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Chile: La Constitución de 1980 y el Movimiento

por la Asamblea Constituyente


Francisco E. Sanhueza San Martín
Enero 25, 2009
En los últimos 30 años, muchos Estados de América Latina que salían de
regímenes dictatoriales o autoritarios generaron mecanismos de
democratización sobre la base de una convocatoria a una asamblea
constituyente; como por ejemplo, Perú, Brasil, Honduras, Nicaragua,
Ecuador, Guatemala, Colombia, Paraguay, Bolivia y Venezuela

I. Introducción

En el caso de Chile, paradojalmente, a pesar del prestigio internacional que


actualmente goza nuestra democracia -prestigio del que se vanagloria su
clase política-, presenta el triste record de ser el único país latinoamericano
en el que el pueblo nunca en su historia ha formado parte de un proceso
constituyente en forma voluntaria, democrática y participativa. Todas sus
constituciones políticas han sido impuestas y dictadas por la burguesía
mediante el poder presidencial apoyado en el poder militar. Nuestra última
Constitución Política de 1980, impuesta bajo dictadura, es fiel ejemplo de lo
anterior, herramienta de dominación y garantía de una institucionalidad pro-
capitalista, antidemocrática, elitista y antipopular, botón que abrocha la
contrarrevolución capitalista de 1973.

Sin embargo, a pesar de la fachada democrática negociada por los partidos


de la Concertación y la dictadura en 1989, el régimen actual debe retocar la
institucionalidad vigente para aparentar legitimidad -la última reforma
constitucional data del 2005-. Pero el descascaramiento de esta fachada es
inevitable, revelando su verdadero talante de ilegitimidad como aparato de
dominación de clase, ajeno al pueblo y su voluntad. Frente a este hecho
innegable que persiste y reflota de tanto en tanto, es que hoy nuevamente
escuchamos voces que reclaman la ilegitimidad constitucional, pero no al
unísono, dado que los intereses de los demandantes no son los mismos, lo
que da cuenta de que se trata de un problema de clase e ideología. Desde
políticos de la Concertación, pasando por sectores reformistas hasta la
izquierda revolucionaria demandan por una nueva constitución, unos como
crítica de los procedimientos y formalismos del régimen democrático -que se
consideran desde esta perspectiva poco participativos-; otros, en el sentido
de avanzar en la resolución de las contradicciones del sistema capitalista en
favor de los oprimidos y explotados. Sin embargo, frente a la aparente lucha
libertaria contra una constitución de origen fascista, existen más dudas y
temores respecto de que en el actual contexto -dada la correlación de
fuerzas correspondientes entre los sectores populares versus la oligarquía
dominante- una Asamblea Constituyente concrete un cambio sustantivo en
la realidad del país a favor de explotados y oprimidos. No vaya a ser que
cambie todo para que nada cambie y se termine legitimando la ilegitimidad
del régimen capitalista neoliberal iniciado por la dictadura y continuada bajo
los gobiernos de la Concertación.
Ahora, ciertamente, el hecho de que en Chile resurja una vez más la
demanda por un cambio constitucional, es producto, por un lado, de las
luchas de los movimientos populares en el continente que han desembocado
en procesos constituyentes; pero por otro, fruto de las cada vez más
evidentes contradicciones entre la institucionalidad vigente, la calidad de la
política burguesa y las demandas populares. En efecto, el actual sistema
político pierde cada vez más legitimidad -como demuestra el envejecimiento
del padrón electoral- haciendo evidente su carácter instrumental para la
dominación por parte del capitalismo neoliberal y la clase política que lo
sustenta -quienes utilizan el Estado tanto como instrumento de dominación
de clase como botín a repartir-. Frente a esto, tanto el gobierno y la clase
política-parlamentaria, como el reformismo y organizaciones de la sociedad
civil satélites del actual sistema, coinciden en que los déficits de la
democracia se superan con más y mejor democracia, y es para tales efectos
que están pensando un cambio constitucional. El problema radica en qué
democracia.

La ponencia comunica un estudio de caso. Tiene por objeto explorar las


posibilidades y obstáculos de la "Convocatoria por una Asamblea Nacional
Constituyente" hecha, valga la redundancia, por el Movimiento por la
Asamblea Constituyente [1] . En lo fundamental, el documento gira en torno
a dimensiones como el sentido del llamado a Asamblea Constituyente en
Chile; quiénes son sus actores principales -lo que necesariamente afecta
nociones de procedimientos y estrategias a seguir-; y finalmente, cuáles son
las condiciones que presenta Chile para levantar con éxito la iniciativa, en
comparación con otros países andinos que han seguido procesos
constituyentes. Pero también el documento busca provocar el debate en la
izquierda revolucionaria respecto de la relevancia para nuestros objetivos
estratégicos, ya sea por que implica necesariamente la querella con el
reformismo, así como abre la discusión sobre la construcción del Estado
Revolucionario y su orden político-estatal.

El documento comienza con reflexiones sobre el origen y legitimidad de la


Constitución de 1980; continúa con el análisis de la Convocatoria a
Asamblea Constituyente; y concluye, con un ejercicio descriptivo del
movimiento que realiza la convocatoria y la proyección de tendencias y
posibilidades respecto de las líneas de acción que se plantea el movimiento
por la Asamblea constituyente.

II. La Constitución Política del Estado de 1980: orígenes, legitimidad


y sociedad civil.

El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 significó la derrota


político-militar de las fuerzas sociales y políticas revolucionarias del
periodo 1938-1973, caracterizado por el predominio una matriz
estatal nacional-desarrollista. El hecho se entiende como una
contra-revolución capitalista que enfrenta la "disposición
revolucionaria" de la clase trabajadora, aún cuando ésta carecía de
"poder de fuego" (Salazar y Pinto, 1999, p.101).
Lo sucedido a continuación abrió paso a una de las tantas "coyunturas
constituyentes del Estado de Chile" (Salazar, 1999, p.19). La intervención
institucional de las Fuerzas Armadas y de Orden en 1973 instala un régimen
fundacional -dadas las facultades legislativas, ejecutivas y constituyentes
que asume la Junta Militar- que reconstruye la sociedad chilena sobre
nuevas bases económicas, sociales y políticas que cristalizan en el Estado
neoliberal y su consagración en la Constitución de 1980.

Según Goicovic (2006) este proceso re-fundacional se despliega en tres


etapas. Durante la primera (1973-1974), el régimen militar consolida su
poder -como lo deja establecido el Informe Rettig- en base a la represión y
el terror hacia los militantes de base de la izquierda, campesinos, pobladores
y la clase obrera. Durante esta etapa, además de la violencia física, se
declaran ilegales toda expresión política de los partidos de la Unidad Popular
y las organizaciones de trabajadores, mientras que se declara el receso del
Congreso Nacional y los partidos opositores a la Unidad Popular. En una
segunda etapa (1974-1978), se sientan los pilares de la nueva sociedad;
con la creación de la DINA, la represión política -sobre la base de la Doctrina
de la Seguridad Nacional- se especializa y se vuelve selectiva, aniquilando
todo tipo de oposición en Chile, cuestión que se asume como condición
política para la refundación del Estado y la sociedad -por ejemplo el Código
del Trabajo de 1978-. Finalmente, la tercera fase se inicia con la
promulgación de la Constitución de 1980, y se proyecta hasta el plebiscito
de 1988, para luego ser reconocido por los gobiernos de la concertación.

La Constitución de 1980 no sólo significa el marco donde debía transitar el


régimen político en adelante, sino que además lo definía mediante
"instituciones autoritarias, con un poder presidencial fuerte, un parlamento
debilitado, con gobiernos locales designados, y con unas fuerzas armadas
autónomas del poder político y jugando el rol de garantes del orden
institucional" (Goicovic, 2006, p.11), de modo que el movimiento popular
queda descentrado del sistema político [2] , siendo los partidos políticos los
actores que por antonomasia transmiten demandas, influyen y modifican en
mayor medida las acciones de gobierno.

Como sistema político-administrativo, las instituciones heredadas de la


Constitución de 1980 se imponen para asegurar la gobernabilidad, en el
sentido de la eficiencia de la gestión administrativa para asegurar la marcha
del sistema económico sobre la base de mecanismos que anulan la
intervención popular sobre el Estado o el mercado, decisiones que el sistema
político restringe a la clase política (Salazar, 1999, p.105). Más aún, la
institucionalidad heredada de la dictadura sólo reconoce súbditos y
consumidores [3] , y sólo dialoga con ciudadanos domesticados (Salazar y
Pinto, 1999) o sujetos obedientes (Goicovic, 2004). Y, en última instancia,
para salvaguardar esta institucionalidad de las "clases peligrosas", el Estado
se dota de una sobrecarga policial y represiva, predominando su concepción
de gobernabilidad una lógica de seguridad que bloquea intenciones de
cambio estructural por parte de las clases populares, las cuales aparecen en
la actual institucionalidad hegemonizada por los partidos del sistema en la
zona de su ‘representación política', y vigilada por aparatos de seguridad en
los espacios de sus ‘acciones directas' que el Estado criminaliza
catalogándolas de acciones terroristas.

De este modo, la institucionalidad vigente a la vez que expulsa a las


mayorías de la toma de decisiones en materias políticas y económicas, y
crea las condiciones para la represión y el enfrentamiento con los
movimientos sociales. En efecto, bajo esta institucionalidad, trabajadores,
pueblos originarios, pobladores y estudiantes en lucha tienen un margen de
acción pequeñísimo obligando a levantar la barricada, un cuadro, que viene
a cerrarse con la criminalización pública de la lucha social y la aplicación de
leyes represivas a quienes se enfrentan al sistema, como la Ley de
Seguridad Interior del Estado, Ley Antiterrorista, Ley de Control de Armas,
Código Laboral, entre otras.

Se podrá argumentar que la Constitución de 1980 reconoce en su artículo 1º


la autonomía de los grupos intermedios; sin embargo, es una autonomía
cercenada al restringir su participación en lo político para la definición del
orden colectivo. Lo contrario -según el artículo 19º de la Carta Fundamental-
es apropiarse ilícitamente de un derecho propio de los partidos políticos -que
funcionan en un bipartidismo conservador-, transformándose esta
autonomía, en un peligro para el orden público y la seguridad del Estado
[4] .

La institucionalidad heredada al constituirse como un "deber ser" para el


colectivo es fuente de prácticas que han sedimentado en una cultura política
de las masas que explica las dificultades de organización [5] . La
Constitución de 1980 al establecer una dicotomía entre lo político y lo social
reduce lo político a la gobernabilidad y la administración del Estado
neoliberal (Salazar y Pinto, 1999). Los obstáculos que presenta para la
proyección de "lo social" sobre "lo político" [6] repercuten en esta cultura
política de la sociedad civil, cuestiones que se manifiestan en fenómenos
como la apatía política, la protesta antisistémica fragmentada, la emergencia
de movimientos sociales peticionistas que adolecen de sentido político, el
basismo y el movimientismo, o el discurso político que permea a algunos
sectores de movimientos sociales y

que propugna el ejercicio de la ciudadanía sin contar con los espacios


institucionales necesarios para ello [7] .

Lo único que espera la institucionalidad heredada -y perfeccionada- de la


Constitución de 1980 de la cultura política del pueblo es el "deber" de votar,
y segundo, la "posibilidad" de peticionar (Salazar y Pinto, 1999). Tales son
los canales que la ciudadanía puede utilizar para expresar su sentido
político; mientras lo primero, entrega legitimidad formal y permite la
reproducción democrática del sistema estatal imperante; lo segundo,
constituye a las organizaciones sociales como una representación
informativa y consultiva que es canalizada por los partidos políticos que
parlamentan y deciden respecto de las políticas que los afectan en el marco
de ciertos requerimientos -quórums- y el sistema binominal. Entonces, los
autónomos no son las organizaciones sociales como dice la Constitución
de1980, sino que los partidos burgueses de la Concertación y la Alianza que
forman el sistema bipartidista chileno, los que actúan diluyendo la
autonomía popular y como instrumento mecánico para la reproducción del
sistema instalado por la dictadura de Pinochet.

El pecado original de la Constitución de 1980 es su ilegitimidad. Su origen


bajo dictadura, en estado de sitio y sin registros electorales la hacen digna
de desobediencia sobre todo cuando se fundamenta sobre principios nazi o
fascistas -cuestión explícita hasta 1989 con la prohibición de la existencia de
Partidos Comunistas [8] -; pero peor aún, es fruto de la apropiación del
poder constituyente por parte de la Junta Militar. De este modo, la
legitimidad democrática es uno de los elementos insalvables del actual orden
político estatal que santifica la actual Constitución Política del Estado de
Chile, en ningún momento reflejo de la autodeterminación del pueblo. En
efecto, las constituciones fundamentan el orden que "constituye" al Estado,
es decir, es "la expresión jurídica del orden político estatal" (Cazor y
Fernandez, 2002, p.148) que tiene sustancia imperativa, un deber ser del
proceso político que, por tanto, no es una definición neutra del orden
estatal; por el contrario, afecta y orienta las actividades estatales y las
regulaciones que derivan de ella.

En este sentido, cuando se agrega el adjetivo neoliberal al concepto de


Estado, es para describir el orden público que propugna la Constitución de
1980 en materia económica. En efecto, nuestra Carta Fundamental denota
un sesgo ideológico que supone restricciones al poder regulatorio del Estado
[9] . La "constitución económica" de 1980 (Ferrada, 2000), de corte
neoliberal, abandona completamente los principios económicos desarrollista
del Estado y la Constitución de 1925 -de la que sólo quedan artículos
respecto de la nacionalización del cobre- lo que tiene por objeto consolidar
una estructura económica basada en la libertad económica, el derecho de
propiedad y una pretendida neutralidad técnica de los órganos estatales con
competencia en materia económica, instaurando un sistema económico que
privilegia el mercado como instrumento que guía las relaciones productivas y
de intercambio. La constitución del mercado como principal agente para la
asignación de recursos, se manifiesta en amplias garantías al sector privado
para el ejercicio de actividades mercantiles a la vez que restringe las
capacidades del Estado para desarrollarlas, delegando en él, el mero rol de
subsidiario de la iniciativa privada. [10]

Ahora, en términos políticos, a medida que se consolida la Junta de Gobierno


se asume a sí misma como una dictadura soberana (Goicovic, 2006) que
hace cada vez más potente y clara su atribución de poder constituyente, es
decir, su voluntad política para determinar el modo y forma de existencia
política del colectivo. Su proyecto político, cristalizado en la Constitución de
1980, se manifiesta en una democracia autoritaria y elitista que se proyecta
hasta la actualidad. En este sentido, preguntar por la legiti

midad de la Constitución de 1980 implica entonces, el cuestionamiento de la


legitimidad del régimen político, económico y social actual que consagra la
propiedad privada y la mercantilización por sobre los derechos
fundamentales de las personas, cuestión que obliga a repensar cómo se
articula institucionalmente las relaciones entre trabajo, Estado y capital.
III. Sobre la convocatoria a Asamblea Constituyente.

El 24 de mayo de 2007 en la Sala de Plenarios de la FECH se forma el


movimiento por la Asamblea Constituyente en Chile. En dicha ocasión, se
discutió por parte de una diversidad ideológica y valórica de grupos y
personas [11] un documento - borrador en el que se postula "una nueva
Constitución Política del Estado en la que se garanticen los derechos
humanos, económicos y sociales, restableciendo la soberanía nacional a
manos del pueblo de Chile" [12] .

Esta demanda forma parte de un largo malestar con la Constitución de 1980


y los poderes constituidos que las reformas introducidas por los gobiernos de
la Concertación desde 1990 -incluidas las de 2005- no han logrado subsanar
dado que han sido reformas hechas por la oligarquía política.

En su convocatoria, el movimiento por la Asamblea Constituyente [13] apela


a una mayoría de chilenos que asumen contrarios a la ‘constitución
pinochetista para exigir la convocatoria a una Asamblea Nacional
Constituyente encargada de elaborar una nueva Carta Fundamental que
restablezca -y este punto es significativo para entender sus proyecciones-
"los grandes avances democráticos que Chile alcanzó en el siglo XX" [14]

El 25 de agosto de 2008 la trayectoria del movimiento marca un hito junto


al Centro de Estudios de Derechos Humanos (CEDH) de la Universidad
Central con la organización del Seminario "¿Necesita Chile una Nueva
Constitución?" [15] En la actividad se reafirman los principios y demandas
del primer encuentro de mayo de 2007, donde se suscribe la necesidad de
transformar el actual Estado neoliberal en un Estado Social que garantice
constitucionalmente los derechos humanos, económicos y sociales, para lo
cual se considera fundamental el ejercicio constituyente mediante una
asamblea en que el soberano sea el pueblo de Chile.

El contenido de la convocatoria sostiene el llamado a una Asamblea Nacional


Constituyente para la generación de una Carta fundamental que a)
represente la voluntad soberana del pueblo "restituyendo la soberanía
nacional a manos de su único titular: el pueblo de Chile"; b) sustituya la
Constitución de 1980, de naturaleza antidemocrática, plutocrática y
autoritaria, que ampara poderes fácticos, privilegia el lucro y legitima el
saqueo del patrimonio público vía privatización, en suma, conservadora, en
el sentido de continuación jurídica de la dictadura y obstáculo a la
democracia real; y c) permita erradicar la mayoría de los males de la
sociedad chilena que emanan del modelo económico e institucional que
santifica la Constitución de 1980 al favorecer la concentración monopólica de
la propiedad, agudizar la desigualdad y la injusticia social, y que además,
permite al capital extranjero controlar la mayor parte del cobre, los recursos
hídricos, el sistema previsional, la energía, el sistema bancario y las
telecomunicaciones, "sangrando, a perpetuidad, el esfuerzo del trabajo
nacional".

Existe un consenso básico entre los firmantes de la convocatoria: la


necesidad de cambiar y/o derogar la Constitución de 1980; sin embargo, la
propia diversidad ideológica y valórica de los participantes del movimiento,
propicia posiciones críticas.

Dentro de estas posiciones críticas, nos encontramos con los argumentos de


Pablo Ruiz-Tagle académico de la Escuela de Derecho de la Universidad de
Chile que, si bien es partidario de cambiar la Constitución de 1980, no
considera viable para los objetivos ulteriores del movimiento llevar a cabo
una Asamblea Constituyente. Al respecto, argumenta que la influencia de las
actuales mayorías electorales en la conformación de un órgano que ejerza el
poder constituyente puede desembocar en la legitimación de la autocracia
en Chile dado que no existe la seguridad de lograr un proyecto constitucional
compartido en Chile, cuestión evidente en un país en que ni siquiera los
partidos políticos cuentan con democracia interna y responde a poderes
fácticos. Sin embargo, la contradicción más importante se presenta cuando
Ruiz-Tagle indica que el camino para cambiar la constitución debe combinar
la reforma constitucional gradual -sin convocar a una Asamblea y desde los
poderes democráticos constituidos- con un cambio de interpretación de la
misma, en el sentido de los derechos económicos y sociales, con el fin de
transformar su contenido -vía que encuentra antecedentes en el cambio de
la Constitución de 1833-. Pero la contradicción de esta estrategia radica en
encontrar dentro del actual sistema político órganos constitucionales donde
se exprese plenamente el principio democrático y se pueda llevar a cabo tal
transformación.

Por su parte, Andrés Figueroa Cornejo, militante del Polo por el


Socialismo pone el acento en el realismo necesario para el triunfo de
la iniciativa. Plantea que las asambleas constituyentes son
expresiones de relaciones de fuerza existentes en una sociedad en
un determinado periodo histórico, por lo que afirma la necesidad del
fortalecimiento de la lucha popular y de clases para terminar en la
"puesta de cabeza" de la Constitución de 1980, es decir, es
necesario lograr -según sus palabras- condiciones de "hegemonía de
la clase trabajadora y el pueblo". Afirma que en la actualidad existe
una desproporción entre las fuerzas populares y los poderes
constituidos en la Carta de 1980, es decir, aún no se constituye el
sujeto capaz de movilización para cambiar el actual orden
institucional.

Sin embargo, este militante de izquierda reconoce un punto de confluencia y


soporte de las diversas fuerzas del movimiento que radica en la ampliación
de los grupos vulnerados en sus derechos fundamentales más allá del sector
que sufrió la violación de los DDHH por razones políticas durante la
dictadura militar de Pinochet, afirmando que una nueva Constitución debe
garantizar los derechos fundamentales de las personas, como el acceso a
salud, educación, techo, trabajo digno, reconocimiento de los pueblos
originarios, pluralidad sexual y protección del medioambiente, entre otros
temas. Tanto Figueroa Cornejo como Ruiz-Tagle, desde posiciones críticas a
la convocatoria a Asamblea Constituyente, pero desde posturas
ideológicamente diferentes, entienden que una nueva Constitución,
democrática, debe constituirse en el actual contexto como un horizonte de
sentido para la acción política, un punto de llegada que derive de la
articulación de las luchas y no un punto de partida o un fin en sí mismo que
mecánicamente traerá más democracia.

Una postura intermedia manifiesta Juan Gómez Leyton (2007). Por


un lado, se muestra escéptico respecto de los recientes acuerdos
entre los centros de estudios ligados a la Concertación para confluir
en una Comisión Constituyente para la elaboración de una nueva
Constitución Política del Estado. Reconoce que es una iniciativa
positiva, pero critica el modelo elitista y antidemocrático que cierra
el debate a la ciudadanía dado que los personajes encargados de
elaborar el proyecto son elegidos a dedo por los partidos políticos,
saltándose el principio de que el poder constituyente debe ser
autónomo del poder constituido, repitiendo de este modo, la fórmula
de la Constitución Política de 1925 [16] . Leyton señala que la vía
para resolver el problema constitucional pasa por plantearse -no en
última instancia-, la convocatoria a una Asamblea Constituyente, es
decir, como un punto de llegada que permita tanto la acumulación
de fuerza, la información y movilización social, como las
negociaciones necesarias con las fuerzas políticas. Adelantarse
-según Goméz Leyton- en el actual contexto significa repetir el
destino del movimiento que en la década de 1980 fue
institucionalizado por obra de los partidos políticos de la
Concertación en la Constitución de 1980; sin embargo, sostiene que
las condiciones materiales y subjetivas están dadas para la
constitución de un movimiento para la asamblea constituyente.
Estas condiciones se manifiestan de manera más dramática en el
continuo envejecimiento del padrón electoral y los altos niveles de
desconfianza de las personas hacia sus representantes y autoridades
políticas.

Ahora, los activistas del movimiento por la Asamblea Constituyente,


señalan como antecedentes para la posibilidad de iniciar un proceso
constituyente el caso de Bolivia, Colombia y Ecuador. Mientras que
en Ecuador y Bolivia los procesos constituyentes fueron un punto de
llegada (Chávez y Mokrani, 2007) luego de movimientos
insurreccionales, el descrédito de los partidos políticos tradicionales
[17] , y finalmente, una desinstitucionalización del sistema
democrático (Ramírez, 2007; Chávez y Mokrani, 2007) en el marco
de una revitalización de las luchas populares que revalorizan la
lucha política como acción colectiva en contraposición a la
concepción de ésta como gerenciamiento empresarial (Korol, 2007).
En el caso colombiano fueron estudiantes universitarios que
organizaron el "movimiento por la séptima papeleta", lo que condujo
al país a convocar -sin una estrategia insurreccional, a pesar de la
crisis de legitimidad del régimen político y la descomposición social-
a una Asamblea Nacional Constituyente en 1991. Nuevamente, la
Asamblea Constituyente de 1991 fue el punto de llegada de un largo
proceso político -que incluye el desarme del M19- cuyo fin era el
logro de una solución duradera a la crisis que afectaba al sistema
político colombiano. Observar la trayectoria de estos casos resulta
pertinente para compara el Estado de la situación y las posibilidades
en Chile.

IV. Conclusión.

La demanda por una Asamblea Constituyente da cuenta del malestar tanto


con la institucionalidad heredada de la dictadura como con la ilusión de la
consolidación democrática refutada por las crecientes desigualdades sociales
que se manifiestan en el aumento de las abstenciones, votos nulos y
envejecimiento del padrón electoral.

Ideológicamente, el Movimiento por la Asamblea Constituyente es un


movimiento crítico de la democracia representativa a la que opone una
organización política pluralista sobre el elitista, pero que continúan en el
marco de la democracia burguesa y añora al periodo de alianza de clases del
Estado benefactor o nacional desarrollista, que ahora llamado Estado Social
que reconoce constitucionalmente los derechos económicos, sociales y
culturales de los pueblos, sin cuestionar las relaciones de producción. En el
movimiento, participan mayoritariamente organizaciones tradicionales de la
sociedad civil -como organizaciones estudiantiles, de profesores, de
funcionarios de la salud pública, etc., en general grupos asociados a la
emergencia de las clases medias y la expansión del Estado benefactor
durante el siglo XX-, grupos de notables, y organizaciones políticas de
distinto signo ideológico -desde la izquierda revolucionaria hasta la
socialdemocracia y el progresismo. Muestra marcadas apelaciones a la
cuestión nacional, la democracia conquistada durante el siglo XX,
actualizando el Estado nacional-desarrollista o benefactor bajo el concepto
de Estado social. Se observa también un espíritu latinoamericanista que se
denota en su interés por los procesos constituyentes de países como Bolivia,
Ecuador y Colombia, lo que es congruente con la construcción por parte de
este movimiento de una identidad opuesta a la del Chile neoliberal.

Sin embargo, su propuesta de Asamblea Constituyente no se visualiza en un


futuro cercano. Su ambigua relación con el sistema político imperante puede
dar paso a una reforma de la constitución "por arriba" dada la desfavorable
correlación de fuerzas para los sectores populares. La convocatoria a
Asamblea Constituyente en Chile, cuando toma como ejemplo a seguir los
procesos constituyentes de Ecuador y Bolivia, sólo considera el producto
final -la Asamblea Constituyente-, ignorando el proceso a través del cual se
logra el inicio de procesos constituyentes. En efecto, no existen alusiones
sobre la situación de insurrección popular y la crisis de representatividad y
legitimidad de los partidos políticos tradicionales que condujeron a una crisis
institucional que desemboca en una Asamblea Constituyente que tiene que
ver con una acción colectiva desde que tiene por objeto la incidencia,
ocupación, resistencia y desmantelamiento del aparato político del Estado,
un largo recorrido trazado por movimientos sociales que en su accionar
adoptaron un carácter insurreccional para el cambio del orden político-
estatal.

Creer que la mera iniciación de un proceso constituyente mediante reformas


desde el poder constituido (Congreso, Presidencia, Poder Judicial) para
permitir un plebiscito para una Asamblea Constituyente es una ingenuidad
tanto como la idea de que la dictadura fue derrotada con la marca de un
lápiz en un voto -de hecho ese lápiz, fue la expropiación de la lucha por
parte de los partidos políticos de la Concertación y su negociación con
Pinochet-.

Para los intereses de los sectores populares, no es posible emprender de


manera exitosa un proceso constituyente bajo las reglas de la democracia
burguesa. La otra opción, implica acumular fuerzas y generar un pliego del
pueblo para la movilización social frontal y decidida contra el sistema como
puede constituir la convergencia en la recién pasada Asamblea Popular para
que los movimientos de clase pasen de la resistencia a la ofensiva.

En efecto, las clases explotadas y oprimidas son capaces mediante la acción


directa de masas de resistir y revocar políticas neoliberales criminales.
Ejemplo de ello han sido los movimientos populares -y no los partidos
electoralistas- de Cochabamba y Arequipa que se opusieron a la
privatización del agua y la electricidad respectivamente. O bien, los
movimientos populares y de la clase media empobrecida en Argentina el
2001. Lo mismo sucedió en Ecuador, donde indígenas y funcionario
derrocaron a presidentes, o retomando el caso boliviano, los cultivadores de
las Yungas y los mineros de Guanín, desempleados y subempleados del El
Alto que junto con obreros de La Paz derrocaron el régimen neoliberal-
fascista de Sánchez de Lozada.

El camino para la emancipación del pueblo luego de dos décadas de


democracia representativa bajo un sistema político oligárquico y una
economía neoliberal expoliadora se vuelve cada vez más evidente. Como
señala Petras (2004), "la evidencia empírica e histórica demuestra que
los movimientos sociopolíticos de acción directa de clase han sido la
única fuerza política capaz de resistir y derrocar regímenes y
políticas neoliberales; por el contrario, ningún régimen electoral en
el que prima el poderío de la burguesía nacional ha desafiado al
neoliberalismo".

El Movimiento por una Asamblea Constituyente levanta un mito. El mito de


que es posible derrocar el régimen neoconservador vigente en Chile a través
de las herramientas de la democracia burguesa. Por el contrario, es
necesario fortalecer la unidad del movimiento popular para derribar todo
poder constituido y, desde una posición de poder, plantearse la refundación
del orden político estatal y la construcción del Estado Revolucionario
teniendo por horizonte la socialización de los medios de producción y su
gestión. Si la izquierda revolucionaria se involucra en la demanda por una
nueva constitución debe ser desmarcándose y desenmascarando la
estrategia reformista que quiere dotar de un rostro humano al capitalismo.
El papel de los revolucionarios no debe ser sumarse gratuitamente al
llamado por una Asamblea Constituyente para mejorar la situación de las
clases explotadas y oprimidas dentro del orden imperante como pretenden
los reformistas, sino mejorar las condiciones para la conquista del poder
político por parte de las clases populares.

Este enfoque sobre el cambio social radical, entiende que en la actual


encrucijada que abre la crisis del sistema capitalista mundial, las tareas
inmediatas de la izquierda pasan por fortalecer el movimiento popular,
descubrir las contradicciones del neoliberalismo, consolidar sus
organizaciones políticas como organizaciones de combate, y enfrentar la
violencia del Estado burgués, con el fin de instalar la opción del socialismo
como salida a la ruina económica y crisis política que nos conduce la
anarquía del capitalismo. Pero también es necesario que las organizaciones
revolucionarias lidien contra el sectarismo tanto como contra el
revisionismo. En este sentido, la acción conspirativa de las organizaciones
revolucionarias debe estar imbricada en la lucha cotidiana de pobladores,
estudiantes y trabajadores de modo que las tareas concretas tengan
estrecha relación con la lucha de clases que se manifiesta descarnadamente
en el día a día de hombre y mujeres y sus luchas no se transformen como
en el reformismo, en meros instrumentos de las cúpulas partidarias.

Llamar y luchar por un proceso constituyente en Chile debe ser un paso más
hacia la construcción del socialismo y no un fin en sí mismo como pretende
el formalismo reformista. Un Estado Revolucionario en un periodo de
transición se debe sostener en una Constitución que permita la socialización
progresiva del proceso de producción, como germen para un nuevo orden
social, una Constitución que facilite y acreciente la organización popular y su
cultura de clase para que se constituya como factor activo del proceso
revolucionario.

En suma, en la discusión sobre Asamblea Constituyente sigue presente la


discusión sobre reforma o revolución. Quienes piensan que el proceso
constituyente por sí mismo traerá más democracia se encuentran del lado
de reformistas y burgueses. Quienes piensan que la asamblea constituyente
es un punto de llegada de la acumulación de fuerza popular para el
socialismo mediante el apoyo a la movilización de masas y su acción directa
como camino revolucionario hacia el poder político, y el fortalecimiento de
organizaciones políticas de combate, se encuentran del lado de la
revolución. La tarea es fortalecer la consigna de Asamblea Popular
Constituyente con contenido revolucionario desarrollando una "estrategia de
poder", creando Frentes Político-Sociales en los territorios, fortaleciendo la
autodefensa de masas, activando nuevas formas de solidaridad y
rechazando el dogmatismo, el revisionismo y el sectarismo que tanto mal le
han hecho a la causa revolucionaria en Chile.

El reformismo electoralista propugna una democracia sin movimientos


sociales. El desarrollo económico y social de los sectores populares requiere
de cambios en la estructura de clases y la configuración del poder político, la
cuestión es cómo. La disyuntiva nuevamente es reforma o revolución,
elecciones o movimientos sociales anti sistémicos que se enfrenten con la
estructura y órganos del poder político vigente. Una Asamblea Popular
Constituyente es una posibilidad de acción de los movimientos sociales
contra el estado neoliberal sólo en el marco de una favorable correlación de
fuerzas y una estrategia de poder consolidada.

VI. ANEXOS

a) ANEXO 1: Por la convocatoria a una Asamblea Nacional


Constituyente

La Constitución Política del Estado no representa la voluntad soberana del


pueblo chileno. Fue impuesta en 1980 para legitimar una dictadura que violó
los derechos humanos y enriqueció a un puñado de empresarios que,
mediante espurias privatizaciones, se apoderaron de la mayor parte del
patrimonio público forjado con el trabajo y ahorro de generaciones de
chilenos.

La Constitución actual ampara a los poderes fácticos que ayer se sirvieron


de la tiranía y que hoy gozan de ocultos e irritantes privilegios, ejerciendo
un control decisivo sobre la economía, las instituciones políticas y los medios
de comunicación. No sólo es ilegítima en su origen. Es, además,
antidemocrática, porque privilegia la renta y el lucro por sobre la dignidad
humana, deja los principales resortes del poder económico y jurídico fuera
del alcance y control de la ciudadanía y establece obstáculos insalvables
para su modificación. Representa, en definitiva, la continuidad jurídica de la
dictadura e impide el establecimiento de un régimen verdaderamente
democrático.

Todas y cada una de las frustraciones, dolores y angustias que afectan


gravemente la subsistencia y el bienestar de la gran mayoría de los chilenos,
derivan de un modelo económico e institucional que, amparado en la
Constitución de 1980, favorece la concentración monopólica de la propiedad
y agudiza la injusticia social. Así, el capital extranjero ha llegado a controlar
la mayor parte del cobre, los recursos hídricos, el sistema previsional, la
energía, el sistema bancario y las telecomunicaciones, sangrando, a
perpetuidad, el esfuerzo del trabajo nacional. La inestabilidad y la
precariedad del empleo, la deficiente atención en salud, educación y
vivienda, la gravísima destrucción del ecosistema, el deterioro de la calidad
de vida en nuestras ciudades, la impunidad que beneficia a muchos civiles y
militares responsables de graves crímenes contra la humanidad, la
discriminación y el desconocimiento de los derechos de los pueblos
originarios, la corrupción y el clientelismo presentes en el aparato público, la
crisis del transporte urbano y la escandalosa y creciente desigualdad entre
ricos y pobres, son resultado de un modelo económico e institucional que se
ampara en el Decreto Ley Nº 3464, dictado bajo Estado de Sitio por la Junta
Militar bajo la denominación de "CONSTITUCIÓN POLÍTICA DEL ESTADO".
Las reformas parciales aprobadas en el plebiscito de 1989 y por el
Parlamento, desde 1990, han dejado intacta su naturaleza plutocrática y
autoritaria.

Porque nos asiste la convicción de que la mayoría de los chilenos, más allá
de sus diferencias ideológicas o valóricas, rechaza la constitución
pinochetista, hemos decidido iniciar un proceso de consulta y organización
ciudadana para exigir la convocatoria a una Asamblea Nacional
Constituyente encargada de elaborar una nueva Carta Fundamental, que
restablezca los grandes avances democráticos que Chile alcanzó en el siglo
veinte, que haga efectivas las libertades y derechos proclamados en las
heroicas jornadas de lucha contra la dictadura y que restituya la soberanía
nacional a manos de su único titular: el pueblo de Chile.

Deberemos afrontar enormes obstáculos que opondrán quienes se obstinan


en mantener sus mezquinos privilegios, a saber: la oligarquía y el
autoritarismo de viejo cuño que han sido capaces de cooptar a dirigentes
políticos que, en el pasado, criticaron a la dictadura pero que actúan ahora
como administradores de su nefasta herencia.

Para conservar la vieja institucionalidad, las elites privilegiadas fomentan la


apatía ciudadana y desalientan todo signo de cohesión y solidaridad en la
base social. Resultado de lo anterior es que, en 1989, los ciudadanos que no
participaron en las elecciones, o votaron nulo o blanco, representaban el
15,4%. Después de 16 años aumentaron al 42,5%. Confirma esta tendencia
el hecho de que entre el 85 % y el 90 % de los chilenos desconfían del
parlamento, del Poder Judicial y de los partidos políticos.

LLAMAMIENTO

El rumbo actual del país compromete gravemente el futuro de las jóvenes


generaciones y nos conduce inexorablemente a la pérdida de independencia,
libertad y dignidad. Chile, con su colosal riqueza y su extensa trayectoria
republicana, se encuentra en condiciones de proveer, con creces, la
satisfacción de las necesidades materiales, culturales y espirituales de toda
su población. Para que ello sea una realidad, no podemos soslayar los temas
institucionales.

No hay razones para resignarse y permitir que nuestro país permanezca, por
tiempo indefinido, bajo la tutela del capital foráneo y los poderes fácticos
locales.

Apelamos, por ello, a todas las reservas morales de la nación, a todos los
trabajadores, hombres y mujeres, que a diario viven en la incertidumbre de
su frágil subsistencia, a todos los empresarios hastiados de los privilegios
que se otorgan al capital extranjero, a todos los jóvenes que culminan
agobiadoras jornadas de estudio con un título de cesantes, a los sectores
religiosos que constatan la falta de escrúpulos y de valores de quienes
amasan fortunas atropellando la dignidad y los derechos ciudadanos; a los
adultos mayores, que tras una vida laboriosa son condenados a la pobreza
por las AFP que se apropian de sus ahorros previsionales con fines
especulativos; a lo mejor de la intelectualidad, a nuestra comunidad
científica y académica, a nuestros artistas y gestores culturales, a los
pueblos originarios, a todos los sectores que sufren discriminación de clase o
de género, para que sean parte activa en esta gran fuerza social y política
que demanda un orden social e institucional en armonía con nuestro
desarrollo histórico y cultural, abierto al conocimiento y a las nuevas
tendencias que se plantean la defensa de la especie humana ante el peligro
de una nueva catástrofe ecológica de impacto mundial.

Factor fundamental para el éxito de esta tarea es la superación constructiva


del sectarismo, el mesianismo y el dogmatismo, vicios que -paradojalmente-
sirven a la mantención del status quo, porque contribuyen a neutralizar la
fuerza de la mayoría ciudadana inspirada en ideales superiores de soberanía,
dignidad y libertad.

Nuestro objetivo no admite postergaciones ni ambigüedades: generar un


gran movimiento ciudadano que exija la convocatoria a una Asamblea
Constituyente que redacte una nueva Constitución Política del Estado en la
que se garanticen los derechos humanos, económicos y sociales,
restableciendo la soberanía nacional a manos del pueblo de Chile.

Entre otras acciones proponemos que, en las próximas elecciones


municipales, al momento de marcar nuestra preferencia, escribamos en la
papeleta la frase "Constitución democrática ahora" lo que, según la ley
vigente, no invalida el sufragio. Vigilaremos que esos votos sean
rigurosamente escrutados, computados y contados.

Llamamos a todos los chilenos y chilenas -donde sea que se encuentren-


para que, desde ahora mismo, suscriban este llamamiento, promuevan
debates y emprendan múltiples iniciativas tales como plebiscitos comunales,
o barriales, foros y charlas en agrupaciones estudiantiles, poblacionales,
campesinas, colegios profesionales, etc., que pongan de manifiesto el
mayoritario apoyo de los chilenos a una nueva Carta Fundamental.

b) ANEXO 2: Adherentes a la Convocatoria por una Asamblea


Nacional Constituyente

Entre las numerosas personas que acudieron a esta cita, de un heterogéneo


espectro social, político y etáreo: el abogado Juan Enrique Prieto, el
ingeniero Carlos Tomic, el economista Orlando Caputo, la abogada y
presidenta de la Rama Chilena de la Asociación Americana de Juristas
Graciela Alvarez, los integrantes de la dirección nacional del Movimiento
Patriótico Manuel Rodríguez, Roberto Muñoz y Marco Díaz; el senador Nelson
Avila, el diputado Marco Enríquez-Ominami, los dirigentes del Partido
Humanista José Gabriel Feres y Fernando Lira, el sociólogo Manuel Antonio
Garretón, el vocero de la Comisión Funa Julio Oliva, el presidente de la ANEF
Raúl de la Puente, el director de Fortín Mapocho.com, Héctor Vega; el
dirigente socialista Francisco Bucat, dirigentes de la Agrupación Nacional de
Ex Presos Políticos y de su organización metropolitana, representantes de los
familiares de los 119 (Operación Colombo), integrantes del movimiento
Generación '80, dirigentes de la Juventud Socialista y de la Radical,
militantes del Partido Comunista, como también representantes del mundo
mapuche, feminista y ambientalista. Al cierre del acto se leyeron saludos del
presidente de la Confederación de Trabajadores del Cobre, Cristián Cuevas,
quien a esa hora participaba de la toma de las oficinas de CODELCO; de
Tomás Hirsch y del senador Alejandro Navarro, como también las
adhesiones del abogado Juan Guzmán Tapia, Carmen Soria, ANAMURI,
Hernán Bosselín, Mónica Echeverría, Jorge Arrate, Raúl Zurita, Fernando
Castillo Velasco, Enrique Silva Cimma, Javiera Parada Ortiz, Myriam
Verdugo, de los chilenos residentes en Argentina agrupados en la FEDACh,
de chilenos en Suecia, Bélgica, Canadá, Alemania, Francia y Suiza, el ex
Rector de la Universidad Católica, Fernando Castillo Velasco, los dirigentes
universitarios Giorgio Bocardo, Felipe Hazbún y Eduardo Arancibia, los
sindicalistas Etiel Moraga, de la CUT, Nelson Viveros de la ANEF y Oscar
Torres, de la Plataforma Rural por la Tierra, los ex Ministros Jacques
Chonchol, Humberto Martones, Enrique Silva Cimma, Jorge Arrate, los
abogados Mauricio Salinas, Julio Stuardo González, Miguel Ávila, Héctor
Salazar Ardiles, Humberto Lagos Schufenegger, Roberto Ávila; los dirigentes
políticos Carmen Lazo, Carlos Moya, Luis Casado, Lautaro Videla, Esteban
Silva, Carlos Tomic, Jorge Cisternas, Atilio Barrios, María Emilia Marchi; los
académicos Roberto Aldunce, Pedro Alejandro Matta, Orlando Caputo,
Graciela Galarce, Danilo Salcedo, Héctor Vega, Claudio Pérez, Sergio Muñoz,
los dirigentes sociales Miguel Retamal, Ramón Núñez, Alfredo Estrada,
Patricio Valenzuela, Fernando Lira, Celsa Parrau, Gustavo Ruz, Juana García,
entre otros.

BIBLIOGRAFIA

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editorial, Santiago de Chile, 1999.

[1] Para ver la composición de los adherentes a la convocatoria véase


ANEXO 2.

[2] entendiendo a éste como "los elementos institucionales (a cuya


expresión formalizada aquí se denomina régimen político) que representan
los poderes políticos y sus reglas de interacción para consigo mismo y para
con la sociedad, pero también a las normas, escritas o consuetudinarias,
que hacen referencia a las formas de propiedad, a su transmisión,
enajenación y a sus constricciones" (Alcántara, 1998, p.54).

[3] Véase, " Hay una ciudadanía de reivindicaciones más que de


participación política", M.A. Garretón, www.generaenlinea.cl

[4] En este sentido, el llamado a Asamblea Constituyente -según indica


Roberto Garretón- es un hecho subversivo, pacífico, pero al fin y al cabo
subversivo.

[5] no sólo en un sentido constrictivo o en el proceso de toma de decisiones,


sino que influye en las definiciones del actor dado que lo institucional es
fuente de prácticas que genera cultura dado de que constituyen "un
entramado formal que afecta a los individuos en la esfera de la política y la
economía" (Alcántara, 1998, p.52), (Ídem).

[6] El derecho de participación en el artículo 1º de la Constitución topa con


una distinción artificial entre individuo social e individuo político. El artículo
23º prohíbe a dirigentes gremiales intervenir en actividades político
partidistas, a la vez que dirigentes de partidos políticos no pueden intervenir
en la vida de organizaciones gremiales y grupos intermedios. Por su parte, el
artículo 60 castiga con el cese en el cargo de aquel diputado o senador que
ejerza cualquier influencia ante las autoridades administrativas o judiciales
en favor o representación del empleador o de los trabajadores en
negociaciones o conflictos laborales, sean del sector público o privado, o que
intervengan en ellos ante cualquiera de las partes, o que actúe o intervenga
en actividades estudiantiles, cualquiera que sea la rama de la enseñanza,
con el objeto de atentar contra su normal desenvolvimiento.

[7] Ejemplo de esto último son los consejos asesores presidenciales que en
ningún caso son vinculantes.

[8] Decir que en 1973 sucede una expropiación del sujeto constituyente es
una exageración dado que siempre han sido las élites las que han
protagonizado procesos constituyentes; sin embargo, durante 1973 esta
situación se radicaliza con la apropiación del poder constituyente por parte
de la Junta Militar (Cristi, 1994).

[9] Se trata de una tendencia constitucional a nivel mundial que, desde la


segunda guerra mundial logra que se abandone la noción de constituciones
neutras y que, por el contrario, integran principios sobre materias
económicas y sociales (Ferrada, 2000).

[10] De acuerdo con Renato Cristi los antecedentes de este pensamiento se


encuentra en el movimiento gremialista de fines de la década de 1960
(Cristi, 1993; 2000). Según Roberto Garretón (2007), en 1966 el Partido
Nacional sintetiza estos principios En lo fundamental reclaman la necesidad
de terminar con el estatismo culpable de la asfixia de las instituciones
políticas y sociales del país.

[11] Este movimiento no tiene mucho de novedad, salvo por el contexto en


que se realiza, donde según Gómez Leyton (2007), existirían las condiciones
objetivas, políticas y subjetivas para su éxito. Los antecedentes del
movimiento podemos rastrearlos hasta 1977 cuando se forma sin mucho
éxito el "Grupo de Estudios Constitucionales" por parte de un grupo de
notables [11] con el fin de contrastar el trabajo de la Comisión de Pinochet.
Sin embargo, el actual movimiento encuentra raíces más claras en el
movimiento ciudadano pro Asamblea Constituyente de la década de 1980.
Véase grupos firmantes de la convocatoria, ANEXO 2.

[12] Véase Convocatoria a Asamblea Constituyente, anexo 1.

[13] Véase www.asambleaconstituyente.cl

[14] Véase "Convocatoria a Asamblea Constituyente", Anexo 1.

[15] Al día siguiente, cinco Diputados (Carolina Toha, Alejandro Sule,


Tucapel Jiménez, Ramón Farías y Guido Girardi Briere), y dos dirigentes
juveniles de la Concertación (Carolina Cabrera y Rubén Darío Díaz) firmaron
una declaración titulada "Asamblea Constituyente para el Bicentenario". Por
su parte, el 2 de octubre de 2008, en un nuevo aniversario del plebiscito de
1988 Escalona, Insulza y Alvear -en ese entonces aún presidente de la
Democracia Cristiana- coinciden en que una de las tareas de la Concertación
consiste en crear un Estado social y democrático de derecho, es decir, que
garantice constitucionalmente libertades y derechos. Véase "La Nación", 2
de octubre de 2008. Esta idea fue nuevamente afirmada como necesidad por
parte de José Miguel Insulza en la entrevista del Domingo en El Mercurio, 14
de diciembre de 2008.

[16] la Constitución Política de 1925 fue elaborada por una Comisión


Constituyente (Salazar y Pinto, 1999) -un Comité integrado por 15 personas
nombradas directamente por el presidente Arturo Alessandri Palma-. El
propio presidente Alessandri y dos de sus ministros integraron el Comité, o
sea, el poder constituido intervino en la redacción de la Constitución, por lo
que el poder constituyente nunca fue autónomo e independiente del poder
constituido. En suma, esta Comisión Constituyente nunca ejerció ni tuvo el
poder constituyente, sólo fue una Comisión Consultiva que, bajo presión del
poder militar, termino aceptando la imposición de la Constitución hecha por
Alessandri y sus ministros.

[17] que propicio la emergencia de nuevos partidos políticos como el MAS en


Bolivia y AP en Ecuador afines a los movimientos sociales y ciudadanos.

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