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- ¿Sí?

Era Bárbara. Estaba decidida a no dejarle vivir en paz. Aún con todo, y
después de todo, conservaba su número de teléfono.

- ¿Has limpiado ya?


- Que te follen
- Busca un trabajo, anda. Organízate.

Él deja el teléfono encima de la mesa, sin cortar la línea, ni colgar.

Bárbara paga su línea telefónica. Aún, vaya, todavía lo hace. Cuando


vivían juntos se repartían algunos gastos y facturas y el azar quiso que
a ella le tocara pagar el teléfono, y continúa haciéndolo. Aún le llama,
para darle lecciones morales de vez en cuando, lecciones que él conoce
y, por supuesto, no contempla.

Él pagaba el resto de recibos. Por eso, desde las dos últimas semanas
vive sin electricidad ni agua corriente. Y desde que Bárbara se asomó a
la ventana colándose en el jardín, y pudo ver todo aquel desastre, vive
con las cortinas corridas, veinticuatro horas. Joder, cómo la odia.

Hay tanta mierda en el suelo que es incapaz de recordar el color de las


baldosas. Qué coño, ni siquiera recuerda si tenían parquet.

Cada noche enciende la chimenea con sillas e inmueble variado. Tiene


tres velas que están casi permanentemente encendidas, y lleva tanto
tiempo sin ducharse que con la cera de sus oídos podría reemplazar al
menos un par de ellas.

Últimamente ha estado comiendo poco y bebiendo demasiado. Pensaba


que se apañaría mejor, pero a quién le importa, ¿no?.

Su perro ha muerto. Pensaba enterrarlo, pero se quedó sin comida; el


resto es historia. Moscas por todas partes.

Una vela encendida encima de una botella de vino vacía a modo de


lamparilla de mesa. Es la versión del siglo XXI del cirio derretido en la
frente de una calavera. Bastante kitsch.

Olor a ceniza y papel pintado en las paredes, manchado de vómito.

Moscas y velas y paredes manchadas y cristales en el suelo, y sus pies


llenos de cortes.

Y el teléfono sonando cada cuatro días exactos.

Bárbara es su calendario.

1
- ¿Qué quieres?
- Hablar, solo hablar.
- Voy a colgar.
- Solo dedícame un momento, por favor…
- No pienso perder ni un solo segundo más.
- … y no volveré a llamar.

Aquí viene un silencio de unos diez segundos lleno de moscas


revoloteando en alguna parte de la habitación.

- ¿Qué es lo que quieres?


- Disculparme. ¿Qué quieres tú?
- Que te vayas a tomar por culo. Y mi colección de discos.
- Bien, veo que no vas a escucharme…
- Eres una mentirosa. Seguro que vuelves a llamar. No vuelvas a
hacerlo, no me llames más, no lo vuelvas a hacer, ¿vale? ¿me
oyes?
- Muérete de escorbuto, o de peste ahí dentro, gilipollas. Sólo
trataba de ayudarte, creo que esto es importante para los dos.

Bárbara piensa que todo lo que es importante para ella debería serlo
también para los demás. Es una de esas personas que devoran libros
ridículos de autoayuda y manuales divulgativos de psicología cutre, y lo
que es peor, tratan de aplicarlo en la vida real.

Cada vez que Bárbara o alguien comienza una frase con “es importante
que…” o alguna fórmula similar, puedes apostar a que le sigue un
consejo barato de algún gurú gilipollas.

- ¿Sabes lo que es importante para mí? Mis putos discos. ¿Por qué
no me traes mis discos, eh, Bárbara, eh, cielo, quieres? ¿Qué
cojones has hecho con ellos?
- Los vendí, saqué unos doscientos euros. Me compré dos bolsos.
Jódete.
- ¿Sí? Bien, yo me he comido a tu perro. Que te jodan, buenas
noches.

Cuelga delicadamente el teléfono. Hasta dentro de cuatro días.

Debe ser ya de noche y es hora de beber y encender un buen fuego, así


que selecciona una buena silla de diseño y la destroza a patadas hasta
hacerla astillas dentro de su pierna.

2
La botella de ginebra y el calor del fuego, la noche cerrada y las moscas.
Joder, cómo detesta a esas putas moscas. Está borracho y las odia y
ese puto hedor y el teléfono y su pierna llena de astillas y todo. Ve una
mosca en la pared.

Toma impulso y tira la botella. Estalla contra la pared, llenándolo todo


de alcohol. También pierde el equilibrio, pisa no sabe el qué. Se intenta
agarrar a la mesa, pero cae y se abre la frente contra el suelo. Apoya la
cabeza de lado, sobre una sien y ve la mesa, tambaleándose, como
burlándose de él.

El suelo está lleno de restos de botella, de cristales minúsculos. Desde


aquí, se dice, parecen diamantes.

El resto ocurre en cámara lenta.

La vela de la botella de la mesa tambaleante cae al suelo. Al charco de


ginebra.

Su sangre sigue brotando de su frente y llena el suelo, mezclándose con


el charco de alcohol, convirtiendo los diamantes en rubíes.

El fuego del suelo comienza a trepar por las paredes.

Cada vez hace más calor, pero él se siente helado, está perdiendo
sangre.

Y el color naranja lo va llenando todo.

Y mientras la habitación se llena de humo, ve cómo se retuerce el papel


pintado de las paredes, aún lleno de vómito. El olor es horrible.

Y mientras tanto, él piensa en las moscas, mirando de cerca el color de


las baldosas.

Bárbara llama cuatro días más tarde.

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