Guillermo Boido
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales
Universidad de Buenos Aires
Publicado en Actas de las Jornadas sobre Enseñanza de la Física, Instituto de Ciencias, Universi-
dad Nacional de General Sarmiento, abril de 1999.
Carl Sagan
Introducción
En el transcurso de una mesa redonda que se llevó a cabo en abril de 1997, en el mar-
co del Segundo Encuentro sobre Alfabetización Científica y Tecnológica, el historiador y
filósofo de la ciencia César Lorenzano señalaba que, si bien los científicos suelen po-
seer acabadamente el dominio técnico de la disciplina en la que investigan, ignoran, en
virtud de su educación profesional, la conformación histórica de la misma, los presu-
puestos filosóficos que subyacen en su quehacer cotidiano o el complejo entramado
sociocultural, económico, político e incluso ético con el que se hallan comprometidas la
ciencia y la tecnología en el mundo moderno. Y con grave riesgo de deteriorar relacio-
nes personales e interprofesionales, Lorenzano concluía lo siguiente: los científicos son
analfabetos científicos. Este es un extremo del espectro de opiniones al respecto;
pronto mencionaré el otro. En aquel encuentro fue presentada la traducción castellana
de un libro del especialista belga Gerard Fourez, llamado Alfabetización Científica y
Tecnológica. Al comentar la caracterización de alfabetismo científico-técnico según la
Asociación de Profesores de Ciencias de los Estados Unidos, Fourez lamenta que en la
misma se le haya destinado poco espacio a la historia de la ciencia. “Uno puede du-
dar”, escribe Fourez, “de que una persona sea alfabetizada científico-técnicamente si
no es capaz de ser consciente de las páginas de la historia humana escritas a través de
la producción de las ciencias y las tecnologías. Y no se trataría solamente de tener una
visión internalista, como la leen a menudo los científicos (el relato de la gran saga de
los desarrollos científicos y técnicos), sino de entrar en una visión más amplia, toman-
do en cuenta todas las dimensiones (particularmente culturales, económicas y socia-
les) de la construcción de las tecnociencias”. “Es por esto”, concluye Fourez, “que yo
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No es mi propósito abordar las vinculaciones que pueden ser establecidas entre la his-
toria y la filosofía de la ciencia, por una parte, y la educación científica, por otra. Son
múltiples. El objetivo de esta exposición es mucho más restringido: quisiera comentar
algunos intentos recientes de integrar la historia y la filosofía de la ciencia (en la jerga,
HFC) en programas de educación científica de nivel básico en los Estados Unidos y en
la Europa anglosajona, y de los fundamentos que se invocan para ello, pero también
los argumentos que esgrimen quienes se oponen a esta integración. (Las referencias al
mundo anglosajón y no al latino provienen de una mutilación profesional que no me
enorgullece, y que derivan sencillamente del origen de las informaciones de las que
dispongo.) Estas propuestas, corresponde aclararlo, no son en absoluto novedosas.
Las recomendaciones y proyectos de incorporación de la HFC en la enseñanza de la
ciencia son de larga data y configuran una auténtica tradición iniciada a mediados del
siglo XIX. (Pienso en Paul Tannery, en Pierre Duhem o en Ernst Mach, para quien “el
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Fourez, G., Alphabétisation scientifique et tecnique. Essai sur les finalités de l’enseignement des sciences, Bruxelles, De
Boeck-Wesmael, 1994. (Trad. cast.: Alfabetización científica y tecnológica. Acerca de las finalidades de la enseñanza de
las ciencias, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1997.)
3
sustituye en parte a la mera información. Sin embargo ésta, en muchos casos, y pese
a las recomendaciones que los expertos han venido formulando desde hace muchas
décadas, continúa siendo desmedida. Un informe crítico de 1988 del programa preuni-
versitario de biología del Estado de Nueva York señalaba que a los profesores se los
obligaba a introducir casi 1500 nuevos conceptos científicos por año, lo cual es equiva-
lente a la cantidad de palabras que debería aprender al estudiar una lengua extranjera
durante algo así como dos años y medio 2 . En tales casos, nada parece haber cambia-
do desde que el físico y filósofo Ernst Mach (pionero del contextualismo en materia
educativa), denunciara hace un siglo la incompatibilidad entre una “enseñanza útil” y
la abrumadora exposición de información científica, a la cual consideraba en gran parte
“material indigesto”. “No conozco nada más terrible”, escribió Mach, “que las pobres
criaturas que han aprendido demasiado”.
Riesgos y críticas
2
Véase Matthews, M. R., Science Teaching. The Role of History and Philosophy of Science, New York-London,
Routledge, 1994.
6
3
Véase Holton, G., "Dionisíacos, apolíneos e imaginación científica", en La imaginación científica, México, FCE, 1989.
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Me permito aquí, por un momento, invadir jurisdicciones, pues no soy experto en filo-
sofía de la ciencia. La historia de la ciencia (aun bajo la forma de mala historia, pseu-
dohistoria, historia ejemplar o mítica) ha sido incorporada a programas educativos con
distinto grado de fortuna en cuanto a resultados pedagógicos, pero no sucede lo mis-
mo con la filosofía de la ciencia. Son contados los filósofos de la ciencia inclinados a
abordar problemas de enseñanza de la ciencia y también los científicos que admitirían
de buen grado la pertinencia de la filosofía de la ciencia en materia educativa. Esta úl-
tima constatación avala la siguiente hipótesis: los científicos actuales, algunos de cua-
les redactan textos, diseñan proyectos educativos o influyen sobre los docentes de en-
señanza media, reconocen su pertenencia a una tradición histórica, pero muchos de
ellos niegan que pertenezcan a tradición filosófica alguna. El punto es interesante, por-
que pone de manifiesto una presuposición habitual entre los científicos, fuertemente
positivista, según la cual la ciencia ha surgido históricamente a expensas de la religión
o la metafísica, a las que sustituye, lo cual es una verdad a medias. Sin embargo, una
buena historia de la ciencia muestra que el desarrollo científico no puede ser conside-
rado como una empresa totalmente autónoma, independiente de consideraciones filo-
sóficas, metafísicas o estéticas. Citemos un único ejemplo: la polémica filosófica acerca
de si las teorías científicas nos dicen o no algo acerca de la realidad o son meros ins-
trumentos de cálculo puede sonar a cosa abstrusa y académica en un curso básico de
ciencias, pero está presentada con extraordinaria claridad en la polémica de Galileo con
4
Para una síntesis entre distintas posiciones sobre la pertinencia o no de la historia de la ciencia para el mejoramiento de la
educación científica, véase Campanario, J. M., “Ventajas e inconvenientes de la Historia de la Ciencia como recurso en la
enseñanza de las ciencias”, en Revista de Enseñanza de la Física, vol.11, n.1, 1998, pp. 5-14. Incluye un Anexo con pro-
puestas de contenidos susceptibles de tratamiento histórico.
9
5
Véase Boido, G., Noticias del planeta Tierra. Galileo Galilei y la revolución científica, Buenos Aires, AyZ editora, 1996,
cap. 6.
6
Véase Matthews, M. R., Op. cit., cap. 5.
10
En mi opinión, una cierta dosis de HFC permitiría a los profesores ofrecer una visión
más dinámica y realista de la actividad científica. Al fin de cuentas, de un profesor de
literatura se espera que conozca y aprecie no solo un conjunto de obras literarias, sino
también elementos de crítica, estética, historia de las formas literarias, etc. La capaci-
tación del docente, sea o no investigador, es probablemente la dificultad mayor que
enfrenta la posibilidad de oferta de una visión contextualizada de la ciencia; difiere de
la específica del investigador, quien debe ser capacitado en un campo estrecho de ex-
7
Para un análisis detallado de este ejemplo y otros similares, véase Matthews, M. R., Op. cit., cap. 6.
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perticia técnica. Las dimensiones cultural, filosófica, histórica, social e incluso ética de
la disciplina que enseña nuestro profesor de ciencias remiten, antes que a la instruc-
ción de los alumnos, a su educación, lo cual es bien diferente. Como es obvio, se en-
tiende que la componente de HFC en cursos de ciencias para alumnos no significa la
inclusión de cursos de HFC por separado, sino la integración natural de problemas vin-
culados a la HFC a la hora de tratar contenidos científicos que se presten a ello. De
otro modo, como ha señalado un experto con palabras de Pink Floyd, no haríamos otra
cosa que agregarle al alumno “otro ladrillo en la pared”. En el caso de la formación y
capacitación de docentes, sería admisible que fuesen incorporados a los diseños curri-
culares algunos cursos de HFC, a condición de que en ellos, al menos en un comienzo,
no se pierda de vista la dimensión educativa que permitiría en parte su transferencia al
aula de clase. Pero esto sería solo un comienzo. Michael Matthews ha escrito a propósi-
to de ello algo que me parece muy significativo: “Los docentes, en tanto profesionales,
deberían tener un conocimiento histórico y filosófico de la disciplina que enseñan inde-
pendientemente de si este conocimiento será o no empleado en la clase. (...) Los do-
centes tienen la responsabilidad profesional de mirar más allá de los muros de la es-
cuela. Tratan con la formación de las mentes de jóvenes y con el ingreso de sus alum-
nos a lo que John Dewey llamaba el “diálogo intelectual de la humanidad”. Los docen-
tes en ciencias, en particular, están iniciando a sus alumnos en una tradición compleja,
rica, influyente y de gran significación cultural. (...) Tienen la responsabilidad ante la
sociedad, ante su profesión, ante sus estudiantes, de comprender la ciencia y contem-
plarla a la luz de su amplio contexto histórico, filosófico y cultural” 8 .
8
Matthews, M. R., “Historia, filosofía y enseñanza de las ciencias: la aproximación actual”, Enseñanza de las ciencias,
vol.12, n.2, junio 1994, pp. 255-277.
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9
Kovadloff, S., exposición en la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, 1994. (Inédita.)