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Extractos de una conferencia de Federico García Lorca sobre Poeta en

ueva York, 1931-1936

«No os voy a decir lo que es Nueva York por fuera, (…) ni voy a narrar un viaje, pero
si mi reacción lírica con toda sinceridad y sencillez; sinceridad y sencillez dificilísimas
a los intelectuales, pero fácil al poeta. (…)

Los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son: arquitectura extrahumana
y ritmo furioso. Geometría y angustia. En una primera ojeada, el ritmo puede parecer
alegría, pero cuando se observa el mecanismo de la vida social y la esclavitud dolorosa
del hombre y máquina juntos, se comprende aquella típica angustia vacía que se hace
perdonable, por evasión, hasta el crimen y el bandidaje. (…)

Yo, solo y errante, agotado por el ritmo de los inmensos letreros luminosos de Times
Square, huía (…) del inmenso ejército de ventanas donde ni una sola persona tiene
tiempo de mirar una nube o dialogar con esas delicadas brisas que tercamente envía el
mar sin tener jamás una respuesta. (…)

Y me lanzo a la calle y me encuentro con los negros. En Nueva York se dan cita las
razas de toda la tierra, pero chinos, armenios, rusos, alemanes siguen siendo extranjeros.
Todos menos los negros. Es indudable que ellos ejercen enorme influencia en
Norteamérica y, pese a quien pese, son lo más espiritual y lo más delicado de aquel
mundo. (…)

Lo impresionante por frío y por cruel es Wall Street. Llega el oro en ríos de todas las
partes de la tierra y la muerte llega con él. En ningún sitio del mundo se siente como allí
la ausencia total del espíritu; manadas de hombres que no pueden pasar del tres y
manadas de hombres que no pueden pasar del seis, desprecio de la ciencia pura y valor
demoníaco del presente. Y lo terrible es que toda la multitud que lo llena cree que el
mundo será siempre igual y que su deber consiste en mover aquella máquina noche y
día y siempre (…)

Yo tuve la suerte de ver por mis ojos el último «crack» en que se perdieron varios
billones de dólares, un verdadero tumulto de dinero muerto que se precipita al mar, y
jamás, entre varios suicidas, gente histérica y grupos desmayados he sentido la
impresión de la muerte real, la muerte sin esperanza, la muerte que es podredumbre y
nada más, como en aquel instante, porque era un espectáculo terrible pero sin grandeza.
(…)

El Chrysler Building se defiende del sol con un enorme pico de plata, y puentes, barcos,
ferrocarriles y hombres los veo encadenados y sordos; encadenados por un sistema
económico cruel al que pronto habrá que cortar el cuello, y sordos por sobra de
disciplina y falta de la imprescindible dosis de locura.»

La aurora

La aurora de Nueva York tiene


cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime


por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca


porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus


huesos que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos


en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

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