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Breve Historia Constitucional de Chile
Breve Historia Constitucional de Chile
A comienzos del siglo XIX, Chile formaba parte de las colonias que el Reino de España
mantenía en América, época en que éstas organizan gobiernos autónomos, en la forma de
Juntas de Gobierno. El 18 de septiembre de 1810, se forma en Chile la primera Junta de
Gobierno.
Una de las primeras normas dictadas por la Junta de 1810, es el Reglamento para el arreglo
de la autoridad ejecutiva provisoria de Chile de 1811, del 14 de agosto, considerado como
unos de los primeros ensayos constitucionales del país. Éste, como primer intento de
ordenamiento constitucional, establecía un gobierno Ejecutivo de tres miembros, y un
Congreso unicameral, establecido el 4 de julio de 1811, que desde el momento de su
instalación, la Junta queda disuelta, por lo que el Congreso ejerce las funciones ejecutivas y
legislativas, con una marcada tendencia conservadora leal al Rey de España.
Redactado en parte por el Cónsul norteamericano Joel Robert Poinsett, y presentado por
José Miguel Carrera, este Reglamento de 27 artículos, que se asemeja mucho a una
Constitución, se destaca por ser el primer reconocimiento a la soberanía de Chile y a la
autonomía de sus gobernantes, por proteger las libertades públicas, por consagrar la libertad
de imprenta, establecer la garantía de los derechos individuales, y por poner límites a los
gobernantes, entre otros.
Sin embargo, las circunstancias políticas y militares, marcadas por el enfrentamiento entre
patriotas y realistas, hicieron que Carrera fuera destituido, y que este Reglamento
Constitucional fuera reemplazado por otro, el Reglamento para el Gobierno Provisorio de
1814. Promulgado el 7 de mayo, crea un Ejecutivo unipersonal, con el nombre de Director
Supremo, al cual se asignan amplias atribuciones con el objeto de hacer frente el problema
bélico existente, y que mantiene al mismo tiempo, un Senado integrado por siete personas.
Como Director supremo, es nombrado el coronel Francisco de la Lastra, gobernador de
Valparaíso.
La inestabilidad del país producto de los efectos económicos y sociales de la lucha por la
independencia, el asesinato de patriotas destacados como José Miguel Carrera y Manuel
Rodríguez, y el fuerte gasto militar provocado por campañas como la liberación del Perú,
entre otros, determinaron la promulgación, después de cuatro años de vigencia de la
Constitución de 1818, de una nueva ley fundamental el año 1822. La Constitución de 1822
fue vista por la ciudadanía como un intento de prolongar la permanencia de O’Higgins en el
poder, lo que provoca finalmente la inestabilidad del gobierno. Sin embargo, esta
Constitución tiene el mérito de haber declarado expresamente la independencia de los tres
poderes del Estado, de fijar un plazo para la duración del mandato presidencial, de proponer
un sistema legislativo, y crear los ministerios de Relaciones Exteriores, Hacienda, y Guerra
y Marina.
A pesar de este intento, la situación interna antes descrita se ve agravada por los roces con
los otros poderes del Estado, lo que finalmente provoca el levantamiento de las provincias,
las cuales piden la dimisión de O’Higgins como Director Supremo. Para evitar
derramamiento de sangre, Bernardo O'Higgins Riquelme abdicó como Director Supremo el
28 de enero de 1823, entregando el poder a una Junta de Gobierno, que fue inmediatamente
abolida por la falta de reconocimiento de las provincias y reemplazada por otra integrada
por representantes de las tres provincias del país. Se nombró Director Supremo a Ramón
Freire Serrano, quien ejerció interrumpidamente hasta mayo de 1827, el cual después de
varias disposiciones constitucionales, promulga una nueva Constitución el año 1823.
No obstante el caos reinante, siguen los intentos de dotar al país de un orden constitucional,
por lo que el año 1828, bajo el gobierno interino de Francisco Antonio Pinto, se promulga
la Constitución de 1828, aprobada por el Congreso el 6 de agosto, confeccionada por el
diputado Melchor de Santiago Concha Cerda y el Ministro del Interior subrogante José
Joaquín de Mora. Esta norma de principios liberales, considerada como la más completa y
de contenido superior a las constituciones promulgadas hasta la fecha no responde, sin
embargo, a la realidad social y cultural del país.
En términos generales, a través de ella, se establece una clara independencia de los tres
poderes del Estado, determinando que la República sería gobernada por un Presidente
elegido por votación indirecta de electores, a razón de tres por cada miembro del
legislativo; el gobierno duraría cinco años, posibilitando la reelección después de un
período de otros cinco años; el Presidente podría, en caso de muerte o de imposibilidad
física o moral, ser reemplazado por un Vicepresidente, elegido de igual forma que éste. El
Poder Legislativo reside en dos cámaras: Senado y Cámara de Diputados, que como poder
del Estado, tiene la facultad de nombrar a los ministros de la Suprema Corte de Justicia;
dictar el presupuesto; suprimir y crear puestos de empleo; aprobar ascensos de jefes
superiores del ejército y ministros en el extranjero, etc.
Por otra parte, se mantiene la división del país en ocho provincias, que se manejarían con
independencia del poder central; se establece la tolerancia religiosa y su culto privado; se
establece la libertad de imprenta sin censura previa; se refuerzan los derechos individuales;
se amplía el electorado a las milicias suprimiendo el requisito de saber leer y escribir, entre
otros.
Después de una serie de gobiernos, como los de Manuel Bulnes, Manuel Montt, Aníbal
Pinto, Domingo Santa María, José Manuel Balmaceda, Jorge Montt, Germán Riesco, Pedro
Montt, entre otros, durante la presidencia de Arturo Alessandri Palma se redacta la
Constitución de 1925, aprobada en julio de ese año mediante plebiscito nacional.
Esencialmente, otorga al ejecutivo amplias atribuciones administrativas, aumentando el
período presidencial de cinco a seis años, con elección directa; priva a la Cámara de
Diputados de la facultad de censura a los ministerios, pero la facultad para acusar a los
ministros y al Presidente de la República por abusos al poder; establece la incompatibilidad
de los cargos de ministro con el de parlamentario; determina la separación del Estado de la
Iglesia y garantiza la libertad de culto y conciencia; asegura a la vez las libertades públicas
y las garantías individuales; asegura la protección del trabajo, la industria y la previsión
social; crea el Tribunal Calificador de Elecciones y crea el Banco Central. Algunas de las
modificaciones más importantes sufridas por esta Constitución son la que señala que la
iniciativa de presupuesto público, corresponde al Ejecutivo; y las que se redactaron durante
el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), como la que impone limitaciones de
orden social al derecho de propiedad, lo que posteriormente permitiría la nacionalización
del cobre y la reforma agraria; la que otorga el voto a los analfabetos, y la que rebaja a 18
años la edad para votar.
En este contexto, y luego de gobernar a través de decretos leyes, se nombra una Comisión
encargada del estudio de una nueva Constitución, integrada por siete miembros de
confianza de la Junta encabezada por Enrique Ortúzar Escobar, razón por la que se la
conoce como "Comisión Ortúzar". El resultado del trabajo se plasmó en un Anteproyecto
Constitucional, que fue entregado el año 1978, para una primera revisión al Consejo de
Estado, presidido por el ex Presidente Alessandri Rodríguez, quien entrega su informe en
julio de 1980. Después de una segunda revisión por parte de la Junta de Gobierno,
encabezada por el General Augusto Pinochet, revisión en la que se modifica el Cronograma
Institucional del Gobierno Militar, se aprueba la Constitución de 1980, con un texto de 120
artículos permanentes y 29 transitorios, que más tarde, estando el país bajo Estado de Sitio,
es sometida a plebiscito el 11 de septiembre de ese año, para ser posteriormente
promulgada el 21 de octubre de ese mismo año. Entra parcialmente en vigencia el 11 de
marzo de 1981.
Bibliografía consultada:
2. VALENCIA A., Luis. 2ª ed. Anales de la República. Santiago, Chile: Editorial Andrés
Bello, 1986. pp: 39-330.