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Presentación:
No cabe duda de que la ciudad de Cali desde hace ya bastante tiempo, está experimentando
una serie de dificultades, crisis y conflictos, que se viven a nivel social, económico y
cultural. Todo ello es correlato de los procesos históricos de Colombia y su consolidación
como nación, pero también se debe a un fenómeno que desde hace aproximadamente 20
años viene discutiéndose por intelectuales y gobernantes, y actualmente se ha instalado en
la cotidianidad de los ciudadanos; me refiero al fenómeno de la globalización.
Con el fin último de simplemente distribuir, proveer objetos y garantizar que la sociedad
los consuma, la ciudad es diseñada para garantizar el éxito del mercado global, y los
sujetos que la habitan pasan a ser piezas y mecanismos que facilitan tal operación,
experimentando como seres humanos un vacío de significados porque no hallan un lugar
de encuentro real con el otro, ni se les permite una experiencia con la ciudad de otra manera
que no sea, por ejemplo, la de circular aceleradamente por las autopistas para conectarse
con su sitio de trabajo. 1
1
En este sentido podemos hablar de la ciudad clonada como aquellas configuraciones espaciales urbanas que tienen las
mismas características en todas partes y cumplen funciones semejantes, como lugares de tránsito y rápida circulación, o
como escenarios del consumo masivo: los supermercados, los centros comerciales, los aeropuertos, los terminales de
transporte masivo y las estaciones del metro. Al igual que las pantallas del espectáculo televisual, las grandes autopistas
de asfalto y las de información, los enormes rascacielos, los edificios inteligentes se construyen hoy bajo estrictos
parámetros de racionalidad técnica y económica, también globalizados. Ulloa Alejandro, “Globalización, Ciudad y
Representaciones Sociales, la ciudad clonada”. Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, 2000,. Pág. 43
de vida para la ciudad, la del consumo exacerbado, la narco – estética, la rumba
interminable, el hiperindividualismo y la ley del más fuerte. Claro está, todo esto es un
conjunto de valores no extraños al sistema mundial de vida.2
Todo ello ha transformado la ciudad, y con ella la cotidianidad de los sujetos, las formas de
relacionarse y de vivirla. No obstante, el panorama no es tan apocalíptico. Muchos
investigadores comparten el hecho de que el mundo no es sólo el mercado global y su
armazón tecnológica, sino que es habitado por muchas otras comunidades y pueblos que
quieren vivir dentro de él conservando sus tradiciones, sus historias y su identidad. Ellas
quieren ser tenidos en cuenta sin tener que dejar de ser lo que son. Recuérdese entonces,
dentro de nuestra realidad más cercana, las luchas indígenas, de las comunidades
afrodescendientes y de los inmigrantes.
2
… Como negocio rentable, coherente con el orden capitalista en el que nace, el narcotráfico no sólo generó una gran
acumulación de capital, nunca antes vista en el país, sino que desarrolló la violencia, e incentivó la corrupción de un
sistema político bipartidista, ya corrupto desde los tiempos del frente nacional. Por otro lado, exacerbó el consumo
suntuario y la ostentación; precipitó el enriquecimiento rápido, desvalorizando el trabajo como forma de progreso;
propició el derroche y el despilfarro de bienes y servicios como estilo de vida; asimiló las nuevas categorías estéticas del
simulacro y la plasticidad; adoptó el modelo barbie de belleza femenina estimulando la cirugía plástica como afirmación
del estatus social y eterna juventud. Ibíd., Pág. 175.
través del cine. La película de Víctor Gaviria, titulada Rodrigo D, no futuro (1988), narra
los últimos días de un joven punk, quien vive en carne propia el desarraigo, el desencanto y
la desesperanza de las comunas marginales en Medellín, donde las condiciones de vida
están limitadas y definidas por la guerra, el narcotráfico, el sicariato y las pandillas. A
través del lente vemos lo que las letras expresan: un mundo sumido en la pobreza, donde el
esfuerzo ya nada vale, y la resignación de vivir sin soñar, porque de noche ya nadie
duerme, es la constante para los que quieren morir en paz. Sonidos estruendosos que
invocan la más cruda realidad, porque no se puede huir de ella. Rodrigo D en un acto de
negación total a ello, decide suicidarse antes que aceptar su destino absurdo e irrevocable,
el de hacerle juego a un conflicto que los sepulta en el anonimato y la impunidad, sin ni
siquiera habérselos consultado.
Los jóvenes como sujetos socioculturales, están en constante conflicto con la realidad que
viven, están buscando constantemente referentes que los situé frente a ese mundo vaciado
de sentido, provocado por una ciudad hecha para el mercado global, pero también sacudida
por su historia inmediata. En el caso de Cali, Colombia, esta realidad está enmarcada por la
guerra y el narcotráfico. 3 Los jóvenes ante esa fractura de sí mismos, no encuentran donde
reconocerse, donde anclarse; ante la insoportable levedad de su ser, no saben qué les
pertenece y ante ello reaccionan, se resisten o se refugian. Su energía vital es causada por
la negación radical de la sociedad y su cultura dominante4.
Estos jóvenes reaccionan con los mismos mecanismos inmediatos con los que han
socializado en su cotidianidad: la violencia (tanto física como simbólica), intrafamiliar, de
3
Los procesos de organización y participación juvenil en Colombia registran cuatro etapas distintivas y caracterizadas: la
primera, de los años sesenta a ochenta, por el debate en torno a la forma excluyente de gobernar del régimen del frente
nacional; la segunda, de 1980 a 1991, por una lógica inicial del ¨no futuro¨, en la cual la sociedad se mostró incapaz de
atender e integrar las nuevas dinámicas que presentaba la juventud, siendo ésta expulsada continuamente hacia los límites
sociales, promoviéndose una visión estigmatizada y peligrosa que justificaba la respuesta agresiva del estado hacia la
juventud; la tercera de 1991 a 1997 por el reconocimiento explícito de la ciudadanía juvenil; la cuarta desde 1997 hasta la
actualidad, presenta una reevaluación crítica de los preceptos establecidos en la Constitución Nacional en medio de un
panorama de guerra generalizada donde el mayor porcentaje de víctimas corresponde a la población juvenil. Celis Luís
Eduardo( 2001), las dinámicas de participación y organización juvenil en Colombia, Documento de consultoría para la
OPS, Bogotá, citado por Libardo Sarmiento Anzola, Política Pública de Juventud en Colombia,
www.quindio.gov.co/home/docs/general.
4
La sociedad occidental moderna, y máxime su acelerada versión del siglo XX, ha empujado con fuerza los valores del
individualismo y del éxito del individuo, favoreciendo con ello el aislamiento progresivo del individuo y de su núcleo
familiar. Pere-Oriol Costa, José Manuel Pérez, Fabio Tropea. Tribus Urbanas, El Ansia de identidad Juvenil, Paidós,
Barcelona, 1996, pág. 30
pandillas o de las instituciones burocráticas y tradicionales, es trasladada a los estadios, por
ejemplo, en masas fervientes de hinchas de algún equipo de fútbol.
Se resisten, como los grupos punks, que emergen con sus crestas que rayan el cielo azul de
la sucursal, haciendo de su cuerpo un libro, un manifiesto, un collage de signos, tatuajes y
piercings, gritándole a la ciudad que su apariencia es su ser y no hay que disfrazarlo como
se hace con la realidad urbana.
Actualmente, hay colectivos punks y skin heads que han asumido una lucha política directa
contra las desigualdades sociales que se viven actualmente en Colombia. Con su voz, su
cuerpo, su música, el uso de medios impresos y audiovisuales, construyen un proyecto que
sueña una sociedad más incluyente y justa.
Así mismo están los rastafaris, que a través de sus dread locks manifiestan su creencia en
un mundo para todos, donde se respete la naturaleza y no exista el racismo. Sin importar los
medios de expresión, convocan todas las voces afrodescendientes excluidas y
estereotipadas como ladrones y matones. Por medio del hip hop, del reggae, de las
peluquerías, recrean una cotidianidad distinta a la promovida masivamente en los medios
oficiales y en la opinión pública de los caleños.
Se refugian también en las industrias del consumo, del espectáculo y los medios masivos de
comunicación, que son los lugares más habitados hoy por los jóvenes y de los cuales
extraen, por su fácil acceso, los relatos, imágenes y símbolos que los afianza como sujetos.
Un ejemplo, son los emo, voy a referirme a ellos por ser en estos momentos un referente
cercano a todos nosotros, pero igual, ha ocurrido con otras tribus urbanas5.
Esta grupalidad contemporánea hace parte de esa tendencia que ronda por el mundo actual
del reciclaje y el collage de estilos. Gracias al fenómeno global y las industrias del
consumo, circulan por el planeta infinidad de signos que ya no remiten a un relato único o
5
Es decir mientras las instituciones sociales y los discursos que de ellas emanan (la escuela, el gobierno en sus diferentes
niveles, los partidos políticos, etc.). tienden a cerrar el espectro de posibilidades de la categoría joven y a fijar en una
rígida normatividad los límites de la acción de este sujeto social, las industrias culturales han abierto y desregularizado el
espacio para la inclusión de la diversidad estética y ética juvenil. Reguillo Cruz Rossana, Emergencia de culturas
juveniles, nombrar la Identidad un Instrumento Cartográfico, Norma, 2000, pág 13
identifican a una sociedad en particular. Ya cualquier tradición, imagen y relato puede
adaptarse a cualquier otro lugar del mundo, siendo vaciado de su sentido original. Es por
ello que los emo son un estilo ecléctico que recoge la más variada gama de manifestaciones
tribales como los punk y los góticos, pero, a su vez, incluyen iconos audiovisuales del
anime manga japonés, o animados como puka. La bipolaridad de los sentimientos y
emociones se representan al incluir en sus atuendos colores negros y rosado al tiempo,
símbolos conjugados de agresividad y muerte con efusividad y alegría. Su inconstante
estado de ánimo es exhibido también en su apariencia corporal porque de ese modo
comunican su actitud al resto de la sociedad, correspondiéndose con ese desenfreno y
vértigo que produce el mundo acelerado globalizado, que ofrece una gama casi infinita de
signos /sensaciones pero todos tan efímeros como los anuncios publicitarios.
En esta cita encontramos un campo de tensión bastante fuerte entre la política concebida
por las instituciones estatales y sociales y la denegación que producen en los jóvenes,
quienes componen las tribus urbanas. La Historia Colombiana ha estado marcada por una
cultura de la exclusión, que ha definido una sola forma de concebir ser colombiano, o vivir
la nación. Hoy más que nunca, es necesario reconocer en la práctica la diversidad cultural y
las diferencias para que se estimule su conservación y desarrollo, redimensionando así el
ejercicio de la democracia, que no se agota en la representación institucional.
En torno a esto hay que referirse entonces a la interculturalidad como una realidad que la
vivimos a diario pero mal vivida: ahora, lamentablemente, el encuentro entre culturas se
halla en la negación del otro más que en su reconocimiento. No hay que desconocer aquí
que los encuentros entre pueblos y comunidades han sido conflictivos, pero es necesario
construir espacios para pensar juntos la diferencia, porque, como lo expresa Jesús Martín
Barbero: hablar de interculturalidad es hablar contra todo intento de mantenernos vírgenes culturalmente.
La vocación de la humanidad es la mezcolanza y eso aterra a los puristas y monoteístas. Una cultura que se
cierra a sí misma y no permite al otro, es una cultura que se mata.
Siguiendo lo anterior, a mi modo de ver, la cultura ciudadana como discurso oficial está
planificada para recuperar ese pasado caleño, ya mitificado, y en ese empeño de buscar el
paraíso perdido, se establece una mirada monolítica y unidireccional de la cultura y la
realidad caleña que excluye y promueve a veces la xenofobia. Ante ello, las tribus urbanas
responden con un cierre identitario que igualmente se enclaustra en su realidad vivida como
única posible. En ambos casos, se establece un estancamiento de todas las dimensiones de
la vida, de las relaciones sociales, porque se imposibilita el diálogo y el reconocimiento.
Para empezar a pensar la ciudad y contribuir a su desarrollo cultural para superar la crisis
simbólica que enfrenta, hay que redimensionar la noción de ciudadanía que va más allá de
su definición formal y legal como una figura política abstracta, más bien, tal como lo
expresa Chantal Mouffe: un ciudadano es una persona cuya existencia está localizada en un
lugar sobre la tierra, un lugar específico. El ciudadano existe en interacción con una serie de
relaciones fuertemente ancladas en ese mismo lugar (con sus amigos, familiares, el trabajo). Es de
estas relaciones que cada uno extrae porciones de poder (simbólico, material). Y estos poderes son
la materia prima de la democracia. Estas porciones de poder son lo que le permite a las personas
jalonar su comunidad social y su entorno natural hacia la visión de futuro que tienen en mente.6
6
citado por Clemencia Rodríguez, Universidad de Oklahoma, en: Tres lecciones de los medios ciudadanos y comunitarios
en Colombia, ponencia presentada en el Encuentro Nacional de Medios Ciudadanos, Bogotá 2006
Las tribus urbanas son una realidad cultural porque tienen experiencias e historias que
contar, porque viven, sueñan, sufren la ciudad a su manera y en ese sentido tienen que ser
tenidos en cuenta como ciudadanos. Muchas de ellas deben superar su visión
fundamentalista de la cultura, afianzándose políticamente, entrando en diálogo con otras
expresiones urbanas y así aprender juntos, para en consecuencia exigirle a la sociedad y a
las instituciones sociales que reconozcan las diferencias, las caleñidades dentro de la
ciudad para reconstruirla. ¿Cómo no reconocer a los rastafaris cuando en tiempos de crisis
mundial ambiental, entre otras, ellos promueven un pensamiento de respeto y cuidado de la
naturaleza y los recursos naturales?; ¿cómo no reconocer el hip – hop, que con sus letras y
música representan la cotidianidad del gueto en el Distrito de Aguablanca, fortaleciendo la
identidad en medio de las dificultades? Para ellos la cultura ciudadana no es un hecho, para
ellos la cultura ciudadana es un deseo de comunidad que se desarrolla y sostiene con los
otros.