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En remembranza tan grata de las madres en su día, cantemos con alegría en su

honor la serenata. A la madre que a su tiempo le erigimos con pasión, en nuestros


pechos un templo; su altar nuestro corazón.
Y recordar... traer al pensamiento, las imágenes entrañables de nuestro hogar.
Los rostros del padre, de los hermanos y al centro la figura señorial de la madre,
venerada como a Dios. Recordarla llena de alegría, dispuesta siempre para acudir
a la primera llamada de los hijos; si alegres, compartiendo de su alegría. Si tristes,
enjugando las lágrimas, con ese amor, con esa ternura y comprensión que sólo
una madre puede dar.
Es la cotidianidad del hogar la mujer es la figura central. En su diversidad fue
novia, como después es esposa, madre; compañera en todos los avatares de la
vida. Es para sus hijos el hado protector; la huella imborrable del amor, el sello de
la felicidad y el valor de la vida. Es la presencia de Dios.
Por eso, en esta fecha memorable en que le rendimos pleitesía, mi voz afina el
acento para decirle:
Mujer, esposa y madre, tu nombre lo pronunciamos desde que envuelto en oro, en
el lejano oriente aparece el rubio sol, hasta que en las frondas el pájaro canoro
despide con sus trinos el último arrebol.
Después, cuando la noche desciende misteriosa, cuando la brisa calla su trémula
canción, el alma por los labios musita fervorosa, tu nombre, como una beatífica
oración.
Y ésa es la palabra que se expresa más ardiente, más amante, más llena de
pasión y es el conjuro que quita los resabios y ahuyenta la tristeza que aflige al
corazón.
Porque... eres dulce y hermosa, como un lirio temprano, como un rayo de luna y
en los grandes luceros de tus ojos hay una luz celeste, de amores de poder
sobrehumano.
Yo presumo que fuiste allá en tiempo lejano, la gacela más regia de la tierra
moruna, que los corvos alfanjes custodiaron tu cuna y un sultán poderoso te llevó
de la mano.
En el templo sagrado de tu pecho argentino, se deshace el canario del amor en un
trino y en tus frescas mejillas pinta un caro arrebol...
¡Oh, dichosa mujercita, eres dulce y hermosa como el suave perfume que prodiga
la rosa, como un trino de alondra, como un rayo de sol!

A mi madre Huyen las tempestades


de mi mente cuando los dedos de su mano
fría, se hunden, temblando, en la melena

mía...
Cuando ya del destino me quejaba
sólo un bien me rescataba, una ventura y
eras tú, madre mía, tú, mi amor, mi

esperanza, mi alegría.

A mi madre en ese mar tan lleno


de emociones que llaman juventud,
yo alcancé a descubrir tu faz profética
mostrándome el deber y la virtud.

Mamá, yo quiero ser de plata.


Hijo, tendrás mucho frío.
Mamá, yo quiero ser de agua.
Hijo, tendrás mucho frío.
Mamá, bórdame en tu almohada.
¡Eso sí!

¡Ahora mismo!.

Cinco letras tiene un ángel,


que me cuidó en su vientre,
me llevó por mil caminos,

me enseñó a ser valiente.

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