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Antonio Campillo
Impreso en Uqbar
Sumario
La materia 4
La vida 30
La conciencia 55
La sociedad 76
El conocimiento 109
SOBRE LA COMPLEJIDAD EN TORNO A EDGAR MORIN Juan Carlos Villanueva Pascual 129
3
La materia
La Materia
LA NOCION DE
CAOS EN
MATEMÁTICAS. UN
PROBLEMA NO
LINEAL
Francisco Balibrea Gallego
1. Introducción
E
n el mundo del cine, de la ciencia ficción o quizás en el de la divulgación
científica, hemos asistido en los últimos tiempos a un bombardeo incesante
en torno a unos cuantos términos provenientes- de 1a literatura científica,
términos como caos, atractores extraños, efecto mariposa, impredecibilidad del
tiempo atmosférico, etc., han estado en boca de muy diferentes protagonistas. De
películas como “Chaos” de los hermanos Tavianni, el extravagante profesor de
“Parque Jurásico” de Steven Spielberg o el formidable embrollo de la comedia
“Efecto Mariposa” de Fernando Colomo. En la literatura encontramos también
ejemplos de lo mismo. El cuento “¿El aleteo de una mariposa en Nueva York puede
provocar un tlfón en Pekín?” está incluido en el libro de cuentos “L'ángelo Nero”
(1991) de Antonio Tabucchi, aunque a decir verdad, resulta complicado encontrar
relaciones entre el mismo relato y lo que su título significa. En el libro “A Sound of
Thunder” de Ray Bradbury se plantea una curiosa historia. La muerte de una mari-
posa prehistórica, con su consiguiente falta de descendencia, cambia el resultado de
la elección presidencial en Estados Unidos, en el momento presente. En la novela
“Storm” de George R. Stewart, un metereólogo recuerda el comentario de uno de
sus profesores acerca de. que un. hombre que estornudara en China podría dar lugar
a que la gente tuviera que quitar la nieve con palas en la ciudad de New York.
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La Materia
b) Confusión, desorden.
La conclusión final que podemos extraer es que las ideas sobre el caos son en
realidad ideas que fueron descubiertas en el siglo XIX y puestas de actualidad en
los años 70 en el mundo norteamericano de la Física y las Matemáticas con otro
nombre y una distinta formulación. Quizás, como en otras muchas cosas, el “mar-
ketin” norteamericano ha tenido mucha culpa en la extensión y difusión de estas
ideas.
En cambio, las ideas sobre los atractores extraños (como el corazón geométrico
donde se desarrolla el caos) sí que son novedosas de los citados años 70 y han im-
pulsado una forma nueva de abordar un problema muy importante en Física y
.Matemáticas como es el problema de la turbulencia en los fluidos.
Aunque pueda haber algún precedente, en cualquier caso poco claro, la primera
vez que se usó el término caos en un artículo de Matemáticas, fue en 1975 con la
aparición en la revista americana American Mathematical Monthly de un artículo
con el sugestivo título de “Period three implies chaos' escrito por L. Li y J. Yorke.
Aunque el artículo es interesante en sí, sin embargo tuvo mucha transcendencia de
cara a la investigación en Matemáticas por el hecho del empleo del término
“chaos”, aunque el fenómeno estudiado en dicho artículo no coincidía con el que
posteriormente se va a identificar con la noción de caos. El artículo se refería al he-
cho de que si una función continua real de variable real tiene un punto periódico de
período 3, entonces tiene puntos periódicos de todos los períodos.
Antes de pasar a un análisis más fino de estas ideas, vamos a hacer algunas pre-
cisiones sobre la terminología que estamos empleando y que emplearemos en lo que
sigue.
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La Materia
Un sistema es algo que tiene partes y que se concibe como una entidad simple. Se-
gún esta definición, no todo es un sistema:
Sin embargo la mayor parte de las cosas pueden ser vistas como sistemas de
muy diferentes tipos: el sistema solar, el sistema capitalista, el sistema métri-
co-decimal, el sistema financiero. el sistema económico mundial, el sistema cardio-
vascular, etc.
Los teoremas de Gödel pueden interpretarse como una formulación precisa del
significado de Wittgenstein.
Un sistema dinámico es uno que cambia con el tiempo. Lo que cambia en reali-
dad es el estado del sistema. A tal respecto, el sistema capitalista es dinámico (se-
gún Marx), mientras que el sistema métrico-decimal es no dinámico.
Desde las más antiguas civilizaciones hasta la relatividad general el sistema di-
námico más importante ha sido el cosmos y el problema crucial, el de encontrar su
dinámica.
1. Sistemas lineales.
2. Sistemas no lineales.
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La Materia
Los sistemas no lineales son aquellos que no presentan tal comportamiento, pe-
ro si se conoce el estado actual del sistema y una ecuación (de cualquiera de los ti-
pos señalados anteriormente) no lineal que lo modeliza, también se podrá conocer el
estado que el sistema alcanzará en el futuro.
Tanto para sistemas lineales como no lineales, si el sistema está modelado por
una ecuación diferencial o en diferencias finitas, se denomina sistema determinista,
es decir, existe una forma de determinar su comportamiento futuro dadas unas de-
terminadas condiciones iniciales. En tales circunstancias se puede esperar un com-
portamiento regular y predecible del sistema.
Pero esto no resulta ser exactamente así y ya Poincaré en 1892 descubrió que
algunos sistemas derivados de la Mecánica, cuya evolución en el tiempo está go-
bernada por las ecuaciones de Hamillton, no siguen el comportamiento regular ante-
riormente considerado, sino que por el contrario el comportamiento futuro es com-
pletamente impredecible. En esencia esto significa que si el estado de un punto
evoluciona de una forma regular con el tiempo, es de esperar que un punto próximo
al anterior lo haga de una forma parecida. Lo que posteriormente se llamó compor-
tamiento irregular o caótico es precisamente el que puntos próximos en el instante
actual. puedan tener comportamientos muy dispares en instantes futuros.
el péndulo forzado,
los fluidos cerca de la aparición de la turbulencia,
los láseres,
muchos problemas en Óptica no lineal,
uniones de Josephson,
algunas reacciones químicas,
el problema clásico de los n-cuerpos (en particular el de los tres cuerpos),
aceleradores de partículas,
plasmas sometidos a ondas no lineales interactivas,
modelos biológicos en dinámica de poblaciones,
células del corazón sometidas a excitación exterior, ...
Aunque existe probablemente una prehistoria de todas las ideas que hemos
mencionado, nosotros y para centrar las nociones, vamos a seguir la actividad de
tres científicos franceses del siglo XIX.
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La Materia
El sistema considerado por Hadamard era una especie de billar alabeado, al que
denominaremos el billar de Hadamard y en el que la mesa del mismo se ha susti-
tuido por una superficie con curvatura negativa en todos sus puntos. Realmente lo
que interesa considerar es el movimiento que tendría un punto ideal que estuviera
ligado a dicha superficie y que se moviera por la misma sin rozamiento. De esta
forma el billar de Hadamard constituye la materialización de lo que se conoce téc-
nicamente por flujo geodésico sobre la superficie de curvatura negativa.
Para tener una idea sencilla del fenómeno que ocurre en el billar de Sinai po-
demos utilizar el ejemplo de la máquina de bolas. Dos bolas que se lancen con
aproximadamente la misma dirección y velocidad pueden tener trayectorias muy
dispares. Dicha disparidad es debida a la presencia de los obstáculos en el billar.
En la época en que se conocieron los trabajos de Hadamard, uno de los que en-
tendieron las repercusiones filosóficas de los mismos fue el físico y filósofo francés
Pierre Duhem (como curiosidad. a Duhem se le debe la publicación de un trabajo
considerable que tituló: El Sistema del Mundo, Historia de las Doctrinas Cosmoló-
gicas de Platón a Copérnico en diez volúmenes. En uno de estos volúmenes publi-
cado en 1906, introdujo un apartado bajo el título de: Ejemplo de una Deducción
Matemática que nunca debe utilizarse [D].En este apartado, Duhem se refería al
cálculo de trayectorias sobre el billar de Hadamard, Tal trayectoria “nunca debe
utilizarse”, ya que cualquier pequeña incertidumbre que necesariamente está pre-
sente en la condición inicial, da lugar a una gran incertidumbre en la trayectoria cal-
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La Materia
En este modelo, existen puntos fijos en los que las variedades estables e inesta-
bles de los mismos (conjuntos de puntos cuyas órbitas cuando el tiempo crece, tien-
den al punto fijo o puntos cuyas órbitas “proceden” de los mismos) se cortaban,
Poincaré descubrió que cuando este fenómeno ocurre, las órbitas que pasan cerca de
los puntos de intersección se comportan de una forma muy complicada. Tal punto
de intersección se denomina un punto homoclínico del punto fijo. La órbita que pa-
sa por un punto homoclínico se denomina una órbita homoclínica. Cualquier órbita
homoclínica tiende hacia el punto fijo tanto para valores del tiempo hacia adelante
como hacia atrás.
Poincaré conocía lo útiles que son las probabilidades en la discusión del mundo
físico y quería saber cuales eran las fuentes del azar. Sus reflexiones le dieron varias
respuestas. Uno de tales mecanismos o fuentes posibles era el de la inestabilidad de
las órbitas.
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La Materia
Hay que poner de manifiesto que el esfuerzo realizado por Poincaré para tratar
de entender cuáles son las fuentes del azar, tiene mucha relación con el ambiente
científico que se vivía a finales del siglo XIX. En esta época, muchos físicos y quí-
micos negaban el que la materia estuviera compuesta de átomos y de moléculas.
Otros habían aceptado ya mucho tiempo atrás, el que en un litro de cualquier gas,
había un número enormemente grande de moléculas que se movían a gran veloci-
dad en todos los sentidos y que chocaban en el más espantoso de los desórdenes.
Este desorden se puede cuantificar como la suma de mucho azar en un volumen pe-
queño. Pero ¿cuánto azar? La pregunta tiene sentido y podemos responderla gracias
a la Mecánica Estadística creada hacia 1900 por el austríaco Ludwig Boltzmann y el
americano J. Williard Gibbs. La contestación a la pregunta es que la cantidad de
azar presente en un pequeño volumen de un gas viene dada por la entropía de ese
volumen de gas.
Todas estas ideas cuya génesis hemos repasado, fueron consideradas por el
mundo matemático a partir sobre todo de los años 70 por dos razones, por lo suges-
tivas que son y por el ambiente científico general que impulsó a analizarlas en el
marco teórico adecuado.
11
La Materia
Bibliografía
[AA] Arnold V.I., Avez A., Ergodic Problems of Classical Mechanlcs, Addison-
Wesley. Advanced Book Classics, 09406, 1989.
[G] Gleick J., Caos. La Creación de una Nueva Ciencia, Seix Barral, 1989.
[H] Hadmard J., “Les Surfáces à Courbure s Opposées et leurs Lignes Géodési-
ques”, J. Math. Pures et Appliquées. 4, (1989), p.p.27-73.
[S] Sinai. J., “On the Concept of Entropy of a Dynamical System”, Doklakad.
Nauk. SSSR. 124, (1959), p.p. 768-776 (En ruso).
12
DESCRIPCIÓN DE LA
MATERIA Y CAOS
Luis Calero Morcuende
Comunicación
C
omo un posible asunto para la discusión de esta tarde voy a sugerir, de una
forma cualitativa y simplificada, algunas ideas respecto del modo en que las
nuevas ciencias del caos han afrontado el problema de la descripción de la
materia. Totalidad y elemento, orden y desorden, necesidad y azar, son algunas de
las parejas de conceptos implicados que preludian el debate. Se trata de una cues-
tión importante porque, aparte de las expectativas que siempre despierta nuestra in-
vestigación del mundo físico, la propia noción de ley “científica” no es indepen-
diente de dicha descripción, por lo que puede incluso afirmarse que es el mismo
concepto de “ciencia” (y, de paso, también el de “racionalidad”) el que pretende ser
revisado. Para hacer más evidente este cambio de perspectiva me serviré de la cien-
cia tradicional o clásica como fondo de contraste.
1
Mientras la ciencia clásica intenta descomponer la materia en sus elementos
más simples, las ciencias del caos (ciencias de la complejidad) necesitan con-
siderar una complicación mayor para hacer valer sus principios. El supuesto
metodológico fundamental de la perspectiva clásica de la ciencia consiste en que,
para comprender el mundo, hay que aislar sus partes componentes hasta llegar a sus
unidades más básicas: los elementos de la materia (llámense quarks, cromosomas o
neuronas). Los científicos tradicionales descomponen la materia y examinan sus
componentes uno tras otro, considerando que este modo de ver analítico proporcio-
na una visión de la realidad en su estado puro. Y si desean conocer el modo en que
interactúan las partículas reúnen a unas pocas de ellas, considerando que ya hay su-
ficiente complicación. Como ejemplo paradigmático de esta actitud, sirva el proce-
der de la física de partículas en su intento por explorar los bloques constructivos de
la materia empleando energías cada vez más altas, escalas cada vez más reducidas y
tiempos cada vez más breves. Por contra, las nueva perspectiva del caos rompe esta
tendencia de lo científico a analizar la materia en términos de sus partes constituti-
vas y, en su lugar, propone la consideración de niveles más complejos de organiza-
ción, especialmente de sistemas dinámicos que se caracterizan por un comporta-
miento irregular, variable y discontinuo.
2
Por la importancia que conceden al cambio, puede decirse que las ciencias
del caos son ciencias del devenir antes que del ser, del proceso antes que del
estado. La física clásica (en la línea de la tradición platónica) opone “ser” a
“devenir” y “verdad” a “ilusión”. Su aspiración consiste en comprender lo inmuta-
ble más allá de las simples y cambiantes apariencias fenoménicas. El símbolo de la
inteligibilidad científica se cifraba en el comportamiento estable y ordenado. Pero
ahora, ante la nueva perspectiva, la estabilidad y la simplicidad dejan de ser la regla
se convierten en la excepción. Desde su reconocimiento de la complejidad, las nue-
La Materia
3
Respecto del tiempo, la descripción clásica de la naturaleza nos remite a un
universo fundamentalmente reversible que niega la diferencia entre futuro y
pasado; por contra, la nueva descripción de la naturaleza considera la irre-
versibilidad como una característica fundamental de la estructura del universo. La
idea de un tiempo reversible se remonta a Newton. Sus ecuaciones matemáticas pa-
ra el movimiento de los cuerpos (tanto terrestres como celestes) son de tal índole
que, con independencia de cuáles sean las posiciones y velocidades del sistema en
un momento inicial de observación, su conducta está determinada para todos los
tiempos pasados y futuros. Sin embargo, lo que no hacen dichas ecuaciones es deci-
dir que dirección constituye el pasado y el futuro de nuestro universo, despojando al
1
Balandier, G., El desorden, Barcelona, Gedisa, 1996, pp. 44-45. Considera este autor que
las ciencias del caos ya no pueden comprometerse a dar una imagen del mundo “simple y
clara”, según la prescripción de Einstein. Al abordar lo complejo y hacer hueco al devenir,
las nuevas ciencias pierden globalidad (se hacen más locales)y sus representaciones del
mundo se vuelven más fragmentadas.
14
La Materia
2
Cuando Einstein se enteró de la muerte de su amigo y confidente Michelangelo Besso, a
modo de consuelo para la familia del difunto, cuéntase que escribió lo siguiente: “Para no-
sotros, físicos convencidos, la distinción entre el pasado, el presente y el futuro es solamente
una ilusión, por persistente que sea...”. Su creencia en la intemporalidad de las leyes de la fí-
sica era tan firme que, como vemos, hasta la muerte quedaba relativizada.
3
Prigogine,I., “Enfrentándose con lo irracional”, en Proceso al azar (edición de Jorge Wa-
gensberg), Barcelona, Tusquets, 1996, p.170.
4
En las condiciones de no equilibrio, cuando el sistema disipa energía e interactúa con el
exterior, la materia se comporta de una forma radicalmente distinta, originando fenómenos
irreversibles que ponen de relieve el papel constructivo del tiempo. Algunos ejemplos bien
conocidos son la inestabilidad de Bénard y los osciladores químicos. Paralelamente, el des-
cubrimiento de los sistemas dinámicos caóticos ha operado una profunda renovación en la
dinámica que parece haber invertido el punto de vista clásico según el cual los sistemas es-
tables eran la regla y los inestables excepciones. Como afirma Prigogine, “el carácter ines-
table e irreversible pasan a ser parte integrante de la descripción en el nivel fundamental”
(Las leyes del caos, Barcelona, Crítica, 1997, p.45).
15
La Materia
Para la ciencia tradicional, el gran libro del Universo está escrito con las
5
La ciencia clásica, con sus preguntas acerca del tamaño y la duración de las
cosas, presupone que para la comprensión o representación de un objeto tie-
ne importancia la escala. Por el contrario, los defensores de las ciencias del
caos aseguran que algunos fenómenos son escalares, es decir, su irregularidad pe-
culiar (descriptible en términos de dimensión fractal) no se altera sea cual sea la
escala en que se los observe. Un hombre cuyo tamaño se duplicase, so pena de no
ver aplastados sus huesos, necesitaría una arquitectura corporal distinta. Aquí sí que
tiene importancia la escala. Mas, por ejemplo, un seísmo intenso y otro débil, una
nube grande y otra pequeña, un remolino de polvo formado en una calle y un hura-
cán visible desde el espacio, tienen ambos la misma estructura. En estos casos, bus-
car su hipotética escala característica no hace sino provocar confusión. A través de
sus exploraciones de objetos reales7, de pautas irregulares en los procesos naturales
(ruido en las transmisiones electrónicas, riadas del Nilo y precios del algodón) y de
formas infinitamente complejas (como la curva de Koch, figura con el resultado pa-
radójico de que una línea infinitamente larga rodea un área finita) Mandelbrot llegó
a la conclusión de que el grado de irregularidad permanecía constante a diferentes
5
Recordemos la conocida aseveración de Galileo en Il Saggiatore (1623): “La filosofía está
escrita en este gran libro que está abierto continuamente ante nuestros ojos (me refiero al
Universo), pero no puede ser comprendido a menos que antes se aprenda su lenguaje y se
conozcan los caracteres en que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático, y los ca-
racteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas”.
6
Con libros como Los objetos fractales (Barcelona, Tusquets, 1987), Mandelbrot atrajo la
atención de la comunidad científica sobre la presencia de las formas fractales entre los ob-
jetos naturales.
7
Mandelbrot escribió un curioso artículo con el retador título de “How long is the coast of
Britain?” en el que puso de manifiesto que, al paso que la escala de medición se hacía más
pequeña (desde la medición efectuada por un satélite hasta la que, hipotéticamente, realiza-
ría un caracol que pudiera deslizarse por todos sus contornos, pasando por la que podríamos
llevar a cabo recorriendo sus playas), la longitud media de un litoral aumenta sin límite.
16
La Materia
escalas. También desde el nuevo enfoque geométrico el mundo exhibe, pues, una
irregularidad regular: hay orden dentro del caos.
6
Al abordar el problema de las mediciones y considerar que éstas nunca se-
rían exactas, la perspectiva clásica de la ciencia supuso que podía prescindir-
se de los errores mínimos; los teóricos del caos, por contra, demostraron que
muchos sistemas físicos presentaban “dependencia sensitiva de las condiciones ini-
ciales”. La ciencia tradicional no ignoraba que nuestro conocimiento de las condi-
ciones iniciales de un sistema siempre estaría empañado por ciertas imprecisiones
pero, dada la convergencia en el modo como ocurren las cosas, pensaron que un
input aproximadamente exacto tendría que rendir siempre un output aproximada-
mente exacto. Por ejemplo, un error mínimo al fijar la posición de un cometa sólo
causaría minúsculos errores en la predicción de su próxima llegada, desviación que
continuaría siendo insignificante en el futuro. Sin embargo, ya finales del s. XIX el
matemático francés Jacques Hadamard demostró que, para ciertos sistemas, un pe-
queño cambio en la condición inicial conducía rápidamente a una modificación
sustancial de la evolución posterior del sistema, lo cual significaba que cualquier
leve error en la fijación de las condiciones iniciales haría inviable su predicción a
largo plazo. Poincaré también se hizo eco de esta misma circunstancia en Ciencia y
método (1908), excusando por su razón la poca fiabilidad de las predicciones me-
teorológicas.
7
La ciencia clásica asocia el concepto de “ley de la naturaleza” a una des-
cripción determinista y reversible en el tiempo; las ciencias del caos preten-
den generalizar dicho concepto incorporando las nociones de probabilidad e
8
Según cuenta J. Gleick en su libro Caos (Barcelona, Seix Barral, 1998, pp. 19 y ss.), a
principio de los años 60 E. Lorenz trabajaba con su ordenador Royal McBee en problemas
de simulación numérica del tiempo atmosférico. Con su tiempo de juguete demostró que una
ligerísima variación de los datos producía pautas que, representadas en la pantalla, se aleja-
ban cada vez más una de otra hasta que desaparecía cualquier atisbo de semejanza. El siste-
ma de ecuaciones que Lorenz utilizaba era estrictamente determinista. Dado un especial
punto de partida, el tiempo se desarrollaría siempre del mismo modo; dado un punto de par-
tida levemente distinto, el tiempo se desarrollaría de manera ligeramente diferente. Pero en
el sistema de ecuaciones de Lorenz los errores ínfimos (que él cometió al pretender repetir
una secuencia olvidando introducir la totalidad de las cifras decimales) resultaron catastrófi-
cos.
9
Debemos a Laplace la formulación más celebrada del determinismo clásico. En su Ensayo
filosófico sobre las probabilidades (Alianza Editorial, Madrid, 1985) afirma: “Una inteli-
gencia que en un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan a la natura-
leza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo sufi-
cientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sóla
fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más lige-
ro; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus
ojos”.
17
La Materia
10
Las leyes del caos, p.111.
11
Contrariamente a lo que sostiene Prigogine, autorizado portavoz de las doctrinas del caos,
René Thom, en polémica controversia, sostiene que las leyes científicas son necesariamente
deterministas. (Una visión divulgativa de la opinión de Thom sobre la ciencia se ofrece en
Parábolas y catástrofes, Barcelona, Metatemas, 1993).
12
Ruelle, D., Azar y Caos, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pp. 85-86. Rouelle señala que
en las ciencias ‘blandas’ todavía no se conocen ecuaciones apropiadas de evolución tempo-
ral del sistema (como ocurre en astronomía, hidrodinámica e, incluso, meteorología) ni tam-
poco registros experimentales largos y precisos que pudieran sustituirlas.
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LA INCERTIDUMBRE
COMO MATRIZ
CULTURAL
José Lorite Mena
Comunicación
Paradójicamente, y aunque las diferencias sean insalvables Ftanto por los mé-
todos como por las conceptualizaciones y el mismo vocabularioF, nuestro sentido
común está más próximo de las expectativas del conocimiento científico clásico que
de la evolución inestable del huracán. Nuestras representaciones culturales y su vo-
cabulario se ordenan siguiendo las secuencias de regularidad de los sólidos y esta-
blece relaciones causales lineales y continuas. Se trata, básicamente, de una geo-
metría euclidiana elemental a la que se superpone una física newtoniana simplifica-
da que regulan nuestra capacidad de hacernos familiar el mundo y marcan las pau-
tas del lenguaje cotidiano que habla de él. Es la forma mentis que se nos ha inculca-
do Fse inculcaF en la escuela, en nuestro mundo familiar, y que a través de los pa-
radigmas aceptables académicamente se nos presenta como una normatividad es-
tructurante e incuestionable de nuestra realidad. Es una forma tan insistente y am-
plia de hacernos presentes en las cosas que parece formar parte de la naturalidad del
mundo.
Y sin embargo estamos mucho más envueltos por fenómenos semejantes al hu-
racán «Mitch» que por realidades geométricas: los movimientos de las nubes y los
cambios climáticos, la evolución de las relaciones afectivas y los cambios en las
cotizaciones de la bolsa, la propagación de una epidemia y el vuelo de un pájaro, el
desplazamiento de clientes en el interior de «El Corte Inglés» y la caída de una hoja
en otoño empujada por el viento... Estamos más cerca de una dinámica de fluidos
que de una mecánica de sólidos. Lo irregular, lo discontinuo, lo divergente, lo
no-lineal... se entremezcla en nuestra vida cotidiana con lo regular, lo continuo, lo
convergente y lo lineal. Vivimos en el centro del caos. Más aún, podemos consi-
derarnos a nosotros mismos como un sistema privilegiado de caos. I. Prigogine hace
una constatación que, no por conocida, es menos contundente: «Es bien sabido que
el corazón tiene que ser regular, de lo contrario morimos. Pero el cerebro tiene que
ser irregular, de lo contrario tenemos epilepsia». A partir de ahí hace una extrapola-
ción teórica tajante y con una gran carga polémica: «Esto demuestra que la irregula-
ridad, el caos, conduce a sistemas complejos. No se trata de desorden. Por el contra-
rio, yo diría que el caos posibilita la vida y la inteligencia. El cerebro ha sido selec-
cionado para volverse tan inestable que el menor efecto puede conducir a la forma-
ción de orden»2.
2
Citado por J. Briggs y F.D. Peat, Espejo y reflejo: del caos al orden. Guía ilustrada de la
teoría del caos y de la ciencia de la totalidad, Barcelona, Gedisa, 19942, 166.
3
Esto independientemente de que su teoría «Orden a partir del Caos» sea o no asumida.
I. Prigogine e I. Stengers, La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia, Madrid, Alianza,
1983; I. Prigogine, La fin des certitudes, París, O. Jacob, 1996. Ver la reflexión crítica de
N.K. Hayles, La evolución del caos, Barcelona, Gedisa, 1998, 123-151.
20
La Materia
ción de conceptos abstractos. Al mismo tiempo, tanto por la dinámica existente en-
tre estos dos subsistemas (el corazón/el cerebro), como por la de cada uno de ellos
con la totalidad del organismo (corazón ↔ totalidad ↔ cerebro), las relaciones en-
tre la parte y el todo, entre lo local y lo general, no son ni uniformes ni generaliza-
bles. La aspiración a situarse en estos registros de interacción diferenciada hace
surgir el concepto de «auto-organización», que se instalaría hermenéuticamente en
ese espacio de re-equilibrio redundante de un sistema que tiene que alimentarse
permanentemente de dos, o más, subsistemas con estructuras operativas divergen-
tes4. La segunda dimensión es una dislocación radical en la separación tradicional
del orden y del desorden. Nuestras representaciones más arraigadas los sitúan como
dos absolutos irreconciliables: un interior real y significativo, y un exterior irreal e
insignificante. La teoría del caos rompe esta dicotomía tajante, obligándonos a es-
cudriñar el desorden como tensión inmanente al orden, y el orden como función
subyacente al desorden o como su resultante5. No es extraño, pues, que los estudio-
sos del caos en diferentes disciplinas tengan como preocupación común la búsqueda
del orden Fpero, claro, el concepto de orden ya ha sido modificado. Esta nueva mi-
rada sobre la interacción orden-desorden tiene una primera consecuencia básica: el
caos, contrariamente a la inercia de nuestras representaciones, no es sinónimo de
desorden, sino opuesto a determinismo o a linealidad inviolable, unívoca y reversi-
ble en los acontecimientos6. El caos hace impracticable el reduccionismo, al menos
en los sistemas complejos.
4
Cf. H. Atlan, Entre le cristal et la fumée, París, Seuil, 1979; Id., A tort et à raison, París,
Seuil, 1986; P. Dumouchel et J.-P. Dupuy (dir.), L'auto-organisation. De la physique au po-
litique, París, Seuil, 1983; G. Nicolis e I. Prigogine, La estructura de lo complejo, Madrid,
Alianza, 1994; S. Weinberg, El sueño de una teoría final, Barcelona, Gedisa, 19942; E.
Klein et M. Spiro, Le temps et sa flèche, París, Ed. Frontières, 19952.
5
De manera general, se puede decir que hay dos grandes teorías en el análisis del caos. Una
defiende el caos como una ausencia de orden de la cual puede surgir algo. El eje principal de
estos análisis es «la interpretación de la aleatoriedad como información máxima». Uno de
los representantes más conocidos de esta corriente es I. Prigogine. La otra corriente inter-
preta el caos como «una compleja configuración dentro de la cual el orden está implícita-
mente codificado». Esta corriente está vinculada al estudio de los «atractores extraños». Uno
de los autores más conocidos de esta corriente es B. Mandelbrot.
6
Cf. T. Xuan Thuan, Le Chaos et l'harmonie. La fabrication du réel, París, Fayard, 1998.
7
La expresión de N.K. Hayles, La evolución del caos, 21. También lo es «matriz cultural»,
que aparecerá después.
8
Cf. J. Briggs y F.D. Peat, Espejo...; G. Balandier, El desorden. La teoría del caos y las
ciencias sociales, Barcelona, Gedisa, 19942; J. Gleick, Chaos: Making a New Science, New
York, Viking, 1987; D. Ruelle, Chance and Chaos, Princeton University Press, 1991.
21
La Materia
afirma M. Serres, «Todo es desviación del equilibrio, salvo la nada»9. Este el eje del
problema del caos: la fisura entre ser y nada, la bifurcación constante entre identi-
dad y diferencia.
El concepto de caos es, pues, bastante caótico: su espacio son los intersticios,
las bifurcaciones, y, como tal, contiene una información máxima, una acumulación
de ruido. Exceso en el significante y deficiencia en el significado. De ahí que se ha-
ble de «archipiélago del caos»: una constelación representativa con profundas se-
mejanzas topográficas en su distribución conceptual, pero con grandes diferencias,
e incluso incomunicabilidad teórica, en la relación de esos conceptos y en el alcance
hermenéutico que se les confiere. Por eso el caos no es un conocimiento disciplina-
rio; ninguna rama del conocimiento puede considerarse el portavoz privilegiado de
un saber que acaba de empezar su desarrollo, que abarca simultáneamente a dife-
rentes áreas y que en sí mismo parece rebelde a una determinación unívoca. Es
cierto que los físicos evitan cuidadosamente hablar de «teoría del caos», y prefieren
llamarla dinámica no-lineal, teoría de sistemas dinámicos o metodología de siste-
mas lejos del equilibrio. Y no faltan razones para esa prudencia. Pero parece prefe-
rible, desde nuestra perspectiva, mantener la designación de «teoría del caos» por
varias razones. Caos es una nueva condensación significativa donde gira una gran
cantidad de conceptos que obliga, desde el momento en que se introduce epistemo-
lógicamente en un análisis, a una recomposición de las representaciones en numero-
sos aspectos. Reducirlo operativamente al solo significado de una disciplina privile-
giada sería restringir drásticamente su capacidad hermenéutica. Al mismo tiempo, y
por su efecto heurístico, el caos está permitiendo una comunicación entre discipli-
nas inexistente hasta el momento; este concepto-programa se instala, justamente, en
aquellos espacios donde la ciencia clásica había establecido la separación entre dis-
ciplinas o las había condenado a un reduccionismo estricto10. Caos es una propiedad
hermenéutica que obliga a la interdisciplinariedad11. Finalmente, si se tiene en
cuenta el interés que esta «teoría» ha despertado desde la física de partículas ele-
mentales hasta la meteorología, pasando por la biología y la literatura, o la econo-
mía y la antropología, podemos pensar que se trata de una «matriz cultural». Un es-
pacio que coagula las preguntas de una época y que dinamiza diferentes áreas de
conocimiento, aunque las respuestas sólo puedan ser provisionales y forzadamente
divergentes. Como el caos.
22
La Materia
12
Cf. E. Lorenz, «Deterministic Nonperiod Flow», Journal of the Atmospheric Sciences, 20,
1963, 130-141. Ver J. Gleick, Chaos..., 15 ss.; D. Ruelle, Chance..., cap. 10.
13
A partir de ahí empiezan los trabajos sobre un nuevo paradigma que es bautizado «Chaos»
por T. Li and J.A. Yorke: «Period three implies chaos», American Mathematical Monthly,
82, 1975, 985-992.
14
De manera general se puede decir que hay tres grandes modelos epistemológicos que
condicionan la formulación de las preguntas y la capacidad de responderlas. El siglo XVIII
está dominado por la representación del universo como un mecanismo de relojería; el siglo
XIX, como una entidad orgánica; y a lo largo del siglo XX, se empieza a ver como un in-
menso flujo turbulento. En la transición del reloj al organismo se empieza a liberar un nuevo
tipo de preguntas que permiten insistir en los enigmas del sistema newtoniano. Ver J.
Schlanger, Les métaphores de l'organisme, París, Vrin, 1971; o su aportación como editora
de Thought and Novation, University of Wisconsin Press, 1990. Su reflexión crítica se pre-
cisa en el trabajo con I. Stengers, Les concepts scientifiques, París, Gallimard, 1991.
15
Newton llegó a afirmar que «nunca le dolía tanto la cabeza como cuando trabajaba sobre
el problema de la Luna». Algunos historiadores consideran que Newton abandonó su puesto
de profesor en la Universidad de Cambridge en 1696, para ocupar un cargo administrativo
cuya función consistía en vigilar la acuñación de monedas en la Tesorería real, ante la impo-
sibilidad de resolver ese complejo problema. Cf. I. Peterson, Newton's Clock: Chaos in the
Solar System, New York, W.H. Freeman, 1993.
23
La Materia
dor del Sol porque están atraídos por su fuerza gravitatoria. Pero hay un problema:
sus cálculos sólo son satisfactorios cuando se trata de dos cuerpos; cuando hay un
tercer cuerpo siembra la discordia y los cálculos tienen deficiencias. Este es el caso
de la Luna, que soporta la fuerza de atracción del Sol y de la Tierra. Así el cálculo
más preciso que consiguió difería en 1/6 de grado de la posición real de la Luna.
Este es «el problema de los tres cuerpos» al que se enfrenta Poincaré cuando, en
1890, se presenta a un concurso convocado por la Universidad de Estocolmo. En su
trabajo, Poincaré prueba que no es posible hallar una solución al problema por me-
dio de las ecuaciones newtonianas16. Aunque las complicadas demostraciones de
Poincaré sean el terreno privilegiado de los grandes especialistas, sus consecuencias
epistemológicas son de alcance general. La base de su nueva perspectiva puede re-
sumirse, para un profano, de la manera siguiente: el método tradicional aísla frag-
mentos de realidad para analizarlos en su más mínimo detalle; a partir de ahí, la to-
talidad de lo real es reconstruida yuxtaponiendo esos fragmentos como si hubiera
una conexión continua, homogénea y necesaria. Así se pierde la memoria puntual y,
con ella, la incertidumbre que introducen las pequeñas perturbaciones en la dinámi-
ca del sistema. Como indicaba Poincaré, el estado final de un sistema depende de
una manera tan sensible del estado inicial, que una pequeña perturbación puede
modificar la trayectoria total del sistema. Es pues, imposible de prever el estado fi-
nal.
16
H. Poincaré, «Sur le problème des trois corps et les équations de la dynamique», Acta
Mathematica, 13, 1890, 1-270.
24
La Materia
Bibliografía
- Atlan, H.: Entre le cristal et la fumée, París, Seuil, 1979; A tort et à raison, París,
Seuil, 1986.
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Gedisa, 19942.
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la ciencia de la totalidad, Barcelona, Gedisa, 19942.
- Davies, P. y Gribbin, J.: The Matter Myth, New York, Simon & Schuster, 1992.
- Gleick, J.: Chaos: Making a New Science, New York, Viking, 1987.
- Hayles, N.K.: La evolución del caos. El orden dentro del desorden en las ciencias
contemporáneas, Barcelona, Gedisa, 1998.
- Mandelbrot, B.B.: The fractal Geometry of nature, New York, W.H. Freeman,
1983.
- Peitgen, H.-O. y Richter, P.H. (comps.): The Beauty of Fractals: Images of Com-
plex Dinamical System, Berlin, New York, Springer, 1986.
- Peterson, I.: Newton’s Clock: Chaos in The Solar System, New York, Freeman,
1993.
25
SOBRE LA
IMPREDECIBILIDAD
EN FÍSICA
Miguel Ortuño Ortín
Comunicación
L
os éxitos de la teoría de Newton fueron de tal magnitud y engendraron tal
confianza en la ciencia que se llegó a pensar que todos los fenómenos natu-
rales podrían ser explicados en un período de tiempo relativamente breve.
Además, los teoremas de existencia y unicidad de las ecuaciones matemáticas que
gobernaban los fenómenos conocidos de la época indujeron al error de pensar que
con un conocimiento suficientemente preciso de la situación inicial de un sistema
cualquiera (incluido el Universo) se podría calcular su evolución temporal con tanta
precisión como se deseara. El conocimiento de las fuerzas entre partículas y de las
posiciones de éstas nos permitiría predecir el futuro e incluso determinar el pasado.
Un ejemplo típico de esta situación nos lo ofrece la posición de los planetas, que
puede ser calculada con una precisión increíble; podemos, por ejemplo, datar he-
chos históricos a partir de sucesos astronómicos. El exponente más claro de este pa-
radigma mecanicista del Universo fue el matemático y físico francés Pierre Simon
de Laplace. La siguiente frase suya expresa elocuentemente dicho paradigma:
Termodinámica
El primer problema serio a la anterior visión del mundo surgió con el carácter
irreversible de las leyes de la termodinámica. Una ley física es reversible si no de-
pende del sentido del tiempo; es decir, si en un instante cambiamos el sentido de las
velocidades de la partículas de un sistema sujeto a dicha ley, éste evoluciona hacia
atrás deshaciendo exactamente los pasos del movimiento original. Mientras que to-
das las leyes físicas que describen fenómenos simples son reversibles, la segunda
ley de la termodinámica establece una flecha del tiempo. Esta ley nos dice que todo
sistema macroscópico aislado tiende a la situación de máximo desorden.
se encarga de deducir las leyes de la termodinámica a partir de las leyes físicas bá-
sicas y de un análisis estadístico del problema. Una cuestión clave consiste en dilu-
cidar el origen de la pérdida de simetría temporal.
Una primera posibilidad es que existan fuerzas, aún desconocidas, entre partí-
culas cuyas leyes no sean simétricas respecto del tiempo. Recientemente se ha in-
vestigado mucho en esta dirección, ya que se trata de una cuestión fundamental li-
gada también al predominio en el universo de la materia sobre la antimateria. Se
han encontrado ligerísimas irreversibilidades en los procesos físicos básicos que, si
bien podrían resolver la paradoja del predominio de la materia sobre la antimateria,
no pueden explicar la enorme asimetría que establece la segunda ley de la termodi-
námica.
La explicación a esta paradoja que parece más plausible hoy en día es la si-
guiente. Una situación ordenada corresponde a un número de configuraciones mi-
croscópicas tremendamente menor que el de una situación desordenada. A igual
energía total, cada configuración microscópica posee la misma probabilidad de apa-
rición. Si consideramos estados macroscópicos, los más desordenados poseen una
probabilidad tremendamente mayor que los ordenados. La asimetría temporal de la
segunda ley de la termodinámica se debe a la pérdida de información que necesa-
riamente hemos de asumir debido al enorme número de partículas involucradas.
Mecánica cuántica
27
La Materia
sión el resultado de una medida. Lo único que podemos conocer son las probabili-
dades de los distintos resultados posibles.
Caos
El concepto de caos clásico ha supuesto una revolución cultural en las últimas
décadas. Nos dice que las soluciones analíticas que conocíamos de muchos proble-
mas físicos, descritos por ecuaciones diferenciales, no constituyen la norma general,
sino que por el contrario son una excepción. A dichas soluciones les habíamos aso-
ciado una importancia excesiva, debido a que eran las únicas que sabíamos resolver
y a que nos centrábamos en modelos simplificados que pudieran ser resueltos analí-
ticamente. La mayoría de las soluciones de las ecuaciones diferenciales que descri-
ben a la naturaleza no poseen solución analítica y, además, suelen presentar caracte-
rísticas muy diferentes a las de las soluciones analíticas. Entre dichas características
sobresale la naturaleza caótica de las mismas, que conlleva necesariamente a una
impredecibilidad del problema, a pesar de que éste sea determinista.
Caos cuántico
Lo primero que se intentó en el estudio del caos cuántico fue determinar rasgos
que diferenciaran funciones de onda caóticas y no caóticas. Aunque las funciones
de onda (estacionarias) correspondientes a situaciones clásicas caóticas muestran
una compleja estructura con picos y depresiones bastante irregulares, en vez de unas
28
La Materia
29
La vida
ORDEN Y CAOS: LA
VIDA
Javier Moscoso
Taedet animam meam vitae meae
dimittam adversum me eiloquium meum1
Victoria, Requiem
En tus ojos, vida, he mirado hace un momento
F. Nietzsche, Así habló Zaratustra.
Comunicación
P
ara la mayor parte de nosotros, la vida es, antes que nada, lo que se opone a la
muerte. Las fronteras entre ambos dominios han experimentado, sin embargo,
serias variaciones y modificaciones históricas, de las que, entre otras cosas,
surgió la necesidad de una medicina forense capaz de atestiguar públicamente la ce-
sación del movimiento, de la sensibilidad, del pulso cardiaco o del impulso nervio-
so, según las escuelas y las modas. Ya sea que hablemos de la diferencia entre lo
vivo y lo inerte, entre lo animado y lo inanimado, entre lo orgánico y lo inorgánico,
para el naturalista, para el médico o para el biólogo, la vida ha sido un enigma tan
intrincado y polifacético como para los literatos, pensadores y artistas. Sería difícil
saber dónde acaba la ciencia y dónde comienza la poesía: Vivir es morirse, decía el
médico Bichat; vivir es dolerse, decía el fisiólogo Claude Bernard. La equiparación
entre la vida y el dolor, o la vida como la sensibilidad del nervio y la irritabilidad
del músculo se desarrolla al tiempo que la vida como vanidad en los cuadros de
Valdes Leal, o que la vida como camino de salvación en una conocida doctrina reli-
giosa, o como sueño en Calderón, o como envejecimiento en las Edades de la vida
de Durero, o como condena o como trampa. De la vida que se equipara al alma en la
fisiología de Stahl, podríamos pasar a la vida como sexo, como erección vital, o a la
vida como palabra y como memoria en la obra, por ejemplo, de Marcel Proust. La
solución al problema de la vida se nota en la desaparición de ese problema, decía un
pensador austríaco en un conocido libro de poemas.
Lo primero que hay que tener presente es que la “biología” como tal no surge
como una ciencia institucionalizada hasta las primeras décadas del siglo XIX,
mientras que algunas de sus disciplinas, como la biología molecular, la citología, la
etología, la genética o la ecología sólo aparecen de manera desarrollada en el siglo
XX. Antes del período clásico la vida era esencialmente una forma de organización
1
Mi alma está· cansada de la vida /y me arriesgo a hablar a pesar de todo.
La Vida
Hacia la mitad del siglo XVIII, naturalistas de muy diversa índole habían co-
menzado a reclamar una separación más estricta entre lo viviente y lo no viviente,
basada en una variable distinta que un diferente nivel de organización. Desde el
punto de vista de Buffon, de Blumenbach, de Daubenton, de Vicq d’Azyr o de An-
toine-Laurent de Jussieu, la reducción de la materia orgánica a mera res extensa ya
no se sostenía y lo viviente parecía consistir en algo más que en una específica dis-
posición orgánica de mayor o menor complejidad. Hacia mediados de siglo, la re-
ducción de la fisiología a la anatomía, de la función a la estructura o del viviente a
la máquina parecía haber tocado fondo. Se produce así la primera gran reacción an-
ti-mecanicista en el seno de las ciencias de la vida. Los opositores a la reducción de
los procesos vitales a meros procesos físicos proceden, en su mayor parte, de las fa-
cultades de medicina de Edimburgo y de Montpellier, esto es: de dos instituciones
periféricas. El fisiólogo Robert Whytt, los médicos Lacaze, Bordeu y Sauvages
ejercerán una influencia considerable en luminarias de la Ilustración como David
Hume, Diderot o Lessing. Pocos de estos vitalistas mantuvieron una posición aca-
démica de prestigio.
32
La Vida
torno a diversos estudios de física orgánica encabezados por las prominentes figuras
de Hermann von Helmholz, Emil du Boys-Reymond, Ernst Brücke y Karl Ludwig.
Desde el punto de vista de estos nuevos científicos, lo orgánico podía reducirse per-
fectamente a lo inorgánico. No se encontraron más fuerzas que las físico-químicas
presentes en el organismo; solamente había procesos mecánicos, sin espíritus recto-
res o inteligencias rectrices, la irrompible necesidad, escribía Virchow, de causas y
efectos. A estas denuncias se unió la voz del químico Justus von Liebig, que consi-
deró el vitalismo como la gran epidemia, la peste negra del siglo XIX. Dos nuevos
frentes se abrieron contra la interpretación holista y vitalista de los fenómenos or-
gánicos. El primero de ellos fue, obviamente, el mecanismo de selección natural
después de la publicación en 1859 del Origen de las Especies de Charles Darwin;
y, en el caso de Alemania, la popularización que de la llamada “revolución darwi-
niana” llevó a cabo el zoólogo Ernst Haeckel. El segundo fue el programa abierto
por Wilhelm Roux y su famosa mecánica evolutiva.
Fue a finales del siglo XIX y principios del XX que la genética mendeliana de
transmisión o reelaborada por De Vries, Tschermak y Corrensó se distinguió ple-
namente de una genética del desarrollo. Los primeros trabajos importantes en este
campo fueron obra de Richard Goldschmidt y del norteamericano Oswald Avery,
quien en 1955 consiguió demostrar que el ADN, identificado por Levene y Mori en
1924, era el portador de la información genética. Era el nacimiento de la biología
molecular. En 1962, Watson y Crick obtenían el premio Nobel por su descubri-
miento de la estructura molecular del ADN.
Historias de la biología
Para un recorrido sucinto de la biología en los siglos XIX y XX, los libros clá-
sicos son los de Colleman, Biología en el siglo XIX, y G.E Allen, Ciencias de la vi-
da en el siglo XX, publicados ambos en los breviarios del FCE. La mejor obra de
historia de las ciencias de la vida en los siglos XVII y XVIII, de Jacques Roger, no
está traducida al castellano. Este texto puede sustituirse por el de Emile Guyènot,
Las ciencias de la vida. México, Uteha, 1956. Sobre ciencias de la vida en el Rena-
cimiento, no hay un solo libro que pueda citarse expresamente. Una buena intro-
ducción es M. Grmek, La première révolution biologique, París, Payot, 1990. Tam-
bién es útil la obra de Radl, Historia de la biología, Madrid, Alianza, 1988, 2 vols.,
aunque, por supuesto, esta obra, como las clásicas de Singer, History of Biology, y
Rostand, La formation de l’Ítre. Histoire des idèes sur la gènèration. París, 1930,
ha quedado muy trasnochada. Interpretaciones más recientes de la biología en el si-
glo XIX son las de Timoty Lenor, The Strategy of Life, Dorcdrecht, Reidel, 1982 y
Franois Jacob, The Logic of Life: A History of Heredity, New York, Pantheon,
1977 o, para el siglo XX, Richard Lewontin, Biology as Ideology, The Doctrine of
DNA, NY, Harper, 1993. Para un examen de la evolución, véase Peter J. Bowler,
Evolution. The history of an Idea, California, UCP, 1989. Un libro interesante para
el desarrollo de la bioquímica es La historia de la bioquímica, de Faustino Cordón,
Madrid, Compañía Literaria, 1997. Sobre aspectos parciales de las ciencias de la vi-
da en el siglo XX, Morange, Histoire de la biologie molèculaire, París, La decou-
verte, 1994, y A. Pichot, Histoire de la notion de vie, Gallimard, París, 1993.
2
Es posible que algunos de los libros que se citan aquí en su lengua original hayan sido tra-
ducidos al castellano.
33
La Vida
Filosofías de la biología.
La filosofía de la biología, al modo americano, tiene una historia reciente, con
reflexiones sobre metodología o epistemología evolutiva. Los clásicos son los libros
de Michael Ruse, Philosophy of Biology Today, New York, Suny Press, 1988, Da-
vid Hull y M. Ruse, Philosophy of Biology, Oxford, OUP, 1998, y Eliott Sober,
Philosophy of Biology, Oxford, OUP, 1993. Aun cuando no es exactamente una fi-
losofía de la biología, remitimos también al libro de Ernst Mayer, recientemente
traducido al castellano, Así es la biología, Madrid, Debate, 1998. El lector interesa-
do, pero no especialista, encontrará·muchas reflexiones de interés en las obras de S.
J. Gould.
34
LA VIE EN BAS, O LA
VIDA COMO
DESORDEN EN LA
EDAD DE LA RAZÓN
Javier Moscoso
Comunicación
I. Introducción
De los tres conceptos que nos ocupan en la presente sesión de este ciclo de con-
ferencias -el orden, el caos y la vida-, tan sólo el primero de ellos puede legítima-
mente aplicarse al mundo moderno. La crisis de los conceptos de determinación y
causalidad, el desarrollo de la estadística, la aparición de procesos estocásticos en
física y en biología, son todos posteriores a la Ilustración. El equivalente del caos,
una noción perfectamente extraña a la modernidad, es la desviación, el desorden
natural o moral, la perversión ética o política, el salto de la naturaleza, el èclat de la
nature. Al menos desde el siglo XIII y hasta el siglo XVIII, los fenómenos físicos
son más o menos naturales, no más o menos determinados. Por eso se los clasifica,
a partir del libro III de la Summa contra gentiles, en naturales, preternaturales y so-
brenaturales. En este contexto sólo nos interesan los segundos: el dominio de los
mirabilia, de las singularidades y de los accidentes de los que Aristóteles había ne-
gado la posibilidad de una ciencia en el libro VI de su Metafísica
Tampoco la vida es un concepto apropiado antes del siglo XIX. Con anteriori-
dad a la obra de Lamarck y Treviranus, la vida se equipara y se confunde con el or-
den anatómico, con la disposición estructural de las distintas partes. Es por esa ra-
zón que la historia natural del período clásico no hablará de seres vivos, como La-
marck, que por primera vez menciona sistemáticamente la expresión étres vivants,
sino de cuerpos organizados. Una simetría entre vida y organización que oculta lo
viviente en la maquinaria de relojería de la que hablaba Fontenelle y que la anato-
mía animal y humana, de Borelli por ejemplo, explotará hasta la saciedad. La fisio-
logía no era otra cosa, según la definición que el médico Pierre Tarin ofreció para
la Encyclopèdie, que el estudio de la economía animal, el tratado del uso de las
La Vida
36
La Vida
Por lo que respecta al tema de nuestra ponencia, el monstruo que Diderot des-
cribe en sus Elementos de Fisiología como un ser contradictorio, aquél cuya organi-
zación no se ajusta con el resto del universo, sorprende por la confusión entre su via-
bilidad orgánica y su estructura anatómica aberrante. Lo que realmente asusta no es
su diferencia, sino la similitud que mantiene con el organismo normal que lo juzga. La
vida del ser desorganizado cuestiona, como ningún otro fenómeno, la reducción de los
procesos vitales a la interacción de las distintas partes. Pone en tela de juicio el orden
taxonómico y fisiológico que su propia vida contradice. Esta perspectiva que enfatiza
el estudio de la estructura anatómica aberrante es la que comparten los trabajos de mó-
dicos y anatomistas como Mauriceau, como Jean Mery, como Duverney, quien en
1706 estudia por primera vez el monstruo en tanto que organización vital singular y
no por relación a un patrón de formación anatómica. Para quien disecciona al deforme
y observa sus características anatómicas en relación con sus más que precarias funcio-
nes vitales, si es cierto que hay malfunción, también lo es que es hay una réfontionna-
lisation en el sentido de la preservación de los procesos de la economía animal de la
estructura anatómica aberrante. La monstruosidad es esencialmente viable y si la de-
formidad está anunciada por las características anormales de su medio de desarrollo,
hay también una compensación del viviente a la condición morfológica que posibilita
su sobrevivencia. Los monstruos ya no son, ni pueden ser, simples desviaciones, sino
37
La Vida
A finales del siglo XVIII, la vida ya no puede confundirse con el resultado del
ensamblaje providencial de piezas de la historia natural de Michelloti, por ejemplo,
sino que aparece como la potencia o la fuerza, como la facultad de ciertas estructu-
ras a responder activa y unilateralmente a la excitación o al dolor. Para quien ha ob-
servado impertérrito durante minutos el ojo de una ternera cuya cabeza había sido
separada experimentalmente del resto de su cuerpo, la vida aparece tan sólo como el
resultado de la irritación muscular de las partes seccionadas cuando son sometidas a
calores excesivos, a corrientes galvánicas o a descargas eléctricas. El auge de la vi-
visección en la segunda mitad del siglo XVIII, todo lo brutal que se quiera, dirigió
la mirada del fisiólogo no al conjunto de la unidad orgánica, sino a la vida particular
de cada uno de sus órganos; a la vie en bas que ha dejado ser resultado de la orga-
nización y que pasa a ser ella misma principio organizador.
38
La Vida
Los monstruos, como los cometas, como la piedra de Bolonia, como los fenó-
menos eléctricos, dejaron de ser signos, y pasaron a convertirse en evidencias. ¿Pe-
ro evidencias de qué? La respuesta está· cantada: evidencias de una norma que to-
davía no es. Si hemos comenzado por Haking, es porque este filósofo de la ciencia
comparte nuestra preocupación por la epistemología histórica. El surgimiento de la
biología a comienzos del siglo XIX no solamente se sigue de la reflexión teratológi-
ca. Otros muchos factores deberían tenerse en cuenta —como el desarrollo de la
morfología y de la anatomía comparadas, la preocupación renovada por el concepto
de clasificación natural, la profundización en la idea de refuncionalización, o el es-
tudio del registro fósil—, pero ninguno de estos hechos por sí solo explica cómo lo
que no es reductible a la organización ha pasado a ser objeto de la mirada pene-
trante del médico y del naturalista. Lo invisible, la vida, como la enfermedad, lo que
en su día fue también un signo de la presencia de un principio inmaterial vegetativo,
sensitivo o racional, se ha hecho evidente. La relación entre lo normal y lo patológi-
co, como otras muchas de las oposiciones clásicas del pensamiento, no se resuelve
por el establecimiento definitivo de la norma, sino desde el momento en que lo pa-
tológico se convierte en un principio normativo.
Bibliografía
Señalo aquí tan sólo algunas, pocas, referencias bibliográficas para el público
interesado. En estas referencias no se incluyen las que sirven para apoyar este pe-
queño texto, que se ha escrito deliberadamente sin notas.
39
ALGUNAS
CONSIDERACIONES
SOBRE LA
EVOLUCIÓN
GENÉTICA DE LA
COMPLEJIDAD
ANIMAL
Francisco J. Murillo Araujo
L
a generación de un organismo adulto multicelular, con la enorme compleji-
dad estructural y funcional evidente en muchas especies, a partir de una úni-
ca célula y mediante el proceso que conocemos como desarrollo, es sin duda
uno de los fenómenos biológicos más enigmáticos y fascinantes. No es de extrañar
que desde el renacimiento de la Genética, a principios de siglo, muchas investiga-
ciones en esta disciplina científica se enfocaran al estudio de las bases genéticas del
desarrollo. Entre otros, un objetivo importante de esas investigaciones era identifi-
car los genes “rectores” de tan complejo proceso y desentrañar su modo de opera-
ción.
Aún cuando quedan muchos enigmas por resolver, la conjunción de los méto-
dos de la “Genética clásica” y de las modernas técnicas de análisis celular y mole-
cular han servido para incrementar de forma abrumadora nuestro conocimiento so-
bre el tipo y modo de acción de los genes que regulan el desarrollo de unos pocos
organismos escogidos como “modelos”. Es el caso de la mosca Drosophila mela-
nogaster o el pequeño “gusano” (nematodo) Caenorhabditis elegans, pero también
de organismos más “complejos” como el pez cebra o el ratón.
La Vida
Hay que señalar que la aparición de los vertebrados (el gran grupo taxonómico
que incluye a peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos) requirió duplicaciones su-
cesivas de la agrupación Hox completa. Al menos, eso parece deducirse del hecho
de que en el resto del mundo animal se encuentre una sola agrupación Hox, mien-
tras que en los vertebrados se encuentran al menos cuatro agrupaciones repetidas,
cada una de las cuales contiene genes Hox de las tres clases citadas en el párrafo
anterior. Es curioso que algunos peces, como el pez cebra, contengan una agrupa-
41
La Vida
ción Hox adicional, aunque esta última parece haber perdido muchos genes (véase
figura).
La situación descrita para los genes Hox puede extenderse a muchos (aunque no
todos) de los genes que conocemos como implicados en alguna “operación básica”
del desarrollo embrionario. Quizás tal grado de conservación evolutiva no se pro-
duzca con aquellos otros genes que actúan “aguas abajo” de esas operaciones bási-
cas; por ejemplo, los genes responsables de que las extremidades de una mosca o
las nuestras sean realmente como son. Pero, paradójicamente, el conocimiento ac-
42
La Vida
tual sobre estos genes “realizadores” es mucho más limitado que el de los genes re-
guladores, y quizás nos esperen nuevas sorpresas.
En cierto modo, los datos comentados sobre la agrupación Hox pueden servir
también de ejemplo del citado principio del “reclutamiento”. La duplicación, prime-
ro del gen Hox y luego, en la línea evolutiva de los vertebrados, de la agrupación
Hox completa, demuestra que pueden generarse novedades morfológicas sin “in-
ventar” genes novedosos, sino mediante la “reiteración”, similar en cierto sentido al
reclutamiento, de la misma función molecular básica. Aunque es cierto que la du-
plicación de un gen, si bien no supone la aparición de una operación molecular nue-
va, posibilita la aparición por evolución de nuevos matices en dicha operación, co-
mo pueden ser cambios en las interacciones con otros genes, o cambios en el mo-
mento y dominio preciso del embrión en que se produce la acción del gen duplica-
do.
Casos más claros de reclutamiento son el uso repetido de genes individuales du-
rante el desarrollo de un organismo concreto. Este fenómeno ha sido ampliamente
demostrado en el desarrollo embrionario de los animales “modelos” citados ante-
riormente. Por citar sólo un ejemplo, podemos hablar de un gen llamado “Notch”.
La proteína determinada por este gen constituye un elemento esencial de una ruta de
“señalización” intercelular. Una ruta de este tipo consiste en una cadena sucesiva de
interacciones moleculares dentro de una célula que es iniciada por una “señal” ge-
nerada en una célula vecina. Como consecuencia, la célula “estimulada” sigue un
“destino de desarrollo” distinto del que hubiera seguido en ausencia de la señal. Sa-
bemos que durante el desarrollo embrionario de la mosca Drosophila el gen
“Notch” (y otros genes que participan en la misma u otra ruta de señalización) actúa
en distintas fases y en zonas distintas del embrión, mediando varias “señalizacio-
nes” entre células vecinas, aunque las señales y las repuestas de las células sean
distintas. La misma situación se produce, además, con el gen homólogo de Notch
del nematodo Caenorhabditis o de los vertebrados.
Bibliografía
Las ideas que aparecen aquí, en nada originales, están expuestas de forma más
completa en las referencias que se citan a continuación. Pido disculpas porque todas
43
La Vida
-Jacob, F. (198l):Le jeu des possibles. Essai sur la diversité du vivant, Libraire Ar-
thème Fayard.
-Shubin, N. ,Tabin, C.y Carroll, S. (1997) “Fossils genes and the evolution of ani-
mals limbs”, Nature, vol. 388, pp 639-648
44
BIODIVERSIDAD,
CRISIS Y
COMPLEJIDAD
Miguel A. Esteve Selma
Comunicación
L
a biodiversidad o diversidad biológica comprende el conjunto de organismos
vivos, comunidades y sistemas ecológicos, y sus correspondientes contenidos
genéticos, presentes en una parte o la totalidad del planeta. A pesar de la gran
aceptación social del concepto y los avances de la ciencia, se desconoce el número
exacto de especies existente en la actualidad, incluso su orden de magnitud. Si
nuestra especie dedicase un suficiente esfuerzo científico a esta contabilidad, el mi-
llón setencientas mil especies descritas hasta el momento -sin contar las descritas ya
como extintas- podría duplicarse -previsión muy conservadora- o multiplicarse por
treinta o más, según diferentes estimaciones. Esta incertidumbre afecta sobre todo a
los organismos de menores dimensiones, especialmente microorganismos y anima-
les invertebrados.
cies diarias, aunque su valor real depende fundamentalmente de: i) las estimas del
total de especies, ii) los distintos escenarios de deforestación de los bosques tropi-
cales y de sus pautas de fragmentación y iii) de las perspectivas de conservación de
determinadas áreas ricas en megadiversidad biológica. En cualquier caso, la tasa
actual de extinción sobrepasa en más de 100.000 veces la extinción de fondo espe-
rable en condiciones normales.
Estas tasas nos sitúan en la sexta gran extinción sufrida por la biosfera y renue-
va el interés por comprender la lógica de las cinco ocasiones anteriores en las que la
complejidad de formas vivas fue simplificada traumáticamente. El debate científico
actual se extiende a múltiples facetas de estos cinco procesos de extinción masiva y
de otros muchos de menor entidad y más frecuentes -unos 15-, pero fundamental-
mente se centran en las causas externas e internas que explican las extinciones ma-
sivas y en las consecuencias evolutivas de estos periodos y sus fases inmediata-
mente posteriores.
Otra simplificación habitual es asociar una gran extinción con un gran cataclis-
mo, como si las consecuencias biológicas tuvieran una reacción lineal sencilla con
la intensidad del impacto o la catástrofe -la caída de un meteorito de grandes di-
mensiones, por ejemplo-, otorgando a la naturaleza un papel esencialmente pasivo
en la dinámica de la catástrofe. Existe, efectivamente, una relación inversa entre
intensidad y frecuencia en las perturbaciones de distintos tipos, como puede obser-
varse, por ejemplo, en la faz de la Luna si analizamos el número de cráteres de dife-
rentes tamaños, lo que conviene a la lógica de las extinciones masivas: unas pocas
grandes asociadas al impacto de grandes meteoritos y un número mayor de peque-
ñas causadas por otros de menor tamaño. Pero la naturaleza es enormemente más
compleja que una suma, sin más, de actores evolutivos en un marco físico inerte.
46
La Vida
cambio, dotando al sistema de un orden complejo que le sitúa en el límite del caos.
Las restricciones impuestas para la construcción de una comunidad biológica pue-
den ser simples en lo profundo y, sin embargo, desarrollar una organización emer-
gente de comportamiento complejo ante el cambio, e incluso ante la estabilidad, en
la que la estricta contingencia histórica tiene un papel relevante.
Una naturaleza organizada hasta el límite del caos puede amplificar o minimi-
zar, según las circunstancias, cualquier suceso externo que la perturbe e, incluso,
generar ella misma fluctuaciones o cambios de considerable magnitud que precipi-
ten en procesos de extinción catastrófica. El comportamiento no lineal y complejo
de los ecosistemas invita a olvidar manidos tópicos sobre el equilibrio de la natura-
leza o una naturaleza bajo un orden cartesiano, y a construir, consecuentemente,
nuevas concepciones anti-intuitivas donde estos sistemas naturales a pesar de estar
sometidos a reglas que pueden considerarse sencillas se expresan con una compleji-
dad desconcertante y, habitualmente, impredecible, en la que únicamente es posible
hablar de metaestabilidad. Bajo esta concepción no es imprescindible buscar agen-
tes externos para las crisis biológicas, agentes cuya participación puede haber sido
más ocasional, secundaria o complementaria de lo que actualmente se cree.
Bibliografía
47
TOMANDO A
DARWIN EN SERIO
Enrique Ujaldón.
Comunicación
E
l tema que nos reúne aquí esta tarde es la “vida”, dentro de lo que esta Sema-
na de Filosofía llama las “Ciencias de la Complejidad”. Cuando se habla de
“Ciencias de la complejidad” la reacción mayoritaria es preguntar ¿y qué es
eso? Desde luego, podemos formular muchas preguntas: ¿Por qué en plural? ¿No
sería más bien el caso que todo el problema del caos y la complejidad no es si no
una prometedora rama de la matemática, con lo que el hablar de “ciencias de la
complejidad” es más bien confundente? La organización misma de la semana está
basada en que el problema de la complejidad no es solamente matemático. Pero una
cosa es que la complejidad, signifique lo que signifique, no se reduzca a matemáti-
cas y otra que nos permita hablar como si estuviesen naciendo unas nuevas ciencias
que viniesen a sustituir a nuestras antiguas conocidas, la física, la biología, la so-
ciología y demás. ¿Se está produciendo una revolución científica, como algunos
pretenden, de tal modo que estén cambiando nuestras concepciones científicas tra-
dicionales, haciendo obsoleta nuestra división tradicional de los saberes?
49
La Vida
De acuerdo con Dennett, la “idea peligrosa de Darwin” es que éste habría des-
cubierto que la vida en la Tierra, y toda la diversidad biológica, ha sido generada
por un proceso algorítmico. El gran mérito de Darwin habría sido el descubrir el
poder de un algoritmo o, con más exactitud, un conjunto de algoritmos correlacio-
nados. Un algoritmo, como todos sabemos, es un procedimiento formal y mecánico
que garantiza que, siguiendo las reglas especificadas, se alcanzan determinados re-
sultados. Así, el poner las palabras en orden alfabético es un algoritmo. Los pro-
gramas de los ordenadores son algoritmos, pero también lo son los torneos de tenis.
Podemos señalar tres rasgos fundamentales de los procesos algorítmicos:
50
La Vida
Así como es absurdo buscar la primera jirafa, es absurdo buscar la primera for-
ma viva. Parece claro que somos capaces de determinar que una piedra no está viva
y que nosotros lo estamos, pero cuando vamos explorando las formas intermedias
nos damos cuenta de que hay formas que dudamos en calificarlas como vivas o no.
La vida no es una esencia. ¿Cómo se produjo entonces lo que retóricamente llama-
mos “el milagro de la vida”? Evidentemente, de manera no milagrosa. No conoce-
mos con exactitud cuál sea la respuesta, pero ésta parece encontrarse en ciertos
elementos químicos capaces de replicar su estructura una y otra vez en un medio
propicio, tal y como hacen, por ejemplo, los cristales. Exponiendo entonces el pro-
blema muy rudamente, el éxito de la autorreplicación de un compuesto químico de-
penderá del uso que haga de los elementos que necesita y que se encuentran en su
medio. Ese compuesto se haya entonces situado en medio de un proceso de selec-
ción natural que cuando alcanza un nivel determinado de complejidad es más útil
calificarlo como de forma viva.
Pero el proceso de selección natural no se aplica sólo hacia atrás, sino que tam-
bién se aplica hacia delante. La distinción entre selección natural y selección artifi-
cial es, desde este punto de vista, difícilmente sostenible. Los seres humanos somos
tan parte del proceso natural como las hormigas y las relaciones que establecemos
51
La Vida
con nuestras ovejas o perros no son, desde el punto de vista evolutivo, diferentes a
las que cierta clase de hormigas establecen con sus pulgones. Y tan insostenible
como es la distinción entre selección natural y artificial lo es la distinción entre pro-
ductos naturales y artificiales (y aquí imagino que la argumentación tendría que ser
mucho más elaborada para convencer a mi auditorio). Los productos artificiales son
fruto de un diseño intencionado. Nuestros artefactos están construidos con un fin.
Los seres naturales no están construidos con ningún diseño intencionado, pero sí
pueden ser contemplados como artefactos, como máquinas construidas para vivir en
ciertos ambientes. Si tomamos en serio esta idea, la consecuencia es que la biología
es entonces ingeniería. Es el estudio de mecanismos funcionales, su diseño, cons-
trucción y formas de operar. Y ello no es más que el resultado de contemplar el
adaptacionismo como el corazón de la teoría de la evolución.
4.4. El adaptacionismo.
En los últimos años prestigiosos genetistas como Richard Lewontin y paleon-
tólogos como Stephen Jay Gould han criticado el adaptacionismo. La crítica en re-
sumen se basa en la idea de que el adaptacionismo es un fácil recurso para el inves-
tigador que sólo tiene que inventarse una historia que sea creíble para explicar la
evolución de cualquier cosa. Paradójicamente, la crítica es certera pero injustifica-
da. Es certera porque es verdad que puede ser un recurso fácil que sirva casi para
cualquier cosa, como algunos ejemplos de lo que se ha dado en llamar “psicología
evolutiva” parecen mostrar. Pero es injustificada porque una cosa es que el adapta-
cionismo pueda ser mal utilizado y no sea una explicación válida para todos los ca-
sos y otra es que tengamos alguna opción alternativa para explicar la diversidad y la
variabilidad de las formas vivas.
Ahora bien, ¿cómo es posible hacer compatible que la evolución sea un proceso
algorítmico si los algoritmos lo son para producir un resultado particular, con el re-
chazo de la teleología en la naturaleza y con la existencia de una exuberante diver-
sidad de formas de vida producidas en procesos que incorporan grandes dosis de
azar? La respuesta se encuentra en comprender que un algoritmo, para serlo, no tie-
ne por qué producir un resultado particular, lo que garantiza es que el resultado se
encuentra.
La evolución en la cultura.
Una correcta intelección del concepto de evolución nos debe conducir forzosa-
mente a admitir que el concepto tradicional de cultura, como algo opuesto a la natu-
raleza, es insostenible. Las distintas formas humanas de vivir y los productos gene-
rados por el hombre son tan fruto de la selección natural como los nidos de los pája-
ros, los termiteros o las presas de los castores. Lo que algunos llaman “cultura” co-
52
La Vida
mo algo que nos “saca” de la naturaleza y nos diferencia del resto de los animales
no es más que los distintos modos en que los hombres se han adaptado al medio.
Decíamos más arriba que la selección natural en cuanto que algoritmo es inde-
pendiente del medio en que se aplique. Ello muestra lo estéril del debate sobre cuál
es el verdadero sujeto de la evolución, si los genes, los organismos, las especies o
incluso los ecosistemas como conjuntos. Todos ellos pueden serlo, porque no hay
un verdadero sujeto de la evolución, si bien los diferentes niveles explicativos de-
ben ser finalmente compatibles. También, por ser el proceso de selección natural
independiente del medio en el que se aplique, es perfectamente extensible a lo que
llamamos el mundo de la cultura. Si la existencia de algunos productos típicamente
humanos depende de que sean capaces de replicarse, de reproducirse, entonces los
algoritmos evolutivos no pueden no aplicarse.
Ello nos conduce a nuestro siguiente eslabón: la psicología es también una in-
geniería. La mente no es algo misterioso en el sentido de un objeto cuya naturaleza
no pueda ser finalmente desvelada, sino una herramienta o conjunto de herramien-
tas. Biología, psicología e ingeniería son ciencias diferentes con diferentes objetos
de estudio, metodologías, conceptos, teorías, etc. Pero ello no impide que en las tres
podamos encontrar procesos subyacentes de carácter similar, y un buen ejemplo de
ello es precisamente la idea peligrosa de Darwin. Y lo que prueba tal idea es que,
por un lado, no hay diferencias esenciales entre los seres humanos y el resto de los
animales, y por otro, tampoco la hay entre nosotros y el resto de las máquinas.
Conclusión.
Como conclusión me gustaría señalar que si tomamos a Darwin en serio y si
aceptamos los cambios conceptuales a los que nos conducen los descubrimientos
que giran en torno al problema de la complejidad, entonces debemos admitir la
existencia de principios explicativos que, nos gusten o no, y yo creo que no tienen
53
La Vida
por qué disgustarnos, no están encerrados en los reductos de las disciplinas en los
que fueron formulados, sino que contribuyen a que nos formemos una imagen del
mundo más sólida y coherente.
54
La conciencia
LA CONCIENCIA Y
EL NATURALISMO
Ángel García Rodríguez
Comunicación
1.
La existencia de fenómenos mentales conscientes (como, por ejemplo, ver
un libro rojo, sentir dolor de muelas, creer que las obras de Van Gogh son
bellas, desear que el mundo sea un lugar más justo, experimentar miedo,
alegría, amor, etc.) y fenómenos no-mentales no-conscientes (como, por ejemplo, la
atracción de los cuerpos hacia el centro de la Tierra, la tendencia de un objeto en
movimiento a seguir en movimiento a no ser que una fuerza distinta haga que se
detenga, el transcurrir de las noches y los días, etc.) plantea, en principio, un pro-
blema filosófico porque existe una conexión causal especial entre determinados fe-
nómenos mentales y determinados fenómenos no-mentales, en concreto determina-
dos procesos neurofisiológicos. El problema filosófico radica, en parte, en la expli-
cación de dichas relaciones: ¿qué es lo que hace que fenómenos tan distintos pue-
dan relacionarse causalmente entre sí?
En primer lugar, dichos fenómenos han de ser fenómenos del mismo tipo, en el
sentido en que el dualismo de sustancias niega que lo sean. Es decir, los fenómenos
mentales y los fenómenos no-mentales no pueden pertenecer a dos ámbitos de la
realidad esencialmente distintos e incompatibles. Pues si fuera así, ¿cómo se podría
concebir y explicar, sin apelar a la magia o al milagro, la existencia de dichas rela-
ciones causales? Tenemos, pues, que tanto los fenómenos mentales conscientes co-
mo los fenómenos no-mentales no-conscientes han de ser fenómenos del mismo ti-
po; llamémosles “fenómenos materiales”. Pero la afirmación del materialismo no
supone la solución al problema filosófico que nos ocupa; al contrario, lo acentúa.
2.
Una estrategia bastante extendida entre los filósofos de la mente contempo-
ráneos a la hora de explicar la naturaleza de la conciencia desde una pers-
pectiva materialista es lo que podría denominarse “la solución naturalista”.
La idea general es que la conciencia es un fenómeno más del mundo natural, de
modo que habría de ser posible explicarlo de modo análogo a como se explican
otros fenómenos naturales. En concreto, las explicaciones científicas del mundo
La Conciencia
En primer lugar, fenómenos como las sensaciones de dolor, los deseos o las
creencias vienen caracterizados por el hecho de que se dan determinadas conexio-
nes con el entorno: dado un estímulo apropiado (por ejemplo, un pinchazo de una
intensidad suficiente) se produce una sensación de dolor, la cual a su vez puede dar
lugar a una conducta característica (por ejemplo, gritar, llorar, o decir “me duele”).
Así pues, las relaciones estímulo-conducta con el entorno ayudan a explicar el ca-
rácter consciente de determinados fenómenos. Pero eso no es todo. Pues, ¿qué es lo
que se relaciona con el entorno? En el caso de las sensaciones de dolor, hay un su-
jeto de dichas sensaciones: pongamos por caso, un ser humano, con su correspon-
diente estructura interna. Pero no todo lo que sucede en alguien que siente dolor es
relevante para determinar la naturaleza de la sensación de dolor. En el caso humano,
lo relevante son determinados hechos del cerebro y del sistema nervioso. En resu-
men, pues, las relaciones causales que habría que esclarecer para llegar a compren-
der la naturaleza de los fenómenos conscientes son, por un lado, las relaciones in-
ternas (neurofisiológicas, en el caso humano) del organismo en cuestión, y por otro,
las relaciones externas de ese organismo con su entorno.
3.
La solución naturalista es una estrategia atractiva, en cuanto que permite
acomodar a los fenómenos conscientes dentro del mundo natural, en la me-
dida en que los fenómenos conscientes están constituidos por relaciones
causales. Pero, ¿es esto así? Ciertamente, entre los filósofos de la mente contempo-
ráneos hay bastante consenso respecto a la idea de que la mente, los fenómenos
mentales conscientes, están constituidos por determinados hechos acerca del entor-
no del organismo en cuestión. Además, éste se halla relacionado con su entorno
mediante relaciones causales estímulo-conducta. Pero, ¿son esas relaciones causales
constitutivas de la conciencia?
57
La Conciencia
terior no sería explicativo, por su circularidad (sería como decir que la somnolencia
tras la ingestión de vino está producida por la capacidad del vino de provocar sue-
ño).
Una explicación de los fenómenos conscientes habría de incluir, entre otros as-
pectos, una explicación del papel de la conciencia en nuestras vidas. Habría de ex-
plicar, por ejemplo, que los seres humanos nos vemos los unos a los otros como se-
res conscientes, y que ello nos sirve para dar sentido a nuestras acciones cotidianas,
así como para comprenderlas. Esto no es un requisito arbitrario impuesto desde fue-
ra sobre cualquier candidato a explicación correcta de la conciencia, del mismo mo-
do que no es arbitrario pedir que una explicación correcta de la digestión dé cuenta
de cómo ayuda a la supervivencia de un organismo. No es un requisito arbitrario
porque el buscar o dar sentido a nuestro actuar cotidiano está estrechamente vincu-
lado con lo que es ser un sujeto de estados de conciencia, del mismo modo que la
supervivencia de un organismo está vinculada con el proceso digestivo. Ahora bien,
¿cómo podríamos vernos los unos a los otros como seres conscientes si la conducta
no fuese un elemento constitutivo de las sensaciones? Pues, ¿cómo podríamos lle-
gar a adscribir sensaciones, por ejemplo de dolor, a otros? El problema no es sólo
que si los demás no manifestaran su dolor no dispondríamos de la evidencia necesa-
ria para determinar que están experimentando dolor en lugar de placer (o cualquier
otra sensación). El problema, más bien, es que si las sensaciones no estuvieran
constituidas por algo distinto a la misma sensación, por algo accesible a todos no-
sotros, ni siquiera podríamos dar cuenta de la existencia de otros seres que experi-
mentan sensaciones. (Al fin y al cabo, ¿por qué no atribuimos sensaciones a una
mesa, o a una piedra? ¿Es acaso porque, al no manifestar conducta característica al-
guna, carecemos de la evidencia para determinar qué sensaciones experimentan, a
pesar de que creamos que sí son sujetos de estados de conciencia no manifestados?
58
La Conciencia
¿O es, más bien, que la atribución de sensaciones a una mesa nos resulta absurda,
dada nuestra noción de sensación, o en general de conciencia?)
4.
De la discusión anterior se pueden sacar algunas consecuencias. Primero,
consecuencias para la estrategia naturalista, pues en la medida en que las
relaciones causales con el entorno no son constitutivas de la conciencia, el
proyecto naturalista no parece capaz de proporcionar una respuesta a la pregunta
acerca de la naturaleza de la conciencia. (La solución naturalista, tal y como ha sido
caracterizada arriba, incluye además la tesis según la cual los fenómenos conscien-
tes están constituidos también por relaciones causales internas del organismo cons-
ciente en cuestión. En estas páginas no he tratado de refutar esta tesis.)
Bibliografía
Algunos de los textos clásicos que plantean el problema de la conciencia son:
59
La Conciencia
60
EL ESTUDIO DE LA
CONCIENCIA EN
PSICOFISIOLOGÍA
José María Martínez Selva
Comunicación
L
a inclusión del punto de vista de un psicofisiólogo sobre la conciencia en
unas jornadas de Filosofía dedicadas al orden y al caos parece oportuna, no
sólo porque parte de los psicofisiólogos nos dedicamos al estudio experi-
mental de aspectos o componentes de lo que en Psicología se llama “conciencia” o
“autoconciencia”, sino también porque su estudio requiere que la conciencia sea
menos caótica de lo que parece, lo que permite su abordaje científico. El resultado
de esta actividad científica puede, en último extremo, expresarse en forma de cone-
xiones más o menos estables y predictivas entre hechos. Por tanto, la actividad de
los psicofisiólogos, como la de muchos otros científicos en sus campos respectivos,
se basa en que hay algo de orden, o al menos de estabilidad y constancia, en lo que
se llama conciencia.
del sistema nervioso central. Sin este nivel de desarrollo y sin su integridad, no
puede darse la conciencia ni el conjunto de comportamientos que dependen de ella.
Es en este sentido en el que, hace ya años, los psicofisiólogos soviéticos definían a
la conciencia como una “propiedad de la materia en un estado avanzado de organi-
zación”. Otro punto de vista moderno como la llamada “teoría de la identidad neu-
ral”, que defiende la igualdad de procesos cerebrales y procesos mentales, es bas-
tante más radical y discutible.
- Conciencia entendida como “despertar”, que forma parte del continuo sueño-
vigilia, en el que se incluyen o al que se añaden otros estados, como el estado
de coma, la relajación, el esfuerzo mental, la hipnosis o también los denomina-
dos “estados alterados de conciencia”.
62
La Conciencia
Bibliografía
-J. M. Fuster (1997): “Redes de memoria”,. Investigación y Ciencia, 250, 74-83.
63
CONCIENCIA Y
CAOS
Ana Mas de Sanfélix
Comunicación
1
“Todo lo que es alma tiene a su cargo lo inanimado, y recorre el cielo entero, tomando
unas veces una forma y otras otra. Si es perfecta y alada, surca las alturas, y gobierna todo el
Cosmos. Pero la que ha perdido sus alas va a la deriva, hasta que se agarra a algo sólido,
donde se asienta y se hace con cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo en virtud de
la fuerza de aquella. Este compuesto, cristalización de alma y cuerpo, se llama ser vivo.”
Fedro, 246 c. (tr. E. Lledó Iñigo, Madrid, Gredos, 1986).
65
La Conciencia
Por si estos argumentos fueran pocos los teóricos del caos con su reivindica-
ción de una “nueva física”, nos prestan nuevas armas al señalar las deficiencias de
la concepción física que ofrecía cobertura al dualismo. Veámoslo:
66
La Conciencia
Materialismo
El materialismo es la doctrina que sostiene que, si algo existe -sean objetos o
acontecimientos-, es de naturaleza física. En su versión débil concede que los obje-
tos o acontecimientos físicos pueden poseer propiedades no-físicas (por ejemplo,
propiedades mentales). Esta sería la tesis del “Materialismo emergentista”, que
conduce inexorablemente a las mismas dificultades que anteriormente hemos seña-
lado respecto al dualista de propiedades. Por contra, el materialismo fuerte resolve-
ría los problemas de la identidad personal y de las otras mentes de manera instantá-
nea; mejor, no existirían tales problemas. En efecto, si no hay dualidad, si sólo te-
nemos propiedades físicas, el criterio de identidad personal sólo puede ser físico y
no hay “otras mentes” que conocer; no hay privacidad, luego todo conocimiento es
objetivo.
67
La Conciencia
68
La Conciencia
los estados mentales son idénticos a los estados físicos del cerebro. Todas las in-
cógnitas que giran en torno a la dicotomía físico/mental obedecerían al desconoci-
miento que persiste acerca del funcionamiento del cerebro. Cómo llevar a cabo las
identificaciones de los procesos y estados mentales, establecer su relación con la
causación de conductas u otros eventos mentales, determinar qué sea la cognición,
etc., son problemas que hallarán solución tan pronto como podamos trazar un mapa
más claro acerca del funcionamiento de nuestro cerebro. Será el avance de las cien-
cias en general, y el de la neurofisiología en particular, el que proporcione la reso-
lución de estos enigmas8.
8
Ciertos paralelismos históricos favorecen esta hipótesis. En efecto, existen precedentes re-
levantes (como la reducción que permitió establecer la equivalencia entre sonido/ondas de
presión/ondas electromagnéticas) que alientan la posibilidad de una reducción interteórica
que permita llevar a cabo la identificación entre estados mentales/estados cerebrales. El de-
sarrollo de las ciencias y de las nuevas tecnologías nos ha facilitado en muchas ocasiones un
acceso más ajustado a la realidad, y, en principio, no hay por qué dejar de suponer que en
este caso pueda ocurrir lo mismo.
69
La Conciencia
9
Davidson, D., “La mente material”, AA.VV., Mentes y Máquinas, Madrid, Tecnos, 1985,
pp.103-126.
70
La Conciencia
71
REFLEXION ACERCA DE
LA CONCIENCIA DESDE
UNA PERSPECTIVA
NEUROPSICOLÓGICA
Francisco Román Lapuente
L
a complejidad de la conducta de los seres vivos es algo realmente intrigante.
Desde los tropismos, reacciones más elementales observadas en el reino
animal, hasta las conductas humanas más complejas y las funciones cogniti-
vas que las posibilitan, como puede ser la elaboración de juicios sociales y morales,
la planificación a medio y largo plazo o la conciencia, existe un amplio repertorio
conductual. Este repertorio podemos considerarlo progresivo en complejidad. Así,
los tropismos serían las conductas más sencillas o elementales, mientras que la ela-
boración de juicios sociales o conciencia serían más complejas. En este contexto, la
complejidad conductual podríamos representarla como un continuo, en el cual un
extremo iría referido a las respuestas más sencillas (tropismos) y el otro a las más
complejas (ej. conciencia).
problemas de memoria, etc.), muestran una incapacidad para darse cuenta de dicha
incapacidad, o lo que es lo mismo, el paciente niega presentarla. El término nega-
ción lo entenderemos no como que el paciente es consciente de su situación real y
nos está mintiendo, sino como que el paciente no reconoce de forma reflexiva y en
toda su extensión las discapacidades que presenta. Así pues, el término negación lo
emplearemos a lo largo de nuestra exposición como sinónimo de conciencia.
b) Naturaleza de la discapacidad.
Existen otros caso en los que el síndrome de negación se presenta tras un trau-
matismo craneoencefálico sin que exista ni fractura de hueso ni hemorragia cere-
73
La Conciencia
bral. Con cierta frecuencia, en los pacientes con estas características, fundamental-
mente los procedentes de accidentes de circulación, algunos de ellos pierden el co-
nocimiento tras el traumatismo y cuando lo recobran ya no solo no recuerdan el ac-
cidente sino que tampoco se creen lo que les ha ocurrido. Responden con contesta-
ciones tales como “no sé” o “no me acuerdo”. Algunos, por ejemplo, no recuerdan
si están casados, pero sin embargo reconocen a su mujer y viven con ella.
Respecto a las bases neurales del síndrome de negación, en cada una de sus
formas de presentación, no son conocidas con precisión en la actualidad.
Un síntoma que suele ser común a la lesión del lóbulo parietal derecho, y que
puede ser considerado también como una incapacidad para reconocer objetos mos-
trados en planos poco familiares. Por ejemplo, una fotografía del plano lateral de un
cubo o una maceta se reconoce fácilmente, mientras que una fotografía del plano
superior se reconoce con gran dificultad, sugiriéndose que la localización neuronal
de esta deficiencia sería también el lóbulo parietal, la misma región que la pro-
puesta para la negligencia contralateral.
74
La Conciencia
La conexiones cerebrales más importantes para poder tener una adecuada con-
ciencia sobre el medio son aquellas que interrelacionan la información sensorial con
el tono emocional y la relevancia de esto para el sujeto. Estas conexiones establece-
rían relaciones entre las áreas de asociación multimodal de los lóbulos frontales, pa-
rietales y temporales, áreas de asociación paralímbicas (cingulado, orbitofrontal, pa-
rahipocámpica y polo temporal) y límbicas en el lóbulo temporal medial y diencé-
falo.
En este contexto, podríamos entender, al menos en una forma general, que si las
conexiones entre las áreas de asociación visual (las cuales posibilitan la percepción
visual de un objeto) se desconectan de las áreas límbicas (las cuales proporcionan
un tono afectivo a esa percepción) el paciente percibirá correctamente el estímulo
pero no su significado emocional y por lo tanto la verdadera relación que pueda te-
ner con él.
75
La sociedad
RACIONALIDAD,
MERCADO Y NUEVA
ECONOMÍA
POLÍTICA
Francisco Alcalá Agulló
Comunicación
premisa de la racionalidad; es decir, bajo el supuesto de que de entre todas las ac-
ciones viables, los individuos toman las que mejor permiten aproximarse a los fines
por ellos perseguidos1. Y una cuestión fundamental a determinar es bajo qué carac-
terísticas de un sistema económico -que es el conjunto de instituciones que estable-
cen las vías de interdependencia entre las acciones de los diferentes sujetos- la ra-
cionalidad individual conduce a un resultado colectivamente deseable.
El planteamiento más famoso acerca de cómo las acciones guiadas por la bús-
queda egoísta de los intereses individuales -en un cierto marco institucional- puede
conducir al máximo bienestar colectivo, es la de Adam Smith. Smith ofrece la hi-
pótesis -analizada con rigor y exhaustividad a lo largo de este siglo por la Teoría del
Equilibrio Económico General- de que un contexto institucional de mercados per-
fectamente competitivos actúa como una mano invisible que reconduce la fuerza de
los intereses egoístas en favor del bienestar colectivo: “No es la benevolencia del
carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la con-
sideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios, sino
su egoísmo...” (1776, p. 17) “Ninguno se propone, por lo general, promover el inte-
rés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. (...) Mas no implica mal alguno
para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perse-
guir su propio interés promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si
esto entrara en sus designios” (1776, p. 402).
1
Véase Alcalá (1990) para una exposición más detallada de esta cuestión.
78
La Sociedad
R NR
R 3,3 1,4
NR 4,1 2,2
Al igual que sucede en muchas otras esferas de la actividad económica, las de-
cisiones sobre explotación de recursos naturales se ven afectadas con frecuencia por
la presencia de externalidades. Como consecuencia de ello, el mercado puede no
2
Que ambos pescadores tomen la opción NR constituye el único equilibrio (en estrategias
dominantes) del juego, debido a que cualquiera que sea la acción que tome el otro, cada su-
jeto siempre consigue más capturas no respetando la época de reproducción (por ejemplo, si
el pescador 2 decidiera R, lo mejor que podría hacer el pescador 1 desde el punto de vista de
su interés particular es NR; y si por el contrario, el pescador 2 decidiera NR, nuevamente, la
acción indiviualmente racional para el pescador 1 sigue siendo NR).
3
De hecho, podemos transformar el ejemplo introduciendo un tercer sujeto -el propietario
del caladero- al que los pescadores tienen que pagar un 10% de las capturas que obtengan en
el mismo. Como propietario, este sujeto puede decidir en qué épocas del año autoriza la en-
trada de barcos. En el nuevo equilibrio del juego, la maximización de beneficios del propie-
tario del mismo le llevaría a cerrarlo en la época de reproducción. Esto mejora los resultados
de todos. En concreto, después de pagar al propietario -que cobraría en total 0,6 toneladas de
pescado- cada pescador obtendría ahora 2,7 toneladas. ¡El egoísmo y la privatización del la-
go conducen ahora a una explotación colectivamente óptima del caladero!
79
La Sociedad
Ahora bien, este funcionamiento del mercado en modo alguno asegura siempre
una explotación socialmente racional de los recursos naturales. La Teoría Económi-
ca ha analizado con detalle las circunstancias bajo las cuales el mercado no funcio-
na correctamente -es decir, coordina ineficientemente las decisiones que simultá-
neamente toman los innumerables agentes que participan en la economía- y se hace
necesaria la intervención de la Administración Pública. Una de las circunstancias
bajo las cuales no cabe esperar resultados socialmente correctos es la ya señalada de
las externalidades. En general, las empresas tienen que pagar por todos los costes
sociales que generan -es decir, los costes privados y los sociales coinciden- pero en
ocasiones alguno de ellos no es internalizado. Consideremos el caso de los residuos
industriales. Si una empresa vierte sus residuos al solar de un vecino, tendría que
pagar por ello -estaría internalizando este coste- lo cual le incentivaría a usar una
tecnología más limpia para ahorrar costes. Pero si el vertido se produce al aire o a
un río, no hay que pagar nada -el coste se externaliza- y por tanto no hay incentivos
al uso de una tecnología más limpia. Cuando se producen estas externalidades, el
mercado crea un marco de incentivos socialmente incorrecto, y los agentes econó-
micos tienden a tomar decisiones socialmente ineficientes. En estas circunstancias,
la Administración debe actuar para corregir el fallo del mercado.
80
La Sociedad
las opciones adoptadas a través de las instituciones políticas sean socialmente ópti-
mas; es decir, los mecanismos políticos de decisión colectiva pueden ser también
muy ineficientes. El análisis de este problema es uno de los campos de investiga-
ción que ha dado pie al resurgimiento de la Economía como Economía Política.
4
Para una panorámica de esta literatura, véase Miller (1997) y Levin y Nalebuff (1995).
81
La Sociedad
Bibliografía
-Lewin, S. (1996): “Economics and Psychology: Lessons for our own day from the
early twentieth century”, Journal of economic literature, 34, 1293-1323.
5
Véase, por ejemplo, Conlisk (1996), Elster (1998), Lewin (1996) y Rabin (1998).
6
La referencia clásica es Smith (1982); y una panorámica de esta línea de investigación pue-
de encontrase Hammerstein y Selten (1994).
82
La Sociedad
-Smith, J.M. (1982): Evolution and the Theory of Games, Cambridge U.P..
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EL GRAN
EXPERIMENTO:
CIENCIA Y POLÍTICA
EN LA SOCIEDAD
GLOBAL
Antonio Campillo
Comunicación
Hasta la segunda mitad del presente siglo, este proceso de modernización fue
explicado conforme a unos cuantos supuestos básicos:
85
La Sociedad
Estos cinco grandes supuestos han comenzado a ser cuestionados en las últimas
décadas, debido a una serie de acontecimientos que se han venido sucediendo a lo
largo del siglo XX.
Me limitaré a enumerar los más importantes: las dos guerras mundiales (tam-
bién llamadas guerras civiles europeas), el totalitarismo nazi y soviético, las armas
de destrucción masiva (químicas, biológicas y nucleares), la descolonización de los
países no europeos, la explosión demográfica, la pobreza de millones de seres hu-
manos, la crisis ecológica provocada por la industrialización y el consumo de ma-
sas, la quiebra vertiginosa del patriarcado, la globalización de la economía, la polí-
tica y la cultura, y, en estrecha relación con todo ello, las grandes innovaciones
científicas y técnicas (desde la física nuclear hasta la telemática, desde la ecología
global hasta la ingeniería genética), que han transformado radicalmente nuestra vida
cotidiana y nuestra comprensión del mundo.
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La Sociedad
Este nuevo modelo de análisis social obliga a replantear las relaciones entre
las diversas disciplinas científicas, incluidas las relaciones entre ciencias sociales y
ciencias naturales, y sobre todo obliga a reconocer la interconexión entre los sabe-
res expertos (sean saberes socio-económicos, bio-médicos o físico-químicos) y los
poderes sociales en conflicto (empresas, Estados, comunidades locales, organiza-
ciones civiles, etc.).
-Para empezar, en las últimas décadas se ha iniciado una nueva relación entre
el estudio historiográfico del pasado y el análisis sociológico del presente,
dando lugar a disciplinas como la historia social y la sociología histórica. So-
bre todo, la revisión crítica de la teoría de la modernización ha llevado a rees-
87
La Sociedad
88
La Sociedad
Esta última cuestión de los riesgos ecológicos globales (a la que tendríamos que
añadir los experimentos que viene realizando la ingeniería genética con plantas,
animales y seres humanos), no sólo ha puesto al descubierto el vínculo indisociable
entre sociedad y naturaleza, sino que, con ello, ha puesto también en juego un nuevo
tipo de relación entre los saberes expertos y los poderes sociales.
Este estado de cosas ha cambiado en las últimas décadas. Desde que se inventa-
ron las cámaras de gas y las armas de destrucción masiva, los científicos ya no pue-
den seguir sosteniendo la doble pretensión de una ciencia pura y de un gobierno
tecnocrático. Ya no pueden seguir sosteniendo que la investigación científica es
ajena a las luchas e intereses sociales y, al mismo tiempo, que proporciona a los es-
pecialistas una autoridad moralmente neutra. Esta insostenible paradoja se ha puesto
cada vez más de manifiesto, a medida que se han ido multiplicando los efectos no-
civos de muchas innovaciones tecnológicas, en campos tan diversos como la nergía,
las telecomunicaciones, la agroquímica, la ganadería, la pesca, los fármacos y la in-
geniería genética. Los efectos nocivos de estas innovaciones están afectando de
forma creciente al medio ambiente, a los seres vivos y en especial a los propios se-
res humanos. Como puede comprobarse en el caso del cambio climático y del lla-
mado efecto “invernadero”, el problema al que se enfrentan ahora los saberes tec-
nocientíficos ya no es la domesticación de una naturaleza salvaje, avara y amena-
zante, sino el estudio y control de los grandes riesgos globales inducidos por el
propio desarrollo tecnocientífico. La ciencia, que en el siglo pasado era ensalzada
como la mensajera de la felicidad terrenal, es ahora acusada de provocar los mayo-
res peligros de la humanidad. La crítica ya no proviene de los nostálgicos de la reli-
gión, sino todo lo contrario: de quienes se oponen a que la ciencia asuma la autori-
dad indiscutible y el poder sacrificial de las viejas religiones de salvación. Los nue-
vos críticos de la ciencia son los movimientos ciudadanos y los científicos que se
saben responsables y que ya no se escudan tras el mito de la neutralidad moral.
De este modo, los saberes expertos se están viendo forzados a actuar de forma
“reflexiva”, a ejercer la autocrítica con respecto a sus iniciales pretensiones de
conocimiento infalible y de dominio absoluto de la naturaleza. Los propios saberes
se vuelven cada vez más plurales, hipotéticos, problemáticos. La discusión y la du-
da se hacen habituales en la comunidad científica. La frontera entre los debates
científicos y los debates políticos se vuelve borrosa. Los conflictos sociales acaban
introduciéndose en el templo del saber y profanando su aura sagrada, como han
puesto de manifiesto los debates relativos al cambio climático y los más recientes
sobre los alimentos transgénicos. Ya no es posible seguir sosteniendo el círculo má-
gico que separaba la teoría y la práctica, el saber y el poder, los juicios de hecho y
los juicios de valor, el conocimiento puro y los intereses impuros, las exigencias
internas de la investigación y las exigencias externas de los grupos sociales.
89
La Sociedad
Hay algo mucho más importante, que sólo en las últimas décadas se ha puesto
de manifiesto. Si la ciencia y la política ya no pueden seguir siendo pensadas por
separado, no es sólo porque las luchas sociales atraviesen los espacios del saber si-
no también, y sobre todo, porque es el propio espacio vital en el que habitan los se-
res humanos el que se encuentra cada vez más atravesado por los saberes expertos.
En otras palabras, es el conjunto de las relaciones sociales y de las interacciones
con la naturaleza el que ha pasado a convertirse en un gigantesco laboratorio; so-
mos todos los seres humanos, más aún, todos los seres naturales que componemos
la biosfera terrestre, quienes nos encontramos expuestos a un inmenso e imprevisi-
ble proceso de experimentación. Y es precisamente por eso, porque los saberes tec-
nocientíficos han convertido a todos los seres humanos en objetos pasivos e invo-
luntarios de un gran experimento planetario, de un experimento que es a la vez físi-
co, químico, biológico, tecnológico, económico, político y cultural, por lo que los
movimientos sociales reclaman cada vez más el derecho a intervenir como sujetos
activos y reflexivos en el estudio y control de dicho experimento.
Pero esto significa que no sólo está cambiando nuestra comprensión de la cien-
cia sino también nuestra comprensión de la política. Durante los dos últimos siglos,
la política moderna (tanto la teoría política como la práctica de las instituciones po-
líticas) había venido girando en torno a tres grandes ejes: en primer lugar, los con-
flictos entre las clases sociales (y entre los partidos políticos de base clasista), que
tenían por objeto el control del Estado nacional y la distribución social de la rique-
za; en segundo lugar, los conflictos militares y diplomáticos entre los grandes Esta-
dos occidentales, que tenían por objeto el control de sus respectivas áreas de in-
fluencia colonial, comercial y cultural; por último, la confianza que todos ellos
(partidos políticos, clases sociales, y Estados nacionales) tenían depositada en el
poder ilimitado del ser humano para proyectar y gobernar científicamente su propio
destino histórico. Esta confianza en el poder ilimitado de la ciencia, junto con los
conflictos entre las clases y las naciones, han sido el núcleo teórico de las grandes
ideologías políticas modernas: el liberalismo, el nacionalismo y el marxismo.
90
La Sociedad
Bibliografía
-BAUMAN, Zygmunt, Modernidad y Holocausto, Sequitur, Madrid, 1997.
-BECK, Ulrich, La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Paidós, Bar-
celona, 1998; ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a
la globalización, Paidós, Barcelona, 1998.
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La Sociedad
-MANN, Michael, Las fuentes del poder social, I. Una historia del poder desde los
comienzos hasta 1760 d. C., Alianza, Madrid, 1991; Las fuentes del poder so-
cial, II. El desarrollo de las clases y los Estados nacionales, 1760-1914, Alian-
za, Madrid, 1997.
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ORDEN Y CAOS EN
LAS
INTERACCIONES
ECONOMIA-
NATURALEZA-
SOCIEDAD
José Carpena Guaita
Introducción
T
odos somos conscientes de la complejidad que entraña intentar comprender
la realidad natural y social que nos rodea. Esta realidad se nos muestra a me-
nudo desconcertante. A veces nos da la sensación de vivir en un mundo or-
denado, preciso, totalmente determinado y predecible (sabemos con muchos años
de antelación cuándo nos va visitar un cometa, qué recetar si un enfermo tiene unos
determinados síntomas, cómo disponer urbanísticamente una ciudad para mejorar la
calidad de vida de los ciudadanos ... ). Sin embargo, otras veces esta misma realidad
se nos aparece como caótica, imprecisa, indeterminada e impredecible (la posición
de un simple electrón en un átomo no está determinada más que dentro de un valor
probabilístico, las cepas bacterianas se hacen resistentes a los antibióticos, en nues-
tras “ordenadas” ciudades se producen atascos, delincuencia y paro, en sus alrede-
dores aparecen chabolas y vertederos...). Así pues, no es raro advertir, a menudo,
cierta dosis de confusión en el ser humano.
El paradigma cartesiano
cista con el fin de crear una ciencia natural completa y esto tiene una influencia de-
cisiva en la evolución de las ciencias humanas.
El "orden natural"
Para Rifkin (1990), los supuestos básicos de la visión mecánica del mundo po-
pularizados por Bacon, Descartes, Newton, Locke y Smith, para el cosmos, la so-
ciedad y, la economía, todavía se mantienen hoy en día. Estos supuestos pueden re-
sumirse en unas cuantas frases sencillas. En primer lugar, el universo posee un or-
den matemático preciso que puede deducirse por el examen de los movimientos de
los cuerpos celestes. Por desgracia, aquí en la Tierra la mayoría de las cosas en su
estado original se hallan sumidas en el caos y la confusión. Por consiguiente, es ne-
cesario reorganizarlas para traer a nuestro mundo el mismo orden que parece existir
en el resto del cosmos. Esto plantea la cuestión de cuál es la mejor manera de orga-
nizar la sociedad para que refleje el mismo orden que existe en el universo. La res-
puesta es utilizar los principios científicos de la mecánica para reorganizar las cosas
naturales del modo que más favorezca a los intereses materiales de los seres huma-
nos. Según Rifkin la conclusión lógica de este enfoque nuevo fue sencillamente es-
ta: “Cuanto más bienestar material logremos, más ordenado deberá volverse el
mundo”. El progreso, en consecuencia, consiste en amasar una abundancia material
cada vez mayor, con la que se obtendrá un mundo cada vez más ordenado. La cien-
cia y la tecnología son las herramientas de que disponemos para realizar esta tarea y
la naturaleza nos brinda los recursos necesarios para ello. Aprendiendo a controlar
sus ciclos naturales de materia y energía aprenderemos a dominarla. Lo natural se
identifica con lo ordenado, lo determinado y lo predecible.
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La Sociedad
¿Orden o Caos?
Al comparar esta imagen de la evolución cósmica con la biológica se produce
una aparente contradicción. ¿Quién tiene razón? ¿Evolución significa orden o ca-
os?.
95
La Sociedad
cuenta siempre que se hallan sujetos a las leyes de la naturaleza, que a su vez se
fundamentan en las leyes físicas de la materia y el universo.
Sin embargo, como sabemos, ningún sistema puede crecer a costa de nada, es
decir el crecimiento económico se hace a costa de mayor desorden en otras partes
fuera y dentro del propio sistema. Un dato muy interesante a tener en cuenta es que
normalmente se consideran los impactos ecológicos y sociales como externalida-
des, es decir, no se internalizan más que los beneficios y costes directamente rela-
cionados.
Considerando los recursos naturales como una variable interna del sistema, el
flujo y el cuadro de relaciones resultante son bien distintos, observándose con el
96
La Sociedad
Desde una perspectiva más global, una de las críticas que más se achaca a las
actuales tendencias económicas es que como eje central del crecimiento, destacan la
obligatoriedad de una competitividad continuamente en alza y una constante am-
pliación de los mercados como elementos clave para su desarrollo, supeditando a
ello cualquier tipo de consideración extraeconómica ya sea social o ambiental. Esto
conduce a una visión parcial del problema y lo delimita a la convergencia hacia
unos parámetros macroeconómicos (inflación, crecimiento del PIB, IPC, etc.) de los
que se excluyen otros que tengan en cuenta el desarrollo social y el respeto a la na-
turaleza (tasa de paro, nivel de escolarización, emisiones contaminantes, etc.).
“Desordenes” ambientales
Como apunta Tyler (1995) la disminución aguda y la degradación de los recur-
sos naturales, de los que a fin de cuentas depende toda economía, no se sustraen del
Producto Interior Bruto (PIB). Esto significa que un país puede agotar su recursos
naturales, erosionar sus suelos, contaminar sus mantos freáticos, sus bosques y
agotar toda su fauna silvestre y de pesca, y nada de eso aparece como pérdida en el
PIB del país, aun cuando así sea. Por tanto un país puede tener un PIB en rápido
aumento a la vez que es llevado hacia la bancarrota ecológica por la pérdida perma-
nente de su riqueza o caudal verdadero, que son los bienes de la Tierra.
“Desordenes” sociales
Veámoslo desde dos ópticas: los fenómenos sociales que se están produciendo
en los países del “Tercer Mundo” y los que son característicos de las grandes ciuda-
des de todo el mundo.
97
La Sociedad
Así mismo, en el año 2000 las principales concentraciones urbanas (24 sobre
30) del mundo se localizarán en países del cono sur, la gran mayoría por encima de
los 10 millones de habitantes.
Como afirma Fernández Durán “todo esto provocará una tremenda presión mi-
gratoria sobre las fortalezas de los países desarrollados, que levantarán muros de to-
das clases: económicos, físicos, policiales y hasta militares, para preservar sus te-
rritorios de esta potencial avalancha humana”.
Pero los desordenes sociales no se advierten solamente en los países del “Tercer
Mundo”. En nuestras ciudades, sobre todo en las grandes áreas metropolitanas con-
vive con el aparente orden que acompaña al desarrollo y la opulencia un “'Tercer” y
hasta un “Cuarto Mundo”.
Frente a una ciudad que debería ser un espacio socializador, equilibrador y en-
riquecedor de la personalidad humana, las grandes metrópolis modernas, “profundi-
zan la naturaleza esquizoide de la nueva personalidad urbana, incrementando la su-
perficialidad de los contactos, el carácter transitorio de las relaciones sociales y el
98
La Sociedad
• Creciente desinterés social hacia las personas que por una u otra razón
se sitúan fuera del ámbito productivo: ancianos, inmigrantes y parados.
Desde la óptica de la productividad y la competitividad son un residuo
que carece de todo valor.
Conclusión
Orden y caos forman parte de nuestra vida corno dos caras de la misma mone-
da, el devenir cosmológico caótico y, desordenado que se deriva de las leyes de la
Física Clásica se contrapone, aparentemente, con la creciente complejidad -orden-
que experimentan algunos sistemas biológicos y sociales. A pesar de esto, el au-
mento global del desorden y el caos parece inexorable según la segunda ley de la
Termodinámica.
99
La Sociedad
distantes entre sí (mecánica cuántica, inmunología del ser humano, evolución de los
lenguajes y economía).
Desde esta óptica se nos incita a considerar la absoluta dependencia entre los
sistemas tecnocientífico, económico, natural y social, considerados a escala planeta-
ria ya que nuestra aparente sensación de control, derivada del poder que nos aporta
la tecnociencia sobre el mundo tiene una segunda lectura. Junto al orden aparente
de nuestras sociedades occidentales, se contraponen los desajustes sociales y, am-
bientales tanto de los países subdesarrollados como de nuestro propio entorno in-
mediato.
Referencias
-Harris, M. (1991), Muerte, Sexo y Fecundidad, Alianza. Madrid. Citado por Fer-
nández Durán (1993), pág. 1116.
Bibliografía recomendada
Este fisico teórico, nos muestra en su libro sus apreciaciones sobre la intercone-
xión de los distintos fenómenos relacionados con el mundo físico y social. Su lectu-
ra es muy interesante puesto que manifiesta la necesidad de un enfoque más holísti-
co para la comprensión de la realidad; y lo hace desde un campo tan supuestamente
especializado como la mecánica cuántica, a la que hizo importantes contribuciones.
100
La Sociedad
En una clara alusión al texto de Schumacher, el autor pretende “poner las cosas
en su sitio” al denunciar muchas predicciones catastrofistas realizadas por el movi-
miento ecologista. Apunta que el crecimiento económico a largo plazo, es la mejor
solución para los problemas ambientales y sociales; en contra de eslóganes de moda
como el de “desarrollo sostenible”. Muy, recomendable su lectura junto con el de
Schumacher como ejercicio de crítica comparada.
101
COMPLEJIDAD EN
LA SOCIEDAD
ACTUAL
José Luis Villacañas Berlanga
Comunicación
E
n los últimos tiempos, la sociología de N. Luhmann se ha esforzado por
entregarnos una noción de complejidad capaz de reunir el rigor científico
con la intuitividad, síntesis propia de las ciencias que hablan de la reali-
dad. Es por eso que quizás convenga dirigirnos a él para conquistar una idea especí-
fica de lo que queremos decir cuando hablamos de complejidad. Esto, sin embargo,
no es cosa fácil. Luhmann, que ha muerto recientemente, ha sido capaz de crear una
obra ingente, en la que la intervención permanente en los más diversos foros no ha
retirado niveles de rigor y sistematicidad. Su primera aproximación se realizó con
motivo de tener que atender a la voz Komplexität, del Historisches Wörterbuch der
Philosophie, donde volvió a intervenir en el volumen VIII, en el artículo sobre re-
ducción de la complejidad. Luego fue su contribución a los dos volúmenes de So-
ciocybernetics, editados por Felix Geyer y Johannes van der Zouwen, editado en
Leyden, en 1978. En la revista Periodística, y en catalán, se acercó al tema de la
Complexitat social y opinió pública, en 1989, para posteriormente en 1990 llevar a
cabo su aproximación más reciente: Haltlose Complexität, de 1990. Afortunada-
mente para nosotros, la pretensión sistemática de su pensamiento ha permitido algo
sin antecedentes en los autores actuales, un gesto que casi eleva el nombre de Luh-
mann al de clásico. Un equipo de seguidores italianos del autor, motivado por Ga-
briele Pavolini, ha dado en la idea de ofrecernos una especie de glosario de los con-
ceptos fundamentales de la teoría de sistemas sociales. Este libro se editó en 1995 y
conoce una traducción española en 1996, editada en Méjico. El libro, con mucho
humor, lleva por título GLU, que por una parte se compone de las iniciales de “Glo-
sario Luhmann” y por otra simula el ruido onomatopéyico de tragar un hueso duro
de roer, como es sin duda la teoría de Luhmann. En este glosario nos vamos a apo-
yar para introducirnos en la noción de complejidad social.
Resulta claro que la nueva mirada de los idealistas era claramente democrática,
y tendía a hacer saltar por los aires el orden del antiguo régimen. Pero todos tenían
la secreta aspiración de dirigir a esas masas democráticas, desde el Estado, desde la
vanguardia del Partido o desde las SS, y de esta forma aspiraban a mantener un or-
den sobre el todo social La experiencia actual de la complejidad es claramente post-
democrática y en cierto modo es consecuencia de haberse cumplido el destino de la
sociedad de masas sin ninguna instancia dirigente, sin ningún grupo de clercs pri-
vilegiados y carismáticos. Ahora la decisión del punto de vista desde el que obser-
var a la sociedad no es tan fácil y tan sencilla. Para Hölderlin, el punto de vista
subjetivo era tan natural porque en el fondo incluía referencias intuitivas a cada
uno. Para Hegel era todavía más fácil porque el sujeto no era finito, sino espíritu
objetivo. Para Marx, la vanguardia del partido gozaba del privilegio de la ciencia
social, esto es, de la verdad del capitalismo. Así podíamos seguir.
103
La Sociedad
Para Luhmann las cosas son diferentes. Una unidad dada puede tener muchos
elementos, potencialmente relacionados entre sí de muchas maneras. Curiosamente,
el universo de Luhmann es parecido al de Nicolás de Cusa. Desde el punto intuitivo
democrático de Hölderlin, la sociedad se debería forjar en una red infinita de rela-
ciones. Para los filósofos aparentemente más sensatos que le siguieron, la sociedad
debería limitar las relaciones que desplegara un grupo de sabios. Para Luhmann, y
para nosotros, se impone la evidencia de que una sociedad como la Höldelrin sería
utópicamente democrática y moriría por su propio peso. Una sociedad como la de
Hegel, la de Marx o la Hitler es inaceptablemente totalitaria. Así que tenemos un
dilema: no nos sirve ni la experiencia de complejidad de Hölderlin, inspirada en un
panteísmo democrático, ni las formas idealistas con que se intentó superar ese des-
centramiento de la vida social.
3.– Organización.
Si partimos de una existencia potencialmente infinita de elementos, la elección
no tiene como meta destacar un punto de vista dominante o privilegiado, sino que
tiene una misión previa: destacar aquellos elementos que efectivamente se ponen en
relación. Existencia no implica panteísmo, esto es, unidad efectiva de todo con to-
do. La decisión, de una manera u otra, deja fuera de las relaciones de la unidad mu-
chos elementos que constituyen esa unidad. Complejidad es una noción de autocon-
ciencia social, y ésta deja en el inconsciente social muchos elementos sueltos, sin
relacionar, libres. Por eso, el punto dominante en todo esto no es el perspectivismo
de cualquiera de los elementos subjetivos, sino el del observador que recoge los
elementos en relación seleccionados. Todas las paradojas del psicoanálisis en rela-
ción con la teoría psicológica son otros tantos retos para la teoría social.
Podemos decir que la complejidad es una construcción que coincide con la au-
topoiesis , y en esto se parece a la propia historia personal. De ella surge la diferen-
cia sentido–sinsentido, y con ella la diferencia propia entre sistema y ese punto cie-
go, ese punto de la diferencia, que es el entorno. La noción para esa unidad de sen-
tido y sin-sentido, de autoorganización y de azar, de sistema y de entorno, de cierre
y campo abierto es la de mundo. Por eso lo propio de la vida del sistema es la com-
plejidad, esto es, la inexistencia de una coincidencia punto por punto con los esta-
dos del sistema y los estados del entorno. El mundo así, por principio, no puede ser
dominado por el sistema. Es más, la percepción de sentido supone una decisión de
relaciones que implica siempre un riesgo para la supervivencia del sistema. De re-
pente, algo de lo que queda en el entorno, ciego como sin-sentido, puede emerger
como sentido ajeno al que ha constituido la organización, y desestabilizarla o ame-
nazarla. Como ya indiqué, la noción de complejidad es una forma de estar alerta
contra la complacencia del sistema en sí mismo.
104
La Sociedad
Por todo eso, pronto se planteará al sistema la gestión de esa complejidad que él
mismo tiende a aumentar. Los límites para percibir un sentido nítido, y por tanto, la
carga de complejidad que un sistema puede integrar sin caer en el caos, depende su
capacidad para reducir la complejidad. Una complejidad se reduce cuando una serie
de relaciones entre elementos significativas puede reconstruirse con un número más
reducido de relaciones. La forma inicial de reducir la complejidad del sistema polí-
tico fue, por ejemplo, la propuesta de la representación política. De esta manera, la
reducción de complejidad es la forma específica en que se mantiene la complejidad
bajo límites eficaces y tolerables. Para que se produzca esta operación reductora se
requiere ante todo que el sistema se dote de una estructura, que podemos definir
como un alto nivel de evolución. Mediante esta estructura, el sentido deja de ser un
evento y puede repetirse manteniendo su identidad, dándole al sistema una estabili-
dad dinámica. Por ello la estructura implica al mismo tiempo una expectativa de
comunicación, esto es, de actualización del sentido posible en el sistema. El sistema
permite comunicaciones justo porque la estructura genera expectativas. La estructu-
ra está por eso atravesada por el tiempo, supone memoria, experiencia y futuro. Una
estructura puede cambiar y aprender, puede reducir la complejidad de una forma tal
que la mantenga, que la aumente incluso. Pero puede desechar elementos, mantener
cosas en el inconsciente, dejar sin significado actual otros significados potenciales.
De hecho, la base misma de la evolución reside en esta mutación estructural, por la
cual el sistema reduce las relaciones significativas a menos elementos, sin eliminar
capacidad de comunicación con el entorno.
105
La Sociedad
106
La Sociedad
medida en que todas las funciones tienen validez social, todas son fundamentales
para la sociedad, pero ninguna puede imponer silencio a las demás, ni erigirse en la
dominante. La consecuencia es que la sociedad no puede definirse por un sistema
de información, ni por un sistema de sentido, ni por una autodescripción única. La
ventaja de esta sociedad es que, al tener cada subsistema su forma de observar el
entorno, aumentan la complejidad que pueden soportar, pero sólo sobre la base de
que el resto de los subsistemas sociales realicen bien su propia función. Pero la des-
ventaja es que los problemas de la sociedad global jamás se identifican, pues siem-
pre se tratan desde el punto de vista y la perspectiva de cada sistema parcial. La
sensación de reducir el riesgo sólo está fundada en la certeza de que los problemas
más relevantes de la sociedad se tratan de forma simultánea. La complejidad de re-
laciones entre sistema y entorno, ahora se multiplica por las relaciones entre siste-
mas parciales, cada uno de los cuales pueden comunicar informaciones, señales de
riesgo, que son prestaciones de un sistema a otros. Estos sistemas parciales son in-
dependientes, pero también son interdependientes, significando esta interdependen-
cia una cosa diferente para cada sistema parcial. Así, por ejemplo, el sistema eco-
nómico puede observar y prestar informaciones al sistema político de una manera
diferente a como pueda hacerlo el sistema educativo o el sistema ecológico.
Reflexión.
Sin ninguna duda, cada uno de estos sistemas puede observarse a sí mismo.
Entonces decimos que el sistema ejerce una reflexión sobre sí mismo, con el fin de
que la actualización de sentido de sus elementos aspire a comunicar la unidad del
sistema. No se trata de una reflexión sobre una operación, sino sobre el sistema
completo. Decimos entonces que el sistema es autorreferencial. De esta forma, la
contingencia no se disminuye, sino que se multiplica, pues la reflexión implica con-
frontarse con las posibilidades alternativas que toda complejidad deja fuera. Con
ello ejerce un control sobre sus propias formas de operar, pero no puede nunca ser
exhaustiva, ya que cada observación de sí multiplica las informaciones sobre las po-
sibilidades de actuación. Puede producir una autotransformación del sistema. Por
eso la reflexión está sometida a importantes paradojas, pues cuanto más se ejerce
más se tiene que ejercer, cuanto más se diferencia entre el sistema y el entorno, más
se diferencia de hecho de algo que él mismo ha construido. Así, por ejemplo, la
ciencia, como sistema de lo verdadero y lo falso, cuando se observa a sí misma, no
está en condiciones de afirmar funcionalmente la verdad o falsedad de sí misma
como sistema. Lo mismo sucede con todos los sistemas parciales, que no pueden
juzgarse a sí mismos. No se puede saber si el sistema económico es a su vez eco-
nómico o ruinoso, o si el sistema familiar potencia el amor o el desamor, o si el sis-
tema religioso hace religiosos; o si el sistema jurídico es justo. Pero a su vez estas
reflexiones no la puede hacer ningún otro sistema por ellos, por lo que el problema
es irreversible y testimonio que la sociedad global no puede reflexionar sobre sí
misma. En caso de que pudiera no podría escapar a la paradoja: ¿produce esta so-
ciedad seres sociables o insociables? Para que estas autoobservaciones pudieran
utilizarse deberían observar las distinciones que ella misma utiliza, esto es, lo ojos
con los que realiza la distinción. Así que el resultado de las paradojas de la observa-
ción es que impelen a la acción, pero la consecuencia es que las operaciones son
hasta cierto punto ciegas. Para evitar todo esto, los subsistemas funcionales se orde-
nan en programas operativos que no ponen en cuestión de forma oscilante y estabi-
lizan los sentidos de sus valores. Pero esta insistencia ya no puede olvidar su con-
tingencia y reclama verificaciones continuas.
Cuando todo esto se hace consciente decimos que cada sistema es racional, y
que éste observa en qué cambiaría él mismo y el entorno cambiando la distinción de
valor. Un sistema racional es aquel que comunica y controla los problemas creados
en el entorno por sus propias intervenciones. Pero como para cada subsistema son
107
La Sociedad
entorno todos los demás subsistemas sociales, ningún sistema puede ser racional en
sentido estricto, porque no puede hacerse cargo de todos los problemas que genera
en su entorno, y los demás sistemas no pueden comunicárselo con la misma intensi-
dad, porque no todos ellos son claramente reflexivos. Como resulta claro, el entorno
ecológico no es reflexivo al mismo nivel que el sistema político. Por tanto no están
en condiciones de comunicar y elevar a necesidad de control los problemas que,
como entorno, pueden generar respecto al sistema político. Pero aunque todos fue-
ran igualmente reflexivos, no existiría un código binario de traducción de todos las
informaciones parciales como información del sistema social. Así que ni siquiera es
posible hablar de racionalidad reducida del sistema social completo. Como dicen
los autores del Glosario, “los problemas urgentes de la sociedad actual están co-
nectados con la simultánea necesidad e imposibilidad de una racionalidad social
global” [p. 134]. Esto es: lo que sería necesario es imposible.
¿Qué puede significar racionalidad entonces? La capacidad que tienen los sis-
temas para mantener su identidad y para ser capaz de apreciar sus diferencias res-
pecto al entorno. Es racional un sistema que opera, para desplegar sus propias ob-
servaciones, con los supuestos de diferencia entre entorno y sistema, y que como
consecuencia de estas observaciones reafirma estos parámetros, los confirma, los
autoafirma. Naturalmente, esto lanza sobre toda noción de racionalidad la conse-
cuencia inevitable del constructivismo, a saber, que sólo se ve lo que el sistema
quiere ver para mantenerse en su identidad, que él construye también el entorno,
que él decide qué deja en la indiferencia, y que por tanto él decide la complejidad.
Racionalidad así no es sino la capacidad de un sistema de proseguir la autopoiesis.
Nada puede impedir, sin embargo, que la complejidad del entorno sea cada vez más
ocultadora que reveladora de potencialidades de sentido, y que, consecuentemente,
el orden y el control entre sistema y entorno sea cada vez más improbable. El peli-
gro de que la autorreferencialidad se convierta en mero autismo no puede ser des-
cubierto por el sistema. Entonces la diferencia entre el sistema y el entorno asumi-
bles por el sistema es mínima y mínima la capacidad de mantenerse en su identidad.
108
El conocimiento
RELATIVISMO
CONCEPTUAL E
INTERNISMO
Jesús A. Coll Mármol
Comunicación
U
no de los fenómenos más atractivos para la teoría del conocimiento es que
los hombres tengan creencias diferentes acerca de un mismo tema, e incluso
creencias erróneas, debido al marco social o histórico en el que se desen-
vuelven. Tal como he dicho se trata de un hecho y como tal no se puede estar en de-
sacuerdo con él. El problema para la filosofía es, como siempre, ser capaz de expli-
carlo sin crear una doctrina que genere más problemas y confusión que el fenómeno
que intenta ser explicado (cosa que suele ocurrir con cierta frecuencia). Una de es-
tas posibles explicaciones es el relativismo conceptual. En las páginas que siguen
trataré de mostrar que esta explicación, a pesar de sus supuestos atractivos, genera
una imagen errónea del conocimiento y de su relación con el mundo externo, e in-
tentaré ofrecer una perspectiva alternativa, basada en la obra de D. Davidson, que
explique la existencia de creencias contrarias en diferentes sociedades o tiempos.
1. El relativismo conceptual.
El relativismo conceptual mantiene la tesis de que el significado de las oracio-
nes de un lenguaje, sus condiciones de verdad, es relativo a un sistema de conceptos
que organiza un material dado, que, dependiendo del caso, es el mundo en sí o la
experiencia que tenemos del mismo. La metáfora de la construcción de la realidad
es la que mejor explica esta idea: el sistema de conceptos o lenguaje que adquirimos
socialmente construye un mundo que no tiene porqué existir en sí mismo tal como
es construido por ese sistema de conceptos o lenguaje. Esto tiene como consecuen-
cia la posibilidad de que existan distintos esquemas conceptuales que organicen “lo
dado” (el mundo en sí, la experiencia) de maneras alternativas: nos encontraríamos,
continuando con la metáfora de la construcción, ante edificios (mundos) diferentes
hechos de un mismo material.
Encontrar las raíces de esta posición no es tarea sencilla, pues no es única. Así,
podemos encontrar la más cercana en la crítica que hace Quine al dualismo de lo
analítico y lo sintético: dado que no podemos trazar una línea clara entre lo teórico
y lo observacional, entre lo verdadero en virtud del significado y lo verdadero en
virtud de los hechos, lo teórico (el sistema conceptual) impregna el contenido empí-
rico de nuestras teorías, lo organiza, le da forma, con lo que es imposible adentrar-
nos en un esquema conceptual alternativo al nuestro si no poseemos, si no abraza-
mos dicho esquema. Si tuviéramos que buscar un antecedente más lejano, es claro
que las ideas de un mundo en sí, de una experiencia ininterpretada o de un sistema
de conceptos que la organiza, defendida por el relativismo conceptual, nos remite a
Kant, aunque creo que es más conveniente entroncar esta posición con la tradición
epistemológica que inaugura Descartes: el internismo. Esta posición vendría a
mantener la existencia de un intermediario epistemológico entre nosotros y el mun-
do o nuestra experiencia del mismo (ya sea la mente en general o bien las ideas,
conceptos, sistemas de conceptos o lenguajes) con respecto al cual nuestras oracio-
nes significan lo que significan y adquieren su valor de verdad. La realidad tal cual
es se convierte, entonces, en algo inaccesible debido al velo de las ideas: a lo único
que tengo (tenemos) acceso es al mundo que construye nuestro sistema de concep-
tos. De ahí se sigue no sólo la posibilidad de mundos alternativos inaccesibles desde
esquemas distintos, sino, tal como lo planteaba Descartes o Hume, la imposibilidad
de saber si el mundo que construye el intermediario epistemológico se corresponde
al mundo en sí (si es que éste existe); o a la inversa, sea como fuere el mundo inin-
terpretado, éste puede no influir en la construcción del mundo que realiza mi es-
quema. Se plantea así la posibilidad del escepticismo global, posibilidad inherente
al internismo al afirmar que los estados mentales y los significados de un sujeto de-
ben ser interpretados sin referencia a nada exterior a ese sujeto.
Creo que esta forma de concebir nuestro conocimiento del mundo externo es erró-
nea. En lo que sigue expondré una serie de argumentos, debidos a Donald Da-
vidson, que niegan la inteligibilidad de esta posición. La conclusión a extraer no se-
rá la existencia de un sólo esquema que afortunadamente todos compartimos pues,
1
Winch (1970), pág. 80. Cursiva mía.
2
Kuhn (1989), pág. 99.
3
Whorf (1956), pág. 58. Cursiva mía.
111
El Conocimiento
4
Davidson (1974), pág. 183
5
Davidson (1974). Véase también Davidson (1992). Para un estudio de la filosofía de este
autor, véase Hernández Iglesias (1990) y la introducción de Carlos Moya a Davidson
(1992).
6
Davidson llama también al dualismo de esquema-contenido el tercer dogma del empiris-
mo, que surge de la desaparición de los dos primeros: a pesar de que no podamos distinguir
entre lo verdadero en virtud del significado y en virtud de la experiencia oración por ora-
ción, aún cabe la distinción entre lo teórico como un todo por un lado y el contenido empíri-
co por otro.
7
Hay que observar, además, la ininteligibilidad de la idea de organizar un único objeto: sólo
una pluralidad tiene la posibilidad de ser organizada.
112
El Conocimiento
3. Algunas conclusiones
Tal como afirma Davidson, sería un error concluir que, afortunadamente, todos no-
sotros compartimos un único esquema conceptual que media entre nosotros y una
realidad ininterpretada. Es la idea misma de esquema conceptual la que no tiene
sentido, así como la idea de una realidad ininterpretada, inaccesible como evidencia
para el conocimiento, pero al mismo tiempo material a ser organizado por un es-
quema conceptual. Desde el punto de vista epistemológico, la conclusión a extraer
es precisamente la eliminación de los intermediarios epistemológicos que inauguró
Descartes. No son las ideas, ni las percepciones, ni los estímulos sensoriales los que
8
Tal como afirma Putnam (Putnam (1981), págs. 114-5) uno se siente engañado por los de-
fensores del relativismo conceptual cuando afirman la intraducibilidad de ciertas regiones de
un lenguaje extraño al nuestro y terminan (¿podría ser de otra forma?) explicándonos esas
regiones precisamente en nuestro lenguaje.
9
Véase, para una defensa de esta posición, Kuhn (1989).
113
El Conocimiento
dan significado a mis palabras ni contenido a mis creencias. Son los objetos comu-
nes y públicos con los que convivimos y que vienen expresados en el lenguaje los
que dotan de contenido a mis creencias y hacen que éstas sean verdaderas o falsas.
El internismo se enfrenta, a mi parecer, con la misma realidad del lenguaje y del
conocimiento para poder ser formulado con claridad.
Bibliografía
Putnam, H.(1981): Reason, Truth and History, Cambridge University Press, Cam-
bridge. Hay traducción al castellano: Razón, verdad e historia, Tecnos, Madrid,
1988.
Whorf, B. (1956): Languaje, Thought and Reality, The Tecnology Press of Mass.
Institute of Tecnology, Cambridge.
114
INFORMACIÓN,
TECNOLOGÍA Y
COMPLEJIDAD
José Vicente Rodríguez Muñoz.
Comunicación
P
reparar este trabajo bajo la trama de la complejidad ha sido una apasionante
tarea pues me ha permitido realizar lecturas muy gratificantes. Si, ha llegado
a suponer una suerte de dopaje para el devenir de mis actividades cotidianas,
dado que este término normalmente se trata de soslayar.
Para recomponer estos sentimientos, los que me inquietan, tendremos que sepa-
rar los dos sustantivos: la Información y las tecnologías. Prepararemos el relato cin-
celándolos como dos monolitos por separado para finalmente integrarlos en un
mismo escenario, tal y como les corresponde.
La naturaleza de la información
Vivimos, una época de gritos y susurros, momentos en que el murmullo de las
iniciativas emergentes se suma a los pregones con que nos aferramos a los modelos
dominantes. Estamos ante una revolución silenciosa que surge en el interior mismo
del sistema, no por injerencia de ningún elemento externo a él. Veamos cómo y por
qué se dan hoy las condiciones que permiten imaginar un futuro en el que, “según
unos, el poder actual saldrá fortalecido por la disponibilidad de nuevos conoci-
mientos, pero en el que, según otros, el poder irá cambiando paulatinamente de
manos a medida que la toma de decisiones autónomas vaya convirtiéndose en
práctica habitual para un creciente número de personas”, en palabras de Gómez
Pallete. Pues bien, algunas de las causas originales de este postrero debate, sea cual
El Conocimiento
• las posibilidades para su tratamiento y transporte que ofrecen las modernas tec-
nologías.
El profesor Masuda es autor de los más sobresalientes trabajos sobre las reper-
cusiones que la citada combinación está teniendo en la configuración de una nueva
sociedad.
La información tiene éstas y otras muchas propiedades; cada autor emplea para
designarlas sus propios términos; el valor de la información no es proporcional a su
extensión, volumen o cantidad; ni su utilidad está siempre e íntimamente relaciona-
da con el tiempo; como bien en el mercado es producible (algo contra lo que las le-
yes luchan con denuedo); la información puede ser empleada al mismo tiempo por
diferentes usuarios, etc.
116
El Conocimiento
Para comprender los cambios que nos aguardan es necesario, además, reparar en la
portentosa capacidad de los modernos instrumentos de tratamiento y transmisión de
información. Desde los calculi a los ordenadores; desde la invención de la tinta al
láser; desde el papiro a las pantallas de plasma; desde las bibliotecas medievales a
las bases de datos mundiales; desde los medios de transporte terrestre a los satélites
de comunicaciones; desde Guttemberg a los periódicos electrónicos, la información
se procesa, almacena, reproduce y transmite por procedimientos cuya potencia se
multiplica a un ritmo vertiginoso.
Tecnología e incertidumbre
Entre los ingredientes de la tecnología tan compleja de nuestros días está su ca-
pacidad para generar incertidumbre, una circunstancia básica del nuevo entorno en
el que nos desenvolvemos, y, por tanto, un condicionante de la actitud de los indivi-
duos con respecto a la tecnología, lo que vale tanto como decir de los procesos de
innovación. ¿Hasta que punto se está preparado para afrontar un nivel elevado de
incertidumbre? Más globalmente, ¿se está preparado para generar la clase y la can-
tidad de complejidad necesaria para auto-organizarse en el cambiante medio tecno-
lógico?. ¿Se han comprendido bien la naturaleza de las fuerzas que condicionan y
hacen viable un proceso de innovación por medio de la tecnología?.
117
El Conocimiento
Para comprender de forma general la situación, hay que considerar que de la in-
vestigación de dos sistemas tan dispares no tiene más remedio que emerger un hí-
brido con nuevas y desconocidas propiedades. Se enfrentan dos clases de compleji-
dades, la complejidad ordenada de los mecanismos técnicos y la complejidad de-
sorganizada del hombre y de los sistemas sociales.
Complejidad de la tecnología
Por muchos esfuerzos que se hagan, y sin duda se hacen, para escamotear la
complejidad de la tecnología ante sus usuarios, todos la percibimos ahí, y como mí-
nimo nos produce respeto.
118
El Conocimiento
las tecnologías, producida por una industria agónicamente competitiva, está más
allá de la velocidad de aprendizaje social incluso técnicamente, está completamente
probado que los métodos de aplicación de toda esta tecnología caminan retrasados
en varias generaciones.
Un cerebro completo
Aunque no sea más que en forma de apunte breve, nos referimos ahora al em-
pleo de un arma cognitiva hecha a la medida para afrontar entornos desordenados y
hasta caóticos: el cerebro humano.
En realidad, las siglas C&C tienen una significación ya acuñada en la jerga téc-
nica. La emplean los japoneses para expresar la nueva tecnología de la información
resultante de la fusión progresiva de los ordenadores y las telecomunicaciones
(Computers & Comunications). La nueva organización para la innovación debe
imitar y potenciar el uso compaginado de los dos cerebros, utilizar como soporte y
motor la nueva tecnología de la información (C&C Computación y Comunicación)
119
El Conocimiento
Con todo ello se hace evidente que las organizaciones innovadoras son o serán
aquellas que desarrollen una cierta cultura racional del riesgo, un cerebro completo.
Citemos a Morin “Toda concepción ideal de una organización que no fuera más
que orden, funcionalidad, armonía, coherencia es un sueño demente de ideólogo o
de tecnócrata. La racionalidad que eliminase el desorden, la incertidumbre, el
error, no es otra cosa que la irracionalidad que eliminaría la vida”.
Conclusiones
A lo largo de este desarrollo hemos analizado un marco para el diseño de la or-
ganización en un entorno cambiante e incierto, en aspectos relacionados con la tec-
nología de la información. Concebir una organización innovadora exige conside-
rarla como un sistema vivo, que evoluciona, es decir, se hace más complejo o desa-
parece.
120
VERDAD Y
RACIONALIDAD EN
RICHARD RORTY
Alfonso Galindo Hervás
Comunicación
1. Presentación
Propongo una simplificación metodológica: dividir en tres los paradigmas des-
de los que se ha comprendido el conocimiento, la relación del hombre con la ver-
dad. En Protágoras, “el hombre es la medida de todas las cosas -khrémáta-”. En
Platón, el criterio de la verdad es trascendente: “Dios es la medida”. La noción cris-
tiana de gracia testimonia que la Verdad invisible se revela al hombre: Dios devie-
ne (también) inmanente en el Verbum.
Sin pretender un juicio completo, menos aún definitivo, sobre la filosofía plató-
nica, es sin embargo claro que para Platón sólo desde el mundo ideal es ordenable
el caótico mundo sensible, siendo la trascendencia de tal mundo lo que conduciría
al aristocratismo del saber.
1
Cfr., para una exposición detallada del pensamiento de Protágoras en esta clave, J.L. Villa-
cañas, Los caminos de la reflexión, Universidad de Murcia, Murcia, 1991, pp. 221-230.
El Conocimiento
Demasiado grosero como para parecer amable a estas alturas de siglo, el añejo
concepto de “naturaleza humana” ha debido sufrir un lavado de cara. Como señala
Hacking2, las leyes estadísticas acerca de los seres humanos, basadas en probabili-
dades, permitieron sustituir el concepto de naturaleza humana por el de “persona
normal”. A ello contribuyó la concepción hegeliana de lo real como proceso (si la
naturaleza y razón humanas se hacen en su historia, la representación del hombre
debe variar), así como el progresivo interés por las leyes del cuerpo social que con-
cretan la normalidad del hombre.
Por otro lado, la tendencia a rechazar como social y éticamente peligroso el re-
lativismo epistemológico esconde el deseo de superar la limitación “humana” del
hombre mediante un “salto” fuera de la comunidad en pos de una plataforma tras-
cendente de juicio. Este deseo de guiarse por “la naturaleza intrínseca de las cosas”
permitiría alcanzar, y estoy recordando ideas de Rorty, dos certezas objetivas bási-
cas para nuestra forma de vida: que pertenecer a nuestra especie biológica comporta
determinados “derechos” (algo no biológico), que la vinculan a una realidad no hu-
mana que le otorga dignidad y, en segundo lugar, que nuestra comunidad no puede
morir totalmente, ya que se halla orientada a la correspondencia con la realidad “tal
como es en sí”, hecho que vendría testimoniado por la convicción de que incluso si
se destruye nuestra civilización la especie volverá a capturar nuestros valores y cre-
encias, que tanto el conocimiento como el ámbito de las conquistas éticas es con-
vergente, no proliferante3.
2
Cfr. La domesticación del azar, Gedisa, Barcelona, 1991.
3
Esta idea es desarrollada por Rorty en varios escritos, a los que volveré posteriormente.
4
Una magnífica síntesis de las posturas epistemológicas de Rorty, así como de sus implica-
ciones políticas, se halla en su Objetividad, relativismo y verdad (Paidós, Barcelona, 1996),
algunas de cuyas ideas pretendo comentar en este escrito.
122
El Conocimiento
En definitiva, para Rorty, los añejos conceptos usados para explicar que la rea-
lidad está determinada son problemáticos y ejemplifican un intento de saltar fuera
de la mente y la comunidad. Frente a esto, defiende que no hay pruebas indepen-
dientes (externas a la teoría y a la comunidad) que permitan dilucidar si una repre-
sentación es exacta, lo cual no es relevante, ya que la utilidad de los términos de
una teoría no les viene de que “representen” mejor o peor, sino, más nietzscheana-
mente, de las necesidades humanas que satisfagan. Citando a Putnam y Davidson,
dirá que la idea de una realidad determinada independiente de la teoría incurre en
petitio principii, pues asume que es posible contrastar el mundo en sí con lo que se
conoce de él. Visión a la que subyacería la idea cartesiana de que el interior (mente)
es contrastable con el exterior (mundo). Para Rorty, las creencias versan “acerca
de”, lo cual no implica señalar a algo externo a ellas que esté siendo representado,
sino más bien a otras creencias relevantes para justificar las primeras.
5
Esta apelación sitúa a Rorty en la línea de Davidson, cuya “teoría de la coherencia” de la
verdad, tal como es leída por él, considera que lo que vuelve verdaderas las creencias es
otras creencias (una evidencia), no la estimulación sensorial, el mundo.
123
El Conocimiento
aún deberíamos mostrar que el lenguaje que usamos (hablar de números, hormigas
o justicia) “corta” correctamente la realidad. Mejor es que, abandonando toda pre-
tensión de trascendencia y objetividad, las teorías de la verdad se dediquen a expli-
car cómo los usos lingüísticos de los individuos encajan entre sí y con la explica-
ción acerca de la interacción de esos individuos.
4. No a la objetividad
De dos maneras, considera Rorty en su ensayo ¿Solidaridad u objetividad?,
damos los seres humanos sentido a nuestras vidas: narrando nuestra aportación a
una comunidad humana (real o imaginaria), lo que ilustraría el deseo de solidari-
dad, que no implica relacionar la comunidad con algo externo a ella; y describién-
donos como seres que están en relación con una realidad no humana, lo que ilustra-
ría el deseo de objetividad, que implica distanciarse de la comunidad y vincularse a
algo que puede describirse sin referirse a seres humanos particulares.
5. No a la verdad
La concepción pragmatista de la verdad como creencia recomendada no es una
teoría positiva sobre la verdad que la reduzca a la opinión de un grupo. Propiamen-
te, el pragmatismo declara no poseer una teoría de la verdad, sino que, en la línea de
Sobre verdad y mentira de Nietzsche, explica el valor de la indagación desde bases
éticas, no metafísicas o epistemológicas: una creencia es verdadera no porque re-
presente exitosamente la realidad, sino por ser una regla de acción que proporciona
ventajas. Rorty prolonga así la voluntad davidsoniana de desepistemologizar la no-
ción de verdad vinculándola a la justificación, de dejarla sin analizar por conside-
rarla primitiva y carente de sinónimo alguno.
124
El Conocimiento
es sino la trama de ellas. Éstas son distinguibles sólo por el grado de transformación
que provocan en el resto de nuestras creencias (es distinto comprobar que no queda
butano que mi consorte no me ama). Cuando la transformación es alta puede llegar-
se a la necesidad de confeccionar nuevos contextos, ya respetando las reglas poseí-
das, ya incluso cambiándolas. Rorty cree que tradicionalmente se ha considerado
que la ciencia y la racionalidad exigían atenerse a los contextos previos, intrínseca-
mente privilegiados, mientras que ámbitos como las artes podían modificarlos. Él se
declara libre de estas ideas. No cree que haya contextos y modos descriptivos pri-
vilegiados. Toda descripción o indagación es interpretación, recontextualización.
Tampoco es posible desnudar el objeto de sus contextos para examinar cuál le con-
viene: todo objeto está desde siempre contextualizado, todo objeto puede disolverse
en relaciones en función de nuestros fines. La indagación consistirá, entonces, en
buscar creencias que alivien la tensión que producen las que tenemos por la presen-
cia de nuevos estímulos, o sea, recontextualizar nuestras creencias.
6. Sí al etnocentrismo
Rorty ha puesto mucho interés en subrayar que el pragmatismo no es relativista
sino etnocéntrico. Según él, el relativismo entendido como la afirmación de que
cualquier creencia es tan buena como otra, se autorrefuta. Considera, en cambio,
que el término “verdadero” es unívoco, y que lo único que puede decirse de la ver-
dad o la racionalidad es describir los procedimientos de justificación que nuestra
sociedad utiliza en la indagación. Tal tesis etnocéntrica no implica la teoría de que
algo es relativo a otra cosa, sino que hay que desechar la distinción platónica entre
conocimiento (donde la verdad es correspondencia) y opinión (donde la verdad es
recomendación de las creencias justificadas).
En efecto, quien critique el etnocentrismo lo hace por ser relativista o por creer
que puede alcanzarse la “objetividad”. Ninguna de estas dos cosas es posible para
Rorty. Ser relativista presupone asumir que es posible una relación (aunque no se
de), entre creencias verdaderas y mundo, especial y diferente de la que se de entre
creencias falsas y mundo. Rorty rechazará dicha posibilidad en aras de una pers-
pectiva holista. Y pese a las apariencias de relativismo a que pudiese conducir dicha
concepción de la verdad, reclama el etnocentrismo, al considerar que necesaria-
mente privilegiamos nuestra comunidad, aunque sea imposible una justificación no
circular de ello. Esto no significa que haya que justificarlo todo, simplemente que
125
El Conocimiento
hay que partir de donde estamos, y que muchas perspectivas no podemos tomarlas
en serio. La regla de Neurath de que no podemos hacer otro barco con las tablas del
nuestro y que, por tanto, hay que abandonarlo, es fantasiosa, y sólo la asumen, se-
gún Rorty, quienes desean ser convertidos en vez de persuadidos. La comunidad
que él quiere no admite “conversiones”, sino poder ofrecer explicaciones post fac-
tum de los hechos, poder justificarnos ante nuestro yo anterior.
¿En qué consiste la racionalidad? ¿en función de qué calificar un discurso o una
conducta de “racionales”? Tradicionalmente se considera que hay dos motivos para
distinguir entre ciencia y no ciencia, uno metodológico y otro ontológico: la aplica-
ción de un método “racional” (no viable en otros saberes) que proporciona fiabili-
dad al vincular teoría y mundo, y la relación con la realidad “dura”. Para Rorty, en
cambio, sólo disponemos del diálogo, siempre falible. Su visión de los seres huma-
nos es que se enfrentan de la misma manera a cualquier problema, y no de manera
privilegiadamente cercana a la ‘realidad en sí’ en unos casos (ciencia) frente a otros
(no ciencia). Pero examinemos los dos motivos mencionados.
Respecto del otro motivo de distinción entre ciencia y no ciencia, Rorty no ad-
mitirá que tenga sentido distinguir los hechos por su dureza. Según esto, habría he-
chos “duros”, realidades constantes que son las representadas por el discurso cientí-
fico, y hechos “blandos”, volubles como los difusos discursos humanísticos que
versan sobre ellos. Frente a esto, prefiere las distinciones sociológicas. La dureza de
la ciencia es fruto exclusivo de las reglas del juego en que ella consiste. La dureza
de las afirmaciones científicas no procede de la dureza de su objeto (al margen de la
crítica al representacionalismo, que también habría que invocar), sino de los acuer-
dos acerca del funcionamiento del juego. La misma dureza y fijeza podía poseer la
ética de haber seleccionado para ella unas reglas adecuadas por poseer la comuni-
dad un interés especial en tal tipo de discurso ético de cara a los fines que persiga.
La raíz de la distinción entre hechos duros y blandos, que se prolonga en la diferen-
cia diltheyana explicación-comprensión, se halla, para Rorty, en la distinción kan-
tiana entre objetos y conductas constituidos según reglas (lo cognitivo) y objetos y
conductas no ligados a reglas (lo estético). Considera que, tras la insistencia hege-
liana en la historia y el carácter procesual de la realidad (que naturaliza Dewey), la
distinción ha caducado. Frente a ella, asume la propuesta deweyana de diferenciar
los saberes por los intereses que persiguen, no por un estatus cognitivo que vendría
determinado por la intencionalidad del objeto (que sugeriría cómo debe ser descrito
para ser descrito objetivamente). Los hechos, al margen de su dimensión causal, son
126
El Conocimiento
Una concepción así rechaza toda noción teleológica de progreso como cripto-
teológica. Progresar no es acercarse a una meta dada que nos espere fuera de la co-
munidad, sino sólo interpretar, hoy, el pasado como progresivo. Igualmente, dese-
cha que los científicos sean, frente a los demás, más “objetivos” o “cercanos a la
verdad”. El elogio de Rorty a la ciencia descansa en considerarla modelo de persua-
sión y, por tanto, de solidaridad humana. Frente a la idea de que los hechos natura-
les son “duros”, o que la física carece de implicaciones axiológicas, la única dife-
rencia establecible entre los distintos saberes será de tipo sociológico: la cantidad de
consenso generable en física es mayor que en sociología o literatura. Y ello, proba-
blemente, porque los seres humanos no deseemos para nuestros saberes “no cientí-
ficos” el grado de predicción y control que alcanzan los saberes “científicos”.
En él, Rorty se declara heredero, con matices, del espíritu de Thomas Jefferson,
al considerar separable la política de las creencias sobre cuestiones de importancia.
Para Jefferson, éstas pueden poseerse si no son incompatibles con las creencias co-
munes al resto de los ciudadanos. Según Rorty, la base filosófica que permitió ali-
6
Ya Parménides, en muchos sentidos iniciador de la filosofía, halla la novedad de su discur-
so frente al de los líricos anteriores en tratarse de un relato que persuade: “lo ente es, lo no
ente no es es la vía de la Persuasión”. Sus alusiones a la Persuasión y la Necesidad testimo-
nian que es consciente de que su discurso se impone arrebatadoramente
7
Desde estas premisas resulta clarificadora la lectura rortyana sobre la verdad de una teoría
científica. Considera, frente al realismo de Bernard Williams, que el que la teoría del flo-
gisto sea falsa no significa sino que conducirse hoy de acuerdo con ella constituiría una in-
coherencia, ya que no es compatible con el conjunto de ideas que hoy sostenemos como
mejores.
127
El Conocimiento
viar las tensiones que tal concepción generaba fue identificar la verdad y la racio-
nalidad con la justificabilidad para el conjunto de la humanidad, lo que borró la idea
(griega, cristiana e ilustrada) de que existía algo ahistórico común a los seres huma-
nos que los dotaba de dignidad.
Bibliografía
R. RORTY:
F. NIETZSCHE:
8
Si se considerase esta afirmación una entrega de la decisión a convicciones contingentes y
situadas, Rorty respondería no compartir la distinción entre convicciones necesarias (o ra-
cionales) y contingentes.
128
SOBRE LA
COMPLEJIDAD
EN TORNO A EDGAR
MORIN
Juan Carlos Villanueva Pascual
Comunicación
E
dgar Morin nos ofrece una primera aproximación a la complejidad: “A pri-
mera vista la complejidad es un tejido (complexus: lo que está tejido en su
conjunto) de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados: pre-
senta la paradoja de lo uno y lo multiple.”
La vida humana no se deja domeñar fácilmente por ninguna ley o principio que
pueda imponer el Paradigma de la Simplicidad, que pone Orden en el Universo y
persigue todo tipo de Desorden y Caos. La Simplicidad, que o bien separa lo unido,
o bien unifica lo que es diverso, nos presenta la pareja Disyunción/Reducción,
frente a la que se opone con energía el dúo maldito de la complejidad: Orden y Ca-
os. Diversas patologías afectan al pensamiento moderno: la hiper-simplificación
que ciega al espíritu a la complejidad de lo real; el idealismo, donde la idea oculta a
la realidad que pretende traducir; el dogmatismo, que encierra a la teoría en sí mis-
ma, la racionalización que encierra lo real en un sistema coherente. “Estas cegueras
son parte de nuestra barbarie. Estamos siempre en la prehistoria del espíritu huma-
no. Solo el pensamiento complejo nos permitirá civilizar nuestro conocimiento.”
Volviendo a nosotros otra vez, somos seres biológicos, pero no solo eso. Tam-
bién somos seres culturales, meta-biológicos, que vivimos en un universo de len-
guaje, de ideas y de conciencia, y también somos seres físico-químicos compuestos
de elementos que se comunican entre sí, sin que nosotros tengamos consciencia de
esa comunicación.
Valdría esta frase de Pascal para ilustrar la inseparabilidad que afecta a todo
aquello con lo que nos enfrentamos, a todo lo que se nos presenta de forma com-
pleja: “Siendo todas las cosas causadas y causantes, ayudadas y ayudantes, mediatas
e inmediatas, y relacionándose todas por un vínculo natural e insensible que vincula
a las más alejadas y a las más distintas, considero imposible conocer las partes sin
conocer el todo, y también conocer el todo sin conocer las partes.”
Nos las tenemos entonces con “un círculo vicioso de amplitud enciclopédica
que no dispone ni de principio, ni de método para organizarse.” Un círculo que nos
atrapa, que nos devora como si fuéramos la serpiente Uro-boros. Sólo podemos
130
El Conocimiento
El mundo físico nos ofrece un ejemplo de cohabitación entre Orden y Caos. Así
las estrellas, son a la vez formidables máquinas de relojería - producen Orden, Or-
ganización - son Cosmos, y también son auténtico Caos: son fuego ardiendo en una
autoconsumición insensata, se crean, se autoorganizan en la temperatura misma de
su destrucción, viven en la catástrofe continua.
El Caos que se gesta en las estrellas produce interacciones, que, a su vez, per-
miten los encuentros que se traducen en Organización: los átomos. La relación Ca-
os/Interacción/Organización/Orden está presente en todos los fenómenos comple-
jos, se convierte en Tetrálogo. El Orden y el Desorden se coproducen mutuamente,
se necesitan; mantienen una relación solidaria, una relación que es genésica. Y la
genesis no ha cesado, seguimos estando en la nube que se dilata, en un universo que
sigue en expansión.
131
El Conocimiento
Pensamos con Ignacio Salazar que no basta con denunciar que el desierto crece,
hay que plantar, con Morin, árboles.
132