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PRÓLOGO

El libro que tenemos el honor de prologar, escrito por uno de los más importantes
líderes de esta nueva época que vive nuestra América, constituye una profunda
reflexión sobre la historia económica latinoamericana a partir del examen de un
caso, el de Ecuador, que sintetiza de manera extraordinariamente estereotipada, las
vicisitudes que caracterizaron el devenir de América Latina en las últimas tres
décadas. A lo anterior, que ya de por sí constituye un logro importante, este libro le
añade un valor adicional porque el examen de lo acontecido en la región, y
especialmente en el Ecuador, le permite a su autor incursionar felizmente en los
principales temas de la teoría económica y proceder a la meticulosa e irrefutable
desmitificación de algunos de los preceptos centrales del pensamiento dominante en
la ciencia económica.
Por estas dos razones: la revisión crítica de la historia de las políticas económicas
aplicadas en nuestros países y la implacable impugnación del saber convencional —
llámesele “pensamiento único”, “Consenso de Washington” o “escuela
neoclásica”— el libro de Rafael Correa está llamado a ocupar un sitial de privilegio
en el pensamiento crítico latinoamericano. Estos méritos se acrecientan cuando se
repara, además, en un rasgo poco común en la producción escrita de los
economistas: la combinación de rigor académico y argumentación sofisticada junto
con una inu-sual capacidad de explicar los más complejos temas de la teoría y la
política económica con un lenguaje sencillo, exento de los rebusques y la seudo
erudición que prevalecen en la profesión, tan propensa al abuso de gratuitos
tecnicismos e innecesarias matematizaciones con las que se pretende disimular el
simplismo de muchas de sus argumentaciones y el carácter insanablemente
conservador del pensamiento económico dominante. Ya en su Prefacio el autor nos
había confiado su fastidio por “los autores que escriben para ellos mismos”. Por
todo esto, Ecuador: de Banana Republic a la No República es un libro no sólo
profundo sino también muy bien escrito, algo harto infrecuente en el mundillo
académico, lo que hace posible disfrutar de una lectura a la vez amena y sumamente
instructiva y que corrobora en los hechos la voluntad de su autor de escribir para un
público más amplio, para los sujetos sociales y políticos del cambio que necesitan
nuestros países.
A lo largo del libro Rafael Correa transita con seguridad por un estrecho sendero
en el cual muchos se han estrellado: el que está delimitado, por un lado, por la
objetividad; por el otro, por la toma de partido, o parcialidad. Objetividad, porque
no hay lugar en su texto a consignismos o ideologismos que pretenden tapar el sol
con un dedo e ignorar lo evidente. Pero parcialidad porque ante el saqueo a que ha
sido sometido su país —y toda América Latina— nuestro autor no es indiferente. A
lo largo de sus páginas describe y analiza objetivamente los hechos de nuestra
historia económica y los planteamientos y justificaciones del “pensamiento único.”
Pero, fiel a sus convicciones más profundas y a las enseñanzas del gran economista
sueco Gunnar Myrdal y su crítica a la “objetividad espuria” del pensamiento
económico convencional, Rafael Correa no es “imparcial” ante el verdadero saqueo
perpetrado sobre las riquezas y el futuro del Ecuador, ante las mentiras pseudos-
científicas que lo justificaron y ante la complicidad de las clases dominantes locales y
sus corifeos, el imperialismo y las instituciones financieras internacionales que lo
facilitaron. Su parcialidad es tan implacable e intransigente

como la objetividad de sus análisis, lo que constituye un logro muy poco común.
Muchos son los temas sustantivos abordados por el libro, y sería desatinado
intentar pasar revista a todos ellos en este prólogo. No obstante, por su interés y su
capacidad de iluminar cuestiones actuales del debate económico latinoamericano
nos detendremos brevemente para subrayar la importancia de algunos de ellos.
Uno de tales temas es el tratamiento de la deuda externa, algo sobre lo cual el Gobierno
presidido por nuestro autor en el Ecuador introdujo una innovación fundamental —que
merecería ser imitada por otros países— al exigir, ni bien asumida la presidencia, la
realización de una auditoría internacional para determinar qué parte de la deuda era
legítima y cuál no. En su libro demuestra los alcances del saqueo de que fuera víctima el
Ecuador, cuya deuda externa creció 19 veces (sí, leyó bien: diecinueve veces) entre
1970 y 1981. Pero la feroz hemorragia de la deuda externa y el pillaje que la produjo no
fue un rasgo privativo del Ecuador. Si se analiza la historia de América Latina y el
Caribe podrá comprobarse, como hace nuestro autor, que la deuda externa subió de
228.000 a 442.000 millones de dólares entre 1980 y 1990 cuando, además, ya se estaban
aplicando los diversos programas de “ajuste y estabilización” preconizados por el FMI,
el BM, el BID y otras instituciones financieras internacionales que se encargaban de
cobrar la deuda y, a la vez, aumentarla, llevando a la práctica un saqueo sin precedentes
en la historia de nuestra América. Correa expone con toda claridad el papel de los
bancos acreedores y sus socios autóctonos en la materialización de esta sangría y, en el
caso del Ecuador, la infame entrega de las riquezas nacionales propiciadas en 1992 por
el propio Gobierno ecuatoriano mediante un Convenio de Garantía de Derechos a través
del cual este país sudamericano renunciaba de manera irrevocable a sus derechos a
revisar y decretar la prescripción de la deuda externa, llegando al extremo de proponer
la aceptación de las leyes de Nueva York y Londres para ser utilizadas en contra del
Ecuador.
Otro tema que merece la atención de nuestro autor es un asunto que ha sido
objeto de un áspero debate en los meses recientes en Argentina: la autonomía del
banco central. En sucesivos pasajes del libro Rafael Correa demuestra lo absurdo de
dicho principio, y los estragos que la aplicación de esa doctrina produjo en el caso
concreto del Ecuador. Una autonomía que solo lo es en relación al demos de la
democracia, y al depositario final de la autodeterminación nacional: el pueblo. Pero
esa autonomía se convierte, en los hechos, en dependencia directa del capital
financiero y para su solo beneficio. Fue en nombre de esa supuesta autonomía del
banco central, erigida en principio rector de las políticas “prudentes, realistas y
responsables” propiciadas por la ideología dominante, que se cometieron en el
Ecuador toda suerte de latrocinios y que sirvieron para desangrar económicamente
al país a favor de la oligarquía financiera internacional y sus representantes locales.
Prácticas que aún siguen vigentes en países en los cuales aún no se han hecho sentir
los vientos de la renovación política que con tanta fuerza soplan en Ecuador, Bolivia
y Venezuela. Aparte de ser profundamente contrario al espíritu democrático, la
autonomía del banco central priva al Gobierno de turno de un instrumento fun-
damental de política económica. Y, como si fuera poco, promueve proyectos que,
en el caso concreto del Ecuador, tuvieron como paradoja el resultado de que
mientras el país expulsaba a más de dos millones de sus hijos que con sus remesas
permitirían lograr un cierto equilibrio en la cuenta de capital, el banco central “autó-
nomo” facilitaba la fuga de capitales y el crecimiento exponencial de la deuda
externa.
Otro tema prolijamente examinado en el libro es la cuestión de la dolarización. El
autor recuerda, oportunamente, algo que muchos hubieran preferido fuera olvidado: que
fueron numero sos funcionarios del Banco Interamericano de Desarrollo quienes,
durante años, predicaron las virtudes de la dolarización. En el caso ecuatoriano uno de
los artífices de la dolarización fue nada menos que Domingo Felipe Cavallo, quien
durante su paso por la función pública en la Argentina dejó una estela de dolor y
destrucción sin precedentes en la historia de este país, tanto desde cuando en su
condición de presidente del Banco Central de la dictadura que ensangrentó la Argentina
decidió “estatizar” la deuda privada descargando sobre el público un pesado lastre de
unos 30.000 millones de dólares como cuando, fungiendo ya como ministro de
economía de Carlos S. Menem, estableció una dolarización “disfrazada” (la
convertibilidad: la ilusión del “uno a uno” entre el peso y el dólar) y en la última etapa
de su perversa gestión, durante el Gobierno de la Alianza, cuando la persistencia de su
política terminó con el estallido de la convertibilidad, la masiva confiscación perpetrada
con el “corralito” y la rebelión popular que, con un saldo de más de una treintena de
muertos, acabó con la presidencia de Fernando de la Rúa. En su libro nuestro autor
demuestra lo absurdo de esa política que priva a los Gobiernos de un instrumento
fundamental como la política monetaria que, a su vez, permite, mediante el control del
tipo de cambio, implementar políticas que favorezcan el desarrollo de la economía y el
bienestar social y enfrentar los efectos de una eventual recesión. Compara, por ejemplo,
la situación peculiarmente desfavorable que la política de la dolarización generaba para
una economía como la argentina que ni tenía excedentes petroleros en gran escala, como
el propio Ecuador, ni contaba con recursos como los que Panamá obtenía del Canal. Por
último, ese capítulo culmina con una brillante cita de Louis Even, dirigente cristiano
fundador del Movimiento del Crédito Social en Quebec, Canadá, quien, en un texto
1939, decía: “que se me conceda el control de la moneda en una nación y me río de
quien hace sus leyes”. Tal vez sin haber leído a Even los neoliberales aplicaron a
rajatabla su doctrina, y eso explica el ascendiente político que lograron en nuestros
países.
Uno de los capítulos más sobresalientes del libro es el destinado al examen de “la
falacia del libre comercio”, un mito que ha infligido un daño enorme a los países
subdesarrollados. Esta falacia ha sido permanentemente esgrimida por los países del
capitalismo metropolitano para reforzar, ya desde el terreno de la ideología, las
presiones y condicionamientos que las instituciones financieras internacionales
ejercen en nombre de sus mandantes. Se trata de una falacia desmentida, antes que
nada, por la propia historia económica de los capitalismos desarrollados, que sólo
comenzaron a aplicar esa política (si bien siempre con numerosas reservas) una vez
que su situación en los mercados mundiales los hacía muchísimo más competitivos
que los demás. Como recordaba en uno de sus escritos Eduardo Galeano, la
fundamentación teórica real de la división internacional del trabajo y las “ventajas
comparativas” de los distintos países (decimos la real, no la que con esmero elaboró
David Ricardo) era que unos países se especializarían en ganar mientras que otros, la
mayoría del Tercer Mundo, se especializarían en perder. Lo cierto es que el
proteccionismo inicia a comienzos del siglo dieciocho en Inglaterra, en 1721 para
ser más precisos, con el Primer Ministro Robert Walpole, gana envergadura como
argumento teórico con la pluma del primer secretario del Tesoro de Estados
Unidos, Alexander Hamilton, quien es el padre fundador del proteccionismo
norteamericano y se ratifica, casi un siglo más tarde, en las posturas de Ulysses
Grant, quien fuera presidente de los Estados Unidos entre 1868 y 1876. Conviene
recordar que la efigie de Grant aparece en los billetes de cincuenta dólares de los
Estados Unidos, pero el público norteamericano no sabe, o no ha sido informado,
que fue ese personaje quien reaccionando ante las presiones a favor del librecambio
que ejercía el Reino Unido respondió que “dentro de 200 años, cuando América
haya obtenido del proteccionismo todo lo que pueda ofrecer, también adoptará el
libre comercio”. No es un mérito menor que nuestro autor haya encontrado una
cita que con tanta contundencia desmiente la falaz argumentación de los
librecambistas contemporáneos: los neoliberales. Pero en su libro Correa no se
contenta con apelar a las enseñanzas de la historia, que demuestran la falacia del
librecambio; recurre también a varios estudios sobre la economía contemporánea
que demuestran irrefutablemente que no existe correlación alguna entre apertura
económica y crecimiento. Antes bien, basándose en las definitivas investigaciones
realizadas por el profesor de la Universidad de Cambridge, Ha-Joon Chang,
comprueba que lo ocurrido en la historia económica moderna es un típico caso en el
cual las naciones desarrolladas optaron por “patear la escalera” que permitió a
algunos subir y que impedirá a los restantes hacer lo propio. Las comprobaciones de
Chang se suman a observaciones formuladas por otros economistas que han
señalado que no siempre Washington, París o Londres practican lo que predican; o
lo que plantearon algunos historiadores económicos, como Alexander
Gerschenkron o Karl de Schweinitz, en el sentido de que las vías que en el pasado
condujeron al desarrollo capitalista se habían clausurado definitivamente al finalizar
la Segunda Guerra Mundial.1
Interés especial también revisten las páginas destinadas a revisar y cuestionar los
conceptos tradicionales de “desarrollo” y de “estabilidad económica”. Con relación
al primero es más que evidente que las definiciones corrientes, exclusivamente
economicistas, son completamente inadecuadas para capturar el signi ficado de esa
expresión en un mundo como el actual, cuya supervivencia física se encuentra
gravemente amenazada por el carácter insanablemente predatorio del capitalismo y
la irreversible destrucción que está produciendo en el medio ambiente. Pensar, o
medir, el desarrollo en función de algunos índices macroeconómicos que ignoren la
centralidad que asume en nuestros días la sustentabilidad medioambiental es
simplemente un acto de bárbara ignorancia. Sustentabilidad, añadamos, que también
debe verificarse en el terreno de lo social toda vez que el capitalismo no sólo toma
como su presa para explotar al medio ambiente sino que hace lo propio con las
sociedades sobre las cuales ejerce su dominio, desencadenando gravísimos procesos
de desintegración social y de disolución de toda forma de convivencia civilizada
mediante el reinado del killing instinct de los capitalistas y la perversa conversión de
vicios y degradaciones varias (como el egoísmo, la competencia desenfrenada, la
irresponsabilidad social) que gracias a la magia del mercado se transforman en
excelsas virtudes. En este sentido, la concepción de los pueblos originarios del
mundo andino del sumak kawsay, que podría traducirse en algo así como “el buen vi-
vir”, anclada en la armónica relación de los hombres entre sí y con la naturaleza
significa un enorme paso adelante que nos permite dejar atrás concepciones del
desarrollo basadas en una batería de indicadores macroeconómicos. Y en relación
con esto la “estabilidad económica” aparece bajo una nueva luz: mientras que en el
saber convencional esta es rutinariamente equiparada a la estabilidad de precios,
Correa propone en su libro una visión más amplia que remite tanto a su
“deseabilidad” como a su “perdurabilidad”, cuestiones estas que
obligan a trascender el terreno de los precios y dirigirse en cambio hacia asuntos
más centrales como el empleo, la distribución del ingreso y el bienestar social.
Serían muchos los temas que podrían agregarse a este prólogo, tal es la riqueza de
un libro que mirando al Ecuador produce una
visión que abarca a toda Latinoamérica y que desmitifica impiadosamente el
discurso dominante de la ciencia económica. Allí se habla del absurdo de un
organismo como el CIADI, subsumido bajo el paraguas del Banco Mundial, como
un supuesto ámbito de resolución de diferendos entre empresas transnacionales y
Estados anfitriones pero cuya sistemática tendenciosidad a favor de las primeras es
inocultable. Fue por eso por lo que Bolivia y Ecuador se retiraron del CIADI; otros
países, inexplicablemente, todavía lo aceptan como árbitro “neutral” para la
resolución de sus conflictos jurídicos con los grandes oligopolios. También se habla
de las “cartas de intención” firmadas por nuestros Gobiernos ante el Fondo
Monetario Internacional, ejemplificada con ribetes caricaturescos, nos atreveríamos
a decir que inigualables, por el Gobierno de Lucio Gutiérrez y que,
incomprensiblemente, logró captar el apoyo de diversas organizaciones populares y
de los pueblos originarios. El “capitalismo de casino” es otro de los temas que
concita la atención de nuestro autor, así como la inflación y sus beneficiarios, la
milagrosa transmutación del neoliberalismo de ideología en ciencia y la fenomenal
trampa que se esconde tras la falacia de los cálculos del “riesgo país”. Otro,
finalmente, es el tema de la nueva arquitectura financiera regional y las políticas
estructurales de desarrollo económico. En fin, la lista excedería lo que pudiéramos
apenas mencionar en este prólogo.
Pero hay un tema que merece un lugar aparte, antes de que pongamos fin a este
prólogo: el papel de las burocracias internacionales del FMI, el BM, el BID y otras
semejantes en promover y perpetuar un patrón de acumulación capitalista que ha
producido un holocausto social y ecológico sin precedentes en nuestros países.
Correa demuestra en ese capítulo varias tesis: primera, que estas instituciones son
poco más que una extensión del Departamento del Tesoro de Estados Unidos. No
sólo lo dice la economía política latinoamericana sino que es el propio Robert Reich
quien 22
es oportunamente citado por el autor para explicitar tan rotunda conclusión, que
corre a contracorriente de la opinión vulgar sostenida por dizque “analistas
económicos”, “gurúes financieros” y otros personajes similares. Reich escribió hace
poco que “en la actualidad, la política exterior estadounidense es ejecutada por el
Fondo Monetario Internacional, con algunas directrices del Departamento del
Tesoro”. En un rapto similar de franqueza lo mismo había dicho en su momento
Zbigniev Brzezinski, develando lo que todos querían ocultar.1 Segunda tesis: el
criminal papel desempeñado por los sicarios económicos al favorecer, desde sus
lobbies y cabildeos, a grandes oligopolios en desmedro del bienestar público. Uno
de los más notorios personajes de esta verdadera banda de malhechores
internacionales no es otro que Lawrence Summers, ex Secretario del Tesoro de la
administración Clinton y ex economista-jefe del Banco Mundial quien, entre otras
bellezas, propuso adoptar una política de desvío intencional de industrias
contaminantes hacia los países del Tercer Mundo, especialmente los más pobres de
África. Estremece saber que Summers es, en la actualidad, uno de los principales
asesores económicos del presidente Barack Obama. Tercera tesis: casi
invariablemente estas burocracias internacionales corrompen a funcionarios locales,
tesis sustanciada con un alto nivel de detalle en función de una experiencia directa
sufrida por el hoy presidente del Ecuador.
Para concluir: tenemos en nuestras manos un libro que nos animamos a calificar de
imprescindible, por muchas razones. Por la calidad de la evidencia que sustenta su
crítica a las políticas económicas tradicionalmente puestas en ejecución en América
Latina; por la densidad teórica que caracteriza el conjunto de su obra; por la
admirable sencillez con que expone sus argumentos y, además, porque esta ruta
desde una banana republic a una
no república ha sido transitada, con mayor o menor intensidad, por casi todos los
países del área, cuyos Estados y regímenes democráticos fueron erosionados, en
algunos casos más allá de lo imaginable, por las políticas neoliberales de
desmantelamiento del Estado, reducción del gasto público, despido de
funcionarios, desregulación de actividades económicas y privatización de los
servicios públicos. Esos países, y no sólo el Ecuador, también se degradaron al
rango de no repúblicas, convertidas por la presión del imperio y las oligarquías
locales en meros “mercados”, eufemismo que oculta su decadencia política. Por
eso, este libro no es sólo sobre el Ecuador sino sobre todos nosotros, y lo que en
él se dice y el saqueo que allí se denuncia nos atañe directamente y nos duele en el
alma. Por último, sería absurdo hacer caso omiso del personaje que escribe este
libro: Rafael Correa es el presidente de un país que bajo su liderazgo ha cambiado
para siempre y para bien, más allá de las polémicas que, sin duda, suscita una
gestión que como la de Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia, ha
partido la historia de su país en un antes y un después. Esta excepcional condición
le otorga a este libro un valor adicional: por ser escrito por quien lo ha escrito, y
por las esperanzas que se fortalecen cuando en el continente más injusto del
planeta alguien que ocupa la presidencia del Ecuador puede escribir un libro como
el que acabamos de prologar.
Atilio A. Boron
Buenos Aires, 8 de marzo de 201025
1. El gran tablero mundial. La superioridad norteamericana y los imperativos geoestratégicos (Buenos Aires: Paidós,
1998), pp. 28-29.
Hemos examinado en detalle estas cuestiones, y sobre todo la teorización de Schweinitz, en Socialismo Siglo Veintiuno. ¿Hay
vida después del neoliberalismo? (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2008)20 Rafael Correa Delgado

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