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¿Cuántos Kevin Carter?

Lucía Pérez de Celi

Directora del Colegio Alternativo Talentos

Hace trece años que esta


fotografía ha dado la vuelta al
mundo. Fue la ganadora del
Premio Pulitzer en 1994. Su
autor, Kevin Carter nació en
Suráfrica en 1960 y falleció
cumplidos los 33. Se quitó la
vida a la orilla de un río, justo
donde jugaba cuando era
niño. Se encerró en su auto
con el monóxido de carbono y
su pena. Comenzó su carrera
de fotógrafo cuando tenía 24
años, la que se convertiría en
pasión casi incontrolable
sobre todo cuando era testigo
presencial del sistema de
segregación africana, las
guerras de su país y la historia de Mandela. Se aproximaba todo lo que podía y
capturaba la muerte. El horror, la barbarie de hombres contra hombres. Ese era su
trabajo. El de él y tres amigos fotógrafos, Ken Oosterbroek, Greg Marinovich y João
Silva. Les llamaban a los cuatro “el Bang Bang Club”. Hacían fotos espeluznantes y
se exponían a peligros extraordinarios, haciendo fotos de gente matando y gente
muriendo con lanza, machete o pistola. Quienes han escrito sobre su vida cuentan
que consumían drogas de todo tipo para anestesiar sus emociones y creer que una
cámara fotográfica era su gran escudo de protección. En marzo de 1993, de
vacaciones viajó a Sudán, de paso podría captar las consecuencias de la guerra
civil. Pasaron unas horas y Carter, al que ya le es imposible dejar la cámara y la
mirada invasora vio a una niña y un buitre. Lo que hizo al parecer es reaccionar
inmediatamente con ese frío profesionalismo de siempre. No sabía otra manera de
actuar. Así había sido su vida los últimos años. Casi mecánico. El único objetivo era
hacer la mejor foto posible, la que tuviera más impacto. Tenía más razones además
de ganar dinero: plasmar el hambre y mostrárselo al mundo. Por eso todos creen
que no hizo nada para ayudar a la pequeña. Porque si la hubiera ayudado, no habría
podido hacer la foto. Prioridades son prioridades. “Y después de la toma, ¿qué
hiciste…ayudaste a la niña?” fue la pregunta de rigor cada vez que se hablaba del
gran premio obtenido y de ver la foto que ponía los pelos de punta a quien la veía.
El interrogatorio se lo aprendió de memoria, aparecía en su mente como un eco
cuando estaba dormido o despierto. La guerra terminó. Mandela fue proclamado
presidente. Suráfrica tuvo su final feliz, pero la vida de Carter dejó de tener sentido.
Seguro que todo se acabó para él. No tenía otra ocupación, ni nada que le
provocara tanta adrenalina. El fue el primero en fotografiar una ejecución mediante
el “collar”: un anillo de gasolina alrededor del cuello de una persona al que se
prendía fuego. Esta publicación provocó la indignación general y contribuyó a la
condena mundial del apartheid. El apartheid es el resultado de lo que fue en el
siglo XX un fenómeno de segregación política, económica, social, y racial en
Sudáfrica implantado por colonizadores Holandeses. Significa "segregación" y
consistía en la división de las diferentes razas para promover el desarrollo. Este
nuevo sistema produjo revoluciones y resistencias por parte de los africanos.
Surgieron movimientos como los de Nelson Mandela. Incapaz de quitarse la imagen
de la cabeza y con la convicción de que debería haber hecho algo más por la niña
que espantar al buitre, al recibir el premio Pulitzer en 1994 Carter declaró: “Es la
foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella. No quiero ni
verla. La odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”. El genial
fotógrafo documentalista no pudo con la impresión indeleble guardada en su
memoria: la figura esquelética de una pequeña niña, totalmente desnutrida,
recostándose sobre la tierra, agotada por el hambre, y a punto de morir, mientras
que en un segundo plano, la figura negra expectante de un buitre se encuentra
acechando y esperando el momento preciso de la muerte de la niña. De todo esto,
lo más triste es que esperó escondido a que el buitre abriera las alas y se acercara
a la pequeña para abrazar como lo hace con su presa… eso pensó seguramente
cuando tapo el escape de su auto en el río de su infancia. Y murió arrepentido,
siguiendo a su buen amigo y pidiendo perdón a la humanidad.

Una historia así conmueve. Desde entonces, miles de comentarios han invadido el
planeta, se escribieron grandes artículos y libros biográficos, se presentaron
documentales, se pusieron en tela de juicio muchos temas: la guerra, la
discriminación, la fotografía, el premio, el jurado… no se detienen. Hasta hoy la foto
y su descripción son expuestas en los centros de formación cuando se quiere
desarrollar el sentido crítico de quienes la ven.

¿Cuántos Kevin Carter más habremos en el mundo? Sin cámara a cuestas seguro
tendremos impresiones también indelebles sin saber qué hacer con ellas en el
momento de capturarlas porque nuestra prioridad es otra. Cuántos Carter
regresarán a su conciencia para darse cuenta de que debió suceder de otra
manera. Tal vez nunca pensemos en un río y en un carro con el escape sellado,
pero lo que definitivamente pasará será que la culpa nos avisará varias veces que
no procedimos como debiéramos.
Ahora que es navidad, sin enseñar fotografías peores aún de nuestra tierra peruana,
de la sierra de la Libertad, cerquita nomás, reflexionemos sobre lo que es primero…
y primero es Dios que siempre querrá lo mejor para cada uno de nosotros.

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