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Prefacio
- ¿Charlie? – pregunté.
- Dile que pase – dijo por pura cortesía –. Será más sencillo de
explicar todo si estáis los dos – puso especial énfasis en la última
palabra.
Tenía claro que comparar nunca había sido lo mío, pero nunca se me
ocurría nada mejor. Continuaba en estado de shock, peor que cuando
me enteré de que Edward era un vampiro, y mira que eso fue un buen
golpe para mi moral. Lo que quedaba de mi amor propio descendió al
subsuelo y se me escapó entre los dedos, porque ya no quería nada
más que me atase al mundo, y un hermano era lo único que faltaba en
mi vida.
Se relamió los labios y no tuve más remedio que soltar una grotesca
carcajada. Se levantó con delicadeza y me cogió entre sus brazos
suavemente. Recorrí su cuello con mis labios, dejándome llevar por
aquello que dictaba mi instinto y no la lógica que me decía que al
mínimo descuido me podía hacer pedazos. Él, en vez de apartarme,
hundió sus dedos entre los mechones mi pelo y me acercó más hacia
sí, casi con urgencia. Comencé a desabrocharle los botones de la
camisa, aún sorprendida de que él no me parase. Desde nuestro
compromiso se habían sucedido nueve intentos fallidos de aquello que
él me había prometido, y estaba sorprendida porque no tuviese lugar
el décimo aquella noche. Le deseaba con avidez, como una droga.
Era la cúspide de toda mi ambición, ahí, de rodillas en mi cama, con el
torso al descubierto y el pelo alborotado. Di un respingo, y Edward
como toda respuesta comenzó a levantarme la camisola.
- Pero esto si que puede ser hoy – el rumor de su voz llegó hasta mi
oído.
No le respondí alegando que me encontraba demasiado ocupada
intentando recordar como se respiraba. Me estiré el bajo del camisón
hasta que llegaba a la rodilla y me metí debajo de las sábanas a pesar
de que la humedad del aire me produjese un calor nada habitual para
la península de Olympic. Estaba a la vez nerviosa y enfurecida
conmigo misma. Me tapé hasta la cabeza con las mantas y apreté los
parpados hasta que me dolieron. Me intentó rodear con el brazo y le
aparté de un manotazo con el cual se me estremecieron los dedos:
seguro que había conseguido más de un morado por aquel punzante
dolor que tenía en los nudillos.
Penúltimo Capítulo!
Capítulo 3. Fugaz.
- Alice, afloja – me remití a decir.
- Mierda – farfullé.
FIN.