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EL EJERCITO ROMANO.

Antonio Diego Duarte Sánchez


(27.428.747-M)

Murcia, Septiem bre de 1.994.


El Ejé rc ito Roma no

INDICE
TEMA página.
Indice 3
P rólogo 4
1.1.- La fundación y el entorno de Rom a
durante sus prim eros siglos. 6
1.2.- Organización Militar. 15
1.3.- Batallas Decisivas. 18
2.1.- Rom a frente a Cartago. 20
2.2.- Organización Militar. 29
2.3.- La Batalla de Zam a. 32
3.1.- Expansión por el Mediterráneo. Las
Guerras Civiles. C. Julio César. 36
3.2. Organización Militar. 43
3.3.- Las batallas de P idna y F arsalia. 47
3.3.1.- La Batalla de P idna. 48
3.3.2.- La Batalla de F arsalia. 54
4.1.- El Im perio Rom ano. 58
4.2. Organización Militar. 62
4.3.- La Batalla de Teutoburgo Wald. 71
5.1.- La decadencia del Im perio Rom ano. 76
5.2.- Organización Militar. 78
5.3.-La Batalla de Adrianópolis. 84
Bibliografía. 89

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El Ej é rc ito Roma no

PRO L O GO

La presente obra ha sido redactada con la intención de ofre-


cer a un lector m edio una visión de conjunto sobre Rom a, su
política y su ejército. Cada uno de estos aspectos hallará un
desarrollo en profundidad m ediante la lectura de cualquie-
ra de las obras citadas en la bibliografía; no obstante, para
alcanzar el objetivo principal, el autor ha adoptado dos cri-
terios:
1º.- Se ha im puesto una estructura de capítulos fácilm ente
legibles por separado, en los que se describen cinco gran-
des periodos que abarcan toda la historia de Rom a, desde su
fundación m ítica en el 753 a.d.C. hasta la caída del Im perio
en el 476 de nuestra era.
2º.- La aplicación de una configuración com ún a cada capí-
tulo: Signatura histórica, organización m ilitar y descrip-
ción de una batalla decisiva para el ulterior desarrollo de
los acontecim ientos.

Com o la Historia es un ente dinám ico, una visión que com -


prenda estos tres elem entos nos ofrecerá una percepción
general del m undo rom ano y los hom bres que lo hicieron
posible. En efecto, nadie puede cercenar del avatar rom ano
a su ejército, obviar que éste fue el producto de una socie-
dad y un m odelo político m uy concreto. A m ayor abunda-
m iento, se com probará cóm o en las batallas descritas se
exponen los caracteres de cada época y aún, a veces, los gér-
m enes del futuro.

Se podrá achacar al autor no describir la totalidad de suce-


sos políticos que, sin duda, se han dejado en el tintero. El
estudio de la organización m ilitar, por ejem plo, no descien-
de hasta extrem os de m inuciosidad que no harían sino alar-
gar la obra sin aportar a la visión de conjunto nada esencial.
Y, por últim o, en las batallas se ha tenido que bregar a
veces con la exageración, el entusiasm o o el ánim o m orali-

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El Ej é rc ito Roma no

zante de algunos autores clásicos cuya preparación m ilitar


no está a la altura de los hechos narrados.

Se echará de m enos algún capítulo dedicado a la m arina de


Rom a. Ese aspecto de la m ilicia se ha dejado de lado a pro-
pósito, pues siem pre que hubieron de m overse por m ar, los
rom anos aplicaron las m ism as tácticas que en tierra. En
efecto, sus barcos iban dotados de todo lo necesario para
abordar al enem igo y construir una superficie lisa entre
am bos que perm itiera entrar en acción a la infantería
em barcada, la cual m antenía en todo la m ism a organización
y tipo de m andos que en tierra..., incluso sus tácticas son
im itaciones en m iniatura de las em pleadas en suelo firm e.

P or todo ello, y no siendo m i propósito conseguir un estu-


dio de tal m agnitud que necesitara de un volum en extenso
para cada capítulo, sino perm itir al lector ligar rápida,
com pleta y concisam ente lo principal de nuestros conoci-
m ientos sobre cada periodo, es por lo que se ha obviado ese
aspecto de la m ilicia rom ana. No obstante, lo que se m ues-
tra en este trabajo debería bastar al lector para arrojar m ás
luz sobre el carácter y organización de un pueblo que,
durante m il doscientos veintinueve años, desarrolló una
civilización que aún es recordada, por m uchos, con añoran-
za.

El Autor.

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1.1.- La fundación y el entorno de R oma durante


sus primeros siglos.

Alrededor del año 1000 a.d.C., se produjo una invasión de


tribus del Norte de Europa, dotadas con arm as de hierro. El
dom inio de la fabricación del hierro había seguido un cam i-
no ciertam ente curioso: Se inició en la costa fenicia o en
Siria para trasladarse hacia el Norte, allí donde se podían
encontrar pequeños yacim ientos fácilm ente explotables,
desde los que volvió al sur de Europa en m anos de tribus
nóm adas que destrozaron o debilitaron m uy seriam ente a
culturas y pueblos que ya habían alcanzado unos niveles de
civilización ciertam ente notables.

Sin em bargo, por lo que respecta a la península italiana, no


había m ucho que destruir.... La presencia de aquellos inva-
sores supuso en realidad un avance cultural. Sus restos han
sido hallados en Villanova, un suburbio de Bolonia, en la
zona central del norte de Italia. P oco después surge la pri-
m era civilización, los autodenom inados rasena, conocidos
com o tirrhenoi por los griegos. Nosotros les conocem os com o
etruscos y a la tierra que habitaron, Etruria. Se extendie-
ron por la costa occidental de Italia desde el río Tíber hasta
el Arno, unos 360 km s. al noroeste. Su escritura y lengua
no han podido ser descifradas y su cultura fue absorbida
por las civilizaciones posteriores.

Sin em bargo, los antiguos creían (y no hay por qué suponer


que careciesen de razones para ello) que los etruscos llega-
ron a Italia desde Asia Menor, poco después del año 1000
a.d.C. P uede que fueran expulsados de allí por las m ism as
invasiones que provocaron el establecim iento de los villa-
novenses en Italia. Desde luego destacaron en arte e inge-
niería, el prim ero con un evidente aire oriental y la segun-
da de una calidad excepcional para la época.

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Más tarde, la leyenda quiso que los rom anos elevasen su


genealogía a Eneas, un héroe troyano que huyó de Ilión,
recalando prim eram ente en Cartago. Troya fue destruida
sobre el 1200 a.d.C. y estaba situada en Asia Menor, cerca
del Estrecho del Bósforo.

Tras un lapso de 400 años que los antiguos no tuvieron en


cuenta (Cartago fue fundada en el 814 a.d.C.), Eneas salió de
Cartago, donde había disfrutado por un tiem po de los favo-
res de su reina, Dido, hasta que un m ensajero divino le
ordenó partir. Dido se suicidó y desde entonces Rom a y
Cartago no se volvieron a llevar bien. Eneas llegó a la costa
sudoccidental italiana donde vivía un rey, Latino, que dio
nom bre a la región, al pueblo y a su lengua. Casó con la hija
del rey y tras una breve guerra con ciudades vecinas se eri-
gió en gobernante del Lacio. Su hijo, Ascanio, fundó Alba
Longa. P osteriorm ente, un rey de Alba Longa fue expulsado
de la ciudad por su herm ano m enor. La hija del rey legíti-
m o dio a luz gem elos, quienes fueron condenados a m uerte
por el usurpador. Sin em bargo, alguien los colocó sobre las
aguas del Tíber, dentro de una canasta. Tras encallar, la
canasta fue hallada por una loba que los am am antó, traspa-
sándoles el coraje y la bravura de esos anim ales.

Después fueron hallados por un pastor que los adoptó y les


llam ó Róm ulo y Rem o. P ara que triunfase la justicia, am bos
herm anos condujeron, ya crecidos, una rebelión que expul-
só al usurpador, restableciendo a su abuelo en el trono. Al
no parecer m uy justo que los liberadores de Alba Longa se
quedasen sin recom pensa, se decidieron a fundar una ciu-
dad propia. Sin em bargo, los gem elos discutieron: Róm ulo
quería establecerse en el Monte P alatino, donde les encon-
tró la loba; Rem o proponía el Monte Aventino, unos 800
m etros al sur. Decidieron consultarlo con los dioses. Al
am anecer, Rem o vio pasar volando seis águilas m as, a la
puesta del sol, Róm ulo vio doce. Rem o sostuvo que había

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ganado porque sus águilas aparecieron antes, Róm ulo por-


que las suyas eran m ás num erosas. Lucharon y Róm ulo m ató
a Rem o, tras lo que com enzó a construir en el P alatino las
m urallas de su nueva ciudad tras m arcar su perím etro con
un arado. Corría el año 753 a.d.C.

Nada de lo dicho es incierto, solo algo im aginativo. La rea-


lidad nos habla de pueblos con un sentido del arte, la polí-
tica y la ingeniería m uy influido por Oriente Medio, llega-
dos a Italia sobre el año 1000 a.d.C., dom inadores del hie-
rro y que constituyen la prim era m uestra de civilizaciones
organizadas con cierto nivel. En el Monte P alatino se han
descubierto restos de un poblado de pastores del siglo VIII
a.d.C., así com o las prim eras m urallas de la ciudad, coetá-
neas de los prim itivos graneros de los agricultores rom a-
nos. Los m itos suelen reflejar la historia, y el de la funda-
ción de Rom a habla de cóm o un poblado de pastores se
transform ó en una ciudad agrícola fortificada. Sea com o
fuere, nada hacía suponer que aquel poblado, en nada dis-
tinto a otros cientos que cubrían la bota italiana, habría
con el tiem po de convertirse en la ciudad dueña del m undo.

Durante el reinado de Róm ulo, los rom anos se enfrentaron a


la escasez de m ujeres en su todavía balbuceante ciudad. P or
tanto, decidieron recurrir al secuestro para asegurar su
descendencia. Aprovecharon la presencia en los alrededo-
res de Rom a del pueblo de los sabinos y, m ediante una m ez-
cla de engaño y violencia, raptaron a sus m ujeres. La ciudad
se vio envuelta en la prim era guerra de su corta historia.

Los sabinos sitiaron el Monte Capitolino y vieron una posi-


bilidad de victoria gracias a Tarpeya, hija del jefe rom ano
que dirigía a los defensores. Lograron persuadirla para que
abriera las puertas a cam bio de lo que ellos llevaban en sus
brazos izquierdos (en alusión a sus brazaletes de oro).
Cuando la traidora les abrió la puerta ellos le arrojaron lo

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que llevaban en el brazo izquierdo: sus escudos. P ara fina-


lizar, direm os que tras varias horas de com bate, las propias
m ujeres pararon la lucha e im pusieron una paz negociada.
Rom anos y Sabinos unieron tierras y gobierno. Tras m orir
el rey sabino, Róm ulo gobernó sobre am bos hasta que, en
vez de m orir com o todo el m undo, fue arrebatado al Olim po
en una torm enta y ser convirtió en el dios de la guerra,
Quirino. Rom a ya ocupaba dos colinas: el Monte P alatino y
el Quirinal.

De nuevo la historia se cuela entre las rendijas del m ito y


viene a reconocer el hecho de que, efectivam ente, Rom a no
nació del rom ántico m odo que cuenta la leyenda sino, m ás
posiblem ente, de la unión de tres poblaciones. De hecho, la
etim ología de la palabra tribu es una palabra latina arcai-
ca que significaba tres.

Rom a pasó por un período m onárquico que estaba en conso-


nancia con lo que se estilaba en el resto del m undo. Rom a
era una ciudad-estado em ergente, bien situada junto a un
río, fortificada y con territorios adyacentes que le estaban
subordinados. Los etruscos estaban a la otra orilla del río,
influenciándoles con su civilización superior y m antenién-
doles unidos para resistir su presión m ilitar. P ara forjar
un espíritu adecuado de defensa, los rom anos crearon su
propia tradición m ilitar.

Los conflictos entre Alba Longa y Rom a m enudearon y sobre


el 667 a.d.C. la guerra parecía inevitable. Según la leyenda,
para evitar derram am ientos de sangre, rom anos y albinos
decidieron que el resultado fuera dirim ido por seis conten-
dientes, tres por bando. Los Horacios rom anos se enfrenta-
ron a los Curiacios albinos. Vencieron los Horacios y ven-
ció Rom a. El Horacio victorioso, sin em bargo , hubo de
enfrentarse a un guerrero m ás poderoso que él: el am or. Su
herm ana estaba com prom etida con uno de los Curiacios y

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expresó su dolor públicam ente; la ira fraterna se abatió


sobre ella, apuñalándola, m ientras exclam aba: “¡Así perez-
ca toda m ujer rom ana que llora a un enem igo!”. Alba Longa
se rindió, pero aprovechó la prim era oportunidad para
rebelarse, Rom a la venció nuevam ente y la destruyó.

La m onarquía rom ana no era absoluta. Una asam blea de cien


de los representantes m ás viejos de los distintos clanes que
constituían la población de la ciudad aconsejaba al rey. La
edad de los consejeros les valió el título de senatores (Los
m ayores) y de senado a la institución que com ponían. El
senado estaba con respecto de los ciudadanos rom anos en la
m ism a situación que un padre respecto de sus hijos. Se
esperaba que sus órdenes fuesen obedecidas y su carácter
paternal valió a sus com ponentes el nom bre de patricios
(de pater, padre). Anco Marcio llevó a la ciudad nuevos
colonos, ocupando el Monte Aventino, allí donde Rem o quiso
fundar la ciudad siglo y cuarto antes. Los recién llegados,
naturalm ente, no fueron puestos en pie de igualdad con los
habitantes m ás antiguos lo que hubiera supuesto ceder
parte de su poder; com o eran gente com ún, fueron llam ados
plebeyos.

Durante los sig los sigu ientes, h asta enf rentarse a la


extraordinaria prueba de las Guerras P únicas, los rom anos
com batieron contra los etruscos, venciéndoles tras haber
estado bajo su dom inación e, incluso, haber sido gobernados
por uno de ellos, Lucio Tarquinio P risco. La victoria final
rom ana no im pidió que la superior civilización etrusca
penetrara todas las capas de la sociedad republicana.

El Circo Máxim o y los juegos atléticos fueron introducidos


por aquel prim er rey y, desde luego, quinientos años des-
pués, ningún rom ano que se preciase adm itiría que am bas
instituciones eran algo ajeno a los prim itivos fundadores.
Tam bién construyó un gran tem plo en la fortaleza de la ciu-

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dad, El Capitolio (de capit, cabeza), el corazón de la ciudad


y del gobierno de Rom a durante los siglos venideros.

Tam bién fue su obra la Cloaca Máxim a, que drenó el espa-


cio entre el Capitolio y el P alatino y sirvió para el estable-
cim iento del prim er foro, espacio en el que se reunían los
ciudadanos para com erciar, ejercer la vida pública y rela-
cionarse. Esos tres edificios fueron luego exportados por
todo el Mediterráneo: El ayuntam iento de nuestras ciuda-
des, nuestras plazas m ayores y nuestros locales para espec-
táculos públicos son herencia de Rom a..., una herencia de
dos m il quinientos años.

En el 534 a.d.C. se proclam ó rey L ucio Tarqui no el


Soberbio, séptim o desde la fundación de la ciudad. Toda
Italia Central estaba bajo dom inio etrusco, su flota dom ina-
ba las aguas situadas al oeste y hasta im pidieron el esta-
blecim iento de colonos griegos en Córcega y Cerdeña.
Tarquino el Soberbio anuló las leyes de Servio Tulio desti-
nadas a ayudar a los plebeyos y trató de reducir al Senado
a la im potencia. Quiso convertirse en un déspota y consi-
guió que los rom anos buscasen la oportunidad para rebe-
larse. Lo hicieron bajo el m ando de Lucio Junio Bruto y exi-
liaron al rey; nunca m ás Rom a volvió a tener un gobernante
que guiase los designios de la ciudad bajo ese título.

En este m om ento crucial se decidió la form a de gobierno


rom ano. No dispuestos a soportar m ás un tirano, decidieron
que el designado para gobernarles lo sería sólo por un año
y no podría ser reelegido inm ediatam ente. P or si fuera
poco, se eligieron dos gobernantes y, aún así, en ciertos
aspectos tenían que som eterse al Senado. Inicialm ente se
les dio el nom bre de pretores , aunque m ás tarde se les
cam bió por el de cónsules. Tenían la obligación de consul-
tarse el uno al otro y llegar a un acuerdo antes de em pren-
der una acción.

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Los cónsules estaban al frente de las fuerzas arm adas y una


de sus m isiones particulares consistía precisam ente en
dirigirlas en la guerra. P ara la adm inistración de justicia
se elegían dos hom bres por un año, los cuestores, aunque
posteriorm ente su función variaría para transform arse en
funcionarios del tesoro.

Los etruscos, de todos m odos, seguían viendo un peligro


m ortal en los rom anos. Consiguieron vencerlos y m antener
su suprem acía pero hubieron de transigir con el hecho de
que la m onarquía no volvería a restablecerse en Rom a. Al
cabo de un tiem po, la desunión etrusca capituló ante la
fuerza de voluntad rom ana y la Ciudad Eterna se deshizo
del yugo que la som etía.

La situación del gobierno rom ano era una oligarquía: los


patricios, y solo ellos, eran elegidos para el senado; lo que
equivalía a decir que eran elegidos para todos los cargos, y
a los plebeyos se les destinaba el gran y pírrico honor de
servir en el ejército, cultivar la tierra, pasar calam idades y
dar hijos a la patria. Sin em bargo, las guerras contra los
etruscos habían llevado a los plebeyos a una situación
desesperada. F incas saqueadas, alim entos escasos, endeu-
dam iento de las clases inferiores y pago con la esclavitud
de sus hijos, sus m ujeres o ellos m ism os.

Sin em bargo, los plebeyos, antiguos colonos traídos desde


otras zonas de Italia, no consideraban aún a Rom a com o su
ciudad; en el 494 a.d.C. decidieron abandonarla y fundar un
nuevo asentam iento unos cinco kilóm etros al este. F orzaron
la negociación y consiguieron el derecho a elegir funciona-
rios propios, los tribunos de la plebe. Su m isión era prote-
ger los intereses de los plebeyos e im pedir que los patri-
cios aprobasen leyes que fuesen injustas para la gente
com ún. Más adelante obtuvieron el derecho de suspender
las leyes que desaprobaban sim plem ente gritando: ¡Veto!.

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Ni todo el poder de los cónsules, del Senado o del ejército


podía hacer que se aprobase una ley contra el veto de un
tribuno de la plebe. Con el tiem po, los tribunos pudieron
incluso llegar al consulado. Nada de ello se obtuvo sin
lucha y sangre, m as al final el pueblo consolidó sus con-
quistas y la plebe rom ana fue tal vez m im ada, engañada,
usada o agitada, pero siem pre tenida en cuenta por los
gobernantes. En el 445 a.d.C. pudieron celebrarse m atrim o-
nios m ixtos, en el 421 a.d.C. los plebeyos pudieron acceder
a la cuestura.

En el 390 a.d.C. Rom a fue vencida por los galos y ocupada


m ilitarm ente. Era la prim era invasión de la ciudad y nadie
volvería a conseguirlo en los ochocientos años siguientes.
Los invasores provocaron la huida de m uchos m ientras
algunos se hicieron fuertes en el Monte Capitolino para
ofrecer la últim a resistencia. Los senadores, según la
leyenda, se sentaron en los portales de sus m ansiones para
enfrentarse a los galos que invadían y quem aban la ciudad,
pero que se detuvieron asom brados ante los senadores sen-
tados inm óviles en sus asientos de m arfil. El asom bro no
duró m ucho, ni tam poco la vida de los insensatos senadores.

Sin em bargo, los sitiados del Capitolio resistieron durante


siete m eses. Hartos de aquel tipo de guerra que no dom ina-
ban y devorados por el ham bre y las enferm edades (los
sitiados se aprovechaban de la Cloaca Máxim a para abaste-
cerse de agua y salir a escondidas de la fortaleza para apro-
visionarse, lejos, de alim entos), los galos llegaron a una paz
negociada: abandonaron el sitio a cam bio de un fuerte tri-
buto.

Una de las consecuencias de la invasión gala fue la pérdida


de los registros rom anos. Otra fue que se produjo una terri-
ble crisis económ ica que golpeó a los m ás desfavorecidos.
Hasta los soldados que consiguieron llegar a una paz nego-

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ciada, salvar el Capitolio y m antener el honor de la


República se veían som etidos a esclavitud. La agitación
resultante se resolvió con una ley que lim itaba el núm ero
de tierras que podía acum ular un hom bre. Al im pedir esa
acum ulación se elim inó uno de los factores que im pulsaban
a los terratenientes a ser im placables con los pequeños
agricultores.

En lo sucesivo, se tuvo la sensación de que el Senado gober-


naba en asociación con el pueblo com ún. Así, las leyes y los
decretos fueron prom ulgados bajo la sentencia de S.P .Q.R.,
Senatus P opulusQue Rom anus: El Senado y el P ueblo de
Rom a.

Entre el 350 y el 265 a.d.C. se produjeron notables sucesos.


Rom a venció a las otras tres potencias peninsulares: etrus-
cos, galos y sam nitas. Tropas griegas, bajo el m ando del
general P irro, com batieron contra Rom a. P or dos veces se
enfrentaron la falange griega y la legión rom ana, por dos
veces venció la falange griega a costa de pérdidas tales que,
alejados com o estaban de sus propias bases, equivalían a
una derrota. F ilipo de Macedonia y Alejandro Magno sona-
ron lejanos a los habitantes de Rom a que, en el 334 a.d.C.
concertaron una paz con los galos quienes se retiraron a los
fértiles valles del P o. Rom a tam bién se expandió hacia el
sur, por la Magna Grecia y lenta pero persistentem ente
ganaron espacio e influencia. P ara m ejor m over los ejérci-
tos, en el 312 a.d.C. se construyó una buena ruta hacia el
sudeste, desde Rom a hasta Capua y hacia el 295 a.d.C. se
em pedró con grandes bloques de piedra, extendiéndose
posteriorm ente hacia el extrem o del talón de la bota italia-
na. Allí se inició una labor que rendiría sus frutos
durante m ás de m il trescientos años a todo Occidente. Esta
prim era fue la Vía Apia, en honor de su prom otor, Apio
Claudio, censor de Rom a.

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El Ej é rc it o Roman o

En el 265 a.d.C. los enem igos de Rom a estaban derrotados,


la península italiana era gobernada desde el Senado Rom ano
y el futuro parecía herm oso y esperanzador. Sin em bargo,
todo aquello había sido el preludio de lo que, a la postre,
supondría la consolidación de Rom a com o potencia m edite-
rránea: Las Guerras P únicas.

1.2.- Organización M ilitar.

Ya de la época fundacional nos ha llegado algún registro del


nom bre legio, legión, asociado al concepto de ejército, aun-
que el m ás habitual era el de exercitus. Adoptaban el esti-
lo de una falange, arm ada al antiguo estilo dorio (escudo,
casco, coselete de cuero con lám inas m etálicas, grebas y
lanza pesada) y form ada por un contingente de tres a cua-
tro m il quinientos hom bres form ados en ocho filas, las seis
prim eras de hoplitas (infantería pesada) y las dos últim as
de vélites (infantería ligera). Su principio táctico se basa-
ba en el choque directo, sin reservas y con una caballería

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ligera poco num erosa. A este respecto cabe señalar que no


fue sino hasta el final del Im perio, con la adopción del
estribo por los godos (quienes, a su vez, lo copiaron de los
hunos), cuando la caballería pudo evolucionar hasta obte-
ner la potencia de choque que la haría la reina de las bata-
llas hasta el siglo XIV.

El reclutam iento se producía en función del censo, el cual


se confeccionaba atendiendo a las riquezas (y el equipo que
podía perm itirse) de un ciudadano. El ejército es m ixto de
patricios y plebeyos y se solía constituir un cuerpo de
reserva para la defensa de la ciudad. Igualm ente, se daba
una diferenciación a causa de la edad, las centurias de
iuniores, hom bres entre 17 y 40 años, se destinarán al ser-
vicio exterior; m ientras tanto, los soldados m aduros (senio-
res) quedarán m ontando la guardia en el interior del Estado
y cultivando los cam pos propios y los de los iuniores que lo
precisaran. Un ejército de cam pesinos para una ciudad-
aldea de cam pesinos.

No podem os olvidar las dos centurias de ingenieros, otras


dos de m úsicos y una de accensi uelati. Las dos prim eras
eran m uy necesarias para la construcción de parapetos,
puentes y para la fabricación y reparación de las arm as que
se perdían o estropeaban, no com ponían propiam ente agru-
paciones de soldados, sino de artesanos y obreros que
dependían directam ente del general en cam paña. Los m úsi-
cos era m uy útiles para transm itir órdenes en m edio del
fragor de la lucha, así com o para enardecer el espíritu y la
m oral de los legionarios. P or últim o los accensi uelati eran
los soldados pobres, m al o nulam ente arm ados (m uchas
veces con solo una m aza de m adera) y que servían en unos
casos para dar consistencia interna a la falange, en otros
para sustituir las bajas producidas y a veces para hostigar
ligeram ente al enem igo antes del ataque de la m asa falan-
gista.

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El Ej é rc ito Roma no

Tras el incendio de Rom a por los galos, Marco F urio Cam ilo
decidió cam biar esa organización. De agruparse por el censo
de tribus, los soldados pasaron a hacerlo por edades, for-
m ando tres divisiones: hastati, princeps y triarii, los véli-
tes continuaron reclutándose por el censo ya que pertene-
cían a la plebe y no a los ciudadanos de las tribus origina-
les. Tam bién desapareció la m asa falangista y la legión se
ordenó en tres divisiones ordenadas en profundidad: los
hastati, m ás jóvenes, en cabeza; los princeps, hom bres de
m ediana edad en segunda línea y los triarii, m ás veteranos,
en retaguardia.

Había dos clases de m anípulos, de 120 legionarios para las


divisiones de hastati y princeps y 60 legionarios para la
división de triarii (supuestam ente porque a esa edad llega-
ban m enos soldados). Dos de la prim era y una de la segun-
da m ás un m anípulo de vélites y una turm ae (escuadrón de
30 jinetes) de caballería form aban una cohorte de 450 hom -
bres. Diez cohortes (4500 hom bres) com ponían una legión.
Dentro de la Legión, la caballería form aba un alæ de 300
hom bres.

P or lo que hace al arm am ento de dotación, los vélites arm á-


banse con espada, lanza arrojadiza (pilum ) y escudo circu-
lar(parm a) de un m etro de diám etro. La lanza se arrojaba y,
gracias a su fina punta, se deform aba al m enor golpe que-
dando inservible para el enem igo y entorpeciendo sus m ovi-
m ientos si quedaba clavada en su escudo. Los hastati se
protegían con el scutum , escudo de sesenta cm s. de ancho
por ciento veinte cm s. de alto, form ado con dos planchas de
m adera cubiertas por cuero y con uniones y refuerzos de
hierro, llevaban una espada corta (gladium ) y dos jabalinas,
yelm o de cobre, grebas, y protección m etálica pectoral o, si
podían perm itírselo, coraza. Los princeps y triarii se arm a-
ban igual que los hastati, excepto que em puñaban una lanza
larga (hastae). Los jinetes no llevaban arm adura propia-

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m ente dicha sino coseletes de cuero con lám inas m etálicas


cosidas (una especie de cota de m allas ligera), sus escudos
eran de cuero y m adera y las espadas y lanzas no guardaban
uniform idad; excepto en com bates contra caballería, solían
echar pie a tierra para luchar pues su poca estabilidad
sobre la m ontura les im pedía soportar el choque contra un
enem igo com pacto arm ado, digam os, de lanza larga.

F ue introducida tam bién la costum bre de atrincherar el


cam pam ento incluso cuando el alto se hiciera para una sola
noche. El ejército podía atacar en com bate individual o en
choque, según la legión form ase una m asa com pacta o divi-
dida en cohortes, m anípulos o centurias, adaptándose así al
terreno m ejor de lo que nunca podría hacerlo la falange. El
m ando podía aprovechar el cam pam ento fortificado para
luchar a la defensiva o para proteger su tren de avitualla-
m ient o y sus heri dos cuand o ac tuaba ofen sivam e nte.
P osteriores m ejoras (que se describirán m ás adelante) se
producirían, sin duda, pero la invasión gala tuvo la virtud
de crear los sólidos cim ientos tácticos sobre los que se
basaría la actuación de la legión com o fuerza de com bate
hasta bien entrado el siglo cuarto de nuestra era. P or cier-
to que, ya durante una de las cam pañas frente a los etrus-
cos (406 a.d.C. a 396 a.d.C), se establece la costum bre de
pagar a los soldados: 3 ases diarios al soldado, 6 al centu-
rión y 9 al caballero. P ara term inar este capítulo, señala-
rem os que la segunda consecuencia del incendio y saqueo
de Rom a por los galos fue el fuerte am urallam iento de la
ciudad, lo que m ás tarde le perm itiría resistir ante Aníbal.

1.3.- B atallas Decisivas.

A lo largo de todo este periodo deberíam os hablar m ás bien


de una serie de batallas en las que los rom anos fueron
aprendiendo a com batir a las distintas form aciones de sus
enem igos. Galos, etruscos, sam nitas, latinos..... Los tres

- 18 -
El Ej é rc ito Roma no

últim os luchaban a la griega, en form a de falange cuyas


prim eras líneas estaban com puestas por hoplitas pesada-
m ente arm ados. P ero los Galos les hicieron com prender que
esa form ación estaba desguarnecida ante los ataques de
flanco, sobre todo en terreno irregular donde aún quedaba
m enos espacio de lo habitual para que los guerreros girasen
sus pesados escudos y largas lanzas. La falange rom ana se
dividió en m anípulos, com o ya hem os visto, los cuales deja-
ban un espacio entre ellos que les perm itía m aniobrar sin
estorbarse m utuam ente y enfrentar una am enaza de flanco...
o ser em pleados com o pequeñas unidades tácticas capaces
de destrozar a un enem igo (una falange o una m asa de bár-
baros, tanto da) que no pudiese m antener sus aptitudes
com bativas en el irregular terreno italiano.

Una relación de guerras y batallas sucesivas van perfeccio-


nando la m aquinaria de com bate y m ando rom anas: El rapto
de las Sabinas y la posterior guerra; la guerra contra Alba
Longa; las sucesivas guerras contra los Etruscos; la guerra
contra los latinos; la guerra contra los volscos; la guerra
contra los galos, que invadieron y saquearon Rom a, dejando
un recuerdo de terror casi histérico en los rom anos; contra
los sam nitas; contra P irro y los sicilianos..... Todo ello
com o una especie de preparación histórica para enfrentar al
m ayor enem igo de la historia de Rom a.

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El Ejé rc ito Roma no

2.1.- R oma frente a C artago.

En el 508 a.d.C. se firm a el prim er tratado entre Rom a y


Cartago. Esta era una ciudad púnica fundada en el norte de
Africa, cerca de lo que hoy es la m oderna Túnez, en el 814
a.d.C., es decir, sólo era un poco m ás antigua que la ciudad
italiana. Ese tratado excluía a los m arselleses y otros alia-
dos rom anos de la navegación al oeste del cabo Bello, hacia
Orán, frente a Cartagena. En el 348 a.d.C. se firm ó otro tra-
tado por el que se ponía Mastia de los Tartesios, al sur de
Cartagena com o lím ite m eridional de las actividades piráti-
cas y de la fundación de colonias de los rom anos y sus alia-
dos. Las costas del sur de España, así, quedaban bajo la
influencia y dom inación cartaginesa, m ientras que en las
del este, los rom anos y sus aliados griegos y m arselleses
podían establecerse y com erciar.

Cartago estableció puestos com erciales y colonias en las


costas del Mediterráneo Occidental, existiendo oscuros
relatos de que llegaron a aventurarse m ás allá del Estrecho
de Gibraltar, tanto hacia las costas de las Islas Británicas
com o hacia el sur de Africa, continente que puede haber
sido circunnavegado por ellos. Todavía hoy, la capital de
una de las islas Baleares, Ibiza, lleva el nom bre de su fun-
dador cartaginés: el general Magón. P ese al perm anente
estado de guerra m antenido por los cartagineses contra los
griegos de Sicilia, todavía en el 277 a.d.C. Cartago y Rom a
firm aron una alianza contra P irro.

Sin em bargo, en solo 14 años, am bas ciudades tornaron su


alianza en un cruce de arm as. La unión de los cartagineses
con Hierón II, rey de Siracusa, les enfrentó a los m am erti-
nos y, a través de ellos, a las fuerzas rom anas de Apio
Claudio Caudex que pasaron a Sicilia enviados por el
Senado. El italiano venció a las fuerzas de Hierón II en el
263 a.d.C. Aunque el rey siciliano se retiró a Siracusa para

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El Ej é rc ito Roma no

siem pre, la guerra rom ano-cartaginesa continuó en lo que


se conocería com o la P rim era Guerra P única.

P uede que los rom anos esperasen una guerra breve y fácil,
ya que los griegos habían logrado derrotar en otras ocasio-
nes a los cartagineses y ellos m ism os, en el 262 a.d.C. les
vencieron en Agrigento. Sin em bargo, los africanos tenían la
costum bre de pelear m ejor cuanto m ás desesperada era su
situación. Contuvieron a los rom anos y, entre tanto, su
poder naval m antuvo vivas sus líneas de abastecim ientos.

Entonces los rom anos decidieron convertirse en m arinos.


Cualquiera habría pensado que se lanzaban a un suicidio
contra la m ayor potencia m arítim a m editerránea de la
época. P ero aprendieron a construir quinquerrem es y los
dotaron con garfios y tablas de abordaje. Irían directam en-
te en busca del enem igo, unirían costado contra costado y
lanzarían las legiones al com bate. Bajo el m ando de Cayo
Duilio Nepote, en el 260 a.d.C., lucharon frente a Milas,
unos 24 kilóm etros al oeste de Mesana. Cartago perdió
catorce buques y le fueron capturados treinta y uno. P ero
su voluntad de lucha se m antuvo, les quedaban m ás barcos
y su fortaleza siciliana seguía incólum e.

P uestos a ensayar operaciones arriesgadas, Rom a decidió


llevar la guerra a tierras africanas. Igual que Agatocles en
el pasado, condujeron un flota de trescientos treinta trirre-
m es al m ando de Marco Atilio Régulo pero, a m itad de cam i-
no, se encontraron con una flota cartaginesa aún m ayor.
Durante la segunda batalla naval, los rom anos obtuvieron
nuevam ente la victoria y siguieron su cam ino hacia Africa
donde los desprevenidos cartagineses, atem orizados, se
apresuraron a solicitar la paz. Régulo quiso im poner tan
duras condiciones que los africanos decidieron seguir la
guerra. Gracias a un espartano de nom bre Jantipo, lograron
derrotar a los europeos y las hostilidades continuaron

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El Ejé rc ito Roma no

durante años. En 249 a.d.C. Rom a envió otra flota contra la


base cartaginesa en Sicilia, Lilibeo, pero fracasaron en su
intento.

Los cartagineses encontraron un jefe capaz en Am ílcar


Barca, allá por el 248 a.d.C. Su com petencia era palpable
pero su m om ento había pasado..., ahora solo podía gestionar
una causa perdida que, no obstante, causó graves problem as
a los italianos durante dos años. En el 241 a.d.C., veintitrés
años después de El Ejército Rom ano •com enzada la guerra,
Rom a y Cartago firm aron la paz. Sicilia pasó enteram ente a
m anos rom anas y los cartagineses pagaron una fuerte
indem nización..., pero la ciudad africana siguió en pie y
am bos contendientes tom aron aliento para un nuevo episo-
dio por el dom inio del Mediterráneo. Una de las consecuen-
cias de la P rim era Guerra P única fue el establecim iento de
la prim era provincia rom ana, Sicilia, pero este aum ento del
territorio rom ano y los problem as legales que suscitó no
son el objetivo del presente trabajo.

Cartago se recuperó y se fortaleció. Restableció su dom inio


en el sur de la península Ibérica con tropas al m ando de
Am ílcar, en el 236 a.d.C., y cuando una apresurada em baja-
da rom ana llegó a él para pedir explicaciones, el jefe carta-
ginés les contestó sardónicam ente que tales conquistas
eran el m edio de obtener el botín con el que pagar las duras
reparaciones de la P rim era Guerra P única. Muerto Am ílcar
en lucha contra los oretanos, fue sustituido por Asdrúbal,
quien le vengó. F undó Cartagho Nova, Cartagena, con un
m agnífico puerto m ilitar. Celebró un tratado con los rom a-
nos en el 226 a.d.C. por el que se com prom etió a no pasar al
norte del Ebro en sus avances m ilitares y consiguió que
éstos renunciaran a las ciudades griegas y aliadas de la
costa valenciana. La inm inente guerra con los galos del
valle del P o forzó a los rom anos a estas concesiones tem po-
rales. P ero Sagunto era dem asiado im portante para abando-

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El Ej é rc ito Roma no

narla y la versión rom ana de los hechos no aclara por qué,


si no se citaba a Sagunto en el tratado, se negaron a aban-
donarla com o a las dem ás ciudades. La versión rom ana
explica que sí se citaba a la ciudad com o una excepción a lo
contenido en el tratado, pero entonces no sería creíble que
Cartago se lanzase contra ella con el recuerdo de la derrota
aún tan reciente.

De cualquier m odo, un celta, cuyo caudillo había sido con-


denado a m uerte por Asdrúbal, acuchilló a éste y provocó la
ascensión al m ando de uno de los m ás form idables enem igos
de Rom a: Aníbal.

Aníbal no se hizo de rogar para ponerse al frente de su


ejército. Durante dos años lo adiestró y enfrentó a las ague-
rridas pero desorganizadas fuerzas hispanas. La m oral de
los ejércitos se disparó. P ero cuanto m ás victorioso resul-
taba Aníbal sobre España, m ás evidente se hacía la peculiar
situación de Sagunto. E n t r e m arzo y noviem bre del 219
a.d.C. la ciudad fue asediada y destruida; Rom a envió una
em bajada a Cartago para que el jefe m ilitar fuese desautori-
zado. Cartago se atuvo al tratado, en el que no se m enciona-
ba Sagunto, y las hostilidades se abrieron nuevam ente entre
am bos potencias.

Aníbal dispuso lo necesario, dejó una flota para proteger


las costas peninsulares, hizo acopio de hom bres, ofreció
sacrificios en los m ás reputados tem plos (com o el de
Hércules, en Cádiz) y, en la prim avera del 218 a.d.C. partía
hacia el norte, recorriendo un cam ino lleno de com bates y
victorias. Los rom anos, alarm ados, com prendieron que era
im prescindible cortar las vías de abastecim iento de Aníbal
por lo que enviaron a P ublio Cornelio Escipión al m ando de
una escuadra de sesenta naves. Cuando éste decidió enfren-
tarse a Aníbal en Italia, ordenó a su herm ano Gneo que se
dirigiera con dos legiones hacia Am purias; llegados a cos-

- 23 -
El Ej é rc it o Roman o

tas catalanas, los rom anos derrotaron a cartagineses e his-


panos, haciendo prisionero a Indíbil y anexionándose el
territorio al norte del Ebro. La sola presencia de tropas
rom anas bastó para m antener ocupado a Asdrúbal, herm ano
de Aníbal, y cortar la ruta de los abastecim ientos. La
pobreza de la agricultura del país hacía que am bos genera-
les dependieran de sus m etrópolis para subsistir.

Los Alpes, en extraordinaria hazaña, fueron atravesados


por las fuerzas cartaginesas; ahora Rom a tenía al enem igo
dentro de su propio territorio.... Un enem igo dism inuido en
núm ero pero que estaba com puesto por los m ejores hom bres,
los m ejor entrenados, con una m oral siem pre alta y con un
jefe al que idolatraban. Tras algunas escaram uzas en las
que el m ism o Escipión resultó herido, se produjo el prim er
enfrentam iento en las orillas del río Trebia. Solo a costa de
enorm es esfuerzos consiguió el ejército rom ano de Escipión
y Sem pronio escapar a la destrucción total. Aníbal avanzó
hacia el sur. F lam inio sustituyó a Escipión com o jefe de las
fuerzas que se habían de enfrentar a Aníbal. Lo hizo junto
al lago Trasim eno y el genio del cartaginés, ciego ahora de
un ojo, se im puso a la im petuosidad rom ana. F lam inio pere-
ció al frente de sus hom bres. Era el segundo desastre.

Aníbal podía haber avanzado directam ente sobre la aterro-


rizada Rom a. P ero su ejército era pequeño y la República no
estaba totalm ente derrotada. Marchó y contram archó de este
a oeste buscando la alianza de las distintas ciudades ita-
lianas, pero, en este sentido, sus cálculos fallaron: tendría
que luchar con lo que tenía. Quinto F abio Máxim o había
sido nom brado dictador y eligió un curso de acción que
favorecía poco los planes de Aníbal. Evitó enfrentársele en
cam po abierto y le hostigó con una guerra de guerrillas que
poco a poco iba m inando sus ya escasas fuerzas. Sin em bar-
go, ello no pareció digno del honor rom ano y le relevaron
del m ando. Varrón y P aulo se enfrentaron a Aníbal,

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El Ej é rc ito Roma no

86.000 rom anos contra 50.000 cartagineses. La furia rom a-


na se transform ó en un m atadero cuando el general africa-
no encerró a las legiones dentro de un m ortal círculo. F ue
el tercer desastre.

Ahora sí que algunas ciudades italianas, m acedonias y sici-


lianas em pezaron a cam biar de bando. P ero la grandeza
rom ana surgió frente a la adversidad. Com prendió que podía
enfrentar a Aníbal fuera de Italia. En España ya había fuer-
zas rom anas com batiendo a los cartagineses, y siguieron
haciéndolo m ientras una flota im pedía la llegada de refuer-
zos desde Macedonia. Se envió a Marcelo a Sicilia, contra
Siracusa, y som etió a asedio a la ciudad durante dos años en
los que, según la tradición, los rom anos no solo hubieron de
enfr enta rse a l hi erro sici lian o sin o al geni o de
Arquím edes. Dos años después, en 212 a.d. C., Siracusa fue
tom ada y Arquím edes m uerto a m anos de un legionario
im paciente.

Entre una cosa y otra, Aníbal fue desgastándose sin obtener


la destrucción del odiado enem igo. Llegó, incluso frente a
los m uros de Rom a y hasta lanzó una jabalina. En un alarde
de sangre fría, los rom anos no sólo declinaron llam ar a las
tropas que estaban estacionadas frente a Capua, asediándo-
la, sino que pusieron en venta el terreno donde acam paba el
cartaginés..., ¡siendo com prado inm ediatam ente por todo su
valor!.

En el 211 a.d.C. tom aron Capua, en el 210 a.d.C. Agrigento,


en Sicilia. En el 209 a.d.C., el joven Escipión, que sustitu-
yó a su padre y a su tío, m uertos en com bate, conquistó
Cartagena. Entre los rom anos y la victoria solo se interpo-
nía Aníbal, un Aníbal todavía invicto y todavía en Italia.
Aún consiguió el cartaginés llam ar en su auxilio a su her-
m ano Asdrúbal, quien repitió la hazaña fraterna y cruzó los
Alpes. Desafortunadam ente para él, los rom anos intercep-

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El Ej é rc ito Roma no

taron los correos que envió a su herm ano indicándole su


ruta. Asdrúbal sucum bió con sus tropas. Aníbal, solo con
su pequeño ejército y su inm enso prestigio, se retiró a
Bruttium , al sur, donde perm aneció durante cuatro años
m ás.

En el 206 a.d.C. Escipión derrotó a los cartagineses obli-


gándoles a abandonar España. Regresó a Italia y propuso
atacar a Cartago en su propio terreno..., en el 204 a.d.C.
zarpó rum bo al sur. Llegados a Africa, se le unió el núm ida
Masinisa, con su form idable caballería ligera. Aníbal fue
llam ado de Italia y el cartaginés respondió a la orden de su
P atria. En Zam a, en el norte de Africa, el 19 de octubre del
año 202 a.d.C., Aníbal fue por fin derrotado, Cartago se rin-
dió incondicionalm ente y acabó la Segunda Guerra P única.

Tras firm ar un tratado en el 201 a.d.C., Aníbal se hizo cargo


del gobierno de su ciudad con tanto éxito que en m enos
tiem po del estipulado consiguió pagar la indem nización de
guerra. No obstante, Cartago ya no era un peligro para Rom a.
No podía hacer la guerra sin su perm iso; Masinisa fundó un
reino independiente en el norte de Africa y se dedicó, con
el visto bueno del Senado rom ano, a hacer la vida im posible
a los cartagineses, quienes habían tenido que entregar su
flota de guerra y elefantes. Los senadores no olvidaron a
Aníbal; en el 196 a.d.C. enviaron una em bajada para acusar
a Aníbal de preparar nuevam ente la guerra y exigir su
entrega. Aníbal huyó, exiliándose en los reinos helenísti-
cos donde perm aneció hasta su m uerte en Bitinia, en el 183
a.d.C.. Uno de los m ás grandes generales de la historia
m urió destilando inofensivam ente su odio contra Rom a. Su
vencedor, Escipión el Africano, m urió ese año.

En aquellos trece años Rom a creó sus dos prim eras provin-
cias lejanas: Hispania Citerior e Hispania Ulterior; la dis-
tancia obligó a Rom a a prolongar el plazo de un año de per-

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El Ejé rc ito Roma no

m anencia de los gobernadores, así m ism o hubo de situar


tropas estables, profesionales, pues no podía andar m ovili-
zando y desm ovilizando ciudadanos cada vez que surgía una
em ergencia, lo que, dado el carácter hispano, era casi siem -
pre. Lucharon los rom anos tam bién en Grecia, saltando
hacia Asia Menor buscando la expansión sobre todo el anti-
guo m undo heleno. Los rom anos, desde tiem po atrás, ya
habían quedado prendados de la cultura griega: enviaban
allí a sus hijos para que estudiasen, copiaban su m itolo-
gía y adaptaban sus dioses.

Durante décadas, Cartago se dedicó a sus asuntos, luchando


por sobrevivir en m edio de Rom a y Masinisa. En el 157
a.d.C. Catón el Censor viajó a Africa para dirim ir una m ás
de las disputas entre cartagineses y núm idas; quedó espan-
tado al ver la prosperidad de la ciudad que 44 años antes
había sido som etida a un terrible expolio. Desde ese
m om ento, acabó cada uno de sus discursos con la fam osa
frase: “P ræterea censo Cartaghinem esse delendam ” (“Soy
tam bién de la opinión de que Cartago debe ser destruida”).
P ero su odio hacia Cartago no era puro e intelectual: la ciu-
dad africana, en su prosperidad, com petía con los terrate-
nientes italianos (Catón m ism o, entre ellos) en aceites y
vinos.

En el 149 a.d.C. Rom a encontró el pretexto. Cartago se hartó


de las vejaciones de Masinisa, libró una batalla contra éste
y la perdió. Los cartagineses no tardaron en apreciar las
funestas consecuencias: ejecutaron a sus generales, envia-
ron una em bajada a Rom a, estaban dispuestos a pagar una
fuerte indem nización...., nada sirvió. Rom a exigía que aban-
donasen su ciudad y construyesen otra a no m enos de quin-
ce kilóm etros tierra adentro. Era dem asiado; los cartagine-
ses decidieron que si su ciudad iba a ser destruida, lo sería
con ellos dentro. Era la Tercera Guerra P única.

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El Ej é rc ito Roma no

Durante dos años, los rom anos se vieron contenidos frente


a los m uros de Cartago. Y en esos dos años m urieron Catón
y Masinisa. F inalm ente, en el 146 a.d.C. la ciudad que había
sido fundada en el año 814 a.d.C. fue tom ada, saqueada,
incendiada y derribada piedra a piedra. Se creó la provin-
cia de Africa y sólo cien años m ás tarde se edificó en aquel
lugar otra Cartago, pero esta vez una Cartago rom ana.

Cita P olibio que, m ientras Cartago ardía, Escipión la con-


tem plaba pensativo. El historiador griego le preguntó qué
pensaba y el rom ano le dijo: “La Historia tiene altibajos...,
quizá algún día Rom a sea incendiada de igual m anera...”.
Tenía razón; cinco siglos y m edio m ás tarde, Rom a sería
saqueada.... ¡y los invasores provendrían de Cartago.!

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El Ejé rc ito Roman o

2.2.- Organización M ilitar.

Llega la legión rom ana a la Segunda Guerra P única con la


orga nizac ión bási ca que le dio Marc o F urio Cam ilo.
F lexibilidad, ligereza y potencia; cada legión es un peque-
ño ejército en sí m ism o que puede unirse a otras legiones
para aum entar su fuerza sin perder su flexibilidad de
em pleo táctico. La caballería sigue siendo su com ponente
m ás débil, con una coraza protectora ligera y pocas arm as,
en m uchas ocasiones el jinete echa pie a tierra para com ba-
tir com o un infante...., pero se convierte en presa fácil de
los hoplitas, m ejor arm ados y protegidos. Aníbal ganará
algunas batallas gracias a la superioridad de su caballería.

Sigue a la legión en sus m archas una m asa com puesta por


m ultitud de ayudantes de los soldados (en realidad siervos
suyos), así com o cantineros, cocineros, panaderos, cóm icos,
prostitutas, y las concubinas e hijos de los legionarios. Este
lastre estorba los m ovim ientos del ejército y sólo la acción
de generales enérgicos im pide su proliferación; incluso se
les llegó a organizar m ilitarm ente en calones, colum nas de
doscientos anim ales con sus conductores, bajo una insignia
especial y un jefe experim entado.

Ya que el principio táctico de la legión es com batir en fun-


ción del terreno, agrupando los m anípulos en cohortes y
éstas en legiones o, por el contrario, efectuando m últiples
escaram uzas en las que una centuria de 60 hom bres podía
form ar el testudo y resistir durante horas rodeada por un
enem igo superior pero m enos disciplinado, resulta norm al
la proliferación de insignias en las unidades. Sirven para
que el soldado no pierda la referencia de la situación de su
unidad y en caso de peligro, acude a cobijarse bajo los sig-
nani o los aquilifer. Los portaestandarte son soldados expe-
rim entados y elegidos entre los m ejores..., deben saber
cuándo lanzarse con su insignia y cuándo protegerse en el

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El Ej é rc ito Roma no

centro de la form ación.

F rente a Aníbal, Rom a pierde cuatro ejércitos consulares en


Tesino, Trebia, Trasim eno y Cannas. ¿P or qué?. La legión es
tácticam ente superior a las m asas que conduce Aníbal, su
arm am ento le habría perm itido fijar siem pre inicialm ente
al cartaginés para obligarle a luchar en los térm inos m ás
favorables para la legión y su disciplina y valor no son
m enores que las m ostradas por el ejército del genial gene-
ral. El fallo radica en el m ando. A causa de la estructura
política de Rom a, los hom bres que dirigen el ejército no son
m ilitares profesionales. Si resultan haber servido antes y
ser jefes com petentes, bien; de lo contrario, se lim itan a
aplicar unos principios m uy generales que siendo válidos
contra bárbaros desorganizados, no tienen nada que hacer
frente a un jefe que m ueva sus tropas con im aginación: los
caudillos hispanos derrotarán sucesivam ente a los rom anos,
Aníbal está a punto de destruirlos com pletam ente.

Com o prueba de lo antedicho, vem os cóm o en los m om entos


de m ayores peligros Rom a se ve obligada a reelegir sucesi-
vam ente a los cónsules que se habían m ostrado com o buenos
m ilitares sin observar la ley que im ponía un plazo de diez
años entre el desem peño de un consulado y otro (Q. F abio
Máxim o, M. Claudio Marcelo, Q. F ulvio F laco). O qué decir
del escandaloso golpe a la constitución que se produjo con
el destino de P ublio Cornelio Escipión a España, no com o
procónsul o propretor, sino com o jefe m ilitar absoluto
durante todo el tiem po que durase la cam paña y con veinti-
siete años, edad a la que teóricam ente aún no se podía des-
em peñar m agistratura alguna. En sum a, la solución viene
dada por el servicio m ilitar que prestan los jóvenes nobles
en el inicio de su carrera pública. Aprenden de los oficia-
les, sirven en los estados m ayores de las legiones, luchan
en la caballería o m andan las tropas auxiliares aliadas.
Cuando la edad se lo perm ite, acceden al generalato m edian-

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El Ej é rc it o Roma no

te el im perium concedido por el senado y cuentan con la


necesaria experiencia en la conducción de los ejércitos. Un
cónsul o un pretor puede seguir encabezando una cam paña
(pues él m ism o habrá servido tam bién en el ejército), pero
Aníbal forzó a Rom a a crear un cuerpo de m andos superio-
res del que carecía y con el que conquistaría el m undo.

Legalm ente, cada ciudadano podía ser llam ado a servir 15


cam pañas en infantería o 10 en caballería a partir de los 17
años. El soldado debe proveerse el arm am ento, que se le
descuenta de su paga, igual para todos en infantería y,
generalm ente, se reclutan cuatro legiones anuales (unos
18000 infantes) con un núm ero de itálicos ligeram ente
superior. Sin em bargo, Aníbal lo trastoca todo y llegose a
reclutar hasta 25 legiones. De todos m odos, Rom a no solía
exponer a m ás de 75000 hom bres en cada batalla pues el
peso de la guerra lo soporta la clase m edia cuando la cam -
paña se prolonga durante años. Las fam ilias rotas, la falta
de brazos para el trabajo en el cam po.... Después de Cannas
se organizaron dos legiones con esclavos voluntarios.

Aníbal provocó tam bién el establecim iento y crecim iento


de socios y auxiliares en la legión. Las alae y los vélites se
reclutan entre los no ciudadanos, en las provincias, pero
com b aten en Ita lia. Tit o L ivio ci ta s u a ctua ción en
Trasim eno y Cannas, y lo cierto es que estas fuerzas com -
plem entaban las carencias italianas en el uso de determ i-
nados elem entos: hondas, arqueros, caballería pesada, etc.
Con el tiem po, los vélites serán sustituidos por los auxilia.
Com o ya hem os m encionado, se procura que la oficialidad de
estas unidades esté com puesta por ciudadanos rom anos, su
m ando se encarga a nobles y, cuando los soldados finalizan
su servicio, se les recom pensa con la ciudadanía rom ana
para ellos y sus hijos y el reconocim iento legal de su m atri-
m onio.

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El Ejé rc ito Roma no

2.3.- La B atalla de Zama.

Nos cuenta P olibio que el día antes de la batalla, am bos


jefes conferenciaron acom pañados sólo por un intérprete.
Aníbal ofreció un acuerdo según el cual Sicilia, Cerdeña y
España quedarían en m anos de Rom a, com prom etiéndose los
cartagineses a no provocar ningún conflicto por esos terri-
torios. Confiado e n su superioridad m ilitar, Escipión
rechazó la propuesta con la excusa de que no podía fiar en
la palabra cartaginesa tras la reciente ruptura de la tre-
gua.

Aníbal sabía que su ejército, en calidad y adiestram iento


era inferior al de su adversario, y planteó la batalla en con-
secuencia. F orm ó su ejército en base a tres divisiones de
infantería: la suya propia, la de Magón y la de un cuerpo de
cartagineses y otras tropas africanas rápidam ente recluta-
das por el senado cartaginés. P odía confiar en las dos pri-
m eras, pero no en la últim a. Situó la división de Magón en
vanguardia, form ada por galos y ligures, al cuerpo recluta-
do por el senado lo situó en segundo lugar dejando en reta-
guardia su propia división de brutios, algo alejados de las
dos prim eras líneas. En las alas situó 2000 jinetes, carta-
gineses a la derecha y núm idas a la izquierda y colocó a sus
80 elefantes en vanguardia. Su idea consistía en rom per el
frente con los elefantes, ya que no tenía caballería sufi-
ciente para rodear el flanco adversario com o hizo en
Cannas.

Escipión m antuvo la organización legionaria habitual, pero


en vez de alternar los m anípulos de las tres líneas en form a
de dam ero, cubriendo los huecos, situó al segundo m anípu-
lo exactam ente tras el prim ero y al tercero exactam ente
tras el segundo. Creó así unos pasillos por los que los ele-
fantes cartagineses discurrirían sin causar daños. Mantuvo
a los triarii m uy a retaguardia, para no verse afectados

- 32 -
El Ej é rc ito Roma no

por la acción de los proboscidios. Los vélites tenían orden


de retroceder si no podían resistir la carga y la caballería
se situó en la alas, com o de costum bre. Escipión tom ó, ade-
m ás, dos m edidas geniales para contrarrestar el ataque de
los elefantes: ordenó a sus hom bres bruñir corazas, cascos
y cualquier cosa de m etal, de m odo que el sol se reflejara en
ellos y deslum brara a los anim ales. Tom ó así m ism o la com -
pañía de m úsicos y los llevó a vanguardia, donde sus cuer-
nos y trom petas espantaron a los anim ales de la izquierda
de tal m odo que retrocedieron y sem braron la confusión
entre la caballería núm ida. Masinisa, frente a aquella, se
lanzó al ataque y destruyó a sus paisanos. En el centro, los
vélites fueron severam ente castigados por los elefantes,
pero Lelio vio una oportunidad y cargó contra la caballería
cartaginesa, haciéndola retroceder y persiguiéndola.

Sólo cuando hubo desaparecido la caballería entraron los


infantes en acción. Mientras la inexperta segunda línea de
Aníbal resistió parecía que los cartagineses podrían alzar-
se con la victoria. P ero cedieron, la prim era línea se supo
abandonada, retrocedió francam ente y al im pedirle el paso
la segunda, sus hom bres, presa del pánico, trataron de
abrirse paso a la fuerza.

- 33 -
El Ejé rc ito Roma no

Los hastati atacaban sin cesar a la confusa m asa form ada


por la prim era y segunda línea; entretanto, princeps y tria-
rii cayeron sobre los brutios de Aníbal, su m ejor división,
quienes no consiguieron aguantar y escaparon corriendo
por los flancos.

Los m uertos y heridos cubrían el cam po de batalla en m on-


tones sanguinolentos. Escipión ordenó transportar a reta-
guardia a los heridos y despejar el cam po de batalla para el
asalto final. Varió su disposición táctica: situó a los hasta-
ti a los flancos, con princeps y triarii cubriendo el centro.
Dice P olibio: “Cuando hubieron sobrepasado los obstáculos
(cadáveres) y situados en línea con los hastati, rom anos y
cartagineses cargaron con tal furia y denuedo que la bata-
lla quedó sin decidir durante largo tiem po, ya que am bos
adversarios eran casi iguales no sólo en núm ero, sino tam -
bién en espíritu, valor y calidad de arm am ento. Los com ba-
tientes peleaban con obstinación, cayendo m uertos antes
que retroceder un paso”.

P uede que de haber seguido sólo en com bate las infanterí-


as, Aníbal se hubiera alzado con la victoria; sin em bargo,
en el m om ento oportuno aparecieron Masinisa y Lelio car-
gando contra la retaguardia púnica y sentenciando la bata-
lla. Escipión perdió unos 1500 hom bres; los cartagineses
m ás de 20000, haciéndoseles casi la m ism a cantidad de pri-
sioneros. Aníbal, com pletam ente derrotado, huyó hacia
Hadrum entum con algunos jinetes.

Escipión firm ó una paz con Cartago (a la que difícilm ente


habría podido rendir por asedio, pues estaba extraordina-
riam ente bien fortificada) en térm inos prudentes y venta-
josos:
1.- Cartago entregaría todos sus buques de guerra y sus
elefantes.
2.- Se com prom etería a no entrar en ninguna otra guerra sin

- 34 -
El Ej é rc ito Roma no

el consentim iento de Rom a.


3.- Masinisa sería reinstaurado en su antiguo reino.
4.- Cartago pagaría la sum a de 10000 talentos de plata en
un plazo de cincuenta años.

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El Ej é rc it o Roman o

3.1.- E xpansión por el M editerráneo. Las


Guerras C iviles. C ayo Julio C ésar.

Ni siquiera tras term inar con Cartago tuvo Rom a un m om en-


to de respiro. Grecia se rebelaba, en parte por culpa de los
m ism os rom anos, quienes no gobernaban y tam poco per-
m itían la form ación de un gobierno fuerte. Un aventurero
llam ado Andrisco se proclam ó rey en el 148 a.d.C., preten-
diendo ser hijo de P erseo. Se alió con varias ciudades-esta-
do griegas y con la agonizante Cartago. Quinto Cecilio
Metelo le derrotó con facilidad en la llam ada Cuarta Guerra
Macedónica. Macedonia fue transform ada en provincia. Al
sur, la Liga Aquea desafió a Rom a, quizá confiada en la sua-
vidad con que Metelo, un filoheleno, había tratado a los
derrotados. No contaron con el Senado, que le reem plazó por
Lucio Mum m io, buen m ilitar y poco am igo de extranjeros.
Los griegos no pudieron m antener su pose y Corinto, la
principal instigadora de la rebelión, se rindió sin lucha; no
le sirvió de m ucho pues fue asaltada y saqueada igualm en-
te.

En el oeste, desde el 149 a.d.C. al 133 a.d.C., Viriato y


Num ancia trajeron en jaque a las legiones rom anas. Solo la
presencia de un jefe prestigioso com o Escipión el Joven
im puso disciplina y m oral a las tropas italianas. Viriato
m urió asesinado por los suyos y Num ancia resultó com ple-
tam ente destruida. Excepto el noroeste peninsular y algu-
nas zonas de los m ontes cántabros y vascos Hispania era
rom ana. El 133 a.d.C. fue un buen año para la República.
Destruyeron a los num antinos y pusieron el pie en Asia
Menor.

Cuando Atalo III, rey de P érgam o m urió sin descendencia,


se cum plió su testam ento, por el que legaba el reino de
Rom a. No era traición, en m odo alguno; así lo preservaba de
la rapiña de los reinos vecinos. ¿Quién osaría enfrentarse a

- 36 -
El Ej é rc ito Roma no

la vencedora de Aníbal?. El país pasó a ser la provincia de


Asia y, tras sofocar una pequeña rebelión, quedó definiti-
vam ente pacificado en el 129 a.d.C.

Toda la orilla m editerránea estaba en m anos rom anas o de


aliados rom anos. Solo el im perio seleúcida, en Oriente
Medio, conservaba un cierto poder que pronto se esfum aría
al conquistar Rom a la que se convirtió en la provincia de
Siria.

P ero la acum ulación de riquezas no fue la única consecuen-


cia de las conquistas. La afluencia de esclavos m inó la com -
petitividad del pequeño agricultor que, sobre el 250 a.d.C.
era la base de la ciudadanía. Los ejércitos fueron progresi-
vam ente profesionalizándose, ya que resultaba im posible
m antener tan largas cam pañas y regresar para las labores
agrícolas, com o antaño. La gente em igraba a Rom a, donde su
ciudadanía se transform aba en un voto que estaba en venta.
P anem et circenses, decían, y era cierto. En el 133 a.d.C. y
en el 121 a.d.C. vieron la m uerte de cada uno de los herm a-
nos Gracos, tribunos que consiguieron que el cargo fuera
reelectible y que plantearon una reform a agraria extensa
que devolvería sus m edios de vida a buena parte de los anti-
guos agricultores y que proporcionaría tierras en Italia y
otras provincias donde establecer com o colonos a los solda-
dos licenciados. F allaron los Gracos y sus sucesores porque
m antenían junto a las dem ás propuestas la del otorgam ien-
to de la ciudadanía rom ana a todos los habitantes de las
ciudades italianas, siquiera fuese por su lealtad en los
m om entos difíciles. El espíritu egoísta y conservador de los
m ás pobres quiso negarles (y lo consiguió durante 50 años)
ese derecho. Solo la necesidad de disponer de paz interna,
justo cuando se produjo la Guerra Social (de socios, aliados)
por la rebelión de unas ciudades italianas de m ayoría sam -
nita, al tiem po que el P onto estallaba consiguió para los
italianos un derecho que tenían bien m erecido .

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El Ej é rc ito Roma no

Sila y Mario, Mario y Sila, disputaron en suelo italiano un


terrible guerra civil que solo am ainó, que no cesó, con la
m uerte de am bos (de m uerte natural) y el debilitam iento de
un Senado que no quiso nunca devolver el poder que el pue-
blo le había otorgado de m odo extraordinario en el m om en-
to de las Guerras P únicas.

Los generales se habían dado cuenta de que un ejército,


inteligencia y la suficiente am bición bastaban para conse-
guir el poder frente a un Senado cada vez m ás débil y cada
vez m ás dispuesto a ceder ante uno de los suyos con tal de
m antener su posición. P om peyo, aún en vida de Sila, celebró
un triunfo com pletam ente ilegal por una cam paña en Africa
m ediante la que consiguió hacerse con el control de las
fuerzas partidarias de Mario que allí había. Se enfrentó a
Sertorio en España, donde éste había acaudillado a las tri-
bus nativas y fracasó en los com bates, si bien Sertorio fue
asesinado el 71 a.d.C. (asesinato pagado con buen dinero
rom ano, según se sospecha), lo que salvó a P om peyo de per-
der su prestigio m ilitar.

Tam bién sonó la hora para Craso el Rico con m otivo de la


rebelión de Espartaco. Buen m ilitar, consiguió derrotar al
ejército de esclavos y gladiadores y hacerse de fam a y glo-
ria. Justo cuando se dedicaba a barrer las bandas disper-
sas, P om peyo regresó de España, se unió a él y recibió m ás
m éritos de los que le correspondían. Am bos ganaron el con-
sulado en el 70 a.d.C. y se dedicaron a seguir debilitando
aún m ás al corrupto Senado, donde destacaba uno de los
ladrones m ás com petentes de la Historia: Cayo Verres. Este
individuo actuó en Asia, donde se em bolsó una gran canti-
dad de riquezas en com pañía del gobernador de la provin-
cia. Cuando fueron llam ados a Rom a para ser juzgados pre-
sentó pruebas contra su superior y él quedó libre. Después
fue enviado a Sicilia donde llegó a quedarse hasta con el
dinero destinado a fletar los buques que debían llevar el

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El Ejé rc ito Roma no

cereal desde la isla hasta Rom a. Era algo acostum brado: el


gobernador de una provincia siem pre se enriquecía.....,
pero todo tenía un lím ite y Verres tuvo la m ala suerte de
encontrarse frente al único hom bre que podía conseguir lo
que fuera hablando: Marco Tulio Cicerón, el m ás grande
orador rom ano de todos los tiem pos.

En una República donde la locuacidad del abogado podía


decidir el resultado de un juicio, Cicerón era un arm a for-
m idable para los expoliados sicilianos. Cayo Verres huyó a
Massilia con parte de sus bienes y vivió allí, cóm odam ente
instalado durante los siguientes veinticinco años, aunque
sin atreverse a volver a Rom a.

La estrella del m om ento era P om peyo. En el 67 a.d.C. lim pió


en tres m eses las costas m editerráneas de piratas; Rom a
enloqueció de placer con su niño m im ado. Marchó a Asia
donde enfrentó a Mitrídates, rey del P onto. Lo derrotó y el
P onto se convirtió en provincia el año 64 a.d.C., al igual que
los territorios de Siria y Judea, regresando finalm ente a
Italia el 61 a.d.C. Recibió un gran triunfo, licenció sus tro-
pas y pasó a ser un ciudadano m ás. Supuso, erróneam ente,
que la sola m agia de su nom bre bastaría para dom inar Rom a.

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El Ej é rc ito Roma no

Hasta debió soportar la República la rebelión de Catilina.


Cicerón, cónsul por entonces, le descubrió, acusó y derro-
tó, haciéndole ejecutar sin juicio ante la prem ura de la am e-
naza que suponía el ejército que el rebelde había consegui-
do reunir a las afueras de Rom a. Esa fue la cim a del poder
de Cicerón. Cinco años m ás tarde se vería obligado a exi-
liarse al Epiro tras la acusación de no haber respetado la
ley que exigía un juicio para el conspirador.

César, nacido en el 102 a.d.C., había estado en Asia, com ba-


tiendo, fue prisionero de unos piratas a los que persiguió y
ejecutó después de ser liberado. Marchó a España, donde
ganó gloria m ilitar som etiendo a diversas tribus, allí con-
siguió una clientela que le sería de utilidad m ás tarde,
cuando se enfrentó a P om peyo; y tam bién reunió el sufi-
ciente dinero para pagar sus deudas con Craso, quien le
había asistido en el pasado. F orm ó triunvirato con am bos
y, deseoso de superarles en poder, com prendió que necesi-
taba un triun fo m ilitar ; fi jó s u m i rada en la Galia
Transalpina y en el 58 a.d.C. se hizo asignar am bas Galias.
Luchó contra los helvéticos, contra Ariovisto (caudillo ger-
m ano), derrotó e hizo pagar tributo a Casivelauno en Gran
Bretaña (donde entraron, siquiera por poco tiem po, las cali-
gæ de los legionarios), en el 52 a.d.C. se rebelaron los galos
nuevam ente al m ando de Vercingetórix, lo derrotó y llevó a
Rom a cargado de cadenas donde m urió en la cárcel m am er-
tina. En el año 50 a.d.C. la Galia quedó en paz y fue trans-
form ada en provincia.

P ero los acontecim ientos se precipitaron al m orir Craso en


P artia. En el año 52 a.d.C. P om peyo fue nom brado cónsul
único por el Senado que le pidió protección contra César.
Este se las com puso para m antener su m ando provincial
hasta el 49 a.d.C. En el 50 a.d .C. el Senado decretó que cada
ejército debía ceder una de sus legiones para hacer frente a

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El Ejé rc ito Roman o

los partos. Adem ás de la suya, César había pedido prestada


a P om peyo una de sus legiones para usarla contra los galos;
ahora el Senado (a instancias de P om peyo) le reclam aba
am bas legiones. Con la Galia pacificada, César podía perm i-
tírselo; las legiones fueron entregadas y el Senado creyó
que aquello era una m uestra de debilidad por parte de
César.

El 7 de enero del 49 a.d.C. decretaron que Julio debía disol-


ver sus legiones y entrar en Rom a com o un ciudadano m ás.
Era perfectam ente legal..., y tam bién una tram pa para aca-
bar con él. Afortunadam ente, los dos tribunos de la plebe
eran partidarios suyos y huyeron a refugiarse en el cam pa-
m ento de César diciendo que sus vidas (inviolables por ley)
corrían peligro. Julio tenía que defender a los tribunos; tal
vez ello fuese considerado traición por los senadores, pero
el pueblo com ún apreciaba dem asiado a sus únicos repre-
sentantes ante el poder aristocrático com o para disentir de
la defensa. El 10 de enero cruzó el Rubicón: “Alea jacta
est”.

Tres m eses después César dom inaba toda Italia y P om peyo


había huido a Grecia. Controló las Hispanias, donde unió al
suyo el ejército senatorial allí estacionado, con lo que dobló
sus fuerzas. En el 48 a.d.C. se hizo nom brar cónsul y pasó a
Grecia, donde P om peyo había reunido un ejército y una
flota. El 29 de Junio del 49 a.d.C. P om peyo fue derrotado en
F arsalia, su ejército se pasó a César y él tuvo que huir a
Egipto, tras im pedírsele desem barcar en Antioquía. Sin
em bargo, llegado al reino de los faraones, el 28 de septiem -
bre del 49 a.d.C., con 58 años, P om peyo es asesinado por
Aquila y Septim io.

César llegó a Egipto y contem pló, horrorizado, la cabeza de


su rival asesinado... P oco podía sospechar que, casi cinco
años m ás tarde, él habría de correr la m ism a suerte bajo la

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El Ej é rc ito Roma no

m irada de la estatua de P om peyo. Entre tanto, César libró


algunas batallas en apoyo de Cleopatra, con quien su her-
m ano Tolom eo no quería com partir el trono, com o estaba
dispuesto. Tras algunas dificultades iniciales provocadas
por la escasez de tropas cesarianas, Tolom eo XII m urió y su
herm ana gobernó en unión de su pequeño herm ano Tolom eo
XIII. Una m archa al P onto acabó con las últim as tentativas
de independencia de F arnaces y una célebre frase fue
enviada, a m odo de inform e, al Senado: Veni, Vidi, Vinci.

Regresó a Italia y, en contra de lo habitual, m ostró genero-


sidad y m agnanim idad: incluso perdonó a Cicerón. Aún
hubo de luchar en Africa y España contra los restos de los
ejércitos pom peyanos. Elegido para el consulado para cinco
años, tras la victoria de F arsalia, le fue am pliado el plazo a
diez tras la victoria de Tapso, en Africa. Vuelto de España,
en el 45 a.d.C. fue nom brado dictador vitalicio y a nadie se
le ocultaba su intención de proclam arse rey. Hasta su
m uerte, ocho m eses después, hizo reform as contundentes:
aum entó el núm ero de senadores a 900, incluyendo a
m uchos provincianos. Extendió la ciudadanía rom ana a la
Galia Cisalpina y a algunas ciudades de la transalpina y de
España. Reform ó el sistem a de im puestos, com enzó la
reconstrucción d e Cartago y Corinto, creó l a prim era
biblioteca pública de Rom a, reform ó el calendario (reform a
que, con el retoque del papa Gregorio, ha llegado hasta
nuestros días) con ayuda de Sosígenes, un astrónom o egip-
cio. Si hubiese ideado un tipo de gobierno com o el que
habría de iniciar su hijo adoptivo Augusto, en vez de jugue-
tear con la (para un rom ano m edio) odiosa idea de conver-
tirse en rey, tal vez hubiera podido eludir la m uerte. El 15
de m arzo del año 44 a.d.C. fue asesinado por un grupo de
senadores conjurados entre los que se contaba su propio
hijo adoptivo, Bruto. Aún hoy, en las ruinas del foro de
Rom a, hay un ram o de flores perenne sobre el túm ulo en que
se incineró a Caius Iulius Cæsar.

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El Ej é rc it o Roma no

3.2. Organización M ilitar.

Muchas cosas ocurrieron en el periodo descrito, com o hem os


visto. Muchas batallas políticas produjeron víctim as tanto
en el cam po de batalla com o en el F oro. Rom a luchó contra
m últiples enem igos y contra ella m ism a, aprendiendo de
todos y de sus propias debilidades. A finales del siglo II
a.d.C. un general m uy com petente vino a poner un poco de
orden en el m arem ágnum legionario: Mario.

Mario ingresó en el ejército a los 16 años y su pundonor,


honradez, valentía y com petencia le valieron ser indicado
por Escipión Em iliano com o el único que podría sustituirle
en la jefatura del ejército de Hispania. Conocía la organiza-
ción m ilitar y sus defectos y tenía la suficiente am bición y
capacidad para ejecutar la reform a que exigía la época.

Repasando lo visto, recordarem os que en la organización de


Servio Tulio los aristócratas y caballeros servían en la
caballería, los ciudadanos propietarios de m ás de 11.000
ases servían com o infantería pesada y los pobres servían
com o vélites, desarm ados o, sim plem ente, no com batían.
Así, la defensa de la República recaía en la clase m edia.

De las Guerras P únicas y de la conquista de la Hélade salió


Rom a señora del m undo, pero perdió sus clases m edias: los
labradores y artesanos, antaño ciudadanos libres, dignos y
razonablem ente prósperos m urieron o vieron confiscadas
sus propiedades por la aristocracia..., era el pago que la
República daba a quienes soportaron varios siglos de con-
flictos y sacrificios continuados.

Mario decide llam ar al ejército a los proletarii (de la


expresión rom ana que significa “productores de prole”),
así la m ilicia se convierte en un cuerpo dem ocrático; m ás no
debem os dejarnos engañar, sus m otivos son puram ente m ili-

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El Ejé rc ito Roma no

tares, no políticos o éticos: no había suficientes legiona-


rios. Las clases populares consiguen así un m edio digno de
ganarse la vida y de prom ocionarse socialm ente, los no ciu-
dadanos pueden conseguir la preciada ciudadanía para sí y
sus hijos.... Se fija el prim er enganche en veinte años y así
se convierten en excelentes profesionales que no tienen
reparos en servir en cualquier parte bajo el jefe que le paga
y al que reconocen...., m ás de un golpe de estado se dio por
la pérdida del sentim iento patriótico entre los soldados: se
es soldado del general X, no de la República.

Relata P lutarco: “En la m archa hacía de cam ino trabajar a la


tropa, ejercitándola en especie de correrías y en jornadas
largas, y precisando a los soldados a llevar y preparar por
sí m ism os lo que diariam ente había de servirles. De aquí
dicen provenir el que desde entonces a los aficionados al
trabajo, y que con presteza ejecutan lo que se les m anda, se
les llam a m ulos m arianos”. Sin em bargo, él era el prim ero
en dar ejem plo: “Era espectáculo m uy agradable al soldado
rom ano un general que no desdeñaba de com er públicam en-
te el m ism o pan, de tom ar el m ism o sueño sobre cualquier
m ullido y de echar m ano a la obra cuando había que abrir
fosas o que establecer los reales; pues no tanto adm iran a
los que distribuyen los honores y los bienes com o a los que
tom an parte en los peligros y en la fatiga, y en m ás que a los
que les consienten el ocio tienen a los que quieren acom pa-
ñarles en los trabajos”.

Obligó a los legionarios a tom ar clases de esgrim a, contra-


tando instructores de las escuelas de gladiadores que les
enseñarían a herir y a evitar los golpes del contrario.
Acostum bró a sus hom bres a la visión del enem igo; antes de
lanzarlos a la lucha contra Teutones y Am brones les hacía
asom ar por el valladar, en turnos, para que la costum bre de
la visión de los bárbaros atenuase el m iedo y la prevención.
Hasta tal punto se ha identificado la actividad y el ejerci-

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El Ej é rc ito Roma no

cio con la vida castrense, que el sustantivo exercitus ha


pasado de su sentido abstracto “ejercicio” al concreto “sol-
dados reunidos por el ejercicio”.

La gran unidad táctica básica, la Legión, sufrió una refor-


m a radical. En lugar de los treinta m anípulos de infantería
pesada, se form an ahora diez cohortes, cada cual con su
estandarte, com puestas por cinco o seis centurias de cien
hom bres. Se pierden los 1.200 hom bres de la infantería
ligera, pero el total legionario pasa de 4.500 a 6.000 hom -
bres. El m otivo de este cam bio fue que la anterior organiza-
ción, m uy apta para luchar por los Apeninos o contra la
poco m óvil falange griega, resultaba dem asiado vulnerable
ante la acom etida m asiva y a la ligera de los germ anos. Ya
antes de Mario se habían agrupado varios m anípulos, nor-
m alm ente tres, pero ahora la agrupación se hace perm a-
nente. La cohorte consta de tres m anípulos de dos centurias
cada uno, según Gelio. Se conservan las tres líneas, form a-
das a base de cohortes, no de m anípulos; conservarán tam -
bién sus nom bres, m ás su com posición ya no dependerá del
censo o la edad de los soldados.

Sobre la cohorte dice Delbrück: “La táctica de cohortes


representa el punto culm inante del progreso que podía
alcanzar el arte de com batir de la antigua infantería. La
m isión del artista, esto es, del caudillo, será, en adelante,
m ás que hallar nuevas form as, perfeccionar y utilizar las
ya inventadas”. La m ejor alabanza que puede recibir la
cohorte de Mario viene dada por la evidencia de que ni
César ni P om peyo sintieron necesidad de ca m biar su
estructura.

Com o hem os visto, desaparecen los vélites y la caballería


rom anos. La infantería ligera y la caballería serán recluta-
das entre los pueblos aliados o conquistados: Serán cohors
de infantería o alae de caballería que se reunirán genérica-

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El Ejé rc ito Roma no

m ente bajo el título de auxilia.

Desaparecen tam bién los cuatro estandartes tradicionales:


el lobo, el jabalí, el m inotauro y el caballo. Se provee a cada
cohorte de un estandarte, un guión, que se renueva cada
año. La legión adopta el águila, prim ero de plata y después
de oro. El aquila será el em blem a distintivo de cada legión,
se venerará en un santuario especial y su pérdida será el
m ayor vilipendio de la unidad, llegando a disolverse tales
unidades, a diezm arse sus com ponentes y repartir al resto
por otras unidades si tal llega a suceder.

F inalm ente, se aligera el tren de la im pedim enta y se carga


a cada legionario con un equipo m ayor. Se van organizando
los grados m ilitares: optiones, tribunos, evocati, centurio-
nes, tribunos m ilitares y legati, los lugartenientes del
Im perator. El arm am ento se norm aliza. El pilum pasa a ser
el arm a característica de los legionarios, un arm a para sol-
dados que luchan a la ofensiva: Su punta de hierro dulce se
clava profundam ente en el escudo enem igo, la parte m etáli-
ca del asta se dobla y el adversario se tiene desem barazar
del escudo que ahora es un estorbo a sus m ovim ientos, que-
dando tam bién m ás desprotegido ante el tem ible em bate del
gladius hispanicus, una derivación aún m ás m ortífera de la
falcata, de entre 50 y 65 cm s. de largo, con punta y doble
filo. Cada hom bre lleva un puñal, esté en cam paña o pase-
ando por la ciudad, y sabe m anejarlo perfectam ente; se trata
de un arm a de tipo griego, corto y suspendido de un cintu-
rón especial.

Durante el siglo I a.d.C. se va extendiendo el escudo rec-


tangular cilíndrico, m uy probablem ente copiado del que
usaban los gladiadores, hecho de m adera contrachapada,
recubiertos de piel m uy dura y con refuerzos de bronce o
hierro en los bordes y centro. Se adoptó de los celtas un
nuevo tipo de casco, fuerte, sin adornos inútiles, con un

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El Ej é rc ito Roma no

poco de visera, protección para la nuca y una curvatura para


la oreja. Era de bronce con refuerzos de hierro y se apoyaba
en un coselete de cuero..., sólo dos m il años después, con la
producción de nuevos m ateriales sintéticos, se cam bió la
com posición de los cascos de batalla que no su diseño, pues
los cascos m odernos siguen el que los rom anos adoptaron y
perfeccionaron a instancias de Mario. La coraza m ás habitual
es la cota de m allas, da la im presión de una túnica que llega
hasta m edio m uslo y se sujeta al talle con el cinturón. Debajo
de esta coraza llevaban los soldados un jubón de cuero con
faldillas y bajo el jubón una túnica de lino o lana cuyos
rebordes sobresalían por brazos, piernas y cuello, donde los
soldados solían poner una bufanda que protegía su piel de
los cortes del m etal de la coraza. El cinturón ciñe, com o
hem os dicho, la coraza y de él pende la espada, podía ser
m etálico o de cuero con apliques de m etal. Las grebas van
quedando reservadas a los oficiales, de centurión para arri-
ba, m ientras que los soldados irán adoptando de sus contac-
tos con los germ anos unos pantalones de lana que les cubrí-
an hasta la espinilla.

3.3.- La batalla de Pidna. La batalla de F arsalia.

He decidido m ostrar dos batallas para este periodo. La bata-


lla de P idna se libró con un ejército rom ano que aún m ante-
nía en gran m edida las antiguas form aciones de batalla. Las
unidades tácticas legionarias eran los m anípulos, con los
vélites y la caballería al viejo estilo, aún form ados por ciu-
dadanos rom anos. La batalla de F arsalia enfrenta a dos cau-
dillos entre sí, César y P om peyo, a dos ejércitos rom anos
guiados por volunta des y com pet encias diam etr alm ente
opuestas pero con una form ación y estructura m uy parecida.
Am bas batallas suponen un antes y un después: la prim era
abre a Rom a, de m odo definitivo, las puertas del Oriente; la
segunda supone el fin de una República que, pese al asesina-
to de César, no puede evitar el advenim iento del principado.

- 47 -
El Ej é rc ito Roman o

3.3.1.- La B atalla de Pidna.

P ara am bientar la batalla de P idna, direm os que Rom a hacia


el 188 a.d.C. había confiado en m antener dividida Grecia y
equilibrado el poder en Asia. A esta distancia histórica, y
conociendo el carácter griego, esa pretensión no puede
m enos que resultarnos ingenua. Se libraron continuas bata-
llas diplom áticas que fueron enrareciendo el am biente
hasta que en el 172 a.d.C., el intento de asesinato de
Eum enes por crim inales a sueldo de P erseo de Macedonia
provocó la Tercera Guerra Macedónica.

De hacer atacado entonces, P erseo (que se había estado pre-


parando a conciencia para la guerra) podría haber puesto a
los rom anos en situación harto crítica. Más se lim itó a
esperar el ataque enem igo, adoptando una actitud defensi-
va. El ejército m acedónico de P erseo form aba una falange de
dieciséis filas, arm ados los hoplitas con una lanza larga
(sarissa) de m ás de seis m etros. Aquel inm enso y lento
puercoespín blindado era form idable en terreno llano...,
pero Grecia lo es todo m enos llano; si no se elegía cuidado-
sam ente el cam po de batalla, la legión podía abrir brechas
en la falange y destrozarla.

El m ando rom ano se m ostró particularm ente inadecuado.


Durante 3 años, P . Licinio Craso, Aulo Hostilio Mancino y
Q. Marcio F ilipo dieron cum plida m uestra de su incom pe-
tencia m ilitar y de la incapacidad del Senado para nom brar
generales hábiles en vez de políticos m ilitarm ente estúpi-
dos. P or fin, en un rasgo de sensatez, el Senado eligió para
un segundo m andato a Lucio Em ilio P aulo, cuñado de
Escipión el Africano y que se había distinguido extraordi-
nariam ente en España y Liguria, tenía sesenta años por
entonces y, según su contem poráneo P olibio, era uno de los
pocos rom anos de relieve capaz de resistir la tentación del
dinero.

- 48 -
El Ej é rc ito Roma no

Su prim er acto fue enviar una com isión a Grecia para acla-
rar la situación; tres delegados, a cuyo frente se encontra-
ba Gneo Dom icio Enobarbo, triunfador de Magnesia. Una vez
regresaron e inform aron de la caótica situación, P aulo reci-
bió autorización para nom brar los tribunos de sus dos
legiones, reclutó cuatro legiones m ás y partió para Delfos.
P rohibió a los centinelas llevar arm as “porque su m isión no
era luchar sino vigilar”, organizó un sistem a de relevos,
asignó trabajos a todos y repuso las escasas existencias de
alim entos y agua. Reunió a los oficiales y, tras estudiar su
estado de ánim o, em pezó a trabajar secretam ente en sus pla-
nes.

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El Ej é rc ito Roma no

La idea de P aulo era atacar de frente a P erseo a la vez que


efectuaba un m ovim iento de diversión con la flota para am e-
nazar las com unicaciones septentrionales de su enem igo.
Entre escaram uzas, m aniobras, m archas y contram archas
pasó un buen lapso de tiem po que el rom ano aprovechó para
afianzarse sobre el terreno y conocer a su adversario. P or
fin, tras el eclipse de luna ocurrido la noche del 21 al 22
de junio del 168 a.d.C., tuvo lugar la batalla decisiva.

Según Livio y P lutarco, los dos cam pam entos se surtían de


agua en el Leucus, que en aquella época del año debía estar
convertido en un riachuelo. P ara proteger a sus colum nas de
aguada, los rom anos habían establecido un destacam ento de
dos cohortes y dos agrupaciones de jinetes en la orilla occi-
dental del rio, m ientras otras tres cohortes y dos escuadro-
nes de caballería vigilaban el cam pam ento m acedónico. Es
de suponer que los de P erseo hicieran lo m ism o, así que la
corriente fluvial dividiría a los contingentes enem igos.

Sobre las tres de la tarde del día 22, un caballo rom ano se
soltó y em pezó a galopar hacia la orilla griega, seguido por
tres soldados. El agua les llegaba a las rodillas. Dos tracios
del ejército m acedónico quisieron capturar al anim al,
resultando m uerto uno de ellos. Aquelló irritó tanto a un
cuerpo de 800 jinetes tracios que se lanzaron a la lucha,
siendo im itados por las dos cohortes rom anas. Ante el
ruido, P aulo salió de su tienda para averiguar qué pasaba.
El rom ano pensó que lo m ejor sería aprovechar el ardor de
sus soldados y convertir en oportunidad favorable lo que no
era sino un m otivo casual. Nasica, al tiem po, anunció a
P aulo que P erseo estaba form ando en orden de batalla a sus
soldados.

No sabem os con exactitud el orden de batalla de am bas


fuerzas; sin em bargo, teniendo en cuenta que la falange
solía ocupar el centro, puede conjeturarse m ás o m enos lo

- 50 -
El Ejé rc ito Roma no

siguiente: los tracios se colocaron a la derecha, en el cen-


tro la falange de los leucáspidas y la de los calcáspidas y,
por últim o, los m ercenarios, que ocuparían el ala izquier-
da, con la caballería a un flanco o en los dos. Sobre los
rom anos podem os aventurar que las dos legiones se halla-
ban en el centro, con los aliados latinos a la derecha, los
griegos a la izquierda y la caballería en am bos flancos. Se
ha dicho que en la batalla intervinieron tam bién algunos
elefantes, colocados a la derecha de la form ación rom ana.

Según el inform e de Nasica, recogido por P lutarco, las cosas


se desarrollaron aproxim adam ente com o sigue: “P rim ero
avanzaron los tracios, cuyo aspecto, según Nasica, era
terrible por tratarse de hom bres de aventajada estatura,
vestidos con túnicas negras que destacaban bajo el color
blanco de sus resplandecientes arm aduras y escudos, enar-
bolando en la diestra hachas de com bate, con grandes hojas
de hierro. Siguiendo a los tracios, los m ercenarios avanza-
ron. Su equipo era variado y m ezclados a ellos iban los peo-
nios. Seguía una tercera división (falange de los leucáspi-
das), hom bres escogidos, la flor de los m acedonios tanto por
su vigor juvenil com o por su valentía, m uy vistosos con sus
brillantes arm aduras doradas y sus túnicas escarlatas.
Mientras éstos ocupaban su lugar en la línea, salieron a la
palestra los com ponentes de la falange de los calcáspidas,
con escudos de bronce, que llenaron la llanura y las m on-
tañas circundantes con el refulgir de sus arm as y con sus
tum ultuosos vítores y gritos.”

El ataque de P erseo fue m uy rápido porque, según afirm a


Livio, “los prim eros m uertos cayeron a doscientos cincuen-
ta pasos del cam pam ento rom ano”. Según eso, los m acedo-
nios debieron cruzar el Leucus y avanzar hasta la ladera
del m onte Olocrus. P aulo, sorprendido antes aquella m ura-
lla de lanzas, disim uló su agitación y, sin proteger cabeza
ni cuerpo, dispuso a sus hom bres para la batalla. Los pelig-

- 51 -
El Ej é rc ito Roma no

nos, de origen sabino, iniciaron el contraataque sin conse-


guir abrir brecha en la falange. En vista de ello, Salvio, su
com andante, arrojó el estandarte en m edio de la form ación
enem iga, se luchó encarnizadam ente y la legión debió reti-
rarse en desorden hacia el m onte Olocrus. Esta retirada
arrastró al resto de la línea y el ejército entero buscó la
protección de la m ontaña. Es evidente que siem pre y cuan-
do el terreno resultara favorable a la falange, nada podían
los rom anos contra aquel m uro de acero. P ero el avance
em peoró las condiciones para los m acedónicos: su frente
em pezó a curvarse y hendirse hasta presentar algunas bre-
chas debidas “tanto a la irregularidad del terreno com o a la
gran longitud del frente..., haciendo que quienes intenta-
ban ocupar posiciones m ás altas se vieran separados contra
su voluntad de quienes quedaban m ás abajo que ellos...”.

Según P lutarco: “Ante aquello, P aulo dividió sus cohortes y


les ordenó lanzarse contra los intersticios y espacios
abiertos en la línea oponente, entablando así com bate cuer-
po a cuerpo, aunque no librando una batalla general, sino
m uchas de ellas separadas y sucesivas. Las instrucciones
dadas por Em ilio a sus oficiales pasaron de éstos a los sol-
dados, los cuales apenas se introdujeron entre las filas ene-
m igas, separando a los grupos, atacaron a algunos de ellos
por los flancos, es decir, allí donde su arm adura no podía
protegerlos, y a otros por retaguardia. Una vez quebrantada
su unidad, la falange perdió toda fuerza y eficacia.”

Livio, aunque de m odo algo confuso, deja claro que adem ás


de las pequeñas brechas m encionadas, se había producido
una considerable entre el centro y el ala izquierda m acedó-
nica . El m otivo probable fue el de que al perseguir a los
derrotados pelignos, el ala izquierda se adelantó algo al
centro, que aún seguía com batiendo con las dos legiones
rom anas. Dice así Livio: “Luego que Em ilio hubo ordenado a
sus cohortes introducirse com o cuñas en las hendiduras, se

- 52 -
El Ejé rc ito Roman o

puso a la cabeza de una de sus dos legiones y la situó en el


espacio com prendido entre los m ercenarios m acedónicos y
la falange, rom piendo así la línea enem iga. Tras él se
encontraban los m ercenarios arm ados con escudos y a su
frente la falange de los calcáspidas. Sim ultáneam ente,
Lucio Albino lanzó a la segunda legión contra la falange de
los leucáspidas, m ientras los elefantes y algunas cohor-
tes de caballería aliada avanzaban contra los ahora aislados
m ercenarios m acedónicos. Com o el ataque no dio el resulta-
do apetecido, intervinieron los aliados latinos que obliga-
ron a ceder al ala izquierda griega. Entretanto, en el centro,
la segunda legión de Em ilio cargaba contra la falange de los
calcáspidas, dispersándola.”

Al ver la batalla perdida, P erseo huyó hacia P ella con su


caballería y desapareció de la Historia. Cuando las noticias
de la victoria llegaron al Senado, éste resolvió que todos los
Estados im plicados en la cam paña, am igos o enem igos, serí-
an despojados de su fuerza. Macedonia desapareció, en toda
Grecia se incoaron procesos por alta traición, cuantos sir-
vieron en el ejército de P erseo fueron liquidados, se
saquearon setenta ciudades y se vendió com o esclavos a
150.000 epirotas. Grecia triunfó al fin con su cultura, que
gracias a Rom a se expandió por todo el Mediterráneo, pero
perdió cualquier protagonism o político...., lo que no se
puede m enos que considerar un avance, dado el precio en
sangre pagado por su desunión e individualism o.

- 53 -
El Ej é rc ito Roma no

3.3.2.- La B atalla de F arsalia.

Ya se ha explicado la situación política que condujo al


enfrentam iento de César y P om peyo. Tras el asedio de
Dyrraquium , cuyo final podem os considerar com o una
derrota cesariana, am bos ejércitos se encontraron en la lla-
nura de F arsalia, m ás allá de los m ontes Cinoscéfalos (cabe-
za de perro, en griego); P om peyo había unido sus fuerzas a
las de Escipión en Larissa y César hizo lo propio en
Aeginium con las de Dom icio.

Julio cruzó el Enipeo cerca de F arsalia y acam pó en la ori-


lla norte. P om peyo estableció su cam pam ento a unos cinco
kilóm etros al noroeste del de su enem igo, en las faldas del
m onte Dogandzis. Diariam ente form aba César su ejército en
línea de batalla fuera del cam pam ento, avanzando cada vez
un poco m ás en dirección al adversario. P ero éste no se m os-
traba dispuesto a abandonar el terreno favorable en que se

- 54 -
El Ej é rc it o Roma no

hallaba situado, y cuando César em pezó a com probar que


sus graneros se vaciaban, decidió m archarse al nordeste,
hacia Scotussa, para am enazar las com unicaciones pom pe-
yanas y forzarles a abandonar su posición actual.

La m añana del 9 de Agosto del 48 a.d.C., a punto ya de ini-


ciarse la m archa, César notó que P om peyo estaba form ando
a su ejército y, volviéndose a sus hom bres, les dijo:
“Tendrem os que suspender la m archa por el m om ento y
pensar en librar la batalla com o siem pre hem os deseado.
P reparém onos con ánim o para el com bate, puesto que pode-
m os ahora librarlo.”

De sus 80 cohortes (8 legiones), con un total de 22.000


hom bres, dejó a dos para proteger el cam pam ento y m anio-
bró con las otras 78 hasta situarlas en 3 líneas: el ala
izquierda se apoyaba en el Enipeo. Su enem igo contaba con
110 cohortes (11 legiones) con un total de 45.000 soldados
aproxim adam ente. Sin em bargo, en disciplina y m oral el
ejército cesariano era m uy superior al de su contrincan-
te...., por no m encionar la trem enda diferencia cualitativa
entre am bos jefes.

El orden de batalla de P om peyo era el siguiente: Colocó a la


derecha 600 jinetes del P onto y a continuación toda su
infantería en tres líneas, agrupada en tres divisiones, la de
la derecha al m ando de Léntulo, la del centro bajo Escipión
y la de la izquierda dirigida por D om icio Enobarbo.
Concentró en el ala izquierda toda la caballería, m enos los
600 hom bres ya m encionados, junto con los arqueros y los
honderos bajo el m ando de Labieno. Destacó a siete cohortes
para proteger el cam pam ento e intercaló entre las líneas a
algunas tropas auxiliares para que actuaran com o infante-
ría ligera.

- 55 -
El Ejé rc ito Roma no

César, com prendiendo las intenciones de su rival, concen-


tró en el ala derecha a sus 1000 jinetes apoyados por la
infantería ligera, para enfrentarse a los 6.400 de Labieno.
Toda el ala derecha iba m andada por P ublio Sila, el centro
por Dom icio Calvino y la izquierda por Marco Antonio.
Tem ió César que el ala derecha quedase envuelta por la
num erosa caballería adversaria y retiró varias cohortes de
la tercera línea (unos 3.000 hom bres en total), form ando
con ellos una cuarta situada oblicuam ente al frente, tras la
caballería, para no ser detectados por su adversario. Dio
estrictas órdenes de que nadie hiciera nada sin las ins-
trucciones correspondientes.

Dejó P om peyo que los de César iniciaran el com bate, en la


confianza de que llegaran al m ism o fatigados por la m archa
de aproxim ación. Este consideró las cosas de otro m odo,
com o él m ism o dice: “.... aquello nos pareció un acto insen-
sato por parte de P om peyo, porque el hom bre posee por
naturaleza cierta im petuosidad y agudeza de espíritu que
se ven increm entadas por el ardor de la batalla. Es deber de
todo jefe no reprim ir dicho sentim iento, sino, por el con-
trario, increm entarlo. No en vano se instituyeron desde
antiguo señales que eran lanzadas en todas direcciones
m ientras los hom bres prorrum pían en estentóreos gritos,
con el propósito de aterrorizar al enem igo y estim ularse a
sí m ism os”.

César lanzó su ataque, pero al ver que P om peyo no se ade-


lantaba para hacerle frente, detuvo a sus hom bres cuando
éstos habían recorrido aproxim adam ente m enos de 200
m etros, para que recuperasen el aliento. Al reanudar el
avance, P om peyo lanzó su caballería, arqueros y honderos
contra la derecha de César, obligando a retroceder a la
caballería cesariana y com enzando a rodear su flanco.

Al observar esto, César dio la señal a la cuarta línea, la cual

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El Ej é rc ito Roma no

avanzó con rapidez desplegando sus estandartes, y atacaron


con tal furia a la caballería pom peyana que ésta no pudo
resistir y em prendió la huida. Aquí hem os de m encionar la
costum bre instituida por Julio de instruir a sus tropas
ligeras para actuar junto a la caballería, usando jóvenes
ligeram ente arm ados, de entre los m ejores del ejército, pro-
vistos de arm as de fácil m anejo. Así, 1.000 jinetes pudieron
luchar y vencer a los 7.000 pom peyanos sin aterrorizarse
ante su gran núm ero.

Sin la protección de la caballería, los arqueros y honderos


pom peyanos fueron aniquilados. Llevados de su ardor, las
cohortes rodearon la izquierda de P om peyo y atacaron su
retaguardia. Al ver derrotada su caballería, P om peyo se
refugió en su cam pam ento, donde esperó el resultado de la
batalla. César anim ó a sus hom bres para que echaran el
resto y asaltaran el cam pam ento, con el brillo del rico botín
que les esperaba. Despojándose de su m anto de general,
P om peyo m ontó a caballo y huyó hacia Larissa. Ni siquiera
entonces quiso César detenerse. P rohibió a sus hom bres
entretenerse con el pillaje, arrojó a los restos del ejército
enem igo de un m onte, los obligó a refugiarse en otro, rode-
ándolos, y les forzó a rendirse. Se m ostró m agnánim o con
ellos y salió inm ediatam ente hacia Larissa.

Según Apiano, César perdió 30 centuriones y 200 soldados


m uertos por 6.000 m uertos de P om peyo quien sería asesi-
nado, com o ya vim os, en Egipto, donde huyó.

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El Ejé rc ito Roma no

4.1.- E l Imperio R omano.

Muerto Julio César, Marco Antonio (su lugarteniente) se


alió con Octavio (su sobrino e hijo adoptivo) para com batir
contra los asesinos del dictador. Les vencieron en sucesivas
batallas. Octavio derrotó tam bién la alianza com puesta por
el am igo de su difunto tío y Cleopatra en la batalla naval de
Accio y en el año 29 a.d.C., finalm ente, llegó la paz.

Con ésta term inó una form a de gobierno que, si bien se


había m ostrado eficaz para adm inistrar un territorio de
extensión regular, no servía para conducir un im perio de
las dim ensiones que ya entonces tenía el rom ano. César
había identificado el problem a y com enzó a introducir en el
Senado a m iem bros de las aristocracias provinciales, en un
intento de aum entar la representatividad y el reparto del
poder, m uy concentrado en unas pocas fam ilias de la capi-
tal.

Octavio era cualquier cosa m enos tonto. Com prendió que los
prejuicios rom anos e italianos pesaban aún m ucho y que el
poder no debía alejarse dem asiado de Italia, excepto si su
objetivo era conseguir ser asesinado. Declaró que respeta-
ría el Senado y el m odo de gobierno..... Cum plió con su pala-
bra a su m anera. El Senado discutía, proponía, organizaba
eventos y nom braba funcionario inferiores; casualm ente,
los senadores eran nom brados por Augusto (nom bre que
adoptó, junto al de su tío, durante la guerra civil que siguió
a la m uerte de éste) y los cargos verdaderam ente im portan-
tes de la República estaban en sus m anos. Rom a seguía sien-
do una República..., que hacía lo que deseaba el Em perador.

Se preocupó tam bién de conceder puestos públicos y hono-


res a los equites, la clase m edia rom ana. Y sol o el
Em perador tenía dinero bastante para pagar al ejército, con
lo que se aseguraba su absoluta lealtad. Tardaría m ucho

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El Ej é rc ito Roma no

tiem po en existir un general con un ejército que sólo le obe-


deciese a él. Las legiones, en núm ero de veintiocho, fueron
esparcidas por las posesiones rom anas, lejos de la penínsu-
la itálica, donde se encargarían de m antener a raya a los
bárbaros y de construir calzadas, puentes y otras obras
públicas.

En el 27 a.d.C. renunció a todos sus poderes, para aceptar-


los inm ediatam ente después, cuando el Senado se los ofre-
ció m ultiplicados. F ue P rinceps, P ríncipe, el prim er ciuda-
dano de la República; fue Augustus, Augusto, por haber
aum e ntad o el bi enes tar d el m un do; f ue Im p erat or,
Em perador, con el m ando suprem o del Ejército. P ero no fue
rey. Tuvo m ás poder que m uchos de ellos, pero no el nom -
bre; a cam bio se hizo elegir cónsul cada año y m antuvo las
form as tradicionales.

Augusto lanzó expediciones en España, donde ocupó la cor-


nisa cantábrica y aseguró el dom inio rom ano sobre toda la
península Ibérica. Consiguió llegar a una paz negociada
con P artia, que accedió a devolver los estandartes rom anos
capturados años atrás en com bate. Incluso llegó a estable-
cer una provincia rom ana entre el Rin y el Elba. Sin em bar-
go, la arrogancia del gobernador, P ublio Quintilio Varo,
provocó una de las batallas que dieron la vuelta a la histo-
ria de la Hum anidad: la de Teutoburger Wald. El jefe ger-
m ano Herm an (Arm inio para los rom anos), que había apren-
dido latín, servido en el ejército y obtenido la ciudadanía,
harto del corrupto Varo le tendió una em boscada y destru-
yó al gobernador y a sus tres legiones. Augusto no quiso
que el Im perio (o sea, él) asum iera la carga fiscal de levan-
tar otras tantas legiones para sustituir a las perdidas. Su
hijo, Tiberio, acudió presto a sofocar la rebelión y recordar
a los Germ anos que Rom a seguía siendo poderosa; sin
em bargo, las legiones en lo sucesivo perm anecieron en
núm ero de veinti cinco y la rom anizació n no lleg ó a

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El Ej é rc ito Roman o

Germ ania, lo que sería de funestas consecuencias cuatro


siglos después.

Se m irase a donde se m irase, nada parecía capaz de am ena-


zar seriam ente la vida, el com ercio, la capacidad de viajar
librem ente por todo el im perio. La cultura latina, en esos
años, vio a tres de sus m ás grandes figuras: Virgilio,
Horacio y Ovidio. Era la P ax Rom ana o P ax Augusta. El Ara
P acis, el Altar de la P az, aún está en Rom a para dar testi-
m onio de una época que todavía se recuerda con nostalgia,
casi dos m il años después.

Una im portante expansión del Im perio se produjo en el año


43. Claudio decidió m andar un expedición a Britania al
m ando de Aulio P laucio. Cuarenta m il hom bres siguieron el
m ism o cam ino que César un siglo antes y desem barcaron en
Kent. Derrotaron sucesivam ente a los jefes britanos y fun-
daron un fuerte a orillas del Tám esis al que llam aron
Londinium . El propio Claudio hizo una visita a Britania, se
la transform ó en provincia y se estableció la capital en
Cam ulodunum , la actual Colchester. Bajo sucesivos em pera-
dores se iría estableciendo el dom inio rom ano en la parte
centro y m eridional del país. Aunque la lengua inglesa no
deriva de la latina y sus estructuras sociales y legales no
han sido tan influidas por Rom a com o otras, a ningún inglés
culto se le ocurriría pretender que son ajenos a la civiliza-
ción m ás influyente de todos los tiem pos. Ocho m il kilóm e-
tros de vias rom anas y m ás de quinientas villas de estilo
italiano son recuerdo m ás que suficiente de la ocupación
rom ana que cesó en el 402. Se perdió el latín y el derecho y
la estabilidad rom anas, pero persistió el recuerdo de esa
época durante siglos.

En el otro extrem o del Im perio, los judíos se hallaban en


plena rebelión contra Rom a; corría el año 66 de nuestra era.
De una parte la intransigencia religiosa judía, que les hacía

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El Ej é rc ito Roma no

insoportables a ojos de sus tolerantes vecinos, y de otra una


sucesión de dos em peradores incom petentes (Calígula y
Nerón, con el interm edio del sabio y prudente Claudio),
provocaron la guerra. Nerón envió a Vespasiano, quien per-
m aneció en el lugar hasta el 69, dejando en su lugar a su
propio hijo, Tito, el cual tom ó Jerusalén el 7 de Septiem bre
del año 70 y destruyó por segunda vez el Tem plo.

Bajo el m andato de Dom iciano se produjeron algunas suble-


vaciones de generales revoltosos. Adem ás de som eterles, el
em perador dispuso que las legiones quedasen acuarteladas
en cam pam entos separados de las fronteras, para que no
pudieran unirse en una rebelión. Ello trajo consigo la nece-
sidad de m antener destacam entos m óviles para vigilar a los
siem pre belicosos bárbaros. El ejército perdió flexibilidad
aunque el Im perio resolvió m om entáneam ente sus proble-
m as de estabilidad política.

Con Trajano, en el 116, llegó el Im perio Rom ano a su m áxi-


m a extensión. El em perador conquistó Ctesifonte y pisó las
playas del Golfo P érsico. Miró hacia P ersia y la India y
exclam ó: “¡Si yo fuera m ás joven....!”.

El Im perio abarcaba unos nueve m illones de kilóm etros


cuadrados, estaba recorrido por doscientos ochenta m il
kilóm etros de vías, albergaba unos cien m illones de habi-
tantes y la población de Rom a ascendía a un m illón de per-
sonas. Cualquier hom bre libre podía viajar desde
Londinium a Ctesifonte hablando una sola lengua y sujeto a
una sola Ley.

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El Ej é rc ito Roma no

4.2. Organización M ilitar.

El tam año del Im perio obliga a un ejército perm anente.


Aunque ya desde Mario el alistam iento se hacía para varios
años, había costum bre de dar licencias anticipadas y con-
vertir a los soldados en colonos. Ante todo: ¿dónde reclutar
los soldados?. Se incorporó a provincianos, socios y hasta
extranjeros, atraídos por un buen sueldo, posibilidad de
prom oción y acceso a la ciudadanía rom ana. P ara pagarlo, se
im puso un im puesto del 5% sobre las herencias y un tribu-
to m ilitar de la vigésim a de la riqueza. El m ando se unifi-
ca; el Em perador es el jefe suprem o y de su acierto al nom -
brar a los generales dependerá en m ucho la futura estabi-
lidad im perial. P ara m antener las form as republicanas, se
procuraba hacer senadores a los buenos m ilitares lo que, a
su vez, produjo el efecto espejo: un soldado raso podía aspi-
rar legítim am ente al rango de senador, lo que increm entaba
el atractivo de la vida m ilitar.

Debe aclararse, no obstante, que previa a la adm isión del


voluntario se ejecutaba una investigación para asegurarse
de que no estaba sujeto a condena. La Legión no era un refu-
gio de m alhechores. P asaban tam bién un exam en m oral y
físico, la edad m ínim a docum entada son 13 años, la talla
m ínim a para las prim eras cohortes de cada legión era 1´72
m s. y sabem os que a cada uno se le entregaba una plaquita
de plom o que debía colgar de su cuello com o identificación.
Una vez alistados, los reclutas prestaban juram ento (sacra-
m entum ) y si no urgía se les congregaba bajo un vexillum
para instruirlos.

En cuanto a la alim entación del soldado, P olibio nos dice


que recibía 24´750 kgs. de trigo al m es. Se les distribuía en
grano, para evitar sisas y porque se conserva m ejor el grano
que el pan. La cebada solo se les daba en época de escasez o
com o castigo. Tam bién nos cuenta que las tropas de

- 62 -
El Ejé rc ito Roma no

Escipión com ían carne dos veces al día, sobre todo tocino
aunque no faltaba con cierta frecuencia la carne fresca.

Al principio no se les perm itía beber m ás que posca (vina-


gre con agua), pero ya en el Im perio se les autorizó una
ración diaria de vino, así com o de sal y aceite. La ingesta
del alim ento se hacía a horas fijas y previo toque de trom -
peta. Alim entos fríos por la m añana, en el prandium , y la
cena por la tarde, m ás sustanciosa.

Los días de com bate com ían tem prano para estar prepara-
dos. El ejército rom ano condecora a sus hom bres tanto com o
castiga la indisciplina: estandartes, coronas, m edallas,
brazaletes, cadenas, hebillas, collares o placas que se
entregaban delante de las tropas reunidas. Com o en la
actualidad, en tantas otras cosas, tam bién los rom anos con-
decoran en función del rango: Brazaletes, collares y m eda-
llas para los legionarios, pretorianos y centuriones.
Coronas, astas o estandartes (vexillium ) para oficiales
superiores y algunos centuriones. Tres coronas, tres astas
o tres estandartes para los legados legionarios. Y cuatro de
cada para los com andantes en jefe.

Dentro de las coronas, sin em bargo, había categorías:


Cívica, a quien salvaba a un ciudadano de la m uerte m atan-
do al enem igo que le asediaba. Muralis, al prim ero que
escalaba la m uralla de una ciudad. Castrensis, a quien
penetraba antes en el cam pam ento enem igo. Navalis, al pri-
m ero que abordaba una nave. Vallaris, al que asaltaba o
quem aba un valladar enem igo.

P or fin, el licenciam iento, el soldado recibía la honesta


m issio. Un lote de tierras y una cantidad, 3.000 denarios al
legionario y 5.000 al pretoriano; exención de tributos u
otras cargas onerosas. Adem ás de por cum plir el tiem po
reglam entario, un soldado podía ser licenciado por enfer-

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El Ej é rc ito Roma no

m edad o herida o por ignom inia, o sea, por haber com etido
algún delito.

La carestía de un ejército profesional y perm anente obliga


a ajustar su núm ero. Augusto lo sabía y trató de suplir el
núm ero con la calidad. Tal y com o m enciona F lavio Josefo:
“Los rom anos no descansan ni durante la paz, y no esperan
a que llegue una guerra para em peñar las arm as y ejerci-
tarse en su m anejo; m uy al contrario, com o si la naturaleza
les hubiera dotado de una aptitud especial para el m anejo
de las arm as, cuando tem en una nueva guerra no cesan ni un
m om ento de prepararse para ella. Sus ejercicios son m uy
parecidos a los com bates: día por día hacen cada uno de los
soldados lo que tienen que hacer en la guerra, para habi-
tuarse a ello y soportar m ás fácilm ente todas las fatigas de
la cam paña. P uede decirse que sus ejercicios son com bates
sin derram am iento de sangre, y que sus com bates son ejer-
cicios sangrientos.”

Los castigos en el ejército tienen una nota com ún: lo exce-


sivos que resultan en relación a la falta contra la que se
aplican, incluso para los parám etros de aquellos tiem pos.
Veam os algunos:

Castigatio.- Castigo corporal, habitualm ente la flagelación


con varas o sarm ientos que, com o se sabe, constituían el
distintivo de los centuriones. A veces se usaba com o prelu-
dio a la pena capital y se aplicaba por negligencia en las
im aginarias nocturnas, abandono del puesto, pillaje en las
m archas, rebelión contra los jefes, atentados al pudor, rein-
cidencia por tercera vez en la m ism a falta.

Pecuniaria Multa.- P rivación de todo o parte del sueldo; se


im pone por descuidos en el servicio o por falta de rendi-
m iento. Muneum indictio.- P restación de servicios peligro-
sos o inferiores a su condición personal. Se castigaba con él

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El Ejé rc ito Roma no

a quien abandonaba su puesto en cam paña o a quien perdía


o entregaba sus arm as.

Militiae mutatio.- P asar de un cuerpo considerado superior


a otro inferior. Se im pone por faltas leves com o salir de la
colum na sin causa justificada, o robarle a otro las arm as o
tom ar parte en discusiones o cam orras sin im portancia.

Gradus deiectio.- Degradación. Castigo propio de oficiales


que com etían alguna falta com o perder el cam pam ento o
abusar de su autoridad con sus soldados.

Ignominiosa missio.- Expulsión del ejército con nota infa-


m ante. Si el castigo caía sobre toda una legión, se repartían
los inocentes entre las dem ás y aquella se borraba de la
lista de legiones.

Pena de muerte y tortura.- Tal castigo debía ser im puesto


por el gen eral en jef e. S on m ere cedo ras de él:
Desobediencia. Abandono del puesto en com bate. P erder el
arm am ento o venderlo. Insubordinación. Traición. En caso
de deserción, la pena capital era precedida por la tortura.

P asa ndo al terr eno org aniza tivo , c om pr obam os c óm o


Augusto vuelve a incluir la caballería entre las tropas
legionarias, m ezclando con ella un grupo de infantería lige-
ra, im itando lo que ya hizo César en F arsalia. De este m odo,
la Legión pasa a contar con 10 cohortes de infantería, de
1.000 hom bres la prim era (m iliaria) y de 500 las restantes
(quingenaria). Cada cohorte com prende 3 m anípulos de a 2
centurias cada uno. La caballería sigue com puesta por 4
turm ae de 30 hom bres al m ando del praefectus alae. La
colum na vertebral legionaria estaba com puesta por el cuer-
po de 60 centuriones.

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El Ej é rc ito Roma no

No quedaban incluidas entre las fuerzas legionarias los


servicios auxiliares, com puestos po r m úsicos, evocati,
príncipes aliados, artillería, ingenieros, sanidad o tren de
equipajes. Todas estas fuerzas dependían directam ente de
la plana m ayor del general, con una estructura separada.
Las tropas auxiliares siguen divididas en cohors auxilia, de
infantería, y alae auxilia, de caballería. Su recom pensa
usual al térm ino de su periodo es el derecho de ciudadanía
y concubinato. F orm aban cuerpo con las legiones y los ser-
vicios auxiliares bajo el m ando del legado de la legión. Así
que, en realidad, una legión se aproxim aba en m ucho a los
12.000 hom bres.

En tiem pos de Augusto el núm ero de legiones es de 28, aun-


que la derrota de Varo reduce esa cantidad a 25, cifra que
se m antendría hasta la m uerte de Octavio. Todas esas legio-
nes tienen una función principal de cobertura y no hay m ás
ejército de reserva que las pocas cohortes pretorianas que
puede llevar el em perador o los veteranos que habitan la
región y que se transform an en evocati. Un tal ejército
defensivo em pezó por asentar las fronteras apoyándose en
obstáculos naturales aunque la insuficiencia de éstos pron-
to obligaron a la creación de un lim es o frontera artificial:
trincheras con foso, em palizadas, m uros, torres de vigía y
fortines. Todas las construcciones y dispositivos se conec-
tan con pistas, cam inos y vias que perm iten a las legiones
situadas en retaguardia acudir rápidam ente a taponar la
brecha.

El arm a principal del legionario, el pilum , evoluciona. La


parte férrica aum enta su longitud y peso, excesivo para un
arm a arrojadiza pero que parece buscar un com prom iso para
salvar los com bates cercanos contra la caballería pesada
parta (los catafractas). El legionario de Augusto sigue
m anejando el gladius hispanicus, m ientras las tropas auxi-
liares em puñan la spatha, de hoja larga y ancha, plana y de

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El Ej é rc it o Roma no

buena punta. Em pieza a introducirse la m aza entre los


legionarios, cuando antes solo era usada por los auxiliares
y caballeros.

Aparece ahora el escudo hexagonal, aunque la prim acía la


seguirán ostentando el escudo ovalado de la caballería y el
rectangular de la infantería. P arece curioso observar cóm o
el auge que paulatinam ente iría tom ando el escudo hexago-
nal coincidiría con la decadencia del Im perio. El soldado
prefería perder protección con tal de no llevar peso....,
justo en el m om ento en que la caballería gana en potencia y
m ás necesaria hubiera sido al infante la defensa otorgada
por un escudo rectangular, grande y sólido.

Se m antiene el casco del periodo anterior, así com o la varie-


dad de corazas m usculadas largas y cortas, cotas de m alla,
protecciones de cuero, etc. El cinturón es de cuero, reves-
tido de m etal y con placas cuadradas que caen en cinchas
sobre el bajo vientre. De él cuelgan espada y puñal y se
suele entregar com o condecoración, ricam ente adornado.
Las grebas ya sólo son casi exclusivam ente usadas por los
centuriones.

Harem os a continuación una exposición del sistem a de m an-


dos del ejército rom ano que, ya en la época im perial, queda
bien definido. Un legionario podía ser m unifex, con obliga-
ciones com pletas, o im m unix, descargado de ciertos servi-
cios.

Las turm ae de caballería disponen de tres suboficiales,


decuriones, el prim ero de los cuales m anda tam bién la tur-
m ae; lleva a la derecha al decurio y a la izquierda al optio.
Las cuatro turm ae form an la alae auxilia y está m andada
por el praefectus alae. Las cohors auxiliae están m anda-
das por el praefectus cohortis, con frecuencia un joven
patricio indígena de las provincias o príncipes aliados.

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El Ejé rc ito Roma no

Una clase especial de suboficial era el cam pidoctor, ins-


tructor de com bate que recibía doble ración de com ida y
que ejercitaba a los soldados en el m anejo de su arm am en-
to. En un principio se les reclutó entre las escuelas de gla-
diadores.

Las centurias eran m andadas por centuriones quienes nom -


braban optios, ayudantes que les descargaban de tareas
adm inistrativas, m andaban pequeñas fuerzas y aspiraban al
cargo de centurión. Tam bién acom pañan al centurión el sig-
nifer, o portaestandarte, y el tesserarius, o tesorero; pode-
m os decir que un centurión sería un subteniente actual
(aunque m andaba una fuerza de 60 hom bres) y los restan-
tes serían sargentos con distintas m isiones. El centurión es
la colum na vertebral de la Legión. Es elegido por el tribu-
no de entre los veteranos m ás capaces y valientes. Se reque-
ría de ellos fortaleza, constancia, serenidad, com petencia y
capacidad de m ando. No son oficiales (aunque m uchos
alcanzarán ese grado) pues tienen un contínuo trato con la
tropa, se encargan de m antener directam ente la disciplina
y el entrenam iento, no provienen de las clases superiores y
solo excepcionalm ente llegarán a general. Su insignia era el
vitis o sarm iento y sus ascensos consistían en ir subiendo
desde la últim a a la prim era cohorte y de legión en legión.

El prim ipilus, jefe de centuriones, sería nuestro suboficial


m ayor. Hom bre extrem adam ente experim entado en todos los
aspectos de la m ilicia, participaba en los consejos de gue-
rra previos a la batalla. En casos excepcionales, pero no
infrecuentes, llegan a m andar ejércitos enteros o dirigir
m isiones especiales.

El praefectus castrorum es un m ando instituido cuando la


Legión se establece en un cam po fijo. Era un cargo que solía
asociarse al de prim ipilo, quien por su veteranía podía dis-
poner lo m ás conveniente para el m antenim iento del cam -

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El Ej é rc ito Roma no

pam ento. En ciertos casos puede reem plazar al legado


ausente.

A continuación vienen los tribunos, oficiales y oficiales


superiores, en función de su veteranía y capacidad. Los tri-
buni laticlaves son jóvenes aristócratas que cum plen así su
servicio m ilitar y acceden al cursus honorum , suelen
encargarse de tem as adm inistrativos. Los tribunos experi-
m entados, provenientes m uchas veces de tropa, recibían el
nom bre de angusticlaves y se encargaban de ayudar al lega-
tus en el m ando m ilitar de la legión.

P or últim o, el legado, el general de la legión. Vim os al


com ienzo de la República com o este m ando podía desem pe-
ñarlo en teoría cualquier ciudadano. P oco a poco fue resul-
tando este cargo acaparado por la nobleza para, en tiem pos
del Im perio, poder ser otorgado por m éritos a cualquier tri-
buno.

P ara term inar, expondrem os los sueldos anuales fijados en


tiem po de Augusto para los distintos grados de la Legión:

GRADO DENARIOS
Legionario 225
P retoriano 500
Centurión 1.250/2.500
P rim i Ordines 5.000
Tribunus sem estris 12.500
Tribunus laticlavius 30.000/50.000
Tribunus angusticlavius 25.000
P raefectus castrorum 30.000
P raefectus alae 25.000/30.000
Tribunus cohors urbanae 50.000
“ “ praetoriae 50.000/75.000
P rim us P ilum iterus 50.000/75.000

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El Ejé rc ito Roma no

Com probam os en los sueldos cóm o la distinta procedencia


de los oficiales, el Tribunus laticlavius (patricio) y el
Tribunus angusticlavius (de tropa), provocaba distintas
rem uneraciones pese al superior grado m ilitar del segundo.
Lo m ism o se puede decir de am bos praefectus: el praefectus
castrorum , usualm ente un centurión, recibirá 30.000 dena-
rios; el praefectus alae, que m andaba una fuerza de sólo
120 caballeros (jóvenes nobles) recibe prácticam ente lo
m ism o.

Tales cantidades eran convertidas a la m oneda local por los


cuestores, encargados de pagar, y corría por cuenta del sol-
dado la alim entación, vestuario, arm as y tienda. Adem ás, la
m itad de los donativos recibidos com o pagas extraordina-
rias, se ingresaban en una cuenta corriente obligatoria
(seposita) para cuando se retiraran o para costear su entie-
rro, lo que sucediera antes.

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El Ej é rc ito Roma no

4.3.- La B atalla de Teutoburgo Wald.

Según las descripciones de César y Tácito, los germ anos de


la época inm ediatam ente anterior a Augusto debían ser
pueblos sem inóm adas. Gerreros feroces en la batalla, su
organización m ilitar era de lo m ás elem ental, consistente
tan sólo en escuadrones y batallones reclutados por fam i-
lias y clanes. Dice Tácito: “P ocos de ellos tienen espada o
lanza larga; utilizan venablos cortos que llam an fram eae
con una hoja de hierro largo y estrecha; dicha arm a es tan
eficaz y de fácil m anejo que se sirven de ella lo m ism o en la
lucha cuerpo a cuerpo que a distancia. Los jinetes se con-
tentan con escudos y la fram eae; los infantes lanzan nubes
de venablos que alcanzan grandes distancias porque care-
cen de ropas que les im pidan el m ovim iento, reduciéndose
su abrigo todo lo m ás a una ligera capa. No se observa en
ellos ninguna afición al ornato.... ....P ocos llevan corazas y
apenas unos cuantos tienen yelm os de m etal o de cuero. Tan
sólo m aniobran de frente o a la derecha, pero cuando tuer-
cen en dicha dirección sus líneas se conservan apretadas y
nadie queda atrás....”.

Sus jefes eran seleccionados por su valor y m andaban prin-


cipalm ente por el ejem plo, en el cam po de batalla “... los
com pañeros de un jefe consideraban deshonroso no igualar-
le; por el contrario, están obligados a ayudarle, protegerle
y contribuir a su gloria con su propio valor, siendo esto
sagrado para ellos...”.

César com prendió perfectam ente la necesidad de situar la


frontera rom ana sobre el Elba, su m uerte se lo im pidió pero
Augusto siguió en principio esa política. Druso, y m ás
tarde su herm ano Tiberio, com enzaron sus cam pañas en
fecha tan tem prana com o el 12 a.d.C., llegando al Elba en el
año 9 a.d.C. Murió el prim ero de las heridas sufridas al caer
del caballo, siendo sustituido por Tiberio, quien term inó

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El Ejé rc ito Roman o

con éxito la cam paña y m archó a un nuevo puesto en el


Oriente en el año 7 a.d.C. No obstante, en el año 1 a.d.C., las
continuas rebeliones provocaron tales problem as que hubo
de regresar rápidam ente para restablecer la autoridad de
Augusto.

Las conquistas, sin em bargo aún estaban dem asiado recien-


tes com o para resultar duraderas. En el año ocho, cinco días
después de quedan aplastada la rebelión en Iliria, llegaban
a Rom a noticias de un terrible desastre. Todo com enzó así:

Cuando, en el año 6, Tiberio partió para iniciar su cam paña


contra Marabodo, Saturnino había sido sucedido por P ublio
Quintilio Varo, antiguo gobernador de Siria, donde parece
ser que am asó una fortuna considerable. Era un hom bre de
carácter tranquilo y afable, lento de m ovim ientos y de
m ente algo tarda, m ás acostum brado a la holganza de los
cam pam entos que al verdadero servicio en cam paña. Debido
a la paz reinante en la frontera del Rin, la guarnición se
había vuelto ociosa e indolente, com o su jefe directo. Este
no poseía la perspicacia necesaria para observar la dife-
rencia entre los feroces germ anos y los suaves sirios...
Según Dión Casio: “Adem ás de darles órdenes com o si fue-
ran esclavos, les exigía dinero cual si se tratara de una
nación som etida.”

El conflicto parece haber tenido su origen en el pago de


ciertos tributos en oro y plata. En Occidente (igual que en
Oriente) se exigía oro; pero así com o en Oriente el m etal
volvía al país de origen a causa de las com pras efectuadas
por los rom anos de los distintos productos indígenas, en
Occidente no ocurría esto, porque eran pocos los artículos
de lujo que adquirir. Ello producía una continua dism inu-
ción de m etales preciosos que entre los germ anos se usaban
principalm ente para la fabricación de adornos, con el con-
siguiente descontento de los jefes de las tribus, cuyas exis-

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El Ej é rc ito Roma no

tencias de m etales preciosos eran ya m uy escasas.

Varo tenía bajo su m ando cinco legiones, dos de ellas esta-


cionadas en Mogontiacum (Maguncia) y otras tres -durante
el invierno- en el Lippe Superior, en Vetera o Aliso. En
verano, dichas tres legiones se trasladaban a las inm edia-
ciones de Minden, sobre el Wesser. No obstante, las legio-
nes no estaban reunidas, sino distribuidas en destacam en-
tos encargados de diversas obras: tala de bosques, cons-
trucción de puentes y cam inos, etc. Com o era habitual en la
época, en los alrededores del cam pam ento rom ano vivían sus
concubinas e hijos.

El verano del año 9 transcurrió en paz. P ero en septiem bre,


cuando Varo estaba a punto de dirigirse a sus cuarteles de
invierno, se recibió la noticia del levantam iento de una
tribu próxim a. En vez de dirigirse rápidam ente a Aliso,
decidió pasar antes por la zona peligrosa, term inar con el
problem a y seguir su cam ino para invernar.

La revuelta no era sino el señuelo con el que atraerle a una


acción hábilm ente dispuesta por cierto joven querusco lla-
m ano Arm inio (Herm ann) quien, bajo la prefectura de
Tiberio, había servido en un contingente durante la revuel-
ta de P anonia y de Iliria, observando m uy de cerca a los
rom anos en cam paña. Era hijo de Sigim er, jefe querusco,
poseía la ciudadanía rom ana y ostentaba el rango de équite.
No había cum plido los 26 años cuando fue destinado al
puesto de m ando de Varo. Sus m otivos para la venganza eran
variados: odiaba profundam ente a los rom anos, anhelaba
desquitarse de su tío Segestes, leal partidario de Varo,
quien le había negado a su hija Thusnelda en m atrim onio (y
con la que se fugó después); por últim o, unía a su carácter
im petuoso un profundo desprecio hacia el jefe rom ano a
quien consideraba, con razón, m ás pretor ciudadano que
general m ilitar.

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El Ej é rc ito Roma no

Varo, pese a todo, fue inform ado del plan de Arm inio por
Segestes, quien le aconsejó que redujese a prisión a los
conspiradores. Sin em bargo, Varo debió de considerar la
delación com o un intento de Segestes de saldar sus cuentas
con el joven querusco. En septiem pre u octubre del año 9,
los 20.000 hom bres de las legiones XVII, XVIII y XIX, con
sus bagajes y fam ilias iniciaron el traslado a Aliso.

Arm inio y sus hom bres perm anecieron junto a Varo, escol-
tándoles por los tortuosos cam inos, hasta la tarde anterior
al día en que se había planeado com enzara la acción.
Segestes tornó a avisar al rom ano, pero éste no le hizo caso.
Cuando las legiones cam inaban entre m arism as y bosques,
Arm inio y los suyos desaparecieron. Las prim eras señales
del desastre que se avecinaba llegaron al saberse que unos
soldados de los destacam entos de exploración habían sido
asesinados. Varo cam bió la dirección de la m archa, que-
riendo alcanzar la carretera que conducía a Aliso por el
paso de Dören.

Dión nos cuenta que m ientras los rom anos se abrían cam i-
no por el bosque, descargó una torm enta que puso el suelo
fangoso y escurridizo, haciendo m uy peligroso el avance, ya
que las ram as de los árboles se rom pían cayendo sobre los
soldados en m edio de gran confusión. Los rom anos em peza-
ron a descuidar el orden de m archa, m ezclándose com ba-
tientes y paisanos. F ue entonces cuando Arm inio atacó de
im proviso, lanzando nubes de venablos contra aquella m asa
heterogénea. No obstante las dificultades, se logró detener
la m archa y establecer un cam pam ento fortificado.

A la m añana siguiente, tras haber incendiado la m ayor


parte de sus vehículos, con algo m ás de orden, los rom a-
nos se abrieron cam ino hacia terreno despejado; pero una
vez m ás volvieron a penetrar en los bosques, donde sufrie-
ron sus pérdidas m ás graves. Aquella noche hicieron un

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El Ejé rc ito Roma no

alto y cuando al llegar la m añana reanudaron la m archa, cayó


sobre ellos un fuerte aguacero que les im pidió avanzar y aún
perm anecer en pie, dificultando el uso de las arm as. No podían
m anejar arcos ni jabalinas, ni tam poco sus escudos, que estaban
com pletam ente em papados. F ue entonces cuando Arm inio arre-
m etió contra el desorganizado enem igo y rom pió sus filas. Vala
Num onio, jefe de la caballería rom ana, huyó, y Varo y sus ofi-
ciales se suicidaron. Inm ovilizados por los bosques, los panta-
nos y las em boscadas del enem igo, los legionarios fueron exter-
m inados casi totalm ente por aquellos m ism os a los que ellos en
otras ocasiones sacrificaron com o ganado.

Años después, cuando Germ ánico pasó por el cam po de batalla


halló los huesos blanqueados, restos de jabalinas, m iem bros de
caballos y cráneos fijos a los troncos de los árboles. P ese a tan
espantosa derrota, Lucio Cedicio se sostuvo enérgicam ente en
Aliso y, gracias a sus arqueros, rechazó todos los ataques efec-
tuados contra su cam pam ento. Más tarde, al quedar bloqueado,
logró rom per el cerco por la noche y con los restos de su ejérci-
to, al que se unieron m ujeres y niños que dificultaban sus m ovi-
m ientos, llegó a Vetera, donde fue recibido por Lucio Nonio
Asprenas y dos legiones. Arm inio y sus hordas se retiraron.

Hasta m ucho después de la m uerte de Augusto no volvieron a


organizarse las legiones perdidas. Si Augusto hubiera tenido el
tem ple de César, habría reclutado m ás tropas y hecho el esfuer-
zo necesario para llegar hasta el Elba y obtener una frontera
adecuada. P ero no era el gran Julio, sólo un adm inistrador sum a-
m ente com petente, y esas tribus no fueron rom anizadas (para lo
que se hubiera dispuesto de 400 años). Las legiones ganarían
m uchas batallas después; Trajano las llevó al m ayor grado de
perfección de toda su historia; el Im perio no daría síntom as de
debilidad hasta pasados cientos de años. P ero Germ ania siguió
siendo una tierra habitada por bárbaros sin civilizar que, con el
tiem po, destrozarían el Occidente.

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El Ej é rc ito Roma no

5.1.- La decadencia del Imperio R omano.

P ese a las luchas y los problem as financieros perm anentes,


una de las principales causas del derrum be, lento y agóni-
co del Im perio aconteció en el 166. Los legionarios trajeron
la peste consigo desde el Este, donde habían librado una
guerra. Esta enferm edad debilitó perm an entem ente la
población y la riqueza del Im perio. Desde las conquistas de
Adriano, el em perador se lim itó a tratar de m antener las ya
largas y frágiles fronteras que soportaban una presión cada
vez m ayor a causa del aum ento dem ográfico de los bárbaros
del norte. El goteo era contínuo, y sabem os que, ya en el 98,
los germ anos que lim itaban con la frontera rom ana se dedi-
caban a la agricultura y servían frecuentem ente en las tro-
pas auxiliares...., con el tiem po serían adm itidos en las
propias legiones para cubrir las plazas que los cóm odos
italianos iban desdeñando cada vez m ás.

En tiem pos de Marco Aurelio, los germ anos em pezaron a


unirse entre sí form ando confederaciones de pueblos y tri-
bus. La antigua táctica rom ana de enfrentar a los bárbaros
entre sí em pezaba a encontrar dificultades. P or si fuera
poco, los partos y los rom anos siem pre estuvieron en gue-
rra. Básicam ente, se trataba de im poner un m andatario títe-
re en el estado tapón de Arm enia, y ese conflicto m antenía
ocupadas fuerzas y recursos en el Este cuando hubieran
venido m uy bien en el Rin y el Danubio.

Mal que bien, aún con una infiltración constante de pobla-


ción bárbara, el Im perio se iba m anteniendo. P or el m anda-
to de Juliano, en el 357, una gran parte del ejército estaba
ya constituida por m agníficos soldados bárbaros que se
rom anizaban y m ezclaban con la población en virtud del
escaso sentim iento racista de la época. Tam bién ese em pe-
rador inició la costum bre de otorgar tierras a tribus ente-
ras a condición de que lucharan por y para Rom a. Aquellos

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El Ejé rc ito Roma no

hom bres estaban encantados: vivirían en la tierra m ás prós-


pera del m undo, cultivando cam pos feraces y evitando la
siem pre presente am enaza del ham bre. Solo tenían que com -
batir por Rom a (y por ellos m ism os; a fin de cuentas se tra-
taba de defender sus propias tierras) y acatar las leyes, len-
gua e im puestos...., m uy poco en com paración con la m ísera
vida que les deparaban los bosques y m ontañas de Germ ania.

Sin em bargo, en el 375, los hunos presionaron a los visigodos


(tras destrozar el ejército del ostrogodo Erm anarico); éstos
pidieron perm iso a los rom anos para entrar en el Im perio y
protegerse, lo recibieron y em pezaron a ser esquilm ados y
m altratados. Lam entablem ente para los rom anos, los visigo-
dos habían aprendido algo m uy im portante de la derrota de
sus prim os: el uso de los estribos por parte de los hunos. Con
los estribos, un jinete podía soportar el choque contra el
infante, podía girarse sobre la silla y descargar una nube de
flechas, tenía estabilidad y m ultiplicaba por cinco su capa-
cidad de carga, por lo que pudo cam biar la antigua y tradi-
cional coraza ligera por otra m ás pesada. Era el principio del
fin de la suprem acía de la infantería com o fuerza principal
de com bate. Todavía la legión ganaría batallas gracias a su
superior disciplina y entrenam iento, pero cada vez le sería
m ás difícil y cada vez los ejércitos incorporarían un núm ero
m ayor de jinetes fuertem ente acorazados y arm ados que les
dotarían de un poder de choque m uy superior. Los catafrac-
tas orientales y bizantinos supusieron al arte de la guerra en
la edad antigua lo que el carro de com bate en la actualidad.

Las divisiones intestinas, la corrupción y la debilidad de las


finanzas para sostener a los ejércitos continuam ente de un
lado para otro de las fronteras, term inó el 4 de septiem bre
del 476, cuando Odoacro obligó a abdicar a Róm ulo Augústulo
sin m olestarse en sustituirle por otra m arioneta que vistiese
la púrpura im perial.

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El Ej é rc ito Roma no

5.2.- Organización M ilitar.

El arm am ento sufre profundos cam bios. El pilum se trans-


form a y, según el tam año, adopta el nom bre de spiculum ,
vericulum o verutum . De éstos últim os, provistos de una
bola de plom o en la junta de hierro y el asta para determ i-
nar el equilibrio del dardo, asegurar la fijación del hierro
y dar m ás im pulso al golpe, llevaban los soldados 5 ó 6 en
la parte cóncava del escudo. Muchas lanzas pierden su
punta arponada, en un signo de decadencia, por lo que
resulta m ás fácil extraerlas y pierden la m ayor parte de
sus propiedades ofensivas.

Aparece el legionario acorazado y arm ado de arco y flechas,


hondas con balas de plom o y ballestas. F orm an en segunda
línea, dispuestos junto a la infantería pesada. El arco usado
es de doble curvatura, de inspiración oriental.

Se pierde el gladius hispanicus, que es sustituído por la


spatha y sem ispatha. La prim era, de hoja larga y plana, con
anchura constantes y buena punta y filo, prende de un
tahalí y se lleva al lado izquierdo. La segunda, de la que nos
habla Vegecio, será el puñal, que irá suspendido del cintu-
rón al lado derecho.

En cuanto a los escudos, desaparecen todos m enos el ovala-


do. Se usan tam bién rodelas y escudo (clipeus y pelta); este
últim o presenta la form a de un triángulo de lados curvos,
con el borde superior escotado. El uso del casco dism inuye
progresivam ente con el tiem po, perdiéndose los m odelos
clásicos aunque aparecen cascos com pletos que no dejan
m ás resquicio que las ranuras para los ojos y la nariz.
Desaparece la coraza, incluso se ve a un Em perador en el
siglo V entrar en batalla sin casco ni coraza.

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El Ej é rc it o Roma no

P oco a poco, la caballería va ganando en im portancia, se


arm a m ucho m ejor. Cuerpos de coraceros, o catafractas, son
nom brados en tiem pos de Alejandro Severo. Sin em bargo, la
ausencia de estribos provoca una cierta inestabilidad en el
jinete, lo que dism inuye su potencia de choque. Nos dice de
ellos Am iano: “Iban todos los escuadrones cubiertos de hie-
rro, protegidos todos sus m iem bros por lám inas de m etal
de form a que coincidían sus junturas con los pliegues de
los m iem bros del cuerpo.” Acorazaban hasta los caballos,
constituyendo, excepto por la falta de estribos, el m ás claro
exponente del caballero m edieval que im peraría en los cam -
pos de batalla en los siguientes m il años.

En conjunto, el abandono de las arm as de que se sirvieron


los conquistadores del m undo, com o el gladius hispanicus o
el pilum , que por su parte aceptaron sus enem igos, com o el
gladius por los britano y el pilum por los germ anos, es
m uestra de una inversión de valores, de decadencia por
parte de Rom a, de dism inución de la potencia ofensiva de
las legiones y la ruina, por fin, del Im perio Rom ano.

P or lo que hace al sueldo anual de las legiones, aportarem os


el siguiente cuadro, correspondiente aproxim adam ente a la
época de Caracalla:
GRADO DENARIOS
Legionario 750
Cohortes Urbanas 1.250
P retoriano 2.500
Centurión 12.500
P rim i Ordines 25.000
P rim i P ilum 50.000
P raefectus castrorum 200.000

Adem ás, ya en vida de Alejandro Severo, todo el equipo del


soldado es proporcionado por el Estado, quien establece una
serie de factorías encargadas de sum inistrar lo preciso.

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El Ejé rc ito Roma no

P ese a la ya estudiada dism inución del equipam iento (cora-


zas y cascos desaparecen poco a poco), la asunción por el
tesoro im perial del equipam iento no es un gasto desdeña-
ble para un ejército de 400.000 hom bres, lo que había de
sum arse a la ya delicada situación de las finanzas rom anas.

En cuanto al reclutam iento de las tropas, después de


Adriano se trata de conseguir que cada provincia ofrezca un
contingente de legionarios. Las legiones de España se sacan
sobre todo de la Tarraconense; las de Bretaña y Germ ania de
la Bretaña; las Galias, la Germ ania y la Retia darán las
legiones para el Ilírico y las provincias del Danubio; las
del Oriente se reclutan en Macedonia, Siria y Egipto; las del
Africa se nutrirán de la m ism a Africa. Todavía se hacen
levas en Italia, pero es para proveer de centuriones a la
m ayor parte de las legiones. P rogresivam ente, el núm ero de
reclutas originarios de las provincias dism inuye y las
legiones son cada vez m ás unidades de bárbaros m andados
por rom anos; m ás tarde serán unidades de bárbaros m anda-
dos por bárbaros que lucharán contra otros bárbaros....,
hasta que se pregunten por qué han de luchar entre ellos si
pueden unirse y ser los am os del Im perio.

P ese a que desde Caracalla todos los hom bres libres del
Im perio son ciudadanos rom anos, persiste la división del
ejército entre legiones y fuerzas auxiliares. Otras de las
reform as de este Em perador consisten en excluir a los
senadores de los altos m andos, que ahora se com ponen de
oficiales profesionales, y en la creación de fuertes colum -
nas m óviles y ligeras, que acuden a los puntos atacados por
el enem igo bajo las órdenes del Em perador o de legados m uy
fieles. Galieno com pleta esta últim a reform a convirtiendo
tales fuerzas en caballería.

La legión sigue form ada por cohortes, m anípulos y centu-


rias, pero se le añaden unas turm ae de caballería legiona-

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El Ej é rc ito Roma no

ria. Vegecio nos inform a de que en su época (375-395), la


legión se divide en 10 cohortes, la prim era de 1.105 infan-
tes y 132 jinetes (4 turm ae); las otras 9 de 555 infantes y
66 jinetes (2 turm ae). Cada legión lleva tam bién artillería,
un carrobalista por centuria y un onager por cohorte. Las
legiones y los auxilia coordinan sus fuerzas y aparecen
consolidadas las cohors equitatae, o sea, form adas a la vez
por infantes y jinetes. Conform e avanza el tiem po, adem ás,
se van form ando divisiones de caballería, com o se ha m en-
cionado antes.

A lo largo del siglo III se afianzan las diversas tácticas y


form aciones adoptadas en batalla por los legionarios. No se
debe olvidar que, si bien el inicio de la decadencia suelen
situarlo m uchos historiadores en esos años, m ilitarm ente el
Im perio se m antuvo firm e y victorioso hasta m ediados de la
cuarta centuria de nuestra Era. El desplom e final, m ilitar y
político, que a nosotros nos parece fulm inante, se prolongó
durante m ás de 150 años; tiem po m ás que suficiente, enton-
ces, para que se sucedieran cuatro generaciones.

Así pues, sus líneas para iniciar el ataque se constituían


de varias form as. Adem ás de la form ación en cuña, m uy útil
para evadirse de un cerco, o rom per las líneas enem igas por
el m edio, Vegecio presenta las siete siguientes:

1.- F orm ar un rectángulo alargado presentando al enem igo


una de las caras prolongadas.

2.- F orm ar el orden oblicuo, reservando el ala izquierda y


atacando con la derecha, en donde se habían colocado las
m ejores tropas.

3.- F orm ar el orden oblicuo y atacar con el ala izquierda


reservando la derecha. Esta disposición es m uy peligrosa
puesto que presentaba al enem igo el flanco derecho que era

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El Ejé rc ito Roma no

el no protegido por el escudo.

4.- Atacar al enem igo por las dos alas, dejando descubierto
el centro del ejército; así com batió Escipión en la batalla de
Ilinga y Aníbal en Cannas.

5.- Reforzar el centro en el m om ento en que las dos alas se


lanzan al ataque. Esta disposición m odifica un poco a la
anterior.

6.- Atacar por su derecha dejando el centro en colum na y la


izquierda desplegada detrás de él, pero colocada paralela-
m ente al enem igo para caer sobre él si se m ueve, para apo-
yar a la parte atacada.

7.- Apoyar una de sus alas en un obstáculo natural, aunque


esto es m ás bien buscar una posición que una form ación de
com bate. Tal fue la disposición de P om peyo en F arsalia.

En conjunto, com o se habrá advertido, todo se reduce a tres


disposiciones del ejército: orden paralelo, orden oblicuo y
ataque por las dos alas. Gelio, recogiendo de otros autores
las form aciones por ellos m encionadas, nom bra las disposi-
ciones en frons, cuneus, orbis, globus, forfices y serra, que
propiam ente no son órdenes de batalla, sino form aciones de
las tropas en m om entos oportunos. La frons coincide con la
prim era de Vegecio. El cuneus era el ataque en cuña, al que
se lanzaban los soldados form ando un triángulo que trataba
de perforar y dividir al ejército enem igo. Lanzando toda la
fuerza hacia un punto m uy concreto difícilm ente se podía
resistir su em puje y era fácil que consiguiera su objetivo,
pero contra tal disposición se ordenaban los enem igos en
form a de V, las forfices o tenazas, que trataba de estrangu-
lar el cuneus por los costados, dejándolo penetrar y cortán-
dole luego la retirada. Si los extrem os del forfices llegaban
a unirse sin perder su conexión con el vértice, cogían al

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El Ej é rc ito Roma no

enem igo en una bolsa de la que no podía salir. El orbis era


la disposición que tom aba el ejército cuando se hallaba en
apuros o copado agrupándose para defenderse por todos los
costados. Los globi (o drungi) eran pequeños pelotones de
soldados encargados de hostigar al enem igo y de hacerlo
volver. La disposición en serra la recuerda Vegecio y, según
F esto, estaba constituida por una serie de ataques y golpes
de m ano sobre la línea enem iga, atacando y retirándose
oportunam ente.

Los em peradores León y Mauricio no dan m ás que cuatro


disposiciones de batalla: escítico, alánico, africano e ita-
liano. El prim ero es una línea continuada y las alas se
inclinan hacia adelante para envolver al enem igo; en el
segundo toda la prim era línea avanza para atacar, dejando
intervalos para poder retirarse, es un avance com o sobre un
tablero de ajedrez; en el tercero el centro queda inm óvil y
el avance corre a cargo de las alas; y en el cuarto, el ejérci-
to se form a en dos líneas, constituyendo dos cuerpos sepa-
rados para cubrir los flancos y tener un cuerpo de reserva
para acudir al punto donde haga falta.

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El Ejé rc ito Roman o

5.3.-La B atalla de Adrianópolis.

En el 378 el Im perio Rom ano absorvía oleada tras oleada de


bárbaros de toda clase y pelaje. Muchos se habían estable-
cido en el lim es, com o agricultores-soldados, en tierras
concedidas por el Em perador; otros se habían alistado en el
ejército, llevando con ellos m uchas de sus costum bres pero
adoptando básicam ente la cultura rom ana; otros presiona-
ban la frontera, buscando penetrar en aquel resplandor que
les atraía desde sus bosques salvajes del norte y este de
Europa.

Si ésas hubiesen sido las únicas fronteras im periales, quizá


se les habría podido contener con m ás fortaleza o absorver
con m ás eficacia; sin em bargo, en el este, P artia había esta-
do activa desde m il quinientos años atrás, con distintos
nom bres, y siem pre en conflicto con el Occidente, prim ero
la Hélade y ahora Rom a. Y esa otra frontera requería solda-
dos m uy bien entrenados para enfrentar a la caballería
pesada parta. Las legiones no podían desguarnecer las fron-
teras, so pena de perder la parte m ás rica del Im perio (la
oriental) o de ver am enazada la propia integridad de Rom a.

La fuerza de los godos residía no sólo en su gran núm ero y


en el terror que provocaban, sino tam bién en el hecho de
que m illares de ellos habían servido com o m ercenarios
rom anos e iban m ucho m ejor arm ados que sus antecesores
del tiem po de Tácito. Los soldados llevaban escudos refor-
zados con hierro, picas, una espada corta y contundente lla-
m ada sacram asax (copia del gladius, que por esa época,
com o vim os, fue dejado por los legionarios), y otra larga y
cortante, la spatha. Varias tribus utilizaban tam bién la
terrible francisca o hacha de com bate, que tanto si era
arrojada com o descargada sobre el adversario, penetraba en
su arm adura y hendía sus escudos. Su m étodo de lucha se
basaba en sus barricadas de carros o laagers . F orm aban en

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El Ej é rc ito Roma no

círculo, com o si fuese una ciudad am urallada; a una señal


convenida, las bandas dedicadas al pillaje abandonaban
aquellas fortalez as de lento desplazam iento, volviendo
cuando les era ordenado, rápidam ente, para refugiarse allí.
Es im portante resaltar que la m ayoría de los incursores
iban a caballo, apoyados en los estribos que adoptaron de
los hunos. Su debilidad consistía en la incapacidad para
asaltar ciudades. Con frecuencia una incursión term inaba
en acuerdo: el de los rom anos que guarnecían las ciudades
y el de los bárbaros que dom inaban los cam pos.

Tras varias cam pañas ejecutadas por Trajano y P rofúturo,


generales de Valente, al iniciarse el año 378 las bandas
godas parecían haber olvidado m om entáneam ente sus dife-
rencias y se situaron bajo el m ando de F rigidern, con la
intención aparente d e m edirse al Im perio Rom a no de
Oriente. Trajano fue sustituido por un diestro general,
Sebastián, quien eligió a los 2.000 m ejores hom bres de su
indolente ejército y los adiestró convenientem ente. Tras
esto partió hacia Adrianópolis, ocupando la ciudad. Salió
después de ella en secreto, por la noche, y cayó sobre una
num erosa banda de godos a la que derrotó junto al rio
Maritza. F rigidern se sintió alarm ado y llam ó a sus bandas,
tratando de ganar terreno despejado, donde no sufría esca-
sez de provisiones ni correría peligro de ser em boscado.

La exageración de los inform es y la envidia actuaron por


igual en Valente, quien decidió ponerse al frente de una
num erosa fuerza. Llegó a Adrianópolis y se atrincheró en la
ciudad; Sebastián le envió un m ensaje instándole a que se
quedase allí, pues no sería fácil obligar al com bate a sem e-
jante m ultitud. Tam bién observó que lo m ás conveniente
sería hostigar al enem igo con em boscadas, para prolongar la
situación y que acabaran con sus víveres, tras lo que habrí-
an de m archarse o rendirse.

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El Ej é rc it o Roma no

Jugó aquí la envidia que sentía el Em perador hacia su gene-


ral, convenientem ente acrecentada por los eunucos de la
corte. Situando a sus vehículos y bagajes al abrigo de las
m urallas de Adrianópolis, partió el dia 9 de agosto de 378.
12 kilóm etros m ás tarde, sobre el m ediodía, avistó el laager
godo.

La tem peratura era elevada y los rom anos, cansados por la


m archa, avanzaban con lentitud. En vanguardia iba la caba-
llería del ala derecha, la infantería en el centro y la caba-
llería del ala izquierda a retaguardia. Aquel era el m ejor
m om ento para atacar, pero F rigidern tenía a su fuerza prin-
cipal de caballería y a los ostrogodos lejos, forrajeando. Con
objeto de ganar tiem po, m andó una em bajada a Valente para
rogarle que aceptara la paz; sin em bargo, tam bién prendió
fuego a las cosechas para im pedir el despliegue rom ano.
Según parece, el laager de los bárbaros se encontraba en
una posición favorable, la cim a de una colina o una altura
sim ilar. La desorganizada infantería rom ana habría sufrido
m uchas bajas y habría visto sus líneas desorganizadas de
haberse lanzado entonces al ataque. Así, el intento godo de
negociar sirvió al em perador para com pletar su despliegue.

Cuando el em bajador de Valente, en cam ino para hablar con


F rigidern, se acercó al laager, sus indisciplinados arqueros
íberos em pezaron a disparar, tras lo que se retiraron rápi-
dam ente. P or desgracia para Valente, en ese instante apare-
ció el grueso de la caballería y los ostrogodos, junto con un
batallón de ostrogodos. Enfurecidos ante lo sucedido y
viendo en la llanura a las cansadas colum nas que estaban
form ando, descendieron en trom ba. Chocaron la caballería
ostrogoda y la rom ana del ala derecha; entretanto, la caba-
llería rom ana del ala izquierda había avanzado hasta los
carros, con intención de proseguir adelante. P ero no se la
apoyó convenientem ente y, com o el ala derecha había sido
derrotada y rechazada, el flanco inzquierdo quedó sin pro-

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El Ejé rc ito Roma no

teger, teniendo sus hom bres que enfrentarse a un núm ero


tal de enem igos que se vieron superados y vencidos.

Toda la caballería rom ana había quedado elim inada del


encuentro y la infantería no tenía apoyo, sin haber term i-
nado aún de form arse. Entonces F rigidern lanzó su infante-
ría desde el laager. La horda arrolló anim ales y soldados,
sin dejar un resquicio por el que los rom anos se pudiesen
retirar. Cuando la derrota de la infantería fue total,
Valente se retiró hacía donde se hallaban algunos batallo-
nes de reserva que aún no habían entrado en com bate y que
se sostuvieron hasta que el em puje adversario les obligó a
ceder. Al caer la noche, el em perador fue herido m ortal-
m ente cuando se hallaba entre un grupo de soldados. No se
sabe con certeza cóm o m urió, pero parece que fue traslada-
do a una casa agrícola cercana, fuertem ente protegida. Al no
aceptar los defensores la rendición, los godos (que desco-
nocían la presencia en el interior del em perador), prendie-
ron fuego al edificio, pereciendo todos en su interior,
excepto un hom bre que logró huir por una ventana.

Se perdieron 40.000 hom bres, dos tercios del ejército.


Entre ellos Trajano, Sebastián, treinta y cinco tribunos, el
caballerizo m ayor, el m ayordom o de palacio y un antiguo
com andante en jefe. Sin em bargo, la pérdida del Em perador
fue el golpe m ás terrible. Era el prim ero que m oría en com -
bate y con su m uerte pareció quedar pisoteado el poder y la
gloria del Im perio por la horda bárbara. Esta batalla
dem ostró nuevam ente que el valor seguía siendo im prescin-
dible en los soldados; dem ostró tam bién que la infantería
(que poco a poco se fue haciendo m ás ligera y perdiendo
protección) iba a plegarse sobre el cam po de batalla a un
puesto de auxiliar: lanzando flechas o jabalinas, rem atando
a los caídos u ocupando el terreno. Las batallas de los pró-
xim os m il años las ganarían m asas de caballeros fuerte-
m ente acorazados que arrasarían a su paso; sólo las arm as

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de fuego y la bayoneta devolverían al infante su prim acía.

Los años siguientes, hasta el 476 en que fue depuesto


Róm ulo Augústulo, no fueron m ás que una sucesión de
correrías de uno y otro lado, apareció Atila y desapareció
tras haber causado una trem enda devastación. La Iglesia,
que había em pezado despreciando al Im perio, rechazando y
m inando el servicio m ilitar, dando lecciones de m oral a
todo el m undo, echó sobre sus hom bros el prestigio de la
púrpura, el dinero y el saber, purgando los libros de los
clásicos y filtrando el saber que nos debía llegar. El P apa
fue ganando en consideración a los ojos de los creyentesy en
poder ante los patricios; se convirtió en la Autoridad que
serviría de referencia durante toda la Edad Media que ya de
adivinaba. El Im perio Rom ano de Occidente había caído.

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El Ejé rc ito Roma no

B ibliografía:

HISTORIA DE LA HISP ANIA ROMANA.


Ed. Alianza Editorial. 1982. Madrid.
AUTORES: A. Tovar y J.M. Blázquez.

LA GUERRA CIVIL.
Editorial Juventud. 1986. Barcelona.
AUTOR: Cayo Julio César.

LA REP UBLICA ROMANA. EL IMP ERIO ROMANO. CONSTAN-


TINOP LA. LA ALTA EDAD MEDIA.
Alianza Editorial, Madrid. 1982.
AUTOR: Isaac Asim ov.

EL EJERCITO ROMANO.
Ediciones Akal, S.A. Madrid. 1990.
AUTOR: John Wilkes.

BATALLAS DECISIVAS DEL MUNDO OCCIDENTAL Y SU


INF LUENCIA EN LA HISTORIA.
Ed. Luis de Caralt, 1973. Barcelona. Tom o I
AUTOR: J.F .C. F uller.

VRBS ROMA (vida y costum bres de los rom anos)


Ediciones Síguem e. Salam anca. 1985.
AUTOR: José Guillén.

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