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de Griselda Gambaro
Personajes
Martín
Elisa
Esta obra fue escrita por comisión del Festival Internacional de Teatro de Londres (LIFT,
91), para ser leída en un ciclo de obras cortas. Esto explica su particular estructura. No
obstante, con el título de Pulling two and two together terminó estrenándose en el Royal
Court, upstairs, el 4 de julio de 1991, con dirección de James McDonald y actuación de
Colin McCormack y Dinah Stabb.
Fue publicada por primera vez en inglés, con el título de Loose Ends y traducción de
Catherine Boyle, en la revista Travesía del Center For Latin American Cultural Studies,
King's College, Londres, octubre 1992 y en castellano por la Revista Art Teatral, 2º
semestre 1992, Año 4, Nº 4 de Valencia.
MARTÍN: Se está bien aquí. ¿Es su primer viaje? (No hay respuesta. carraspea) ¿Su primer
viaje?
ELISA: Sí.
ELISA: Si usted lo desea... (Pausa. Una risita. Para sí) Yo no... ¡Qué pesado!
ELISA: Lentamente, vemos pasar el mar. Lástima, ahora hay pocos barcos. De pasajeros,
digo.
MARTÍN: El mar puede verlo desde una playa. Con el avión ya hubiéramos estado en
Europa. A bordo los días no pasan nunca. Suerte que la encontré, aunque usted parece no
querer verme.
MARTÍN: ¿No?
ELISA: Odio todo lo que vuela. (Ríe) Salvo los pájaros, las semillas...
MARTÍN: ¿Teme los aviones? Son seguros. Más que un auto en la carretera.
ELISA: Podríamos llamarlo así. (Ríe) No me ocurrió a mí. Si no, no contaría el cuento. No
estaría aquí, bajo este cielo, bajo este sol... ¡Mire! Saltó un pez.
MARTÍN: No lo vi.
ELISA: Si uno los aparta, saltan. Basta un parpadeo. La breve sombra de un parpadeo y,
como si lo supieran, aprovechan el instante y saltan.
ELISA: Se me secan los ojos de mirar tan fijo. A veces, los peces saltaban desde muy alto,
maniatados y atontados. ¡Plof! Golpeaban muy duro en el agua, se hundían.
ELISA: ¡Oh, sí! Como si tuvieran una carga que no les permitiera nadar. No nadaban. No
volvían a la superficie. Los encontraron por casualidad, en el fondo. Un remolcador se
hundió en el río y al dragar para rescatarlo... Había periodistas, ¿sabe? Ahí estaban, sobre el
lecho de arena.
MARTÍN: Perdóneme. Perdí el equilibrio. Casi más la hago caer. ¿La lastimé?
ELISA: No.
ELISA: Me parece que tiene razón. Oigo la sirena. (Ríe) ¡Cómo para no oírla! ¡Y todo el
inundo corre!
ELISA: ¡Qué hombre aprensivo! Me estoy inclinando, es como un juego. Mejor que me
tome de la baranda. ¿Por qué se asustan tanto? Niña, ¡niña!, no llores. Allá está tu madre,
¡allá! No te pierdas. Tranquila. (Pausa) ¡Qué barullo! Estaban todos aquí, disfrutando del
viaje, cómodos, felices, ¿no?, y de pronto esta agitación, este pánico... Hormigas. Si
aplastan el hormiguero, salen todas juntas, para un lado, para otro...
ELISA: ¿Esto? De ningún modo. Me aplastará el vestido. Me compré ropa nueva para el
viaje.
ELISA: No conozco términos marinos. Apenas si distingo proa y popa. El resto es misterio.
Nunca pude leer a Conrad. Me perdía apenas empezaba con jarcias, pagnol, barlovento...
¿Qué significa "escorarse"?
ELISA: ¿Adónde?
MARTÍN: ¡A éste!
ELISA: ¡Es muy chico! ¡Y no me empuje! Está perdiendo el control, domínese. ¿Nunca
pasó por una situación de riesgo?
ELISA: ¡Ah, no, no! Sería poco gentil. Hace días que usted me persigue. Lo advertí
enseguida. Usted tiene aspecto un poco... militar. No me gustaba. Su voz es fuerte. Pero
hoy accedí a hablarle. Hablamos de aviones, ¿no lo recuerda?
ELISA: ¡Me lo pongo! Si no hay más remedio... ¡Qué fastidio! Me siento gorda, o hinchada
como... los muertos en el mar. (Ríe) No, no. ¡No apriete tanto las cintas! Bien atado, pero
sin arrugar la ropa.
MARTÍN: ¿Quién piensa en la ropa ahora? ¡Suba! Sujétese. Siéntese aquí y manténgase
serena.
ELISA: ¡Oh, Dios! ¿Tenemos que bajar al agua? Es tanta distancia. No miro. Me tapo los
ojos. Mi hija jugaba así: se cubría los ojos con las manos y decía: ¡no estoy! (Triste) Para
los demás estaba. No pudo salvarse.
MARTÍN: ¡Siéntese!
ELISA: No se daban cuenta. Y los que caían tampoco se daban cuenta, atontados, un
golpecito acá, un golpecito allá, un tranquilizante... En cierta manera, eran considerados,
¿no le parece?
MARTÍN: Mejor que se intimide y no que zozobremos. ¿Por qué se me habrá ocurrido
viajar en barco? Conozco los aviones...
ELISA: ¿Está arrepentido? ¿Por qué? El bote se desliza suavemente las olas son pequeñas,
y estamos solos como si nos hubiéramos dado cita para... (Una risita) ¿Qué ha pasado con
los otros? Es así, se apretujan por ansiedad en un solo rincón y la tierra es tan ancha. Se
amasijan, y la tierra es tan ancha.
MARTÍN: Aburrir es poco. ¡Me mata de aburrimiento! ¡Tengo su voz metida en los oídos!
¡Cállese! Diez minutos, una hora, ¡cállese! ¡Ni en sueños deja de hablar! ¡Ya no lo aguanto!
ELISA: Sí, sobre todo en sueños. Es mi manera de exorcizar las pesadillas. Pero en la vida
real no encontré, no encontré la manera de exorcizarlas.
ELISA: No debe asustarse, le decía la rata aterrorizada al león. (Ríe) Una broma. No lo
tome a mal. (Pausa. Canturrea un momento) ¿Se enojó?
ELISA: ¿Quietos? ¿No exagera? Esto no es un salón de baile. Muevo la mano, el pie... Muy
poquito. Pero si dejo de hablar me engulle el agua. ¿Tiene familia?
MARTÍN: Poca.
ELISA: Es parco usted. Antes quería conversar conmigo y ahora le saco las palabras a
cuentagotas. Debiera haber preguntado: ¿y usted?
ELISA: ¡Qué tono estimulante! Tuve. Ya no. Curioso, mis amigos piensan que me estoy
divirtiendo. Casi me obligaron. Usted sabe, la mitología de los viajes, el cruce del Ecuador,
las fiestas de noche, el bingo... En cambio, estamos aquí, pronto padeceremos sed... Yo no
quería viajar. Pensaba en una casualidad trágica.
MARTÍN: El naufragio.
ELISA: No. Que podía compartir la mesa en el comedor, sentarme en cubierta, en un bote,
junto a uno de ésos que tiraban... los peces al río. Como compañeros inocentes.
MARTÍN: Sí.
MARTÍN: Es necesario.
ELISA: Ah. Racionar los alimentos. Como en la guerra. Y "usted" se encarga. (Ríe)
MARTÍN: ¿Qué hay de gracioso? ¿No tiene miedo? Yo, la rata, tengo miedo No mucho.
ELISA: El león, la leona, también. Las mujeres Fingimos con bastante eficacia. Hasta
último momento. Mi hija debió tener miedo.
ELISA: Se ahogó.
MARTÍN: Lo siento.
ELISA: Pasó hace mucho. Y el tiempo lo cura todo. (Abstraída) Así dicen. A mí se me
ocurre que fue ayer cuando cayó... al agua. Ni siquiera al océano. Al río. No a cualquiera, al
más ancho del mundo.
ELISA: Desde un helicóptero. (Ríe) ¡Ni suerte para un avión! El subdesarrollo es así. Ni
mar ni océano: río. En una época plateado, ahora arena sucio. Un helicóptero seguramente
pasado de moda, chatarra que nos vendieron como nueva. Pero aún volaba y servía para
alzar vuelo en la noche. (Tristemente irónica) La noche oscura del alma. Si lo pienso, esto
me resulta una fiesta. Imagínese. Los prisioneros empujados al vacío, ya medio muertos,
para terminar de morir. Sucia manera, !no?
MARTÍN: (fríamente): Yo diría limpia. Más limpia que enterrar. Casi más práctica.
Ejecución y sepultura a la vez.
ELISA: Yo también.
MARTÍN: Usted me gustaba. Cuido a cierta gente. ¿O qué supone que soy?
MARTÍN: Quizás. Hay nubes. Aquellas son cúmulus, pueden traer agua.
ELISA: Nos vendría bien la lluvia. Los náufragos siempre se salvan así, antes del rescate.
Cuando están a punto de morir de sed, llueve. Los otros botes han desaparecido como por
encanto.
MARTÍN: Quizás.
ELISA: Han tenido más suerte. Todo es cuestión de suerte. Una pobre chica. Quería
cambiar el mundo. Una intención muy inestable, ¿no cree? (Ríe) Si hubiera naufragado...
Ningún lugar más seguro que éste. El naufragio.
ELISA: Ni ojos. Nunca vio a los peces saltar en el aire, hacia el mar, digo hacia el río.
MARTÍN: (tajante): Nunca. Quien saltó al mar, al río, fue porque se lo buscó. Si un pajarito
se para bajo la pata de un elefante, será aplastado. Me refiero naturalmente a su hija. Hay
otras escalas.
ELISA: Y a usted le tocó ésa, la ínfima, en ese ridículo y despreciado país del que partimos.
MARTÍN: Me tocó? (Ríe) ¡Absolutamente no! ¡Mire! ¡Allá! ¡Deme su pañuelo! ¡Pronto!
¡Eh, eh! ¡Aquí, aquí!
ELISA: No nos descubrirán, está muy lejos. Yo, que vi tanto, casi no lo distingo.
MARTÍN: ¡Yo lo veo! ¡Eh, eh! ¿Qué hacen? ¡Idiotas! ¡Eh, eh! (Bajo) Aquí, aquí...
ELISA: Agua.
MARTÍN: (furioso): ¿Terminar? ¡Vendrán a salvarnos! ¿O usted cree que vamos a morir
aquí, con esta muerte estúpida?
ELISA: No la considero tan estúpida. Hay otras peores. No llegar a despertar del sueño o
despertar un instante para darse cuenta... que la puerta está abierta, y corre el viento y
alguien nos empuja al vacío... Peor, ¿no?
MARTÍN: Mi muerte es lo que importa. ¡Mi vida! Lo mejor y lo peor se refieren a esto.
ELISA: Poca cosa es la vida si no hay lazos con los otros. La pobrecita lo sabía. Pobre
muchacha... Cambiar el inundo... A veces es tan tonto pretender cambiar el mundo... (Ríe)
Perder la vida casi por una necedad.
MARTÍN: (tajante): Sí, fue muy necio pretenderlo. Ya le dije, si un pajarito se para bajo la
pata de un elefante...
ELISA: Cuando usted dice señora es porque se enoja. ¿Por qué se enojó esta vez?
MARTÍN: ¿De qué quiere hablarme en realidad? ¿De su hija? Perdóneme si soy rudo, las
pequeñas historias se acaban muy rápido. Incluso las grandes. Se ahogó, lo lamento. Pero
no quiero detalles. Podemos hablar de otro tema. O callarnos.
ELISA: ¡Qué grosero puede ser usted, en ocasiones! ¿Quiere hacerme callar? ¿Cómo?
MARTÍN: No escuchándola.
MARTÍN: También puedo tirarla por la borda. Eso no sería tan infantil, ¿verdad?
ELISA: Sí, puede hacerlo. Pero no tiene ganas. "Ahora" no tiene ganas.
MARTÍN: Acertó. Ahora sólo tengo ganas de que se calle. (Alusivo) Y si me apura...
MARTÍN: ¿Por qué? Déjeme besarla. Todavía no estamos tan débiles como para no ...
aprovechar... Usted lo dijo: es tan romántico ... los dos solos en el bote...
MARTÍN: (un silencio): ¿Quién cree que es? ¿Se vio en el espejo? La dejo, pero porque
quiero, ¿sabe? Métaselo en la cabeza: porque quiero.
ELISA: ¿Si?
MARTÍN: Sí.
ELISA: Mi hija...
MARTÍN: ¡Cállese! ¡Estoy harto de su hija! Compare, señora. Una pequeña desgracia, o
fatalidad, no hace temblar al mundo. Ni siquiera agita la hierba.
ELISA: ¡Oh, sí! La hierba tiembla, se acongoja. (Pausa) Es lógico que no le interese
hablar... Escuchar. Con las hecatombes que provocan los ricos, lo nuestro parece tan
mínimo, tan olvidable...
MARTÍN: No creo. Si estuve en una guerra, fue en la de los que vencieron. Los que vencen
nunca son sobrevivientes. Nunca estuvieron a punto de morir. Ahora, si se refiere al barco,
se lo concedo, quizás lo seamos. Puede que haya otros. Sobrevivientes.
ELISA: ¿Que era coqueta? Sí. ¿Que le gustaba bailar? Sí. Pero quería cambiar el mundo.
ELISA: Sí, sí. Una necedad, se lo dije. No me interrumpa. Si usted me interrumpe a cada
momento no terminaré de contarlo.
ELISA: ¡Muertos por semejante necedad! Y antes de la muerte... (Se interrumpe. Cambia
de tono. Voluble) No lo digo. No lo diré nunca. No puedo. Es de muy mal gusto decirlo. Y
más a usted.
MARTÍN: ¿Que empujó a su hija al río? No fui yo. Tomaremos un sorbo de agua.
ELISA: Sobre el agua y la sed. ¿Nada le dijo que yo lo odiaba? Tiene aspecto un poco...
militar.
MARTÍN: Usted huele como yo, no demasiado bien. Es raro, es una mujer inteligente, pero
puede ser muy estúpida. Señora.
MARTÍN: A veces cometo esos errores. La encontraba muy hermosa. Y tengo cierta
debilidad por la belleza. Debo confesar que en estos días usted ha perdido mucho de su
atractivo. ¡Venga! ¡No se aparte! Va a caerse por la borda. (Ríe) Y no la rescataré.
MARTÍN: Sí, lo hubo. ¿No me dijo que su hija se ahogó? (Ríe) Perdóneme. Usted me
ofrece la ocasión servida, ¿por qué me busca la lengua? No quería hablar así. Beba un
sorbo.
ELISA: Usted me da el agua porque comparto su naufragio. Sólo por eso. Y no sirve.
ELISA: ¿Qué?
MARTÍN: ¡Allá, allá lejos ... ! ¡Una lancha! Viene hacia nosotros... ¡Oh, Dios!
ELISA: No quiero que me toque. Caí con mi hija al río. Miraba salir los peces fuera del
agua y caer, y, trataba de imaginar... Usted nunca imaginó nada.
ELISA: Caigo y no me ahogo. Tengo una memoria profunda como el agua, me trae, me
lleva, me hunde... me salva.
MARTÍN: ¡Qué mujer tonta! Cargante. ¡Eh, los de la lancha! ¡Pronto, pronto! Yo sabía que
vendrían. Rastrean por zonas, ¿sabe?
ELISA: Sí, lo sé. Rastreaban por zonas, casa por casa. Y uno era encontrado.
Indefectiblemente.
MARTÍN: Estarnos bien, exhaustos... Sólo exhaustos. Nunca viajaré más por mar. Por aire
y por tierra, nunca más por mar. (Ríe débil, tontamente) Pase primero, señora. Señora, y no
estoy enojado sino feliz. Pase primero, señora.
MARTÍN: Siéntese. ¿Tiene frío? He vuelto a ser gentil. Limpio, afeitado, sin hambre. He
vuelto a ser gentil. ¿La veré en tierra?
MARTÍN: Una mujer hermosa, un poco verborrágica, ahora en silencio. Me alegro de que
no contemple más el mar, como hacía antes en el barco. Me mira a mí, ahora.
MARTÍN: Podemos descansar Juntos unos días donde usted quiera. Tengo una casa en el
campo, hay caballos, ¿sabe montar?, está el río cerca. ¿Qué le parece? ¿Acepta?
ELISA: ¿Es que la historia es esta reconciliación absurda y miserable?
MARTÍN: No vuele tanto. Lo que dijimos en el bote fue por nervios, quizás extenuación.
Usted me agrada. Acepte. Serán buenas vacaciones, descansará.
MARTÍN: ¿Por qué usa ese tono? No sea rencorosa. (Sonríe) Soy inocente.
ELISA: Usted lo dijo, inocente como son los que tienen la fuerza. Algo haré para que no
deje de verme. En tierra, en el naufragio. Algo haré para que no deje de verme.
¿Verborrágica, dijo? Hablaré tanto que lo inundaré con mi memoria, y no podrá respirar, y
se ahogará en tierra, ¡en el naufragio!
MARTÍN: (fríamente): Somos ciegos y sordos, señora. El mundo no cambiará por unos
pocos. O por una multitud sin fuerza. Resígnese.
TELÓN