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http://pidolapalabra1.blogspot.com/2009_07_01_archive.html
Es muy distinto ver dos hombres saludarse de beso en Londres o San Francisco
que en Buenos Aires o en la Biblia. Por cierto, una vez estando en Buenos
Aires, me descuidé y un tipo me dio un beso de despedida. En otra ocasión, un
africano me agarró la nalga para indicarme que quería decirme algo. A este
último casi le pego. Para mí fue una gran ofensa, para él un acto de
amabilidad. Ninguno de los dos era homosexual ni me estaba haciendo
propuestas. Pero el que ellos lo hagan no significa que yo debo hacerlo. No se
trata de un deber moral, sino de una costumbre cultural. Se debe hacer una
salvedad. No todo lo culturalmente aceptado es lo mejor ni lo más humano.
Hay prácticas culturales nocivas y peligrosas que se deben revisar y cambiar.
Por eso toda cultura debe ser autocrítica.
¿Cómo se deben leer entonces los besos de David y Jonatán? Si decimos que
David era homosexual, tendríamos que decir más bien que era bisexual pues
tenía esposa. No es cuestión de “por qué no” o “esto está raro”; se trata de
entender la cultura del beso como ellos la veían. Hay culturas donde el saludo
de beso entre hombres cercanos es lo normal. La cultura bíblica es una. Un
comportamiento diferente implicaría distancia o rechazo. Es decir, no son raros
ni homosexuales.
©2009Milton Acosta
Como lo atestigua un texto del segundo milenio a.C, “Hubo una ciudad”, los
babilonios también se besaban. ¿Se puede imaginar usted la Ley del Talión por
un beso ilegal? No conozco evidencia de tal ley, pero conociendo las otras, no
es difícil imaginársela mutatis mutandis; le habrían cortado el labio al infractor;
si era el superior, el reo quedaba con sonrisa permanente, pero sin poder
volver a besar.
©2009Milton Acosta
[1]Al emperador romano, por ejemplo, sus súbditos le besaban el borde de su vestido.
Hugh Elton, "The Transformation of Government under Diocletian and Constantine," en A
Companion to the Roman Empire, ed. David Potter (Malden: Blackwell Publishing, 2006),
199.