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1. Introducción
En el presente trabajo nos planteamos la necesidad de captar el juego de lenguaje del
mecanicismo. Deseamos comprender dicha tradición, acompañándola en su recorrido
histórico desde mucho antes de que adquiriera su denominación actual. Con ese fin,
veremos cómo se modifican y se superponen parcialmente sus notas características según la
época y según el filósofo o la escuela filosófica de que se trate, a pesar de lo cual todas ellas
mantienen un “aire de familia”: comparten, siempre parcialmente, calidad teórica, actividad
práctica o metodológica y receptividad emocional, que convierten al mecanicismo en lo que
a nuestro modo entendemos como una “forma de vida”, una especie de integración de lo
cognitivo racional, lo metodológico y lo emocional. Todo ello hace que quienes las
estudiamos reconozcamos a sus seguidores como pertenecientes a lo que podríamos llamar,
metafóricamente, una misma fraternidad.
manera en que observamos la interacción entre cuerpos macroscópicos; las segundas, las
interacciones a distancia, por el contrario, presentaron siempre un carácter “misterioso”. De
hecho, las interacciones de esta naturaleza constituyeron en el Renacimiento un tema
crucial para la magia natural. Pero es extremadamente curioso que muchos filósofos-
científicos de los siglos XVIII y XIX, al igual que la mayoría de los más importantes
científicos, historiadores y filósofos de la ciencia contemporáneos, no consideraran (ni
consideren) la acción por contacto tan "misteriosa" como la acción a distancia. Carlos Solís
Santos expone esta misma tesitura en su importante trabajo “La fuerza de Dios y el éter de
Cristo” (Solís Santos 1978, p. 51).
Cabe destacar, sin embargo, que en el siglo XVIII fueron presentadas teorías cosmológicas
como la del filósofo dálmata Roger Boscovich (1711-1787), en las cuales la acción por
contacto se deriva de la acción a distancia, posición inversa a la de quienes intentaban
reducir la acción a distancia a acciones por contacto1. En proximidades de una partícula,
supuso Boscovich, existen fuerzas repulsivas que impiden a otras acercarse más allá de
ciertos límites; pero, en estas condiciones, ¿qué necesidad tenemos de que tales partículas
sean realmente extensas? Basta suponer que el universo es un conjunto de puntos de los
cuales emanan fuerzas (que actúan instantáneamente a distancia) atractivas o repulsivas
según la distancia. Boscovich intentaba así explicar, por ejemplo, la gravedad (fuerzas
atractivas), la resistencia a la penetración (fuerzas repulsivas) o la formación de enlaces
químicos (fuerzas nuevamente atractivas, que vuelven a ser otra vez repulsivas a pequeñas
distancias y tienden a infinito a medida que la distancia disminuye, con lo cual se explica la
impenetrabilidad de la materia.) Esta concepción dinamicista no requiere aceptar la
existencia de un radio finito (inferior) para las partículas materiales, a la vez que explica la
gravedad o la impenetrabilidad con el sencillo supuesto de la inversión del sentido de la
fuerza. Escribe Boscovich:
1
Desde el punto de vista histórico, la teoría de Boscovich es de primordial importancia por la influencia que
ejerció sobre el joven Michael Faraday, quien halló en ella una guía heurística para el desarrollo de su teoría
electromagnética de campos de fuerzas.
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[...] que la materia es inmutable y consta de puntos que son perfectamente simples, indivisibles, de
ninguna extensión y separados unos de otros; que cada uno de estos puntos tiene una propiedad de
inercia y, además, una fuerza activa mutua que depende de la distancia, de tal manera que, si la
distancia está dada, están dadas tanto la magnitud como la dirección de esta fuerza [...]. Los
elementos primarios de la materia son, en mi opinión, puntos perfectamente indivisibles y no
extensos que están desparramados en un inmenso vacío (vacuum) de tal manera que dos
cualesquiera de ellos están separados uno del otro por un intervalo definido. Este intervalo puede
aumentarse o disminuirse indefinidamente, pero nunca puede desvanecerse del todo sin que haya
una compenetración de los puntos mismos, pues no admito como posible ningún contacto inmediato
entre ellos. Por el contrario, considero que es cierto que si la distancia entre dos puntos de materia
se hiciese absolutamente nada, entonces el mismo punto indivisible de espacio, conforme a la idea
usual de éste, deben ocuparlo, conjuntamente, ambos [puntos de materia] y tenemos una
compenetración verdadera en todo sentido. Por tanto, en efecto, no admito la idea del vacío
(vacuum) desparramado entre la materia, sino que considero que la materia está desparramada en un
vacío y flota en él. (Citado por Robles, 2003.)2
Para evitar anacronismos, nos parece más adecuado emplear la palabra "mecánica" de tal
modo que respete el punto de vista historiográfico anti-antiwhig del que hablábamos al
comienzo. Nuestra acepción de "mecánica" deberá tener un sentido amplio y flexible, que
permita abarcar diferentes períodos históricos, independientemente de que en algunos de
ellos se emplease o no dicho término. Sean cuáles fueren las explicaciones "más profundas"
invocadas por Newton y otros científicos-filósofos del siglo XVII, nuestro modo de
entender la noción de mecánica – que, creemos, no violenta el uso presente de ese término
– no sólo evita anacronismos sino que nos provee de inmunidad frente al problema de las
"explicaciones más profundas". Veamos, entonces, qué entendemos por "mecánica".
2
Los textos han sido extraidos de Boscovich, R., Philosophiæ Naturalis Theoria Reducta ad Unicam Legem
Virium in Natura Existentium [Una teoría de la filosofía natural reducida a la única ley de las fuerzas
existentes en la naturaleza], Venecia, 1763. Los autores agradecen al Dr. José Antonio Robles el haberles
facilitado copia de su trabajo inédito, mencionado en la bibliografía, del cual hemos reproducido estas citas de
Boscovich.
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Mecánica
Diremos que la mecánica es la disciplina destinada a investigar la evolución
espaciotemporal cualitativa o cuantitativa de los cuerpos cuando otros cuerpos ejercen (o
no) acciones sobre ellos, es decir, cómo se mueven, cómo cambia su movimiento, cómo se
deforman, cómo se rompen, cómo se disgregan, cómo se recomponen, cómo se equilibran.
En el seno de esta disciplina se elaboran teorías mecánicas, cambiantes con el tiempo, sea
que se apliquen a cuerpos de tamaño macroscópico humano, sea que se extiendan a cuerpos
astronómicos y también a cuerpos no observables por su pequeñez.
Mecanicismo reduccionista
Su nota distintiva es la siguiente:
Dado que, según esta nota distintiva, todo lo observable se explica por alguna teoría
mecánica, y ya que la mecánica, a su vez, se ocupa de lo que le ocurre a los cuerpos cuando
otros cuerpos ejercen acciones sobre ellos, el mecanicista reduccionista se siente inclinado
a presuponer una ontología que sólo admite en el espaciotiempo la existencia de cuerpos, y
de hecho sostiene dicha presuposición. Podrá admitir, en algunos casos, la existencia de
algún otro tipo de entidades, pero entonces éstas no serán espaciotemporales, y por lo tanto,
no serán empíricamente observables, como por ejemplo las entidades anímicas. La
inferencia es sencilla. Por un lado aceptamos que todo lo observable se explica a partir de
una teoría mecánica. Por otra parte, una teoría mecánica sólo se ocupa de cuerpos que
interaccionan en el espaciotiempo. En consecuencia, aceptar la existencia en el
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espaciotiempo de algo más que cuerpos sería redundante, pues no explicaría ningún
fenómeno. La navaja de Occam se aplica en ese caso. Resultado: el espaciotiempo sólo
contiene cuerpos que interaccionan según la teoría mecánica de que se trate.
Mecanicismo clásico
Su nota distintiva es la siguiente:
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el mecanicismo clásico resiste, cada vez con
mayor dificultad, los embates de las novedades científicas, mientras que el mecanicismo
reduccionista desaparece, prácticamente sin retorno, con el surgimiento de la física
relativista. Es, en cambio, la aparición de la física cuántica la que genera las dificultades
para el mecanicismo clásico. De modo que el solapamiento temporal de ambas corrientes
desaparece sólo al comenzar el siglo XX.
Reiteramos que, como ya hemos advertido, no son éstas las únicas corrientes del
mecanicismo. Por ejemplo, hay otra corriente – el mecanicismo antivitalista – que subsiste
hasta la actualidad y que subyace permanentemente a las dos que tratamos aquí, dándoles
un soporte común mientras aquéllas perduran. La nota característica de dicha corriente
antivitalista es la negación de causas finales, de factores teleológicos. Pero no nos
ocuparemos aquí de ella ni de otras, tema que abordaremos en un futuro trabajo.
Creemos que ha quedado claro por qué dos corrientes caracterizadas de manera diferente,
reduccionista y clásica, comparten la gran tradición mecanicista y conforman un "juego de
lenguaje" aun cuando hayan existido períodos históricos en los que sólo una de ellas era
aceptada. Analicemos ahora si en el caso de Newton se aplica alguna de nuestras
caracterizaciones de "mecanicismo".
En este punto sería conveniente señalar que las lecturas de Newton de tratados alquímicos
lo puso en contacto con una visión del mundo en que la naturaleza es concebida como un
organismo, al modo hermético, más bien que como una máquina, y que en ese organismo
hallaba interacciones animadas, simpatías y antipatías, afinidades y aversiones. La alquimia
admite la existencia de “principios activos” en la naturaleza como agentes responsables de
los fenómenos, y estos supuestos fueron los que ocuparon particularmente a Newton.
Richard Westfall, su más eminente biógrafo, ha remarcado en diversas oportunidades que
Newton nunca se alejó de los experimentos, y que los aspectos más ambiciosos de la
alquimia (como la obtención de la piedra filosofal o la panacea) nunca fueron de su interés,
como sí lo fueron para la gran mayoría de los alquimistas. En este sentido, Newton se
sumerge en la alquimia exclusivamente en busca de tales “principios activos”.
tendencia […] se deba a la acción de un éter o del aire o de cualquier medio corpóreo o
incorpóreo que de algún modo impulse mutuamente a los cuerpos inmersos en él”
(subrayado nuestro). Lo que dice aquí es que no niega la existencia de agentes responsables
de la interacción gravitatoria, sólo que él no ha logrado hallar una respuesta. En una célebre
carta (1703) dirigida al obispo Richard Bentley, quien fuera su colega en Cambridge,
califica de “absurdo filosófico” suponer que la materia actúe sobre otra materia sin contacto
mutuo. Sin embargo, esta declaración privada, escrita cinco años después de publicada la
primera edición de los Principia, no se expresaba en su magna obra, y despertaba la crítica
de continentales como Huygens y Leibniz, quienes le atribuían la reintroducción de
“cualidades ocultas” a propósito de la gravitación.
Una actitud similar a la de los Principia (es decir, no buscar hipótesis explicativas de leyes
ópticas, sea la explicación mecánica por contacto, sea una explicación "más profunda")
adoptó públicamente Newton en la primera edición en inglés de la Óptica (1704). En esta
obra señalaba al lector que solamente se proponía exponer las propiedades de la luz
“mediante razones y experimentos”. Aquí Newton no menciona al éter. Pero no deja de
señalar, en las Cuestiones con las que finaliza la obra, la necesidad de un “programa de
investigación” (que deja a cargo de otros) que incluiría en particular resolver el problema
de la causa de la gravitación. Sin embargo, en un documento de fines de 1705, David
Gregory expone el resultado de sus conversaciones con Newton, afirmando que éste “cree
que Dios está omnipresente [en la naturaleza] en sentido literal”.
“Según su doctrina [la de Newton]”, escribe Leibniz a la Princesa de Gales en 1715, “Dios
Todopoderoso necesita dar cuerda a su Reloj de vez en cuando, pues de lo contrario dejaría
de moverse. No ha tenido, al parecer, la previsión suficiente para hacer que se mueva
perpetuamente”.
En síntesis, los modelos cartesianos del éter de la primera etapa del pensamiento de Newton
eran inaceptables desde el punto de vista teológico, mientras que la negación del éter, en la
segunda fase, obligaba a Dios a realizar una tarea directa, persistente e incansable, y
exponía a Newton a la acusación de panteísmo. La solución que aportaba en la tercera etapa
era la de un éter mediador entre la Divinidad y la materia, solución de compromiso que
intentaba a la vez satisfacer sus creencias religiosas y responder a las críticas suscitadas por
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A nuestro juicio, la interpretación de que Newton habría practicado un "positivismo avant la lettre" es
infundada. Su declaración es más bien un intento de no despertar polémicas. Afirmar que no ofrece hipótesis
“más profundas” no es equivalente a decir que no tenga sentido hacerlo, expresión esta última que satisfaría a
un positivista. De hecho, al mismo tiempo que declara su intención de “no hacer hipótesis”, en privado
adhiere a la tesis de que las fuerzas de interacción son manifestaciones directas de la acción divina. Para la
época, ¿no es acaso ésta una hipótesis?
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6. Conclusiones
De acuerdo con el modo en que hemos presentado las dos corrientes mecanicistas,
consideramos que el pensamiento de Newton fue claramente mecanicista, y con respecto a
ambas. La teoría newtoniana explicaba todo lo empíricamente observable por medio de
leyes matemáticas y deterministas (sus tres leyes dinámicas y la ley de gravitación
universal), según nuestra caracterización del "mecanicismo clásico", y por otra parte todo lo
observable era explicable en principio a partir de interacciones entre cuerpos (lo era incluso
su propia teoría de la gravitación, aunque él requiriera "explicaciones más profundas"), por
lo que fue también un "mecanicista reduccionista". Además, hemos mostrado que sería
altamente anacrónico suponer que el mecanicismo comienza en el siglo XVIII, purificado
de toda "explicación más profunda", con lo cual dejaríamos fuera de consideración no sólo
a Newton sino también a Descartes y Boyle, a quienes se considera como los más
distinguidos exponentes de dicha tradición.
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Bibliografía citada
Solís Santos, C., “La fuerza de Dios y el éter de Cristo. La explicación de la interacción a
través del espacio en la filosofía de la naturaleza de Newton”, Sylva Clius. Revista de
Historia de la Ciencia, a. 1, n. 2, octubre 1978, pp. 51-80.