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Juventud

ELVIRA LINDO

EL PAÍS - Última - 22-03-2006

Imaginemos un joven al que le gusta beber pero no necesariamente


hasta caer
inconsciente, imaginemos que ese joven vuelve a casa cruzando el
centro de cualquier
ciudad española, Madrid, Barcelona, Cáceres, el día elegido para el
botellón sin
fronteras. Imaginemos que ese joven está terminando su carrera, ha
empezado a
trabajar a tiempo parcial y tiene en mente algunos proyectos, que
unas veces ve fáciles
y otras imposibles, según los días. Imaginemos que ese joven
necesita irse de casa de
sus padres ya, no porque se encuentre mal en el nido, sino porque
no quiere prolongar
más este estado de transición. Ha escuchado a sus padres una y mil
veces contar cómo
dejaron la casa paterna a los 21 años, cómo la verdadera vida
comenzó a los 21, les ha
escuchado narrar la épica de una juventud progre, antifranquista, se
ha divertido ante
el recuerdo de las broncas a las que tuvieron que enfrentarse para
conseguir el más
mínimo logro de independencia. Para él, sin embargo, todo ha sido
relativamente
fácil: volver a las tres de la madrugada, manifestarse, expresar su
opinión. Va camino
de los 24 años y piensa que ya ha perdido dos de la verdadera vida,
piensa que le
resulta cómodo tener una relación relajada con sus padres pero hay
veces que
secretamente envidia una historia más procelosa. El año que viene
termina la carrera
pero ese joven no acierta a vislumbrar cuándo podrá renunciar a la
vida
subvencionada. Cuando eres niño, piensa, te sientes en tu derecho,
en la juventud te
sabes subvencionado. No sabe si irse de España y probar suerte
fuera. Si se queda
tiene el panorama de un contrato basura, si se va le espera lo mismo
pero al menos
podrá añadir a su currículo un toque de cosmopolitismo. Ese joven
que cruza la ciudad
mira sin mirar la apoteósica reunión de defensores del botellón, ver
sin ver la cara de
algunos conocidos, pero hoy no tiene el ánimo para eso. Quisiera
gritar. Gritaría, pero
por un futuro, por la posibilidad de cumplir alguna ambición que no
quiere que vaya
perdiendo fuste ahogada por una comodidad chata. Ese joven que
cruza la ciudad
inquieto y desesperanzado ante el porvenir forma parte también de
eso que llamamos
la juventud. "La juventud reclama espacios de ocio para
emborracharse", dicen. ¿Pero
qué es la juventud? La juventud es también ese muchacho.

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