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Transculturación

RAMA, Ángel (1984), Transculturación narrativa


en América Latina, Buenos Aires, Ed. El Andariego,
2008.
Transculturación
Independecnia, originalidad, representatividad

Las letras latinoamericanas nunca se han resignado a sus orígenes y nunca se reconciliaron con
su pasado ibérico.

Casi desde sus inicios se fijaron en otros linajes culturales –Francia e Inglaterra—, sin percibirlas
del todo como nuevas metrópolis colonizadoras; luego se enmarcaron en el auge de las letras
norteamericanas.

Siempre mantuvieron el deseo de independizarse ; y esa ha venido siendo la consigna desde el


siglo XVIII hasta nuestros días.

Estas letras –desde lo criollo— recurrieron –construyeron— dos reiterados tópicos: el del
desvalido indio y el castigado negro, para usarlas retóricamente en la memoria de agravios en
contra de los colonizadores. Y ellos sirvieron como pretexto para las reivindicaciones propias. El
indigenismo, sobre todo.
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Pero el constante esfuerzo de independencia ciertamente logró desarrollar una literatura cuya
autonomía respecto a las peninsular, por haberse emparentatado con otras literaturas
occidentales, le ha otorgado cierta unicidad.

Así, en la originalidad de la literatura latinoamericana está siempre presente el afán


internacionalista, el cual enmascara otra fuente, la de una peculiaridad cultural desarrollada en
el interior, y que no ha sido obra sólo de las élites literarias sino del esfuerzo constante de vastas
sociedades, construyendo sus lenguajes simbólicos.

Tras la independencia, las literaturas nacionales son instauradas en el cauce del principio
burgués que conformó todo el arte romántico. Se instauran así dos de los preceptos mayores de
la literatura moderna en el seno de las letras latinoamericanas: la originalidad y la
representatividad, ambas situadas sobre un dialéctico eje histórico.

La originalidad (desenmarcarse de la tradición hispánica, pero desde la puesta en circulación de


un código igualmente occidental) sólo podía alcanzarse mediante la represetatividad de la región
de la cual surgía, ahí estaba lo verdaderamente notorio frente a las sociedades progenitoras.
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La diferencia, entonces, se constituye desde el medio físico, por composiciones étnicas
heterogénea y también por un diferente grado de desarrollo respecto a lo que se visualizaba
como único modelo de progreso, el europeo.

La literatura se convierte en el vehículo de una misión patriótica; ésta sería capaz de fraguar la
nacionalidad.

La literatura se convierte en constructo industrial dentro de una cadena de producción: “«¡Oh! si


algo, es rico en elementos para el literato, es este país, del mismo modo que lo es para el
agricultor y para el industrial»” Ignacio M. Altamirano.

Los tres impulsos modeladores de las literaturas nacionales son, entonces, la independencia, la
originalidad y la representatividad. El internacionalismo del periodo modernizador (1870-1910)
llevó a cabo un proyecto de aglutinación regional por encima de las restringidas nacionalidades
del siglo XIX.

Se restablece el mito de la “patria común” –Simón Bolivar—.


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Dentro de este nuevo proceso nacional se dan procesos de relectura. Pedro Henríquez Ureña y
Alfonso Reyes a Juan Ruiz Alarcón; los hermanos Guillot Muñoz de la obra de Lautréamont;
Mariátegui de la obra de Ricardo Palma... Se crea un cierto principio de contradicción que crea
un criterio historicista móvil –estas obras se leen sesgadamente—.

Y llega el año umbral, 1940, en el que se da un vasto cuestionamiento del continente en el que
los escritores son nuevamente los sujetos principales. Este primer momento de duda parece
responder al freno con que tropiezan los sectores medios en su ascenso al poder, a la refluencia
de sus conquistas, a la autocrítica a que se someten y a la presencia creciente y autónoma de los
sectores proletarios y campesinos sobre la escena nacional.

De algún modo el proceso modernizador rearticula los tres ejes, ahí en donde se intenta
reestablecer las obras literarias dentro de las operaciones culturales que cumplen las sociedades
americanas, reconociendo audazmente construcciones significativas y el esfuerzo, ahora
constante, por manejar de forma auténtica los lenguajes simbólicos.

Frente a las primeras grandes obras de prestigio internacional –afincadas dentro de la las
aportaciones técnicas de la novela vanguardista—, Rama ve una serie de meras imitaciones.
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“… es conveniente examinar la producción literaria de las últimas décadas para ver si no había
otras fuentes nutricias de una renovación artística que aquellas que procedían simplemente de
los barcos europeos”.

Respuesta al conflicto vanguardismo-regionalismo

Se conforman dos vertientes, una “narrativa cosmopolita” y otra “realista crítica”. Ambas se
erigen en contra del regionalismo.

Ese regionalismo, sin embargo, se renueva y se erige como un movimiento de rehabilitación de


valores regionales y tradicionales, pero no quiere ser confundido con “separatismo o con
bairrismo, con anti-internacionalismo, anti-universalismo o anti-nacionalismo”. Lo que desean es
atacar la función homogeneizadora que cumple la capital mediante la aplicación de patrones
culturales extranjeros.

Aparece también la “narrativa social”, a partir del El Tungsteno (1931), de César Vallejo, cercana
al antifascismo universal. Y esta corriente, a pesar de fijarse en realidades que podrían parecer
no modernas, lo es tanto por confrontarse con la idea de modernidad misma, como por cierta
urbanización de recursos literarios y de esquemas provenientes del realismo socialista soviético.
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Y la representatividad se vuelve también supranacional, y la región se impone a los localismos.

Pero se conformó también un cierto cosmopolitismo que abogó por cualquier escenario del
universo. Darío y el modernismo concedieron más importancia al “hombre de la región” que a la
“naturaleza de la región”.

Se salva así el individualismo extremo impuesto en el sistema-mundo occidental.

La lengua se vuelve el instrumento primordial y hay una cierta reconciliación con lo hispánico –
se resucitan la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco—.

Pero se insiste en la representatividad, en el periodo nacionalista que va de 1910 a 1940, ahora


desde las emergentes clases medias y desde la noción de clase que se instaura en el sistema
nacional. La búsqueda del “color local” provoca que la innovadora burguesía haga suyas las
demandas de los estratos inferiores. Criollismo, nativismo, regionalismo, indigenismo, negrismo,
y también vanguardismo urbano, modernización experimentalista, futurismo…

En la diada clase media y nación, el criterio nacional ahora es buscado en un “espíritu” que
anima a cada nación y se traduciría en formas de comportamiento que a su vez se registrarían
en la escritura.
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Y en donde algunos lo que ven es estancamiento de las técnicas narrativas, otros lo que
descubren es la posibilidad de la denuncia.

Pero para Rama lo que pasa es que las técnicas narrativas de la novela social eran muy simples,
opuestas a las del regionalismo como a las del fantástico.

El regionalismo entra entonces en un “desafío de renovación” para resguardar un importante


conjunto de valores tradicionales y literarios locales; pero para esto debió transformarse y
llevarlos a nuevas estructuras literarias .

Y al sacrificar formas literarias, sacrifica también un contenido cultural que éste proyectaba
sobre los centros urbanos. Y es que el regionalismo acentuaba las particularidades culturales de
las áreas internas y contribuía a definir su “perfil diferente”. “Por eso se inclinaba a conservar
aquellos elementos del pasado que habían contribuido al proceso de singularización cultural de
la nación y procuraba transmitir al futuro la conformación adquirida”.

Así, “tradición” es el componente mejor realzado por el regionalismo; sin embargo la tradición
ya había sufrido numerosas transformaciones, “… tendía, por lo tanto, a expandir en las
expresiones literarias una fórmula históricamente cristalizada de la tradición”.
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Y de ahí procede la fragilidad de sus valores y de sus mecanismos literarios expresivos, ante los
embates modernizadores que venían de puertos y capitales.

Y tras la pérdida de sus formas literarias se crea una cierta situación de resistencia; se insiste en
un mensaje cargado de tradicionalismo, como parte de un proceso de aculturación que cubre a
todo el continente y que puede concebirse como un segundo periodo modernizdor de
entreguerras.

Se intensifica entonces la transculturación en toda América Latina, siendo uno de sus principales
territorios el del conflicto que se da entre regiones interiores y modernización.

La cultura modernizada de los puertos y capitales ejerce una dominación y una cierta absorción
de los modos culturales regionales, y así aceptan el “conservatismo folklórico” de las regiones
internas.

Y entonces les ofrecen una distyuntiva “fatal”: o retroceden y se cosifican o renuncian sus
valores y mueren.
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Se da una “solución intermedia” para salvar la aparente estabilidad del relato nacional; se echa
mano de las aportaciones de la modernidad para revisar los contenidos culturales regionales y
así crear un híbrido capaz de transmitir la herencia recibida –ahora orgullo nacional—.

--Muralismo, arte plástico de vanguardia.

--Carpentier – Stravinsky – ritmos africanos.

--Miguel Ángel de Asturias – escritura automática – lírica indígena de Guatemala.

Otra forma se da cuando el impacto modernizador genera un “repliegue defensivo” y así las
formas literaria se sumergen en la protección de la “cultura materna”.

Después se lleva a cabo un examen crítico de sus valores, la selección de algunos de sus
componentes, la estimación de la fuerza que los distingue o de la viabilidad que revelan en el
nuevo tiempo.
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Llega un tercer momento en el que el impacto modernizador es absorbido por la cultura
regional. Tras su autovaloración y la selección de sus componentes válidos, se da un
redescubrimiento de rasgos que, aunque pertenecientes al acervo tradicional, no estaban vistos
o no habían sido utilizados en forma sistemática. Mitos.

Siguiendo a Lanternari, Rama hace ver como se da una “plasticidad cultural” que diestramente
procura incorporar las novedades, no sólo como objetos absorbidos, por un complejo cultural,
sino sobre todo como fermentos animadores de la tradicional estructura cultural, la que es
capaz así de respuestas inventivas.

Rama echa abajo, entonces, la noción de sincretismo desde la “plasticidad cultural”. Ésta, como
forma transculturada, percibe cada polo como una estructura autónoma y entiende que la
incorporación de elementos de procedencia externa debe llevar conjuntamente a una
rearticulación global de la estructura cultural.

Reinmersión en las fuentes primigenias. Intensificación de algunos componentes de la


estructura cultural tradicional que “parecen proceder de estratos aún más primitivos”.

“Laconismo sintáctivo” de César Vallejo y Juan Rulfo.

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