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ORDEN Y CAOS

Las ciencias de la complejidad

IIIª SEMANA DE FILOSOFÍA DE LA REGIÓN DE MURCIA


Murcia, del 25 al 29 de enero de 1999

Organización:

Sociedad de Filosofía de la Región de Murcia


Facultad de Filosofía y Departamento de Filosofía
de la Universidad de Murcia
Obra cultural de CajaMurcia

Coordinación:

Antonio Campillo

Impreso en Uqbar
Sumario
La materia 4

LA NOCION DE CAOS EN MATEMÁTICAS. UN PROBLEMA NO LINEAL Francisco Balibrea Gallego


5

DESCRIPCIÓN DE LA MATERIA Y CAOS Luis Calero Morcuende 13

LA INCERTIDUMBRE COMO MATRIZ CULTURAL José Lorite Mena 19

SOBRE LA IMPREDECIBILIDAD EN FÍSICA Miguel Ortuño Ortín 26

La vida 30

ORDEN Y CAOS: LA VIDA Javier Moscoso 31

LA VIE EN BAS, O LA VIDA COMO DESORDEN EN LA EDAD DE LA RAZÓN Javier Moscoso 35

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA EVOLUCIÓN GENÉTICA DE LA COMPLEJIDAD


ANIMAL Francisco J. Murillo Araujo 40

BIODIVERSIDAD, CRISIS Y COMPLEJIDAD Miguel A. Esteve Selma 45

TOMANDO A DARWIN EN SERIO Enrique Ujaldón. 48

La conciencia 55

LA CONCIENCIA Y EL NATURALISMO Ángel García Rodríguez 56

EL ESTUDIO DE LA CONCIENCIA EN PSICOFISIOLOGÍA José María Martínez Selva 61

CONCIENCIA Y CAOS Ana Mas de Sanfélix 64

REFLEXION ACERCA DE LA CONCIENCIA DESDE UNA PERSPECTIVA NEUROPSICOLÓGICA


Francisco Román Lapuente 72

La sociedad 76

RACIONALIDAD, MERCADO Y NUEVA ECONOMÍA POLÍTICA Francisco Alcalá Agulló 77

EL GRAN EXPERIMENTO: CIENCIA Y POLÍTICA EN LA SOCIEDAD GLOBAL Antonio Campillo 84

ORDEN Y CAOS EN LAS INTERACCIONES ECONOMIA-NATURALEZA-SOCIEDAD Carpena J. 93

COMPLEJIDAD EN LA SOCIEDAD ACTUAL José Luis Villacañas Berlanga 102

El conocimiento 109

RELATIVISMO CONCEPTUAL E INTERNISMO Jesús A. Coll Mármol 110

INFORMACIÓN, TECNOLOGÍA Y COMPLEJIDAD José Vicente Rodríguez Muñoz. 115


VERDAD Y RACIONALIDAD EN RICHARD RORTY Alfonso Galindo Hervás 121

SOBRE LA COMPLEJIDAD EN TORNO A EDGAR MORIN Juan Carlos Villanueva Pascual 129

3
La materia
La Materia

LA NOCION DE
CAOS EN
MATEMÁTICAS. UN
PROBLEMA NO
LINEAL
Francisco Balibrea Gallego

1. Introducción

E
n el mundo del cine, de la ciencia ficción o quizás en el de la divulgación
científica, hemos asistido en los últimos tiempos a un bombardeo incesante
en torno a unos cuantos términos provenientes- de 1a literatura científica,
términos como caos, atractores extraños, efecto mariposa, impredecibilidad del
tiempo atmosférico, etc., han estado en boca de muy diferentes protagonistas. De
películas como “Chaos” de los hermanos Tavianni, el extravagante profesor de
“Parque Jurásico” de Steven Spielberg o el formidable embrollo de la comedia
“Efecto Mariposa” de Fernando Colomo. En la literatura encontramos también
ejemplos de lo mismo. El cuento “¿El aleteo de una mariposa en Nueva York puede
provocar un tlfón en Pekín?” está incluido en el libro de cuentos “L'ángelo Nero”
(1991) de Antonio Tabucchi, aunque a decir verdad, resulta complicado encontrar
relaciones entre el mismo relato y lo que su título significa. En el libro “A Sound of
Thunder” de Ray Bradbury se plantea una curiosa historia. La muerte de una mari-
posa prehistórica, con su consiguiente falta de descendencia, cambia el resultado de
la elección presidencial en Estados Unidos, en el momento presente. En la novela
“Storm” de George R. Stewart, un metereólogo recuerda el comentario de uno de
sus profesores acerca de. que un. hombre que estornudara en China podría dar lugar
a que la gente tuviera que quitar la nieve con palas en la ciudad de New York.

Los libros dedicados a la divulgación científica también han sido pródigos en


estos temas. Se pueden citar algunos de ellos de entre una gran variedad que con
mayor o menor fortuna abordan el tema. En la bibliografía se hace una descripción
más detallada de los mismos, [L], [St], [C],[P], y [R] por citar sólo alguno de ellos.

Incluso, el asunto ha llegado a las lecciones magistrales de la Universidad de


Murcia con motivo de la festividad de Santo Tomás de Aquino (véase la referencia
[M]

Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra caos proviene


de la palabra griega Kaos (abertura) que originalmente en la Teogonía de Hesíodo
significaba el espacio vacío infinito que existía antes de todas las cosas. del que na-
cieron Erebo y la Noche, cuyos hijos fueron el Eter y el Día. En latín existe la pala-
bra chaos que originalmente se interpretaba (en Ovidio, por ejemplo) como la masa
en estado bruto sin modelar, sobre la que el gran arquitecto del mundo introdujo or-
den y armonía generando el Cosmos. Actualmente tanto en. inglés como en caste-
llano, la palabra caos (chaos en inglés) tiene dos significados:

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La Materia

a) Estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la constitución


del cosmos.

b) Confusión, desorden.

La finalidad de este trabajo es la de aclarar el origen, la noción y la evolución


del término caos desde el punto de vista de las Matemáticas. Aquí conviene advertir
que desde un punto de vista más global, más filosófico, el término caos se está em-
pleando en otros sentidos que a mi entender no resultan claros. Desde luego en
Matemáticas el término y su significado son claros y no debe existir ambigüedad en
su uso.

La conclusión final que podemos extraer es que las ideas sobre el caos son en
realidad ideas que fueron descubiertas en el siglo XIX y puestas de actualidad en
los años 70 en el mundo norteamericano de la Física y las Matemáticas con otro
nombre y una distinta formulación. Quizás, como en otras muchas cosas, el “mar-
ketin” norteamericano ha tenido mucha culpa en la extensión y difusión de estas
ideas.

En cambio, las ideas sobre los atractores extraños (como el corazón geométrico
donde se desarrolla el caos) sí que son novedosas de los citados años 70 y han im-
pulsado una forma nueva de abordar un problema muy importante en Física y
.Matemáticas como es el problema de la turbulencia en los fluidos.

2. Origen y concepto de Caos

Aunque pueda haber algún precedente, en cualquier caso poco claro, la primera
vez que se usó el término caos en un artículo de Matemáticas, fue en 1975 con la
aparición en la revista americana American Mathematical Monthly de un artículo
con el sugestivo título de “Period three implies chaos' escrito por L. Li y J. Yorke.
Aunque el artículo es interesante en sí, sin embargo tuvo mucha transcendencia de
cara a la investigación en Matemáticas por el hecho del empleo del término
“chaos”, aunque el fenómeno estudiado en dicho artículo no coincidía con el que
posteriormente se va a identificar con la noción de caos. El artículo se refería al he-
cho de que si una función continua real de variable real tiene un punto periódico de
período 3, entonces tiene puntos periódicos de todos los períodos.

Antes de la aparición del artículo de Li y Yorke, en el mundo de la Física, Me-


teorología, Ingeniería, etc., el término caos se estuvo usando de una forma poco
precisa y muy irregular para describir fenómenos caracterizados del siguiente modo,
según una descripción heurística del meteorólogo E. N .Lorenz:

“Parece apropiado denominar caótico a un sistema físico real, si un


modelo del mismo suficientemente realista, del que se haya suprimido
la aleatoriedad inherente al mismo, sigue aparentando comportamiento
aleatorio'”

Lorenz estaba reproduciendo sin saberlo y haciendo alusión además a fenóme-


nos ya considerados y a ideas ya exploradas en el mundo de las Matemáticas en el
siglo XIX

Antes de pasar a un análisis más fino de estas ideas, vamos a hacer algunas pre-
cisiones sobre la terminología que estamos empleando y que emplearemos en lo que
sigue.

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La Materia

Un sistema es algo que tiene partes y que se concibe como una entidad simple. Se-
gún esta definición, no todo es un sistema:

1. Euclides definió un punto como aquello que no tiene partes.

2. En la mayor parte de las teologías, Dios no tiene partes.

3. El conjunto vacío tampoco tiene partes.

Sin embargo la mayor parte de las cosas pueden ser vistas como sistemas de
muy diferentes tipos: el sistema solar, el sistema capitalista, el sistema métri-
co-decimal, el sistema financiero. el sistema económico mundial, el sistema cardio-
vascular, etc.

En Matemáticas, es interesante recoger la opinión de Wittgenstein [Hi] sobre los


sistemas matemáticos:

“Un sistema matemático es un mundo. En Matemáticas no podemos


hablar de sistemas en general, sino únicamente de la idea de estar
dentro de un sistema”

Los teoremas de Gödel pueden interpretarse como una formulación precisa del
significado de Wittgenstein.

En realidad un sistema se identifica como la colección de todos sus estados


concebibles.

Un sistema dinámico es uno que cambia con el tiempo. Lo que cambia en reali-
dad es el estado del sistema. A tal respecto, el sistema capitalista es dinámico (se-
gún Marx), mientras que el sistema métrico-decimal es no dinámico.

Aunque más adelante lo definiremos con más precisión, un sistema dinámico,


en el sentido matemático, viene descrito por su espacio de estados junto con una re-
gla, llamada la dinámica del sistema, que permita determinar el estado que corres-
ponde a un tiempo futuro dado, partiendo del estado del sistema en el tiempo pre-
sente.

Desde las más antiguas civilizaciones hasta la relatividad general el sistema di-
námico más importante ha sido el cosmos y el problema crucial, el de encontrar su
dinámica.

Tradicionalmente, en Física y también en Matemáticas, los sistemas se han cla-


sificado en dos grandes grupos:

1. Sistemas lineales.

2. Sistemas no lineales.

Un sistema dinámico es lineal cuando su dinámica es conocida, de tal forma


que el conocimiento del estado actual del mismo hace que se pueda conocer el esta-
do en cualquier otro instante futuro o pasado. Dicho sistema se puede formular me-
diante una ecuación diferencial ordinaria o en derivadas parciales, ecuación en dife-
rencias finitas, ecuación integral o sistemas de ecuaciones combinación de las ante-
riores pero siempre lineales. Esto significa desde un punto de vista físico, que la
respuesta a una suma de efectos, es la suma de las respuestas a cada uno de ellos.

La segunda ley de Newton F = ma es un buen ejemplo de tales linealidades.

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La Materia

Los sistemas no lineales son aquellos que no presentan tal comportamiento, pe-
ro si se conoce el estado actual del sistema y una ecuación (de cualquiera de los ti-
pos señalados anteriormente) no lineal que lo modeliza, también se podrá conocer el
estado que el sistema alcanzará en el futuro.

Tanto para sistemas lineales como no lineales, si el sistema está modelado por
una ecuación diferencial o en diferencias finitas, se denomina sistema determinista,
es decir, existe una forma de determinar su comportamiento futuro dadas unas de-
terminadas condiciones iniciales. En tales circunstancias se puede esperar un com-
portamiento regular y predecible del sistema.

Pero esto no resulta ser exactamente así y ya Poincaré en 1892 descubrió que
algunos sistemas derivados de la Mecánica, cuya evolución en el tiempo está go-
bernada por las ecuaciones de Hamillton, no siguen el comportamiento regular ante-
riormente considerado, sino que por el contrario el comportamiento futuro es com-
pletamente impredecible. En esencia esto significa que si el estado de un punto
evoluciona de una forma regular con el tiempo, es de esperar que un punto próximo
al anterior lo haga de una forma parecida. Lo que posteriormente se llamó compor-
tamiento irregular o caótico es precisamente el que puntos próximos en el instante
actual. puedan tener comportamientos muy dispares en instantes futuros.

Desgraciadamente, en el mundo de la Física y de las Matemáticas, esto fue con-


siderado como una simple curiosidad hasta que unos 70 años después, hacia 1963,
Lorenz encontró un sistema de tres ecuaciones diferenciales no lineales bastante
sencillo cuyas trayectorias verifican la anterior condición de impredecibilidad futu-
ra.

En años recientes, debido sobre todo a la ayuda de resultados teóricos nuevos, a


las posibilidades de cálculo que ofrecen los modernos ordenadores y a técnicas ex-
perimentales más sofisticadas, se ha encontrado que lejos de ser una curiosidad, el
fenómeno de impredecibilidad de los sistemas se presenta frecuentemente en la na-
turaleza y con notables consecuencias en muchas ramas de la ciencia. Sobre todo en
Física, el fenómeno de la impredecibilidad se ha bautizado con el sugestivo nombre
de caos determinista.

Ahora podemos presentar algunos sistemas no lineales que presentan el caos


determinista:

el péndulo forzado,
los fluidos cerca de la aparición de la turbulencia,
los láseres,
muchos problemas en Óptica no lineal,
uniones de Josephson,
algunas reacciones químicas,
el problema clásico de los n-cuerpos (en particular el de los tres cuerpos),
aceleradores de partículas,
plasmas sometidos a ondas no lineales interactivas,
modelos biológicos en dinámica de poblaciones,
células del corazón sometidas a excitación exterior, ...

Aquí conviene hacer notar un hecho importante; la no linealidad es una condi-


ción necesaria pero no suficiente para la presencia del caos determinista.

Aunque existe probablemente una prehistoria de todas las ideas que hemos
mencionado, nosotros y para centrar las nociones, vamos a seguir la actividad de
tres científicos franceses del siglo XIX.

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La Materia

Jacques Hadamard (1868 - 1963)

Pierre Duhem (1861 - 1916)

Henri Poincaré (1854 - 1912)

Nuestros antepasados habían descubierto hace mucho tiempo que el futuro es


muy difícil, si no imposible, de predecir. Pero lo que es más reciente es el descu-
brimiento del hecho y su demostración matemática de que en algunos sistemas, una
pequeña variación en el punto inicial donde empezamos a considerar la evolución
del mismo, conducen a grandes cambios en la evolución posterior, por lo que cual-
quier posibilidad de predicción resulta completamente imposible. Este hecho fue
observado por Hadamard en [H].

El sistema considerado por Hadamard era una especie de billar alabeado, al que
denominaremos el billar de Hadamard y en el que la mesa del mismo se ha susti-
tuido por una superficie con curvatura negativa en todos sus puntos. Realmente lo
que interesa considerar es el movimiento que tendría un punto ideal que estuviera
ligado a dicha superficie y que se moviera por la misma sin rozamiento. De esta
forma el billar de Hadamard constituye la materialización de lo que se conoce téc-
nicamente por flujo geodésico sobre la superficie de curvatura negativa.

El siguiente teorema (demostrado primeramente por Lobatchevsky para super-


ficies de curvatura negativa constante como la esfera o la pseudoesfera, fue exten-
dido por Hadamard a superficies de curvatura negativa en todos sus puntos, aunque
no necesariamente constante) se puede enunciar en el lenguaje actual de las varie-
dades riemanianas diferenciables.

Theorem 2.1. Sea V una variedad riemaniana compacta y conexa de


curvatura negativa. Entonces el flujo geodésico en el espacio tangente
en cada punto a la variedad es un C-flujo.

Una demostración de este teorema se puede encontrar, por ejemplo, en [AA].


C-flujo significa que las órbitas del sistema son altamente inestables en el sentido
de que dos órbitas que tengan datos iniciales próximos se separan exponencialmente
con el tiempo.

La misma propiedad que tiene el billar de Hadamard, fue demostrada en los


años 70 por el matemático soviético Jakob Sinai para el caso de un billar plano con
obstáculos convexos [S].

Para tener una idea sencilla del fenómeno que ocurre en el billar de Sinai po-
demos utilizar el ejemplo de la máquina de bolas. Dos bolas que se lancen con
aproximadamente la misma dirección y velocidad pueden tener trayectorias muy
dispares. Dicha disparidad es debida a la presencia de los obstáculos en el billar.

En la época en que se conocieron los trabajos de Hadamard, uno de los que en-
tendieron las repercusiones filosóficas de los mismos fue el físico y filósofo francés
Pierre Duhem (como curiosidad. a Duhem se le debe la publicación de un trabajo
considerable que tituló: El Sistema del Mundo, Historia de las Doctrinas Cosmoló-
gicas de Platón a Copérnico en diez volúmenes. En uno de estos volúmenes publi-
cado en 1906, introdujo un apartado bajo el título de: Ejemplo de una Deducción
Matemática que nunca debe utilizarse [D].En este apartado, Duhem se refería al
cálculo de trayectorias sobre el billar de Hadamard, Tal trayectoria “nunca debe
utilizarse”, ya que cualquier pequeña incertidumbre que necesariamente está pre-
sente en la condición inicial, da lugar a una gran incertidumbre en la trayectoria cal-

9
La Materia

culada si se espera el tiempo suficiente, y esto convierte a la predicción en algo sin


ningún valor.

En Ciencia y Método, publicado en 1908, el gran matemático Henri Poincaré


hace uso de algunas observaciones que él mismo había realizado tiempo antes al
estudiar las órbitas de cuerpos materiales en el espacio tridimensional en el modelo
conocido como el problema de los tres cuerpos que no es otra cosa que un sistema
de tres ecuaciones diferenciales ordinarias con condiciones iniciales que representan
los movimientos resultantes de tres cuerpos sometidos a las fuerzas gravitatorias
ejercidas entre ellos.

En este modelo, existen puntos fijos en los que las variedades estables e inesta-
bles de los mismos (conjuntos de puntos cuyas órbitas cuando el tiempo crece, tien-
den al punto fijo o puntos cuyas órbitas “proceden” de los mismos) se cortaban,
Poincaré descubrió que cuando este fenómeno ocurre, las órbitas que pasan cerca de
los puntos de intersección se comportan de una forma muy complicada. Tal punto
de intersección se denomina un punto homoclínico del punto fijo. La órbita que pa-
sa por un punto homoclínico se denomina una órbita homoclínica. Cualquier órbita
homoclínica tiende hacia el punto fijo tanto para valores del tiempo hacia adelante
como hacia atrás.

Estas observaciones, propiciaron el que en el citado “Ciencia y Método”, Poin-


caré discutiera el problema de la impredecibilidad del movimiento de ciertos siste-
mas mecánicos, aunque no de una forma técnica. Llega a la conclusión de que el
azar y el determinismo se pueden hacer compatibles precisamente por la impredeci-
bilidad a largo plazo. Poincaré lo explica del siguiente modo: “Una causa muy pe-
queña, que se nos escapa, determina un efecto considerable que no podemos pre-
ver, y entonces decimos que dicho efecto se debe al azar”.

Poincaré conocía lo útiles que son las probabilidades en la discusión del mundo
físico y quería saber cuales eran las fuentes del azar. Sus reflexiones le dieron varias
respuestas. Uno de tales mecanismos o fuentes posibles era el de la inestabilidad de
las órbitas.

Discutió dos ejemplos destacados de inestabilidad:

1. Un gas que está compuesto de numerosas moléculas que se mue-


ven a gran velocidad en todas las direcciones y que experimentan
numerosos choques entre sí. Estos choques, según Poincaré, dan
lugar a sensibilidad a las condiciones iniciales (esta terminología no
fue empleada por Poincaré sino la de impredicibilidad del movi-
miento). La situación es análoga a la de la bola de billar chocando
con un obstáculo convexo. La impredecibilidad del movimiento de
las partículas en el gas justifica una descripción probabilista del
mismo.

2. El segundo ejemplo concierne a la Meteorología. También en este


ejemplo existe sensibilidad a las condiciones iniciales. Por otra
parte, nuestro conocimiento de las condiciones iniciales es siempre
algo impreciso, y ello explica la poca fiabilidad de las previsiones
del tiempo atmosférico que se pueden realizar. Esto ocurría al final
del siglo XIX, pero actualmente parece que las cosas en este terre-
no no han mejorado sustancialmente. Así, como no podemos prever
cómo se van a suceder los fenómenos meteorológicos, pensamos
que su sucesión tiene lugar al azar.

10
La Materia

Hay que poner de manifiesto que el esfuerzo realizado por Poincaré para tratar
de entender cuáles son las fuentes del azar, tiene mucha relación con el ambiente
científico que se vivía a finales del siglo XIX. En esta época, muchos físicos y quí-
micos negaban el que la materia estuviera compuesta de átomos y de moléculas.
Otros habían aceptado ya mucho tiempo atrás, el que en un litro de cualquier gas,
había un número enormemente grande de moléculas que se movían a gran veloci-
dad en todos los sentidos y que chocaban en el más espantoso de los desórdenes.
Este desorden se puede cuantificar como la suma de mucho azar en un volumen pe-
queño. Pero ¿cuánto azar? La pregunta tiene sentido y podemos responderla gracias
a la Mecánica Estadística creada hacia 1900 por el austríaco Ludwig Boltzmann y el
americano J. Williard Gibbs. La contestación a la pregunta es que la cantidad de
azar presente en un pequeño volumen de un gas viene dada por la entropía de ese
volumen de gas.

Lo que resulta interesante, es que actualmente tenemos medios de determinar


con precisión estas entropías. La conclusión es que, en cierto modo, se consigue
domesticar el azar y convertirlo en imprescindible para la comprensión de la es-
tructura de la materia.

Aunque no en los términos usados por la Mecánica Estadística, la noción de


entropía fue introducida en 1850 por el físico alemán Clausius y ha tenido una cu-
riosa evolución en la historia de los Sistemas Dinámicos que merece comentar,
aunque solo sea brevemente.

Usando las ideas de Boltzmann y Gibss, el ingeniero americano Claude


Shannon creó en 1948, lo que hoy conocemos como Teoría de la Información in-
troduciendo una nueva noción de entropía, extensión de las anteriores. Más adelan-
te, con las ideas de la Teoría de la Información, el matemático soviético A. N. Kol-
mogorov introdujo en el contexto de los Sistemas Dinámicos, la noción de entropía
métrica que se extendió en los años 70 a la de entropía topológica y que actual-
mente es usada en Sistemas Dinámicos como una medida del grado de complejidad
de los mismos.

Las ideas de Poincaré sobre las trayectorias homoclínicas quedaron olvidadas


hasta los años 60, cuando el topólogo americano Steve Smale estaba tratando de
comprender y de explicar satisfactoriamente los fenómenos estudiados durante el
tiempo de la Segunda Guerra Mundial por los matemáticos británicos, Mary
Cartwright y J.L.Littelwood con relación al comportamiento de ciertas ecuaciones
diferenciales que aparecen en fenómenos de transmisión por radio. Smale descubrió
una estructura geométrica que denominó “herradura” y que permitía explicar los fe-
nómenos observados por Poincaré, Cartwright y Littelwood aunque fuera en dife-
rentes problemas. No solamente esto, la “herradura” le sirvió a Smale para resolver
para dimensiones a partir de 4, una famosa conjetura planteada por Poincaré: “Una
variedad con los mismos invariantes algebraicos, que la esfera n-dimensional es
idéntica topológicamente hablando a ella”. Por cierto que la conjetura está todavía
sin resolver para dimensión 3.

Las circunstancias que rodearon el descubrimiento de Smale, pueden ser segui-


das en el artículo [Sm] explicado por el propio autor y que constituye sin duda un
delicioso, a la vez que interesante relato.

Todas estas ideas cuya génesis hemos repasado, fueron consideradas por el
mundo matemático a partir sobre todo de los años 70 por dos razones, por lo suges-
tivas que son y por el ambiente científico general que impulsó a analizarlas en el
marco teórico adecuado.

11
La Materia

Múltiples ejemplos de Sistemas Dinámicos con comportamiento ca6tico pueden


ser propuestos. En las referencias que se proponen pueden estudiarse con detalle.

Bibliografía
[AA] Arnold V.I., Avez A., Ergodic Problems of Classical Mechanlcs, Addison-
Wesley. Advanced Book Classics, 09406, 1989.

[G] Gleick J., Caos. La Creación de una Nueva Ciencia, Seix Barral, 1989.

[GH] Guckenheimer J., Holmes, P., Nonlinear Oscillations, Dynamical Systems


and Bifurcation of Vector Fields, Springer-Veriag, 1983.

[H] Hadmard J., “Les Surfáces à Courbure s Opposées et leurs Lignes Géodési-
ques”, J. Math. Pures et Appliquées. 4, (1989), p.p.27-73.

[He] Hénon M. “A Two Dimensional Mapping wlth a Strange Attractor“,


Comm.Math.Physics., 50, (1976), p.p. 69-77.

[I-L] Hirsch M. “The Dynamlcal Systems Approar-h to Differential Equations”,


Bulletin of the Amer.Math.Soc., 11,Number 1 (1984), p.p.1-64.

[L] Lorenz. E., La Esencia del Caos, Círculo de Lectores, 1995.

[MI Muñoz Cortés, M., Summa versus Encyclopediam. Lección Magistral en


Santo Tomás de Aquino, Servicio de Publicaciones. Universidad de Murcia,
1996.

[P] Prigogine I., Las Leyes del Caos, Drakontos, 1997.

[R] Ruelle D. Hasard et Chaos. Éditiors Odíle Jacob, 1991.

[RT] RueUe D, Takens F. “On the Nature of Turbulence” Comm.MatlLPhys. 20


(1971), p.p. 167-192; 23, (1971), p.p. 343-344.

[S] Sinai. J., “On the Concept of Entropy of a Dynamical System”, Doklakad.
Nauk. SSSR. 124, (1959), p.p. 768-776 (En ruso).

[St] Stewart I., ¿Juega Dios a los Dados?, Drakontos ,1991.

12
DESCRIPCIÓN DE LA
MATERIA Y CAOS
Luis Calero Morcuende

Comunicación

C
omo un posible asunto para la discusión de esta tarde voy a sugerir, de una
forma cualitativa y simplificada, algunas ideas respecto del modo en que las
nuevas ciencias del caos han afrontado el problema de la descripción de la
materia. Totalidad y elemento, orden y desorden, necesidad y azar, son algunas de
las parejas de conceptos implicados que preludian el debate. Se trata de una cues-
tión importante porque, aparte de las expectativas que siempre despierta nuestra in-
vestigación del mundo físico, la propia noción de ley “científica” no es indepen-
diente de dicha descripción, por lo que puede incluso afirmarse que es el mismo
concepto de “ciencia” (y, de paso, también el de “racionalidad”) el que pretende ser
revisado. Para hacer más evidente este cambio de perspectiva me serviré de la cien-
cia tradicional o clásica como fondo de contraste.

1
Mientras la ciencia clásica intenta descomponer la materia en sus elementos
más simples, las ciencias del caos (ciencias de la complejidad) necesitan con-
siderar una complicación mayor para hacer valer sus principios. El supuesto
metodológico fundamental de la perspectiva clásica de la ciencia consiste en que,
para comprender el mundo, hay que aislar sus partes componentes hasta llegar a sus
unidades más básicas: los elementos de la materia (llámense quarks, cromosomas o
neuronas). Los científicos tradicionales descomponen la materia y examinan sus
componentes uno tras otro, considerando que este modo de ver analítico proporcio-
na una visión de la realidad en su estado puro. Y si desean conocer el modo en que
interactúan las partículas reúnen a unas pocas de ellas, considerando que ya hay su-
ficiente complicación. Como ejemplo paradigmático de esta actitud, sirva el proce-
der de la física de partículas en su intento por explorar los bloques constructivos de
la materia empleando energías cada vez más altas, escalas cada vez más reducidas y
tiempos cada vez más breves. Por contra, las nueva perspectiva del caos rompe esta
tendencia de lo científico a analizar la materia en términos de sus partes constituti-
vas y, en su lugar, propone la consideración de niveles más complejos de organiza-
ción, especialmente de sistemas dinámicos que se caracterizan por un comporta-
miento irregular, variable y discontinuo.

2
Por la importancia que conceden al cambio, puede decirse que las ciencias
del caos son ciencias del devenir antes que del ser, del proceso antes que del
estado. La física clásica (en la línea de la tradición platónica) opone “ser” a
“devenir” y “verdad” a “ilusión”. Su aspiración consiste en comprender lo inmuta-
ble más allá de las simples y cambiantes apariencias fenoménicas. El símbolo de la
inteligibilidad científica se cifraba en el comportamiento estable y ordenado. Pero
ahora, ante la nueva perspectiva, la estabilidad y la simplicidad dejan de ser la regla
se convierten en la excepción. Desde su reconocimiento de la complejidad, las nue-
La Materia

vas ciencias reclaman el estatuto de realidad para el cambio y su derecho a adquirir


carta de naturaleza científica.

Ya algunos antecesores de la teoría del caos (como Wilson, Kadanoff y Fisher)


desplazaron su interés hacia el estudio de las llamadas transiciones de fase, es decir,
hacia el estudio del comportamiento de la materia en las inmediaciones del punto en
que cambia de un estado a otro (ebullición de líquidos, licuación de sólidos, imanta-
ción de metales, etc.). Como sabemos, las transiciones de fase tienden a ser alta-
mente no lineales, de manera que el comportamiento estable y predecible de la ma-
teria en una fase no suele servir de mucho para entender su transición a otra. Esto
no alienta, sin embargo, la proclamación del imperio del desorden absoluto. El prin-
cipio del desorden remite al elemento individual, es decir, las posibilidades de de-
sorden aumentan proporcionalmente al grado de autonomía de las partes, de manera
que aquellos fenómenos materiales (o vitales) cuyos elementos constitutivos están
de alguna forma relacionados no pueden exhibir nunca un desorden absoluto sino,
en todo caso, desórdenes relativos. Lo cual nos lleva a distinguir dos representacio-
nes del desorden: el desorden destructor y el desorden creativo (de un nuevo orden).
Así lo explica G. Balandier: “El desorden se vuelve destructor cuando hay pérdida
de orden, cuando los elementos se disocian, y tienden a no constituir más una es-
tructura, una organización, una simple suma. El desorden se vuelve creador cuan-
do produce una pérdida de orden acompañada de una ganancia de orden, que es
generador de un orden nuevo reemplazante del antiguo y puede ser superior a él.
El proceso de complejización opera según esta lógica, no por adición, sino por
sustitución a un nivel más elevado. En un caso, la realidad queda amputada de las
formas de orden que desaparecen sin compensación; en el otro, es enriquecida por
formas nuevas de orden1”.

Pues bien, frente a la visión newtoniana del mundo en la que el desenvolvi-


miento de los fenómenos aparece regido, a la manera de un plan, por leyes inmuta-
bles externas que les confieren un orden total mecanizado y ahistórico, los teóricos
del caos reivindican un concepto de realidad que incorpore el devenir (ámbito del
tiempo) y en la que, por medio de desorganizaciones y reorganizaciones sucesivas,
la creación del orden pueda proceder del desorden.

3
Respecto del tiempo, la descripción clásica de la naturaleza nos remite a un
universo fundamentalmente reversible que niega la diferencia entre futuro y
pasado; por contra, la nueva descripción de la naturaleza considera la irre-
versibilidad como una característica fundamental de la estructura del universo. La
idea de un tiempo reversible se remonta a Newton. Sus ecuaciones matemáticas pa-
ra el movimiento de los cuerpos (tanto terrestres como celestes) son de tal índole
que, con independencia de cuáles sean las posiciones y velocidades del sistema en
un momento inicial de observación, su conducta está determinada para todos los
tiempos pasados y futuros. Sin embargo, lo que no hacen dichas ecuaciones es deci-
dir que dirección constituye el pasado y el futuro de nuestro universo, despojando al

1
Balandier, G., El desorden, Barcelona, Gedisa, 1996, pp. 44-45. Considera este autor que
las ciencias del caos ya no pueden comprometerse a dar una imagen del mundo “simple y
clara”, según la prescripción de Einstein. Al abordar lo complejo y hacer hueco al devenir,
las nuevas ciencias pierden globalidad (se hacen más locales)y sus representaciones del
mundo se vuelven más fragmentadas.

14
La Materia

tiempo de su direccionalidad. Esta misma noción simétrica del tiempo persiste en la


teoría de la relatividad de Einstein2 y en la mecánica cuántica.

La aparición en el s. XIX de los paradigmas evolutivos (con ciencias como la


biología y la termodinámica) mostró la necesidad de replantear el problema del
tiempo, aunque todavía existía el convencimiento generalizado de que el tiempo di-
reccional era una mera descripción fenomenológica y de que las descripciones físi-
cas fundamentales podían plasmarse sin dificultad en leyes deterministas temporal-
mente reversibles. La consideración evolutiva de lo viviente preparó el principio de
la reacción contra el tiempo de inspiración newtoniana porque, tratándose de la vi-
da, la idea de irreversibilidad resulta casi inconcebible. ¿Quién puede asimilar —
excepto Einstein y algunos más— la equivalencia entre, por ejemplo, un hombre
que nace, crece y muere, y un hombre que resucita, rejuvenece y se hace niño? En
expresión de Prigogine, “la vida es, por tanto, como una inscripción de ‘irreversibili-
dad’ sobre la materia3”. Por su parte, la irreversibilidad irrumpió en la física de la
mano del segundo principio de la termodinámica, la ley que dice que el calor sola-
mente puede fluir de un cuerpo más caliente a otro más frío. Nunca vemos que una
taza de té se caliente espontáneamente; siempre se enfría. El crecimiento de la en-
tropía es una señal que indica a las claras la dirección del tiempo, así como el au-
mento inexorable del desorden en el universo.

Esta idea del universo caminando hacia su desorganización total parece, no


obstante, contradecir la teoría de la evolución de Darwin, pues ésta muestra cómo
con el paso del tiempo, formas simples de vida han originado formas complejas, lo
que supone que la vida se ha ido haciendo cada vez más organizada y no menos. Sin
embargo, el descubrimiento por Prigogine y sus colaboradores de las estructuras de
no equilibrio o “disipativas4” ha puesto de manifiesto la compatibilidad entre un
universo donde crece la entropía y la aparición de entidades tan complejas y refina-
das como el cerebro humano. Aunque el estado final de la materia pueda ser el de-
rrumbamiento inexorable en el desorden, el segundo principio de la termodinámica
no pretende que ello tenga lugar uniformemente en el espacio y en el tiempo, por lo
que, al menos en principio, el caos puede llevar a nuevos estados ordenados de la
materia. El crecimiento local del orden (y la consecuente disminución entrópica del
sistema concreto) se saldaría con un incremento global de la entropía.

2
Cuando Einstein se enteró de la muerte de su amigo y confidente Michelangelo Besso, a
modo de consuelo para la familia del difunto, cuéntase que escribió lo siguiente: “Para no-
sotros, físicos convencidos, la distinción entre el pasado, el presente y el futuro es solamente
una ilusión, por persistente que sea...”. Su creencia en la intemporalidad de las leyes de la fí-
sica era tan firme que, como vemos, hasta la muerte quedaba relativizada.
3
Prigogine,I., “Enfrentándose con lo irracional”, en Proceso al azar (edición de Jorge Wa-
gensberg), Barcelona, Tusquets, 1996, p.170.
4
En las condiciones de no equilibrio, cuando el sistema disipa energía e interactúa con el
exterior, la materia se comporta de una forma radicalmente distinta, originando fenómenos
irreversibles que ponen de relieve el papel constructivo del tiempo. Algunos ejemplos bien
conocidos son la inestabilidad de Bénard y los osciladores químicos. Paralelamente, el des-
cubrimiento de los sistemas dinámicos caóticos ha operado una profunda renovación en la
dinámica que parece haber invertido el punto de vista clásico según el cual los sistemas es-
tables eran la regla y los inestables excepciones. Como afirma Prigogine, “el carácter ines-
table e irreversible pasan a ser parte integrante de la descripción en el nivel fundamental”
(Las leyes del caos, Barcelona, Crítica, 1997, p.45).

15
La Materia

Para la ciencia tradicional, el gran libro del Universo está escrito con las

4 figuras de la geometría clásica (líneas y planos, círculos y esferas, triángulos)


y conocemos5 para las ciencias del caos, esta geometría no se corresponde
con el carácter de lo complejo, pues resulta demasiado abstracta. La materia
está asociada a la extensión y, por tanto, a una geometría, pero la esencia de las
formas irregulares no se deja apresar por medio de las mediciones euclídeas, sino
por medio de la denominada geometría fractal. No en vano, Benoît Mandelbrot so-
lía decir que las nubes no son esferas ni los montes conos. La nueva geometría ha
de ser capaz de reflejar un universo áspero, escabroso, retorcido, quebrado, enmara-
ñado. Para Mandelbrot, la dimensión efectiva de una cosa resultaba distinta de sus
tres dimensiones mundanas habituales (largura, anchura y espesor): la dimensión
efectiva es la dimensión fraccional, que representa el medio de ponderar cualidades
como el grado de irregularidad o discontinuidad de un objeto6. Así surge la geome-
tría fractal como un procedimiento de descripción y cálculo sobre las figuras irre-
gulares y fragmentadas, figuras que iban desde la línea de un litoral hasta las líneas
cristalinas de los copos de nieve.

Este descubrimiento llevó aparejado la modificación de las reglas de confección


de las figuras geométricas. Ante una ecuación, la geometría clásica busca la serie de
números que la satisfagan y las soluciones producen distintas figuras como circun-
ferencias, elipses, parábolas, hipérbolas. Pero cuando, en vez de resolverla, el geó-
metra la itera en un bucle de realimentación, la ecuación deja de describir un estado
estático y se transforma en un proceso dinámico que causa como comportamiento la
convergencia de una repetición periódica de los estados y la carrera desenfrenada
hacia el infinito (como muestra el “conjunto de Mandelbrot”).

5
La ciencia clásica, con sus preguntas acerca del tamaño y la duración de las
cosas, presupone que para la comprensión o representación de un objeto tie-
ne importancia la escala. Por el contrario, los defensores de las ciencias del
caos aseguran que algunos fenómenos son escalares, es decir, su irregularidad pe-
culiar (descriptible en términos de dimensión fractal) no se altera sea cual sea la
escala en que se los observe. Un hombre cuyo tamaño se duplicase, so pena de no
ver aplastados sus huesos, necesitaría una arquitectura corporal distinta. Aquí sí que
tiene importancia la escala. Mas, por ejemplo, un seísmo intenso y otro débil, una
nube grande y otra pequeña, un remolino de polvo formado en una calle y un hura-
cán visible desde el espacio, tienen ambos la misma estructura. En estos casos, bus-
car su hipotética escala característica no hace sino provocar confusión. A través de
sus exploraciones de objetos reales7, de pautas irregulares en los procesos naturales
(ruido en las transmisiones electrónicas, riadas del Nilo y precios del algodón) y de
formas infinitamente complejas (como la curva de Koch, figura con el resultado pa-
radójico de que una línea infinitamente larga rodea un área finita) Mandelbrot llegó
a la conclusión de que el grado de irregularidad permanecía constante a diferentes
5
Recordemos la conocida aseveración de Galileo en Il Saggiatore (1623): “La filosofía está
escrita en este gran libro que está abierto continuamente ante nuestros ojos (me refiero al
Universo), pero no puede ser comprendido a menos que antes se aprenda su lenguaje y se
conozcan los caracteres en que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático, y los ca-
racteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas”.
6
Con libros como Los objetos fractales (Barcelona, Tusquets, 1987), Mandelbrot atrajo la
atención de la comunidad científica sobre la presencia de las formas fractales entre los ob-
jetos naturales.
7
Mandelbrot escribió un curioso artículo con el retador título de “How long is the coast of
Britain?” en el que puso de manifiesto que, al paso que la escala de medición se hacía más
pequeña (desde la medición efectuada por un satélite hasta la que, hipotéticamente, realiza-
ría un caracol que pudiera deslizarse por todos sus contornos, pasando por la que podríamos
llevar a cabo recorriendo sus playas), la longitud media de un litoral aumenta sin límite.

16
La Materia

escalas. También desde el nuevo enfoque geométrico el mundo exhibe, pues, una
irregularidad regular: hay orden dentro del caos.

6
Al abordar el problema de las mediciones y considerar que éstas nunca se-
rían exactas, la perspectiva clásica de la ciencia supuso que podía prescindir-
se de los errores mínimos; los teóricos del caos, por contra, demostraron que
muchos sistemas físicos presentaban “dependencia sensitiva de las condiciones ini-
ciales”. La ciencia tradicional no ignoraba que nuestro conocimiento de las condi-
ciones iniciales de un sistema siempre estaría empañado por ciertas imprecisiones
pero, dada la convergencia en el modo como ocurren las cosas, pensaron que un
input aproximadamente exacto tendría que rendir siempre un output aproximada-
mente exacto. Por ejemplo, un error mínimo al fijar la posición de un cometa sólo
causaría minúsculos errores en la predicción de su próxima llegada, desviación que
continuaría siendo insignificante en el futuro. Sin embargo, ya finales del s. XIX el
matemático francés Jacques Hadamard demostró que, para ciertos sistemas, un pe-
queño cambio en la condición inicial conducía rápidamente a una modificación
sustancial de la evolución posterior del sistema, lo cual significaba que cualquier
leve error en la fijación de las condiciones iniciales haría inviable su predicción a
largo plazo. Poincaré también se hizo eco de esta misma circunstancia en Ciencia y
método (1908), excusando por su razón la poca fiabilidad de las predicciones me-
teorológicas.

Curiosamente, 50 años más tarde y de forma independiente, Edward Lorenz re-


descubrió las ideas de Poincaré sobre las previsiones meteorológicas8 Lorenz con-
cluyó que cualquier sistema físico de comportamiento no periódico (aquellos que
jamás alcanzan estabilidad y nunca se repiten de forma completa), por presentar
sensibilidad a las condiciones iniciales, sería del todo impredecible. El popular-
mente conocido como “efecto mariposa” terminaba así con la fantasía laplaciana de
la predecibilidad determinista.9 La noción se ha revelado tan importante en el plano
conceptual que, precisamente, lo que ahora entendemos por caos puede definirse
como la evolución temporal de un sistema con sensibilidad a las condiciones ini-
ciales.

7
La ciencia clásica asocia el concepto de “ley de la naturaleza” a una des-
cripción determinista y reversible en el tiempo; las ciencias del caos preten-
den generalizar dicho concepto incorporando las nociones de probabilidad e

8
Según cuenta J. Gleick en su libro Caos (Barcelona, Seix Barral, 1998, pp. 19 y ss.), a
principio de los años 60 E. Lorenz trabajaba con su ordenador Royal McBee en problemas
de simulación numérica del tiempo atmosférico. Con su tiempo de juguete demostró que una
ligerísima variación de los datos producía pautas que, representadas en la pantalla, se aleja-
ban cada vez más una de otra hasta que desaparecía cualquier atisbo de semejanza. El siste-
ma de ecuaciones que Lorenz utilizaba era estrictamente determinista. Dado un especial
punto de partida, el tiempo se desarrollaría siempre del mismo modo; dado un punto de par-
tida levemente distinto, el tiempo se desarrollaría de manera ligeramente diferente. Pero en
el sistema de ecuaciones de Lorenz los errores ínfimos (que él cometió al pretender repetir
una secuencia olvidando introducir la totalidad de las cifras decimales) resultaron catastrófi-
cos.
9
Debemos a Laplace la formulación más celebrada del determinismo clásico. En su Ensayo
filosófico sobre las probabilidades (Alianza Editorial, Madrid, 1985) afirma: “Una inteli-
gencia que en un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan a la natura-
leza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo sufi-
cientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sóla
fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más lige-
ro; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus
ojos”.

17
La Materia

irreversibilidad. Es indudable que a nuestro alrededor existen objetos y sistemas fí-


sicos que obedecen a leyes clásicas deterministas y reversibles, pero, según defen-
sores del caos como Prigogine10 dichos objetos y sistemas corresponden a casos
simples, casi a excepciones (como el movimiento planetario). Son muchos más, de-
claran, y de mayor interés, los objetos a los que se aplica el segundo principio de la
termodinámica y los sistemas cuyo comportamiento es sensible a las condiciones
iniciales. Ahora bien, en estos sistemas inestables las leyes de la naturaleza se tor-
nan fundamentalmente probabilistas: expresan lo que es posible y no lo que es
cierto. A lo sumo, cuando el sistema presenta sucesivas bifurcaciones, se combinan
estadios descritos por leyes deterministas (entre los puntos de bifurcación) y leyes
probabilistas (en el mismo punto de bifurcación11).

Una de las consecuencias esperables de la ampliación del concepto de “ley


científica” en el sentido expresado sería la superación de la división tradicional en-
tre ciencias “duras” y “blandas”. Es notorio que el creciente interés por los sistemas
dinámicos ha estimulado muchas investigaciones en biología, ecología, economía y
otras ciencias sociales, pero la precisión cuantitativa que puede obtenerse en estas
investigaciones es mucho menor que la que se alcanza en física, por lo que el im-
pacto del caos en dichas ciencias, como ha puesto de relieve D. Ruelle12 queda más
al nivel de la filosofía de la ciencia que al nivel de la ciencia cuantitativa.

10
Las leyes del caos, p.111.
11
Contrariamente a lo que sostiene Prigogine, autorizado portavoz de las doctrinas del caos,
René Thom, en polémica controversia, sostiene que las leyes científicas son necesariamente
deterministas. (Una visión divulgativa de la opinión de Thom sobre la ciencia se ofrece en
Parábolas y catástrofes, Barcelona, Metatemas, 1993).
12
Ruelle, D., Azar y Caos, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pp. 85-86. Rouelle señala que
en las ciencias ‘blandas’ todavía no se conocen ecuaciones apropiadas de evolución tempo-
ral del sistema (como ocurre en astronomía, hidrodinámica e, incluso, meteorología) ni tam-
poco registros experimentales largos y precisos que pudieran sustituirlas.

18
LA INCERTIDUMBRE
COMO MATRIZ
CULTURAL
José Lorite Mena
Comunicación

1. Caos: algo familiar.


El 8 de noviembre de 1998, el diario El País presentaba en la página 3 de su
«Sección internacional» un mapa donde se mostraba la evolución del huracán
«Mitch». A la angustia permanente de ver y oír todos los días, en diferentes medios
de comunicación, su efecto demoledor, se añadía entonces, con la claridad sintética
de los mapas y los pormenores analíticos que los explicaban, una incertidumbre to-
tal. Nunca se supo con seguridad la dirección que tomaría el huracán en las horas si-
guientes Fsu trayectoria había sido errática, con bruscos cambios impredeciblesF;
tampoco se lograba precisar con seguridad si amainaría o arreciaría Fpor momentos
se debilitaba y repentinamente tomaba fuerzasF; menos aún se podía establecer su
velocidad Flas barreras montañosas, las fracturas costeras o las hondonadas de los
ríos parecían acelerarlo o paralizarlo caprichosamente1. Los servicios meteorológi-
cos, con el apoyo de la más refinada tecnología de los satélites, se afanaban por cru-
zar los datos tomados a escasos metros del huracán o a cientos de kilómetros de al-
tura. La más mínima variación en la temperatura atmosférica, en la dirección del
viento, en la humedad ambiental..., e incluso en la posición de la Luna, todo era te-
nido en cuenta. Y sin embargo, la conjunción de estos datos, recogidos con un rigor
instrumental excepcional y un refinamiento matemático incuestionable, sólo podía
ofrecer previsiones probabilistas, de ninguna manera predicciones deterministas.
Esto es un sistema caótico.

Había un abismo entre el deseo científico de proporcionar explicaciones causa-


les lineales, continuas y reversibles, y el comportamiento no-lineal, discontinuo e
irreversible del huracán. No se debía a deficiencia de los datos, a imprecisión ins-
1
La información resumida por El País, a pie de foto en la fecha indicada, era siguiente:
«Mi.21. Nace el «Mitch» como una onda tropical cerca de las costas de Colombia, que más
tarde pasa a ser una gran depresión. Ju.22. Se transforma en una tormenta tropical. De una
manera rápida e inesperada toma fuerza al captar vapor de agua del cálido mar Caribe y se
transforma en huracán. Sa.24. Roza la isla de Jamaica, que se salva de él. Lu.26. Avanza
lentamente hacia el noroeste, pero gira hacia el oeste y se detiene. Mi.28. Se pone de nuevo
en marcha, cuando pasa frente a las costas hondureñas gira al sur y se adentra en tierra.
Pierde fuerza, pero su poder de destrucción sigue intacto. Vientos de 170-200 Km/h y llu-
vias torrenciales devastan Nicaragua y Honduras. Sa.31-Lu 2. Durante tres días [después
de girar al oeste] continúa su recorrido por Guatemala, El Salvador, [toma dirección norte]
el sur de México y Belice, que se salva del «Mitch» en su máxima virulencia. Ma.3. Final-
mente empieza a perder fuerza y se dirige hacia Florida (EE.UU.) sin provocar grandes da-
ños»
La Materia

trumental o a errores de cálculo, sino a la naturaleza misma del fenómeno. Un hura-


cán es un sistema complejo, donde cualquier variación mínima en los múltiples
elementos que lo componen puede modificar, de manera imprevisible, las relacio-
nes entre ellos y, por consiguiente, el comportamiento de la totalidad del sistema.
La materia no se presenta como un estado, sino como un proceso.

Paradójicamente, y aunque las diferencias sean insalvables Ftanto por los mé-
todos como por las conceptualizaciones y el mismo vocabularioF, nuestro sentido
común está más próximo de las expectativas del conocimiento científico clásico que
de la evolución inestable del huracán. Nuestras representaciones culturales y su vo-
cabulario se ordenan siguiendo las secuencias de regularidad de los sólidos y esta-
blece relaciones causales lineales y continuas. Se trata, básicamente, de una geo-
metría euclidiana elemental a la que se superpone una física newtoniana simplifica-
da que regulan nuestra capacidad de hacernos familiar el mundo y marcan las pau-
tas del lenguaje cotidiano que habla de él. Es la forma mentis que se nos ha inculca-
do Fse inculcaF en la escuela, en nuestro mundo familiar, y que a través de los pa-
radigmas aceptables académicamente se nos presenta como una normatividad es-
tructurante e incuestionable de nuestra realidad. Es una forma tan insistente y am-
plia de hacernos presentes en las cosas que parece formar parte de la naturalidad del
mundo.

Y sin embargo estamos mucho más envueltos por fenómenos semejantes al hu-
racán «Mitch» que por realidades geométricas: los movimientos de las nubes y los
cambios climáticos, la evolución de las relaciones afectivas y los cambios en las
cotizaciones de la bolsa, la propagación de una epidemia y el vuelo de un pájaro, el
desplazamiento de clientes en el interior de «El Corte Inglés» y la caída de una hoja
en otoño empujada por el viento... Estamos más cerca de una dinámica de fluidos
que de una mecánica de sólidos. Lo irregular, lo discontinuo, lo divergente, lo
no-lineal... se entremezcla en nuestra vida cotidiana con lo regular, lo continuo, lo
convergente y lo lineal. Vivimos en el centro del caos. Más aún, podemos consi-
derarnos a nosotros mismos como un sistema privilegiado de caos. I. Prigogine hace
una constatación que, no por conocida, es menos contundente: «Es bien sabido que
el corazón tiene que ser regular, de lo contrario morimos. Pero el cerebro tiene que
ser irregular, de lo contrario tenemos epilepsia». A partir de ahí hace una extrapola-
ción teórica tajante y con una gran carga polémica: «Esto demuestra que la irregula-
ridad, el caos, conduce a sistemas complejos. No se trata de desorden. Por el contra-
rio, yo diría que el caos posibilita la vida y la inteligencia. El cerebro ha sido selec-
cionado para volverse tan inestable que el menor efecto puede conducir a la forma-
ción de orden»2.

Dos dimensiones resaltan en esta cita de Prigogine3. La primera, la conjunción


de regularidad e irregularidad en un sistema complejo como nuestro organismo. La
articulación de dos, o más, sistemas divergentes en el interior de un sistema más
global produce como resultante Fes un hechoF un equilibrio constantemente re-
compuesto que determina esa totalidad que llamamos vida humana. Es como si tu-
viéramos en nuestro interior un reloj mecánico y permanentes corrientes de flujos
variables, y los dos sistemas se entrelazaran continuamente para dar resultados tan
distintos y tan complementarios como el riego sanguíneo de las células y la elabora-

2
Citado por J. Briggs y F.D. Peat, Espejo y reflejo: del caos al orden. Guía ilustrada de la
teoría del caos y de la ciencia de la totalidad, Barcelona, Gedisa, 19942, 166.
3
Esto independientemente de que su teoría «Orden a partir del Caos» sea o no asumida.
I. Prigogine e I. Stengers, La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia, Madrid, Alianza,
1983; I. Prigogine, La fin des certitudes, París, O. Jacob, 1996. Ver la reflexión crítica de
N.K. Hayles, La evolución del caos, Barcelona, Gedisa, 1998, 123-151.

20
La Materia

ción de conceptos abstractos. Al mismo tiempo, tanto por la dinámica existente en-
tre estos dos subsistemas (el corazón/el cerebro), como por la de cada uno de ellos
con la totalidad del organismo (corazón ↔ totalidad ↔ cerebro), las relaciones en-
tre la parte y el todo, entre lo local y lo general, no son ni uniformes ni generaliza-
bles. La aspiración a situarse en estos registros de interacción diferenciada hace
surgir el concepto de «auto-organización», que se instalaría hermenéuticamente en
ese espacio de re-equilibrio redundante de un sistema que tiene que alimentarse
permanentemente de dos, o más, subsistemas con estructuras operativas divergen-
tes4. La segunda dimensión es una dislocación radical en la separación tradicional
del orden y del desorden. Nuestras representaciones más arraigadas los sitúan como
dos absolutos irreconciliables: un interior real y significativo, y un exterior irreal e
insignificante. La teoría del caos rompe esta dicotomía tajante, obligándonos a es-
cudriñar el desorden como tensión inmanente al orden, y el orden como función
subyacente al desorden o como su resultante5. No es extraño, pues, que los estudio-
sos del caos en diferentes disciplinas tengan como preocupación común la búsqueda
del orden Fpero, claro, el concepto de orden ya ha sido modificado. Esta nueva mi-
rada sobre la interacción orden-desorden tiene una primera consecuencia básica: el
caos, contrariamente a la inercia de nuestras representaciones, no es sinónimo de
desorden, sino opuesto a determinismo o a linealidad inviolable, unívoca y reversi-
ble en los acontecimientos6. El caos hace impracticable el reduccionismo, al menos
en los sistemas complejos.

2. El archipiélago del caos7.


Nos hemos referido a un huracán y después hemos mencionado el cerebro para
situar dos sistemas que operan de forma «caótica». De hecho, el caos atraviesa en
diagonal multitud de sistemas Fdesde las partículas elementales hasta las intencio-
nes de voto en las campañas electoralesF8. El caos parece formar parte de la es-
tructura misma de la materia, y, sin embargo, en cada nuevo nivel de organización
se conjuga de manera diferente. Aunque se pueda detectar unas constantes básicas,
cuando se pasa de un nivel a otro en la organización de la materia, el comporta-
miento caótico cambia, de tal forma que, inmediatamente, surge un cohorte de va-
riables que hacen irreductibles los análisis de un nivel a otro. Si la materia fuera li-
neal, homogénea y determinista en su composición más profunda, el concepto de
caos no sólo no sería operativo, sencillamente no habría aparecido. Pero como lo

4
Cf. H. Atlan, Entre le cristal et la fumée, París, Seuil, 1979; Id., A tort et à raison, París,
Seuil, 1986; P. Dumouchel et J.-P. Dupuy (dir.), L'auto-organisation. De la physique au po-
litique, París, Seuil, 1983; G. Nicolis e I. Prigogine, La estructura de lo complejo, Madrid,
Alianza, 1994; S. Weinberg, El sueño de una teoría final, Barcelona, Gedisa, 19942; E.
Klein et M. Spiro, Le temps et sa flèche, París, Ed. Frontières, 19952.
5
De manera general, se puede decir que hay dos grandes teorías en el análisis del caos. Una
defiende el caos como una ausencia de orden de la cual puede surgir algo. El eje principal de
estos análisis es «la interpretación de la aleatoriedad como información máxima». Uno de
los representantes más conocidos de esta corriente es I. Prigogine. La otra corriente inter-
preta el caos como «una compleja configuración dentro de la cual el orden está implícita-
mente codificado». Esta corriente está vinculada al estudio de los «atractores extraños». Uno
de los autores más conocidos de esta corriente es B. Mandelbrot.
6
Cf. T. Xuan Thuan, Le Chaos et l'harmonie. La fabrication du réel, París, Fayard, 1998.
7
La expresión de N.K. Hayles, La evolución del caos, 21. También lo es «matriz cultural»,
que aparecerá después.
8
Cf. J. Briggs y F.D. Peat, Espejo...; G. Balandier, El desorden. La teoría del caos y las
ciencias sociales, Barcelona, Gedisa, 19942; J. Gleick, Chaos: Making a New Science, New
York, Viking, 1987; D. Ruelle, Chance and Chaos, Princeton University Press, 1991.

21
La Materia

afirma M. Serres, «Todo es desviación del equilibrio, salvo la nada»9. Este el eje del
problema del caos: la fisura entre ser y nada, la bifurcación constante entre identi-
dad y diferencia.

El concepto de caos es, pues, bastante caótico: su espacio son los intersticios,
las bifurcaciones, y, como tal, contiene una información máxima, una acumulación
de ruido. Exceso en el significante y deficiencia en el significado. De ahí que se ha-
ble de «archipiélago del caos»: una constelación representativa con profundas se-
mejanzas topográficas en su distribución conceptual, pero con grandes diferencias,
e incluso incomunicabilidad teórica, en la relación de esos conceptos y en el alcance
hermenéutico que se les confiere. Por eso el caos no es un conocimiento disciplina-
rio; ninguna rama del conocimiento puede considerarse el portavoz privilegiado de
un saber que acaba de empezar su desarrollo, que abarca simultáneamente a dife-
rentes áreas y que en sí mismo parece rebelde a una determinación unívoca. Es
cierto que los físicos evitan cuidadosamente hablar de «teoría del caos», y prefieren
llamarla dinámica no-lineal, teoría de sistemas dinámicos o metodología de siste-
mas lejos del equilibrio. Y no faltan razones para esa prudencia. Pero parece prefe-
rible, desde nuestra perspectiva, mantener la designación de «teoría del caos» por
varias razones. Caos es una nueva condensación significativa donde gira una gran
cantidad de conceptos que obliga, desde el momento en que se introduce epistemo-
lógicamente en un análisis, a una recomposición de las representaciones en numero-
sos aspectos. Reducirlo operativamente al solo significado de una disciplina privile-
giada sería restringir drásticamente su capacidad hermenéutica. Al mismo tiempo, y
por su efecto heurístico, el caos está permitiendo una comunicación entre discipli-
nas inexistente hasta el momento; este concepto-programa se instala, justamente, en
aquellos espacios donde la ciencia clásica había establecido la separación entre dis-
ciplinas o las había condenado a un reduccionismo estricto10. Caos es una propiedad
hermenéutica que obliga a la interdisciplinariedad11. Finalmente, si se tiene en
cuenta el interés que esta «teoría» ha despertado desde la física de partículas ele-
mentales hasta la meteorología, pasando por la biología y la literatura, o la econo-
mía y la antropología, podemos pensar que se trata de una «matriz cultural». Un es-
pacio que coagula las preguntas de una época y que dinamiza diferentes áreas de
conocimiento, aunque las respuestas sólo puedan ser provisionales y forzadamente
divergentes. Como el caos.

3. La visibilidad del caos.


Parece ser que la «ciencia» del caos comienza en la encrucijada de la meteoro-
logía y de los ordenadores. Concretamente un día del invierno de 1961. Es un mo-
mento con gran fuerza ilustrativa. Edward Lorenz había conseguido, con la ayuda
de un enorme ordenador de la época, reducir la meteorología a su más simple ex-
presión ateniéndose sólo a la descripción de los movimientos del aire y del agua por
medio de ecuaciones. Así, su ordenador imprimía curvas que transcribían la varia-
ción del fenómeno físico: en momentos de tranquilidad total, la curva mostraba va-
lles; con fuertes ráfagas de viento, trazaba colinas. Un día, Lorenz quiso prolongar
el cálculo de un boletín meteorológico interrumpido bruscamente. Pero para ganar
algo de tiempo lo volvió a empezar a mitad de camino, en vez de recuperar el cál-
9
La naissances de la physique dans le texto de Lucrèce, París, Minuit, 1977. Cf. J. Lorite
Mena, La metáfora moderna del pensamiento, Universidad de Murcia, 1996, 301 ss.
10
Así se pronunciaba ya en 1977 E. Morin: La méthode, vol. 1: La nature de la nature, Pa-
rís, Seuil.
11
T. Xuan Thuan, profesor de astrofísica en la Universidad de Virginia, afirma, en un pará-
grafo titulado significativamente «La fin des certitudes», lo siguiente: «La science du chaos
séduit aussi parce c'est une science du global qui abat les cloisons entre les divers discipli-
nes» (Le chaos..., 98).

22
La Materia

culo desde el comienzo. Puso en marcha el programa y se fue a tomar un café. Al


volver se encontró con un resultado sorprendente que iba a dar lugar al nacimiento
de la actual ciencia del caos. Lorenz esperaba que la nueva curva, iniciada a mitad
de camino de la inicial, se superpusiera milímetro a milímetro sobre ella. Ocurría lo
contrario. Al principio las dos curvas coincidían, pero rápidamente sus trazados se
separaban y desaparecía cualquier semejanza. Lorenz pensó en un fallo de su orde-
nador. Pero múltiples comprobaciones le hicieron ver que la causa de las diferencias
residía en las cifras que había introducido en el ordenador como condiciones ini-
ciales de la segunda curva. Cuando había interrogado al ordenador, éste le había
dado la cifra 0,145237 para el modelo interrumpido, ya que la máquina sólo era ca-
paz de almacenar 6 cifras después de la coma. Pero cuando Lorenz reintrodujo ese
número como condición inicial de la nueva curva, había, por pereza o por prisa, re-
dondeado la cifra y se había contentado con escribir 0,145, convencido de que una
diferencia de una milésima no tendría ninguna consecuencia. Ese fue su error y su
éxito: un pequeñísimo cambio en las condiciones iniciales conduce a un cambio
considerable e impredecible12. Este es el núcleo de la «ciencia» del caos: la influen-
cia de las condiciones iniciales en la evolución de un sistema. Caos viene a signifi-
car así imprevisibilidad del estado final en un sistema complejo13. Entonces tomaron
un valor profético las afirmaciones de H. Poincaré en 1908 (Science et méthode):
«Una causa muy pequeña, que nos escapa, determina un efecto considerable que no
podemos prever. (...) Incluso si las leyes naturales no tuvieran ningún secreto para
nosotros, sólo podríamos conocer aproximadamente la situación inicial [de un sis-
tema]. (...) La predicción se hace imposible».

Volvámonos hacia Poincare. Todo empieza cuando la atención se concentra, a


través de un concurso internacional, en resolver un problema de la mecánica newto-
niana. Newton estaba convencido de que sin una permanente intervención divina, la
gravedad, que atraía a todos los cuerpos, terminaría por producir el colapso del uni-
verso. Dios no sólo era el creador del mundo, también era un minucioso y paciente
relojero que aseguraba la regularidad de la máquina14. El problema provenía de la
Luna15. Desde el siglo XVI se había constatado que la Luna se desviaba progresi-
vamente de la posición marcada en las tablas de cálculo, de tal manera que era ne-
cesario volver a calcular periódicamente su órbita para establecer nuevas tablas. En
1666, Newton da la respuesta al enigma del movimiento de los cuerpos celestes por
medio de la ley de la gravedad: los planetas se desplazan en órbitas elípticas alrede-

12
Cf. E. Lorenz, «Deterministic Nonperiod Flow», Journal of the Atmospheric Sciences, 20,
1963, 130-141. Ver J. Gleick, Chaos..., 15 ss.; D. Ruelle, Chance..., cap. 10.
13
A partir de ahí empiezan los trabajos sobre un nuevo paradigma que es bautizado «Chaos»
por T. Li and J.A. Yorke: «Period three implies chaos», American Mathematical Monthly,
82, 1975, 985-992.
14
De manera general se puede decir que hay tres grandes modelos epistemológicos que
condicionan la formulación de las preguntas y la capacidad de responderlas. El siglo XVIII
está dominado por la representación del universo como un mecanismo de relojería; el siglo
XIX, como una entidad orgánica; y a lo largo del siglo XX, se empieza a ver como un in-
menso flujo turbulento. En la transición del reloj al organismo se empieza a liberar un nuevo
tipo de preguntas que permiten insistir en los enigmas del sistema newtoniano. Ver J.
Schlanger, Les métaphores de l'organisme, París, Vrin, 1971; o su aportación como editora
de Thought and Novation, University of Wisconsin Press, 1990. Su reflexión crítica se pre-
cisa en el trabajo con I. Stengers, Les concepts scientifiques, París, Gallimard, 1991.
15
Newton llegó a afirmar que «nunca le dolía tanto la cabeza como cuando trabajaba sobre
el problema de la Luna». Algunos historiadores consideran que Newton abandonó su puesto
de profesor en la Universidad de Cambridge en 1696, para ocupar un cargo administrativo
cuya función consistía en vigilar la acuñación de monedas en la Tesorería real, ante la impo-
sibilidad de resolver ese complejo problema. Cf. I. Peterson, Newton's Clock: Chaos in the
Solar System, New York, W.H. Freeman, 1993.

23
La Materia

dor del Sol porque están atraídos por su fuerza gravitatoria. Pero hay un problema:
sus cálculos sólo son satisfactorios cuando se trata de dos cuerpos; cuando hay un
tercer cuerpo siembra la discordia y los cálculos tienen deficiencias. Este es el caso
de la Luna, que soporta la fuerza de atracción del Sol y de la Tierra. Así el cálculo
más preciso que consiguió difería en 1/6 de grado de la posición real de la Luna.

Este es «el problema de los tres cuerpos» al que se enfrenta Poincaré cuando, en
1890, se presenta a un concurso convocado por la Universidad de Estocolmo. En su
trabajo, Poincaré prueba que no es posible hallar una solución al problema por me-
dio de las ecuaciones newtonianas16. Aunque las complicadas demostraciones de
Poincaré sean el terreno privilegiado de los grandes especialistas, sus consecuencias
epistemológicas son de alcance general. La base de su nueva perspectiva puede re-
sumirse, para un profano, de la manera siguiente: el método tradicional aísla frag-
mentos de realidad para analizarlos en su más mínimo detalle; a partir de ahí, la to-
talidad de lo real es reconstruida yuxtaponiendo esos fragmentos como si hubiera
una conexión continua, homogénea y necesaria. Así se pierde la memoria puntual y,
con ella, la incertidumbre que introducen las pequeñas perturbaciones en la dinámi-
ca del sistema. Como indicaba Poincaré, el estado final de un sistema depende de
una manera tan sensible del estado inicial, que una pequeña perturbación puede
modificar la trayectoria total del sistema. Es pues, imposible de prever el estado fi-
nal.

A partir de ahí se puede analizar la incidencia que tuvo en esta perspectiva la


transformación, desde Darwin hasta Boltzmann, que supuso analizar no el indivi-
duo, sino la población, y la influencia que se atribuye en este proceso al «homme-
moyen» de Quetelet. Pero supongo que estos aspectos serán tomados en considera-
ción los próximos días. Por el momento se imponen unas conclusiones mínimas que
ya forman parte, hoy en día, de nuestra representación del mundo, y que podrían ser
consideradas como las invariantes del caos.

Ante todo, el caos es un ingrediente del funcionamiento mismo de la naturaleza,


y no una deficiencia atribuible a los límites de nuestro conocimiento. La reciente
presencia del caos en nuestro conocimiento muestra Fsi tenemos la memoria de los
diferentes paradigmas que han posibilitado el conocimiento de la naturaleza a través
de nuestra historiaF que la ciencia no es una simple descripción de la naturaleza, si-
no una hermenéutica cuyos instrumentos siempre estarán con respecto a ella en una
distancia artificial, cultural. Al mismo tiempo, esta fractura continúa en el interior
de la naturaleza que el caos permite señalar y estudiar, nos obliga a prestar atención
a lo irregular, a lo fraccionario, a las bifurcaciones, a esas fluctuaciones mínimas
que determinan la composición que puede tomar un sistema. Lo cual quiere decir
que nuestras representaciones deben conjugar permanentemente la determinación y
la indeterminación, situarse tan próxima de la dinámica de los fluidos como de la
mecánica de los sólidos, y que nuestro mismo vocabulario debe asumir sus pertur-
baciones internas. La historia de la materia cambia, la de nuestras teorías también.
Finalmente, pero esto únicamente como proyección interrogativa inevitable, habría
que analizar en detalle cómo la nueva relación partes↔todo, local↔global, esto es,
la influencia de las condiciones iniciales y los mecanismos de auto-organización,
que ponen de manifiesto las teorías del caos, han sido extrapoladas ideológicamente
para alimentar nuevas concepciones políticas nacionalistas.

16
H. Poincaré, «Sur le problème des trois corps et les équations de la dynamique», Acta
Mathematica, 13, 1890, 1-270.

24
La Materia

Bibliografía

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- Peterson, I.: Newton’s Clock: Chaos in The Solar System, New York, Freeman,
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bolas y catástrofes. Entrevistas sobre matemáticas, filosofía y ciencia, a cargo
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- Woodcock, A. y Davis, M.: Teoría de las catástrofes, Madrid, Cátedra, 1989.

- Xuan Thuan, X.: Le chaos et l’harmonie. La fabrication du réel, París, Fayard,


1998.

25
SOBRE LA
IMPREDECIBILIDAD
EN FÍSICA
Miguel Ortuño Ortín

Comunicación

L
os éxitos de la teoría de Newton fueron de tal magnitud y engendraron tal
confianza en la ciencia que se llegó a pensar que todos los fenómenos natu-
rales podrían ser explicados en un período de tiempo relativamente breve.
Además, los teoremas de existencia y unicidad de las ecuaciones matemáticas que
gobernaban los fenómenos conocidos de la época indujeron al error de pensar que
con un conocimiento suficientemente preciso de la situación inicial de un sistema
cualquiera (incluido el Universo) se podría calcular su evolución temporal con tanta
precisión como se deseara. El conocimiento de las fuerzas entre partículas y de las
posiciones de éstas nos permitiría predecir el futuro e incluso determinar el pasado.
Un ejemplo típico de esta situación nos lo ofrece la posición de los planetas, que
puede ser calculada con una precisión increíble; podemos, por ejemplo, datar he-
chos históricos a partir de sucesos astronómicos. El exponente más claro de este pa-
radigma mecanicista del Universo fue el matemático y físico francés Pierre Simon
de Laplace. La siguiente frase suya expresa elocuentemente dicho paradigma:

Un ser inteligente que en un instante dado conociera todas las fuerzas


que animan la Naturaleza y las posiciones de los seres que la forman, y
que fuera lo suficientemente inmenso como para poder analizar dichos
datos, podría condensar en una única fórmula el movimiento de los
objetos más grandes del universo y el de los átomos más ligeros: nada
sería incierto para dicho ser; y tanto el presente como el futuro esta-
rían presentes ante sus ojos.

Termodinámica
El primer problema serio a la anterior visión del mundo surgió con el carácter
irreversible de las leyes de la termodinámica. Una ley física es reversible si no de-
pende del sentido del tiempo; es decir, si en un instante cambiamos el sentido de las
velocidades de la partículas de un sistema sujeto a dicha ley, éste evoluciona hacia
atrás deshaciendo exactamente los pasos del movimiento original. Mientras que to-
das las leyes físicas que describen fenómenos simples son reversibles, la segunda
ley de la termodinámica establece una flecha del tiempo. Esta ley nos dice que todo
sistema macroscópico aislado tiende a la situación de máximo desorden.

La termodinámica se encarga del estudio de los agregados de muchas partículas


y trata de conocer sólo algunas magnitudes globales de dichos sistemas, dado que
su complejidad no nos permite un detalle mayor de momento. En este sentido, po-
see un carácter muy distinto al de las otras leyes físicas, que estudian fenómenos
simples y tratan de obtener toda la información de los mismos. La física estadística
La Materia

se encarga de deducir las leyes de la termodinámica a partir de las leyes físicas bá-
sicas y de un análisis estadístico del problema. Una cuestión clave consiste en dilu-
cidar el origen de la pérdida de simetría temporal.

Una primera posibilidad es que existan fuerzas, aún desconocidas, entre partí-
culas cuyas leyes no sean simétricas respecto del tiempo. Recientemente se ha in-
vestigado mucho en esta dirección, ya que se trata de una cuestión fundamental li-
gada también al predominio en el universo de la materia sobre la antimateria. Se
han encontrado ligerísimas irreversibilidades en los procesos físicos básicos que, si
bien podrían resolver la paradoja del predominio de la materia sobre la antimateria,
no pueden explicar la enorme asimetría que establece la segunda ley de la termodi-
námica.

La explicación a esta paradoja que parece más plausible hoy en día es la si-
guiente. Una situación ordenada corresponde a un número de configuraciones mi-
croscópicas tremendamente menor que el de una situación desordenada. A igual
energía total, cada configuración microscópica posee la misma probabilidad de apa-
rición. Si consideramos estados macroscópicos, los más desordenados poseen una
probabilidad tremendamente mayor que los ordenados. La asimetría temporal de la
segunda ley de la termodinámica se debe a la pérdida de información que necesa-
riamente hemos de asumir debido al enorme número de partículas involucradas.

Siempre que rehusamos (o no podemos) determinar un problema de forma


exacta damos lugar a una impredecibilidad. Un ejemplo típico nos lo proporciona el
lanzamiento de una moneda. Se trata de un problema determinista y, de hecho, con
pocos grados de libertad o variables. Si midiéramos la velocidad con la que se lanza
la moneda y el rozamiento del aire con precisión podríamos decir qué cara saldría.
En este problema no existe el azar; se trata simplemente de que decidimos no cono-
cer el problema en detalle.

Para medir el grado de desorden de un sistema Boltzmann introdujo el concepto


de entropía. Dicho concepto fue extendido por Kolmogorov a los sistemas dinámi-
cos abstractos y representa la mejor medida del grado de desorden de estos.
Shannon aplicó el concepto de entropía a la teoría de la información, de forma que
este se constituyó en uno de sus pilares básicos.

Mecánica cuántica

La mecánica cuántica supuso una revolución en nuestra concepción de la medi-


da. Al asociar una onda con el movimiento de cada partícula, implicaba no poder
conocer simultáneamente la posición y la velocidad de una partícula. Esta restric-
ción quedó recogida en el denominado principio de incertidumbre de Heisenberg,
que establecía que el producto del error mínimo en la posición por el error mínimo
en la velocidad debía de ser mayor que la constante de Planck, magnitud funda-
mental en la física moderna. Hasta la fecha no se ha encontrado ni una sola expe-
riencia que viole dicho principio de incertidumbre, que constituye así pues una li-
mitación fundamental, no de carácter tecnológico, sobre la máxima precisión con la
que podemos determinar el estado de una partícula.

En un instante dado, el estado de una partícula no viene determinado por su po-


sición y su velocidad, como ocurre en la mecánica clásica, sino por su función de
onda. La probabilidad de que la partícula se encuentre en un punto es proporcional
al cuadrado de la función de onda. El resultado de cualquier medida, y en concreto
el de su posición, es siempre de carácter probabilístico. Aunque determinemos el
estado de una partícula al máximo posible, nunca podemos determinar con preci-

27
La Materia

sión el resultado de una medida. Lo único que podemos conocer son las probabili-
dades de los distintos resultados posibles.

Caos
El concepto de caos clásico ha supuesto una revolución cultural en las últimas
décadas. Nos dice que las soluciones analíticas que conocíamos de muchos proble-
mas físicos, descritos por ecuaciones diferenciales, no constituyen la norma general,
sino que por el contrario son una excepción. A dichas soluciones les habíamos aso-
ciado una importancia excesiva, debido a que eran las únicas que sabíamos resolver
y a que nos centrábamos en modelos simplificados que pudieran ser resueltos analí-
ticamente. La mayoría de las soluciones de las ecuaciones diferenciales que descri-
ben a la naturaleza no poseen solución analítica y, además, suelen presentar caracte-
rísticas muy diferentes a las de las soluciones analíticas. Entre dichas características
sobresale la naturaleza caótica de las mismas, que conlleva necesariamente a una
impredecibilidad del problema, a pesar de que éste sea determinista.

En un movimiento caótico la incertidumbre de cualquier predicción crece de


manera exponencial con el tiempo de manera que, por pequeña que sea nuestra im-
precisión inicial, estamos abocados a no poder determinar con la más mínima con-
fianza ningún suceso para tiempos grandes. Un ejemplo excelente de este tipo de
situaciones nos lo proporcionan las predicciones meteorológicas.

Este nuevo paradigma de caos clásico ha eliminado gran parte de la predecibili-


dad de la mayoría de los problemas que por su carácter clásico, no cuántico, aún
pensábamos que podíamos resolver con tanta precisión como deseáramos. El caos
clásico nos ha ayudado a entender mejor muy diversos tipos de problemas.

En un movimiento regular existe una o varias longitudes típicas que caracteri-


zan el problema. Por ejemplo, el radio medio caracteriza la órbita de un planeta. En
un movimiento caótico, por el contrario, están presentes todas las longitudes. Esta
ausencia de longitudes típicas es característica de los objetos fractales, aquellos cu-
ya dimensión efectiva no es entera, con los que el caos guarda una estrecha rela-
ción.

Es conveniente señalar de nuevo que el lanzamiento de una moneda no es un


problema caótico. Siempre que el rozamiento del aire no sea muy importante, el
movimiento de la moneda es predecible, de acuerdo con el grado de error de la de-
terminación del estado situación inicial. El caos no ha cambiado nuestro entendi-
miento de esta situación. No conocemos el resultado final porque no medimos con
precisión la situación inicial, cosa que podríamos hacer sin demasiadas dificultades.

Caos cuántico

La mecánica cuántica evita el comportamiento caótico de muchos sistemas


simples debido a que establece, a través del principio de incertidumbre, una longi-
tud mínima que rompe la estructura fractal del comportamiento caótico. Ello hace
que las soluciones periódicas adquieran una importancia mayor que en la física clá-
sica. Los síntomas del caos son difíciles de ver en un tratamiento cuántico.

Lo primero que se intentó en el estudio del caos cuántico fue determinar rasgos
que diferenciaran funciones de onda caóticas y no caóticas. Aunque las funciones
de onda (estacionarias) correspondientes a situaciones clásicas caóticas muestran
una compleja estructura con picos y depresiones bastante irregulares, en vez de unas

28
La Materia

ondulaciones suaves y regulares, es difícil definir un criterio objetivo que de verdad


nos diga si presentan un comportamiento caótico o no. Este problema se ve agra-
viado por la dificultad de simular la dinámica de paquetes de onda.

En mecánica cuántica no se sabe cómo definir de forma adecuada el concepto


de entropía, y quizá resida en ello nuestra dificultad de caracterizar en este marco
los comportamientos caóticos. Esta falta de una entropía cuántica también afecta a
nuestro entendimiento final del problema de la irreversibilidad en física estadística.

El análisis estadístico de los niveles de energía se ha convertido en una impor-


tante herramienta empírica para la determinación del caos. Paradójicamente, mien-
tras que los niveles de energía de los sistemas clásicamente regulares están distri-
buidos casi aleatoriamente, los de los sistemas clásicos caóticos siguen una distri-
bución universal (independiente del sistema concreto considerado) bastante más re-
gular.

Por último, quisiera señalar la existencia de sugerencias sobre la posible expli-


cación de la mecánica cuántica en términos de caos clásico. No obstante, creo que
dichas sugerencias carecen hasta la fecha de la más mínima base científica.

29
La vida
ORDEN Y CAOS: LA
VIDA
Javier Moscoso
Taedet animam meam vitae meae
dimittam adversum me eiloquium meum1
Victoria, Requiem
En tus ojos, vida, he mirado hace un momento
F. Nietzsche, Así habló Zaratustra.

Comunicación

P
ara la mayor parte de nosotros, la vida es, antes que nada, lo que se opone a la
muerte. Las fronteras entre ambos dominios han experimentado, sin embargo,
serias variaciones y modificaciones históricas, de las que, entre otras cosas,
surgió la necesidad de una medicina forense capaz de atestiguar públicamente la ce-
sación del movimiento, de la sensibilidad, del pulso cardiaco o del impulso nervio-
so, según las escuelas y las modas. Ya sea que hablemos de la diferencia entre lo
vivo y lo inerte, entre lo animado y lo inanimado, entre lo orgánico y lo inorgánico,
para el naturalista, para el médico o para el biólogo, la vida ha sido un enigma tan
intrincado y polifacético como para los literatos, pensadores y artistas. Sería difícil
saber dónde acaba la ciencia y dónde comienza la poesía: Vivir es morirse, decía el
médico Bichat; vivir es dolerse, decía el fisiólogo Claude Bernard. La equiparación
entre la vida y el dolor, o la vida como la sensibilidad del nervio y la irritabilidad
del músculo se desarrolla al tiempo que la vida como vanidad en los cuadros de
Valdes Leal, o que la vida como camino de salvación en una conocida doctrina reli-
giosa, o como sueño en Calderón, o como envejecimiento en las Edades de la vida
de Durero, o como condena o como trampa. De la vida que se equipara al alma en la
fisiología de Stahl, podríamos pasar a la vida como sexo, como erección vital, o a la
vida como palabra y como memoria en la obra, por ejemplo, de Marcel Proust. La
solución al problema de la vida se nota en la desaparición de ese problema, decía un
pensador austríaco en un conocido libro de poemas.

Los integrantes de esta sección hemos considerado interesante encuadrar nues-


tras contribuciones en un marco unificado. Lo que sigue son sólo unas indicaciones
sobre el desarrollo de la biología, y no específicamente de la vida, que se completan
con algunas, pocas, referencias bibliográficas. Confiamos en que estas notas puedan
ser de utilidad a algunos de los asistentes.

Lo primero que hay que tener presente es que la “biología” como tal no surge
como una ciencia institucionalizada hasta las primeras décadas del siglo XIX,
mientras que algunas de sus disciplinas, como la biología molecular, la citología, la
etología, la genética o la ecología sólo aparecen de manera desarrollada en el siglo
XX. Antes del período clásico la vida era esencialmente una forma de organización

1
Mi alma está· cansada de la vida /y me arriesgo a hablar a pesar de todo.
La Vida

de la materia. A finales del siglo XVII la mecanización de la “imagen del mundo” se


había extendido también a la fisiología que, utilizando descubrimientos anatómicos,
consideró la digestión como un fenómeno de trituración o la secreción glandular como
un tamizado de partículas. La publicación en 1628 de los resultados de Harvey sobre la
circulación de la sangre contribuyeron a extender la concepción según la cual todas las
acciones corporales podían ser explicadas sin referencias a poderes o facultades espi-
rituales. Hacia 1700, la mayor parte de las explicaciones químicas de la función vital
habían quedado reducidas a mecanicismos de corpúsculos o a los análisis más o menos
sofisticados de interacciones de materia y movimiento. Esta transposición de la mecá-
nica al ámbito de la fisiología no fue exclusivamente cartesiana, sino que provenía del
programa de Borelli en su De motu animalium, o de Friedrich Hoffmann en su Medi-
cina rationale systematica y cristalizó, sobre todo, en la química de Boerhaave que,
retomando elementos de la tradición iatroquímica de Sanctorio Sanctorius y Lorenzo
Bellini, describió las funciones vitales en términos de movimientos mecánicos e inte-
racción entre partes. Quedó, eso sí, para Descartes el formular una teoría general que
describiera la actividad integradora del animal en términos de automatismo.

Hacia la mitad del siglo XVIII, naturalistas de muy diversa índole habían co-
menzado a reclamar una separación más estricta entre lo viviente y lo no viviente,
basada en una variable distinta que un diferente nivel de organización. Desde el
punto de vista de Buffon, de Blumenbach, de Daubenton, de Vicq d’Azyr o de An-
toine-Laurent de Jussieu, la reducción de la materia orgánica a mera res extensa ya
no se sostenía y lo viviente parecía consistir en algo más que en una específica dis-
posición orgánica de mayor o menor complejidad. Hacia mediados de siglo, la re-
ducción de la fisiología a la anatomía, de la función a la estructura o del viviente a
la máquina parecía haber tocado fondo. Se produce así la primera gran reacción an-
ti-mecanicista en el seno de las ciencias de la vida. Los opositores a la reducción de
los procesos vitales a meros procesos físicos proceden, en su mayor parte, de las fa-
cultades de medicina de Edimburgo y de Montpellier, esto es: de dos instituciones
periféricas. El fisiólogo Robert Whytt, los médicos Lacaze, Bordeu y Sauvages
ejercerán una influencia considerable en luminarias de la Ilustración como David
Hume, Diderot o Lessing. Pocos de estos vitalistas mantuvieron una posición aca-
démica de prestigio.

A comienzos del siglo XIX, la biología se encuentra sometida al imperio de la


diversidad. La embriología sigue dominada por teorías pre-existencialistas, la zoo-
logía por el fijismo, la fisiología, al menos en Inglaterra, por teorías vitalistas. En la
primera mitad del siglo, se desarrollan la mayor parte de las disciplinas que compo-
nen las ramas de la biología moderna. Lamarck y Treviranus introdujeron el térmi-
no “biología” hacia 1800. La vida comenzó a entenderse como aquello que com-
partían las células, los tejidos, los órganos, los organismos, las variedades y las es-
pecies. Fue durante la primera mitad del siglo XIX que se desarrolló la embriología
con los trabajos de von Baer, que Schwann y Scheleiden crearon una teoría celular,
posteriormenente mejorada por Virchow, y que un monje checo, Johann Mendel,
trabajando sobre hibridación, descubría las llamadas leyes de la herencia. Mientras
tanto, la Naturphilosophie se sintió heredera del Kant de la Crítica del Juicio, en
donde el filósofo de Königsberg, siguiendo las teorías vitalistas de Blummenbach,
había postulado un principio adicional de causalidad teleológica capaz dar cuenta de
los fenómenos del mundo orgánico. Esta Naturzwecke, esta comprensión de los or-
ganismos en términos de finalidades, fue también el punto de partida de morfólogos
como Karl Friedrich Kielmayer y se extendió durante el siglo XIX a los estudios
embriológicos de von Bauer y de Johannes Müller.

Hacia 1840, la visión teleológica de la totalidad orgánica recibió una nueva


oleada de criticas por parte de un conjunto de científicos mecanicistas agrupados en

32
La Vida

torno a diversos estudios de física orgánica encabezados por las prominentes figuras
de Hermann von Helmholz, Emil du Boys-Reymond, Ernst Brücke y Karl Ludwig.
Desde el punto de vista de estos nuevos científicos, lo orgánico podía reducirse per-
fectamente a lo inorgánico. No se encontraron más fuerzas que las físico-químicas
presentes en el organismo; solamente había procesos mecánicos, sin espíritus recto-
res o inteligencias rectrices, la irrompible necesidad, escribía Virchow, de causas y
efectos. A estas denuncias se unió la voz del químico Justus von Liebig, que consi-
deró el vitalismo como la gran epidemia, la peste negra del siglo XIX. Dos nuevos
frentes se abrieron contra la interpretación holista y vitalista de los fenómenos or-
gánicos. El primero de ellos fue, obviamente, el mecanismo de selección natural
después de la publicación en 1859 del Origen de las Especies de Charles Darwin;
y, en el caso de Alemania, la popularización que de la llamada “revolución darwi-
niana” llevó a cabo el zoólogo Ernst Haeckel. El segundo fue el programa abierto
por Wilhelm Roux y su famosa mecánica evolutiva.

Fue a finales del siglo XIX y principios del XX que la genética mendeliana de
transmisión o reelaborada por De Vries, Tschermak y Corrensó se distinguió ple-
namente de una genética del desarrollo. Los primeros trabajos importantes en este
campo fueron obra de Richard Goldschmidt y del norteamericano Oswald Avery,
quien en 1955 consiguió demostrar que el ADN, identificado por Levene y Mori en
1924, era el portador de la información genética. Era el nacimiento de la biología
molecular. En 1962, Watson y Crick obtenían el premio Nobel por su descubri-
miento de la estructura molecular del ADN.

Algunas recomendaciones bibliográficas.2

Historias de la biología
Para un recorrido sucinto de la biología en los siglos XIX y XX, los libros clá-
sicos son los de Colleman, Biología en el siglo XIX, y G.E Allen, Ciencias de la vi-
da en el siglo XX, publicados ambos en los breviarios del FCE. La mejor obra de
historia de las ciencias de la vida en los siglos XVII y XVIII, de Jacques Roger, no
está traducida al castellano. Este texto puede sustituirse por el de Emile Guyènot,
Las ciencias de la vida. México, Uteha, 1956. Sobre ciencias de la vida en el Rena-
cimiento, no hay un solo libro que pueda citarse expresamente. Una buena intro-
ducción es M. Grmek, La première révolution biologique, París, Payot, 1990. Tam-
bién es útil la obra de Radl, Historia de la biología, Madrid, Alianza, 1988, 2 vols.,
aunque, por supuesto, esta obra, como las clásicas de Singer, History of Biology, y
Rostand, La formation de l’Ítre. Histoire des idèes sur la gènèration. París, 1930,
ha quedado muy trasnochada. Interpretaciones más recientes de la biología en el si-
glo XIX son las de Timoty Lenor, The Strategy of Life, Dorcdrecht, Reidel, 1982 y
Fran›ois Jacob, The Logic of Life: A History of Heredity, New York, Pantheon,
1977 o, para el siglo XX, Richard Lewontin, Biology as Ideology, The Doctrine of
DNA, NY, Harper, 1993. Para un examen de la evolución, véase Peter J. Bowler,
Evolution. The history of an Idea, California, UCP, 1989. Un libro interesante para
el desarrollo de la bioquímica es La historia de la bioquímica, de Faustino Cordón,
Madrid, Compañía Literaria, 1997. Sobre aspectos parciales de las ciencias de la vi-
da en el siglo XX, Morange, Histoire de la biologie molèculaire, París, La decou-
verte, 1994, y A. Pichot, Histoire de la notion de vie, Gallimard, París, 1993.

2
Es posible que algunos de los libros que se citan aquí en su lengua original hayan sido tra-
ducidos al castellano.

33
La Vida

Dentro de la sociología de la biología ha habido también contribuciones im-


portantes. podríamos citar las obras de B. Latour, La pasteurización de Francia,
publicado en Alianza, y Evelyn Fox Keller, Seducida por lo vivo, Valencia, Fontal-
ba, 1985, pero también podrían incluirse otras obras de Donna Haraway o de Londa
Schiebinger, por ejemplo.

Filosofías de la biología.
La filosofía de la biología, al modo americano, tiene una historia reciente, con
reflexiones sobre metodología o epistemología evolutiva. Los clásicos son los libros
de Michael Ruse, Philosophy of Biology Today, New York, Suny Press, 1988, Da-
vid Hull y M. Ruse, Philosophy of Biology, Oxford, OUP, 1998, y Eliott Sober,
Philosophy of Biology, Oxford, OUP, 1993. Aun cuando no es exactamente una fi-
losofía de la biología, remitimos también al libro de Ernst Mayer, recientemente
traducido al castellano, Así es la biología, Madrid, Debate, 1998. El lector interesa-
do, pero no especialista, encontrará·muchas reflexiones de interés en las obras de S.
J. Gould.

Otras obras de interés


La historia y filosofía de la ciencia francesa ha producido un ingente número de
pensadores interesados por las ciencias de la vida, desde Teilhard de Chardin hasta
Jacques Monod. Más recientemente, las obras de Michel Foucault, aunque muy dis-
cutidas históricamente, constituyen un lugar de reflexión obligatorio. El profesor de
Foucault en el Collège de France, George Canguilhem, ha escrito, a decir de mu-
chos, las reflexiones más incisivas sobre la historia de las ciencias de la vida en len-
gua francesa.

34
LA VIE EN BAS, O LA
VIDA COMO
DESORDEN EN LA
EDAD DE LA RAZÓN
Javier Moscoso

Comunicación

"Mucho le ha ocurrido al concepto de signo al pasar del lenguaje del


mèdico a la expresión deliberada, consciente y sobreentendida de la eviden-
cia". (Ian Hacking, El surgimiento de la probabilidad, Gedisa, pág. 66).

"Un monstruo es una perversión del orden que garantiza la


continuidad de las causas naturales, una ruptura de la virtud, de la salud del
pueblo, de la autoridad del rey" Jean Riolan, De monstro nato Lutetiae anno
Domini 1605. Disputatio Philosophica, Parisiis, ap. Oliv, Varennauem, 1605, pp.
1-2.

I. Introducción

De los tres conceptos que nos ocupan en la presente sesión de este ciclo de con-
ferencias -el orden, el caos y la vida-, tan sólo el primero de ellos puede legítima-
mente aplicarse al mundo moderno. La crisis de los conceptos de determinación y
causalidad, el desarrollo de la estadística, la aparición de procesos estocásticos en
física y en biología, son todos posteriores a la Ilustración. El equivalente del caos,
una noción perfectamente extraña a la modernidad, es la desviación, el desorden
natural o moral, la perversión ética o política, el salto de la naturaleza, el èclat de la
nature. Al menos desde el siglo XIII y hasta el siglo XVIII, los fenómenos físicos
son más o menos naturales, no más o menos determinados. Por eso se los clasifica,
a partir del libro III de la Summa contra gentiles, en naturales, preternaturales y so-
brenaturales. En este contexto sólo nos interesan los segundos: el dominio de los
mirabilia, de las singularidades y de los accidentes de los que Aristóteles había ne-
gado la posibilidad de una ciencia en el libro VI de su Metafísica

Tampoco la vida es un concepto apropiado antes del siglo XIX. Con anteriori-
dad a la obra de Lamarck y Treviranus, la vida se equipara y se confunde con el or-
den anatómico, con la disposición estructural de las distintas partes. Es por esa ra-
zón que la historia natural del período clásico no hablará de seres vivos, como La-
marck, que por primera vez menciona sistemáticamente la expresión étres vivants,
sino de cuerpos organizados. Una simetría entre vida y organización que oculta lo
viviente en la maquinaria de relojería de la que hablaba Fontenelle y que la anato-
mía animal y humana, de Borelli por ejemplo, explotará hasta la saciedad. La fisio-
logía no era otra cosa, según la definición que el médico Pierre Tarin ofreció para
la Encyclopèdie, que el estudio de la economía animal, el tratado del uso de las
La Vida

partes descritas por la anatomía. “El estudio de la conservación de la vida, [escribió


Fontenelle en 1720], pertenece de pleno derecho al campo de la física”. No hay una
biología porque no sería una ciencia sin objeto. Siguiendo con la tradición de Santo-
rio Sanctorius y Lorenzo Bellini, el animal continuó representándose como una má-
quina hidráulica cuyas funciones podían describirse en términos de movimientos
mecánicos e interacción entre partes. Es esta correspondencia la que permitió al
fundador de la fisiología experimental, Albrecht von Haller, describir en 1747 la
nueva disciplina como el galénico usu partium.

Salvo que pequemos de anacronismo, no tenemos entonces nada parecido al ca-


os, ni tampoco a la vida antes del siglo XIX. Para desarrollar nuestro tema nos que-
da pues el orden, y sobre todo el orden anatómico como expresión del orden natu-
ral. Ambos posibilitan la preservación del cuerpo fisiológico tanto, por cierto, como
la del cuerpo político. Disponemos, por la otra, del desarrollo de una historia pre-
ternatural, de una colección de singularidades, de objetos y acontecimientos que se
encuentran praeter naturam, más allá de la naturaleza, y cuya reunión antecede al
desarrollo de la museística en los gabinetes de Calzolari de Verona o de Ulysses
Aldrovandi. Estas singularidades, sin embargo, nos interesan tan sólo en tanto que
hayan pasado de ser signos de una ruptura sin parangón del universo normativo a
convertirse en evidencias. Evidencia pública desde luego. ¿Pero evidencias de qué?
Evidencias de la vida, por supuesto. Pero no de una vida reducida a razones mecá-
nicas o, parafraseando a Leibniz, inteligibles, sino de una vie en bas, según la des-
cripción del médico y naturalista Ambroise Parè: de esa vida más baja que se
muestra en el cuerpo desorganizado, en el miembro mutilado, en los disjecta mem-
bra de donde surge la idea de normalidad y, por supuesto, de donde nacer· la propia
biología.

II. Singularidades como signos o como evidencias


El equivalente epistemológico del caos en el mundo moderno sería la desvia-
ción, el desorden; su equivalente ontológico: la singularidad o el accidente. Las per-
sonas totalmente ignorantes en filosofía o en historia de las ciencias o del pensa-
miento suelen representarse las cosas más dispares cuando se les menciona la pala-
bra con la que el mundo moderno se refiere a estas singularidades; como si la pala-
bra “monstruo” pudiera estar ella misma estigmatizada en la modernidad por los re-
ferentes cinematográficos o televisivos del siglo XX, como si Pomponazzi, Cardano
o della Porta —tres de los grandes filósofos de lo preternatural del mundo moder-
no— no hubieran existido nunca. Los monstruos, sin embargo, no sólo son indivi-
duos deformes, sino cualquier signo de un desorden natural, moral o social. El
monstruo se conforma como la respuesta universal a la pregunta quid miras? ¿De
qué te asombras?, de la que nacía la ciencia en Aristóteles. Forman el contenido
mismo de “la ciencia baja” de la que habla Hacking en El surgimiento de la proba-
bilidad, de la ciencia preternatural que floreció en Europa durante el siglo XVI, son
los elementos de esa Academia imaginaria, ideada por Leibniz, que comprendería el
estudio de “todo tipo de maravillas ópticas, de animales raros e infrecuentes, de
meteoritos y cometas”, es decir, de todo aquello que podía subvertir la cuidadosa
regularidad de los efectos y sus causas.

Durante el siglo XVII, la acumulación de curiosidades en gabinetes, como la


expresión cortesana del gusto por lo exótico, es la antesala de una reforma en histo-
ria y en filosofía natural emprendida, sobre todo, por el canciller Bacon y que se re-
fleja en la más importantes de las publicaciones científicas de finales del siglo XVII
y de todo el siglo XVIII. Hace falta recordar a quien no lo sepa que el número de
artículos relativos a fenómenos preternaturales publicados en las comunicaciones

36
La Vida

científicas de la Académie des Sciences de París y de la Royal Society de Londres


se cuentan por los cientos y superan en número a los que versan, por ejemplo, sobre
astronomìa o sobre óptica. A esas crónicas, informes y memorias de Sociedades y
Academias científicas habrá que añadir además los opúsculos y suplementos de fisió-
logos y anatomistas, los capítulos correspondientes de las historias y filosofías natura-
les y otras muchas obras de eclesiásticos, de juristas, de literatos relevantes o de escri-
tores obscuros. No hay una sola de las grandes figuras de la Ilustración que no haya re-
flexionado sobre su incómoda presencia: Diderot, desde luego, pero también Voltaire,
Rousseau, d'Alembert, Fontenelle, d'Holbach, La Mettrie, Maupertuis, Buffon, por ci-
tar sólo a los llamados philosophes. Las historias preternatuales se compran y se ven-
den en las nouvelles à la main a uno y otro lado del Canal: desde la Gazette de France
hasta el Gentelman's Magazine, desde el Journal des savants, hasta el Ladies Museum.
¡Y todavía habría que incluir la literatura popular, los almanaques y calendarios, los
manuales populares de obstetricia o de comportamiento marital, sus apariciones en los
códigos de derecho civil o penal, o los informes de viajeros y su representación icono-
gráfica! No son, desde luego, un fenómeno marginal.

Entre el enorme compendio de teratología de Ulysses Aldrovandi publicado en


1642 y la ciencia teratológica de los Geofrroy Saint-Hilaire, entre el Ricardo III de
Shakespeare y el Frankestein de Mary Shelley, entre los enanos de Velázquez y los
Caprichos de Goya, entre la fisiognomíaa animal de Cureau de Chambre y la fi-
siognomía humana de Johan Caspar Lavater, los monstruos avanzan, literal y figu-
radamente, desde la periferia geográfica hasta el centro de la preocupación social y
cognitiva. Su doble raíz latina los señala como signo y como admonición. No tiene
razón Foucault cuando los describe como elementos de exhibición. El mostruo no
es lo que se exhibe, sino lo que muestra. Todavía en el siglo de las luces se contem-
pla la posibilidad de su nacimiento como consecuencia de una transgresión de las
leyes del Levítico. La historia y la filosofía de las ciencias nos los describen, sin
embargo, como los primeros hechos científicos en la medida en que su reconoci-
miento involucra la puesta en escena de una comunidad testimonial desconocida
hasta la fecha. Si exceptuamos los milagros y los juicios civiles, los monstruos son
los primeros fenómenos públicamente atestiguados en sesiones académicas y los
primeros materiales con los que se edifican las llamadas ciencias baconianas. Lo
que se certifica mediante la comparecencia de notables, o en las sociedades científi-
cas, es sobre todo su existencia. Pero no una existencia cualquiera.

Por lo que respecta al tema de nuestra ponencia, el monstruo que Diderot des-
cribe en sus Elementos de Fisiología como un ser contradictorio, aquél cuya organi-
zación no se ajusta con el resto del universo, sorprende por la confusión entre su via-
bilidad orgánica y su estructura anatómica aberrante. Lo que realmente asusta no es
su diferencia, sino la similitud que mantiene con el organismo normal que lo juzga. La
vida del ser desorganizado cuestiona, como ningún otro fenómeno, la reducción de los
procesos vitales a la interacción de las distintas partes. Pone en tela de juicio el orden
taxonómico y fisiológico que su propia vida contradice. Esta perspectiva que enfatiza
el estudio de la estructura anatómica aberrante es la que comparten los trabajos de mó-
dicos y anatomistas como Mauriceau, como Jean Mery, como Duverney, quien en
1706 estudia por primera vez el monstruo en tanto que organización vital singular y
no por relación a un patrón de formación anatómica. Para quien disecciona al deforme
y observa sus características anatómicas en relación con sus más que precarias funcio-
nes vitales, si es cierto que hay malfunción, también lo es que es hay una réfontionna-
lisation en el sentido de la preservación de los procesos de la economía animal de la
estructura anatómica aberrante. La monstruosidad es esencialmente viable y si la de-
formidad está anunciada por las características anormales de su medio de desarrollo,
hay también una compensación del viviente a la condición morfológica que posibilita
su sobrevivencia. Los monstruos ya no son, ni pueden ser, simples desviaciones, sino

37
La Vida

meras variaciones, excéntricas quizás, de un proceso que no depende de un modelo


prefijado, sino del azar de un conjunto de fibras sometidas a cambios y mutaciones; es
decir, sometidas a los mismos procesos efímeros que el resto de las criaturas

Lo que diferencia la reflexión teratológica del siglo XVIII de la consideración


médico-jurídica de la monstruosidad en el mundo moderno es que la primera com-
prende que la desviación anatómica opera a través de un plan que explica la asime-
tría morfológica como síntoma de la compensación funcional. Si el monstruo sigue
atrayendo la mirada, ya no es como signo y efecto de una conducta contra natura,
sino como evidencia de su carácter armónico, de la perfección de su estructura
anatómica. En tanto que evidencia, los monstruos ya no son lusus naturae, juegos
de la naturaleza, sino experimentos controlados. No tienen, nunca tuvieron, valor en
sí mismos, sino en tanto que modelos experimentales de una nueva ciencia de la or-
ganización.

III. La vie en bas


La aparición de la vida a principios del siglo XIX responde a la aproximación
detenida de la mirada médica, de Xavier Bichat por ejemplo, a la cesación de la vi-
da, a la amputación del órgano vital, en Lèmery, al estudio de la desviación de la
ley que rige la formación orgánica, en los Geoffroy Saint-Hilaire. Si para una filoso-
fía natural en la que el ser vivo se presenta como un corps organisé comprender es
construir la máquina, en cualquier otra aproximación al viviente en la que su unidad
primordial sea cuestionada, la investigación procede exactamente en el sentido inver-
so: comprender la vida es desmembrar al viviente. Pasamos así en el mundo moderno
de las temidas experiencias de Vesalio, de Boerhaave, de De Graff, de Malphigi, a las
vivisecciones sistemáticas de Albrecht von Haller, de Robert Whytt, de Tissot, de Un-
zer y Prochascka. La distancia que separa la filosofía iatromecánica del estudio de la
función vital en la segunda mitad del siglo XVIII es la que hay entre la disección ana-
tómica y la vivisección experimental. Una cadena delirante que comienza en los lími-
tes de la animalidad, en ese vegetal animalizado que fue el pólipo, la hydra, de Trem-
bley en la década de los cuarenta, y que se extiende progresivamente a todos los ani-
males de forma vermicular por recomendación de Réaumur en 1744; a gasterópodos
por los trabajos de Spallanzani en 1765; a las serpientes de Felice Fontana, a los mamí-
feros superiores de Haller en 1755, a los debates en la medicina termidoriana sobre el
arrière-doleur de los guillotinados que tuvieron lugar en 1793 en la Acadèmie Royale
de Chirurgie y en el Magazine Encyclopédique.

A finales del siglo XVIII, la vida ya no puede confundirse con el resultado del
ensamblaje providencial de piezas de la historia natural de Michelloti, por ejemplo,
sino que aparece como la potencia o la fuerza, como la facultad de ciertas estructu-
ras a responder activa y unilateralmente a la excitación o al dolor. Para quien ha ob-
servado impertérrito durante minutos el ojo de una ternera cuya cabeza había sido
separada experimentalmente del resto de su cuerpo, la vida aparece tan sólo como el
resultado de la irritación muscular de las partes seccionadas cuando son sometidas a
calores excesivos, a corrientes galvánicas o a descargas eléctricas. El auge de la vi-
visección en la segunda mitad del siglo XVIII, todo lo brutal que se quiera, dirigió
la mirada del fisiólogo no al conjunto de la unidad orgánica, sino a la vida particular
de cada uno de sus órganos; a la vie en bas que ha dejado ser resultado de la orga-
nización y que pasa a ser ella misma principio organizador.

Esto comparten el desarollo de la fisiología experimental con los debates tera-


tológicos que inundan las publicaciones académicas del siglo XVIII. Los monstruos
nunca fueran estudiados porque fueran únicos o irrepetibles también la Ilustración
renegó de la curiosidad que se presenta bajo la forma de stupiditas, sino en tanto

38
La Vida

que resultaban valiosos, o potencialmente valiosos, para investigaciones anatómicas


o fisiológicas. Por supuesto que las comunicaciones teratológicas nunca incluyeron
los procedimientos experimentales que establecieran reglas metodológicas para la
reproducción de estos fenómenos. No hay tampoco teratogénesis experimental en
sentido estricto hasta la obra de Camile Dareste en el siglo XIX. Pero la ausencia de
replicabilidad no impidió entenderlos como experimentos de la naturaleza y descri-
birlos mediante la misma estructura narrativa que rodeaba cualquier otra práctica
experimental. Esa es la razón fundamental por la que no hubo durante el mundo
moderno una ciencia de los singular o de lo irrepetible. Pero también es una de las
razones por las que la vida pudo presentarse, antes los ojos del fisiólogo o del taxo-
nomista, como un fenómeno complejo en la diversidad de sus producciones e irre-
ductible a la disposición armónica de las partes.

Los monstruos, como los cometas, como la piedra de Bolonia, como los fenó-
menos eléctricos, dejaron de ser signos, y pasaron a convertirse en evidencias. ¿Pe-
ro evidencias de qué? La respuesta está· cantada: evidencias de una norma que to-
davía no es. Si hemos comenzado por Haking, es porque este filósofo de la ciencia
comparte nuestra preocupación por la epistemología histórica. El surgimiento de la
biología a comienzos del siglo XIX no solamente se sigue de la reflexión teratológi-
ca. Otros muchos factores deberían tenerse en cuenta —como el desarrollo de la
morfología y de la anatomía comparadas, la preocupación renovada por el concepto
de clasificación natural, la profundización en la idea de refuncionalización, o el es-
tudio del registro fósil—, pero ninguno de estos hechos por sí solo explica cómo lo
que no es reductible a la organización ha pasado a ser objeto de la mirada pene-
trante del médico y del naturalista. Lo invisible, la vida, como la enfermedad, lo que
en su día fue también un signo de la presencia de un principio inmaterial vegetativo,
sensitivo o racional, se ha hecho evidente. La relación entre lo normal y lo patológi-
co, como otras muchas de las oposiciones clásicas del pensamiento, no se resuelve
por el establecimiento definitivo de la norma, sino desde el momento en que lo pa-
tológico se convierte en un principio normativo.

Bibliografía

Señalo aquí tan sólo algunas, pocas, referencias bibliográficas para el público
interesado. En estas referencias no se incluyen las que sirven para apoyar este pe-
queño texto, que se ha escrito deliberadamente sin notas.

-G. Canguilhem: “La monstruosidad y lo monstruoso” en El conocimiento de la vi-


da. Barcelona, Anagrama, 1976.
-K. Parkáand L. Daston, Wonders and the Order of Nature: 1450-1750, New
York, Zone Books, 1998.
-K Parkáand L. Daston: “Unnatural conceptions: The Study of Monsters in 16th
and and 17th centuries”, en Past and Present 92 (1981): 20-54.
-J. Moscoso: “TeratologÌa e imaginación maternal” en Dynamis, 16 (1996): 465-
472.
-J. Moscoso: “Volkommene Monstren und unheilvolle Gestalten: Zur Naturalisie-
rung der Monstrosit‰t im 18th Jahrhundert”, en M. Hagner, Der falsche
Kˆrper. Beitr‰ge zu einer Geschichte der Monstrosit‰ten, Gˆtttingen, Wa-
llstein, 1995.
-J. Moscoso: “Monsters as evidence: the uses of the abnormal body during the
early 18th century”, Journal of the History of Biology, 31 (1998): 355-382.

39
ALGUNAS
CONSIDERACIONES
SOBRE LA
EVOLUCIÓN
GENÉTICA DE LA
COMPLEJIDAD
ANIMAL
Francisco J. Murillo Araujo

L
a generación de un organismo adulto multicelular, con la enorme compleji-
dad estructural y funcional evidente en muchas especies, a partir de una úni-
ca célula y mediante el proceso que conocemos como desarrollo, es sin duda
uno de los fenómenos biológicos más enigmáticos y fascinantes. No es de extrañar
que desde el renacimiento de la Genética, a principios de siglo, muchas investiga-
ciones en esta disciplina científica se enfocaran al estudio de las bases genéticas del
desarrollo. Entre otros, un objetivo importante de esas investigaciones era identifi-
car los genes “rectores” de tan complejo proceso y desentrañar su modo de opera-
ción.

La “Genética del desarrollo” experimentó un impulso definitivo con la identifi-


cación del material del que están hechos los genes (un polímero de cuatro tipos dis-
tintos de ciertas moléculas conocidas como nucleótidos) y con la aparición de las
modernas técnicas de manipulación genética y de análisis celular y molecular. Entre
otras aplicaciones, esas técnicas permiten aislar un gen individual, analizar su se-
cuencia de nucleótidos, estudiar la estructura y modo de acción del producto génico
correspondiente (normalmente una proteína cuya estructura está determinada por la
secuencia de nucleótidos del gen), determinar en qué momento del desarrollo y en
qué células del embrión actúa el gen en estudio, o identificar otros genes sobre los
que el primero ejerce alguna acción reguladora, o con los que coopera para llevar a
cabo una “tarea de desarrollo” concreta.

Aún cuando quedan muchos enigmas por resolver, la conjunción de los méto-
dos de la “Genética clásica” y de las modernas técnicas de análisis celular y mole-
cular han servido para incrementar de forma abrumadora nuestro conocimiento so-
bre el tipo y modo de acción de los genes que regulan el desarrollo de unos pocos
organismos escogidos como “modelos”. Es el caso de la mosca Drosophila mela-
nogaster o el pequeño “gusano” (nematodo) Caenorhabditis elegans, pero también
de organismos más “complejos” como el pez cebra o el ratón.
La Vida

Un aspecto de particular interés de las actuales técnicas de manipulación gené-


tica es que, una vez identificado un gen de un organismo concreto, permiten detec-
tar con relativa facilidad la presencia de un posible gen homólogo en cualquier otra
especie, incluso en una especie ya extinguida pero de la que quedan restos fósiles en
adecuado estado de conservación. Ello hace posible la reconstrucción de la evolu-
ción molecular de genes rectores del desarrollo y su comparación con la evolución
paralela de la morfología de los seres vivos. En el caso de los animales, este tipo de
estudios está poniendo de manifiesto aspectos de la evolución de la determinación
genética de la morfología que hubieran sido considerados bastante sorprendentes
hace tan sólo unos años. Quisiera destacar aquí dos de estos aspectos. Uno es la ex-
traordinaria conservación a lo largo y ancho de la evolución de muchos genes del
desarrollo y, por tanto, de muchas operaciones moleculares implicadas en la gene-
ración de formas o la especialización de las células. El segundo aspecto es el deno-
minado principio del “reclutamiento”, según el cual la aparición a lo largo de la
evolución de novedades anatómicas de cierta complejidad no descansa necesaria-
mente en la aparición de novedades genéticas (nuevos genes cuyos productos llevan
a cabo novedosas operaciones moleculares) sino en el uso repetido de genes pre-
existentes y, por tanto, de operaciones moleculares ya conocidas, en nuevas tareas o
funciones de desarrollo.

Un ejemplo espectacular de la conservación de genes del desarrollo es el de la


agrupación Hox. Se trata de una agrupación de genes (varios de ellos dispuestos
uno junto a otro) cuya acción, relacionada con el control de la expresión de ciertos
otros genes, es responsable del establecimiento del patrón anatómico (“cabeza-
tronco-cola”) visible a lo largo del eje antero-posterior de la mayoría de los anima-
les pluricelulares (metazoos). Las excepciones serían los cnidarios (hidra o coral) y
los poríferos (esponjas). Como se aprecia en la figura adjunta, el gen Hox ancestral
debió aparecer en la evolución antes de que lo hicieran los primeros metazoos, ya
que todos estos, incluyendo los citados poríferos y cnidarios poseen al menos una
copia del gen Hox.

Los poríferos, sin patrón de formas a lo largo de un eje antero-posterior, poseen


sólo una copia del gen Hox. La presencia de un patrón morfológico antero-posterior
en los demás animales (todos ellos incluidos en el gran grupo taxonómico denomi-
nado Bilateria) ha ido asociada a duplicaciones sucesivas y dispuestas en tándem
del gen Hox ancestral. Es evidente la diversidad de estructuras anatómicas que ob-
servamos hoy día a lo largo del citado eje en las distintas especies de “bilaterados”,
de una sanguijuela a una mariposa, o de un pez al hombre. Sin embargo, en todas
esas especies son los mismos genes, los de la agrupación Hox, los que se encargan
de la correcta disposición de esas variadas estructuras a lo largo del eje antero-
posterior del organismo. La conservación alcanza incluso a ciertos matices de unos
genes Hox respecto de otros. Por ejemplo, en todos los animales se encuentran las
mismas tres clases de genes Hox: los que actúan en la región anterior del embrión,
los que lo hacen en el tronco y los que actúan en la región posterior. Los genes de
cada especie que pertenecen a una misma de esas tres clases presentan mayor simi-
litud de secuencia entre sí y ocupan la misma posición física dentro de la agrupa-
ción génica completa.

Hay que señalar que la aparición de los vertebrados (el gran grupo taxonómico
que incluye a peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos) requirió duplicaciones su-
cesivas de la agrupación Hox completa. Al menos, eso parece deducirse del hecho
de que en el resto del mundo animal se encuentre una sola agrupación Hox, mien-
tras que en los vertebrados se encuentran al menos cuatro agrupaciones repetidas,
cada una de las cuales contiene genes Hox de las tres clases citadas en el párrafo
anterior. Es curioso que algunos peces, como el pez cebra, contengan una agrupa-

41
La Vida

ción Hox adicional, aunque esta última parece haber perdido muchos genes (véase
figura).

La figura representa el árbol de relaciones filogenéticas (relaciones de origen) de algunos


grandes grupos de animales metazoos (animales multicelulares). En los extremos de las
distintas ramas del árbol aparecen especies concretas, incluyendo las especies “modelo”
citadas en el texto. Junto a cada grupo o especie se incluye un esquema de su agrupación de
genes Hox. Cada gen Hox está representado por un pequeño rectángulo (un triángulo en las
especies en que se conoce la dirección de expresión del gen Hox). Dentro de cada agrupa-
ción aparecen en distinto tono los genes Hox de cada clase descrita en el texto (genes de
“cabeza, tronco o cola”).
(Figura tomada de Finnerty y Martindale, 1988, con algunas modificaciones).

Tres hechos ocurridos a lo largo de la evolución se destacan en un recuadro.


Abajo, la aparición del gen Hox ancestral antes de la aparición del primer metazoo.
A continuación la duplicación en “tándem” del gen Hox asociada a la evolución de
los Eumetazoos (animales que presentan algún tipo de simetría por comparación
con los poríferos). Finalmente, más arriba, se destaca la duplicación de la agrupa-
ción Hox completa asociada a la aparición de los vertebrados. Como se aprecia en
la representación de las cuatro agrupaciones Hox del ratón y el pez globo (cinco en
el pez cebra) la duplicación de la agrupación Hox fue seguida de la pérdida de dis-
tintos genes Hox individuales en distintas agrupaciones y distintas líneas filogenéti-
cas. Una pérdida similar se produjo en otras líneas filogenéticas, en especial la que
condujo al nematodo Caenorhabditis.

La situación descrita para los genes Hox puede extenderse a muchos (aunque no
todos) de los genes que conocemos como implicados en alguna “operación básica”
del desarrollo embrionario. Quizás tal grado de conservación evolutiva no se pro-
duzca con aquellos otros genes que actúan “aguas abajo” de esas operaciones bási-
cas; por ejemplo, los genes responsables de que las extremidades de una mosca o
las nuestras sean realmente como son. Pero, paradójicamente, el conocimiento ac-

42
La Vida

tual sobre estos genes “realizadores” es mucho más limitado que el de los genes re-
guladores, y quizás nos esperen nuevas sorpresas.

En cierto modo, los datos comentados sobre la agrupación Hox pueden servir
también de ejemplo del citado principio del “reclutamiento”. La duplicación, prime-
ro del gen Hox y luego, en la línea evolutiva de los vertebrados, de la agrupación
Hox completa, demuestra que pueden generarse novedades morfológicas sin “in-
ventar” genes novedosos, sino mediante la “reiteración”, similar en cierto sentido al
reclutamiento, de la misma función molecular básica. Aunque es cierto que la du-
plicación de un gen, si bien no supone la aparición de una operación molecular nue-
va, posibilita la aparición por evolución de nuevos matices en dicha operación, co-
mo pueden ser cambios en las interacciones con otros genes, o cambios en el mo-
mento y dominio preciso del embrión en que se produce la acción del gen duplica-
do.

Casos más claros de reclutamiento son el uso repetido de genes individuales du-
rante el desarrollo de un organismo concreto. Este fenómeno ha sido ampliamente
demostrado en el desarrollo embrionario de los animales “modelos” citados ante-
riormente. Por citar sólo un ejemplo, podemos hablar de un gen llamado “Notch”.
La proteína determinada por este gen constituye un elemento esencial de una ruta de
“señalización” intercelular. Una ruta de este tipo consiste en una cadena sucesiva de
interacciones moleculares dentro de una célula que es iniciada por una “señal” ge-
nerada en una célula vecina. Como consecuencia, la célula “estimulada” sigue un
“destino de desarrollo” distinto del que hubiera seguido en ausencia de la señal. Sa-
bemos que durante el desarrollo embrionario de la mosca Drosophila el gen
“Notch” (y otros genes que participan en la misma u otra ruta de señalización) actúa
en distintas fases y en zonas distintas del embrión, mediando varias “señalizacio-
nes” entre células vecinas, aunque las señales y las repuestas de las células sean
distintas. La misma situación se produce, además, con el gen homólogo de Notch
del nematodo Caenorhabditis o de los vertebrados.

La utilización repetida del mismo gen durante el desarrollo embrionario puede


también ser sometida a análisis filogenético. En algunos casos, ello ha permitido
rastrear la función morfogenética ancestral del gen y determinar en qué momentos
de la evolución fue produciéndose su incorporación sucesiva a nuevas tareas de de-
sarrollo, de forma que al final (hoy día) haya acabado por tener distinto número de
tareas de desarrollo (distinta “carga de trabajo”) en distintos grupos taxonómicos.

Estudios como el descrito parecen demostrar que el origen de muchas noveda-


des morfológicas descansa, al menos en parte, en la adquisición de nuevos “roles”
por parte de genes preexistentes. Como el zapatero remendón, o los que nos dedi-
camos al “bricolage” casero, la evolución no puede permitirse el lujo de generar
nuevos ingenios, diseñados “de novo”, desde el principio, para un funcionamiento
óptimo, sino que, en buena medida, construye nuevas formas con los materiales que
tiene a mano. Los resultados de la evolución tienen, pues, las limitaciones y restric-
ciones que imponen esos materiales. Lo cual no es sino un motivo adicional para
admirar la asombrosa variedad de formas, funciones y comportamientos que mani-
fiestan los productos de tal “chapuza” evolutiva, al menos aquellos productos que el
Homo sapiens no ha exterminado todavía.

Bibliografía
Las ideas que aparecen aquí, en nada originales, están expuestas de forma más
completa en las referencias que se citan a continuación. Pido disculpas porque todas

43
La Vida

ellas están en idioma extranjero, pero no he sabido encontrar ninguna referencia


apropiada en castellano.

-Duboule, D. Y Wilkins, A. S. (1998): “The evolution of ‘bricolage’, Trends in Ge-


netics, vol. 14, pp. 54-59.

-Finnerty, J. R. y Martindale, M. Q. (1998): “The evolution of the Hox cluster: in-


sights from outgroups”, Current Opinion in Genetics and Development, vol. 8,
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-Jacob, F. (198l):Le jeu des possibles. Essai sur la diversité du vivant, Libraire Ar-
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-Wray, G. A. y Abouhcif, E. (1998): “When is homology not homology?”, Current


Opinion in Genetics and Development, vol. 8, pp 681-687.

44
BIODIVERSIDAD,
CRISIS Y
COMPLEJIDAD
Miguel A. Esteve Selma

Comunicación

L
a biodiversidad o diversidad biológica comprende el conjunto de organismos
vivos, comunidades y sistemas ecológicos, y sus correspondientes contenidos
genéticos, presentes en una parte o la totalidad del planeta. A pesar de la gran
aceptación social del concepto y los avances de la ciencia, se desconoce el número
exacto de especies existente en la actualidad, incluso su orden de magnitud. Si
nuestra especie dedicase un suficiente esfuerzo científico a esta contabilidad, el mi-
llón setencientas mil especies descritas hasta el momento -sin contar las descritas ya
como extintas- podría duplicarse -previsión muy conservadora- o multiplicarse por
treinta o más, según diferentes estimaciones. Esta incertidumbre afecta sobre todo a
los organismos de menores dimensiones, especialmente microorganismos y anima-
les invertebrados.

Lógicamente, la diversidad biológica está en todas partes pero no en la misma


cantidad. La mayor parte de la diversidad de plantas y animales se acumula en
ciertos biomas o conjuntos de ecosistemas. Los ambientes tropicales -arrecifes de
coral, selvas, humedales y sabanas- acogen al menos un 40% del total de la biodi-
versidad planetaria. Los archipiélagos oceánicos cálidos también son importantes
reservorios de especies endémicas o de muy limitada distribución, de edad evoluti-
va muy dispar. Los ecosistemas mediterráneos, en cuanto a flora, suponen hasta un
10% de toda esta riqueza de la biosfera. Razones de estabilidad y alta producción,
aislamiento o heterogeneidad y rigor ambiental, en cualquier caso, estos tres gran-
des tipos de sistemas han acumulado un capital muy notable de formas vivas pro-
pias que supone un importantísima reserva de intangibles valores ecológicos y eco-
nómicos. Nuestro entorno mediterráneo árido más inmediato, a pesar de su aspecto
estéril y poco atractivo bajo un prisma convencional, forma parte de esa constela-
ción de hábitats privilegiados por su biodiversidad, y la próxima red europea Natura
2000 supondrá un reconocimiento explícito de esta realidad.

En la presente era geológica parece darse el máximo número de especies exis-


tente simultáneamente en nuestro planeta, aunque esto suponga únicamente la milé-
sima parte de las especies ya extinguidas. No obstante, la erosión genética, resulta-
do de una extinción de especies y variedades muy acelerada, parece ser la caracte-
rística más definitoria de las últimas décadas. Efectivamente, aunque existe una
pérdida por razones naturales o extinción de fondo, la actual es atribuible esencial-
mente a la actividad humana en forma de exterminio directo, rotura del aislamiento
biogeográfico y alteración del hábitat, resultando una tasa de 100 a 1000 veces más
elevada que la que se calcula para los momentos más críticos entre eras geológicas,
con extinciones masivas como cuando desaparecieron los dinosaurios, en la transi-
ción del Cretácico al Terciario. Se estima una extinción probable de 50 a 250 espe-
La Vida

cies diarias, aunque su valor real depende fundamentalmente de: i) las estimas del
total de especies, ii) los distintos escenarios de deforestación de los bosques tropi-
cales y de sus pautas de fragmentación y iii) de las perspectivas de conservación de
determinadas áreas ricas en megadiversidad biológica. En cualquier caso, la tasa
actual de extinción sobrepasa en más de 100.000 veces la extinción de fondo espe-
rable en condiciones normales.

Estas tasas nos sitúan en la sexta gran extinción sufrida por la biosfera y renue-
va el interés por comprender la lógica de las cinco ocasiones anteriores en las que la
complejidad de formas vivas fue simplificada traumáticamente. El debate científico
actual se extiende a múltiples facetas de estos cinco procesos de extinción masiva y
de otros muchos de menor entidad y más frecuentes -unos 15-, pero fundamental-
mente se centran en las causas externas e internas que explican las extinciones ma-
sivas y en las consecuencias evolutivas de estos periodos y sus fases inmediata-
mente posteriores.

Se han buscado regularidades en las características propias de los periodos de


crisis biológica, su aparente periodicidad -cada 26 millones de años ocurre una gran
extinción-, los fenómenos físicos implicados -movimientos tectónicos y vulcanis-
mo, regresiones marinas, anoxia en los océanos, cambios climáticos severos, cam-
bios magnéticos, etc.-, y los posibles agentes externos desencadenadores: aumentos
en las radiaciones -erupciones solares, supernovas-, caída de meteoritos y otras
perturbaciones cósmicas.

Resulta relativamente sencillo relacionar episodios de extinción catastrófica


aparentemente recurrentes con la regularidad de la dinámica astronómica. Pero ni
siquiera las extinciones consideradas más súbitas ocurren en el plazo lógico de una
única perturbación, por muy potente que ésta sea. Las causas más probables han de
ser múltiples y se extienden a periodos del orden del millón de años. En una extin-
ción masiva típica puede haber un detonante extraterrestre pero las causas directas
suelen abarcar distintos cambios sustanciales en la composición y dinámica de las
capas fluidas de la Tierra, además de un vulcanismo intenso y otros fenómenos im-
portantes de la corteza terrestre, resultando muy difícil determinar el papel protago-
nista de cada uno de ellos. En cualquier caso, toda gran extinción en masa debe
afectar gravemente tanto a la biodiversidad marina como a la continental, y espe-
cialmente a los ecosistemas tropicales.

Otra simplificación habitual es asociar una gran extinción con un gran cataclis-
mo, como si las consecuencias biológicas tuvieran una reacción lineal sencilla con
la intensidad del impacto o la catástrofe -la caída de un meteorito de grandes di-
mensiones, por ejemplo-, otorgando a la naturaleza un papel esencialmente pasivo
en la dinámica de la catástrofe. Existe, efectivamente, una relación inversa entre
intensidad y frecuencia en las perturbaciones de distintos tipos, como puede obser-
varse, por ejemplo, en la faz de la Luna si analizamos el número de cráteres de dife-
rentes tamaños, lo que conviene a la lógica de las extinciones masivas: unas pocas
grandes asociadas al impacto de grandes meteoritos y un número mayor de peque-
ñas causadas por otros de menor tamaño. Pero la naturaleza es enormemente más
compleja que una suma, sin más, de actores evolutivos en un marco físico inerte.

La comprensión cada vez más profunda de la naturaleza como un sistema di-


námico adaptativo está redefiniendo su papel en estos fenómenos de extinción ma-
siva, así como en otros muchos relacionados con la organización ecológica de las
comunidades o con la biología evolutiva en general. Son las interrelaciones múlti-
ples y complejas que se establecen entre las miles de especies existentes en cual-
quier ecosistema de tamaño medio, entre sí y con su medio físico interactuante y
multifactorial, las que descartan cualquier respuesta lineal ante la perturbación o el

46
La Vida

cambio, dotando al sistema de un orden complejo que le sitúa en el límite del caos.
Las restricciones impuestas para la construcción de una comunidad biológica pue-
den ser simples en lo profundo y, sin embargo, desarrollar una organización emer-
gente de comportamiento complejo ante el cambio, e incluso ante la estabilidad, en
la que la estricta contingencia histórica tiene un papel relevante.

Una naturaleza organizada hasta el límite del caos puede amplificar o minimi-
zar, según las circunstancias, cualquier suceso externo que la perturbe e, incluso,
generar ella misma fluctuaciones o cambios de considerable magnitud que precipi-
ten en procesos de extinción catastrófica. El comportamiento no lineal y complejo
de los ecosistemas invita a olvidar manidos tópicos sobre el equilibrio de la natura-
leza o una naturaleza bajo un orden cartesiano, y a construir, consecuentemente,
nuevas concepciones anti-intuitivas donde estos sistemas naturales a pesar de estar
sometidos a reglas que pueden considerarse sencillas se expresan con una compleji-
dad desconcertante y, habitualmente, impredecible, en la que únicamente es posible
hablar de metaestabilidad. Bajo esta concepción no es imprescindible buscar agen-
tes externos para las crisis biológicas, agentes cuya participación puede haber sido
más ocasional, secundaria o complementaria de lo que actualmente se cree.

La especie humana, como un actor interno de esta naturaleza, parece empeñada en


demostrar que se basta ella sola para exterminar en las próximas décadas a un 50 %
de toda biodiversidad planetaria actual. La biosfera tardará en recuperarse varios
millones de años -de dos a cinco por lo normal tras una gran extinción-, un tiempo
suficiente para que nuestra especie sea, entonces, un simple fósil más.

Bibliografía

-Agustí, J. (Ed.) (1996): La lógica de las extinciones. Metatemas, 42. Tusquets


Editores. Barcelona. 227 pp.

-Alvarez, W. (1998): Tyrannosaurus rex y el cráter de la muerte. Crítica. Barcelo-


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humanidad. Metatemas, 50. Tusquets Editores. Barcelona. 296 pp.

-Lewin, R. (1995): Complejidad. El caos como generador del orden. Metatemas,


41. Tusquets Editores. Barcelona. 243 pp.

47
TOMANDO A
DARWIN EN SERIO
Enrique Ujaldón.

Comunicación

E
l tema que nos reúne aquí esta tarde es la “vida”, dentro de lo que esta Sema-
na de Filosofía llama las “Ciencias de la Complejidad”. Cuando se habla de
“Ciencias de la complejidad” la reacción mayoritaria es preguntar ¿y qué es
eso? Desde luego, podemos formular muchas preguntas: ¿Por qué en plural? ¿No
sería más bien el caso que todo el problema del caos y la complejidad no es si no
una prometedora rama de la matemática, con lo que el hablar de “ciencias de la
complejidad” es más bien confundente? La organización misma de la semana está
basada en que el problema de la complejidad no es solamente matemático. Pero una
cosa es que la complejidad, signifique lo que signifique, no se reduzca a matemáti-
cas y otra que nos permita hablar como si estuviesen naciendo unas nuevas ciencias
que viniesen a sustituir a nuestras antiguas conocidas, la física, la biología, la so-
ciología y demás. ¿Se está produciendo una revolución científica, como algunos
pretenden, de tal modo que estén cambiando nuestras concepciones científicas tra-
dicionales, haciendo obsoleta nuestra división tradicional de los saberes?

Desconozco la respuesta, pero es innegable que estamos en un período de los


que Kuhn llamaba de “crítica de los fundamentos” pero ello no equivale a afirmar
que vayan a desaparecer ni nuestros conceptos científicos ni menos aún nuestra di-
visión del saber. De todos modos, estamos aquí no para hacer ciencia, sino para ha-
cer especulación, filosofía y, asumiendo los riesgos que ello comporta, en lo que si-
gue “pondré sobre la mesa” algunas cuestiones que creo que están en el corazón del
debate intelectual sobre el famoso orden y caos. Los pasos a seguir son tres. En
primer lugar exponer de forma esquemática a qué resultados de tipo conceptual nos
conducen los avances en física, biología, meteorología, matemáticas, sociología,
etc., de los últimos treinta años y que se suelen agrupar bajo la etiqueta de “caos”.
En segundo lugar, defender una cierta versión del reduccionismo, la idea de que hay
ciencias y explicaciones más básicas que otras, así por ejemplo la física sería más
básica que la biología, y la biología más básica que la sociología; y, en último tér-
mino, las explicaciones de las ciencias menos básicas deben ser compatibles con las
explicaciones de las ciencias más básicas. Los desarrollos de la ciencia en las últi-
mas décadas, especialmente lo que tiene que ver con la complejidad, apoyan esta
idea, pero mantengo que su valor es independiente de los resultados alcanzados por
la ciencia en un momento dado. En tercer lugar, analizar todo lo que ello significa
para el concepto de vida, para la biología como ciencia y algunas consecuencias pa-
ra las ciencias sociales.

La complejidad: los cambios conceptuales.


Podemos resumir los conceptos tradicionales sobre el funcionamiento de los di-
ferentes sistemas en tres ideas:
La Vida

• Los sistemas simples se comportan de manera simple. En tales sis-


temas, el problema es dar con los mecanismos, las leyes, que los
explican, y a partir de ellas, el comportamiento del sistema sería
totalmente determinista.

• El comportamiento complejo implica causas complejas. Así habrá


sistemas en física, biología o ciencias sociales donde el número de
variables intervinientes y la imposibilidad del control experimental
de todas ellas, darán lugar a sistemas inestables y, por consiguiente,
impredecibles.

• Diferentes sistemas se comportan de manera distinta. Los meca-


nismos explicativos de un sistema ecológico, la formación de las
nubes o el movimiento de la bolsa, tendrán que ser necesariamente
diferentes puesto que el comportamiento de unos nada tiene que ver
con el comportamiento de los otros.

Desde este punto de vista, la diferencia entre simplicidad y complejidad es


práctica. Los sistemas simples son aquellos en los que podemos controlar experi-
mentalmente todas las variables y predecir, por tanto, su comportamiento. Los sis-
temas complejos son aquellos en los que el número de elementos intervinientes nos
impide en la práctica controlar experimentalmente todas las posibles variables. La
diferencia entre sistemas simples y complejos no se situaría en la naturaleza, sino en
nuestras limitaciones cognitivas. Pues bien, quizás los más importantes cambios
conceptuales a los que nos forzarían las investigaciones sobre el caos se pueden re-
sumir en defender lo contrario de lo que se afirma en las tesis anteriormente citadas.
Ahora sabemos que ciertos sistemas simples se comportan de manera compleja, y
además sin azar. Y al contrario, que sistemas complejos pueden comportarse de
modo sencillo. Pero lo más interesante es que lo que algunos vienen denominando
“leyes de la complejidad” son válidas independientemente de los detalles de los
átomos que configuran el sistema. Un buen ejemplo de esto pueden ser las aplica-
ciones de los fractales a cosas tan diferentes como el movimiento de las nubes, a la
configuración de los vasos sanguíneos y otras áreas de la fisiología humana.

3. El sueño de la ciencia unificada.


La filosofía y la ciencia, entendidas como copartícipes en lo que algunos llaman
“la empresa del conocimiento” han considerado como uno de sus objetivos básicos
el dar una explicación unificada de la realidad. Sin embargo, desde Dilthey muchos
filósofos piensan que tal objetivo es imposible de alcanzar porque para unos no hay
una realidad que explicar sino muchas, y para otros hay al menos dos, la natural y la
humana que son esencialmente diferentes y que exigen instrumentos conceptuales y
principios explicativos diferentes. Pero no suele pensarse sólo que es imposible, si-
no también que, de poderse conseguir, sería algo malo. Equivaldría a una deshuma-
nización del mundo moralmente perniciosa. Así que, cualquier intento de dar una
explicación de un fenómeno que pertenece al ámbito explicativo de una ciencia
desde otra ciencia considerada más básica o de más bajo nivel explicativo es sospe-
choso de reduccionismo y, en términos generales, tal pretensión levanta las sospe-
chas de científicos y filósofos.

No vamos a negar la necesidad de la especialización en la ciencia: La produc-


ción de conocimiento es ya indesligable del estudio pormenorizado de pequeñas
áreas de lo real que son sometidas a análisis cuidadoso. Lo que sí debemos señalar
es que la especialización es una necesidad pragmática. Su existencia no prueba la
idea de que las diferentes ciencias y subciencias refieran a tipos de entidades dife-
rentes que necesiten tipos de explicaciones diferentes.

49
La Vida

¿Qué entiendo aquí por reduccionismo? Normalmente la idea del reduccionista


es que unas ciencias se pueden o deben reducir a otras, así, por ejemplo, la química
se reduce a física, la biología a química y las ciencias sociales a biología. Pero, si
con ello nos referimos a que las ciencias de más alto nivel explicativo, por ejemplo,
la biología en relación con la química, deben abandonar sus principios, teorías, vo-
cabulario o leyes en favor de las ciencias de más bajo nivel entonces no merece la
pena discutir tal posición por absurda. Si, por el contrario, con el término reduccio-
nismo nos estamos refiriendo a la pretensión de que las diferentes ciencias sean en
último término compatibles y que todas ellas colaboren en una explicación del
mundo coherente, entonces creo que el reduccionismo forma parte del corazón
mismo de la empresa científica. En este sentido, la intervención que voy a desarro-
llar puede ser calificada de reduccionista.

4. La idea peligrosa de Darwin.


4.1. La evolución como un proceso algorítmico.
Podemos entrar entonces en la tercera parte de la exposición, ¿qué consecuen-
cias tiene todo lo dicho para el concepto de “vida” y para la biología? Para respon-
der usaré algunas de las ideas desarrolladas por el filósofo norteamericano Daniel
Dennett en su libro, de 1995, Darwin´s dangerous idea (que podríamos traducir
como La idea peligrosa de Darwin).

De acuerdo con Dennett, la “idea peligrosa de Darwin” es que éste habría des-
cubierto que la vida en la Tierra, y toda la diversidad biológica, ha sido generada
por un proceso algorítmico. El gran mérito de Darwin habría sido el descubrir el
poder de un algoritmo o, con más exactitud, un conjunto de algoritmos correlacio-
nados. Un algoritmo, como todos sabemos, es un procedimiento formal y mecánico
que garantiza que, siguiendo las reglas especificadas, se alcanzan determinados re-
sultados. Así, el poner las palabras en orden alfabético es un algoritmo. Los pro-
gramas de los ordenadores son algoritmos, pero también lo son los torneos de tenis.
Podemos señalar tres rasgos fundamentales de los procesos algorítmicos:

• El poder del algoritmo es de tipo lógico y por tanto es indepen-


diente del tipo de materia en donde se lleve a cabo.

• Si bien el diseño del algoritmo puede ser extremadamente inteli-


gente, una vez formulado el procedimiento es en sí mismo muy
simple, tan simple como para que para ser realizado mecánica-
mente.

• Los resultados están garantizados por el procedimiento algorítmico,


si es realizado correctamente.

La teoría de la evolución por selección natural concebida como un conjunto de


algoritmos es la idea peligrosa de Darwin. Una consecuencia obvia de lo dicho
hasta ahora es que las ideas de Darwin sobre el poder de la selección natural pueden
ser separadas de la biología, puesto que el poder de un algoritmo es independiente
del tipo de materia a la que se aplique. Ello explica que el darwinismo haya sobre-
vivido a más de un siglo de investigación sobre los mecanismos de la herencia, que
están en la base de la evolución. Toda la vida sobre la tierra es el resultado de pro-
cesos algorítmicos ciegos.

4.2. El surgimiento de la vida.


Todos los intentos de aplicar tesis darwinistas fuera del campo mismo de la
evolución suscitan sospechas cuando no el rechazo directo de la mayor parte de los

50
La Vida

científicos y filósofos, pero si no aceptamos que los procesos darwinianos se apli-


can a lo no vivo, entonces no tenemos manera de explicar el surgimiento de la vida
dentro del esquema explicativo darwiniano. La vida se convierte en algo milagroso,
imposible de definir, esencia elusiva, dato bruto del que parte el trabajo del biólogo.
Si no aceptamos esta forma de misterio en lo existente, entonces la única opción es
pensar que lo vivo se originó de formas no vivas justo en el mismo sentido en que
se originan el resto de las formas vivas. Una breve digresión acerca del concepto de
especie me permitirá explicar mejor lo que quiero decir.

El concepto de especie forma parte del vocabulario corriente de este final de


milenio. Y el uso que de él se hace, justificable por motivos pragmáticos, es fuente
de algunos malentendidos. Así muchas personas suelen pensar en todos los indivi-
duos de una misma especie como compartiendo algún tipo de propiedad esencial
que los caracterizaría como miembros de esa especie frente a otras características
accidentales. Esta idea remite a las formas platónicas y está implícita en la clasifi-
cación de los animales predarwiniana y que sigue vigente en gran parte en nuestros
días. Después de Darwin, tal concepción es insostenible. Sin pretender entrar en el
problema de la especiación, debemos señalar algunas cosas. Es imposible encontrar
una correcta definición de especie en el sentido de que, sea cual sea la forma viva
que elijamos, podamos clasificarla dentro de una especie u otra sin posible duda.
Por citar un ejemplo famoso, ¿sería posible, en un viaje a través del tiempo, encon-
trar sin lugar a dudas a la primera jirafa? Una búsqueda tal es absurda. Las especies
cambian a través del tiempo y cuando se dan una serie de factores, como aisla-
miento, o acumulación de cambios, entonces hablamos de nuevas especies.

Así como es absurdo buscar la primera jirafa, es absurdo buscar la primera for-
ma viva. Parece claro que somos capaces de determinar que una piedra no está viva
y que nosotros lo estamos, pero cuando vamos explorando las formas intermedias
nos damos cuenta de que hay formas que dudamos en calificarlas como vivas o no.
La vida no es una esencia. ¿Cómo se produjo entonces lo que retóricamente llama-
mos “el milagro de la vida”? Evidentemente, de manera no milagrosa. No conoce-
mos con exactitud cuál sea la respuesta, pero ésta parece encontrarse en ciertos
elementos químicos capaces de replicar su estructura una y otra vez en un medio
propicio, tal y como hacen, por ejemplo, los cristales. Exponiendo entonces el pro-
blema muy rudamente, el éxito de la autorreplicación de un compuesto químico de-
penderá del uso que haga de los elementos que necesita y que se encuentran en su
medio. Ese compuesto se haya entonces situado en medio de un proceso de selec-
ción natural que cuando alcanza un nivel determinado de complejidad es más útil
calificarlo como de forma viva.

4.3. Replicación y selección.


Tenemos entonces ya el algoritmo o algoritmos que habría descubierto Darwin:
todo aquello que es capaz de generar una réplica de sí mismo está sometido a un
proceso de selección natural puesto que el éxito de la réplica dependerá del uso que
haga de los elementos que se encuentran en el medio, elementos que en numeras
ocasiones son disputados por todos los demás que también buscan replicarse. En ese
proceso de replicación se producen errores, la mayor parte de ellos inocuos, algunos
letales, pero también se producen errores que ofrecen nuevas posibilidades, errores
que introducen cambios en el organismo que son beneficiosos en relación con el
número de copias de sí mismo que un organismo puede dejar.

Pero el proceso de selección natural no se aplica sólo hacia atrás, sino que tam-
bién se aplica hacia delante. La distinción entre selección natural y selección artifi-
cial es, desde este punto de vista, difícilmente sostenible. Los seres humanos somos
tan parte del proceso natural como las hormigas y las relaciones que establecemos

51
La Vida

con nuestras ovejas o perros no son, desde el punto de vista evolutivo, diferentes a
las que cierta clase de hormigas establecen con sus pulgones. Y tan insostenible
como es la distinción entre selección natural y artificial lo es la distinción entre pro-
ductos naturales y artificiales (y aquí imagino que la argumentación tendría que ser
mucho más elaborada para convencer a mi auditorio). Los productos artificiales son
fruto de un diseño intencionado. Nuestros artefactos están construidos con un fin.
Los seres naturales no están construidos con ningún diseño intencionado, pero sí
pueden ser contemplados como artefactos, como máquinas construidas para vivir en
ciertos ambientes. Si tomamos en serio esta idea, la consecuencia es que la biología
es entonces ingeniería. Es el estudio de mecanismos funcionales, su diseño, cons-
trucción y formas de operar. Y ello no es más que el resultado de contemplar el
adaptacionismo como el corazón de la teoría de la evolución.

4.4. El adaptacionismo.
En los últimos años prestigiosos genetistas como Richard Lewontin y paleon-
tólogos como Stephen Jay Gould han criticado el adaptacionismo. La crítica en re-
sumen se basa en la idea de que el adaptacionismo es un fácil recurso para el inves-
tigador que sólo tiene que inventarse una historia que sea creíble para explicar la
evolución de cualquier cosa. Paradójicamente, la crítica es certera pero injustifica-
da. Es certera porque es verdad que puede ser un recurso fácil que sirva casi para
cualquier cosa, como algunos ejemplos de lo que se ha dado en llamar “psicología
evolutiva” parecen mostrar. Pero es injustificada porque una cosa es que el adapta-
cionismo pueda ser mal utilizado y no sea una explicación válida para todos los ca-
sos y otra es que tengamos alguna opción alternativa para explicar la diversidad y la
variabilidad de las formas vivas.

Así aceptaremos que el adaptacionismo es la consideración de los organismos


como máquinas adaptativas complejas cuyas partes tienen funciones adaptativas
subsidiarias dentro del conjunto del organismo. Lo que esto quiere decir, entre otras
cosas, es que nosotros no podemos abandonar el punto de vista funcional aunque
descendamos del nivel explicativo del ecosistema, al organismo individual o a su
dotación genética. Con ello no estamos diciendo que todos y cada uno de los rasgos
de todos y cada uno de los organismos sean resultado de una adaptación. Sabemos
que el proceso evolutivo está constreñido por la física; sabemos también que ciertos
rasgos son el resultado de desarrollos más generales; y por último, sabemos que
ciertos rasgos son subproductos de otras adaptaciones. Pero una cosa es negar que
todas las características sean adaptativas y otra, muy diferente, es negar que todas
las características sean el resultado de la selección natural. Esta segunda posición es
la que mantenemos aquí.

Ahora bien, ¿cómo es posible hacer compatible que la evolución sea un proceso
algorítmico si los algoritmos lo son para producir un resultado particular, con el re-
chazo de la teleología en la naturaleza y con la existencia de una exuberante diver-
sidad de formas de vida producidas en procesos que incorporan grandes dosis de
azar? La respuesta se encuentra en comprender que un algoritmo, para serlo, no tie-
ne por qué producir un resultado particular, lo que garantiza es que el resultado se
encuentra.

La evolución en la cultura.
Una correcta intelección del concepto de evolución nos debe conducir forzosa-
mente a admitir que el concepto tradicional de cultura, como algo opuesto a la natu-
raleza, es insostenible. Las distintas formas humanas de vivir y los productos gene-
rados por el hombre son tan fruto de la selección natural como los nidos de los pája-
ros, los termiteros o las presas de los castores. Lo que algunos llaman “cultura” co-

52
La Vida

mo algo que nos “saca” de la naturaleza y nos diferencia del resto de los animales
no es más que los distintos modos en que los hombres se han adaptado al medio.

Decíamos más arriba que la selección natural en cuanto que algoritmo es inde-
pendiente del medio en que se aplique. Ello muestra lo estéril del debate sobre cuál
es el verdadero sujeto de la evolución, si los genes, los organismos, las especies o
incluso los ecosistemas como conjuntos. Todos ellos pueden serlo, porque no hay
un verdadero sujeto de la evolución, si bien los diferentes niveles explicativos de-
ben ser finalmente compatibles. También, por ser el proceso de selección natural
independiente del medio en el que se aplique, es perfectamente extensible a lo que
llamamos el mundo de la cultura. Si la existencia de algunos productos típicamente
humanos depende de que sean capaces de replicarse, de reproducirse, entonces los
algoritmos evolutivos no pueden no aplicarse.

Si consideramos los productos del hombre como finalmente semánticos, en el


sentido en que un artefacto se fabrica, se elabora o se piensa porque alguien tiene la
idea de que tal producto es necesario o útil, entonces podemos pensar que los pro-
ductos culturales son esencialmente ideas cuya existencia depende de su capacidad
de replicarse, de reproducirse, de encontrar, finalmente, mentes que las alberguen.
Pues bien, la idea peligrosa de Darwin, aplicada en este caso es que el poder de ex-
pansión de una determinada idea depende de que se replique bien. Todo esto puede
sonar absurdo, sobre todo si pensamos que por un lado están las ideas y por otros
estamos nosotros, los sujetos conscientes que albergamos las ideas. Pero esto es otra
falsa idea, por cierto, con un extraordinario poder de replicación. En realidad nues-
tra mente es, nosotros somos, las ideas que albergamos, y no en un sentido metafó-
rico.

Ello nos conduce a nuestro siguiente eslabón: la psicología es también una in-
geniería. La mente no es algo misterioso en el sentido de un objeto cuya naturaleza
no pueda ser finalmente desvelada, sino una herramienta o conjunto de herramien-
tas. Biología, psicología e ingeniería son ciencias diferentes con diferentes objetos
de estudio, metodologías, conceptos, teorías, etc. Pero ello no impide que en las tres
podamos encontrar procesos subyacentes de carácter similar, y un buen ejemplo de
ello es precisamente la idea peligrosa de Darwin. Y lo que prueba tal idea es que,
por un lado, no hay diferencias esenciales entre los seres humanos y el resto de los
animales, y por otro, tampoco la hay entre nosotros y el resto de las máquinas.

Pensemos en los programas de ajedrez para ordenador. Muchas personas creen


que los ordenadores juegan al ajedrez, y ganan, porque tienen todas las posibles ju-
gadas. Y que, en cualquier caso, su modo de jugar al ajedrez es esencialmente dife-
rente del modo humano de jugar al ajedrez, porque el ordenador sólo aplica reglas,
sólo sigue algoritmos. Pero esto es justamente lo que hace un jugador de ajedrez.
Ningún programa de ordenador para jugar al ajedrez garantiza que éste vaya a ga-
nar, lo que debe garantizar es que está programado para jugar legalmente al ajedrez.
Esto es, no hay ningún algoritmo que garantice la victoria en el ajedrez, si lo hu-
biera el ajedrez perdería su gracia, pero ello no equivale a decir que ganar al ajedrez
no equivale a aplicar un algoritmo. En el mismo sentido, no hay ningún algoritmo
que garantice que la vida o el ser humano tenían que existir, pero eso no significa
que ambos no sean el resultado de procesos algorítmicos.

Conclusión.
Como conclusión me gustaría señalar que si tomamos a Darwin en serio y si
aceptamos los cambios conceptuales a los que nos conducen los descubrimientos
que giran en torno al problema de la complejidad, entonces debemos admitir la
existencia de principios explicativos que, nos gusten o no, y yo creo que no tienen

53
La Vida

por qué disgustarnos, no están encerrados en los reductos de las disciplinas en los
que fueron formulados, sino que contribuyen a que nos formemos una imagen del
mundo más sólida y coherente.

54
La conciencia
LA CONCIENCIA Y
EL NATURALISMO
Ángel García Rodríguez

Comunicación

1.
La existencia de fenómenos mentales conscientes (como, por ejemplo, ver
un libro rojo, sentir dolor de muelas, creer que las obras de Van Gogh son
bellas, desear que el mundo sea un lugar más justo, experimentar miedo,
alegría, amor, etc.) y fenómenos no-mentales no-conscientes (como, por ejemplo, la
atracción de los cuerpos hacia el centro de la Tierra, la tendencia de un objeto en
movimiento a seguir en movimiento a no ser que una fuerza distinta haga que se
detenga, el transcurrir de las noches y los días, etc.) plantea, en principio, un pro-
blema filosófico porque existe una conexión causal especial entre determinados fe-
nómenos mentales y determinados fenómenos no-mentales, en concreto determina-
dos procesos neurofisiológicos. El problema filosófico radica, en parte, en la expli-
cación de dichas relaciones: ¿qué es lo que hace que fenómenos tan distintos pue-
dan relacionarse causalmente entre sí?

En primer lugar, dichos fenómenos han de ser fenómenos del mismo tipo, en el
sentido en que el dualismo de sustancias niega que lo sean. Es decir, los fenómenos
mentales y los fenómenos no-mentales no pueden pertenecer a dos ámbitos de la
realidad esencialmente distintos e incompatibles. Pues si fuera así, ¿cómo se podría
concebir y explicar, sin apelar a la magia o al milagro, la existencia de dichas rela-
ciones causales? Tenemos, pues, que tanto los fenómenos mentales conscientes co-
mo los fenómenos no-mentales no-conscientes han de ser fenómenos del mismo ti-
po; llamémosles “fenómenos materiales”. Pero la afirmación del materialismo no
supone la solución al problema filosófico que nos ocupa; al contrario, lo acentúa.

Si los procesos neurofisiológicos del cerebro y del sistema nervioso de un su-


jeto como nosotros están formados por los mismos micro-elementos que conforman
procesos físicos como la inercia o el movimiento de rotación de la Tierra, ¿cómo es
posible que de algunos procesos no-mentales no-conscientes, pero no de otros, sur-
jan fenómenos mentales conscientes? ¿Cómo es posible que se dé la conciencia en
un mundo de objetos formados por micro-elementos no-conscientes? El problema
de la emergencia de la conciencia en el mundo es, sobre todo, un problema acerca
de la naturaleza misma de los fenómenos conscientes: a saber, ¿es posible explicar
la naturaleza de dichos fenómenos en términos materialistas, sin que pierdan su
condición de conscientes? Es decir, ¿no desaparecería aquello que es radicalmente
nuevo y distinto en los fenómenos conscientes, si se los explica desde una perspec-
tiva materialista?

2.
Una estrategia bastante extendida entre los filósofos de la mente contempo-
ráneos a la hora de explicar la naturaleza de la conciencia desde una pers-
pectiva materialista es lo que podría denominarse “la solución naturalista”.
La idea general es que la conciencia es un fenómeno más del mundo natural, de
modo que habría de ser posible explicarlo de modo análogo a como se explican
otros fenómenos naturales. En concreto, las explicaciones científicas del mundo
La Conciencia

natural son explicaciones causales: por ejemplo, determinadas sustancias químicas


causan determinados procesos, etc. Por analogía con este tipo de explicaciones, ha-
bría de ser posible comprender la naturaleza de la conciencia mediante el hallazgo y
la explicación de las relaciones causales relevantes. Pero, ¿cuáles son esas relacio-
nes causales?

En primer lugar, fenómenos como las sensaciones de dolor, los deseos o las
creencias vienen caracterizados por el hecho de que se dan determinadas conexio-
nes con el entorno: dado un estímulo apropiado (por ejemplo, un pinchazo de una
intensidad suficiente) se produce una sensación de dolor, la cual a su vez puede dar
lugar a una conducta característica (por ejemplo, gritar, llorar, o decir “me duele”).
Así pues, las relaciones estímulo-conducta con el entorno ayudan a explicar el ca-
rácter consciente de determinados fenómenos. Pero eso no es todo. Pues, ¿qué es lo
que se relaciona con el entorno? En el caso de las sensaciones de dolor, hay un su-
jeto de dichas sensaciones: pongamos por caso, un ser humano, con su correspon-
diente estructura interna. Pero no todo lo que sucede en alguien que siente dolor es
relevante para determinar la naturaleza de la sensación de dolor. En el caso humano,
lo relevante son determinados hechos del cerebro y del sistema nervioso. En resu-
men, pues, las relaciones causales que habría que esclarecer para llegar a compren-
der la naturaleza de los fenómenos conscientes son, por un lado, las relaciones in-
ternas (neurofisiológicas, en el caso humano) del organismo en cuestión, y por otro,
las relaciones externas de ese organismo con su entorno.

Es importante subrayar que dichas relaciones causales no son extrínsecas a los


fenómenos conscientes, sino más bien constitutivas de la conciencia. Lo que dife-
rencia un fenómeno mental consciente de otro (pongamos por caso, una sensación
de dolor de la creencia de que las obras de Van Gogh son bellas) es que las relacio-
nes causales características de uno y otro son distintas. Es decir, esas relaciones
causales constituyen los respectivos fenómenos conscientes. Precisamente por ello
es por lo que la solución naturalista puede proporcionar una respuesta al problema
filosófico de la naturaleza de los fenómenos conscientes: son conscientes aquellos
fenómenos caracterizados por determinadas relaciones causales, incluyendo rela-
ciones internas (neurofisiológicas) y relaciones con el entorno.

3.
La solución naturalista es una estrategia atractiva, en cuanto que permite
acomodar a los fenómenos conscientes dentro del mundo natural, en la me-
dida en que los fenómenos conscientes están constituidos por relaciones
causales. Pero, ¿es esto así? Ciertamente, entre los filósofos de la mente contempo-
ráneos hay bastante consenso respecto a la idea de que la mente, los fenómenos
mentales conscientes, están constituidos por determinados hechos acerca del entor-
no del organismo en cuestión. Además, éste se halla relacionado con su entorno
mediante relaciones causales estímulo-conducta. Pero, ¿son esas relaciones causales
constitutivas de la conciencia?

Cuando en bioquímica, por ejemplo, se habla de los efectos de una determinada


sustancia (pongamos por caso, que el vino produce somnolencia al ser ingerido en
determinadas cantidades), se distingue entre las propiedades intrínsecas de la sus-
tancia y los efectos que produce. Aunque propiedades intrínsecas y efectos están
relacionados entre sí (es decir, dadas determinadas propiedades intrínsecas, la sus-
tancia producirá determinados efectos), no parece acertado afirmar que los efectos
constituyen la naturaleza misma de la sustancia. Ello se demuestra por el hecho de
que a veces decimos que una determinada sustancia produce unos efectos determi-
nados (por ejemplo, la somnolencia en el caso del vino) porque tiene tales-y-cuales
propiedades intrínsecas o tal-y-cual naturaleza. Si la naturaleza de la sustancia en
cuestión consistiera en la producción de determinados efectos, el razonamiento an-

57
La Conciencia

terior no sería explicativo, por su circularidad (sería como decir que la somnolencia
tras la ingestión de vino está producida por la capacidad del vino de provocar sue-
ño).

Así pues, si en la explicación de fenómenos naturales como el anterior se dis-


tingue entre relaciones causales y relaciones constitutivas, ¿no habría de diferen-
ciarse también entre relaciones causales y relaciones constitutivas en el caso de fe-
nómenos mentales conscientes? Es decir, en la medida en que la conciencia es un
fenómeno natural más, las relaciones causales con el entorno no nos proporciona-
rían una explicación de la naturaleza de los fenómenos conscientes. Consecuente-
mente, y frente a lo que parece ser una opinión bastante aceptada, la mente no esta-
ría constituida por hechos acerca del entorno del organismo consciente. La conclu-
sión sería, tal vez, que los fenómenos conscientes están constituidos por las relacio-
nes internas (neurofisiológicas) del organismo.

No obstante, hay una manera de salvaguardar la tesis de que fenómenos cons-


cientes como las sensaciones de dolor están constituidos por hechos acerca del en-
torno del sujeto, sin tener que apelar a relaciones causales. Se trata de prestar aten-
ción a las conexiones entre sensaciones de dolor y conducta, aunque sin seguir el
modelo causal. Según este modelo, lo que sucede es que la sensación puede causar
una conducta característica, como el gritar o el decir “me duele”. Pero, dado que las
relaciones causales no constituyen la naturaleza del fenómeno consciente en cues-
tión, la sensación de dolor seguiría siendo el fenómeno consciente que es aunque no
se diera la conducta característica del dolor. Esto no significa simplemente que al-
guien podría no manifestar su sensación de dolor en algún momento concreto, sino
más bien que sería posible que hubiera sensaciones de dolor sin que se diera jamás
conducta característica alguna. Esto equivale a decir que fenómenos conscientes
como una sensación de dolor no están constituidos por hechos distintos a la misma
sensación (entre otros, por la conducta característica del dolor). Pero, ¿qué otro mo-
delo de las relaciones entre sensación y conducta se puede ofrecer?

Una explicación de los fenómenos conscientes habría de incluir, entre otros as-
pectos, una explicación del papel de la conciencia en nuestras vidas. Habría de ex-
plicar, por ejemplo, que los seres humanos nos vemos los unos a los otros como se-
res conscientes, y que ello nos sirve para dar sentido a nuestras acciones cotidianas,
así como para comprenderlas. Esto no es un requisito arbitrario impuesto desde fue-
ra sobre cualquier candidato a explicación correcta de la conciencia, del mismo mo-
do que no es arbitrario pedir que una explicación correcta de la digestión dé cuenta
de cómo ayuda a la supervivencia de un organismo. No es un requisito arbitrario
porque el buscar o dar sentido a nuestro actuar cotidiano está estrechamente vincu-
lado con lo que es ser un sujeto de estados de conciencia, del mismo modo que la
supervivencia de un organismo está vinculada con el proceso digestivo. Ahora bien,
¿cómo podríamos vernos los unos a los otros como seres conscientes si la conducta
no fuese un elemento constitutivo de las sensaciones? Pues, ¿cómo podríamos lle-
gar a adscribir sensaciones, por ejemplo de dolor, a otros? El problema no es sólo
que si los demás no manifestaran su dolor no dispondríamos de la evidencia necesa-
ria para determinar que están experimentando dolor en lugar de placer (o cualquier
otra sensación). El problema, más bien, es que si las sensaciones no estuvieran
constituidas por algo distinto a la misma sensación, por algo accesible a todos no-
sotros, ni siquiera podríamos dar cuenta de la existencia de otros seres que experi-
mentan sensaciones. (Al fin y al cabo, ¿por qué no atribuimos sensaciones a una
mesa, o a una piedra? ¿Es acaso porque, al no manifestar conducta característica al-
guna, carecemos de la evidencia para determinar qué sensaciones experimentan, a
pesar de que creamos que sí son sujetos de estados de conciencia no manifestados?

58
La Conciencia

¿O es, más bien, que la atribución de sensaciones a una mesa nos resulta absurda,
dada nuestra noción de sensación, o en general de conciencia?)

Si esto es correcto, las relaciones causales no serían las relaciones apropiadas


para defender la tesis de que los fenómenos conscientes están constituidos por he-
chos acerca del entorno del organismo consciente en cuestión. La defensa de esa
tesis requiere de relaciones constitutivas del tipo esbozado arriba para las sensacio-
nes de dolor: es decir, relaciones que conecten constitutivamente conciencia y con-
ducta, mientras que las relaciones causales son inadecuadas para establecer esa co-
nexión.

4.
De la discusión anterior se pueden sacar algunas consecuencias. Primero,
consecuencias para la estrategia naturalista, pues en la medida en que las
relaciones causales con el entorno no son constitutivas de la conciencia, el
proyecto naturalista no parece capaz de proporcionar una respuesta a la pregunta
acerca de la naturaleza de la conciencia. (La solución naturalista, tal y como ha sido
caracterizada arriba, incluye además la tesis según la cual los fenómenos conscien-
tes están constituidos también por relaciones causales internas del organismo cons-
ciente en cuestión. En estas páginas no he tratado de refutar esta tesis.)

Segundo, consecuencias para la noción misma de conciencia. A veces se pre-


senta a la conciencia como algo tan radicalmente nuevo que cualquier explicación
materialista sería incapaz de llegar a comprender qué es: la conciencia se ve como
algo (cuasi)misterioso y (cuasi)inexplicable. Otras veces, se resalta el aspecto fe-
nomenológico de los fenómenos conscientes: sentir dolor es, ante todo, experimen-
tar determinadas sensaciones, distintas de las sensaciones-de-placer, de las sensa-
ciones-de-amor, etc. Ahora bien, sin negar la novedad que supone la conciencia, ni
su aspecto fenomenológico, también ha de tenerse en cuenta que la conciencia apa-
rece en un determinado contexto, que es el de las interrelaciones entre seres cons-
cientes (de manera primordial, aunque no exclusiva, seres humanos). Dicho de otro
modo, comprender qué es la conciencia es comprender qué es ser un ser consciente,
es decir, comprender qué es un ser que padece dolor, experimenta placer, etc., lo
cual incluye, entre otras cosas, dar cuenta de por qué dichos seres actúan como lo
hacen, o de cómo se ven los unos a los otros. Un rasgo característico de la posesión
de conciencia es que el ser consciente reconoce a otros seres conscientes como seres
conscientes; más aún, el ser consciente reconoce a otros seres conscientes ante todo
como seres conscientes, y precisamente por ello da sentido a las acciones de los
demás como lo hace: sufren, creen que p, desean que q, etc. (A diferencia de esto,
¿nos vemos los unos a los otros normalmente como seres digestivos? Quizás a ve-
ces: en una consulta médica, o en un laboratorio forense. Pero, ¿es así en nuestro
contacto cotidiano con los demás?) Esto no significa que los seres conscientes no
son elementos del mundo natural, aunque sí sugiere que la conciencia no es un pro-
ceso natural más, análogo, por ejemplo, a la digestión.

Bibliografía
Algunos de los textos clásicos que plantean el problema de la conciencia son:

-R. Descartes, Meditaciones metafísicas (varias ediciones).

-L. Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, Barcelona, Crítica, 1988.

Para la defensa contemporánea de una concepción materialista de la conciencia


(y de la mente en general), aunque desde distintos puntos de vista, véanse los artí-
culos contenidos en las siguientes recopilaciones:

59
La Conciencia

-N. Block (ed), Readings in Philosophy of Psychology, London, Methuen, 1980.

-F. Broncano (ed), La mente humana, Madrid, Trotta/CSIC, 1995.

-W. Lycan (ed), Mind and Cognition, Oxford, Blackwell, 1990.

Existe también un buen número de introducciones generales a los problemas de


la filosofía de la mente:

-W. Bechtel, Filosofía de la mente, Madrid, Tecnos, 1992.

-P. Churchland, Materia y conciencia, Barcelona, Gedisa, 1991.

-C. McGinn, The Character of Mind, 2ª edición, Oxford, OUP, 1996.

-S. Priest, Teorías y filosofías de la mente, Madrid, Cátedra, 1994.

-J. Searle, El redescubrimiento de la mente, Barcelona, Crítica, 1996.

60
EL ESTUDIO DE LA
CONCIENCIA EN
PSICOFISIOLOGÍA
José María Martínez Selva

Comunicación

L
a inclusión del punto de vista de un psicofisiólogo sobre la conciencia en
unas jornadas de Filosofía dedicadas al orden y al caos parece oportuna, no
sólo porque parte de los psicofisiólogos nos dedicamos al estudio experi-
mental de aspectos o componentes de lo que en Psicología se llama “conciencia” o
“autoconciencia”, sino también porque su estudio requiere que la conciencia sea
menos caótica de lo que parece, lo que permite su abordaje científico. El resultado
de esta actividad científica puede, en último extremo, expresarse en forma de cone-
xiones más o menos estables y predictivas entre hechos. Por tanto, la actividad de
los psicofisiólogos, como la de muchos otros científicos en sus campos respectivos,
se basa en que hay algo de orden, o al menos de estabilidad y constancia, en lo que
se llama conciencia.

La Psicofisiología, considerada como el estudio de los correlatos fisiológicos


del comportamiento, se halla dentro del marco más general de la Psicobiología, que
se ocupa del estudio biológico del comportamiento. Este estudio conlleva necesa-
riamente admitir que los procesos mentales, entendidos en sentido amplio e inclu-
yendo entre ellos la conciencia, dependen de la estructura y función del sistema
nervioso y de otros sistemas corporales. Los psicobiólogos pensamos que el estudio
de estos sistemas nos permite conocer mejor, y explicar, el comportamiento huma-
no. Esta dependencia se entiende en un doble sentido. Uno es que los procesos
mentales precisan de la actividad neural para ocurrir. Otro, que los procesos men-
tales, y la conciencia o alguno de sus aspectos, se manifiestan en cambios que se
producen en diferentes sistemas fisiológicos y que podemos estudiar en el laborato-
rio.

La versión más dramática de esta dependencia ocurre al observar los resultados


de variadas lesiones en el sistema nervioso central, que llevan a alteraciones severas
en el comportamiento, y muchas veces en la conciencia, del paciente. Aspecto éste
que desarrollará mi compañero Francisco Román desde el punto de vista de su es-
pecialidad, la Neuropsicología.

Los hallazgos de la Psicobiología, unidos a los que proporcionan las Neuro-


ciencias, o ciencias que estudian el sistema nervioso desde diferentes perspectivas,
apoyan cada vez más una concepción monista y reduccionista en la que se considera
que los procesos mentales, y entre ellos la conciencia, son resultado de la actividad
del sistema nervioso central. La versión más popular de esta idea, defendida por
numerosos autores, es el monismo o reduccionismo emergentista. Este punto de
vista defiende que la conciencia y la vida mental son el resultado cuantitativo y
cualitativo de un alto nivel de desarrollo e integración, y si se quiere de ordenación,
La Conciencia

del sistema nervioso central. Sin este nivel de desarrollo y sin su integridad, no
puede darse la conciencia ni el conjunto de comportamientos que dependen de ella.
Es en este sentido en el que, hace ya años, los psicofisiólogos soviéticos definían a
la conciencia como una “propiedad de la materia en un estado avanzado de organi-
zación”. Otro punto de vista moderno como la llamada “teoría de la identidad neu-
ral”, que defiende la igualdad de procesos cerebrales y procesos mentales, es bas-
tante más radical y discutible.

En nuestro caso, el psicofisiólogo estudia en sujetos normales y en personas sa-


nas, con técnicas incruentas y en modo alguno agresivas, cuáles son los cambios fi-
siológicos que acompañan a procesos mentales directamente relacionados con la
conciencia, entendida como el “darnos cuenta” de lo que ocurre a nuestro alrededor
o, muchas veces, de los cambios que acompañan a procesos que sólo pueden darse
cuando la persona, el sujeto experimental en nuestro caso, es consciente de lo que
ocurre.

A lo largo de la historia de la Psicofisiología numerosos enfoques, escuelas, ex-


perimentos y procesos han abordado el estudio de la conciencia. Los más impor-
tantes son los que a continuación se señalan:

- Conciencia como percepción del mundo interno y externo. Se incluirían aquí


los estudios sobre sensación y percepción, así como sobre autoconciencia o
conciencia de sí mismo. Un caso especial, relacionado con la autoconciencia, es
la percepción del tiempo investigada a través de las tareas de estimación tempo-
ral.

- Conciencia entendida como el “darse cuenta” de lo que ocurre a nuestro alre-


dedor, unida a nuestra capacidad de reacción a los acontecimientos externos.
Un ejemplo se puede encontrar en los estudios que utilizan la respuesta de
orientación o los potenciales atencionales cerebrales, cuya aparición e incluso
intensidad nos dicen si el sujeto ha percibido, o es consciente de, un cambio es-
pecífico en el ambiente.

- Conciencia entendida como “despertar”, que forma parte del continuo sueño-
vigilia, en el que se incluyen o al que se añaden otros estados, como el estado
de coma, la relajación, el esfuerzo mental, la hipnosis o también los denomina-
dos “estados alterados de conciencia”.

- Conciencia entendida como “atención focal” o atención voluntaria, centrada


en aspectos concretos del medio en un momento dado, que se identifica con el
contenido de la memoria a corto plazo. Esta conciencia intervendría en los pro-
cesos de aprendizaje y en la consolidación de la memoria a más largo plazo.

Sin lugar a dudas, es el segundo enfoque, conciencia como “darse cuenta”,


“atender a algo” o “reacción ante algo”, el que más fortuna ha tenido en el ámbito
de la Psicofisiología. Hay que destacar aquí desde los estudios más clásicos sobre el
reflejo o respuesta de orientación, hasta los modernos trabajos que emplean los po-
tenciales cerebrales, indicadores de procesos atencionales conscientes, suscitados
por estímulos externos, que varían en significación o en frecuencia de aparición.

Las técnicas de neuroimagen permiten actualmente un acercamiento más preci-


so, en términos de localización de la actividad cerebral, a los cambios biológicos
que acompañan a los procesos que requieren la participación de la conciencia, como
puede ser la práctica consciente del material informativo que se ha de recordar y
utilizar a corto plazo. También permiten localizar el origen, o como se denomina

62
La Conciencia

técnicamente el “generador neural”, de aspectos específicos de la conciencia tales


como la reacción a la novedad, al cambio estimular y a su significado para el sujeto.

Podemos concluir que el estudio psicofisiológico de la conciencia goza de bue-


na salud y es de gran interés hoy en día, indicando que se encuentra en ella algo
más de orden que de caos.

Bibliografía
-J. M. Fuster (1997): “Redes de memoria”,. Investigación y Ciencia, 250, 74-83.

-E. R. Hilgard (1980): “Consciousness in contemporary psychology”, Annual Re-


view of Psychology, 31, 1-26.

-J. M. Martínez Selva (1995): Psicofisiología, Madrid, Síntesis.

-F. Mora (Ed.) (1995): El Problema Cerebro-Mente, Madrid, Alianza.

-F. Valle-Inclán (Dir.) (1986): La Conciencia en la Psicología Actual, San Sebas-


tián, Universidad del País Vasco.

63
CONCIENCIA Y
CAOS
Ana Mas de Sanfélix

Comunicación

¿Qué aporta el “Paradigma del Caos” a la Filosofía de la Mente actual?


Mi propósito hoy es reflexionar sobre aquellos aspectos de la nue-
va ciencia que pueden aportar alguna luz en relación con los pro-
blemas pasivo y activo de la conciencia, a saber, ¿cómo surge la conciencia -y a
fortiori, qué es la conciencia? y ¿cómo puede tener poder causal sobre los sistemas
físicos?, esto es, ¿existe el libre albedrío?

Centraré la argumentación en los siguientes puntos fundamentales de “las cien-


cias de la complejidad”:

1. Los teóricos del caos reivindican una “nueva física”. Se ha conver-


tido ya en tópica la afirmación de que “la ciencia clásica acaba
donde empieza el caos”. Esta nueva ciencia debe resolver la “para-
doja de la flecha del tiempo”. (Utilizaré esta tesis para refutar, una
vez más, todo planteamiento dualista.)

2. Apuestan por un metodología decididamente interdisciplinar. (La


pretensión de la Psicología de ser una ciencia autónoma e irreducti-
ble a la física, resulta pues, obsoleta.)

3. Adoptan una perspectiva no lineal del cerebro. (Esta afirmación su-


pondría un nuevo golpe mortal para cualquier materialismo reduc-
tivo pero creo que, paradójicamente, puede reinterpretarse a favor
de alguna otra variante de materialismo “fuerte”.)

4. El caos que subyace a buena parte de la actividad cerebral deja sin


argumentos a cualquier teoría que sustente el modelo “computacio-
nal”, incluso en su variante más novedosa: “la conexionista”. La
metáfora “computacional” aunque ha resultado extremadamente
fructífera debe abandonarse, para algunos teóricos del caos la nue-
va metáfora es el “cerebro holográfico”.

5. El nuevo paradigma científico defiende una visión no determinista


de las leyes fundamentales de la naturaleza. (Plantearé, en relación
a esta tesis, el lugar que deja al “libre albedrío” un universo proba-
bilista.)
La Conciencia

Refutación del dualismo


Tradicionalmente, siguiendo un camino que inició Platón1, se han distinguido
en el ser humano, por una parte, propiedades físicas y, por otra, diversas formas de
conciencia. Una correcta aproximación al dualismo exige, de principio, trazar una
clara distinción entre el dualismo sustancial o cartesiano y el dualismo de las pro-
piedades. En efecto, mientras el primero aboga por la existencia de dos sustancias
irreconciliables (la res cogitans y la res extensa), el segundo únicamente se com-
prometería con la existencia de dos tipos de propiedades diferenciadas en el ser hu-
mano: las propiedades físicas y las mentales. Las implicaciones de una y otra ver-
sión son absolutamente distintas. Pero, en el fondo de todo dualismo parece que
subyace una perspectiva antropocéntrica que tiende a situar la aparición de la con-
ciencia como un hecho único, como el máximo logro de todo proceso evolutivo.
Este sería el rasgo distintivo que sitúa legítimamente al hombre en el centro del
universo. La evolución es un proceso teleológico que tiende a un fin: “la aparición
de la inteligencia humana”. Este planteamiento sirve además para negar todo dere-
cho a aquél que no tenga conciencia. El paso siguiente es asociar conciencia a len-
guaje y, por pura transitividad, negar todo derecho al resto de animales.

Pero el dualismo desemboca en una serie de dificultades de gran envergadura


que genéricamente se aunan bajo el rótulo de “el problema de la privacidad”. Cabe
destacar las siguientes:

a. Solipsismo. El modo en que el dualista aboca al solipsismo es el si-


guiente: si los estados mentales sólo pueden conocerse por intros-
pección y la introspección (como observación directa que es) sólo
puede revelar “mis” estados mentales, entonces sólo puedo conocer
mis propios estados mentales. ¿Qué me permite, pues, afirmar la
existencia de otras mentes? Radicalizando la cuestión, sería plausi-
ble afirmar que tal vez yo soy el único sujeto “consciente” del uni-
verso. Esta postura es filosóficamente inaceptable y los dualistas
han tratado de solventar la cuestión apelando al argumento de la
analogía. Este razonamiento se fundamenta en un argumento in-
ductivo que establece que, dado que yo soy un ser humano con es-
tados mentales, sería razonable concluir que los otros seres huma-
nos -que son semejantes a mí- también los tienen. Según la versión
clásica del argumento, la razón que tenemos para atribuir estados
mentales a los demás es que nosotros mismos los tenemos y, por
ello, podemos suponer que las emociones, dolores o sentimientos
de los otros son semejantes cualitativamente a las experiencias que
nosotros mismos tenemos. Así, a través de la observación o de la
comunicación, y apelando a la analogía, estaríamos legitimados no
sólo para atribuir estados mentales a los demás, sino para justificar
nuestro conocimiento de tales eventos. Pero este argumento pre-
senta algunas dificultades. La más evidente es (dejando al margen
la duda escéptica respecto al método inductivo en general) que, si
por inducción entendemos un modelo de razonamiento en el que,
partiendo de casos particulares se establecen leyes generales, ¿es
éste un caso normal donde puede aplicarse un razonamiento induc-

1
“Todo lo que es alma tiene a su cargo lo inanimado, y recorre el cielo entero, tomando
unas veces una forma y otras otra. Si es perfecta y alada, surca las alturas, y gobierna todo el
Cosmos. Pero la que ha perdido sus alas va a la deriva, hasta que se agarra a algo sólido,
donde se asienta y se hace con cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo en virtud de
la fuerza de aquella. Este compuesto, cristalización de alma y cuerpo, se llama ser vivo.”
Fedro, 246 c. (tr. E. Lledó Iñigo, Madrid, Gredos, 1986).

65
La Conciencia

tivo? La generalización de la existencia de las otras mentes se


efectúa sobre una única premisa (“yo tengo estados mentales”) y
esto, como diría Wittgenstein es, cuando menos, “irresponsable”.

b. Asimetría. Los enunciados sobre cuestiones empíricas son simétri-


cos, esto es, se verifican del mismo modo independientemente de
que estén formulados en primera o en tercera persona (“me tiem-
blan las manos” o “le tiemblan las manos”). Por contra, los enun-
ciados relativos a estados mentales (“me duele la muela” o “le
duele la muela”) son asimétricos. Un enunciado mental formulado
en primera persona sólo es verificable a través de la introspección
por el individuo que lo enuncia. Pero ¿quién verifica un enunciado
en tercera persona? Y, ¿cómo lo hace?

c. ¿Cómo se establece la “intersubjetividad”? ¿Cómo establecemos la


verdad respecto a los estados mentales ajenos?

d. ¿Cómo explicamos la relación causal entre mente y materia?

e. Un dualista de propiedades, ¿cómo resuelve el problema de la


identidad personal?

Por si estos argumentos fueran pocos los teóricos del caos con su reivindica-
ción de una “nueva física”, nos prestan nuevas armas al señalar las deficiencias de
la concepción física que ofrecía cobertura al dualismo. Veámoslo:

La física “clásica” (en la que se incluye tanto la dinámica newtoniana, la cuán-


tica y la teoría especial y general de la relatividad) presupone una concepción del
universo que se adapta perfectamente al modelo dualista -incluso en su versión
sustancial. En efecto, desde la perspectiva clásica es evidente el contraste entre los
objetos de “naturaleza material” y los de “naturaleza mental”. Sólo los primeros son
objeto del conocimiento físico, dado que se supone que sólo ellos pueden describir-
se atendiendo a un modelo “determinista” y, además, “reversible” en el tiempo. El
esquema newtoniano es un sistema exacto y determinado de ecuaciones dinámicas.
Esto significa que, conocidos los valores dados en un momento determinado de
ciertas partículas con relación a su masa, velocidad y posición, tales valores están
determinados matemáticamente para cualquier instante posterior. La soberbia capa-
cidad de predicción de este sistema, junto a los fructíferos desarrollos matemáticos
a que dio lugar -mecánica newtoniana y cálculo infinitesimal- lo convirtió en ejem-
plo de racionalidad e inteligibilidad científica. Bajo este modelo no hay, desde lue-
go, lugar para “mentes” que influyan en el comportamiento de las cosas materiales
a través de la acción del libre albedrío. Los actos mentales, pues, por una parte, pre-
suponen voluntad y, por otra, son inseparables de “la flecha del tiempo”. La “para-
doja del tiempo” -esto es, la falta de consistencia entre nuestra percepción del tiem-
po como algo irreversible y la concepción científica del tiempo como algo perfec-
tamente reversible- se resolvía apelando a un dualismo epistemológico semejante al
platónico: hay dos niveles de conocimiento el de la verdad y el de la opinión. La
verdad revela lo inmutable, permanente, atemporal. Por contra, lo cambiante y mu-
dable es sólo ilusión, la aparente flecha del tiempo es fruto de nuestra ignorancia. El
tiempo se convirtió para los científicos en la dimensión ignorada; como mucho, se
avenían a admitir la existencia de un tiempo “psicológico” o “subjetivo”. Al insistir
en el “determinismo” y en “la paradoja de la flecha del tiempo”, la física clásica
ahonda en la escisión dualista de la realidad: los estados mentales son irreductibles
a estados físicos.

66
La Conciencia

Pero la noción de “caos” obliga a replantear estas “las leyes fundamentales de


la física”; es más, exige una nueva física en la que la irreversibilidad y la probabili-
dad jueguen un papel básico2y ello por las siguientes razones:

1. La mayoría de los sistemas de interés físico, tanto en el ámbito de


la mecánica clásica como de la mecánica cuántica son inestables,
esto es, sensibles a las condiciones iniciales de tal forma que una
pequeña modificación se amplifica produciendo resultados impre-
decibles3. Esto supone una enorme revolución conceptual puesto
que mina la “fe determinista” implícita en el paradigma clásico en
el cual los sistemas estables eran la regla mientras que los inesta-
bles constituían la excepción.

2. Son las estructuras disipativas o de no equilibrio las responsables


de sistemas complejos como los que explican la vida o el cerebro.

3. La “flecha del tiempo” es imprescindible como creadora de estruc-


turas.

Por tanto, el caos nos compromete con un esquema probabilista e irreversible


en el tiempo. Para los sistemas inestables, las leyes fundamentales de la dinámica
clásica o cuántica se formulan en términos de propiedades de evolución de probabi-
lidades. Como apunta Prigogine, las nuevas leyes de la naturaleza “expresan lo que
es posible, y no lo que es “cierto””. La nueva física parece, pues, mejor pertrechada
para explicar la conciencia desde un monismo materialista.

Materialismo
El materialismo es la doctrina que sostiene que, si algo existe -sean objetos o
acontecimientos-, es de naturaleza física. En su versión débil concede que los obje-
tos o acontecimientos físicos pueden poseer propiedades no-físicas (por ejemplo,
propiedades mentales). Esta sería la tesis del “Materialismo emergentista”, que
conduce inexorablemente a las mismas dificultades que anteriormente hemos seña-
lado respecto al dualista de propiedades. Por contra, el materialismo fuerte resolve-
ría los problemas de la identidad personal y de las otras mentes de manera instantá-
nea; mejor, no existirían tales problemas. En efecto, si no hay dualidad, si sólo te-
nemos propiedades físicas, el criterio de identidad personal sólo puede ser físico y
no hay “otras mentes” que conocer; no hay privacidad, luego todo conocimiento es
objetivo.

A lo largo de la historia de la filosofía las doctrinas materialistas han contado


también con un buen manojo de argumentos a su favor. Podemos mencionar los si-
guientes4: mayor simplicidad frente al dualismo; impotencia explicativa del dualis-
2
En honor a la verdad, la exigencia de una nueva física no es patrimonio exclusivo de los
teóricos del caos. Aunque por razones distintas, desde las propias filas de la física teórica se
venía apuntado desde los años 80 la posibilidad de que ésta hubiera llegado a su fin. Ha-
wking, por ejemplo, insinuaba que se había agotado su ámbito de estudio, que no quedaban
nuevas leyes por descubrir. “Existía el sentimiento creciente de que ...la ciencia, como em-
presa universal, unificada y objetiva, ya ha pasado” (ver Ilya Prigogine en el Prólogo a La
flecha del tiempo, p.12). También Roger Penrose en La nueva mente del emperador (Ma-
drid, Mondadori, 1991) insiste en la necesitad de dotar a la física de nuevas leyes funda-
mentales que permitan dar respuesta a las grandes cuestiones que desde el punto de vista
clásico se han mostrado intratables, por ejemplo, la comprensión de la mente.
3
El llamado “efecto mariposa” conocido técnicamente como “dependencia sensitiva de las
condiciones iniciales” fue descubierto por Edward Lorenz en 1960.
4
Ver Churchland, P. M., Materia y conciencia, Barcelona, Gedisa, 1992.

67
La Conciencia

mo en aspectos importantes; argumento de la dependencia nerviosa de todos los fe-


nómenos mentales conocidos o argumento de la historia evolutiva. Insistiré sobre
este último.

La aparición de la conciencia no es un hecho aislado, sino que debe interpretar-


se dentro de un marco amplio que considere un continuo la evolución del universo,
de la vida y de la cultura5. La aparición de la conciencia proporcionó al ser humano
la ventaja adaptativa de formular juicios. Pero hay que insistir en la continuidad.
Nuestro intelecto no es algo totalmente diferente e incomparablemente superior al
de nuestros parientes simios6. Sorprende, por ejemplo, que un fenómeno tan crucial
se haya efectuado realmente en tan poco tiempo (5.960.000 años aproximadamen-
te), lo que, comparado con los 13.000 millones de años transcurridos entre la gran
explosión que dio origen al universo hasta la aparición de la vida en la Tierra, o los
1.400 millones de años que hubieron de transcurrir hasta la aparición de los homí-
nidos, resulta un período de tiempo insignificante. Lógicamente, los lenguajes com-
plejos se desarrollaron todavía más rápidamente. Sorprende también que nuestra
pretendida excelencia no se refleje en la carga genética de un modo más reseñable.
En efecto, los cromosomas del hombre y del chimpancé difieren apenas en un 1%.
Y que el peso de nuestro cerebro en relación con el peso total del cuerpo no alcance
una proporción muy superior al de otras especies -exactamente el 2%, igual que en
los delfines. La conclusión parece obvia: no se observa una transición brusca del ce-
rebro animal al cerebro humano.

Adoptar esta perspectiva menos antropocéntrica nos permite también interro-


garnos sobre nuestras, por otra parte, obvias deficiencias: ¿Por qué la evolución del
cerebro humano -con relación al tamaño se ha detenido desde hace 100.000 años?
¿Por qué las respuestas a nuestros dilemas filosóficos -origen del universo, de la vi-
da y de la conciencia- siguen resistiéndosenos a pesar del gran avance del conoci-
miento científico? ¿Estamos los seres humanos “naturalmente” bien dotados para
hacer ciencia? ¿O ésta es el resultado de un mero accidente?7

El materialismo ha adoptado distintas versiones. La pionera fue el materialismo


reductivo, más conocido como “Teoría de la Identidad”, cuya tesis básica es que
5
En este sentido Max Delbrück señala: “El punto de vista evolucionista nos obliga a situar
la mente en el mismo contexto que otros aspectos de la evolución y nos hace establecer pa-
ralelismos con otras formas de evolución menos espirituales, como la de los órganos de lo-
comoción y digestión. En el contexto de la evolución la mente del humano adulto, objeto de
tantos siglos de estudio filosófico, deja de ser un fenómeno misterioso y un asunto excep-
cional. Todo lo contrario, la mente se considera una respuesta adaptativa a las presiones se-
lectivas, igual que casi todo lo que existe en el mundo viviente.” ver Mente y mate-
ria.Ensayo de epistemología evolutiva, Madrid, Alianza Universidad, 1989, pp.289-290.
Ver Penrose, R., op. cit, p.510.
6
“Una razón para pensar que la diferencia no es extrema es que la diferenciación del cere-
bro humano ha necesitado un tiempo relativamente corto en la escala de la evolución (algu-
nos millones de años, y el desarrollo de lenguajes complejos es sin duda mucho más recien-
te)”. Ruelle, David, Azar y Caos, Madrid, Alianza Editorial, 1993, p.164.
7
En este sentido afirma David Ruelle: “Resulta patético que este cerebro tan pretendida-
mente superior tenga problemas para realizar operaciones matemáticas sencillas, sea incapaz
de dar la hora exacta y no pueda guardar fácilmente en la memoria algunos millares de ci-
fras”, y añade: “Nuestro cerebro y nuestra inteligencia están basados en mecanismos estric-
tamente ligados al problema de la supervivencia en cierto tipo de ambiente. Bastante re-
cientemente la evolución ha añadido a las funciones básicas del cerebro algunos mecanis-
mos superiores de gran flexibilidad. La posesión de tales mecanismos se ha revelado muy
útil y ha sido estimulada por la evolución natural. Una consecuencia añadida de los meca-
nismos superiores es que han permitido que se desarrollara el conocimiento científico. En
mi opinión, se trata de algo accidental”. Op. cit. pp. 164-165.

68
La Conciencia

los estados mentales son idénticos a los estados físicos del cerebro. Todas las in-
cógnitas que giran en torno a la dicotomía físico/mental obedecerían al desconoci-
miento que persiste acerca del funcionamiento del cerebro. Cómo llevar a cabo las
identificaciones de los procesos y estados mentales, establecer su relación con la
causación de conductas u otros eventos mentales, determinar qué sea la cognición,
etc., son problemas que hallarán solución tan pronto como podamos trazar un mapa
más claro acerca del funcionamiento de nuestro cerebro. Será el avance de las cien-
cias en general, y el de la neurofisiología en particular, el que proporcione la reso-
lución de estos enigmas8.

Son muchas las objeciones que ha debido enfrentar la Teoría de la Identidad. Es


el momento de repasar algunas de las más importantes a la luz del nuevo paradigma
del caos:

1. Chauvinismo: La neurofisiología, al identificar estados mentales


con estados de “nuestro cerebro” impide atribuir estados mentales a
organismos a los que, por su conducta, deberíamos estar dispuestos
a atribuirlos (por ejemplo, a marcianos cuyo comportamiento fuera
semejante al nuestro aunque sus procesos causales internos fueran
diferentes). Además, el materialista insistirá en que es la materia
biológica y no la mera estructura de las actividades internas que
sostiene la materia la que resulta relevante para determinar un esta-
do mental. Frente a esto, un funcionalista diría que debemos estar
dispuestos a atribuir estados mentales a cualquier “ente”, sea E.T.,
un computador, un dispositivo mecánico de ruedas o engranajes o
un sistema de tuberías, con tal de que actúe de forma indistinguible
de una persona cuando está pensando.

La cuestión que debemos plantearnos es si el funcionalismo,


según el cual la naturaleza de lo mental es relacional, ofrece crite-
rios razonables que permitan certificar la presencia de conciencia
en un “ente”. En definitiva, ¿es la imitación de la conciencia igual a
la conciencia? Parece que todo el mundo está de acuerdo hoy en
que la actividad mental no consiste simplemente en llevar a cabo
una secuencia bien definida de operaciones. El programa funciona-
lista ha sido criticado por ignorar la naturaleza interna o cualitativa
de los estados mentales -el llamado “problema de los qualia” y, en
su variante computacional, por subestimar las diferencias entre el
funcionamiento del cerebro y un computador. En efecto, entre las
muchas diferencias, quizá la más espectacular es la “plasticidad ce-
rebral”. En efecto, a medida que conocemos más sobre el funcio-
namiento del cerebro descubrimos, por ejemplo, que las intercone-
xiones entre neuronas no son fijas -como en el modelo computa-
cional primitivo-, sino que cambian continuamente. Concretamente,
lo que se modifica son las uniones sinápticas en las que se da la
comunicación real entre neuronas diferentes. Además, esta plastici-
dad no parece ser una complicación accidental, sino una caracterís-

8
Ciertos paralelismos históricos favorecen esta hipótesis. En efecto, existen precedentes re-
levantes (como la reducción que permitió establecer la equivalencia entre sonido/ondas de
presión/ondas electromagnéticas) que alientan la posibilidad de una reducción interteórica
que permita llevar a cabo la identificación entre estados mentales/estados cerebrales. El de-
sarrollo de las ciencias y de las nuevas tecnologías nos ha facilitado en muchas ocasiones un
acceso más ajustado a la realidad, y, en principio, no hay por qué dejar de suponer que en
este caso pueda ocurrir lo mismo.

69
La Conciencia

tica fundamental del funcionamiento del cerebro. Así, los herederos


del programa de IA han modificado radicalmente su modelo de
programación de una máquina que piensa. Ahora, los conexionis-
tas, siguiendo el nuevo modelo de arquitectura cerebral, sostienen
que los circuitos de los ordenadores deben estar conectados como
lo están las neuronas. “Los programas no deben ser un conjunto ló-
gico de instrucciones para producir resultados previsibles, sino li-
mitarse a ser instrucciones para variar la fuerza de las conexiones
entre procesadores, alentando así a la máquina a formar redes no li-
neales. Según la teoría conexionista, si se satisfacen todas estas
condiciones la realimentación no lineal generada en la máquina por
los problemas humanos hará que el ordenador sufra tales bifurca-
ciones y amplificaciones que la inteligencia se autoorganizará”.

Pero los teóricos del caos están dispuestos a arruinar también el


sueño del modelo computacional conexionista al afirmar que los
procesos mentales no dependen sólo de la interconexión de las neu-
ronas, sino de un trasfondo de caos. La nueva concepción del cere-
bro deja bien poco lugar para una concepción no materialista en
sentido fuerte de los estados mentales.

2. Objeción de Davidson: De la mano de Davidson y su robot Arte


nos llega también una objeción radical9. Lo que pretende mostrar
Davidson es que, aun en el caso de que conociéramos perfecta-
mente lo que ocurre en el cerebro y pudiéramos describirlo en tér-
minos puramente físicos, estos conocimientos nos dirían mucho
menos de lo que esperamos respecto del funcionamiento, la natu-
raleza y características de lo mental. En definitiva, su tesis es que
“no hay un sentido importante en el cual la psicología pueda ser re-
ducida a las ciencias físicas”. Sostiene Davidson la discutible opi-
nión de que el avance de la neurociencia aportaría nueva luz a al-
gunos ámbitos de la psicología -los que se refieren a percepción,
aprendizaje o conducta humana-, pero no a lo que él llama capaci-
dades cognitivas más altas. La neurociencia no será capaz de des-
cubrir una taxonomía de los estados neurales que permita establecer
una correspondencia biunívoca con los estados mentales de la taxo-
nomía de sentido común. Los teóricos del Caos presuponen que la
cuestión de qué sea la conciencia no puede abordarse sino desde
una perspectiva decididamente interdisciplinar que incluya: cono-
cimiento de las estructuras físicas y de las leyes físicas implicadas,
de la naturaleza biológica de tales estructuras, de los procesos algo-
rítmicos y no algorítmicos del pensamiento consciente, etc. Por
tanto, una consecuencia inmediata será la negación de la psicología
como ciencia autónoma y no reductible a la física. Pero frente a la
teoría materialista que pretende establecer la identidad uno por uno
entre estados mentales y estados cerebrales siguiendo el modelo de
“localización” cerebral, ofrecen una nueva visión global según la
cual muchas de las funciones cerebrales, incluida la memoria, están
distribuidas o “deslocalizadas” a través del cerebro. Un cerebro no
lineal arruinaría definitivamente el ideal reduccionista.

9
Davidson, D., “La mente material”, AA.VV., Mentes y Máquinas, Madrid, Tecnos, 1985,
pp.103-126.

70
La Conciencia

La teoría de la identidad estuvo, desde el principio, condenada


al fracaso, precisamente por la exigencia de la reducción intrateóri-
ca. Todavía es posible, no obstante, mantener alguna versión
“fuerte” del materialismo si en lugar de la reducción se propone la
eliminación del marco teórico de la Psicología Popular. Ese sería el
camino que apunta el paradigma del Caos.

3. La objeción de la causalidad: Si todos los estados mentales pudie-


ran describirse en términos físicos, nuestra conducta estaría deter-
minada como los eventos físicos pueden estarlo, y deberíamos ser
capaces de predecir, en base a leyes causales, todos nuestros proce-
sos mentales. El teórico del Caos sustituye el “determinismo meca-
nicista” por la probabilidad. Esto es, en lugar de ofrecer resultados
mediante trayectorias o funciones de onda, propone ecuaciones
probabilistas y operaciones de evolución. La cuestión es, ¿deja esta
concepción mayor margen para el libre albedrío? ¿o seguimos en
un universo determinista pero no computable?

71
REFLEXION ACERCA DE
LA CONCIENCIA DESDE
UNA PERSPECTIVA
NEUROPSICOLÓGICA
Francisco Román Lapuente

L
a complejidad de la conducta de los seres vivos es algo realmente intrigante.
Desde los tropismos, reacciones más elementales observadas en el reino
animal, hasta las conductas humanas más complejas y las funciones cogniti-
vas que las posibilitan, como puede ser la elaboración de juicios sociales y morales,
la planificación a medio y largo plazo o la conciencia, existe un amplio repertorio
conductual. Este repertorio podemos considerarlo progresivo en complejidad. Así,
los tropismos serían las conductas más sencillas o elementales, mientras que la ela-
boración de juicios sociales o conciencia serían más complejas. En este contexto, la
complejidad conductual podríamos representarla como un continuo, en el cual un
extremo iría referido a las respuestas más sencillas (tropismos) y el otro a las más
complejas (ej. conciencia).

Desde la neuropsicología, la conducta es considerada como la resultante de la


actividad del sistema nervioso, actividad que depende a su vez de:

a) Número y tipos de estructuras nerviosas implicadas

b) Número y tipos de estímulos o condiciones estimulares externas e internas


al propio organismo que inciden sobre el funcionamiento de las estructuras
nerviosas.

c) Número y tipo de relaciones que se establecen entre estructuras, y estructu-


ras y condiciones estimulares.

Si entendemos lo complejo como algo que se compone de diversos elementos y


que la comprensión de las relaciones entre dichos elementos es difícil, la compleji-
dad conductual estaría haciendo referencia a la dificultad en entender la forma en la
que se organiza el sistema nervioso y a las relaciones que se establecen entre sus
partes para dar lugar a una actividad concreta, la cual pueda ser considerada como
un tipo específico de conducta. Desde esta perspectiva, consideraremos la concien-
cia como un proceso cognitivo complejo, difícil de comprender en cuanto a los
elementos o estructuras nerviosas que la posibilitan y de las relaciones que se esta-
blecen entre ellas.

En nuestra reflexión entenderemos por conciencia la capacidad que posee un


individuo para darse cuenta de los cambios que tienen lugar tanto en su propio or-
ganismo y conducta como en su medio externo.

En el ámbito neuropsicológico clínico se observa, con relativa frecuencia, un


fenómeno que consiste en que tras un daño cerebral algunos pacientes, que adquiere
una determinada incapacidad física (ej. hemiplejía) o cognitiva (ej. desorientación,
La Conciencia

problemas de memoria, etc.), muestran una incapacidad para darse cuenta de dicha
incapacidad, o lo que es lo mismo, el paciente niega presentarla. El término nega-
ción lo entenderemos no como que el paciente es consciente de su situación real y
nos está mintiendo, sino como que el paciente no reconoce de forma reflexiva y en
toda su extensión las discapacidades que presenta. Así pues, el término negación lo
emplearemos a lo largo de nuestra exposición como sinónimo de conciencia.

El concepto “síndrome de negación” es utilizado en neuropsicología para refe-


rirnos a la negación que hace una persona de una alteración que presenta cuando
además, dicha alteración le está suponiendo unas limitaciones importantes en sus
actividades de la vida diaria.

El síndrome de negación está en relación con:

a) El tipo, severidad, evolución, localización y extensión de la patolo-


gía cerebral.

b) Naturaleza de la discapacidad.

c) Significado de la incapacidad en relación a la experiencia premór-


bida y valores del paciente.

d) Contexto en el que se elicita la conducta

Así mismo, el síndrome de negación no es un concepto unitario, pudiendo ex-


presarse de diferentes modos. El paciente puede negar explícitamente la existencia
de una determinada discapacidad o admitir la discapacidad pero minimizando su
importancia, como por ejemplo, atribuir la parálisis de su miembro superior iz-
quierdo a una distensión de los tendones de la muñeca o a la pereza.

En otros casos, un paciente que se encuentra hospitalizado como consecuencia


de haber sufrido una hemorragia cerebral, con hemiplejía, puede indicar que su in-
greso es debido al interés del médico por conocerle o, en el caso de ser mujer, para
solicitarle favores sexuales. En otros casos, el paciente puede reconocer explicita-
mente su discapacidad pero niega que no pueda llevar a cabo una actividad que está
condicionada por la misma (por ejemplo, un paciente con una parálisis del miembro
inferior izquierdo, aunque reconoce explícitamente presentar una hemiplejía, indica
que ello no es impedimento para seguir los fines de semana practicando su deporte
favorito (la escalada).

Para otros paciente, la negación se presenta junto a una confabulación. Así, un


militar, tras sufrir una hemorragia sunaracnoidea con secuelas del tercer par craneal
con ptosis ocular (descenso de los globos oculares), refería que lo sucedido era con-
secuencia de un puñetazo que le dieron en una pelea. En este caso, más que parecer
existir una negación de la discapacidad física, en sentido estricto, pudiera ser que el
paciente tuviese alterada la representación simbólica de su realidad.

Característicamente, los pacientes que presentan una negación explícita de su


discapacidad son por lo general afables, apacibles o apáticos. Incluso, cuando se les
somete de forma repetitiva a situaciones en las que tienen que llevar a cabo una
conducta que difícilmente pueden realizar como consecuencia de su discapacidad,
raramente suelen alterarse, proporcionando explicaciones y racionalizaciones a cer-
ca de porque no realizan la conducta solicitada.

Existen otros caso en los que el síndrome de negación se presenta tras un trau-
matismo craneoencefálico sin que exista ni fractura de hueso ni hemorragia cere-

73
La Conciencia

bral. Con cierta frecuencia, en los pacientes con estas características, fundamental-
mente los procedentes de accidentes de circulación, algunos de ellos pierden el co-
nocimiento tras el traumatismo y cuando lo recobran ya no solo no recuerdan el ac-
cidente sino que tampoco se creen lo que les ha ocurrido. Responden con contesta-
ciones tales como “no sé” o “no me acuerdo”. Algunos, por ejemplo, no recuerdan
si están casados, pero sin embargo reconocen a su mujer y viven con ella.

Para otros pacientes, el síndrome de negación se centra en una desorientación


símbólica. No niegan, por ejemplo que se encuentran en un hospital, pero hacen ex-
plícito que están porque necesitan relajarse y descansar. Este tipo de desorientación
tiene las características de una ilusión, en la cual el paciente no acepta el nombre
que se le propone para el lugar en el que se encuentra y persiste en su idea de en-
contrarse en balneario o lugar de reposo. Su idea sigue siendo persistente a pesar de
repetirle reiteradas veces que está en el hospital, de estar viendo continuamente el
nombre del hospital grabado en su pijama, en los indicadores de los pasillos, en la
bata del personal sanitario, etc. Un caso similar de desorientación simbólica sería la
desorientación temporal, en la cual el paciente no sabe, por ejemplo, la hora del día
o el mes del año en el que se encuentra.

Un último tipo de negación que señalaremos se refiere a la negligencia contra-


lateral. Este tipo de negación se encuentra asociado al lóbulo parietal. Un paciente,
tras sufrir una hemorragia cerebral en el lóbulo parietal derecho, sin ninguna se-
cuela de tipo hemipléjico, dejó de tener en cuenta el lado izquierdo de su cuerpo y
del mundo. Cuando se le pedía que levantara sus brazos no lograba levantar su bra-
zo izquierdo, pero podía hacerlo si se le cogía el brazo y se le pedía que lo levanta-
ra. Cuando se le decía que dibujara una esfera de un reloj agrupaba todos los núme-
ro en el lado derecho del reloj. Cuando se le pedía que leyera palabras compuestas
como bombón helado o baloncesto, leía helado y cesto. Cuando se vestía no inten-
taba ponerse la parte izquierda de su ropa, y cuando se afeitaba sólo se afeitaba la
parte derecha de la cara. Por último no sabía lo que le pasaba y no conseguía enten-
der que significaba todo aquel interés por él.

Curiosamente, en la recuperación de la negligencia contralateral el paciente


empieza a responder a estímulos en el lado de la negligencia, pero haciéndolo como
si los estímulos se produjeran en el lado bueno.

Respecto a las bases neurales del síndrome de negación, en cada una de sus
formas de presentación, no son conocidas con precisión en la actualidad.

Tradicionalmente, dado que la mayor incidencia del síndrome de negación en


poblaciones patológicas tiene lugar en pacientes con lesiones en el hemisferio dere-
cho, se ha considerado que los mecanismos neurales estarían ubicados en dicho he-
misferio. Así, en el caso de la negligencia contralateral se ha propuesto la hipótesis
de que es consecuencia de una alteración en el lóbulo parietal derecho, porque la
integración de las propiedades espaciales de los estímulos se ve perturbada como
resultado de ello. Aunque los estímulos pueden percibirse, la localización es incierta
para el sistema nervioso y subsiguientemente son ignorados.

Un síntoma que suele ser común a la lesión del lóbulo parietal derecho, y que
puede ser considerado también como una incapacidad para reconocer objetos mos-
trados en planos poco familiares. Por ejemplo, una fotografía del plano lateral de un
cubo o una maceta se reconoce fácilmente, mientras que una fotografía del plano
superior se reconoce con gran dificultad, sugiriéndose que la localización neuronal
de esta deficiencia sería también el lóbulo parietal, la misma región que la pro-
puesta para la negligencia contralateral.

74
La Conciencia

En la actualidad, no se considera que el fenómeno de la negación esté asociado


única y exclusivamente al hemisferio derecho en la misma forma en la que la afasia
está relacionada al hemisferio izquierdo. Por lo general, la manifestación de alguna
forma de síndrome de negación tiene lugar junto alteraciones que implican a más
de un lóbulo o hemisferio o se encuentra asociado a atrofia cortical, lo que estaría
implicando la afectación de conexiones entre ambos hemisferios.

La conexiones cerebrales más importantes para poder tener una adecuada con-
ciencia sobre el medio son aquellas que interrelacionan la información sensorial con
el tono emocional y la relevancia de esto para el sujeto. Estas conexiones establece-
rían relaciones entre las áreas de asociación multimodal de los lóbulos frontales, pa-
rietales y temporales, áreas de asociación paralímbicas (cingulado, orbitofrontal, pa-
rahipocámpica y polo temporal) y límbicas en el lóbulo temporal medial y diencé-
falo.

En este contexto, podríamos entender, al menos en una forma general, que si las
conexiones entre las áreas de asociación visual (las cuales posibilitan la percepción
visual de un objeto) se desconectan de las áreas límbicas (las cuales proporcionan
un tono afectivo a esa percepción) el paciente percibirá correctamente el estímulo
pero no su significado emocional y por lo tanto la verdadera relación que pueda te-
ner con él.

Tras lo expuesto, y desde el punto de vista neuropsicológico, podemos conside-


rar que la conciencia no puede ser entendida como un concepto unitario y que para
su comprensión es necesario comenzar identificando los tipos en los que esta puede
dividirse e identificar los elementos neuronales, y las relaciones entre ellos, que po-
sibilitan su expresión. Así mismo, y como hemos podido comprobar, la metodolo-
gía que nos está permitiendo identificar las fases de lo que puede ser la conciencia
se centra fundamentalmente en la identificación de los elementos nerviosos que se
ven afectados tras una determinada alteración de la conciencia.

75
La sociedad
RACIONALIDAD,
MERCADO Y NUEVA
ECONOMÍA
POLÍTICA
Francisco Alcalá Agulló

Comunicación

E l crecimiento de la población y el desarrollo tecnológico han alcanzado


niveles tan elevados que ponen en manos del hombre la eventual conser-
vación de los recursos naturales del globo, la preservación de la diversi-
dad de sus especies e incluso cierta transformación genética de las formas de vida.
Paralelamente, existe la sensación de que la cultura, la ética y los mecanismos de
decisión social de los que dependen las opciones que han de tomarse sobre estas
cuestiones no han evolucionado a la par, que podrían no estar a la altura de nuestra
enorme capacidad de intervención sobre el ecosistema del planeta. Además, se ha
producido quizá una excesiva compartimentación de los saberes científicos que
exacerba el peligro de esta eventual descompensación entre la ciencia y las institu-
ciones sociales que regulan su desarrollo y aplicación. Para los más pesimistas, la
Nave Tierra habría visto engordar extraordinariamente sus motores, fruto del avan-
ce científico, sin que el piloto hubiese mejorado sus conocimientos sobre cómo ma-
nejarla y hacia dónde dirigirla, y sin que nadie hubiese contrastado si el reforzado
consumo de la nave guarda una proporción razonable con las reservas de combusti-
ble.

Una buena parte de estos problemas se sitúan de lleno en el ámbito de la eco-


nomía. En efecto, la ciencia económica estudia la manera en que la sociedad toma
opciones -como resultado de la interacción entre innumerables decisiones y accio-
nes individuales- sobre la utilización de los recursos, el desarrollo tecnológico y la
distribución entre la población de los bienes disponibles. En lo que sigue pasaré re-
vista a tres cuestiones: 1) la relación entre la racionalidad de los comportamientos
individuales y la racionalidad colectiva que de ellos puede o no derivarse; 2) la con-
creción de esta problemática en el caso de la gestión por el mercado de la explota-
ción de los recursos naturales; 3) la traslación del mismo enfoque metodológico al
análisis de los procesos de decisión política y el renovado auge de la Economía Po-
lítica. Finalmente, realizaré una pequeña reflexión sobre las perspectivas que ofrece
la evolución reciente de la Economía desde el punto de vista de la complejidad.

1. Racionalidad individual versus racionalidad social


El objeto de la Ciencia Económica es el análisis de los comportamientos y las
instituciones sociales en un ámbito particular -aunque en general muy importante
también para el resto de ámbitos- como es el de la producción y la distribución de
los bienes que permiten satisfacer las necesidades humanas materiales. El punto de
partida de este análisis son los comportamientos individuales, explicados bajo la
La Sociedad

premisa de la racionalidad; es decir, bajo el supuesto de que de entre todas las ac-
ciones viables, los individuos toman las que mejor permiten aproximarse a los fines
por ellos perseguidos1. Y una cuestión fundamental a determinar es bajo qué carac-
terísticas de un sistema económico -que es el conjunto de instituciones que estable-
cen las vías de interdependencia entre las acciones de los diferentes sujetos- la ra-
cionalidad individual conduce a un resultado colectivamente deseable.

El planteamiento más famoso acerca de cómo las acciones guiadas por la bús-
queda egoísta de los intereses individuales -en un cierto marco institucional- puede
conducir al máximo bienestar colectivo, es la de Adam Smith. Smith ofrece la hi-
pótesis -analizada con rigor y exhaustividad a lo largo de este siglo por la Teoría del
Equilibrio Económico General- de que un contexto institucional de mercados per-
fectamente competitivos actúa como una mano invisible que reconduce la fuerza de
los intereses egoístas en favor del bienestar colectivo: “No es la benevolencia del
carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la con-
sideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios, sino
su egoísmo...” (1776, p. 17) “Ninguno se propone, por lo general, promover el inte-
rés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. (...) Mas no implica mal alguno
para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perse-
guir su propio interés promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si
esto entrara en sus designios” (1776, p. 402).

Sin embargo, la Ciencia Económica ha dejado en evidencia que en otros con-


textos institucionales, el resultado global que se deriva de acciones guiadas por el
mero interés individual puede distar mucho del que se seguiría de una racionalidad
colectiva. La Teoría de Juegos reúne el conjunto de conceptos y técnicas específicos
desarrollados para explicar estas cuestiones. El siguiente juego -que tiene la simple
estructura del llamado “Dilema del prisionero”- permite ilustrar cómo la racionali-
dad individual puede conducir a un resultado socialmente ineficiente. Consideremos
dos pescadores que acuden a un mismo caladero en el que la abundancia de las
capturas a final de año depende de que la pesca en la época inicial de reproducción
del pescado sea muy reducida. Cada uno de los pescadores tiene ante sí dos opcio-
nes: respetar la época de reproducción (R) o no respetarla (NR). Suponemos que
ninguno de ellos tiene ninguna restricción (legal, moral o fruto de acuerdos con ca-
pacidad coercitiva entre los pescadores) para adoptar la decisión que consideren
oportuna; es decir, se encuentran en una situación de “libre mercado”. Si ninguno
respeta la época de reproducción de los peces, cada uno de ellos obtiene dos tonela-
das de capturas al principio de la temporada, y el pescado queda esquilmado para el
resto del año. Si los dos la respetan -es decir, ninguno pesca nada al principio de la
temporada- ello permite a cada uno de los pescadores obtener tres toneladas al final
del año. Por último, si uno de ellos no respeta el período de reproducción y el otro
sí, durante dicho período el primero de los pescadores obtiene tres toneladas mien-
tras el segundo no obtiene nada; y en la etapa posterior de la temporada, con el ca-
ladero semiesquilmado, cada uno de ellos obtiene una sola tonelada adicional. En la
típica forma matricial de exposición de la Teoría de Juegos, las capturas totales a fi-
nal de año en función de todas las posibles combinaciones de acciones de los agen-
tes son las siguientes (en cada recuadro, la primera cifra indica las capturas totales
del pescador 1, y la segunda cifra las del pescador 2):

1
Véase Alcalá (1990) para una exposición más detallada de esta cuestión.

78
La Sociedad

R NR

R 3,3 1,4

NR 4,1 2,2

La Teoría de Juegos predice que en esta situación ambos pescadores optarán


por no respetar el período de reproducción2. Por tanto, la racionalidad individual
conducirá al peor resultado colectivo al que se podía haber llegado. Cabe insistir en
que la razón de este pésimo resultado no es una consecuencia necesaria de que las
decisiones se tomen egoísta e individualmente3. El problema es que, en el caso del
ejemplo, no se cumple una de las condiciones necesarias para que un sistema eco-
nómico sea eficiente. La condición que se debería cumplir es que todas las conse-
cuencias positivas o negativas de cada acción recaigan sobre el sujeto que toma la
decisión correspondiente.

Cuando esta condición se cumple, los beneficios que individualmente recibe el


sujeto decisor como consecuencia de su acción, coinciden con todos los beneficios
sociales (se apropia de todos los beneficios); y, a su vez, todos los costes que la ac-
ción genera para la sociedad en su conjunto coinciden también con los costes que
soporta el sujeto. En consecuencia, el análisis coste-beneficio privado que orienta la
decisión tomada por el sujeto coincide con el análisis coste-beneficio social que
conduciría a la acción óptima desde el punto de vista social; y, por consiguiente, la
racionalidad individual conduce a una decisión socialmente correcta. Por el contra-
rio, cuando esta condición no se cumple, se produce lo que se denomina una exter-
nalidad; es decir, uno de los costes sociales no está siendo computado por el indivi-
duo -es externo al cálculo del individuo, aunque no a la economía- y consecuente-
mente la decisión individual no es socialmente óptima. Volviendo a nuestro ejem-
plo, las consecuencias negativas del exceso de pesca en el período de reproducción
recaen sólo parcialmente sobre el que decide no respetar el período. Por tanto, las
decisiones individuales no tienen en cuenta todos los costes sociales que generan y
se produce un equilibrio socialmente subóptimo.

Al igual que sucede en muchas otras esferas de la actividad económica, las de-
cisiones sobre explotación de recursos naturales se ven afectadas con frecuencia por
la presencia de externalidades. Como consecuencia de ello, el mercado puede no

2
Que ambos pescadores tomen la opción NR constituye el único equilibrio (en estrategias
dominantes) del juego, debido a que cualquiera que sea la acción que tome el otro, cada su-
jeto siempre consigue más capturas no respetando la época de reproducción (por ejemplo, si
el pescador 2 decidiera R, lo mejor que podría hacer el pescador 1 desde el punto de vista de
su interés particular es NR; y si por el contrario, el pescador 2 decidiera NR, nuevamente, la
acción indiviualmente racional para el pescador 1 sigue siendo NR).
3
De hecho, podemos transformar el ejemplo introduciendo un tercer sujeto -el propietario
del caladero- al que los pescadores tienen que pagar un 10% de las capturas que obtengan en
el mismo. Como propietario, este sujeto puede decidir en qué épocas del año autoriza la en-
trada de barcos. En el nuevo equilibrio del juego, la maximización de beneficios del propie-
tario del mismo le llevaría a cerrarlo en la época de reproducción. Esto mejora los resultados
de todos. En concreto, después de pagar al propietario -que cobraría en total 0,6 toneladas de
pescado- cada pescador obtendría ahora 2,7 toneladas. ¡El egoísmo y la privatización del la-
go conducen ahora a una explotación colectivamente óptima del caladero!

79
La Sociedad

conducir a decisiones socialmente óptimas en este ámbito. Esta es la cuestión que


abordamos a continuación.

2. Los Recursos naturales y el mercado


¿Qué posibilidades hay de que el mercado encamine las decisiones de los
agentes económicos hacia una administración socialmente racional de los recursos
naturales? ¿Las acciones guiadas por el mero interés individual conducen en este
campo al despilfarro y la imprevisión colectivas? No necesariamente. Tomemos,
por ejemplo, el caso del petróleo. Cualquier noticia que indique su posible agota-
miento antes de lo esperado, hace que su precio se eleve. Esta elevación conduce al
incremento del precio de los productos intensivos en el uso de petróleo -y, por tan-
to, a la reducción de su consumo-, impulsa el uso de tecnologías ahorradoras de este
recurso e incentiva el desarrollo de nuevas fuentes de energía. La perspectiva de
que pueda llegar a agotarse en algún momento, induce a los grandes capitales espe-
culativos a comprar reservas de petróleo ya que podrán alcanzar precios todavía
más elevados en el futuro. Pero esa demanda especulativa tiene como consecuencia
elevar más todavía el precio del petróleo e incentivar aun más el proceso antes
mencionado de ahorro y de búsqueda de sustitutos. Así pues, la especulación y la
perspectiva de futuras escaseces pone en marcha, a través del mercado y de su me-
canismo de precios, toda una serie de comportamientos que contribuyen a los nece-
sarios cambios tecnológicos y a la paulatina sustitución del petróleo por otras ener-
gías. Cuanto más ávidos de beneficio estén los especuladores y mejor calculen el
progresivo agotamiento de las reservas petrolíferas, más seguridad tendremos de
que la elevación de su precio se irá produciendo a tiempo y con la suficiente inten-
sidad como para incentivar adecuadamente los procesos de evolución tecnológica y
de sustitución energética.

Ahora bien, este funcionamiento del mercado en modo alguno asegura siempre
una explotación socialmente racional de los recursos naturales. La Teoría Económi-
ca ha analizado con detalle las circunstancias bajo las cuales el mercado no funcio-
na correctamente -es decir, coordina ineficientemente las decisiones que simultá-
neamente toman los innumerables agentes que participan en la economía- y se hace
necesaria la intervención de la Administración Pública. Una de las circunstancias
bajo las cuales no cabe esperar resultados socialmente correctos es la ya señalada de
las externalidades. En general, las empresas tienen que pagar por todos los costes
sociales que generan -es decir, los costes privados y los sociales coinciden- pero en
ocasiones alguno de ellos no es internalizado. Consideremos el caso de los residuos
industriales. Si una empresa vierte sus residuos al solar de un vecino, tendría que
pagar por ello -estaría internalizando este coste- lo cual le incentivaría a usar una
tecnología más limpia para ahorrar costes. Pero si el vertido se produce al aire o a
un río, no hay que pagar nada -el coste se externaliza- y por tanto no hay incentivos
al uso de una tecnología más limpia. Cuando se producen estas externalidades, el
mercado crea un marco de incentivos socialmente incorrecto, y los agentes econó-
micos tienden a tomar decisiones socialmente ineficientes. En estas circunstancias,
la Administración debe actuar para corregir el fallo del mercado.

El tipo de intervenciones que pueden adoptarse en estos casos también ha sido


objeto de extensa investigación por parte de la Teoría Económica. Los impuestos
ecológicos son una forma de internalizar los costes sociales de la contaminación en
el cálculo de las empresas. La creación de derechos de propiedad sobre el mar me-
diante la ampliación de las aguas jurisdiccionales es una vía de evitar la esquilma-
ción de caladeros de pesca debido a que cuando no son de nadie, el mercado condu-
ce a la sobreexplotación de los mismos. Ahora bien, la corrección de los fallos del
mercado exige que entren a decidir los poderes públicos; lo cual plantea un nuevo
problema de eficiencia y de racionalidad colectiva. En principio, nada asegura que

80
La Sociedad

las opciones adoptadas a través de las instituciones políticas sean socialmente ópti-
mas; es decir, los mecanismos políticos de decisión colectiva pueden ser también
muy ineficientes. El análisis de este problema es uno de los campos de investiga-
ción que ha dado pie al resurgimiento de la Economía como Economía Política.

3. La Nueva Economía Política


Como decíamos, la Teoría Económica ha venido identificando e investigando la
amplia serie de circunstancias bajo las cuáles el mercado resulta una institución ine-
ficiente en la coordinación de la actividad económica. Cuando alguna de ellas se
produce, se hace necesaria la actuación del Estado. Surgen entonces dos tipos de
problemas: 1) ¿qué actuaciones debería adoptar el Estado?; y 2) ¿hasta qué punto
los mecanismos políticos de decisión social existentes conducirán a las actuaciones
públicas correctas? La investigación acerca de los fallos de mercado ha ido típica-
mente en paralelo con el análisis de las actuaciones que podrían compensarlos, dan-
do respuesta a la primera de las preguntas. Pero la Ciencia Económica había venido
dejando de lado la segunda cuestión desde la segunda mitad del siglo XIX. Es en-
tonces cuando la Ciencia Económica dejó de ser Economía Política para convertir-
se, simplemente, en Economía. Aunque existieron importantes excepciones, el estu-
dio de los procesos de decisión política en la esfera de lo económico dejó de cons-
tituir una vertiente más del análisis económico.

Afortunadamente, esta tendencia ha registrado un cambio radical en los últimos


tiempos. Los nuevos modelos aplicados a los procesos políticos toman de la Eco-
nomía su enfoque metodológico: bajo el supuesto de que el electorado y el conjunto
de sujetos políticos actúan movidos por sus intereses individuales, se estudia qué
consecuencias sobre las decisiones públicas, sobre la adecuación de los gobernantes
elegidos a las preferencias mayoritarias y sobre el bienestar colectivo tienen dife-
rentes estructuras políticas4. Estas estructuras son las que definen el conjunto de in-
terdependencias y de incentivos que rigen las decisiones de los distintos agentes; y
la evolución misma de estas estructuras es también estudiada como la resultante del
juego de intereses. La Teoría de Juegos ofrece las herramientas conceptuales y ma-
temáticas específicas para este análisis. Más de dos siglos después, los nuevos mo-
delos parecen haber asumido los planteamientos de David Hume, quien en uno de
sus Escritos Políticos titulado “Que la política puede ser reducida a una ciencia”,
afirmaba: “Tan grande es la fuerza de las leyes, y de las diversas formas de gobier-
no, y tan escasa su dependencia del humor y el temperamento de los hombres, que a
veces se pueden deducir de ellas consecuencias casi tan generales y ciertas como las
de las ciencias matemáticas”.

4. Reflexiones finales sobre Economía y Complejidad


Aunque la identificación de la corriente principal de la Economía con algo pa-
recido al llamado Pensamiento Único o con alguna otra caricatura de ciencia suele
ser el fruto de un llamativo desconocimiento sobre los contenidos de la misma, es
cierto que durante bastante tiempo el Análisis Económico ha mantenido una visión
excesivamente simplista o limitada de algunos fenómenos. En las últimas dos déca-
das, sin embargo, la evolución y la ampliación de sus horizontes han registrado una
progresión muy notable. La Teoría de Juegos y la Economía de la Información -que
analiza los comportamientos en condiciones de incertidumbre y de diferencias en
los datos que tienen los distintos sujetos- han sido en gran medida responsables de
ello. El renovado interés por la problemática de la Economía Política es sólo uno de
los posibles ejemplos de cómo la Economía viene incorporando nuevas cuestiones a

4
Para una panorámica de esta literatura, véase Miller (1997) y Levin y Nalebuff (1995).

81
La Sociedad

su análisis, reconociendo las interdependencias de su objeto de estudio con muchas


otras instancias de las sociedades humanas. Simultáneamente, ha venido incremen-
tandose la preocupación por incorporar supuestos de comportamiento más comple-
jos en la psicología de los agentes económicos5. Por otra parte, también se ha pro-
ducido una “exportación” de métodos y herramientas a otras ciencias. La Teoría de
Juegos y su aplicación al campo de la biología evolutiva es nuevamente el mejor
ejemplo6. La relación entre la Ética y la Economía, por último, constituye un terreno
fundamental en el que cabe prever un notable desarrollo en el futuro. Como diver-
sos autores han señalado —A. Sen (1989), y Hausman y McPherson (1993) entre
otros— ambas disciplinas tienen mucho que ganar con su relación mutua, tanto en
los aspectos positivos de explicación de los fenómenos sociales, como en los nor-
mativos. El hecho de que el Premio Nobel de Economía de 1998 se haya concedido
al mencionado Amartya Sen resulta significativo del creciente eco que estas cues-
tiones están obteniendo.

Esta evolución de la Economía, junto con una aproximación a la misma algo


más rigurosa y documentada por parte de algunos científicos sociales hipercríticos,
puede dar lugar a avances muy valiosos en nuestra capacidad para comprender la
dinámica de las sociedades humanas y para facilitar la resolución de algunos de sus
problemas.

Bibliografía

-Alcalá Agulló, F. (1990) “Modelos y postulados en la explicación económica”, en


W.J. González Aspectos metodológicos de la investigación científica (2ª edi-
ción). Ediciones de las Universidades Autónoma de Madrid y de Murcia.

-Conlisk, J. (1996): “Why bounded rationality?”, Journal of economic literature,


34, 669-700.

-Hausman D.M. y M.S. McPherson, (1993): “Taking Ethics seriously: Economics


and contemporary Moral Philosophy”, Journal of economic literature, 31, 671-
731.

-Elster, J. (1998): “Emotions and Economic Theory”, Journal of economic literatu-


re, 36, 47-74.

-Hammerstein P. y R. Selten (1994): “Game Theory and Evolutionary Biology”, en


R.J. Aumann y S. Hart, Handbook of Game Theory, Vol.2, 929-993.

-Levin J. y Nalebuff B. (1995) “An introduction to vote-counting schemes”, Eco-


nomic Perspectives, 9, 3-26.

-Lewin, S. (1996): “Economics and Psychology: Lessons for our own day from the
early twentieth century”, Journal of economic literature, 34, 1293-1323.

-Miller, G.J. (1997): “The impact of Economics on contemporary Political Scien-


ce”, Journal of economic literature, 35, 1173-1204.

-Rabin, M. (1998): “Psychology and Economics”, Journal of economic literature,


36, 11-46.

5
Véase, por ejemplo, Conlisk (1996), Elster (1998), Lewin (1996) y Rabin (1998).
6
La referencia clásica es Smith (1982); y una panorámica de esta línea de investigación pue-
de encontrase Hammerstein y Selten (1994).

82
La Sociedad

-Sen, A. (1989): Sobre ética y Economía, Alianza Madrid.

-Smith, A. (1776): Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las


naciones, F.C.E., México, 1958.

-Smith, J.M. (1982): Evolution and the Theory of Games, Cambridge U.P..

83
EL GRAN
EXPERIMENTO:
CIENCIA Y POLÍTICA
EN LA SOCIEDAD
GLOBAL
Antonio Campillo

Comunicación

L as ciencias sociales nacieron en el siglo XIX, estrechamente ligadas a la for-


mación del capitalismo industrial, de las grandes concentraciones urbanas, del
Estado nacional parlamentario y de las conquistas coloniales en los territorios
de ultramar. Y nacieron precisamente para proporcionar instrumentos de gestión, de
comprensión y de legitimación a estas nuevas instituciones. Por eso, estas institu-
ciones fueron consideradas desde el primer momento como el modelo ideal a partir
del cual debía llevarse a cabo el estudio y la valoración comparativa de la vida hu-
mana en sociedad. En otras palabras, las ciencias sociales consideraron el proceso
histórico de modernización de Occidente como el proceso crucial de la historia hu-
mana.

Hasta la segunda mitad del presente siglo, este proceso de modernización fue
explicado conforme a unos cuantos supuestos básicos:

1. La modernización fue entendida como la consumación de un proce-


so histórico lineal, regido por inexorables leyes de evolución social,
que habían de conducir a todas las sociedades de lo más simple a lo
más complejo, del “salvajismo” a la “civilización” (Lewis H. Mor-
gan), de la “empresa militar” a la “empresa industrial” (Herbert
Spencer), de la “comunidad” parental a la “asociación” contractual
(Ferdinand Tönnies), de la “solidaridad mecánica” a la “solidaridad
orgánica” (Émile Durkheim), a través de una serie de fases o etapas
gradualmente escalonadas.

2. Al mismo tiempo, la modernidad fue entendida como un proceso


unilateral de expansión colonial y de irradiación cultural, que iba
del centro a la periferia, de la Europa occidental al resto del mundo,
de los pueblos blancos, portadores de la religión judeocristiana, la
tecnología moderna y el derecho civilizado, a los pueblos de color,
sumidos en absurdas supersticiones, miserable subsistencia y bár-
baras costumbres.

3. Esta evolución temporal y esta expansión colonial fueron legitima-


das como un proceso de civilización o de progreso moral de la hu-
La Sociedad

manidad, gracias al cual se pasaba del estado natural de violencia al


estado civil de legalidad, es decir, de la hobbesiana “guerra de to-
dos contra todos” a la kantiana “paz perpetua”. La modernidad era
considerada como la culminación de este proceso de pacificación
de las relaciones sociales, en el que la fuerza animal parecía retro-
ceder ante el avance de la razón y de la ley. El despotismo político
y las guerras entre los pueblos acabarían siendo reemplazadas por
el imperio de la ley y por el pacífico comercio. Y todo ello gracias
a las nuevas instituciones del Estado nacional y de la economía ca-
pitalista.

4. Paralelamente a este proceso de civilización de la sociedad, la mo-


dernidad también pretendía llevar a su culminación el proceso de
domesticación de la naturaleza. La humanidad, solía decirse, ha
dado dos grandes saltos tecnológicos en el curso de su historia: la
revolución neolítica, que permitió la domesticación de plantas y
animales, y la revolución industrial, que permitió la domesticación
de las energías naturales y de los microorganismos patógenos. El
desarrollo de los saberes tecnocientíficos era entendido también
como un proceso lineal y acumulativo, destinado a incrementar
progresivamente el conocimiento y el dominio de la naturaleza por
parte de los seres humanos.

5. Por último, este proceso de evolución temporal y de colonización


espacial, de civilización de la sociedad y de domesticación de la
naturaleza, era entendido como un proceso de diferenciación y co-
ordinación funcional entre los diversos dominios de la experiencia
humana, de los que tenían que ocuparse diferentes y coordinadas
disciplinas científicas, destinadas no sólo al conocimiento teórico
sino también a la administración práctica de tales dominios:

-Así, la diferenciación entre el pasado y el futuro, la tradición y la innovación,


las costumbres antiguas y los saberes modernos, fue la base sobre la que se
justificó la separación entre la historiografía (dedicada al estudio del pasado) y
el resto de las ciencias sociales (dedicadas al estudio del presente y al pronósti-
co de las tendencias de futuro).

-La diferenciación entre los pueblos europeos, civilizados y desarrollados, y los


pueblos no europeos, primitivos y subdesarrollados, fue la base sobre la que se
diferenciaron la sociología (dedicada al estudio y gestión de la sociedad occi-
dental) y la antropología social o cultural (dedicada al estudio y gestión de las
sociedades no occidentales).

-En el seno de la sociedad moderna, se intentó establecer una diferenciación y


coordinación funcional entre diversos subsistemas sociales: la política (centra-
da en torno al Estado), la economía (regida por el mercado), el parentesco
(cristalizado en la familia patriarcal) y la cultura (protagonizada por las institu-
ciones de educación, investigación y comunicación). La supuesta diferenciación
y coordinación funcional entre estos subsistemas sociales justificó la separación
académica entre las ciencias jurídico-políticas, las ciencias económi-
co-empresariales, las ciencias bio-psico-médicas y las ciencias so-
cio-culturales.

-Por último, se estableció una gran diferenciación entre el movimiento histórico


de las sociedades humanas, irreversible y progresivo, regido por la luminosa
razón, y el movimiento natural de los fenómenos físicos, reversible y cíclico,

85
La Sociedad

regido por la ciega inercia. Esta dicotomía entre el “reino de la libertad” y el


“reino de la necesidad” sirvió de base a la contraposición entre ciencias sociales
y ciencias naturales.

Estos cinco grandes supuestos han comenzado a ser cuestionados en las últimas
décadas, debido a una serie de acontecimientos que se han venido sucediendo a lo
largo del siglo XX.

Me limitaré a enumerar los más importantes: las dos guerras mundiales (tam-
bién llamadas guerras civiles europeas), el totalitarismo nazi y soviético, las armas
de destrucción masiva (químicas, biológicas y nucleares), la descolonización de los
países no europeos, la explosión demográfica, la pobreza de millones de seres hu-
manos, la crisis ecológica provocada por la industrialización y el consumo de ma-
sas, la quiebra vertiginosa del patriarcado, la globalización de la economía, la polí-
tica y la cultura, y, en estrecha relación con todo ello, las grandes innovaciones
científicas y técnicas (desde la física nuclear hasta la telemática, desde la ecología
global hasta la ingeniería genética), que han transformado radicalmente nuestra vida
cotidiana y nuestra comprensión del mundo.

Todos estos acontecimientos han modificado decisivamente el rostro de la mo-


dernidad. En las últimas décadas, se ha impuesto la idea de que la modernidad ha
llegado a su fin, o al menos ha entrado en una fase completamente nueva. Mientras
que unos autores hablan de la “postmodernidad”, otros prefieren hablar de una mo-
dernidad “tardía”, “segunda” o “reflexiva”. Pero unos y otros coinciden en la nece-
sidad de cuestionar los supuestos por medios de los cuales el Occidente moderno se
había regido, comprendido y legitimado a sí mismo, es decir, los supuestos que ha-
bían servido de cimiento teórico a las ciencias sociales. De hecho, está comenzando
a gestarse una nueva teoría social, que pretende proporcionar otro tipo de instru-
mentos para la gestión, comprensión y legitimación de las instituciones y movi-
mientos sociales actualmente emergentes. Esta nueva teoría social cuestiona punto
por punto la teoría de la modernización hasta ahora dominante.

1. En primer lugar, se cuestiona la concepción lineal de la historia y


se rechaza la existencia de unas supuestas leyes y etapas de la evo-
lución social. Por un lado, se reconoce el carácter “coyuntural” de
los procesos históricos, incluido el proceso de modernización de
Occidente; se reconoce, pues, la contingencia y singularidad de
este proceso, y, por tanto, se problematiza su pretensión de univer-
salidad y de necesidad. Por otro lado, se observa que tradición e
innovación no se oponen ni se suceden, sino que se componen y re-
organizan entre sí; así se explica que en las sociedades más “mo-
dernas” puedan surgir movimientos sociales tan diversos como el
fundamentalismo religioso y el conservacionismo ecológico.

2. En segundo lugar, se cuestiona la concepción radial del proceso de


mundialización de las relaciones sociales, que lo reduce a un mero
movimiento de expansión unilateral por parte del Occidente mo-
derno. Por el contrario, se analiza la naciente sociedad global como
una sociedad poliárquica y multicultural, en donde lo global y lo
local interactúan recíprocamente, dando origen a las más diversas
formas de mestizaje y de conflicto intercultural. Así, el creciente
cosmopolitismo de las relaciones sociales y el renovado localismo
de las identidades nacionales no se excluyen sino que se combinan
y refuerzan entre sí.

86
La Sociedad

3. El proceso de modernización ya no es entendido como un proceso


de civilización, pacificación y moralización creciente de las rela-
ciones sociales, sino como un proceso moralmente ambivalente,
que ha hecho posibles a un tiempo nuevas formas de violencia y
nuevas formas de convivencia. El siglo XX ha desarrollado sofisti-
cadas técnicas de dominación y de exterminio, ha llevado a cabo
genocidios masivos, ha inventado armas capaces de destruir a la
humanidad entera en un breve lapso de tiempo, ha sumido a millo-
nes de seres humanos en la humillación y la indigencia, y tal vez
por ello es también el siglo que ha dado origen a la Organización de
Naciones Unidas, que ha proclamado la Declaración Universal de
Derechos Humanos y que ha dado los primeros pasos para construir
una comunidad política planetaria.

4. El proceso de modernización ha dejado de ser considerado como un


proceso lineal y unilateral de domesticación de la naturaleza por
parte de la industria y de los saberes tecnocientíficos. En primer lu-
gar, porque el pretendido dominio de la naturaleza está sujeto a una
ambivalencia tecnológica: toda innovación destinada a asegurar o
incrementar ese dominio produce al mismo tiempo “efectos secun-
darios” incontrolados e imprevistos que lo hacen inseguro, provo-
cando así una “incertidumbre fabricada”, un “riesgo” tecnológica-
mente inducido y políticamente conflictivo. En segundo lugar, por-
que la relación histórica entre el hombre y la naturaleza es una
relación de interacción recíproca y de coevolución, en el marco de
un ecosistema terrestre que integra tanto los procesos “naturales”
de la biosfera como los procesos “artificiales” de la tecnosfera, y
cuyo equilibrio global no puede ser alterado sin poner en peligro la
supervivencia de la propia especie humana.

5. Por último, y como consecuencia de todo lo anterior, se ha cuestio-


nado la concepción funcionalista de la sociedad (sea en su antigua
versión organicista o en su más sofisticada versión sistémica), que
da por supuesta la diferenciación y coordinación funcional entre di-
versos subsistemas sociales: el Estado, el mercado, la familia y las
instituciones culturales (educación, investigación y comunicación).
Estos subsistemas no son autónomos, ni se coordinan en un todo
social unitario, sino que se interfieren y se alteran mutuamente,
dando lugar a una red de interacciones fluida y compleja, que no
cesa de modificarse a sí misma. Este modelo reticular permite pen-
sar la dinámica de las relaciones sociales como una tensión ince-
sante entre las fuerzas centrípetas y las fuerzas centrífugas, entre el
equilibrio y el conflicto, entre el orden y el caos.

Este nuevo modelo de análisis social obliga a replantear las relaciones entre
las diversas disciplinas científicas, incluidas las relaciones entre ciencias sociales y
ciencias naturales, y sobre todo obliga a reconocer la interconexión entre los sabe-
res expertos (sean saberes socio-económicos, bio-médicos o físico-químicos) y los
poderes sociales en conflicto (empresas, Estados, comunidades locales, organiza-
ciones civiles, etc.).

-Para empezar, en las últimas décadas se ha iniciado una nueva relación entre
el estudio historiográfico del pasado y el análisis sociológico del presente,
dando lugar a disciplinas como la historia social y la sociología histórica. So-
bre todo, la revisión crítica de la teoría de la modernización ha llevado a rees-

87
La Sociedad

cribir la historia del Occidente moderno, y esta investigación histórica de nues-


tro propio pasado ha proporcionado, a su vez, nuevas herramientas para la com-
prensión y la crítica del presente.

-En segundo lugar, la oposición entre sociedades modernas y sociedades tradi-


cionales ha dejado paso a una sociedad globalizada en la que se multiplican los
fenómenos de hibridación cultural, y esto tanto en los países del Sur (que han
sufrido de forma traumática el impacto de la modernización) como en los países
del Norte (que están respondiendo a la inmigración masiva y al mestizaje cultu-
ral mediante la reinvención y reafirmación de sus tradiciones locales). De ahí
que la separación entre sociología y antropología cultural se haya vuelto in-
sostenible. EL estudio antropológico de los “otros” ya no es posible sin una so-
ciología de las relaciones Norte-Sur, y el estudio sociológico del “nosotros” ya
no es posible sin una antropología de los conflictos y mestizajes interculturales
en las grandes urbes modernas.

-En la sociedad global, es igualmente insostenible la pretendida diferenciación


funcional entre la política, la economía, el parentesco y la cultura, con la co-
rrespondiente separación académica entre los distintos saberes que se ocupan de
ellas. En cambio, se ha impuesto el modelo de la sociedad red, en el que todas
las relaciones sociales interfieren entre sí en entramados complejos y abiertos,
fluidos e inestables. Pongamos tres ejemplos: la revolución en las tecnologías
de la información no sólo ha transformado radicalmente el mundo de la cultura,
sino también el mundo de las finanzas, la producción, el comercio, la política
nacional, los movimientos sociales e incluso el crimen organizado; el movi-
miento de liberación de las mujeres no sólo ha cambiado las relaciones de pa-
rentesco sino también el mercado de trabajo, las reglas de la política y el mundo
de la cultura; en tercer lugar, la crisis ecológica del capitalismo industrial ha
hecho que se problematicen no sólo los procesos de producción sino también
las políticas públicas (ordenación del territorio, transportes, energía, etc.), los
hábitos domésticos, los saberes tecnocientíficos y los valores culturales.

-Por último, el fenómeno de la crisis ecológica ha puesto en cuestión la gran


separación entre naturaleza y sociedad, sobre la que pretendió edificarse la so-
ciedad industrial y sobre la que también trató de cimentarse la teoría de la mo-
dernización. Según esta teoría, los seres humanos habrían pasado de ser siervos
a ser señores de la naturaleza, gracias al poder que les fue conferido por los
modernos saberes tecnocientíficos. Pero los seres humanos no somos siervos ni
señores de la naturaleza: sencillamente, somos seres vivientes que formamos
parte de la biosfera terrestre y que hemos evolucionado junto con ella. La teoría
darwinista de la evolución fue el primer puente que se tendió entre las ciencias
naturales y las ciencias sociales. Desde entonces, las ciencias biológicas (espe-
cialmente, la genética y la ecología) han mostrado los vínculos indisociables
entre la historia de la biosfera terrestre y la historia de las sociedades huma-
nas. La crisis ecológica global ha puesto al descubierto el destino común que li-
ga al ser humano con el resto de los seres naturales. El gran reto de la humani-
dad actual, la exigencia de asegurar la habitabilidad del planeta para las genera-
ciones futuras, es un problema indisociablemente científico y político, tecnoló-
gico y jurídico, económico y cultural, que requiere la combinación de todo tipo
de medidas: investigaciones científicas interdisciplinares, acuerdos políticos
internacionales, reorganizaciones tecnológicas en los procesos de producción y
de consumo, legislaciones medioambientales, nuevos sistemas de fiscalidad y
de contabilidad económica, nuevos valores éticos.

88
La Sociedad

Esta última cuestión de los riesgos ecológicos globales (a la que tendríamos que
añadir los experimentos que viene realizando la ingeniería genética con plantas,
animales y seres humanos), no sólo ha puesto al descubierto el vínculo indisociable
entre sociedad y naturaleza, sino que, con ello, ha puesto también en juego un nuevo
tipo de relación entre los saberes expertos y los poderes sociales.

En la primera modernidad, se daba por supuesta la separación entre el saber de


los especialistas y el poder de las instituciones, entre las reglas de la comunidad
científica y las reglas del resto de la sociedad, entre los procesos de adquisición y
validación del conocimiento y los procesos de deliberación y legitimación de las
decisiones colectivas, en fin, entre la lógica “interna” de la ciencia “pura” y la lógi-
ca “externa” de sus usos o de sus “aplicaciones” prácticas por parte de los profanos.
De este modo, los expertos reclamaban para sí una autoridad indiscutible y al mis-
mo tiempo se irresponsabilizaban con respecto a las consecuencias de sus investiga-
ciones.

Este estado de cosas ha cambiado en las últimas décadas. Desde que se inventa-
ron las cámaras de gas y las armas de destrucción masiva, los científicos ya no pue-
den seguir sosteniendo la doble pretensión de una ciencia pura y de un gobierno
tecnocrático. Ya no pueden seguir sosteniendo que la investigación científica es
ajena a las luchas e intereses sociales y, al mismo tiempo, que proporciona a los es-
pecialistas una autoridad moralmente neutra. Esta insostenible paradoja se ha puesto
cada vez más de manifiesto, a medida que se han ido multiplicando los efectos no-
civos de muchas innovaciones tecnológicas, en campos tan diversos como la nergía,
las telecomunicaciones, la agroquímica, la ganadería, la pesca, los fármacos y la in-
geniería genética. Los efectos nocivos de estas innovaciones están afectando de
forma creciente al medio ambiente, a los seres vivos y en especial a los propios se-
res humanos. Como puede comprobarse en el caso del cambio climático y del lla-
mado efecto “invernadero”, el problema al que se enfrentan ahora los saberes tec-
nocientíficos ya no es la domesticación de una naturaleza salvaje, avara y amena-
zante, sino el estudio y control de los grandes riesgos globales inducidos por el
propio desarrollo tecnocientífico. La ciencia, que en el siglo pasado era ensalzada
como la mensajera de la felicidad terrenal, es ahora acusada de provocar los mayo-
res peligros de la humanidad. La crítica ya no proviene de los nostálgicos de la reli-
gión, sino todo lo contrario: de quienes se oponen a que la ciencia asuma la autori-
dad indiscutible y el poder sacrificial de las viejas religiones de salvación. Los nue-
vos críticos de la ciencia son los movimientos ciudadanos y los científicos que se
saben responsables y que ya no se escudan tras el mito de la neutralidad moral.

De este modo, los saberes expertos se están viendo forzados a actuar de forma
“reflexiva”, a ejercer la autocrítica con respecto a sus iniciales pretensiones de
conocimiento infalible y de dominio absoluto de la naturaleza. Los propios saberes
se vuelven cada vez más plurales, hipotéticos, problemáticos. La discusión y la du-
da se hacen habituales en la comunidad científica. La frontera entre los debates
científicos y los debates políticos se vuelve borrosa. Los conflictos sociales acaban
introduciéndose en el templo del saber y profanando su aura sagrada, como han
puesto de manifiesto los debates relativos al cambio climático y los más recientes
sobre los alimentos transgénicos. Ya no es posible seguir sosteniendo el círculo má-
gico que separaba la teoría y la práctica, el saber y el poder, los juicios de hecho y
los juicios de valor, el conocimiento puro y los intereses impuros, las exigencias
internas de la investigación y las exigencias externas de los grupos sociales.

La relación entre saberes expertos y poderes sociales es una relación de doble


dirección. En primer lugar, es preciso reconocer que la compleja red de las relacio-
nes sociales y sus correspondientes conflictos de intereses atraviesan el interior de

89
La Sociedad

los laboratorios, hospitales, fundaciones, universidades y centros de alta especiali-


zación, condicionando de uno u otro modo la elección de los objetos, métodos y
modelos de investigación. Pero esto no es todo, ni siquiera es lo más importante.

Hay algo mucho más importante, que sólo en las últimas décadas se ha puesto
de manifiesto. Si la ciencia y la política ya no pueden seguir siendo pensadas por
separado, no es sólo porque las luchas sociales atraviesen los espacios del saber si-
no también, y sobre todo, porque es el propio espacio vital en el que habitan los se-
res humanos el que se encuentra cada vez más atravesado por los saberes expertos.
En otras palabras, es el conjunto de las relaciones sociales y de las interacciones
con la naturaleza el que ha pasado a convertirse en un gigantesco laboratorio; so-
mos todos los seres humanos, más aún, todos los seres naturales que componemos
la biosfera terrestre, quienes nos encontramos expuestos a un inmenso e imprevisi-
ble proceso de experimentación. Y es precisamente por eso, porque los saberes tec-
nocientíficos han convertido a todos los seres humanos en objetos pasivos e invo-
luntarios de un gran experimento planetario, de un experimento que es a la vez físi-
co, químico, biológico, tecnológico, económico, político y cultural, por lo que los
movimientos sociales reclaman cada vez más el derecho a intervenir como sujetos
activos y reflexivos en el estudio y control de dicho experimento.

En la sociedad actual, los saberes tecnocientíficos han adquirido un estatuto


político problemático porque han hecho de la humanidad entera el objeto de una
experimentación gigantesca e imprevisible. De ahí que haya surgido la exigencia y
la urgencia de someter esos saberes a un debate público y a un uso reflexivo por
parte de los individuos, las asociaciones civiles, las empresas y los Estados.

Pero esto significa que no sólo está cambiando nuestra comprensión de la cien-
cia sino también nuestra comprensión de la política. Durante los dos últimos siglos,
la política moderna (tanto la teoría política como la práctica de las instituciones po-
líticas) había venido girando en torno a tres grandes ejes: en primer lugar, los con-
flictos entre las clases sociales (y entre los partidos políticos de base clasista), que
tenían por objeto el control del Estado nacional y la distribución social de la rique-
za; en segundo lugar, los conflictos militares y diplomáticos entre los grandes Esta-
dos occidentales, que tenían por objeto el control de sus respectivas áreas de in-
fluencia colonial, comercial y cultural; por último, la confianza que todos ellos
(partidos políticos, clases sociales, y Estados nacionales) tenían depositada en el
poder ilimitado del ser humano para proyectar y gobernar científicamente su propio
destino histórico. Esta confianza en el poder ilimitado de la ciencia, junto con los
conflictos entre las clases y las naciones, han sido el núcleo teórico de las grandes
ideologías políticas modernas: el liberalismo, el nacionalismo y el marxismo.

Pero, en la modernidad “segunda”, “tardía” o “reflexiva”, el desarrollo del saber


tecnocientífico ha provocado no un creciente dominio del mundo natural y social
sino una creciente “incertidumbre fabricada” (Giddens), hasta el punto de que la so-
ciedad actual se ha convertido en una “sociedad de riesgo” (Beck), en la que peli-
gran no sólo los grandes ideales políticos y económicos de la modernidad sino la
mera supervivencia física de la especie humana. Algunos de estos riesgos son tales
que borran las fronteras entre las clases y las naciones, y por tanto requieren res-
puestas políticas de alcance global o planetario. Por eso, junto a los viejos conflictos
entre clases, partidos y naciones, y entremezclados con ellos, han ido surgiendo
otro tipo de conflictos y de asociaciones civiles, que giran en torno a los usos y
efectos de los saberes expertos, es decir, que problematizan el supuesto vínculo en-
tre la racionalidad tecnocientífica y el progreso material y moral de la humanidad.
Esta es precisamente la novedad política que han aportado movimientos sociales
como el ecologismo, el pacifismo, el feminismo, las organizaciones de ayuda al de-

90
La Sociedad

sarrollo, las organizaciones de consumidores, las asociaciones de enfermos o afec-


tados por algún síndrome particular (como el sida), las comunidades virtuales, etc.

Por eso, dice Giddens, junto a la “política emancipatoria” de la primera moder-


nidad, ha aparecido la “política de la vida” de la segunda modernidad, que se ocupa
no sólo del cuerpo individual, de su salud y de su sexualidad, sino también del
conjunto de seres vivos y de recursos vitales que componen la biosfera del planeta
Tierra. Por eso, dice Beck, junto al concepto moderno de política y a sus institucio-
nes típicas, han ido surgiendo nuevas formas de “subpolítica” que problematizan la
frontera entre lo público y lo privado, entre lo económico y lo político, entre la ra-
cionalidad técnica y la racionalidad moral, y que por tanto requieren una “reinven-
ción de la política”. Uno de los aspectos esenciales de la nueva política es que en
ella ya no son separables la verdad y la justicia, los juicios de hecho y los juicios
de valor, los problemas técnicos y los problemas morales, ni se da por supuesto que
la mera innovación tecnocientífica sea en sí misma valiosa y conlleve necesaria-
mente una mejora material y moral de la vida humana.
Esta nueva relación entre ciencia y política exige a los ciudadanos adquirir una
cultura científica, un juicio informado y crítico sobre los saberes expertos que alte-
ran de uno u otro modo sus condiciones de vida; y, a la inversa, exige a los científi-
cos adquirir una responsabilidad cívica, lo cual implica reconocer que en el proce-
so mismo de su actividad especializada no pueden dejar de adoptar determinadas
opciones morales, económicas y políticas, de las que han de rendir cuentas ante los
demás.
En la sociedad global, los saberes tecnocientíficos han adquirido un estatuto
político problemático porque han adquirido un creciente poder sobre todos nosotros,
porque afectan de manera decisiva a nuestras condiciones de existencia, a nuestras
luchas sociales, a nuestras más íntimas opciones vitales; y, precisamente por eso, en
los debates políticos actuales tienen cada vez más importancia las cuestiones relati-
vas a los saberes tecnocientíficos, a sus mecanismos de financiación y planificación,
a las instituciones encargadas de su control y validación, a sus procesos de difusión
y comercialización, a sus efectos sociales, sanitarios y medioambientales. En todos
los grandes conflictos del presente, los argumentos científicos y los argumentos
políticos ya no pueden dejar de entrecruzarse a la hora de decidir acerca de nues-
tro destino individual y colectivo

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92
ORDEN Y CAOS EN
LAS
INTERACCIONES
ECONOMIA-
NATURALEZA-
SOCIEDAD
José Carpena Guaita

Introducción

T
odos somos conscientes de la complejidad que entraña intentar comprender
la realidad natural y social que nos rodea. Esta realidad se nos muestra a me-
nudo desconcertante. A veces nos da la sensación de vivir en un mundo or-
denado, preciso, totalmente determinado y predecible (sabemos con muchos años
de antelación cuándo nos va visitar un cometa, qué recetar si un enfermo tiene unos
determinados síntomas, cómo disponer urbanísticamente una ciudad para mejorar la
calidad de vida de los ciudadanos ... ). Sin embargo, otras veces esta misma realidad
se nos aparece como caótica, imprecisa, indeterminada e impredecible (la posición
de un simple electrón en un átomo no está determinada más que dentro de un valor
probabilístico, las cepas bacterianas se hacen resistentes a los antibióticos, en nues-
tras “ordenadas” ciudades se producen atascos, delincuencia y paro, en sus alrede-
dores aparecen chabolas y vertederos...). Así pues, no es raro advertir, a menudo,
cierta dosis de confusión en el ser humano.

Pero entonces: ¿cómo es realmente el mundo físico?, ¿y el social?, ¿impera el


orden o el caos?. El enfoque que se adopte para responder a estas preguntas no es
indiferente. Hagamos una breve reseña histórica.

El paradigma cartesiano

Durante siglos, a la hora de explicar la realidad ha predominado un enfoque


analítico. Éste parte del principio de reducción: explicar un fenómeno implica divi-
dirlo en sus partes componentes y luego disponerlos en un orden lógico. Es el mé-
todo cartesiano, el modo de trabajar de la ciencia clásica. Desde este enfoque se in-
tentó explicar, primero, las leyes del universo y la materia y, posteriormente, los se-
res vivos y las relaciones humanas. Así el universo material se concibe como una
máquina, la naturaleza funciona de acuerdo con unas leyes mecánicas, y todas las
cosas del mundo material pueden explicarse en términos de la disposición y movi-
mientos de sus partes. Los animales y las plantas se incluyen en esta visión mecani-
La Sociedad

cista con el fin de crear una ciencia natural completa y esto tiene una influencia de-
cisiva en la evolución de las ciencias humanas.

Describir minuciosamente los mecanismos que constituyen los organismos vi-


vos ha sido la tarea principal de los biólogos, los sociólogos y los psicólogos en los
últimos trescientos años. El enfoque cartesiano ha tenido mucho éxito en las distin-
tas ramas del conocimiento, pero era demasiado ingenua la esperanza de que al es-
tudiar aisladamente los elementos del universo observado (compuestos químicos,
células, individuos, etc.) y volverlos a juntar conceptualmente, podríamos obtener la
totalidad antes inteligible (cuerpos físicos, los organismos, las sociedades. etc.).

El "orden natural"
Para Rifkin (1990), los supuestos básicos de la visión mecánica del mundo po-
pularizados por Bacon, Descartes, Newton, Locke y Smith, para el cosmos, la so-
ciedad y, la economía, todavía se mantienen hoy en día. Estos supuestos pueden re-
sumirse en unas cuantas frases sencillas. En primer lugar, el universo posee un or-
den matemático preciso que puede deducirse por el examen de los movimientos de
los cuerpos celestes. Por desgracia, aquí en la Tierra la mayoría de las cosas en su
estado original se hallan sumidas en el caos y la confusión. Por consiguiente, es ne-
cesario reorganizarlas para traer a nuestro mundo el mismo orden que parece existir
en el resto del cosmos. Esto plantea la cuestión de cuál es la mejor manera de orga-
nizar la sociedad para que refleje el mismo orden que existe en el universo. La res-
puesta es utilizar los principios científicos de la mecánica para reorganizar las cosas
naturales del modo que más favorezca a los intereses materiales de los seres huma-
nos. Según Rifkin la conclusión lógica de este enfoque nuevo fue sencillamente es-
ta: “Cuanto más bienestar material logremos, más ordenado deberá volverse el
mundo”. El progreso, en consecuencia, consiste en amasar una abundancia material
cada vez mayor, con la que se obtendrá un mundo cada vez más ordenado. La cien-
cia y la tecnología son las herramientas de que disponemos para realizar esta tarea y
la naturaleza nos brinda los recursos necesarios para ello. Aprendiendo a controlar
sus ciclos naturales de materia y energía aprenderemos a dominarla. Lo natural se
identifica con lo ordenado, lo determinado y lo predecible.

La Evolución: del desorden al orden


La teoría biológica de la evolución, desarrollada por Lamarck y, posteriormen-
te, por Darwin, introduce un nuevo concepto asociado a la idea de cambio, creci-
miento y desarrollo. Las estructuras complejas se desarrollan a partir de formas más
simples. Se ponen en cuestión las ideas fijistas predominantes hasta entonces según
las cuales el número de las especies no había variado desde el día de la Creación.
Sin embargo, lejos de transformar el pensamiento mecánico imperante, algunos
elementos de la teoría son utilizados superficialmente y se utilizan para legitimarlo.
Así, el darwinismo social convirtió el concepto de selección natural en el de la su-
pervivencia del más apto, interpretado de forma que, en su estado natural, los seres
vivos están inmersos en una lucha feroz con otros seres y que los que sobreviven y
logran transmitir sus rasgos a sus descendientes son sencillamente los mejor prepa-
rados para defender sus intereses materiales.

La evolución biológica significaba un movimiento hacia un orden y una com-


plejidad mayores, lo que fortalecía la idea de que lo natural es la tendencia a un or-
den superior.

La Termodinámica: del orden al caos


Sin embargo, en física casi paralelamente en el tiempo se dice justamente lo
contrario, es decir, la evolución natural de un movimiento es hacia un desorden cre-

94
La Sociedad

ciente. Aplicando la teoría mecánica newtoniana al estudio de los fenómenos térmi-


cos, lo que suponía tratar líquidos y gases como sistemas mecánicos complejos, los
físicos desarrollan la termodinámica. La primera de sus leyes, una de las más fun-
damentales de la física, especifica que la energía no puede ser creada ni destruida
pero sí transformarse de una forma a otra. Si esta ley fuese lo único que tuviéramos
que tener en cuenta, no habría ningún problema energético en el mundo puesto que
podríamos utilizar la misma energía una y otra vez sin que escaseara. Pero la reali-
dad no es así. Si quemamos un trozo de carbón su energía y materia se conservan
pero en forma de calor, dióxido de carbono y otros gases que se dispersan por el es-
pacio, de forma que nunca más podremos volver a quemar ese carbón para calen-
tarnos u obtener un trabajo con el mismo rendimiento. Este fenómeno se explica por
la Segunda Ley de la Termodinámica que nos dice que cada vez que la energía pasa
de un estado a otro pagamos un cierto precio: la disminución de energía útil para
realizar un trabajo en el futuro. De tal forma que hay una tendencia cierta en todos
los fenómenos físicos: la energía se dispersa en calor y no se la puede recuperar to-
talmente; así un vaso de café caliente equilibra su temperatura con el medio y, nun-
ca más se calentará de manera espontánea, un objeto que se cae de la mesa nunca
ascenderá de nuevo, una disolución de ácido en agua no se separará en sus compo-
nentes, etc.

El punto en común de todos los procesos anteriores es que todos proceden en la


misma dirección: del orden al desorden. O dicho de otro modo, cualquier sistema fí-
sico aislado irá espontáneamente hacia un estado de mayor entropía. La entropía es
una magnitud física que puede considerarse como la medida del desorden del siste-
ma y, por tanto, siempre permanecerá constante o ira en aumento en un sistema
aislado. De tal forma que el universo, según la física clásica, se dirige hacia un es-
tado de entropía máxima, “muerte entrópica”, en donde el equilibrio térmico hará
imposible cualquier tipo de movimiento.

¿Orden o Caos?
Al comparar esta imagen de la evolución cósmica con la biológica se produce
una aparente contradicción. ¿Quién tiene razón? ¿Evolución significa orden o ca-
os?.

La explicación a esta aparente disyuntiva se basa en que los procesos biológicos


por los que se forman estructuras complejas, y que ocurren efectivamente ganando
complejidad, se producen en sistemas abiertos —que intercambian rnateria y ener-
gía con el exterior— de forma que la disminución de entropía se hace a costa de un
aumento del desorden en el entorno, cumpliéndose inexorablemente la 2ª Ley de la
Termodinámica,

Así pues podríamos matizar la idea anteriormente expuesta que relacionaba lo


natural con un aumento del orden de los sistemas, diciendo que esto sólo ocurre en
determinados sistemas abiertos pero en el conjunto del universo físico se produce lo
contrario, es decir se evoluciona hacia estados de mayor entropía.

Un nuevo enfoque: sistemas complejos adaptativos


Estos sistemas abiertos biológicos, sociales o tecnocientíficos que son capaces
de ganar omplejidad estructural a lo largo de su evolución recogiendo información
de su entorno, han sido denominados recientemente como sistemas complejos
adaptativos (Gell-Man, 1994). Su comprensión no puede hacerse desde una visión
reduccionista sino que es necesario un enfoque más global y sistémico. Teniendo en

95
La Sociedad

cuenta siempre que se hallan sujetos a las leyes de la naturaleza, que a su vez se
fundamentan en las leyes físicas de la materia y el universo.

La realidad podríamos imaginarla entonces, corno un conjunto de sistemas que


evolucionan. Fruto de sus interacciones se producen cambios y transformaciones
(tecnocientíficas, económicas, productivas, demográficas, de valores y formas de
vida, etc.) que han de ser tenidas en cuenta a la hora de establecer modelos inter-
pretativos de dicha realidad.

Desde la perspectiva anterior los sistemas -económico, social y natural- lejos de


ser independientes entre sí, evolucionan influyéndose mutuamente. De tal forma
que las actuaciones realizadas en cada uno de ellos tienen repercusión en el resto.
Esta visión holística no ha calado todavía en todos los ámbitos de la sociedad en
donde abundan los análisis de tipo reduccionista. Veamos como ejemplo, algunos
fenómenos que se producen por interacción entre estos sistemas y que frecuente-
mente se consideran aisladamente.

Interacciones entre el sistema económico, natural y social


Una de las características fundamentales del sistema económico actual es su ne-
cesidad de crecimiento cuantitativo, pues en este crecimiento está la clave para un
mayor beneficio económico.

El motor del sistema se basa en la producción y el consumo masivo, siguiendo


una lógica que se reproduce frecuentemente en los medios de comunicación: hay
que mantener alto el consumo para que así aumente la producción y por tanto el
empleo; a mayor empleo más dinero en posesión de las familias y por lo tanto más
demanda.

Recurriendo a un tratamiento elemental a partir de la Dinámica de Sistemas po-


dríamos decir que consumo y producción constituyen así los elementos con relación
causal que podrían conformar un bucle de realimentación positiva. Lo cual quiere
decir que si se produce un aumento de cualquiera de ellos repercute en un aumento
del otro.

Este tipo de relación entre variables aporta la sensación de crecimiento indefi-


nido al considerarlas frente al tiempo. Pero, ¿es posible un crecimiento infinito de la
producción o el consumo?

Realmente desde principios de siglo la población del Planeta se ha triplicado y


la economía se ha multiplicado por veinte. Esto da una imagen aparente de “progre-
so” y de “orden” económico muy relacionada con la visión mecanicista que impera
bajo la concepción que hoy se conoce como determinismo tecnológico, es decir la
confianza ciega en que los avances en ciencia y tecnología proporcionan mayor
progreso económico y este, a su vez, mayor progreso social.

Sin embargo, como sabemos, ningún sistema puede crecer a costa de nada, es
decir el crecimiento económico se hace a costa de mayor desorden en otras partes
fuera y dentro del propio sistema. Un dato muy interesante a tener en cuenta es que
normalmente se consideran los impactos ecológicos y sociales como externalida-
des, es decir, no se internalizan más que los beneficios y costes directamente rela-
cionados.

Considerando los recursos naturales como una variable interna del sistema, el
flujo y el cuadro de relaciones resultante son bien distintos, observándose con el

96
La Sociedad

tiempo un valor máximo de la función a partir del cual no es posible un crecimiento


cuantitativo,

Desde una perspectiva más global, una de las críticas que más se achaca a las
actuales tendencias económicas es que como eje central del crecimiento, destacan la
obligatoriedad de una competitividad continuamente en alza y una constante am-
pliación de los mercados como elementos clave para su desarrollo, supeditando a
ello cualquier tipo de consideración extraeconómica ya sea social o ambiental. Esto
conduce a una visión parcial del problema y lo delimita a la convergencia hacia
unos parámetros macroeconómicos (inflación, crecimiento del PIB, IPC, etc.) de los
que se excluyen otros que tengan en cuenta el desarrollo social y el respeto a la na-
turaleza (tasa de paro, nivel de escolarización, emisiones contaminantes, etc.).

El aparente “orden” del crecimiento económico y productivo lleva asociado,


entonces, ciertos desordenes ambientales y sociales que normalmente no se conside-
ran. Veamos algunos casos.

“Desordenes” ambientales
Como apunta Tyler (1995) la disminución aguda y la degradación de los recur-
sos naturales, de los que a fin de cuentas depende toda economía, no se sustraen del
Producto Interior Bruto (PIB). Esto significa que un país puede agotar su recursos
naturales, erosionar sus suelos, contaminar sus mantos freáticos, sus bosques y
agotar toda su fauna silvestre y de pesca, y nada de eso aparece como pérdida en el
PIB del país, aun cuando así sea. Por tanto un país puede tener un PIB en rápido
aumento a la vez que es llevado hacia la bancarrota ecológica por la pérdida perma-
nente de su riqueza o caudal verdadero, que son los bienes de la Tierra.

“Desordenes” sociales
Veámoslo desde dos ópticas: los fenómenos sociales que se están produciendo
en los países del “Tercer Mundo” y los que son característicos de las grandes ciuda-
des de todo el mundo.

Explosión demográfica en los países del Tercer Mundo


Su origen viene provocado por el dislocamiennto de los mecanismos endógenos
tradicionales de regulación demográfica de estas sociedades (Harris, 1991). La po-
blación mundial era de 5.300 millones en 1990, y se esperan más de 10.000 millo-
nes de personas para el 2100. Si tenemos en cuenta que aproximadamente el
90-95% de ese crecimiento tendrá lugar en los países del “Tercer Mundo” nos po-
dremos hacer idea del problema.

Otro problema se deriva de la estructura de edad de estos países, ya que al ser


muy alta la potencial población activa, los problemas de paro serán cada vez mayo-
res.

Creciente concentración urbana


Además del incremento poblacional hemos de tener en cuenta que este se sitúa
fundamentalmente en las grandes áreas metropolitanas, particularmente en los paí-
ses en vías de desarrollo. En los últimos cuarenta años la población urbana en estos
países se cuadruplicó (de 285 millones en 1950 a 1160 en 1985), esperándose al-
canzar los 4.000 millones en el año 2025. Es decir el 90% de su población tendrá
carácter urbano.

97
La Sociedad

Así mismo, en el año 2000 las principales concentraciones urbanas (24 sobre
30) del mundo se localizarán en países del cono sur, la gran mayoría por encima de
los 10 millones de habitantes.

Con todo lo anterior, es previsible que se agudicen los problemas de conflicti-


vidad social y la ingobernabilidad de estos espacios, puesto que la escasez de recur-
sos mínimos para la subsistencia puede afectar al 50% de su población; se gastará
una ingente cantidad de dinero para subvencionar los productos alimenticios bási-
cos con el fin de intentar mantener la paz social.

Expansión de la pobreza ligada a migraciones económicas y ambientales


Cada año mueren de hambre en el Mundo unos 40 millones de personas. Hoy
padece hambre mayor cantidad de población que en cualquier otro momento ante-
rior de la historia, pudiéndose afirmar que la mayoría de la población está peor aho-
ra que hace diez años, y que no ha habido nunca tanta pobreza y, tanta riqueza jun-
tas (Fernández Durán 1993).

Además, la unión de pobreza y devastación ecológica está provocando impor-


tantes mareas humanas, sobre todo en África, que se han empezado a conocer como
“migraciones ambientales”. Según la Comisión Mundial de Medio Ambiente y De-
sarrollo: “En África poco a poco estamos tomando conciencia del hecho de que la
crisis africana es un problema de medio ambiente que ha dado lugar a síntomas ad-
versos tales como la sequía, el hambre, la desertización, la superpoblación, los refu-
giados a causa del medio ambiente anterior, la inestabilidad política y la pobreza di-
fundida” (CMMAD, 1988).

Como afirma Fernández Durán “todo esto provocará una tremenda presión mi-
gratoria sobre las fortalezas de los países desarrollados, que levantarán muros de to-
das clases: económicos, físicos, policiales y hasta militares, para preservar sus te-
rritorios de esta potencial avalancha humana”.

Pero los desordenes sociales no se advierten solamente en los países del “Tercer
Mundo”. En nuestras ciudades, sobre todo en las grandes áreas metropolitanas con-
vive con el aparente orden que acompaña al desarrollo y la opulencia un “'Tercer” y
hasta un “Cuarto Mundo”.

Con la introducción del fordisrno procedente del sector productivo a la geogra-


fía urbana, aparece una nueva morfología de la ciudad con una creciente especiali-
zación funcional de los espacios (negocios, sanitarios, educativos, de ocio, etc.)

La idea parece consistir, en hacer de la ciudad un espacio competitivo más que


de relación y convivencia. El nuevo ideal la ciudad-empresa, se hace patente en la
mayoría de planes urbanísticos; esto unido al intento de consolidar técnicas disci-
plinarias que persiguen la normalización de los componentes sociales puede dar la
impresión de cierto orden urbanístico y social. Pero en las grandes metrópolis ese
orden aparente que se quiere generar se asienta sobre un fuerte desorden asociado a
las nuevas formas de consumir, habitar, transportarse, relacionarse...Este desorden
se incrementa a medida que el modelo productivo se mundializa y las grandes con-
centraciones urbanas crecen y se transforman.

Frente a una ciudad que debería ser un espacio socializador, equilibrador y en-
riquecedor de la personalidad humana, las grandes metrópolis modernas, “profundi-
zan la naturaleza esquizoide de la nueva personalidad urbana, incrementando la su-
perficialidad de los contactos, el carácter transitorio de las relaciones sociales y el

98
La Sociedad

individualismo..., lo que configura la principal patología de las grandes urbes: la


anomia” (Harvey, 1977). Todo ello se refleja en una serie de características:

• La vida urbana desaparece a pasos agigantados, y la condición propi-


ciadora de aventura que pudiera tener el anonimato de la gran ciudad,
se acaba convirtiendo para muchos de sus habitantes, en una potente
ratonera que se llama soledad. Y esto a pesar de la multiplicidad de in-
terrelaciones que parecen producirse. Muchas, sí, pero caracterizadas
por la hipermovilidad impuesta por el modelo productivo,

• Atomización de las relaciones personales, desarraigo, alineación en el


trabajo, ausencia de equilibrio con la naturaleza, aturdimiento sonoro y
lumínico, intento de satisfacción de necesidades personales vitales vía
consumo.

• Aumento de la conflictividad social que se manifiesta en forma de


comportamientos desordenados de carácter individual o grupal: vanda-
lismo, criminalidad y violencia, así como locura y marginación.

• Creciente desinterés social hacia las personas que por una u otra razón
se sitúan fuera del ámbito productivo: ancianos, inmigrantes y parados.
Desde la óptica de la productividad y la competitividad son un residuo
que carece de todo valor.

Resultado de todo ello es la creciente polarización social de los espacios metro-


politanos.

Por último y, a modo de ejemplo, resulta esclarecedor considerar variables que


tengan en cuenta no sólo aspectos económicos sino también medioambientales y
sociales, para darnos idea del crecimiento económico real de un país. Si se compa-
ran el Producto Nacional Bruto e IBES1 de un país como Estados Unidos, queda
patente la diferente evolución del desarrollo económico según se utilice un paráme-
tro bajo una óptica reduccionista u otro que considere la situación de forma sistémi-
ca.

Conclusión
Orden y caos forman parte de nuestra vida corno dos caras de la misma mone-
da, el devenir cosmológico caótico y, desordenado que se deriva de las leyes de la
Física Clásica se contrapone, aparentemente, con la creciente complejidad -orden-
que experimentan algunos sistemas biológicos y sociales. A pesar de esto, el au-
mento global del desorden y el caos parece inexorable según la segunda ley de la
Termodinámica.

Lejos de la visión fragmentaria de la realidad aportada por el pensamiento car-


tesiano, un nuevo enfoque más holístico que contemple no sólo las partes del siste-
ma sino también sus interacciones parece más adecuado para describir la realidad.
Su consideración como un conjunto de sistemas complejos adaptativos aportado re-
cientemente, parece que está dando buenos resultados en campos en apariencia muy
1
IBES: Índice Daly-Cobb del bienestar económico sustentable. Incluye el PNB medio per
cápita ajustado por desigualdades en la distribución de los ingresos, la disminución aguda de
recursos no renovables por la erosión y urbanización, el costo de la contaminación del agua
y del aire, y estimaciones del daño ambiental a largo plazo por causa de cambios mundiales
(disminución de la capa de ozono, calentamiento planetario, etc.)

99
La Sociedad

distantes entre sí (mecánica cuántica, inmunología del ser humano, evolución de los
lenguajes y economía).

Desde esta óptica se nos incita a considerar la absoluta dependencia entre los
sistemas tecnocientífico, económico, natural y social, considerados a escala planeta-
ria ya que nuestra aparente sensación de control, derivada del poder que nos aporta
la tecnociencia sobre el mundo tiene una segunda lectura. Junto al orden aparente
de nuestras sociedades occidentales, se contraponen los desajustes sociales y, am-
bientales tanto de los países subdesarrollados como de nuestro propio entorno in-
mediato.

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Futuro en Común, Alianza. Madrid.

-Fernández Durán, R (1993), La Explosión del desorden, Fundamentos. Madrid.

-Gell-Mann (1994), El Quark y el Jaguar. Aventuras de lo Simple y lo Complejo,


Metatemas. Barcelona.

-Harris, M. (1991), Muerte, Sexo y Fecundidad, Alianza. Madrid. Citado por Fer-
nández Durán (1993), pág. 1116.

-Harvey, D. (1977), Urbanismo y Desigualdad Social, Siglo XXI. Madrid. Citado


por Fernández Durán (1993), pág. 137.

-Rifkin, J. (1990), Entropía, hacia el mundo Invernadero, Urano. Barcelona.

-Tyler, M. (1995), Ecología y Medio Ambiente, FCE.

Bibliografía recomendada

Bhom, D. (1959), La Totalidad y el Orden Implicado. Ariel.

Este fisico teórico, nos muestra en su libro sus apreciaciones sobre la intercone-
xión de los distintos fenómenos relacionados con el mundo físico y social. Su lectu-
ra es muy interesante puesto que manifiesta la necesidad de un enfoque más holísti-
co para la comprensión de la realidad; y lo hace desde un campo tan supuestamente
especializado como la mecánica cuántica, a la que hizo importantes contribuciones.

Fernández Durán, R (1993), La Explosión del desorden, Fundamentos. Madrid.

El autor plantea que el actual modelo productivo, que se impone y responde a


los intereses de los denominados países del Centro, genera un orden aparente, que
cada vez más, provoca un mayor desorden económico, social y ambiental.

Schumacher, E. F. (1978/1994), Lo Pequeño es Hermoso, Tursen/Hermann


Blume. Madrid

Es un texto clásico, en donde su autor argumenta que necesitamos una profunda


reorientación de los objetivos de nuestra economía y nuestra técnica para ponerlas
al servicio -y a la escala- del hombre.

Beckerman, W. (1996), Lo Pequeño es Estúpido, Debate. Madrid.

100
La Sociedad

En una clara alusión al texto de Schumacher, el autor pretende “poner las cosas
en su sitio” al denunciar muchas predicciones catastrofistas realizadas por el movi-
miento ecologista. Apunta que el crecimiento económico a largo plazo, es la mejor
solución para los problemas ambientales y sociales; en contra de eslóganes de moda
como el de “desarrollo sostenible”. Muy, recomendable su lectura junto con el de
Schumacher como ejercicio de crítica comparada.

101
COMPLEJIDAD EN
LA SOCIEDAD
ACTUAL
José Luis Villacañas Berlanga

Comunicación

1.– Por una noción rigurosa de complejidad

E
n los últimos tiempos, la sociología de N. Luhmann se ha esforzado por
entregarnos una noción de complejidad capaz de reunir el rigor científico
con la intuitividad, síntesis propia de las ciencias que hablan de la reali-
dad. Es por eso que quizás convenga dirigirnos a él para conquistar una idea especí-
fica de lo que queremos decir cuando hablamos de complejidad. Esto, sin embargo,
no es cosa fácil. Luhmann, que ha muerto recientemente, ha sido capaz de crear una
obra ingente, en la que la intervención permanente en los más diversos foros no ha
retirado niveles de rigor y sistematicidad. Su primera aproximación se realizó con
motivo de tener que atender a la voz Komplexität, del Historisches Wörterbuch der
Philosophie, donde volvió a intervenir en el volumen VIII, en el artículo sobre re-
ducción de la complejidad. Luego fue su contribución a los dos volúmenes de So-
ciocybernetics, editados por Felix Geyer y Johannes van der Zouwen, editado en
Leyden, en 1978. En la revista Periodística, y en catalán, se acercó al tema de la
Complexitat social y opinió pública, en 1989, para posteriormente en 1990 llevar a
cabo su aproximación más reciente: Haltlose Complexität, de 1990. Afortunada-
mente para nosotros, la pretensión sistemática de su pensamiento ha permitido algo
sin antecedentes en los autores actuales, un gesto que casi eleva el nombre de Luh-
mann al de clásico. Un equipo de seguidores italianos del autor, motivado por Ga-
briele Pavolini, ha dado en la idea de ofrecernos una especie de glosario de los con-
ceptos fundamentales de la teoría de sistemas sociales. Este libro se editó en 1995 y
conoce una traducción española en 1996, editada en Méjico. El libro, con mucho
humor, lleva por título GLU, que por una parte se compone de las iniciales de “Glo-
sario Luhmann” y por otra simula el ruido onomatopéyico de tragar un hueso duro
de roer, como es sin duda la teoría de Luhmann. En este glosario nos vamos a apo-
yar para introducirnos en la noción de complejidad social.

2.– Experiencia moderna y experiencia actual de la complejidad.


La definición más intuitiva que se obtiene de la noción de complejidad, en todas
estas aportaciones, implica la destrucción de la idea, propia de la estructura catego-
rial kantiana clásica, de que la simultaneidad implica relación recíproca. La idea de
complejidad de Luhmann viene a decir que hay elementos ontológicos simultáneos
en una unidad cualquiera tales que no pueden estar simultáneamente en relación re-
cíproca consigo mismos. Como se ve, esta definición pone en tela de juicio la no-
ción clásica de organismo y, como también resulta evidente, destruye toda posibili-
dad de aprehender la realidad en los términos de sistema clásico. Con ello, la idea
de complejidad pone en tela de juicio todo optimismo teleológico, con las segurida-
des de orden, de necesidad y dominio que suponía la ratio clásica. En efecto, la idea
La Sociedad

de sistema clásico reclamaba un punto de vista privilegiado desde el cual se deriven


todas las relaciones internas a la unidad que por se forma alrededor de un principio.
Tal idea es la que excluye el concepto de complejidad.

La experiencia de la complejidad no es nueva, sino que antes bien, suele pre-


sentarse en alguna medida en la época de crisis. Al colocar el concepto de comple-
jidad en el centro de las ciencias sociales, resulta claro que éstas han hecho de la
crisis un momento endémico de la realidad social, y de esta manera generan la últi-
ma estrategia capaz de disciplinarlo. Como tal, la nueva experiencia de la compleji-
dad supone el abandono de los intentos de dominio completo de la realidad, tal y
como se dieron en los sistemas idealistas –incluyo el marxismo entre ellos. De he-
cho, cuando trazamos la historia de lo que sucede en el punto de partida del idea-
lismo alemán, nos encontramos con experiencias muy cercanas. Aquello que se
llamó la conciencia desdichada, o la conciencia de la escisión apunta a este tipo de
experiencias. De la forma más intuitiva, Hölderlin expresó su decepción ante cual-
quier tipo de pensamiento sistemático que pretendiera partir de un principio único.
Este rechazo del sistema deductivo le parecía afín con la destrucción revolucionaria
de la monarquía. Pero la experiencia de esta complejidad no es la actual, ni la pen-
sada por Luhmann. Hölderlin, y los hombres que sintieron la destrucción del anti-
guo orden con alivio, veían en la complejidad una condición de la vida, pero la en-
tendían como un momento dialéctico del nuevo organismo. “También es bueno, y
hasta constituye la primera condición de toda vida y de toda organización, que no
haya ninguna fuerza monárquica en el cielo ni sobre la tierra”, decía Hölderlin a su
amigo Isaac von Sinclair, hacia finales de 1798.

En el fondo, esta autonomización de los elementos, de las partes independien-


tes, era una condición para que la unidad fuese más íntima y más viva, más interpe-
netrada y libre. La complejidad para Hölderlin, y para los hombres del reino de
Dios en la tierra, era más bien carencia de jerarquías y estaba alentada por una re-
presentación panteísta muy característica. “Claro está, concluía Hölderlin, que con-
templado desde un punto de vista finito cualquiera, alguna de esas fuerzas indepen-
dientes del todo tiene que ser la predominante, pero también es verdad que sólo
puede ser considerada como predominante temporal y gradualmente”. La decisión
aquí intervenía para elegir la fuerza predominante y por regla general se entregaba
al propio sujeto finito. Pero como ontológicamente ya no existía una potencia única
y monárquica, esa selección era meramente temporal y perspectivística, y estos lí-
mites debían ser aceptados desde el punto de vista subjetivo. Hegel elevó a la na-
ción hegemónica a este rango, y en su capacidad de fundar un imperio mundial cifró
el beneficio provisional de esta situación subjetiva dominante. Marx hizo lo propio
con la clase proletaria y Hitler con la raza aria. Todo ellos compartían la misma fe.

Resulta claro que la nueva mirada de los idealistas era claramente democrática,
y tendía a hacer saltar por los aires el orden del antiguo régimen. Pero todos tenían
la secreta aspiración de dirigir a esas masas democráticas, desde el Estado, desde la
vanguardia del Partido o desde las SS, y de esta forma aspiraban a mantener un or-
den sobre el todo social La experiencia actual de la complejidad es claramente post-
democrática y en cierto modo es consecuencia de haberse cumplido el destino de la
sociedad de masas sin ninguna instancia dirigente, sin ningún grupo de clercs pri-
vilegiados y carismáticos. Ahora la decisión del punto de vista desde el que obser-
var a la sociedad no es tan fácil y tan sencilla. Para Hölderlin, el punto de vista
subjetivo era tan natural porque en el fondo incluía referencias intuitivas a cada
uno. Para Hegel era todavía más fácil porque el sujeto no era finito, sino espíritu
objetivo. Para Marx, la vanguardia del partido gozaba del privilegio de la ciencia
social, esto es, de la verdad del capitalismo. Así podíamos seguir.

103
La Sociedad

Para Luhmann las cosas son diferentes. Una unidad dada puede tener muchos
elementos, potencialmente relacionados entre sí de muchas maneras. Curiosamente,
el universo de Luhmann es parecido al de Nicolás de Cusa. Desde el punto intuitivo
democrático de Hölderlin, la sociedad se debería forjar en una red infinita de rela-
ciones. Para los filósofos aparentemente más sensatos que le siguieron, la sociedad
debería limitar las relaciones que desplegara un grupo de sabios. Para Luhmann, y
para nosotros, se impone la evidencia de que una sociedad como la Höldelrin sería
utópicamente democrática y moriría por su propio peso. Una sociedad como la de
Hegel, la de Marx o la Hitler es inaceptablemente totalitaria. Así que tenemos un
dilema: no nos sirve ni la experiencia de complejidad de Hölderlin, inspirada en un
panteísmo democrático, ni las formas idealistas con que se intentó superar ese des-
centramiento de la vida social.

3.– Organización.
Si partimos de una existencia potencialmente infinita de elementos, la elección
no tiene como meta destacar un punto de vista dominante o privilegiado, sino que
tiene una misión previa: destacar aquellos elementos que efectivamente se ponen en
relación. Existencia no implica panteísmo, esto es, unidad efectiva de todo con to-
do. La decisión, de una manera u otra, deja fuera de las relaciones de la unidad mu-
chos elementos que constituyen esa unidad. Complejidad es una noción de autocon-
ciencia social, y ésta deja en el inconsciente social muchos elementos sueltos, sin
relacionar, libres. Por eso, el punto dominante en todo esto no es el perspectivismo
de cualquiera de los elementos subjetivos, sino el del observador que recoge los
elementos en relación seleccionados. Todas las paradojas del psicoanálisis en rela-
ción con la teoría psicológica son otros tantos retos para la teoría social.

La noción de complejidad está en relación con la de organización. De hecho son


categorías correlativas. Pero mientras tanto, la noción de organismo ha cambiado.
Pues la selección de los elementos que se relacionan en la unidad no puede ser in-
discriminada o arbitraria, ni tampoco necesaria e impuesta por la naturaleza. Com-
plejidad implica una doble cara: que determinados elementos se relacionan, pero
también incorpora la conciencia de que esa relación es contingente, de que otras
muchas son posibles. Esa doble cara significa que la relación elegida ha de mostrar
un sentido, pero se trata de un sentido que puede estar amenazado por la ingente
montaña de sin-sentido que se esconde tras la selección efectuada. La mirada que
destaca un sentido sobre un fondo de sin-sentido, y que es consciente de la contin-
gencia de ambas cosas, es una mirada organizada. La organización es, como tal,
consciente de la contingencia de su propia existencia y como no puede ni entregarla
al azar ni hacerla dependencia de la naturaleza, sólo puede atribuirse a sí misma su
génesis. Por eso la complejidad habla de autopoiesis del organismo.

Podemos decir que la complejidad es una construcción que coincide con la au-
topoiesis , y en esto se parece a la propia historia personal. De ella surge la diferen-
cia sentido–sinsentido, y con ella la diferencia propia entre sistema y ese punto cie-
go, ese punto de la diferencia, que es el entorno. La noción para esa unidad de sen-
tido y sin-sentido, de autoorganización y de azar, de sistema y de entorno, de cierre
y campo abierto es la de mundo. Por eso lo propio de la vida del sistema es la com-
plejidad, esto es, la inexistencia de una coincidencia punto por punto con los esta-
dos del sistema y los estados del entorno. El mundo así, por principio, no puede ser
dominado por el sistema. Es más, la percepción de sentido supone una decisión de
relaciones que implica siempre un riesgo para la supervivencia del sistema. De re-
pente, algo de lo que queda en el entorno, ciego como sin-sentido, puede emerger
como sentido ajeno al que ha constituido la organización, y desestabilizarla o ame-
nazarla. Como ya indiqué, la noción de complejidad es una forma de estar alerta
contra la complacencia del sistema en sí mismo.

104
La Sociedad

El concepto de autopoiesis implica que aquello que constituye la diferencia


misma sistema–entorno es una observación del sentido. Pero no podemos confundir
sistema con observación. El sistema goza de una mínima estabilidad. Por el contra-
rio, el sentido y su observación es un evento, y como tal tiene que reproducirse
continuamente. Con anterioridad a la observación no hay sentido, y con anterioridad
a ambos no hay sistema. Pero el sistema, para llegar a serlo, tiene que repetir los
actos de observación del sentido y de diferencia con el entorno por el que se ha
constituido. De esta manera, autopoiesis quiere decir que entre el ser y el sentido
hay un salto, y que ese salto es el de la vida, que así se ve condenada a reproducir
continuamente sus propias operaciones constitutivas sobre el entorno. Con esto se
quiere decir que la complejidad es la forma epistemológica en la que vive un siste-
ma cuyo entorno no puede eliminar el sin-sentido, y tiene que tomar decisiones de
identificar un sentido en relación consigo. Complejidad es así la estructura misma
del tiempo del sistema en un entorno hostil para su sentido.

4.– La vida del sistema.


Cuanto más organizado sea el sistema, más relaciones constitutivas de sentido
con el entorno es capaz de producir. Esto significa que más conscientemente asume
la variable tiempo y que más consciente es del peligro en que se halla. Pues la com-
plejidad del entorno es irreductible al control del sistema: sólo es visible como un
conjunto de relaciones no actualizado, frente a las relaciones actualizadas o posibles
de sentido que definen el interior del sistema y su contorno. Naturalmente, la com-
plejidad está orientada a mantener la compatibilidad del sistema con el entorno. Pa-
ra acreditar esta compatibilidad, el sistema actualizará tanto como pueda el sentido
posible para el sistema, las decisiones de sentido que acoge del entorno, y aumenta-
rá en cierto modo la complejidad. Esto significa que el sistema tiene que emplear
mucho tiempo de su vida en mantener una comunicación lo más significativa posi-
ble con el entorno. En la comunicación se actualiza el sentido compatible con el
eterno. Fácilmente se intuye que pronto la tendencia de la vida del sistema le incli-
nará a intensificar la comunicación con su entorno y cargará al sistema con exce-
dentes de sentido que hipertrofiaran sus elementos epistemológicos.

Por todo eso, pronto se planteará al sistema la gestión de esa complejidad que él
mismo tiende a aumentar. Los límites para percibir un sentido nítido, y por tanto, la
carga de complejidad que un sistema puede integrar sin caer en el caos, depende su
capacidad para reducir la complejidad. Una complejidad se reduce cuando una serie
de relaciones entre elementos significativas puede reconstruirse con un número más
reducido de relaciones. La forma inicial de reducir la complejidad del sistema polí-
tico fue, por ejemplo, la propuesta de la representación política. De esta manera, la
reducción de complejidad es la forma específica en que se mantiene la complejidad
bajo límites eficaces y tolerables. Para que se produzca esta operación reductora se
requiere ante todo que el sistema se dote de una estructura, que podemos definir
como un alto nivel de evolución. Mediante esta estructura, el sentido deja de ser un
evento y puede repetirse manteniendo su identidad, dándole al sistema una estabili-
dad dinámica. Por ello la estructura implica al mismo tiempo una expectativa de
comunicación, esto es, de actualización del sentido posible en el sistema. El sistema
permite comunicaciones justo porque la estructura genera expectativas. La estructu-
ra está por eso atravesada por el tiempo, supone memoria, experiencia y futuro. Una
estructura puede cambiar y aprender, puede reducir la complejidad de una forma tal
que la mantenga, que la aumente incluso. Pero puede desechar elementos, mantener
cosas en el inconsciente, dejar sin significado actual otros significados potenciales.
De hecho, la base misma de la evolución reside en esta mutación estructural, por la
cual el sistema reduce las relaciones significativas a menos elementos, sin eliminar
capacidad de comunicación con el entorno.

105
La Sociedad

5.– Sistema y sistemas.


Todo esto es, desde luego, muy abstracto. De hecho, Luhmann es de entre todos
los filósofos actuales el más especulativo. Sin embargo también es uno de los más
intuitivos. Esto es lo que sucede con su noción de diferenciación. Por una parte, tan
pronto tenemos una estructura organizada de observación, tenemos claramente la
percepción de un límite entre el sistema y el entorno. Ese límite es trazado por las
operaciones de comunicación en las que se distingue entre expectativa y cumpli-
miento/fracaso de esa expectativa. La frontera es la conciencia de la inexistencia de
coincidencia punto por punto entre los estados del sistema y los estados del entorno.
El sistema puede hacer hipótesis, forjar estrategias, o proyectar atribuciones al en-
torno para anticipar elementos, cumplimientos o incumplimientos de expectativas, y
puede ir desplazando los límites del sistema, pero el entorno siempre será el No-Yo
del sistema, y la diferenciación entre ambos estará en vigor. De esta vigencia de-
pende el desnivel de complejidad, siempre a favor del entorno, y la contingencia in-
superable de la vida del sistema.

Pero hay otra posibilidad autopoiética. Y es que el sistema especialice diferen-


tes estructuras en relación con la complejidad: puede destinar estructuras a aumen-
tar la capacidad de observación, o a aumentar la capacidad de reducción. De esta
manera puede generar en su interior subsistemas que multiplican las versiones de la
identidad del sistema global, que dan a conocer el entorno de una manera diferente,
y que se tratan entre sí como si en el interior del sistema se hubiese generado un
entorno propio de los subsistemas, que observan el sistema de manera diferente.
Así, por ejemplo, el sistema político puede generar subsistemas para observar la sa-
nidad o para observar el medio ambiente, y se verá a sí mismo de forma diferente –
y potencialmente contradictoria– desde cada uno de estos subsistemas. Así, la dife-
renciación aumenta la complejidad interna al sistema, pues no sólo ofrece informa-
ciones del entorno, sino que añade informaciones de otros subsistemas que son re-
cíprocamente entornos unos de otros. Por ejemplo, la sanidad puede no querer saber
de informaciones del entorno que tengan que ver con efecto sobre la salud del uso
de estabilizantes o colorantes o productos químicos a largo plazo, mientras que la
percepción del medio ambiente puede insistir en los efectos ecológicos de los mis-
mos.

Podemos considerar la sociedad humana como un sistema en relación con un


entorno genérico. La diferenciación interna del sistema social ha ido destacando es-
tructuras especializadas en ofrecer información en relación con sentidos diferentes
del entorno, o en relación con expectativas de una sociedad, o con estrategias de la
misma. Esa actividad, destinada a reducir complejidad, ha producido una diferen-
ciación interna de la sociedad en sistemas parciales, que tienen relevancia estructu-
ral. Las formas en las que se ha producido esta diferenciación social se pueden or-
ganizar evolutivamente, y depende de dos parámetros: la diferencia sistema/entorno
y la relación igualdad o desigualdad de los sistemas parciales. Todo esto permite
una compleja teoría social evolutiva, que va desde la sociedad arcaica y segmenta-
ria, con relaciones de familiaridad y de reciprocidad, la sociedad civilizada, diferen-
ciada según campo/ciudad, la sociedad estratificada del antiguo régimen a la socie-
dad de sistemas parciales funcionales del siglo XVIII hoy triunfante. Esta sociedad
tiene sistema político, económico, sistema de la ciencia, educación, jurídico, fami-
liar, religioso, salud y arte, cada uno de ellos hipostatiza su propia función, obser-
vando a la sociedad desde ella, con su propio código, que generan emisiones de va-
lidez social simultánea pero que se rechazan mutuamente. Como vemos, aquí tene-
mos formalizado el contenido de las esferas de acción social weberianas.

En efecto, la relación entre las funciones no está regulada jerárquicamente en el


ámbito de la sociedad global. Ya no hay jerarquía entre los sistemas parciales. En la

106
La Sociedad

medida en que todas las funciones tienen validez social, todas son fundamentales
para la sociedad, pero ninguna puede imponer silencio a las demás, ni erigirse en la
dominante. La consecuencia es que la sociedad no puede definirse por un sistema
de información, ni por un sistema de sentido, ni por una autodescripción única. La
ventaja de esta sociedad es que, al tener cada subsistema su forma de observar el
entorno, aumentan la complejidad que pueden soportar, pero sólo sobre la base de
que el resto de los subsistemas sociales realicen bien su propia función. Pero la des-
ventaja es que los problemas de la sociedad global jamás se identifican, pues siem-
pre se tratan desde el punto de vista y la perspectiva de cada sistema parcial. La
sensación de reducir el riesgo sólo está fundada en la certeza de que los problemas
más relevantes de la sociedad se tratan de forma simultánea. La complejidad de re-
laciones entre sistema y entorno, ahora se multiplica por las relaciones entre siste-
mas parciales, cada uno de los cuales pueden comunicar informaciones, señales de
riesgo, que son prestaciones de un sistema a otros. Estos sistemas parciales son in-
dependientes, pero también son interdependientes, significando esta interdependen-
cia una cosa diferente para cada sistema parcial. Así, por ejemplo, el sistema eco-
nómico puede observar y prestar informaciones al sistema político de una manera
diferente a como pueda hacerlo el sistema educativo o el sistema ecológico.

Reflexión.
Sin ninguna duda, cada uno de estos sistemas puede observarse a sí mismo.
Entonces decimos que el sistema ejerce una reflexión sobre sí mismo, con el fin de
que la actualización de sentido de sus elementos aspire a comunicar la unidad del
sistema. No se trata de una reflexión sobre una operación, sino sobre el sistema
completo. Decimos entonces que el sistema es autorreferencial. De esta forma, la
contingencia no se disminuye, sino que se multiplica, pues la reflexión implica con-
frontarse con las posibilidades alternativas que toda complejidad deja fuera. Con
ello ejerce un control sobre sus propias formas de operar, pero no puede nunca ser
exhaustiva, ya que cada observación de sí multiplica las informaciones sobre las po-
sibilidades de actuación. Puede producir una autotransformación del sistema. Por
eso la reflexión está sometida a importantes paradojas, pues cuanto más se ejerce
más se tiene que ejercer, cuanto más se diferencia entre el sistema y el entorno, más
se diferencia de hecho de algo que él mismo ha construido. Así, por ejemplo, la
ciencia, como sistema de lo verdadero y lo falso, cuando se observa a sí misma, no
está en condiciones de afirmar funcionalmente la verdad o falsedad de sí misma
como sistema. Lo mismo sucede con todos los sistemas parciales, que no pueden
juzgarse a sí mismos. No se puede saber si el sistema económico es a su vez eco-
nómico o ruinoso, o si el sistema familiar potencia el amor o el desamor, o si el sis-
tema religioso hace religiosos; o si el sistema jurídico es justo. Pero a su vez estas
reflexiones no la puede hacer ningún otro sistema por ellos, por lo que el problema
es irreversible y testimonio que la sociedad global no puede reflexionar sobre sí
misma. En caso de que pudiera no podría escapar a la paradoja: ¿produce esta so-
ciedad seres sociables o insociables? Para que estas autoobservaciones pudieran
utilizarse deberían observar las distinciones que ella misma utiliza, esto es, lo ojos
con los que realiza la distinción. Así que el resultado de las paradojas de la observa-
ción es que impelen a la acción, pero la consecuencia es que las operaciones son
hasta cierto punto ciegas. Para evitar todo esto, los subsistemas funcionales se orde-
nan en programas operativos que no ponen en cuestión de forma oscilante y estabi-
lizan los sentidos de sus valores. Pero esta insistencia ya no puede olvidar su con-
tingencia y reclama verificaciones continuas.

Cuando todo esto se hace consciente decimos que cada sistema es racional, y
que éste observa en qué cambiaría él mismo y el entorno cambiando la distinción de
valor. Un sistema racional es aquel que comunica y controla los problemas creados
en el entorno por sus propias intervenciones. Pero como para cada subsistema son

107
La Sociedad

entorno todos los demás subsistemas sociales, ningún sistema puede ser racional en
sentido estricto, porque no puede hacerse cargo de todos los problemas que genera
en su entorno, y los demás sistemas no pueden comunicárselo con la misma intensi-
dad, porque no todos ellos son claramente reflexivos. Como resulta claro, el entorno
ecológico no es reflexivo al mismo nivel que el sistema político. Por tanto no están
en condiciones de comunicar y elevar a necesidad de control los problemas que,
como entorno, pueden generar respecto al sistema político. Pero aunque todos fue-
ran igualmente reflexivos, no existiría un código binario de traducción de todos las
informaciones parciales como información del sistema social. Así que ni siquiera es
posible hablar de racionalidad reducida del sistema social completo. Como dicen
los autores del Glosario, “los problemas urgentes de la sociedad actual están co-
nectados con la simultánea necesidad e imposibilidad de una racionalidad social
global” [p. 134]. Esto es: lo que sería necesario es imposible.

¿Qué puede significar racionalidad entonces? La capacidad que tienen los sis-
temas para mantener su identidad y para ser capaz de apreciar sus diferencias res-
pecto al entorno. Es racional un sistema que opera, para desplegar sus propias ob-
servaciones, con los supuestos de diferencia entre entorno y sistema, y que como
consecuencia de estas observaciones reafirma estos parámetros, los confirma, los
autoafirma. Naturalmente, esto lanza sobre toda noción de racionalidad la conse-
cuencia inevitable del constructivismo, a saber, que sólo se ve lo que el sistema
quiere ver para mantenerse en su identidad, que él construye también el entorno,
que él decide qué deja en la indiferencia, y que por tanto él decide la complejidad.
Racionalidad así no es sino la capacidad de un sistema de proseguir la autopoiesis.
Nada puede impedir, sin embargo, que la complejidad del entorno sea cada vez más
ocultadora que reveladora de potencialidades de sentido, y que, consecuentemente,
el orden y el control entre sistema y entorno sea cada vez más improbable. El peli-
gro de que la autorreferencialidad se convierta en mero autismo no puede ser des-
cubierto por el sistema. Entonces la diferencia entre el sistema y el entorno asumi-
bles por el sistema es mínima y mínima la capacidad de mantenerse en su identidad.

Por eso un sistema, y desde luego el social, se ve en la necesidad de comple-


mentar su aspiración al mantenimiento con la representación de su daño futuro, de
su riesgo. La reflexión al menos sabe que debe tomarse una decisión y atribuye a
esa decisión daños posibles. Además, cada riesgo lleva consigo riesgos ulteriores
por el empleo de las decisiones que eliminan un riesgo. A su vez, el mismo intento
de no verse sometido a una situación de riesgo, puede ser fuente de riego, como el
coche que circula con excesivas precauciones por la carretera. Obtener más infor-
mación no disminuye el riesgo, sino a su aumento. De esta manera, llegamos a que
el concepto de racionalidad ha estallado en el concepto de impotencia y que la in-
tensidad con que se despliegue la primera no augura sino intensidad para percibir la
segunda. Desde este punto de vista, la teoría de sistemas nos ha dejado la paradoja
de vivir en una sociedad de máximo poder y de mínima operatividad. Quizás, como
toda teoría evolutiva propiamente dicha, sea inviable sin introducir la noción de
azar y sin complementarse por una apelación a la irracionalidad en cualquiera de
sus formas, o bien mediante el instinto o bien mediante la violenta lucha por la vida.
Al marcar los límites de la racionalidad y la inevitabilidad del riesgo, la teoría de
sistema más bien nos prepara para aceptar estas categorías, que para rechazarlas. Su
pesimismo, este sentido, nos recuerda la metafísica de Schopenhauer.

108
El conocimiento
RELATIVISMO
CONCEPTUAL E
INTERNISMO
Jesús A. Coll Mármol

Comunicación

U
no de los fenómenos más atractivos para la teoría del conocimiento es que
los hombres tengan creencias diferentes acerca de un mismo tema, e incluso
creencias erróneas, debido al marco social o histórico en el que se desen-
vuelven. Tal como he dicho se trata de un hecho y como tal no se puede estar en de-
sacuerdo con él. El problema para la filosofía es, como siempre, ser capaz de expli-
carlo sin crear una doctrina que genere más problemas y confusión que el fenómeno
que intenta ser explicado (cosa que suele ocurrir con cierta frecuencia). Una de es-
tas posibles explicaciones es el relativismo conceptual. En las páginas que siguen
trataré de mostrar que esta explicación, a pesar de sus supuestos atractivos, genera
una imagen errónea del conocimiento y de su relación con el mundo externo, e in-
tentaré ofrecer una perspectiva alternativa, basada en la obra de D. Davidson, que
explique la existencia de creencias contrarias en diferentes sociedades o tiempos.

1. El relativismo conceptual.
El relativismo conceptual mantiene la tesis de que el significado de las oracio-
nes de un lenguaje, sus condiciones de verdad, es relativo a un sistema de conceptos
que organiza un material dado, que, dependiendo del caso, es el mundo en sí o la
experiencia que tenemos del mismo. La metáfora de la construcción de la realidad
es la que mejor explica esta idea: el sistema de conceptos o lenguaje que adquirimos
socialmente construye un mundo que no tiene porqué existir en sí mismo tal como
es construido por ese sistema de conceptos o lenguaje. Esto tiene como consecuen-
cia la posibilidad de que existan distintos esquemas conceptuales que organicen “lo
dado” (el mundo en sí, la experiencia) de maneras alternativas: nos encontraríamos,
continuando con la metáfora de la construcción, ante edificios (mundos) diferentes
hechos de un mismo material.

Una de las tesis que acompaña a esta posición es la idea de la inconmensurabi-


lidad entre esquemas. Este término de origen matemático se ha convertido, de tanto
usarlo, en un término equívoco. Literalmente significaría la imposibilidad de medir,
de comparar, con los recursos con los que cuenta un esquema, algunas o todas las
afirmaciones que se realizan en un esquema alternativo. Sin embargo, y dada la re-
lativización del significado y la verdad que se hace en esta posición, esta tesis tiene
como corolario que la verdad de las afirmaciones que realizamos a través del len-
guaje que expresa un esquema son relativas a ese lenguaje y no pueden ser evalua-
das (al menos con propiedad) en otro lenguaje, del mismo modo que hace que ha-
blantes de lenguajes distintos sean esencialmente incapaces de entenderse, ya que
los mundos que construyen sus respectivos esquemas son diferentes. Así, Peter
El Conocimiento

Winch1 critica que consideremos un signo de superior inteligencia frente a los


Azandes el hecho de que nosotros atribuyamos el fenómeno de la lluvia a causas fí-
sicas, mientras ellos lo hagan por referencia a causas mágicas, pues la posesión de
distintos patrones de pensamiento no nos permiten juzgarles en términos de supe-
rioridad ni de verdad, dada la inconmensurabilidad existente entre esquemas. Del
mismo modo, Kuhn y Feyerabend niegan que podamos hablar de progreso científi-
co, al menos en el sentido en que lo hacían los positivistas lógicos: diferentes teo-
rías involucran diferentes formas de organizar la realidad, no siendo posible la
existencia “de un lenguaje, neutral o distinto, al que ambas teorías, concebidas
como un conjunt de oraciones, puedan ser traducidas sin residuo o perdida”2. Sir-
va por último, como ejemplo más significativo, el siguiente pasaje en el que Whorf
describe el lenguaje de los Hopi:

El lenguaje y cultura Hopi conlleva una metafísica, tal como lo hace


nuestra concepción del espacio y tiempo, o como lo hace la teoría de la
relatividad; no obstante, se trata de una metafísica diferente. Para des-
cribir la estructura del universo según los Hopi, es necesario intentar
—en la medida de lo posible— hacer explícita esa metafísica, que sólo
es posible describir con propiedad en su lenguaje.3

Encontrar las raíces de esta posición no es tarea sencilla, pues no es única. Así,
podemos encontrar la más cercana en la crítica que hace Quine al dualismo de lo
analítico y lo sintético: dado que no podemos trazar una línea clara entre lo teórico
y lo observacional, entre lo verdadero en virtud del significado y lo verdadero en
virtud de los hechos, lo teórico (el sistema conceptual) impregna el contenido empí-
rico de nuestras teorías, lo organiza, le da forma, con lo que es imposible adentrar-
nos en un esquema conceptual alternativo al nuestro si no poseemos, si no abraza-
mos dicho esquema. Si tuviéramos que buscar un antecedente más lejano, es claro
que las ideas de un mundo en sí, de una experiencia ininterpretada o de un sistema
de conceptos que la organiza, defendida por el relativismo conceptual, nos remite a
Kant, aunque creo que es más conveniente entroncar esta posición con la tradición
epistemológica que inaugura Descartes: el internismo. Esta posición vendría a
mantener la existencia de un intermediario epistemológico entre nosotros y el mun-
do o nuestra experiencia del mismo (ya sea la mente en general o bien las ideas,
conceptos, sistemas de conceptos o lenguajes) con respecto al cual nuestras oracio-
nes significan lo que significan y adquieren su valor de verdad. La realidad tal cual
es se convierte, entonces, en algo inaccesible debido al velo de las ideas: a lo único
que tengo (tenemos) acceso es al mundo que construye nuestro sistema de concep-
tos. De ahí se sigue no sólo la posibilidad de mundos alternativos inaccesibles desde
esquemas distintos, sino, tal como lo planteaba Descartes o Hume, la imposibilidad
de saber si el mundo que construye el intermediario epistemológico se corresponde
al mundo en sí (si es que éste existe); o a la inversa, sea como fuere el mundo inin-
terpretado, éste puede no influir en la construcción del mundo que realiza mi es-
quema. Se plantea así la posibilidad del escepticismo global, posibilidad inherente
al internismo al afirmar que los estados mentales y los significados de un sujeto de-
ben ser interpretados sin referencia a nada exterior a ese sujeto.

Creo que esta forma de concebir nuestro conocimiento del mundo externo es erró-
nea. En lo que sigue expondré una serie de argumentos, debidos a Donald Da-
vidson, que niegan la inteligibilidad de esta posición. La conclusión a extraer no se-
rá la existencia de un sólo esquema que afortunadamente todos compartimos pues,
1
Winch (1970), pág. 80. Cursiva mía.
2
Kuhn (1989), pág. 99.
3
Whorf (1956), pág. 58. Cursiva mía.

111
El Conocimiento

como Davidson afirma, “también los monoteístas tienen religión”.4 El problema es


más profundo, y negar la inteligibilidad del relativismo conceptual supondrá negar
asimismo la raíz misma de esta posición, la existencia de objetos internos al sujeto
que sirvan como intermediarios epistemológicos entre éste y un mundo ininterpre-
tado.

2. La ininteligibilidad del relativismo conceptual


Donald Davidson, en un famoso artículo5, lanza una crítica feroz a la línea de
flotación del relativismo conceptual, que es la idea misma de un esquema concep-
tual6. Antes de pasar a este tema, es preciso apreciar la falta de inteligibilidad en la
formulación del relativismo conceptual. Para poder ser formulado necesita, preci-
samente, de aquello que él mismo niega que exista: un material común. La idea de
organizar el mundo, la experiencia sensorial etc. de forma distinta hace referencia a
un material común a ambos esquemas que, por supuesto, ha de permanecer inacce-
sible si se ha de conservar en pie la idea de inconmensurabilidad entre esquemas. Y
es que, para establecer diferencias entre supuestos esquemas, se hace necesaria, se-
guro, la existencia de elementos comunes a ambos esquemas.7

No es éste, sin embargo, el principal argumento de Davidson en contra del rela-


tivismo conceptual. El argumento principal tiene como conclusión la falta de crite-
rios claros para diferenciar entre esquemas conceptuales. Davidson parte en su críti-
ca de la idea que asocia un lenguaje con un esquema conceptual. Esto traslada la
discusión al concepto de traducción, y podríamos afirmar que el criterio de identi-
dad o diferencia entre esquemas no es otro que la traducibilidad entre los lenguajes
que llevan aparejados. Así, el relativismo conceptual mantendría la tesis de que hay
lenguajes o partes de lenguajes intraducibles entre sí. Davidson adopta, a la hora de
encarar este problema, la posición de la interpretación radical. El problema plantea-
do por ésta es el de interpretar a un hablante del que desconocemos tanto el signifi-
cado de sus palabras como el contenido de sus creencias. El único dato que pode-
mos tomar en este caso dramático es el asentimiento o disentimiento del hablante
ante las condiciones que nosotros, como intérpretes, pensamos que hacen verdade-
ras a sus emisiones lingüísticas. ¿Cómo comenzar nuestra tarea? ¿Cómo adentrar-
nos en el lenguaje de ese hablante? Según Davidson, sólo aplicando, de modo gene-
ral, el así llamado principio de caridad. Esta máxima metodológica nos pide inter-
pretar al hablante como si estuviera en lo cierto (desde nuestro punto de vista, desde
luego) la mayor parte de las veces. Esto implica asumir un acuerdo general entre sus
creencias y las nuestras para interpretar desde ahí sus emisiones lingüísticas. Hay
que decir, en contra de lo que pudiera sugerir el término, que la caridad no es una
opción. Si no asumimos un acuerdo general entre las creencias del hablante y las
nuestras es imposible adentrarnos en el pensamiento de la persona interpretada. Si
este acuerdo no se produjera, sería imposible considerar como lingüísticos los soni-
dos que emite, y a ese ser como racional. No se trata entonces de una imposición
“imperialista” de un determinado modo de pensar frente a otro supuestamente más

4
Davidson (1974), pág. 183
5
Davidson (1974). Véase también Davidson (1992). Para un estudio de la filosofía de este
autor, véase Hernández Iglesias (1990) y la introducción de Carlos Moya a Davidson
(1992).
6
Davidson llama también al dualismo de esquema-contenido el tercer dogma del empiris-
mo, que surge de la desaparición de los dos primeros: a pesar de que no podamos distinguir
entre lo verdadero en virtud del significado y en virtud de la experiencia oración por ora-
ción, aún cabe la distinción entre lo teórico como un todo por un lado y el contenido empíri-
co por otro.
7
Hay que observar, además, la ininteligibilidad de la idea de organizar un único objeto: sólo
una pluralidad tiene la posibilidad de ser organizada.

112
El Conocimiento

débil. El objetivo no es el acuerdo, sino la comunicación, y si ésta se produce ha-


bremos obtenido todo lo que buscábamos.

¿Es posible, entonces, la intraducibilidad, parcial o total, entre lenguajes? En


ambos casos lo que se hace es disociar el concepto de verdad del de creencia y sig-
nificado, queriendo decir que el hablante, armado con su esquema, tiene unas cre-
encias (expresadas en su lenguaje) mayormente verdaderas, que podemos reconocer
como tales, pero que no podemos esencialmente comprender8. Si se aceptara este
criterio de lingüisticidad, nada nos impediría atribuir un lenguaje a árboles o pie-
dras, pues podría ser que, de un modo que somos incapaces de comprender, árboles
o piedras se comunicaran en un lenguaje secreto inaccesible al nuestro. Para que
atribuyamos a alguien o a algo un lenguaje es necesaria la traducibilidad de ese len-
guaje al nuestro propio, siendo imposible entonces divergencias tan fundamentales
como las señaladas por el relativismo conceptual. Y es que, si una piedra pudiera
hablar, podríamos entenderla.

Ha habido intentos de recuperar la idea de intraducibilidad parcial distinguiendo,


dentro del concepto general de interpretación, entre el fenómeno de la traducción,
en el que el intérprete contaría en su lenguaje con elementos que aprehenderían to-
talmente los significados del hablante, y el proceso de aprendizaje, en el que el in-
térprete se enfrenta a una porción de lenguaje que desconoce y a la que no puede
dar sentido con los recursos disponibles en su lenguaje9. Esta defensa de la incon-
mensurabilidad está destinada a proporcionar una marco interpretativo donde sean
manifiestas las dificultades que encuentran historiadores de la ciencia y lingüistas
en su tarea interpretativa. La distinción, sin embargo, no es útil para recuperar la
idea de lenguajes esencialmente intraducibles. Sin entrar a valorar cuánto, cuando
uno aprende un nuevo grupo de términos y oraciones, es debido al lenguaje que ya
posee y comparte con la persona interpretada, hay que decir que el aprendizaje de
nuevos términos u oraciones no nos puede llevar a disociar verdad de traducción y
creencia, ni a afirmar que las personas involucradas en la interpretación hablan dis-
tintos lenguajes —creo que, cuando aprendía matemáticas en el colegio, me en-
contraba involucrado en un proceso análogo al considerado, sin que el profesor de
matemáticas hablara un lenguaje distinto al mío, o yo tuviera que desdoblar mi per-
sonalidad para comprenderle—. Es un hecho que en nuestra sociedad hay especia-
listas que dominan regiones del lenguaje que otros no dominamos (la teoría cuánti-
ca, por ejemplo), pero de ahí no se sigue que poseamos un criterio para hablar de di-
ferentes esquemas conceptuales ni, por supuesto, que exista un intermediario epis-
temológico entre nosotros y el mundo.

3. Algunas conclusiones
Tal como afirma Davidson, sería un error concluir que, afortunadamente, todos no-
sotros compartimos un único esquema conceptual que media entre nosotros y una
realidad ininterpretada. Es la idea misma de esquema conceptual la que no tiene
sentido, así como la idea de una realidad ininterpretada, inaccesible como evidencia
para el conocimiento, pero al mismo tiempo material a ser organizado por un es-
quema conceptual. Desde el punto de vista epistemológico, la conclusión a extraer
es precisamente la eliminación de los intermediarios epistemológicos que inauguró
Descartes. No son las ideas, ni las percepciones, ni los estímulos sensoriales los que

8
Tal como afirma Putnam (Putnam (1981), págs. 114-5) uno se siente engañado por los de-
fensores del relativismo conceptual cuando afirman la intraducibilidad de ciertas regiones de
un lenguaje extraño al nuestro y terminan (¿podría ser de otra forma?) explicándonos esas
regiones precisamente en nuestro lenguaje.
9
Véase, para una defensa de esta posición, Kuhn (1989).

113
El Conocimiento

dan significado a mis palabras ni contenido a mis creencias. Son los objetos comu-
nes y públicos con los que convivimos y que vienen expresados en el lenguaje los
que dotan de contenido a mis creencias y hacen que éstas sean verdaderas o falsas.
El internismo se enfrenta, a mi parecer, con la misma realidad del lenguaje y del
conocimiento para poder ser formulado con claridad.

¿Qué sucede, entonces, con el problema de la diversidad de creencias formula-


do al principio de este trabajo? Es innegable que los factores sociales e históricos
influyen decisivamente en la adquisición de nuestras creencias y, con ello, en la po-
sibilidad de divergencias y errores en nuestras creencias (es precisamente la posibi-
lidad de verdad y falsedad lo que hace interesante este concepto). Esta posibilidad
no debe dramatizarse pensando que sólo puede ocurrir en casos de revolución cien-
tífica o en casos de encuentros con sociedades alejadas de nuestra cultura: ocurre
diariamente con nuestros vecinos y nada asegura la concordancia en nuestras opi-
niones ni, por supuesto, que podamos estar equivocados en algunas de nuestras cre-
encias. No obstante, hay que remarcar que estas divergencias y errores son limita-
dos, pues sólo cobran sentido desde una base común y amplia, requisito indispensa-
ble para la posibilidad de comunicación y con ello para la consideración del otro
como racional. La educación, ambiente social, época o conocimientos de una per-
sona nos pueden ayudar a explicar esos errores y divergencias, pero no para hablar
de una realidad ininterpretada ni construida en base a algo interno y exclusivo del
sujeto. La posibilidad de un lenguaje privado queda de nuevo desvanecida.

Bibliografía

Davidson, D. (1974):“On the Very Idea of a Conceptual Scheme”, en Inquiries into


Truth and Interpretation, Clarendon Press, Oxford, 1984. Hay traducción al
castellano: De la verdad y la interpretación, Gedisa, Barcelona, 1990.

Davidson, D. (1992): “El mito de lo subjetivo” en Mente, mundo y acción, Paidós,


Barcelona.

Hernández Iglesias, M.(1990): La semántica de Davidson, Visor, Madrid.

Kuhn, T (1989):”Comensurabilidad, comparabilidad y comunicabilidad” en ¿Qué


son las revoluciones científicas? y otros ensayos, Paidós, Barcelona.

Putnam, H.(1981): Reason, Truth and History, Cambridge University Press, Cam-
bridge. Hay traducción al castellano: Razón, verdad e historia, Tecnos, Madrid,
1988.

Winch, P.(1970): “Understanding a Primitive Society” en B. Wilson (Edit.) Racio-


nality, Basil Blackwell, Oxford.

Whorf, B. (1956): Languaje, Thought and Reality, The Tecnology Press of Mass.
Institute of Tecnology, Cambridge.

114
INFORMACIÓN,
TECNOLOGÍA Y
COMPLEJIDAD
José Vicente Rodríguez Muñoz.

Comunicación

P
reparar este trabajo bajo la trama de la complejidad ha sido una apasionante
tarea pues me ha permitido realizar lecturas muy gratificantes. Si, ha llegado
a suponer una suerte de dopaje para el devenir de mis actividades cotidianas,
dado que este término normalmente se trata de soslayar.

De esta afirmación es fácil argüir que, e imagino que ya lo habrán descubierto,


no soy un especialista ni tratante de la complejidad, pero es más, me declaro espe-
cialista en nada. Aún a costa de parecer un estúpido engreído, me siento orgulloso
de ello, me siento un hombre de mi tiempo (soy un licenciado en Química, eso sí
teórica, que consiguió doctorarse en Informática y actualmente soy Profesor Titular
en la Universidad de Murcia del área de Biblioteconomía y Documentación). Pues
bien, es probable que mi perfil científico holístico y no-atomista me permita más
fácilmente, en los momentos actuales, sobrevivir. Estas son razones que me inclinan
a apartarme de las normas que rigen los discursos científicos al uso, buscando que
se comprendan los asuntos que me inquietan, antes, mucho antes, que la esencia ín-
tima de los mismos. Por ello lo que se expone a continuación debe tener una inter-
pretación más en clave artística antes que científica: “Conocer y comprender en
arte versa sobre conocer y comprender cuál es la complejidad que inquieta al
creador, pero no necesariamente comprender tal complejidad” nos dice Wagens-
berg.

Para recomponer estos sentimientos, los que me inquietan, tendremos que sepa-
rar los dos sustantivos: la Información y las tecnologías. Prepararemos el relato cin-
celándolos como dos monolitos por separado para finalmente integrarlos en un
mismo escenario, tal y como les corresponde.

La naturaleza de la información
Vivimos, una época de gritos y susurros, momentos en que el murmullo de las
iniciativas emergentes se suma a los pregones con que nos aferramos a los modelos
dominantes. Estamos ante una revolución silenciosa que surge en el interior mismo
del sistema, no por injerencia de ningún elemento externo a él. Veamos cómo y por
qué se dan hoy las condiciones que permiten imaginar un futuro en el que, “según
unos, el poder actual saldrá fortalecido por la disponibilidad de nuevos conoci-
mientos, pero en el que, según otros, el poder irá cambiando paulatinamente de
manos a medida que la toma de decisiones autónomas vaya convirtiéndose en
práctica habitual para un creciente número de personas”, en palabras de Gómez
Pallete. Pues bien, algunas de las causas originales de este postrero debate, sea cual
El Conocimiento

fuese su definitivo desenlace, deben buscarse en la combinación de estas dos cir-


cunstancias.

• las características intrínsecas de la información. y

• las posibilidades para su tratamiento y transporte que ofrecen las modernas tec-
nologías.

El profesor Masuda es autor de los más sobresalientes trabajos sobre las reper-
cusiones que la citada combinación está teniendo en la configuración de una nueva
sociedad.

Respecto al primero de los dos puntos citados (características de la informa-


ción), Masuda se expresa en los siguientes términos:

Por, encima de todo, y al contrario de los bienes materiales, la infor-


mación tiene cuatro propiedades inherentes (...)
- No es consumible. Los bienes se consumen cuando se usan, más la
información permanece sin importar cuánto se haya utilizado.
- Es no transferible. Al transferir bienes entre A y B, estos se mueven fí-
sicamente de A a B, pero al transferir información ésta permanece en A
(al mismo tiempo que llega a B).
- Es indivisible. Bienes materiales, tales como la electricidad o el agua,
se dividen para su utilización; la información sólo puede utilizarse co-
mo “conjunto”.
- Es acumulativa. La acumulación de bienes se debe a su no empleo; la
información no puede consumirse o transferirse, de modo que se acu-
mula para ser utilizada repetidamente. La calidad de la información se
eleva al añadir nueva información a la que ya se haya acumulado.”

La información tiene éstas y otras muchas propiedades; cada autor emplea para
designarlas sus propios términos; el valor de la información no es proporcional a su
extensión, volumen o cantidad; ni su utilidad está siempre e íntimamente relaciona-
da con el tiempo; como bien en el mercado es producible (algo contra lo que las le-
yes luchan con denuedo); la información puede ser empleada al mismo tiempo por
diferentes usuarios, etc.

De ninguna, absolutamente de ninguna, de estas características gozan los recur-


sos y factores que son objeto de las teorías por las que hoy nos guiamos. De ahí la
impotencia de éstas para habérselas con la información y el conocimiento. Una de
las principales causas de la crisis actual salta ante nuestros ojos cuando oponemos la
noción de información a la de energía o materia; cuando indagamos en la dimensión
emergente (actos-información versus actos-energía); cuando, en definitiva, y de este
modo, nos salimos del discurso tradicional (materia-energía, capital-trabajo), no pa-
ra abandonarlo o destruirlo, sino para enriquecerlo, pues por si sólo ha tiempo que
carece de poder explicativo.

Este conjunto de características no explica los cambios en la naturaleza del po-


der que nos ocupan. Pues éstos y otros muchos atributos de la información no cons-
tituyen novedad alguna; siempre ha sido así desde los orígenes de la escritura, pro-
cedimiento mediante el que los hombres dan forma, sobre un soporte físico y exter-
no, a su interpretación del mundo. A decir de Gómez Pallete “la información pre-
senta estas características desde el tiempo de los sumerios hace unos seis mil años.
O desde hace doscientos siglos, si nos referimos a las primeras pinturas rupestres.
O desde toda la eternidad, pues información y universo son hermanos gemelos”.

116
El Conocimiento

Para comprender los cambios que nos aguardan es necesario, además, reparar en la
portentosa capacidad de los modernos instrumentos de tratamiento y transmisión de
información. Desde los calculi a los ordenadores; desde la invención de la tinta al
láser; desde el papiro a las pantallas de plasma; desde las bibliotecas medievales a
las bases de datos mundiales; desde los medios de transporte terrestre a los satélites
de comunicaciones; desde Guttemberg a los periódicos electrónicos, la información
se procesa, almacena, reproduce y transmite por procedimientos cuya potencia se
multiplica a un ritmo vertiginoso.

“En verdad nada sobre la tierra, incluidos el crecimiento de la pobla-


ción humana y el deterioro del medio ambiente, está cambiando más
deprisa que las redes mundiales de comunicación, cuya capacidad se
multiplica por 10 cada dos o tres años”, nos dice Builder.

La característica propia de un recurso (información, materia prima del conoci-


miento) que no se rige por las leyes económicas al uso, y la creciente potencia de
los instrumentos para su tratamiento y transporte son dos hechos (reciente, el se-
gundo; ancestral, el primero) que, combinados, están provocando profundos cam-
bios de todo tipo. Es algo sobre lo que existe un amplio acuerdo. Sociedad o era de
la información son etiquetas que utilizamos para referirnos a los nuevos escenarios.
Se trata de fórmulas cuya utilización se encuentra, asimismo, muy generalizada. Así
también son ampliamente aceptados los mecanismos por los cuales se están produ-
ciendo los notorios cambios. Muchos son los argumentos obvios a los que se acude
con frecuencia para explicar los motivos o fuerzas que impulsan la amplia expan-
sión de las nuevas tecnologías. Se trata de procesos generados por la necesidad de
supervivencia del propio sistema, bien de tipo económico, bien de carácter ideoló-
gico.

Tecnología e incertidumbre
Entre los ingredientes de la tecnología tan compleja de nuestros días está su ca-
pacidad para generar incertidumbre, una circunstancia básica del nuevo entorno en
el que nos desenvolvemos, y, por tanto, un condicionante de la actitud de los indivi-
duos con respecto a la tecnología, lo que vale tanto como decir de los procesos de
innovación. ¿Hasta que punto se está preparado para afrontar un nivel elevado de
incertidumbre? Más globalmente, ¿se está preparado para generar la clase y la can-
tidad de complejidad necesaria para auto-organizarse en el cambiante medio tecno-
lógico?. ¿Se han comprendido bien la naturaleza de las fuerzas que condicionan y
hacen viable un proceso de innovación por medio de la tecnología?.

El entorno general se parece cada día más a un agitado conjunto de turbulencias


en el que el comportamiento de las organizaciones atraviesa por fases incontroladas
e impredecibles, lo que guarda un lejano parecido con los fenómenos que estudia la
ciencia del caos. La tecnología incorporada irreversiblemente a nuestra vida en
cuanto es una conquista del ser humano, contribuye a esta situación.

Sin temor a exagerar podría decirse que la tecnología provoca, debido a su


complejidad, fenómenos escarpados que dibujan una fina e indefinida línea fronte-
riza entre el valor y la cobardía infierno, mientras no tengamos una mejor compren-
sión del origen de dichos fenómenos. Hace unos años, un error en un sólo de los
programas del sistema computerizado de telefonía de larga distancia de la empresa
AT&T produjo un desastre económico y social de dimensiones incalculables, que
para muchas empresas resultó de consecuencia fatales. Hace unos meses, un fallo
en el avanzado sistema electrónico del automóvil del piloto español Carlos Sainz lo
ha dejado fuera de carrera y, en unos segundos, lo ha separado en forma brusca a

117
El Conocimiento

una distancia totalmente inesperada del campeonato mundial de rallyes, cuando lo


estaba acariciando ya con sus dedos.

Ciertamente, la intersección de los sistemas tecnológicos con los sistemas so-


ciales origina un nudo de relaciones de gran complejidad que se manifiesta especí-
ficamente por fenómenos relacionados con el desorden, la incertidumbre, la desor-
ganización, la inestabilidad, la entropía, la borrosidad, etc.

Para comprender de forma general la situación, hay que considerar que de la in-
vestigación de dos sistemas tan dispares no tiene más remedio que emerger un hí-
brido con nuevas y desconocidas propiedades. Se enfrentan dos clases de compleji-
dades, la complejidad ordenada de los mecanismos técnicos y la complejidad de-
sorganizada del hombre y de los sistemas sociales.

Complejidad de la tecnología
Por muchos esfuerzos que se hagan, y sin duda se hacen, para escamotear la
complejidad de la tecnología ante sus usuarios, todos la percibimos ahí, y como mí-
nimo nos produce respeto.

En honor a la verdad es preciso reconocer que la sofisticación y potencia de la


tecnología, en tantas ocasiones por lo demás innecesaria, ha crecido incomparable-
mente más que su complejidad aparente.

Pese a todo, y simplemente por analogía, cualquiera de nosotros puede hacerse


una idea intuitiva de ella sólo con intentar desentrañar y después dominar el con-
junto de manuales de instrucción de una columna de música de alta fidelidad, am-
plificador, sintonizador, giradiscos, disco compacto, ecualizador mando a distancia.
Tecnología para el hogar.

La complejidad de la tecnología ofimática, que, siendo una porción de la tec-


nología de la información presente en toda organización moderna, muy bien puede
servirnos en forma resumida de ejemplo. Si observamos la diversidad de capacida-
des de cómputo y la correspondiente cohorte de propiedades informáticas, encon-
tramos un enorme y sutilísimo entramado de máquinas, que va desde ordenadores
personales de varias familias y potencias hasta los grandes computadores (main-
frames), pasando por una amplia variedad de minicomputadores y computadores
medios y un surtido floreciente de estaciones de trabajo (workstations). Por lo que
respecta a las memorias externas, existe todo tipo de tecnologías: disquetes, cintas,
discos compactos ópticos, más su correspondiente cacharrería. En cuanto al soft-
ware, ¿qué técnico es capaz hoy en día de comprender y manejar ni siquiera una
parte del confuso abanico de programas disponibles, desde aquellos que resuelven
simples y específicas funciones de oficina hasta los que componen un grupo fun-
cionalmente más rico de programas integrados?

La perspectiva es igualmente abrumadora en el campo de la tecnología de co-


municación computarizada. Disponemos de redes de área local controladas por sis-
temas operativos muy diferentes, conexiones a redes de larga distancia, nuevas ge-
neraciones de centrales telefónicas y ya han emergido las redes digitales de servi-
cios integrados para datos, texto, voz e imagen.

Con este panorama estrictamente técnico no se agota la complejidad de la tec-


nología, sino que ésta se acentúa por las prácticas de un mercado agresivo, en el que
prolifera la oferta vertiginosa de toda clase de productos, herramientas, máquinas,
servicios y soluciones, hasta crear gran confusión en la mente y en las prácticas de
los usuarios. Sin temor a exagerar, podría decirse que esta desquiciada rotación en

118
El Conocimiento

las tecnologías, producida por una industria agónicamente competitiva, está más
allá de la velocidad de aprendizaje social incluso técnicamente, está completamente
probado que los métodos de aplicación de toda esta tecnología caminan retrasados
en varias generaciones.

El impacto de tal complejidad se traduce en un alto volumen de fallos, proble-


mas, desencantos, costes incontrolados y también es responsable de reforzar las
naturales resistencias humanas a su implantación.

Un cerebro completo
Aunque no sea más que en forma de apunte breve, nos referimos ahora al em-
pleo de un arma cognitiva hecha a la medida para afrontar entornos desordenados y
hasta caóticos: el cerebro humano.

El cerebro no tiene semejanza alguna, ni orgánica ni funcional, con un ordena-


dor. El cerebro es la máquina más compleja que se conoce. Consta de dos partes
principales, el hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo, designados familiar-
mente como cerebro derecho y cerebro izquierdo, donde tienen su sede distintas
funcionalidades.

El cerebro izquierdo alberga la clase de aptitudes más potenciadas por la cultura


occidental, es el depósito del racionalismo y del orden, mientras que el cerebro de-
recho es el cerebro caótico, donde se procesan los enfoques globales, la intuición, la
creatividad, el riesgo. La cultura occidental margina, cuando no penaliza, estos en-
foques.

Como nos propone Sáez Vacas, “Metafóricamente, podríamos estable-


cer un paralelismo entre estos dos cerebros:C&C, y las tecnologías de
la información y las organizaciones. Al cerebro izquierdo le corres-
ponde la computación (informática clásica) que permite un control ri-
guroso y desarrolla de manera natural organizaciones estrictamente
ordenadas burocráticas. El cerebro izquierdo está especializado en
cálculo y control. Con el cerebro derecho asociamos las comunicacio-
nes, que expanden el radio de acción, y las organizaciones no formali-
zadas, caóticas”.

A las situaciones de turbulencia ambiental, con su complejidad llena de incerti-


dumbres parece que hay que responder con una complejidad del mismo tipo, de la
que las máquinas no son capaces, pero sí el ser humano. La conclusión teórica es
que las organizaciones innovadoras a medio y largo plazo tienen que diseñar su or-
ganización y elegir y formar a los individuos componentes en forma similar a la que
sugiere la utilización integrada de los dos cerebros, como complejidad ordenada y
complejidad desordenada, a la vez. Esta es una consecuencia de una ley cibernética
que establece que el sistema de control deber ser un modelo del sistema controlado:
el papel del sistema controlado lo juega el entorno y la organización es el sistema de
control. La organización tiene, que ser capaz de funcionar en forma racional al
tiempo que absorbe las oscilaciones, decide soluciones para estados de incertidum-
bre y se reconfigura fácilmente.

En realidad, las siglas C&C tienen una significación ya acuñada en la jerga téc-
nica. La emplean los japoneses para expresar la nueva tecnología de la información
resultante de la fusión progresiva de los ordenadores y las telecomunicaciones
(Computers & Comunications). La nueva organización para la innovación debe
imitar y potenciar el uso compaginado de los dos cerebros, utilizar como soporte y
motor la nueva tecnología de la información (C&C Computación y Comunicación)

119
El Conocimiento

y como guía metodológica la cibernética (C&C Control y Comunicación: Ciberné-


tica es la ciencia del control y la comunicación en los seres vivos y las máquinas).

Con todo ello se hace evidente que las organizaciones innovadoras son o serán
aquellas que desarrollen una cierta cultura racional del riesgo, un cerebro completo.
Citemos a Morin “Toda concepción ideal de una organización que no fuera más
que orden, funcionalidad, armonía, coherencia es un sueño demente de ideólogo o
de tecnócrata. La racionalidad que eliminase el desorden, la incertidumbre, el
error, no es otra cosa que la irracionalidad que eliminaría la vida”.

Conclusiones
A lo largo de este desarrollo hemos analizado un marco para el diseño de la or-
ganización en un entorno cambiante e incierto, en aspectos relacionados con la tec-
nología de la información. Concebir una organización innovadora exige conside-
rarla como un sistema vivo, que evoluciona, es decir, se hace más complejo o desa-
parece.

Su adaptación al entorno, o mejor aún su control del mismo le plantea la nece-


sidad de construir una complejidad organizativa mayor y distinta, utilizando medi-
das de amplificación y reducción de complejidad que constituyen un variado con-
junto guiado por un enfoque cibernético, aplicable al triángulo de relaciones com-
plejas formado por la organización, los individuos y la tecnología.

La aproximación que insiste en un estado de simplicidad organizativa como re-


sultado de la integración de tecnología de información, es no sólo terminológica-
mente inadecuada sino demasiado ingenua o sesgada, puesto que minimiza las difi-
cultades del tránsito.

Al tipo de complejidad necesaria se ha llamado metafóricamente complejidad


C&C, o de cerebro completo, esto es, la complejidad viva (humana) que asume e
integra lo racional y lo intuitivo, y también la tecnología de control y la tecnología
de comunicación.

Un tipo de complejidad sólo sistémica o de control, desarrolla una organización


con puestos de trabajo bien definidos, procedimental, especializada e introspectiva.
Multiplica las interacciones entre los elementos del sistema en un medio definido
como determinista, por lo que crece desproporcionadamente el coste de control. A
esta clase de complejidad algunos la llaman complicación. Es el germen de la buro-
cracia, que a su vez es un blindaje contra el entorno y un antídoto contra la innova-
ción.

Pensar en un sistema organizativo con puestos de trabajo más ricos funcional-


mente y enmarcados en un conjunto más aleatorio de interacciones variables, es
pensar en una organización más orientada al entorno, más tolerante a los fallos, más
arriesgada, más responsable, más cooperativa, menos fijada en el estatus personal,
con alguna capacidad para crear orden a partir del desorden, con complejidad distri-
buida. Parece que este género de organización, de complejidad, de tecnología y de
individuos es el que se corresponde con la necesidad actual de innovación en las or-
ganizaciones.

120
VERDAD Y
RACIONALIDAD EN
RICHARD RORTY
Alfonso Galindo Hervás

Comunicación

1. Presentación
Propongo una simplificación metodológica: dividir en tres los paradigmas des-
de los que se ha comprendido el conocimiento, la relación del hombre con la ver-
dad. En Protágoras, “el hombre es la medida de todas las cosas -khrémáta-”. En
Platón, el criterio de la verdad es trascendente: “Dios es la medida”. La noción cris-
tiana de gracia testimonia que la Verdad invisible se revela al hombre: Dios devie-
ne (también) inmanente en el Verbum.

En este escrito defenderé dos cosas: que permanecemos en el paradigma plató-


nico-cristiano y que una vida democrática exige asumir como paradigma gnoseoló-
gico cierto retorno a la intuición de Protágoras.

Sin pretender un juicio completo, menos aún definitivo, sobre la filosofía plató-
nica, es sin embargo claro que para Platón sólo desde el mundo ideal es ordenable
el caótico mundo sensible, siendo la trascendencia de tal mundo lo que conduciría
al aristocratismo del saber.

En el universo cristiano, el acceso a la análoga Verdad divina es diferente. Ma-


nifestada al hombre por un gesto gratuito de Dios, su administración, igualmente
aristocrática, corresponde a los sacerdotes, no a los filósofos.

Todo es distinto en Protágoras. Centrado, frente al atomismo de la physis, en los


problemas de la ordenación de la vida práctica, considera el conocimiento un asunto
vinculado a los procesos democráticos de confección de acuerdos, revelando así una
decisión de atenerse sólo a lo que puede ser medido y ordenado desde la finita vida
humana, lo accesible al hombre. La función ordenadora de la vida, atribuida hasta
ahora a la physis, pasa a ser portada por el ajuste de las percepciones de los indivi-
duos, o sea, por la creación de un sentido común en el ámbito de la polis, criterio
último de referencia. Y la manera de superar el relativismo al que pudiese abocar
una interpretación en clave individualista de la máxima “el hombre es la medida” es
usar como criterio de las cosas que resultan medidas a la luz del hombre la referen-
cia a la experiencia personal exitosa. El criterio de la verdad es el criterio de lo me-
jor a la luz de los resultados, y en el ámbito de la ciudad1.

1
Cfr., para una exposición detallada del pensamiento de Protágoras en esta clave, J.L. Villa-
cañas, Los caminos de la reflexión, Universidad de Murcia, Murcia, 1991, pp. 221-230.
El Conocimiento

2. Sobre los “criterios divinos” para organizar la existencia


La tendencia a una ordenación de lo humano mediante su referencia a una rea-
lidad no humana, o sea, la instalación en un paradigma de verdad supra-humano,
aparece actualmente en la vida de las sociedades democráticas occidentales en dis-
tintos frentes: la persistencia de una idea normativa de naturaleza humana, la idea
de progreso, la necesidad de un código moral universal, etc.

Demasiado grosero como para parecer amable a estas alturas de siglo, el añejo
concepto de “naturaleza humana” ha debido sufrir un lavado de cara. Como señala
Hacking2, las leyes estadísticas acerca de los seres humanos, basadas en probabili-
dades, permitieron sustituir el concepto de naturaleza humana por el de “persona
normal”. A ello contribuyó la concepción hegeliana de lo real como proceso (si la
naturaleza y razón humanas se hacen en su historia, la representación del hombre
debe variar), así como el progresivo interés por las leyes del cuerpo social que con-
cretan la normalidad del hombre.

La funcionalidad del concepto sigue siendo la misma: parece poderse controlar


el azar desde una idea análoga a leyes inexorables y máximamente reguladora por
unir descripción y prescripción. La medida de lo humano está dada, y con una
prestancia análoga a la Idea platónica. Del determinismo esencial abiertamente
teológico se ha pasado a un indeterminismo esencial que equivale a un determinis-
mo social, cripto-teológico y administrado por el Estado.

Por otro lado, la tendencia a rechazar como social y éticamente peligroso el re-
lativismo epistemológico esconde el deseo de superar la limitación “humana” del
hombre mediante un “salto” fuera de la comunidad en pos de una plataforma tras-
cendente de juicio. Este deseo de guiarse por “la naturaleza intrínseca de las cosas”
permitiría alcanzar, y estoy recordando ideas de Rorty, dos certezas objetivas bási-
cas para nuestra forma de vida: que pertenecer a nuestra especie biológica comporta
determinados “derechos” (algo no biológico), que la vinculan a una realidad no hu-
mana que le otorga dignidad y, en segundo lugar, que nuestra comunidad no puede
morir totalmente, ya que se halla orientada a la correspondencia con la realidad “tal
como es en sí”, hecho que vendría testimoniado por la convicción de que incluso si
se destruye nuestra civilización la especie volverá a capturar nuestros valores y cre-
encias, que tanto el conocimiento como el ámbito de las conquistas éticas es con-
vergente, no proliferante3.

3. El conocimiento como ‘adaptación’, no como ‘representación’


La visión del conocimiento más eficaz para diluir los enquistamientos mencio-
nados que yo conozco es la de Richard Rorty4. Su tesis antirrepresentacionalista
afirma que el conocimiento no consiste en la captación de la realidad en sí sino en
la manera de adquirir hábitos para hacerle frente, abandonando por ello toda noción
correspondentista de la verdad, que quedará reducida a lo probable de obtener me-
diante encuentros libres. Esta actitud torna ociosa la idea de que haya que contrastar
nuestras teorías con algo externo a ellas que las vuelva “verdaderas”, prefiriendo
comparar y elegir entre teorías alternativas en función de los seres humanos que de-
seemos ser.

2
Cfr. La domesticación del azar, Gedisa, Barcelona, 1991.
3
Esta idea es desarrollada por Rorty en varios escritos, a los que volveré posteriormente.
4
Una magnífica síntesis de las posturas epistemológicas de Rorty, así como de sus implica-
ciones políticas, se halla en su Objetividad, relativismo y verdad (Paidós, Barcelona, 1996),
algunas de cuyas ideas pretendo comentar en este escrito.

122
El Conocimiento

Podríamos resumir la postura de Rorty diciendo que, ante la pegunta “¿existe


realmente aquello sobre lo que hablamos?”, respondería que tal pregunta supone
estar en el camino equivocado, y que mejor es sustituirla por esta otra: ¿hay otras
creencias que debamos tener? Tal tesis sustituye la relación representacional entre
lenguaje y mundo por una relación causal. Según ésta, no hay forma de limitar la
oración y su verdad a una relación con el hecho en sí. Al contrario, la causa de una
oración es múltiple, ya que los “hechos” son híbridos: incluyen tanto estímulos físi-
cos como elecciones teóricas previas. Como mucho, Rorty admitiría que hay obje-
tos que nos causan muy directamente creencias sobre ellos (objetos intencionales),
y creencias no causadas por objetos concretos (acerca de la voluntad de Dios, por
ejemplo), lo cual no demuestra ninguna diferencia ontológica, solamente que hablar
sobre objetos es útil para explicar los estímulos que recibimos. En coherencia con
esto, la metáfora del lenguaje como mediación entre nosotros y el mundo ya no re-
sulta operativa. El pragmatismo prefiere considerar la conducta lingüística (creen-
cias, teorías, conceptos,...) una manera de habérselas con las fuerzas causales, modi-
ficarlas y modificarnos, sin necesidad de apelar a una supuesta representación del
mundo. A lo único que apela es a otras ideas, con las que comparar las propias y
examinar si encajan entre sí y con los relatos generales que deseamos contar5.

En esta línea, Rorty considera que la discusión acerca de si lo real es determi-


nado a priori o a posteriori (ya sea por el pensamiento o por el lenguaje) sólo se
plantea desde perspectivas representacionalistas. Su antirrepresentacionalismo le
lleva a rechazar el idealismo trascendental mentalista, pero también el socio-
lingüístico. Ni el pensamiento ni el lenguaje son causa de la determinación de la
realidad. La realidad -y en esto coincide con el realismo- es causalmente indepen-
diente de las creencias, de hecho la describimos así. No es posible, entonces, ser ar-
bitrarios respecto de la realidad, sino que debemos atenernos a su efecto sobre no-
sotros (no cabe, pues, el solipsismo), pero sin necesidad de decidir si la estamos re-
presentando con exactitud. Propone así renunciar a la idea de que haya un conoci-
miento de objetos previo a la teoría y que, por tanto, hay objetos constituidos por el
lenguaje y otros no. Lo único previo a la teoría es la estimulación y los desajuste
que produce y a los que hay que responder.

En definitiva, para Rorty, los añejos conceptos usados para explicar que la rea-
lidad está determinada son problemáticos y ejemplifican un intento de saltar fuera
de la mente y la comunidad. Frente a esto, defiende que no hay pruebas indepen-
dientes (externas a la teoría y a la comunidad) que permitan dilucidar si una repre-
sentación es exacta, lo cual no es relevante, ya que la utilidad de los términos de
una teoría no les viene de que “representen” mejor o peor, sino, más nietzscheana-
mente, de las necesidades humanas que satisfagan. Citando a Putnam y Davidson,
dirá que la idea de una realidad determinada independiente de la teoría incurre en
petitio principii, pues asume que es posible contrastar el mundo en sí con lo que se
conoce de él. Visión a la que subyacería la idea cartesiana de que el interior (mente)
es contrastable con el exterior (mundo). Para Rorty, las creencias versan “acerca
de”, lo cual no implica señalar a algo externo a ellas que esté siendo representado,
sino más bien a otras creencias relevantes para justificar las primeras.

Tal concepción del conocimiento es holista. Manifiesta imposible distinguir, en


el lenguaje, qué fragmentos enlazan con qué fragmentos de la realidad. Es más,
considera que aunque poseyésemos una teoría que emparejara cada fragmento del
mundo con cada enunciado verdadero, no habríamos resuelto el problema, ya que

5
Esta apelación sitúa a Rorty en la línea de Davidson, cuya “teoría de la coherencia” de la
verdad, tal como es leída por él, considera que lo que vuelve verdaderas las creencias es
otras creencias (una evidencia), no la estimulación sensorial, el mundo.

123
El Conocimiento

aún deberíamos mostrar que el lenguaje que usamos (hablar de números, hormigas
o justicia) “corta” correctamente la realidad. Mejor es que, abandonando toda pre-
tensión de trascendencia y objetividad, las teorías de la verdad se dediquen a expli-
car cómo los usos lingüísticos de los individuos encajan entre sí y con la explica-
ción acerca de la interacción de esos individuos.

4. No a la objetividad
De dos maneras, considera Rorty en su ensayo ¿Solidaridad u objetividad?,
damos los seres humanos sentido a nuestras vidas: narrando nuestra aportación a
una comunidad humana (real o imaginaria), lo que ilustraría el deseo de solidari-
dad, que no implica relacionar la comunidad con algo externo a ella; y describién-
donos como seres que están en relación con una realidad no humana, lo que ilustra-
ría el deseo de objetividad, que implica distanciarse de la comunidad y vincularse a
algo que puede describirse sin referirse a seres humanos particulares.

Tal tradición de búsqueda de la verdad ejemplificaría el intento de dar sentido a


la existencia abandonando la comunidad en pos de la objetividad, asumiendo que la
verdad es alcanzable por sí misma y no porque sea buena para uno o la comunidad.
Para Rorty, somos herederos de esta tradición objetivista que ansía alcanzar una
comunidad objetiva que sea expresión de una naturaleza humana ahistórica. El ori-
gen de tal voluntad es que la naturaleza cumpla el rol de Dios: un poder distinto y
externo a la comunidad humana ante el que adecuarnos.

Llamará realismo a esa pretensión de fundar la solidaridad en la objetividad que


se ve obligada, por ello, a concebir la verdad como correspondencia con una reali-
dad que, por tener una esencia subyacente, supuestamente nos estaría sugiriendo
cómo desea ser descrita para serlo adecuada y verdaderamente. El presupuesto que
descubre Rorty en tal concepción es transferir el tipo de conocimiento que tenemos
sobre las creencias de otros (que, para él, es el ideal de conocimiento perfecto) al
conocimiento sobre el mundo, en una suerte de cripto-animismo.

El pragmatismo que él defiende, en cambio, busca reducir la objetividad a soli-


daridad y, por tanto, concibe la verdad como aquello en que nos es bueno creer. No
cabría, pues, un acercamiento a esencias subyacentes, sino sólo un producir relatos
y entretejerlos con otros, labor que no precisa postular esencias reales. Junto a ello,
considera que no hay niveles de relatos que se acerquen más a la verdad en sí y que,
por tanto, pudieran considerarse paradigma de conocimiento. Epistemológicamente,
todo relato es igual, ya que no es la epistemología quien puede decidir sobre una
superioridad, sino el tiempo. De aquí no se concluye que no haya criterios objetivos
de selección, lo que supondría un relativismo, sino que todo criterio es siempre re-
lativo a fines obtenidos y a la coherencia con el resto de la cultura.

5. No a la verdad
La concepción pragmatista de la verdad como creencia recomendada no es una
teoría positiva sobre la verdad que la reduzca a la opinión de un grupo. Propiamen-
te, el pragmatismo declara no poseer una teoría de la verdad, sino que, en la línea de
Sobre verdad y mentira de Nietzsche, explica el valor de la indagación desde bases
éticas, no metafísicas o epistemológicas: una creencia es verdadera no porque re-
presente exitosamente la realidad, sino por ser una regla de acción que proporciona
ventajas. Rorty prolonga así la voluntad davidsoniana de desepistemologizar la no-
ción de verdad vinculándola a la justificación, de dejarla sin analizar por conside-
rarla primitiva y carente de sinónimo alguno.

Una creencia (y los deseos son reconvertibles en creencias) es un hábito de ac-


ción, una disposición a responder de una manera a un estímulo. Y el ser humano no

124
El Conocimiento

es sino la trama de ellas. Éstas son distinguibles sólo por el grado de transformación
que provocan en el resto de nuestras creencias (es distinto comprobar que no queda
butano que mi consorte no me ama). Cuando la transformación es alta puede llegar-
se a la necesidad de confeccionar nuevos contextos, ya respetando las reglas poseí-
das, ya incluso cambiándolas. Rorty cree que tradicionalmente se ha considerado
que la ciencia y la racionalidad exigían atenerse a los contextos previos, intrínseca-
mente privilegiados, mientras que ámbitos como las artes podían modificarlos. Él se
declara libre de estas ideas. No cree que haya contextos y modos descriptivos pri-
vilegiados. Toda descripción o indagación es interpretación, recontextualización.
Tampoco es posible desnudar el objeto de sus contextos para examinar cuál le con-
viene: todo objeto está desde siempre contextualizado, todo objeto puede disolverse
en relaciones en función de nuestros fines. La indagación consistirá, entonces, en
buscar creencias que alivien la tensión que producen las que tenemos por la presen-
cia de nuevos estímulos, o sea, recontextualizar nuestras creencias.

En resumen, para el antirrepresentacionalista Rorty, la cuestión de si la verdad o


la racionalidad tienen una naturaleza intrínseca no puede decidirse examinando la
naturaleza del conocimiento o la realidad (porque ello implica ya una tesis realista:
que el conocimiento y la realidad tienen esencias reales), sino mediante explicacio-
nes sociohistóricas (cómo los pueblos han buscado acuerdos sobre el objeto de sus
creencias). La “verdad” es lo alcanzado en un encuentro humano libre, las creencias
que consideramos justificadas actualmente por encajar mejor con las finalidades
pretendidas por los seres humanos. Y la única justificación, según Rorty, de un es-
quema interpretativo es que vuelve la conducta de los demás mínimamente razona-
ble a nuestras luces, que no pueden ser trascendidas para buscar criterios explícitos
de racionalidad natural. Sólo quien concibe la racionalidad como aplicación de cri-
terios puede creer que “verdadero” significa algo diferente en sociedades diferentes
(porque sólo él posee algo por referencia a lo cual considerar relativo el término
“verdadero”). Pero la racionalidad no está en la aplicación de criterios a casos, sino,
más quineanamente, en un permanente tejer y retejer creencias. Para tal holismo no
cabe esperar una racionalidad transcultural desde la que comparar las culturas, sino
sólo crear una concepción más racional de la racionalidad o una mejor concepción
de la moralidad operando desde dentro de nuestra tradición. Esto nos conduce a ha-
blar del etnocentrismo.

6. Sí al etnocentrismo
Rorty ha puesto mucho interés en subrayar que el pragmatismo no es relativista
sino etnocéntrico. Según él, el relativismo entendido como la afirmación de que
cualquier creencia es tan buena como otra, se autorrefuta. Considera, en cambio,
que el término “verdadero” es unívoco, y que lo único que puede decirse de la ver-
dad o la racionalidad es describir los procedimientos de justificación que nuestra
sociedad utiliza en la indagación. Tal tesis etnocéntrica no implica la teoría de que
algo es relativo a otra cosa, sino que hay que desechar la distinción platónica entre
conocimiento (donde la verdad es correspondencia) y opinión (donde la verdad es
recomendación de las creencias justificadas).

En efecto, quien critique el etnocentrismo lo hace por ser relativista o por creer
que puede alcanzarse la “objetividad”. Ninguna de estas dos cosas es posible para
Rorty. Ser relativista presupone asumir que es posible una relación (aunque no se
de), entre creencias verdaderas y mundo, especial y diferente de la que se de entre
creencias falsas y mundo. Rorty rechazará dicha posibilidad en aras de una pers-
pectiva holista. Y pese a las apariencias de relativismo a que pudiese conducir dicha
concepción de la verdad, reclama el etnocentrismo, al considerar que necesaria-
mente privilegiamos nuestra comunidad, aunque sea imposible una justificación no
circular de ello. Esto no significa que haya que justificarlo todo, simplemente que

125
El Conocimiento

hay que partir de donde estamos, y que muchas perspectivas no podemos tomarlas
en serio. La regla de Neurath de que no podemos hacer otro barco con las tablas del
nuestro y que, por tanto, hay que abandonarlo, es fantasiosa, y sólo la asumen, se-
gún Rorty, quienes desean ser convertidos en vez de persuadidos. La comunidad
que él quiere no admite “conversiones”, sino poder ofrecer explicaciones post fac-
tum de los hechos, poder justificarnos ante nuestro yo anterior.

7. La racionalidad como persuasión. De vuelta a Parménides


El paradigma epistemológico post-moderno es cripto-moderno. El sujeto que
está en contacto con la verdad y la administra ya no es el filósofo ni el sacerdote,
sino el científico. Y el discurso de la “ciencia” es el que aplica los “criterios de ra-
cionalidad” a los “hechos duros” y ofrece la “verdad objetiva”. Las distinciones en-
tre hechos duros y débiles, verdad y opinión, etc. que subyacen a esta visión gene-
ran, a juicio de Rorty, más problemas que los que resuelven.

¿En qué consiste la racionalidad? ¿en función de qué calificar un discurso o una
conducta de “racionales”? Tradicionalmente se considera que hay dos motivos para
distinguir entre ciencia y no ciencia, uno metodológico y otro ontológico: la aplica-
ción de un método “racional” (no viable en otros saberes) que proporciona fiabili-
dad al vincular teoría y mundo, y la relación con la realidad “dura”. Para Rorty, en
cambio, sólo disponemos del diálogo, siempre falible. Su visión de los seres huma-
nos es que se enfrentan de la misma manera a cualquier problema, y no de manera
privilegiadamente cercana a la ‘realidad en sí’ en unos casos (ciencia) frente a otros
(no ciencia). Pero examinemos los dos motivos mencionados.

Si la clave se halla en la aplicación de un método a priori no hay forma, según


Rorty, de considerar racional aquellos discursos (las “humanidades”) que no buscan
satisfacer criterios dados a priori sino cuestionar y redefinirlos permanentemente.
Considera, además, que poseer criterios epistemológicos es análogo a poseer crite-
rios morales: inútil. Los criterios y principios generales, de poseerse explícitamente,
deben revisarse permanentemente a la luz de los resultados de su aplicación, que
son los que realmente los generan y no al revés, ya que sólo tras ello se sabe qué
principios se quieren seguir, no antes.

Respecto del otro motivo de distinción entre ciencia y no ciencia, Rorty no ad-
mitirá que tenga sentido distinguir los hechos por su dureza. Según esto, habría he-
chos “duros”, realidades constantes que son las representadas por el discurso cientí-
fico, y hechos “blandos”, volubles como los difusos discursos humanísticos que
versan sobre ellos. Frente a esto, prefiere las distinciones sociológicas. La dureza de
la ciencia es fruto exclusivo de las reglas del juego en que ella consiste. La dureza
de las afirmaciones científicas no procede de la dureza de su objeto (al margen de la
crítica al representacionalismo, que también habría que invocar), sino de los acuer-
dos acerca del funcionamiento del juego. La misma dureza y fijeza podía poseer la
ética de haber seleccionado para ella unas reglas adecuadas por poseer la comuni-
dad un interés especial en tal tipo de discurso ético de cara a los fines que persiga.
La raíz de la distinción entre hechos duros y blandos, que se prolonga en la diferen-
cia diltheyana explicación-comprensión, se halla, para Rorty, en la distinción kan-
tiana entre objetos y conductas constituidos según reglas (lo cognitivo) y objetos y
conductas no ligados a reglas (lo estético). Considera que, tras la insistencia hege-
liana en la historia y el carácter procesual de la realidad (que naturaliza Dewey), la
distinción ha caducado. Frente a ella, asume la propuesta deweyana de diferenciar
los saberes por los intereses que persiguen, no por un estatus cognitivo que vendría
determinado por la intencionalidad del objeto (que sugeriría cómo debe ser descrito
para ser descrito objetivamente). Los hechos, al margen de su dimensión causal, son

126
El Conocimiento

siempre institucionales ya que describirlos implica servirse de una institución pre-


via: el lenguaje.

Su propuesta acerca de la racionalidad es entenderla como expresión de virtu-


des morales: tolerancia, respeto, disposición a la escucha, persuasión. La distinción
entre un discurso racional y otro irracional no vendría marcada por una diferencia
metodológica o por la distancia entre conocimiento y opinión, hechos duros-hechos
débiles, sino por el talante persuasivo y antidogmático frente a su contrario6.

Una concepción así rechaza toda noción teleológica de progreso como cripto-
teológica. Progresar no es acercarse a una meta dada que nos espere fuera de la co-
munidad, sino sólo interpretar, hoy, el pasado como progresivo. Igualmente, dese-
cha que los científicos sean, frente a los demás, más “objetivos” o “cercanos a la
verdad”. El elogio de Rorty a la ciencia descansa en considerarla modelo de persua-
sión y, por tanto, de solidaridad humana. Frente a la idea de que los hechos natura-
les son “duros”, o que la física carece de implicaciones axiológicas, la única dife-
rencia establecible entre los distintos saberes será de tipo sociológico: la cantidad de
consenso generable en física es mayor que en sociología o literatura. Y ello, proba-
blemente, porque los seres humanos no deseemos para nuestros saberes “no cientí-
ficos” el grado de predicción y control que alcanzan los saberes “científicos”.

Además, Rorty se pregunta por qué considerar los criterios de predicción y


control y los métodos de abducción, propios de las ciencias “duras”, como los mejo-
res y “menos humanos” (por vincularnos a una realidad no humana), frente a los
métodos de producción de belleza, por ejemplo. ¿Qué relación especial hay entre
predecir y proporcionar la verdad objetiva acerca de cómo la realidad es en sí mis-
ma?7

El deseo de objetividad debe entenderse como deseo de ser persuasivos y alcan-


zar acuerdos no forzados. No existe una realidad objetiva ante la que sentirnos res-
ponsables, sino sólo otras comunidades humanas y sus discursos. Y ante ellas, es
inútil establecer criterios comunes por comparación a los cuales determinar las pre-
ferencias: sólo podemos, como Protágoras, comentar ventajas e inconvenientes.

8. Una lectura de ‘La prioridad de la democracia sobre la filosofía’


Con unos comentarios a este conocido artículo de Rorty quiero resumir de qué
manera su epistemología derrumba los elementos cripto-platónicos y cripto-
cristianos mencionados al inicio.

En él, Rorty se declara heredero, con matices, del espíritu de Thomas Jefferson,
al considerar separable la política de las creencias sobre cuestiones de importancia.
Para Jefferson, éstas pueden poseerse si no son incompatibles con las creencias co-
munes al resto de los ciudadanos. Según Rorty, la base filosófica que permitió ali-

6
Ya Parménides, en muchos sentidos iniciador de la filosofía, halla la novedad de su discur-
so frente al de los líricos anteriores en tratarse de un relato que persuade: “lo ente es, lo no
ente no es es la vía de la Persuasión”. Sus alusiones a la Persuasión y la Necesidad testimo-
nian que es consciente de que su discurso se impone arrebatadoramente
7
Desde estas premisas resulta clarificadora la lectura rortyana sobre la verdad de una teoría
científica. Considera, frente al realismo de Bernard Williams, que el que la teoría del flo-
gisto sea falsa no significa sino que conducirse hoy de acuerdo con ella constituiría una in-
coherencia, ya que no es compatible con el conjunto de ideas que hoy sostenemos como
mejores.

127
El Conocimiento

viar las tensiones que tal concepción generaba fue identificar la verdad y la racio-
nalidad con la justificabilidad para el conjunto de la humanidad, lo que borró la idea
(griega, cristiana e ilustrada) de que existía algo ahistórico común a los seres huma-
nos que los dotaba de dignidad.

Su propuesta se desmarca, por un lado, de la referencia universalista al “con-


junto de la humanidad” y, por otro, del comunitarismo que, pese a rechazar el indi-
vidualismo moderno y la idea de derechos ahistóricos, considera que tras ellos se
derrumban también los valores e instituciones occidentales. Frente a estos, empren-
de una justificación pragmatista de los hábitos y valores occidentales tomando co-
mo criterio de racionalidad las creencias del grupo ante quienes creemos necesario
(posible) justificarnos. Más en concreto, defiende dos cosas: que la democracia libe-
ral (hábitos y valores) no precisa justificación filosófica alguna (más bien, crea una
filosofía adaptada a ella), y que la concepción del ‘yo’ que más le conviene es la
que lo considera constituido por la comunidad, frente a la concepción ilustrada.

Lo que permite a Rorty llegar a estas posturas es su pragmatismo, según el cual


carece de sentido preguntarnos por la esencia del ser humano para descubrir en ella
la presencia de derechos inalienables que después intentemos plasmar políticamen-
te. El camino es justo al revés. Lo contrario, en la línea de lo que se viene argu-
mentando aquí, sería una nueva versión de aristocratismo intelectual realista y re-
presentacionalista. Hoy no se precisan teorías sobre la naturaleza humana para justi-
ficar nuestros hábitos de justicia y libertad, cuya prioridad para nosotros es ya su
justificación. Dicho de otro modo, la política no requiere fundamentos extrapolíti-
cos, filosóficos; le basta el acuerdo entre los ciudadanos, su deseo8. Y esto, porque
la acción humana en general no necesita ser justificada por referencia a creencias
previas sobre la esencia de la realidad, sino que éstas se reducen a descripciones
posteriores sobre acciones exitosas y congruentes con la propia autocomprensión,
en el marco de una comunidad.

Bibliografía
R. RORTY:

-La filosofía y el espejo de la naturaleza, Cátedra, Madrid, 1983.

-La filosofía en la historia, Paidos, Barcelona, 1990.

-Objetividad, relativismo y verdad, Paidos, Barcelona, 1996.

-Ensayos sobre Heidegger y otros pensadores contemporáneos, íd.

F. NIETZSCHE:

-Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Tecnos, Madrid, 1990.

8
Si se considerase esta afirmación una entrega de la decisión a convicciones contingentes y
situadas, Rorty respondería no compartir la distinción entre convicciones necesarias (o ra-
cionales) y contingentes.

128
SOBRE LA
COMPLEJIDAD
EN TORNO A EDGAR
MORIN
Juan Carlos Villanueva Pascual

Comunicación

E
dgar Morin nos ofrece una primera aproximación a la complejidad: “A pri-
mera vista la complejidad es un tejido (complexus: lo que está tejido en su
conjunto) de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados: pre-
senta la paradoja de lo uno y lo multiple.”

La complejidad se presenta con los rasgos inquietantes de lo enredado,y mues-


tra en un matrimonio a vena de serpientes, el Orden con su eterno contrincante el
Caos.

Plantea la Complejidad en conjunción dos términos que parecen autoexcluirse,


pero que, a poco que volvamos sobre nosotros mismos los encontramos muy ínti-
mamente entrelazados. La vida cotidiana es una vida en la que cada uno juega va-
rios roles sociales. Cada ser tiene una multiplicidad de personalidades en sí mismo,
un mundo de fantasmas y sueños que acompañan su vida.

La vida humana no se deja domeñar fácilmente por ninguna ley o principio que
pueda imponer el Paradigma de la Simplicidad, que pone Orden en el Universo y
persigue todo tipo de Desorden y Caos. La Simplicidad, que o bien separa lo unido,
o bien unifica lo que es diverso, nos presenta la pareja Disyunción/Reducción,
frente a la que se opone con energía el dúo maldito de la complejidad: Orden y Ca-
os. Diversas patologías afectan al pensamiento moderno: la hiper-simplificación
que ciega al espíritu a la complejidad de lo real; el idealismo, donde la idea oculta a
la realidad que pretende traducir; el dogmatismo, que encierra a la teoría en sí mis-
ma, la racionalización que encierra lo real en un sistema coherente. “Estas cegueras
son parte de nuestra barbarie. Estamos siempre en la prehistoria del espíritu huma-
no. Solo el pensamiento complejo nos permitirá civilizar nuestro conocimiento.”

Volviendo a nosotros otra vez, somos seres biológicos, pero no solo eso. Tam-
bién somos seres culturales, meta-biológicos, que vivimos en un universo de len-
guaje, de ideas y de conciencia, y también somos seres físico-químicos compuestos
de elementos que se comunican entre sí, sin que nosotros tengamos consciencia de
esa comunicación.

Cuando amamos, amamos biológicamente, nuestros genes buscan su perpetua-


ción, su difusión; amamos culturalmente, perseguimos un ideal que ha sido amasa-
do en nosotros a través de la educación (o como reacción a ella); amamos química-
mente, nuestras glándulas liberan sustancias que excitan y atraen a otras glándulas
El Conocimiento

que se nos acercan; amamos también inconscientemente, nuestros instintos buscan


aliviar tensiones producidas por nuestras pulsiones, y por último, amamos sin saber
porque amamos.

Comprobamos como nosotros mismos podemos ser múltiples siendo únicos


como somos.

Valdría esta frase de Pascal para ilustrar la inseparabilidad que afecta a todo
aquello con lo que nos enfrentamos, a todo lo que se nos presenta de forma com-
pleja: “Siendo todas las cosas causadas y causantes, ayudadas y ayudantes, mediatas
e inmediatas, y relacionándose todas por un vínculo natural e insensible que vincula
a las más alejadas y a las más distintas, considero imposible conocer las partes sin
conocer el todo, y también conocer el todo sin conocer las partes.”

Ahora, con Pascal, para conocer la realidad no podemos renunciar ni al todo, ni


a las partes, con lo que esbozamos uno de los tres principios que según Morin nos
pueden ayudar a pensar la complejidad: el Principio hologramático, en el que no
sólo la parte está en el todo, sino que el todo, en cierto modo, esta en la parte. Las
relaciones que se establecen entre el todo y las partes son complejas: la unión de las
diversas partes constituye el todo, que a su vez retroactúa sobre los diversos ele-
mentos que lo constituyen confiriéndoles propiedades de las que antes carecían. La
relación del todo con las partes no es meramente acumulativa, es solidaria. Las
partes conforman el todo, pero este a su vez retroactúa sobre las partes confirién-
doles propiedades nuevas, de las que carecían antes de combinarse entre sí. El pro-
ducto es productor de lo que produce, y el efecto causante de lo que causa. Lo que
Morin viene a llamar principio recursivo organizacional, que junto al principio dia-
lógico - que se basa en la asociación compleja de instancias necesarias juntas para
la existencia, el funcionamiento, y el desarrollo de un fenómeno organizado - y
junto al principio hologramático - en el que no sólo la parte está en el todo, sino que
el todo, en cierto modo, está en las partes- constituyen los instrumentos que nos
ayudan a movernos en la Complejidad.

No podemos contentarnos con encontrar la certidumbre en los fundamentos del


conocimiento clásico, en la separabilidad de los objetos, y en la lógica deductivo-
identitaria.

El conocimiento complejo afronta esa incertidumbre, esa inseparabilidad, y esas


insuficiencias. Nos encontramos con que ya no hay un fundamento único o último
para el conocimiento, “en un universo donde Caos, desordenes y azares nos obligan
a negociar con las incertidumbres”. Aunque el reconocimiento de no poder encon-
trar certidumbre allí donde no la hay, constituye ya de por sí una certidumbre.

La aceptación de la confusión puede convertirse en un medio para resistir a la


simplificación mutiladora. Nos falta un método en el comienzo, pero podemos dis-
poner de un a-método en el que la ignorancia, incertidumbre, confusión, se con-
vierten en virtudes.

Nuestra expuesta pretensión de no renunciar al todo y a las partes parece con-


vertirse en una empresa imposible, deviene un circulo vicioso, atenazado por la im-
posibilidad lógica, la imposibilidad del saber enciclopédico y por la renuncia omni-
potente del principio de disyunción y la ausencia de un nuevo principio de organi-
zación del saber.

Nos las tenemos entonces con “un círculo vicioso de amplitud enciclopédica
que no dispone ni de principio, ni de método para organizarse.” Un círculo que nos
atrapa, que nos devora como si fuéramos la serpiente Uro-boros. Sólo podemos

130
El Conocimiento

conservar la circularidad, engarzarnos en el círculo para no ser inscritos por él. La


pretensión de eliminar las contradicciones, las antinomias, se demuestra ilusoria.
Querer romper la circularidad nos lleva a caer de nuevo bajo el principio de disyun-
ción/reducción.

Conservar la circularidad es “respetar las condiciones objetivas del conoci-


miento humano”, que conlleva siempre paradoja e incertidumbre. La circularidad
nos permite un conocimiento que reflexiona sobre sí mismo, transformando el cír-
culo vicioso en círculo virtuoso. Hay que velar, como nos recuerda Morin, por no
apartarse de la circularidad: “El círculo será nuestra rueda, nuestra ruta será espi-
ral”.

La insuperable pretensión de enciclopedismo no debe ser tomada en términos


puramente acumulativos, se trata ahora de poner el saber en ciclo, articular lo que
esta disociado y debería estar fundamentalmente junto.

Necesitamos reaprender a aprender, constituyendo “un principio organizador


del conocimiento que asocia a la descripción del objeto, la descripción de la des-
cripción, y el desenterramiento del descriptor. Nos encontramos ante el nacimiento
de un nuevo paradigma: el Paradigma de la Complejidad, que se empieza a gestar
en las crisis que afectan al conocimiento en nuestro siglo. Un Paradigma que acepta
“que el único conocimiento que vale es aquel que se nutre de incertidumbre y que el
único pensamiento que vive es aquel que se mantiene a la temperatura de su propia
destrucción.”

El mundo físico nos ofrece un ejemplo de cohabitación entre Orden y Caos. Así
las estrellas, son a la vez formidables máquinas de relojería - producen Orden, Or-
ganización - son Cosmos, y también son auténtico Caos: son fuego ardiendo en una
autoconsumición insensata, se crean, se autoorganizan en la temperatura misma de
su destrucción, viven en la catástrofe continua.

También podríamos decir esto de algo más cercano a nosotros, de nosotros


mismos, otra vez Caos y Orden, otra vez resultamos complejos.

El Caos que se gesta en las estrellas produce interacciones, que, a su vez, per-
miten los encuentros que se traducen en Organización: los átomos. La relación Ca-
os/Interacción/Organización/Orden está presente en todos los fenómenos comple-
jos, se convierte en Tetrálogo. El Orden y el Desorden se coproducen mutuamente,
se necesitan; mantienen una relación solidaria, una relación que es genésica. Y la
genesis no ha cesado, seguimos estando en la nube que se dilata, en un universo que
sigue en expansión.

La complejidad surge en las ciencias físicas, paradójicamente las más reducto-


ras, y precisamente por eso mismo. El 2º principio de la Termodinámica, el univer-
so en expansión de Hubble, la Teoría de la Relatividad, constituyen algunas de las
fisuras a través de las que la complejidad se abre paso en el mundo físico, son las
puertas por las que entran los conceptos de Caos, de Organización, de Expan-
sión,….que convierten en ruinas lo que se había creído un edificio sólido. Y tras
estas ruinas, nos encontramos con que toda observación, todo conocimiento, es
siempre relativo a un observador, a un sujeto que conceptúa. Un observador que no
es un ente puro, y que no puede desasirse de sus condicionamientos bio-
antropológicos, culturales, psicológicos… De nuevo, como no, otra vez, nosotros
mismos.

Así se presenta la necesidad de articular la física a la antropo-sociología, inten-


tando construir un círculo virtuoso, siguiendo una ruta compleja, una ruta espiral.

131
El Conocimiento

La Complejidad de lo real necesita ser pensada a través de macro-conceptos, nece-


sitamos pensar mediante “constelación y solidaridad de conceptos.”

La Complejidad es el desafío, no la respuesta. El paradigma de la complejidad


es una empresa que se esta gestando, que vendrá de la mano de nuevos conceptos,
de nuevas visiones, de nuevos descubrimientos, y de nuevas reflexiones que se co-
nectaran y reunirán. Es una apertura teórica, una teoría abierta que requiere de
nuestro esfuerzo para elaborarse. Que requiere lo más simple y lo más dificil:
“cambiar las bases de partida del razonamiento, las relaciones asociativas y repulsi-
vas entre algunos conceptos iniciales, pero de las cuales depende toda la estructura
del razonamiento, todos los desarrollos discursivos posibles”.

Pensamos con Ignacio Salazar que no basta con denunciar que el desierto crece,
hay que plantar, con Morin, árboles.

Bibliografía: Obras de Edgar Morin


-El hombre y la muerte, Barcelona, Kairós, 1979

-El espíritu del tiempo, Barcelona, Taurus, 1966

-Diario de California, Madrid, Fundamentos, 1973.

-Las stars, Barcelona, Dopesa, 1972.

-El cine o el hombre imaginario, Barcelona, Seix-Barral, 1980.

-Autocrítica, Barcelona, Kairós, 1976.

-El paradigma perdido. Ensayo de Bioantropología, Barcelona, Kairós, 1974.

-El método, vol. 1, La naturaleza de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1981; vol. 2,


La vida de la vida, Madrid, Cátedra, 1983; vol. 3, El conocimiento del conoci-
miento, Madrid, Cátedra, 1988; vol. 4, Las ideas, Madrid, Cátedra, 1992

-Para salir del siglo XX, Barcelona, Kairós, 1982.

-Ciencia con conciencia, Barcelona, Antrophos, 1984.

-De la naturaleza de la URSS, Barcelona, Antrophos, 1985.

-Pensar Europa, Barcelona, Gedisa, 1988.

-Tierra-Patria, Barcelona, Kairós, 1993

-Sociología, Barcelona, Gedisa, 1997

-Introducción al pensamiento complejo, Gedisa, Barcelona, 1997.

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