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Apareció uno montado en su bicicleta, con su ropa sencilla de camiseta, shorts y

chanclas ó zapatos -no recuerdo-, luego aparecio otro, un tercero y un cuarto..


. su formación como en diamante salió de una esquina oscura en el medio de la ba
rriada caleña, cruzaron, y en sus ágiles y rápidos movimientos siguieron la curv
a de la esquina... no distinguían calles de andenes, dos se fueron sobre el andé
n pedaleando de forma cómoda y natural -lo habrán hecho miles de veces-, otro se
fue en la vía, cerca al andén, el cuarto se paso al otro lado de la vía, junto
al otro extremo, y siguió con más furía que los demás pues debía recorrer mayor
distancia además de ir en contravía; la naturalidad y gracia de sus movimientos
hacían ver fácil la superación de los obstáculos: plantas, huecos en la vía, cam
bios de nivel; siguieron como un fluido para desaparecer en la siguiente esquina
: raudos, sigilosos, sin miedo, capaces... me dieron ganas de conocer la ciudad
que ellos recorrían.
Mientras tanto yo los veía desde la asepsia de un estación del servicio de trans
porte masivo, con un gentío arrinconado en ese pequeño espacio; limitado por vid
rios, techo de metal y piso brillante. Limpio, seguro, insípido. Venía de ver a
mi hermano, donde cogí el bus alimentador en un paradero en medio de la penumbra
solitaria, que yo llenaba con mis fantasías de delincuentes desconsiderados que
bien podrían acuchillarme independiente de que yo les diera o no dinero, y lo p
eor es que eso en cualquier momento puede volverse realidad.
El barrio no es malo, pero los chicos son cada vez peores, hay un parque ahí jun
to; los chicos se reúnen después de las 5pm para hablar, coquetear y/o fumar mar
ihuana, todos están juntos en el mismo parque, ¿como harán?. Algunos se ve que s
on buenos, están flirteando ahí, otros se ve que son ratas: flacos, con gorra, c
amisas abultadas para esconder el cuchillo (para que no se note, aunque de esa m
isma forma se hacen evidentes como delincuentes al ojo educado), con esas mirada
s esquivas y busconas, con deambular errático... no se dirigen a ninguna parte,
están buscando potenciales víctimas. La otra vez me baje en la tarde del bus, ib
a hacía donde mi hermano, y veo una de esas pintas... caminar ágil, sin mirar a
nadie a través de su gorra, que esta tan baja que no se le ven ni los ojos ni la
s intensiones, sin conciencia de quien lo ve. Cruzó la vía evitando los coches,
lo seguí, íbamos en la misma dirección, su forma de correr fue particular, levan
tando mucho los codos, seguramente porque es flaco (o fue flaco, de pronto ya lo
mataron), mirando a todo lado, pero sin mirar a la gente. Sigue caminando, banb
oleandose de lado a lado, en un instante se levanta la camisa: esta es muy grand
e para alguien tan delgado... veo como entre su cintura y su pantalón sobresale
la forma de un cuchillo... rata!.
Así, lleno de miedo, me paso esperando el bus en la noche cuando termino mi visi
ta, viendo a cada persona que se acerca; de pronto aparecen unos chicos caminand
o en su barrio con uno en bicicleta, a lo mejor van donde la mama de alguno de e
llos, o de pronto vienen a ponerme un cuchillo y decirme que les dé la plata; un
chico viene a lo lejos, caminando solo entre cuadras vacías, deseo que el bus v
enga ya... estoy al lado de una gasolinería, pero eso no me da sosiego. Llega el
bus, y me atraso, me quedo quieto para que mi llegada a su puerta coincida con
su apertura. Pienso que me cansa vivir con miedo, que después de las 9pm me cago
del susto en cualquier lugar de esta ciudad. Hasta en el ingenio, un barrio med
io rico, la otra vez que fuí allá miraba a todo lado, y a duras penas eran las 7
.30pm. !Que horror!
En el bus ya me siento seguro: iluminado hasta las tetas con luz blanca fría, co
n sillas de plástico duro y aire acondicionado, con personas de miradas cansadas
porque ya el día se acabó hace rato y la cama llama; me siento al final, a ver
la ciudad, veo hacía afuera desde mi cubil seguro, veo las calles, veo como cada
vez la gente anda menos, las calles más vacías; luego, en cuestión de minutos y
a estoy en el centro de la ciudad, donde, entre los sórdidos barrios, se encuent
ra una bajada necesaria para mí: la estación San Pascual. Los únicos transeúntes
son chicos o viejos locos, los chicos o caminan ligero mientras tratan de disim
ular su miedo, o van metiendo barreta y caminando como los reyes de la penumbra;
y los viejos que están locos o son indigentes no tienen nada que perder: un cos
tal, su costra de mugre - nadie los va a robar - y de seguro si alguien lo inten
ta puede resultar el trasquilador de ovejas trasquilado. Las calles sucias con o
lor a grasa, las paredes pintadas por grafittis o por el humo de eventuales hogu
eras, la basura por ahí, tirada!... es una especie de tierra de nadie.
Se detiene el bus y me bajo en la estación para esperar el otro bus que me lleva
rá por el moderno, limpio y seguro sistema de transporte masivo hasta la esquina
de mi casa. En ese lugar pequeño y lleno de gente con ojos vidriosos, veo a los
chicos que fluyen en medio de la vía, sin miedo, divertidos y confiados. Me pre
gunto porque no tendrán miedo, sin duda algún pandillero les podría quitar las d
iminutas bicicletas... deben tener enfrentamientos con otros cada nada; no son g
amines, tienen padres y bicicletas, y tampoco son ingenuos, no es posible vivir
ahí y ser ingenuo... como hacen para ser parte de la circulación urbana, de vivi
r con esa plenitud en semejante lugar. Me da envidia, y me lamento de mi miedo,
se que no tengo los recursos para vivir mi cotidianidad en semejante mundo, que
con mi ropa y mi hablado, mis limitados autocontrol y capacidad de interlocución
con personas armadas, me matarían en cuestión de días; pero al mismo tiempo ten
go unas enormes ganas de conocer la ciudad, no únicamente los centros comerciale
s o las casas de mis amigos, o los espacios públicos llenos de policías, también
los barrios donde estos chicos deambulan.

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