Está en la página 1de 5

RENE DEL RISCO BERMUDEZ - EN EL BARRIO NO HAY BANDERAS:

Cuenta la historia de un barrio dominicano en la era trujillista, en el cual se


habían asesinado a muchos de sus residentes debido a su oposición a la tiranía
y el cuento se centra en el desafortunado caso de uno: El tinellel. El cuento es
relatado en el funeral de dicho joven y el narrador refleja la agonía injusta de
los familiares y vecinos después de esta perdida. Y a pesar que se denota
tristeza, impotencia y dolor, también podemos percatarnos de la solidaridad
que tenía la vecindad con Doña Cora, la madre del Tinellel quien se quedo
triste y sola ante la desaparición de su esposo y la muerte de su hijo. No era de
extrañarse que ‘‘en el barrio ya no quedasen banderas’’, habían demasiados
muertos… tantos héroes… tanta injusticia enterrada y envueltas en ellas. ¿Qué
más se iba a hacer?.

Miguel D. Mena: De "René del Risco, lo moderno, la dominicanidad"


Cap. 10. Signos graves y fríos...
La ciudad es un territorio y este va a las tecnologías que permiten reconocerlo y controlarlo.
Un territorio es ante todo un espacio-tiempo que conforman las técnicas de desplazamiento
y las técnicas de control.
Virilio [1995a: 34].
El barrio es la unidad espacial contentiva de ese prisma por donde va transitando el país, la
época. Su representación trae aparejado un estado anímico, en un proceso constante de
identificación con su cuerpo.
"En un barrio como este, las calles nunca tienen un aspecto agradable. Esto es interesante
porque tiene mucho que ver con el estado anímico de uno"
(El sábado es el mejor día, 40)
Estados de ánimo y espacio urbano se complementan armónicamente. Uno está hablando
del otro. Percibir el espacio será percibirse a sí mismo (Hall, 1973: 107) [1] . Quizás sea
Martin Heidegger quien va más lejos al considerar que "die Art, wie du bist und ich bin, die
Weise, nach der wir Menschen auf der Erde sind, ist das Bauen, das Wohnen" [2] .
El sujeto se estará preguntando por las cualidades del habitar, encontrándose en el callejón
sin salida y del nunca más al ir sintiendo cómo las maquinarias que lo surcan le impiden un
movimiento con sentido hacia sí mismo. Lo cercano es bien lo físico, pero no lo espiritual
en el que el sujeto puede materializarse.
Desde el barrio como unidad emocional saltamos a la ciudad, espacio despoblado de alma
[3] , constatando que ya la ciudad no tendrá barrios, es decir, espacios para la sorpresa, no
la posibilidad de ya ser sino estar siendo, siempre, circularmente, sin un punto de
consistencia.
"Los muchachos quedaron fascinados con nuestro mundo de manglares, de locomotoras, de
ciguas, de cuevas de cangrejos..."
(Ahora que vuelto, Ton, 61)
En esas esferas estaba todo el cuerpo moviéndose y dejando mover a los otros. Cada quien
asumía sus ritmos , sus celeridades, sin que hubiese una referencia única, determinante. El
principio de contacto y distancia al mismo tiempo no creaba exclusiones.
"Para esos tiempos el barrio no estaba tan triste Ton, no caía esa luz desteñida y polvorienta
sobre las casas ni este deprimente olor a toallas viejas se le pegaba a uno en la piel, como
un tierno y resignado vaho de miseria, a través de las calles por donde minutos atrás yo he
venido inútilmente echando de menos los ojos juntos y cejudos del "búho Pujols", las latas
de carbón a la puerta de la casa amarilla, el perro blanco y negro de los Pascual, la algarabía
en las fiestas de cumpleaños de Pin Báez, en las que su padre tomaba cervezas con sus
amigos sentado contra la pared de ladrillos, en un rincón sombrío del patio, y nosotros, yo
con mi traje blanco almidonado..." (60)
Vivir en un tiempo circular es mirar y mirarse en la lentitud y autosuficiencia de los otros,
participando de una ración homogénea de vida. Hay un principio de movimiento donde la
celeridad no es necesaria. Posar la mirada sobre los objetos y apreciar sus totalidades -o re-
construirlas, es la posibilidad de sentirse parte de un todo y todo en una parte. Las
relaciones con objetos y sujetos están mediadas por un fuerza productiva y positiva en la
que cada uno es uno porque está implicando al todo.
La entrada al ritmo de la ciudad tendrá un gran efecto de fracturación y pérdida del barrio.
El tiempo propio se ha perdido, asumiéndose las corrientes de la Historia. Las maquinarias
productivas exigen ese espacio liso en el cual nunca se detendrán sus aspas. De nuevo se
revela la naturaleza paranoica que a pesar de todo el idilio barrial ha estado levantando sus
muros. Ante la prueba del poder, la confianza se pone en escena. A partir de ella se
pregunta el sujeto por los sentidos existenciales de y en el barrio, ya que la confianza es el
valor que sirve para apreciar los niveles de relación, cercanía y cohesión social [Hardoy,
Morse 1988: 132-133].
"Cuando en el barrio los muchachos están como aburridos, siempre diciendo cosas por ahí,
malhumorados, cayendo presos a veces o teniendo que esconderse porque la policía les
tiene el ojo puesto encima desde que mataron por aquí a un capitán y ya casi no pueden
reunirse los grupos en la esquina."
(A la vista de todos, 131)
Cuenta el principio confianza, las lealtades que se mantienen, al margen a veces hasta de
las relaciones familiares. Nueva ética ésta que rodea a del Risco: El amor, parte
irrenunciable de la confianza, es lo que nos hace familiares unos a otros, no solamente los
vínculos de sangre.
Si la hija delata y se aleja de la madre, porque el pacto social y de sobrevivencia que es el
matrimonio con un guardia lo exige, entonces vendrán otros seres queridos, los verdaderos,
los que con su presencia afirman la voluntad solidaria y amistosa:
"No hace falta en este velorio (diría mamá), aquí sólo deben estar los que están, que son la
gente de uno, la gente que ‘se ha chupado’ todas las desgracias con uno y que sabe que a
este barrio las cosas le cuestan caras."
(En el barrio no hay banderas, 77)
El miedo se produce como resultado de la desposesión de lo urbano. Alma y ciudad se han
escindido [Trías 1983: 22]. La viejas unidades se han roto por el peso siempre inseguro y
dudoso que el poder estuvo sembrando, y sin embargo, hay un principio de esperanza ante
la idea de que algunos fragmentos se han salvado y podrán seguir ahí, vitales.
El trujillato inculcó en las familias dominicanos el sentimiento de la duda como uno de sus
dispositivos esenciales. Había que dudar de todo, hasta de los hijos o de los padres. La
única garantía era mirar hacia lo alto, a la figura panóptica del Jefe. "In the Panopticon,
everyone is watched, according to his position within the system, by all of the others, or by
certain others; here we are in the presence of an apparatus or distrust that is total and
mobile, since there is no absolut point" [4] [Foucault 1978: 14].
Cuando la Era estalla en mil pedazos el miedo tomará nuevas formas, habiéndose ya
instalado en la mesa nacional como esa cerámica que por más que se repare, siempre
mostrará las huellas de su resquebrajadura. Después de la Era ya no será el miedo a
conservar lo interno, sino la imposibilidad de salir, de asumir lo externo, es decirse, de
asumirse por otra vía en la subjetividad. Las fuerzas, entonces, tienen que concentrarse en
el sí-mismo, implosionar. "La noción de lo enemigo se irá desacreditando, dando paso a lo
sospechoso y a lo amenazador y ello deberá interpretarse no tanto como defensa en declive,
sino como carencia de aliados, descrédito de la alianza cívica" [Virilio 1995b: 47]
El Orden trujillista había impuesto el miedo como esa zona movediza que permite que las
edificaciones puedan moverse en determinados momentos, pero no caer. René del Risco
reflexiona al mismo tiempo sobre el miedo y la sugestión, en lo real de los cuerpos y en el
imaginario de su tiempo:
"Le tengo miedo a la electricidad también, y a los golpes le tengo miedo, y a la soledad
también, y a la oscuridad, y a bañarme en una piscina honda, y a los aviones, y a la
velocidad en los carros, y a los maestros les tengo miedo también."
(Del otro lado del día, 24)
El aparato de dominación se está develando en esta cita: El poder ha logrado controlar los
cuerpos en lo físico y en lo gestual, conformando todo sistema que comienza con la misma
socialización -la escuela, uno de sus soportes-, hasta lo simple lúdico -la piscina-, hasta
llegar a los mitos de modernidad -los aviones. Las apelaciones de lo moderno son parte de
una técnica del poder que nos quiere hacer tirar los ojos para el afuera mientras en el
adentro nos están sujetando cada vez. Se debate la relación aurática, el culto, y sobre todo,
el sentido de su muerte, es decir, de su reproducción [Benjamin 1989: 26]. La raíz del viejo
miedo bajo lo autoritario se ha asentado, forma parte sustancial de las nuevas estructuras de
lo político. El poder siempre es paranoico. Si la ciudad aparece como un espacio y el sujeto
como autor de sus textos, la escritura que se realiza está marcada por temor a la inscripción.
Las palabras se escribirán rápidamente, con el celaje de la duda y la inseguridad, con el
miedo ante la posibilidad de haber sido visto. Buscar este espacio para la inscripción es
parte de una utopía, un sueño, porque es la zona de reflejo del sujeto. Aún en el recuerdo
nos salvamos.
Allí quedó tu nombre a punta de cuchillo
(La Casa)
aquí dejo el ejemplo de su nombre de obrera
(La costurera)
Que este sueño que sueñas y que escribes
(Pequeña muerte)
Espacio inscrito y por inscribir, el sujeto se manifiesta en esta capacidad o posibilidad de
darse en el texto, sintiéndose parte de una narrativa histórica, cotidiana, marginal a lo
público. Es un vivir en la historia mínima, esa que lo estuvo rodeando y haciéndolo crecer.
El sujeto luego ya se sabe número, papel de no se sabe qué archivo, algo prescrito. No
importa la celeridad con que los sistemas políticos se sucedan, difícil es borrar del
imaginario esta inseguridad ósea que nos acompañará.
Al viejo miedo ante el punto omnímodo y central de la dictadura, se le agregará el temor
ante sus promontorios, la celeridad en el golpe que éste producirá. El miedo integra dentro
de sus variables la aceleración de los nuevos tiempos, y de esa manera, se conserva y
reproduce como una hidra sobre nuestro panorama.
"Tengo miedo, siempre tuve mucho miedo antes del golpe de hierro y el ruido de los
vidrios regándose en la avenida. Tengo miedo, mucho miedo, y no quiero saber cuánto
tiempo durará todo esto, me da pena esta desesperación, me da pena, mucha pena..."
(Del otro lado del día, 21)
En este fragmento es evidente el corte autobiográfico de nuestro autor, sus días de
encarcelamiento y de tortura en la recta final de la Dictadura.
René del Risco nos escribió desde la piel, sintiéndola sin resentimientos, pero si con la tinta
de su sangre. Y a pesar de eso, la fuerza innovativas de sus metáforas y el constructo
narrativa serán más significativos que toda lectura documentalista. La suerte será que uno
no excluye lo otro. También un texto habla de su tiempo y con ello nos hace enraizarnos
con cierto principio de realidad. Lo importante será sacarle poesía a uno y a otro para así
acceder a nuevas y mejores concepciones sobre lo moderno que se nos viene encima.
[1] Años después el escritor uruguayo Mario Benedetti escribiría en el mismo tono:
"La ciudad de sol está vacía
y no me lo perdono...
está vacía porque yo estoy vacío"
[El Cumpleaños de Juan Ángel, Siglo XXI editores, México D.F., 1978, p.48].
[2] "La forma en que tú eres y yo soy, por lo que nosotros los hombres somos en la tierra,
es el ser (das Buan), el habitar". [El autor de "El Ser y el Tiempo" ha explicado
previamente cómo hay una raíz común entre el ich bin (soy) y el ich baue (construyo"):
"Das alte Wort bauen, das sagt, der Mensch sei, insofern er wohne, dieses Wort bauen
bedeutet nun aber zugleich: hegen und pflegen, nämlich den Acker bauen, Reben bauen".
[La antigua palabra construir, que dice que el hombre sería en tanto habite, ahora bien, esta
palabra construir significa al mismo tiempo: dispensar grandes cuidados, es decir, cultivar
el campo, los viñedos" [1954: 147]
[3] "La producción (en la ciudad) pierde su vinculación fecundante con la pasión erótica y
con la Belleza, degenerando en trabajo enajenado que produce obra sin calidad" [Trías
1976: 48].
[4] "Cada quien es observado en el Panóptico de acuerdo a su posición dentro del sistema,
por todos los otros o por alguien alguien. Aquí estamos en la presencia de un aparato o
sospecha que es total y movible desde que no hay un punto absoluto".

También podría gustarte