros(67). Pero, reiteramos, ello no niega su capacidad para que, en tanto sujeto de derecho,
pueda adquirir todo tipo de bienes.
Por otro lado, en todos los casos de estas organizaciones no inscritas, el legislador ha
contemplado la regulación de estos entes en base a la disciplina que corresponde a las personas
jurídicas asociación, fundación y comité. Esta manifiesta remisión a la normativa de las tres
personas jurídicas revela no sólo el propósito del codificador de evitar dificultades al intérprete
al momento de saber y determinar cuáles son los parámetros normativos con los que habrá de
contar, sobre todo en lo que atañe a la estructura interna de las organizaciones.
El art. 124 del Código civil establece que el ordenamiento interno y la administración de
la asociación no inscrita se regula por los acuerdos de sus miembros, aplicándose las reglas de
los artículos 80 a 98 en cuanto sean pertinentes.
La norma en cuestión no debe dar a pensar que sólo bastan los acuerdos de los asociados
para establecer el régimen de administración y su estructura interna. La referencia a los
“acuerdos” es una forma de dar fuerza al deseo y compromiso que deriva de haber dado
nacimiento a la asociación. Los “acuerdos”, además, no son cualquier convenio o pacto. Ellos
deben ser entendidos como los pactos o decisiones adoptados por los asociados reunidos en
asamblea, ya que el hecho de carecer de la condición de persona jurídica no los exime de
observar las normas sobre la organización (y órganos) que debe tener una asociación.
En todo caso, la expresión “acuerdos” puede comprender otras decisiones que no hayan
pasado por el tamiz de una reunión asamblearia, pero en esa hipótesis será necesario analizar
sus alcances y los compromisos que pueden implicar para quienes no participan de él pero que
integran la asociación, lo que sin duda resulta altamente delicado.
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Es interesante anotar que el art. 124 señala que la asociación no inscrita comparece en
proceso por el presidente del consejo directivo o por quien haga sus veces.
La precisión, se ha dicho, tiene como finalidad poner a los terceros que intervienen en el
proceso en condiciones de saber a quién corresponde la representación procesal, a falta de un
sistema de publicidad como aquél propio del régimen normativo de las personas jurídicas(68).
La calificación, que proviene del Codice civile, se emplea con el propósito de evitar que,
al carecer de personalidad jurídica (y su subsecuente y perfecta separación de responsabilidades
patrimoniales frente a terceros), los asociados entiendan que pueden exigir su restitución, pues
esto es imposible, no sólo mientras se mantenga vigente la asociación (dada la redacción del
art. 125 del Código civil), sino inclusive cuando ella es disuelta y liquidada(71).
El fondo común es el que responde de las deudas sociales, es la garantía de los acreedores
de la asociación no inscrita, de las obligaciones contraídas por quienes actúan en nombre de
ella (art. 126).
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de publicidad que les permita saber cuáles son los bienes de la organización y cuáles de quienes
actúan por ella.
La responsabilidad antes que solidaria es, en rigor, subsidiaria (pero que entra, de todos
modos, en el esquema de la solidaridad(72)), pues si el fondo común basta para pagar las deudas
sociales, el patrimonio de los gestores no es atacado.
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El Código no establece si su responsabilidad es subsidiaria, en el sentido de si los bienes
con los cuales se ha dotado a la fundación también responden de las obligaciones contraidas.
En este caso, es de necesidad precisar que la masa patrimonial de la fundación no inscrita sí
podrá ser atacada por los acreedores de ésta, siempre que las deudas asumidas no contravengan
la voluntad fundacional, aunque esta circunstancia no le es oponible a los terceros que no
pueden acceder a una información completa de la fundación.
A tal grado llega el recurso al comité que no llega a ser persona jurídica, que bien puede
decirse que es una práctica que existe desde siempre, y a la cual el legislador de 1984,
afortunada e imaginativamente, quiso adherir a través de un trato particular.
El art. 130 del Código civil tiene alcances similares a los establecidos por el art. 124 para
la asociación y por ello remitimos a lo dicho al respecto.
Finalmente, debemos señalar una razón adicional por la que rechazamos los cambios que
el Código Procesal civil introdujo en el comité persona jurídica al modificar los arts. 121 y 122
del Código civil.
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Tal como lo expresamos, con la reforma de dichos artículos se cercenó al Poder Judicial
la facultad de aprobar las cuentas de la gestión del comité, confiriendo de manera tácita dicha
prerrogativa a los miembros de la asamblea, con conocimiento del Ministerio Público, cuyo
silencio en el lapso de 30 días convierte en inatacable el balance y gestión de los responsables
de la administración del comité y del cumplimiento de sus fines.
Curiosamente, por haber invadido terrenos que no conocía, el legislador procesal olvidó
el texto del art. 132, el mismo que al mantenerse en su versión original contempla que el
Ministerio Público solicita la rendición judicial de las cuentas cuando el comité se disuelve
porque haya cumplido sus fines o no hubiere sido posible satisfacerlos, proponiendo el haber
neto que resulte de la aplicación a fines análogos. Con ello, dentro del Código civil se ha
introducido una innecesaria y desconcertante diversidad de regímenes en materia de aprobación
de cuentas, pues el comité persona jurídica puede aprobarlas por medio de una asamblea de sus
miembros, en tanto que el comité no inscrito no puede ver aprobada su gestión si el Ministerio
Público no exige la rendición judicial de las cuentas de dicha organización. No sabemos si esa
diferencia que resultó de la reforma fue deliberadamente querida por los reformadores del
Código Procesal civil que invadieron temas sustanciales y no sólo procesales al modificar el
Código civil. Algún día tendremos una respuesta
http://unlugarjuridico.blogspot.com/2012/03/la-asociacion-la-fundacion-y-el-
comite.html
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