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08/11/2010

Otra opinión sobre educación, tecnología y

sociedad

Para empezar, un punto que debería ser obvio: la educación


tecnológica hoy debe responder a la realidad de la tecnología en el mundo
actual. Es muy importante, en el plano educativo, evitar transmitir una imagen
distorsionada o idealizada de la naturaleza de la tecnología. En este sentido,
siguiendo a autores como Wiebe Bijker o Thomas Hughes, cada vez son más
numerosas las voces que, desde la literatura especializada, reclaman una
comprensión no reduccionista de la naturaleza de la tecnología. Esta no
puede seguir siendo entendida de un modo intelectualista o artefactual, es
decir, únicamente como un cuerpo de conocimiento científico aplicado o como
una colección de artefactos y procesos técnicos. La tecnología no es una
colección de ideas o de máquinas sujetas a una evolución propia, que se
exprese en los términos objetivos del incremento de eficiencia. Toda
tecnología es lo que es en virtud de un contexto social definitorio, un contexto
que incluye productores, usuarios, afectados, interesados, etc. Es en ese
contexto donde se define lo eficiente o ineficiente en virtud de unos objetivos
que, en última instancia, responden a valores no técnicos. Algunos ejemplos
bien conocidos son aquí oportunos.

Una bomba manual de agua no sólo funciona bien o mal dependiendo


de las características técnicas del artefacto, sino también del uso que de la
misma se haga en un contexto social determinado. Como señala Arnold
Pacey en La cultura de la tecnología, la gran cantidad de bombas que fallaron
en los años 70 en aldeas de la India, casi un tercio de las 150 mil instaladas,
no sólo se debió a defectos estructurales de los artefactos, sino
principalmente a la omisión de las condiciones locales de uso por parte de los
responsables técnicos del proyecto. Además de un problema ingenieril, el
desarrollo e instalación de un artefacto es un problema cultural y
administrativo. Esa desconsideración de los aspectos no técnicos de los
artefactos tecnológicos es lo que ha llevado al fracaso de numerosos
proyectos de transferencia de tecnologías. Por ejemplo en el intento de
control de la natalidad en Bangladesh a través de la donación y distribución
de DIUs, donde sólo se consiguió controlar la natalidad a costa de acabar con
la vida de muchas mujeres que los usaron sin una cultura sanitaria apropiada.
En su libro La ballena y el reactor, Langdon Winner proporciona un
ejemplo aún más claro del modo en que hacer tecnología es también hacer
política, es decir, asumir valores y transformar a la sociedad de acuerdo con
los mismos. Algo tan sencillo como un puente no sólo está constituido de
elementos materiales como ladrillo, hormigón o acero; sino también de
valores. Por ejemplo los puentes que hoy todavía pueden encontrarse en los
bulevares longitudinales que recorrían Long Island (Nueva York) antes de la
segunda guerra mundial, eran puentes con menos de tres metros de altura,
construidos no sólo para facilitar el cruce de vehículos sino también para
impedir el uso de esos bulevares por parte de autobuses, reservando de tal
modo las playas de la zona para clases acomodadas de la zona o
poseedoras de automóviles.

Son sólo algunos ejemplos de la importante dimensión social de la


tecnología que no puede ser descuidada en la organización curricular de la
enseñanza de la misma. Sobre esta base, consideramos que la educación
tecnológica ha de ser sensible a dos rasgos interrelacionados que definen el
nuevo papel de la tecnología en la sociedad actual: la innovación y la
participación

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