Está en la página 1de 6

El discurso de las Américas

La reciente gira sudamericana del presidente Barack Obama terminó por desencantar a la
burguesía latinoamericana que especulaba con grandes anuncios para relanzar las relaciones
hemisféricas. El desencanto fue creciendo en cada una de las escalas, Brasil, Chile y El
Salvador. El gesto más claro y contundente fue la orden de bombardear Libia y dar inicio a
la operación “Odisea del Amanecer”, en cumplimiento de la resolución 1973 de Naciones
Unidas, consensuada entre el Consejo de Seguridad, la OTAN y la Liga Arabe. La orden
fue impartida el 19 de marzo mientras Obama se distraía del protocolo oficial en Brasilia.
Nada mejor que esta decisión podía desenmascarar el contenido de la retórica de “derechos
humanos, democracia, cooperación, libre comercio” con que Obama envolvió la
presentación de la agenda de intereses económicos y políticos de Estados Unidos en
América Latina.
En la anterior puesta en escena durante el año 2009, en la V° Cumbre de las Américas en
Trinidad y Tobago, cuando Obama acababa de asumir el cargo, las burguesías
latinoamericanas creían asistir a una nueva era de relaciones de “buena vecindad”. En
aquella ocasión el periodista Chuck Todd de la NBC le preguntó en conferencia de prensa:
“¿cuáles son los pilares de la Doctrina Obama?”.
El presidente contestó: “hay un par de principios que traté de aplicar en todos los ámbitos:
Número uno, que los Estados Unidos siguen siendo la más poderosa y rica nación de la
tierra, pero no somos la única nación. Que los problemas que enfrentamos, sean los
carteles de la droga, el cambio climático, el terrorismo, ustedes nómbrenlos, no pueden ser
resueltos por un solo país. Y creo que si te mueves con este enfoque, estás más inclinado a
escuchar y no solo hablar… Reconocemos que hay otros países que tienen buenas ideas, y
queremos escucharlos. El hecho de que una buena idea llega desde un pequeño país como
Costa Rica no debe de manera alguna disminuir el hecho de que es una buena idea. Creo
que la gente aprecia esto.
Número dos, estoy convencido de que en su mejor momento Estados Unidos representa un
conjunto de valores e ideales universales; creo en la idea de las prácticas democráticas, la
idea de la libertad de opinión y religión, la idea de una sociedad civil donde la gente tiene la
libertad de perseguir sus sueños y no es constantemente oprimida por el gobierno. Tenemos
un conjunto de ideas con una amplia aplicabilidad. Pero también creo que hay otros países
con culturas diferentes, perspectivas diferentes, y que provienen de diferentes historias.
Debemos hacer lo mejor para promover nuestros ideales y nuestros valores mediante
nuestro ejemplo”.
En esa atmósfera imperialista aunque seductora, el presidente Chávez le regaló un ejemplar
de “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano. En agradecimiento el
presidente Obama instaló 7 bases militares en Colombia y sostuvo el golpe militar en
Honduras.
Este segundo viaje careció de aquella atmósfera seductora. En consecuencia la gira eligió
cuidadosamente sus escenarios y terminó a las apuradas por la crisis en Libia.
Obama en Brasil
En Brasil el gobierno del Partido de los Trabajadores recibió a Obama con gran pompa,
convocando a los ex presidentes para mostrar que la aspiración brasileña de desempeñar un
rol relevante en los asuntos internacionales no es un capricho petista sino una “política de
Estado”. Lula tuvo la inteligencia de no asistir por dos motivos: para no opacar el rol de la
flamante Presidente y para reducir las tensiones bilaterales de finales de su mandato (desde
el asilo al presidente Zelaya en Tegucigalpa durante el golpe en Honduras hasta el veto
norteamericano a la mediación que Brasil emprendió junto con Turquía alrededor del tema
nuclear con Irán).
A pesar de este esfuerzo brasileño Obama eludió cualquier apoyo a la demanda de un
asiento permanente para Brasil en el Consejo de seguridad de la ONU, como le había
prometido a la India en su reciente vista a ese país. En cambio planteó una “asociación”
entre “las dos mayores democracias del hemisferio”, pero sin referirse concretamente al
liderazgo brasileño ni hacer referencias a su política latinoamericana. De esta manera evitó
mostrar las diferencias existentes entre la Casa Blanca y el Palacio del Planalto en temas
tales como la falsa democracia en Honduras, la apertura hacia Cuba, las bases militares en
Colombia, las relaciones con Chávez, el rol de la Unasur o la “seguridad” estratégica del
Amazonas.
El llamado a trabajar juntos como socios esconde la pretensión norteamericana de lograr la
subordinación de Brasil a los lineamientos de la política mundial norteamericana, dejando
en claro que considera a Brasil un país de peso regional pero no una potencia global.
Más aún, mientras Brasil se abstuvo en la votación de la resolución 1973 de Naciones
Unidas, Obama dio la orden de iniciar los bombardeos sobre Trípoli en plena ceremonia
oficial. La presidente Dilma Roussef se vio obligada a mostrar la sumisión de su gobierno
ante Estados Unidos, incluso permitiendo que el servicio secreto norteamericano sometiera
a humillantes cacheos a los ministros del gobierno brasileño dentro del territorio de su
propio país.

El discurso en Santiago
En su segunda escala Obama eligió a Santiago de Chile para enunciar su política hacia
América latina, un gesto calculado para contraponer el “modelo chileno” de economía
abierta, democracia neoliberal y alineamiento imperialista al liderazgo regional brasileño y
a los gobiernos llamados “populistas” de Venezuela, Ecuador y Bolivia. En 1973 Chile fue
la vanguardia mundial del ajuste neoliberal, cuando Milton Friedman convenció a Pinochet
de la necesidad de adoptar el académico modelo neoliberal de Chicago. Ahora no parece
posible que Chile sea abanderado de ningún tipo de intervención imperialista. Por un lado
el presidente Piñera ya tiene suficientes dificultades en controlar la situación interna y por
otro lado Estados Unidos no está pidiendo ayuda, quiere políticas de sometimiento al viejo
estilo reaganiano.
Obama declaró, tomando el antecedente de la Alianza para el Progreso, que “hoy en día, en
el continente americano, no hay socios principales ni socios secundarios; hay socios con
igualdad de condiciones. Pero las sociedades equitativas, a su vez, exigen un sentido de
responsabilidad compartida. Tenemos obligaciones recíprocas, y hoy en día, Estados
Unidos trabaja con países en este hemisferio para cumplir con nuestras responsabilidades
en varias esferas importantes”.
Esto significa la exigencia de que los países de la región acepten la agenda que quiere
imponer Estados Unidos en los más diversos temas: las políticas policiales más represivas
en temas como el narcotráfico y las migraciones; el apego al régimen de democracia en
términos neoliberales; el respeto a las inversiones extranjeros y la adopción de políticas
favorables al “libre comercio”.
Estados Unidos no se comprometió abiertamente a la aprobación de los Tratados de Libre
Comercio con Colombia y Perú, ni tampoco a la ampliación del acuerdo ya firmado con
Chile, decepcionando a los neoliberales locales. Reiterando su política de imponer una
“apertura democrática” en Cuba, alabó a los regímenes más afines como México o
Colombia y ante todo al propio Chile. Aunque habló de Derechos Humanos a pocos metros
del palacio de la Moneda no reconoció el rol de Estados Unidos en el golpe de 1973 ni dejó
de saludar la “transición a la democracia” bajo la Constitución pinochetista que garantiza
impunidad para los crímenes de la dictadura. Alabó la democracia genocida de Colombia,
alabó la aplicación de la Carta Democrática Interamericana que sentó “las bases del retorno
al Estado de derecho” en Honduras y alabó los “aportes de los países latinoamericanos” al
invadido Haití, sin dejar de criticar las “anacrónicas pugnas ideológicas” que alimentaban
los viejos conflictos.

En El Salvador
En El Salvador el presidente Obama debió acortar su visita, urgido por los problemas
domésticos y las operaciones en Libia, dejando apenas planteada su política de migraciones
y seguridad para México y Centroamérica sin acceder a las preocupaciones locales por la
situación de millones de emigrantes, muchos de ellos indocumentados. En consecuencia
continuará una mayor injerencia de la Justicia, el FBI y los servicios norteamericanos en
temas como el narcotráfico, las “maras” y las políticas represivas en general. Estados
Unidos no adoptó ningún compromiso respecto a sus responsabilidades en esta “guerra”
que pretende llevar a cabo fuera de su territorio como excusa para una mayor penetración
semicolonial.
Dada la situación internacional la visita dejó pocos resultados y decepcionó a muchos de
los políticos y analistas burgueses que esperaban un programa más concreto y favorable. El
diario chileno La Tercera ironizó con mucha inteligencia: “la visita de Obama terminó
pareciéndose a esas fallidas superproducciones de Hollywood que, pese a una
impresionante puesta en escena, al inmenso despliegue técnico, a los portentosos
preparativos y al destacado elenco, liderado por un actor popular con un desempeño previo
histórico, simplemente no cautivan al público”.
La nueva “Alianza para el Progreso”, ni nueva, ni alianza, ni progreso
Hay que reconocer que Obama mostró claramente los objetivos que guían al imperialismo
en su intento de recuperar influencia económica y política sobre América latina, la base de
de la ofensiva que viene desplegando desde el golpe en Honduras. Aunque también mostró
las debilidades y contradicciones de este intento, en un marco general de crisis económica
internacional y declinación de la hegemonía norteamericana. No pudo acompañar la agenda
económica y política que planteó con propuestas concretas que permitieran “entusiasmar” a
las clases dominantes locales.
Varios analistas especulaban que el presidente Obama anunciaría una nueva “Alianza para
el progreso” que replanteara las relaciones entre Estados Unidos y América latina. La
primera formulación hecha por John Kennedy en 1963, fue una respuesta al triunfo de la
revolución cubana y al creciente sentimiento antinorteamericano en el subcontinente.
Estados Unidos estaba en el apogeo de su poder económico, político y militar y las
empresas norteamericanas avanzaban profundamente y casi sin rivales en la
semicolonización de las economías locales. La política exterior norteamericana podía dictar
condiciones, ofrecer un cuantioso apoyo en “ayuda” y alinear hegemónicamente a las
burguesías locales a su lado en la “Guerra Fría” al mismo tiempo que encubría la
preparación de golpes de Estado y operaciones “contrainsurgentes”. Las condiciones
actuales son distintas, y más allá de la alusión a aquella “Alianza” el presidente Obama no
pudo formular un programa concreto y ninguna medida realizable.
En Washington se ve con preocupación el debilitamiento de su influencia política y peso
económico sobre América latina, específicamente en Sudamérica, donde han crecido los
márgenes de maniobra de las semicolonias latinoamericanas favorecidas por el desempeño
económico y las nuevas relaciones sociales que permitieron el ascenso de gobiernos con
políticas autonomistas. América Latina representa la quinta parte del mercado exterior de
Estados Unidos y ante la crisis capitalista internacional y las dificultades de la economía
norteamericana cobra importancia como área en crecimiento, productora de materias
primas, reservorio de mano de obra barata y mercado de destino para bienes y capitales.
1. Estados Unidos busca aumentar sus exportaciones industriales y aprovechar el peso
decisivo que sus corporaciones tienen en determinadas áreas como el agrobusiness,
las exportaciones de alimentos, de materias primas, la industria automotriz o la
industria manufacturera local, para hacer frente a la competencia de transnacionales
europeas o asiáticas.
2. También pretende contener y desgastar la política exterior del presidente Chávez y
sus aliados del ALBA y forzar un realineamiento de los países de la región en torno
a la política norteamericana en algunos aspectos decisivos como Irán, Libia y otros
puntos.
3. Hay otros temas vitales dentro de la misma región como la migración, ya que 45
millones de personas de origen “latino” viven en Estados Unidos y representan el
9% de la masa electoral, y también la “guerra contra el narcotráfico”, su muy
exitoso mecanismo de penetración en México, Centroamérica y Colombia. Al
servicio de esta ofensiva ha sostenido al régimen golpista en Honduras y viene
fortaleciendo la presencia del dispositivo militar regional (la IV° Flota, las
facilidades aéreas y militares en Colombia y otros países, la realización de ejercicios
conjuntos, etc.), cosa de la que no se habló en la visita.
Están claros los fines, también deben quedar claras la debilidad de los medios y las
contradicciones de la situación en las que se encuentra Estados Unidos para imponer sus
objetivos. Las lamentaciones de los analistas por la falta de una “visión estratégica hacia la
región” tienen que ver con que Estados Unidos está enfrentando la crisis y la declinación de
su hegemonía mundial.
Sus prioridades están en otras regiones del mundo donde ha concentrado los esfuerzos,
como en Asia oriental donde busca contener a China, en Europa donde busca contener a
Alemania y en zonas claves del “Gran Medio Oriente”, donde busca contener a Turquía e
Irán. Al mismo tiempo está militarmente involucrado en Irak y Afganistán, está
interviniendo contra la “primavera de los pueblos árabes”, en una mezcla de
contrarrevolución democrática, de sostén de Israel y de sostén de las dictaduras y
monarquías aliadas como Arabia Saudita, Bahrein o Yemen. Y acaba de lanzar la
intervención militar en Libia.
En ese contexto es muy poco lo que puede ofrecer para “seducir” a las clases dominantes
latinoamericanas pese al esfuerzo que éstas hacen para demostrar su sumisión.

Servilismo progresista
Las corrientes “progresistas”, las direcciones sindicales y buena parte de la izquierda
dejaron claro su abandono de las más elementales banderas antiimperialistas y no
impulsaron ninguna campaña de denuncia y repudio a la visita del presidente
norteamericano ni a sus acciones contra la “primavera de los pueblos árabes” como el
bombardeo aeronaval a Libia.
 En Brasil la CUT y el PT se alinearon detrás de la política de buena anfitriona de la
presidente Dilma Roussef y se tragaron con ella el desprecio de la diplomacia
norteamericana.
 En Chile, el PC y la CUT y la Concertación se disciplinaron al régimen que preparó
un gran recibimiento al presidente Obama.
 En El Salvador el FMLN, con el presidente Mauricio Funes a la cabeza, hizo lo
mismo.
Obama pudo volver a Estados Unidos salvando las apariencias, incluso como si fuera una
figura “popular” en la región, gracias al amparo que le brindaron las élites de los países que
visitó.
La amenaza que la agenda anunciada por Obama representa para los pueblos
latinoamericanos es clara. La lucha por la expulsión del imperialismo es clave para la
liberación nacional y social del continente.
Dr. Norberto Emmerich
Doctor en Ciencia Política
Licenciado en Relaciones Internacionales
Investigador de Conacyt en la Universidad Autónoma Metropolitana, Distrito Federal,
México

También podría gustarte