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GSAS) crarura DE SERVICIOS DE PRESTACIONES SOCIALES ROBERTO MANDROU ed ba INTRODUCCION A LA FRANCIA MODERNA (1500-1640) ENSAYO DE PSICOLOGIA HISTORICA EDITORIAL UTEHA PROLOGO En la primera pagina de este libro acaban de ver el epigrafe: una frase de Lucien Febure que salid por vez primera en la X Semana de Sintesis: La sensibilidad en el hombre y en la Naturaleva, Fran las tiltimas palabras de la exposicidn dedicada a la “Sensibilidad en la Historia”. ¥ Henri Berr habla dado las gracias al auior de la comuni- cacién, diciendo: “Es casi un manifiesto de historia, tal como la enten- demos en esta casa.”* Todos nuestros amigos saben muy bien que el Centro Internacional de Sintesis y “La Evolucién de la Humanidad’ han sido origen de ese movimiento en favor de un concepto nuevo de la Historia, de una Historia que no solamente sabe, sino que comprende y que, al comprender, explica (a veces resulta necesario repetir sen majantes lugares comunes). R. Mandrou sefiala el hecho, por su parte, en la primera pégina de su libro. Para recordar su aparicién, tenemos que abrir la tesis de Henri Berr (frublicoda en 1899): “El espiritu es producto de la historia; la historia es la concrecién del pensamiento. Psicologia de ta humanidad, psicologta de los pueblos, pricologia bio- grdfica: se multiplican los ensayos diversos. Y todos esos conceptos as- piran a fundirce, al absorber la erudicién. Hay una psicologia histérica én vias de elaboracién, sin haber hallado atin su forma definitiva.”® Por eso en la Introduccién general de ta coleccién “La Evolucién de la Humanidad” (en 1913) puede leerse: “Sabe ya el lector que nuestro principal cuidado serd ef de hacer resaltar siempre el efecto producide for las grandes contingencias, la presién de las necesidades sociales, ia accién profunda del factor pstquico, necesidades ¢ ideas.” * Y en una nota, sefialada al final de esta misma frase, Henri Berr subraya que al- gunos amigos, entre los cuales esté Lucien Febure, se han encontrado “Intimamenta asociados a ese trabajo de elaboracién 1 Paris, Presses Universitaires de France, 1943 (pig. 100). Tata X Semans se habla verificado en junio de 1938, Habfamos notado esta frase: La apari- ign del libro. pig. 1%. 2 Thid., pag, 101. 8 DAnenir de la Philosophie, Paris, Hachette, 1899 (pag, 423) # Eneabezado del tomo I (La Tierra antes de ta Mfistoria, de Ed. Parris), pig. xvt. 8 Ibid., nota. vu vul PROLOGO Este detalle de “historia” puede contribuir a mostrar hasta dénde se remontan las amistades que han permitido recientemente que el Cen- tro Internacional de Stntesis, fundado por Henri Berr, y la 6* Seccién de la Escuela Practica de Altos Estudios, creada por Lucien Febure —actualmente dirigida por Fernand Braudel— unan sus esfuercos en un importante sector de la investigacién, el de la Historia de las ciencias. Ahora, antes de penetrar mds adentro, con el lector, en la obra de R. Mandrou, no podemos menos que invitar @ aquel que desee sacar el maximo provecho a que se rodee de algunos otros libros, entre los que la han precedido, la han preparado, la han hecho posible. Los ami gos de la coleccién poseen indudablemente el famoso “Rabelais”; po- drén sacarlo, ponerse nuevamente en contacto con él.° ¥ si tienen en su poder la Semana de Sintesis de la cual se acaba de tratar, leerdn nueva- mente él informe de Lucien Febure.' Verdn entonces, por una parte, cudn justo resulta colocar la obra presente en la misma perspectiva de investigaciones, y, por otra parte, comprobarén las diferencias, Estas diferencias son también, a su modo, fruto de la historia... Se empe- fian, asi nos parece, en que el autor represente a una nueva generacién de historiadores, “Ojalé que este libro sea un punto de partida”, dice R. Mandrou (pags. 8 y 270). En este campo de la psicologia histérica, anota también, “métodos y modelos todavia estén por crear...” (pdg. 1). Desde la obser- vacién de Henri Berr citada mds arriba, y que se remonta al iiltimo aio del siglo XIX, desde hace més de sesenta aiios, ¢nos habremos, pues, mantenido en et mismo punto de partida? Claro que no, puesto que acabamos de decir que numerosas labores habian, entre tanto, hecho esta obra posible. Pero quizd la clave del enigma, la que tal vez pueda iluminar —zquién sabe?— hasta el sujeto mismo que este libro trata sea que: cada generacién ha estado, esté y estard siempre en “el punto de partida”. En el punto de partida de su propia investigacién;: aun con la conciencia de proseguir una obra iniciada por los mayores, R. Mandrou nos recuerda (pag. 3) que historiadores y socidlogos suelen usar a diario la palabra “generacién”; pero también parece que acla- raria las cosas el considerar, con mds atencién que la que se acostum- bra, a las “generaciones” de socidlogos y de historiadores. Sin dar a esta idea mes valor del conveniente, hay que reconocer en la evolucién dé las ciencias, como en la historia de las ideas, una serie de impulsos © Lucien Feavar, El probleme de la ineredulidad en el siglo XVI. La re- ligién de Rabelais (tomo LXXXIV de esia coleccién). Del mismo autor tam- bien se leer con interés Combats pour PHlistoire, En particular pigs. 85 y siguientes PROLOGO cod originales —aunque sigan la misma direccién—. Esto se debe al des- arrollo, que hace pensar en la abundancia vegetal, de la reflexién y de las empresas que origina: cada nueva rama, al Uegar cada prima- vera, esti en su punto de partida... Es porque —aparte de cualquier otra causa— las exigencias van aumentando. El trabajo realizado deja entrever, siempre mds amplio, el que queda por hacer y que exige la multiplicacién pavorosa del nimero de las investigaciones por empren- der, la tarea por equipos y la especializacién, cada dia mds avanzada, que exigen las encuestas Uevadas en detalle, Después de una primera sintesis se impondrin nuevos andlisis mds profundos, mds rebuscados, que permitan iniciar una nuevas La que nos presenta R. Mandrou es —y asi lo confiesa él— un programa, mas que la puesta en marcha de un inventario. No porque carezca de documentacién, ni mucho menos, principalmente en algunos sectores de su obra, Pero, sin embargo, constituye mds un muestrario que una masa imponente de materiales: las incertidumbres y los huecos son muy numerosos atin, segtin la opinién del autor mismo: y el joven historiador no hace mal al pensar en nuevos medios de acercamiento. Ahora bien, la nocién moderna de “instruments de medida” que es tan viva en R. Mandrou, y con razén (véase pag. 7). es causa de mus chas preocupaciones —esperemos que sblo provisionalmente—! Todo esto esté en la naturaleza de las cosas, Y se tiene derecho a pensar que agui, como en otros campos, Ia necesidad creard el érga- no... Mas, por otra parte, los documentos no lo son todo: el selec- cionarlos, obligatorio, sus valores relativos 9 su puesta en marcha exigen cierta prudencia (pdg. 8). Pues bien sabemos que R. Mandrou la tiene —y lo sentimos muy bien aqui—: ha estado en buena escuela, Sabe sacar el méximo de resultados de los indicios que pueden serle brinda- dos or el estado actual de la investigacién. 2 No cabe la menor duda que resucitar al francés que vivid entre el descubrimiento del genovés Colén y el det pisano Galileo —“desde el des- cubrimiento de la Tierra hasta el del Cielo”, segtin la hermosa férmula © “Quid mis tarde, mediante una investigacién sistematizada en un gran esfuerzo colectivo” (paz. 8): “en ese campo... la exploracién sisteméticn esta muy lejos de haber sido emprendida: hay que conformarse con plantar puntos de referencia e indicar direcciones hacia las que conviene investigar” (pig. 246) ; “punto de partida para nuevas investigaciones indispensables...” (pris. 270). 2 “Le tinfeo que nos falta todavia cs el instrumento de medida” (pAg. 26) “seria ncevsario poder estimar” (pig- 212): “tenemos que renunciar a medir (pig. 244); “serfa menester poder cnumerar” (pag. 245). x PROLOGO de Michelet (recordada pdg. 1)— es un bello tema cuyo interés his- térico a nadie se le escapa.® Estas “resurrecciones” estén bastante de moda, pero no son, con mucha frecuencia, més que “aparentes”. En este campo, la tarea ver- daderamente cientifica, aunque “extremadamente seductora”, es “terri- blemente dificil” (pag. XIX, nota 4). Desde to fisiolé: espiritual —desde el alimento mds terrenal hasta el mas mistico— todos los comportamientos de los hombres deben ser considerados, luego vinct- lados unos con otros. El cuadro del hombre de los siglos XVI y XVIL que nos brinda R. Mandrou es muy interesante. Indudablemente le bus- carén las vueltas en punios de detalle: eso no es lo que cuenta, Podrén discutirse su plan y sus distinciones demasiado tajantes: pero el autor ya ha tomado sus precauciones al respecto;** o la inclusién de los “juezos y divertimientos” entre las actividades prosaicas; 0 ta separacién de las artes plisticas, consideradas como superaciones; del teatro y de la miisica, tratados como evasiones; o la clasificacién de las “solidarida- des”, etc, Pero lo que se presta a discusién no es malo en siz da mucho mds que pensar; aqui ha de ser materia de relexién sobre el profundo sentido que los “hombres modernos” podian dar a tal o cual activi- dad suya. Los hechos seftalados en esta obra deben ser “vinidos” uno a uno por el lector: es cuando convergen o se contrastan cuando dan naci- miento a nociones més generales, ¥ al final estard uno capacitado para formarse una opinién; la Conclusion general da la del autor. Aun cuando, en los detalles, el lector no uea exactamente la situacién como él la vey su divergencia serd instructiva, Pero hay que tener en cuenta aqut pre- cisamente el tacto del historiador, sus razones para juzgar de un modo y no de otro, su familiaridad con las actitudes mentales de las que se trata (pag. 7): los rasgos aceptables se encuentran frecuentemente “mds acd de las impresiones corrientes” (pdg. 8); no se conocen, en hartos casos, mds que situaciones limites (pag. 22). El lector “medio” s$ puede encontrarse amenazado en sus juicios por varios escollos. Ahi van dos: 19 Se obsorvart que esta época es el objetivo de otro libro —cuya inves. tigacién estaba més esprcializada— que aparccié hace dos afies en nuestra co- leccién: La aparicién det libro, de Lucien Fenver. y Henri-Jean Marzix. Si se agrega a esto cl Rabelais del que se ha tratado ya, el libro que nos ha prome- tido Fernand Bravort. y que constituiré una introducciém a Ia. seccién tercera de la coleceién, y finalmente el de Ruggerio Romano sobre La Italia del Rena- fo, puede verse que los siglos xvi y xvu estén representados. + ahi se ve lo bien que intervienen las series de causas que Henri Berr gustaba distinguir: contingencias de toda naturaleza; necesidades de todo orden y légica de las situaciones tal como puede aparecer al tener en cuenta las otras dos series de factores (cf. La stntesis en la Historia). 12GE, por ejemplo, pags. 1 y sigs, y 247. PROLOGO. x1 por una parte, el no poder medir exactamente las diferencias que con- viene establecer entre esta época y la Edad Media; habremos de ver que es una operacién jrecuentemente delicada. Por otra parte, estable- cer paralelos demasiado estrechos entre estos siglos XVI y XVII con lo que conocemos ya, por tradicién viva, de la vida y la mentalidad —par- ticularmente de los campesinos, mas “estables"— hacia mediados del siglo XIX. Efectivamente, puede parecer que en el transcurso de los doscientos aiios que han separado de esa época la juventud de los abue- los que todavia conocimos, muchas cosas se han mantenido incambia- das, Pero gewéles, exactamente? En cuanto a los significados que se han dado sucesivamente a comportamientos que pueden ser los mismos en parte, exteriormente, nada nos permite restituirlos como no sea lo labor del historiador. * Confiemos, pues, en el historiador. Confiemos, pues, ahora, en R. Mandrou, Y emprendamos con él ese viaje a través del tiempo, pletd- rico de etapas interesantes, abundante de detalles sabrosos a veces, y cuyo aleance pricalégico 0 social ha sido netamente destacado. Se verd —primum vivere—a los hombres de los siglos XVI y XVID comiendo y bebiendo, felices, 0 por lo menos seguros, siempre que lo pueden hacer copiosamente. Se comprobaré el nivel de vida de las clases laboriosas al enterarse de que el Hospital de los Pobres es un peligro social, porque mediante esta institucién “se estd privando @ la cam- pifia de obreros para et cultivo de las tierras y de mozos que son tan necesarios...” (pig. 21), Hablamos encontrado en Inclaterra y hacia la misma época una preocupacién poco mds 0 menos igual."* También se ve a esos hombres enfermos —mds que saludables— y que se cuidan: su terapéutica es ya una obertura para su “estructura” intelectual. La jerarquia de los drganos de los sentidos no deja de ser curiosa, con la primacia del oido y del tacto. Ahé también, el lector pasard facilmente de lo fisiolégico a lo psicolégico: ‘es et pdrrafo de transicién fprecisa- mente escogido por el autor. Las pidginas sobre los afectos y las pasiones parecen demasiado cortas, pero se presentard otra oportunidad de volver a ellas en los “medios sociales” (la pareja, la familia). Se observardn las consideraciones sobre el temor que dominaba entonces en toda opor- tunidad pero jay! a menudo por causas demasiado justificadas.'* 18 Véate de Léon Canen y Maurice Traure, La enolucién politica de la Inglaterra moderna, t. 1 (1485-1660), “La Evolucién de la Humanidad”, t XCVI. 44 -Gr. pag. 250. La admirable coleccién de dibujos v erahados de Jacques Gallet (Las' grandes miserias de ta guerra) ayuda a comprender lo que podian XII PROLOGO, En el capitulo que se titula “Equipo mental y actitudes Jundamen- tales”, se encontraré primero una breve exposicién de los problemas del idioma: “Los franceses del siglo XVI se encontraban no con una sino con cuatro lenguas a su disposicion. Abundancia de bienes que no sig- nifica riqueza...” (pag. 63). Luego aparecen algunas consideraciones muy interesantes acerca de los conceplos del tiempo y del espacio, que nos detendrdn un poco mds. Muestran, or una parte, todo lo que podia quedar de “hombre primitive” en ef alma de nuestros ancestros (y sobre ese punto, gsomos nosotros ian diferentes?) y, por otra, el peligro que corren siempre lax eenevaciones durante las cuales desaparece algo de esta primitividad."® Tomemos ia cuestion del espacio: las distancias se conocen “en la medida de la vida rural, tradicional, en el marca de un terruiio... Fuera de la regién familiar, donde tos caminos, las casas, los drboles, se conocen uno por uno... ya sélo queda la inmensidad inconmensurahle del universo nuevo” —el que acaba de verse conside- rablemente ensanchado por los grandes viajeros—, Pocos hombres pue- den decir como Coldn cuando escribe a la reina Isabel: “EL mundo es poco...” (pdz. 68). Ademds, epunta el autor, unos decenios més “y los espacios infinitos intersiderales conturbardn con sw espantoso silen- cio la meditacién pascaliana” misma (pag. 69). En una palabra, “el cosmos no es todavia para el hombre moderno marco del pensamiento” (pag. 73); pero el terruiio comienza a hacér- sele algo estrecho, De ali proviene la pérdida, mis 0 menos consciente, de un equilibrio milenario; y quizd también esté ahi el origen, 0 uno de los origenes, de la duda que va destizindose dentro de la fe religiosa, © por lo menos en sus modalidedes: la relisién se va a transformar en una “solidaridad amenazada” (pags. 77 y sig.). ¥ ahi tenemos lo que refuerza la tendencia al miedo, que la inseguridad material explicaba ya en parte, y te da un fundamento pricoldgico mds profundo. La segunda parte del libro muestra las consecuencias de este estado de las cosas y de tos espiritus en el plano social, el de los vinculos inter humanos —con los beneficios y las constricciones que significan, y que no hay que separar demasiado—. Pero los capitulos dedicados a las so- lidaridades mds fundamentales no dejan de dar que pensar: “la familia” comprende un pérrafo sobre ta pareja forluita y las conjunciones pasa- jeras... El que clasifica “la parroquia” —entendida, por supuesto, como ser aquellas causas, Cf Michel Avot-Lantmé, La Revolucién Agricola, tomo XXX de “La Bvolucién de Ie Humanidad”, las tes primeras Lminas fuera le texto, "Es la necesidad de dar un nuevo sentido al conjunto de las opiniones y de Ios comportamientos, Quizi estemos viviendo, en nuestros tiempos, una de esas cxisis, PROLOGO xm unidad territorial y civil— entre esos marcos esenciales, no ignora la amenaza de la Reforma, de ta cual se hablaré cincuenta paginas més alld." En cuanto a las “érdenes y clases sociales”, no estén a salvo de un dinamismo peligrosamente transjormador, puesto que “la época mo- derma es la de una crisis social sin precedente, la cual se ha protongado hasta la Revolucién” (pags. 104-105). Poco a poco, se va uno danto cuenta de que, en el fondo, son casi todas las solidaridades fundamentales tas que se encuentran amenazadas. Tal es precisamente el drama cuya amplitud nos descubre el autor (pazi- na 200) al recordarnos “las vicisitudes de los conjlictos dogméticos y sociales que han desgarrado al pais y los corazones durante casi un siglo; esa larga historia que tiene sus raices en las inquietudes metafisicas det siglo XV, en sus teinores de la Muerte y del Injierno, y que no concluye ni con el Edicto de Nantes, ni con la paz de Alais, ni siquiera con la Revocacién, es igualmente social, politica y hasta demogréfica y pix coldgica.” Técnicas campesinas, oficios urbanos se analizan répidamente segtin el punto de vista adecuado, a principios de ta tercera parte. Hay interés en meditar lo que dice el autor acerca de la diferencia de género de vida en el campo y en la ciudad, y de los respectivos papeles de estos dos medios humanos. Hay que darse cuenta de la diferencia de men- talidad que ha podido determinar estas condiciones de existencia.™ En cuanto a la aparicién de la “mentalidad capitalista” y de la voca~ cin mercantil, mal consideradas por tos franceses de entonces, no intro- ducen un espiritu nuevo, sino que “asumen toda una gama de innove- ciones psicolégicas”, que tropiezan con “los frenos y las costumbres mentales heredadas de los demds tipos de vida” (pag. 164), es decir, con las actividades tradicionales. Asi, pues, una causa més de fricciones. Los juegos, ta caceria y la danza nos abrirdn las puertas de las supe raciones y de las evasiones. Ante todo del arte: “En este mundo que se ha sido ensanchando desde algunos aitos ha, a las dimensiones actuales del planeta, los artistas..., exaltados por los descubrimientos, han par- ticipado de un nuevo orcullo; la criatura, la humilde criatura de quien las ensefanzas de la Iglesia han hecho, en la préctica diaria, un ser dévil, constantemente amenazado, se yergue ante esa prueba inesperada 39 Véase pag. 90, nota 2. Cf. pag. 128, El mapa de In pagina 129 nos muestra cl _quebrantamiento que ha podido cauiar In Reforma entre las. solic dandades de parroguia en el conjunto del pais, 17 GL Liinvention humaine. Técnica, moral, ciencia, sus relaciones en el transcurso de la evolucién. 1/° Semana de Sintesis, Paris, Albin Michel, 1954 Véase también, para comparar con lo que sucede fuera de Francia, L. Canen y M. Braure, op. cit xIV PROLOGO del poderic det hombre” (pag. 175). Auge del individualismo que for- zosamente favorece nuevas concepciones plisticas. Aparece, en pintura, la perspectiva, tan bien conocida ya por algunos artistas de Pompeya.® Pero la copia de obras antiouas no puede salisfacer largo tiempo a la mentalidad nia las necesidades afectivas del momento: entre el Rena- cimiento y el Barroco, la evolucién muestra a unos cuantos hombres saleclos que, tras un momento de embriaguez y de esperanza desmedida, recaen en otras preocupaciones, “Respirar seatin et ritmo del Atlénti- co” (pig, 179) ha podido exaltarlos; pero et estado de dnimo evolu cionaba, con los acontecimientos, a medida que iba transcurriendo el siglo XVI. ¥ “los artistas del siglo XVII recién iniciado tienen que ex- presar, no ya su gozo de vivir y la esperanza de un mundo mejor, sino sus inquieiudes y hasta sus angustias, al mismo tiempo que su nostalgia de las esperanzas perdidas”.” Puede hallarse, sin forzar demasiado he- chos y fechas, una “curva gréfica” semejante entre los eruditos, los “humanistas”: “Ast puede medirse la distancia que separa al humanismo dexoto de los primeros aitas det siglo XVII, del que hizo la gloria de Erasmo y de Guillermo Budé... el hombre y el mundo son, cierta- mente, admirables y dignos de estudios, pero silo porque permilen ele- varse hasta el conocimiento del Greador, ya que el hombre es obra macstra del universo, por ser a imagen y semejanza de Dios... Es otra forma de espiritu, en que las preocupaciones religiosas han encauzado las esperanzas y el hélito conquistador del primer tercio del siglo XVI” (pag. 198), Las ciencias, la filosofia, Ia zeligién: ahi tenemos, en todo caso, otras formas de superacién, Las primeras estén reservadas @ una clase selecta; “por el contrario, et hecho religioso es un hecho de la masa” (pac. 199). Mas no resulta, después de haber establecido algunos desplazamientos y cambios de nivel, el reflejo de superaciones mas excepcionales? En esto el autor se muestra Ueno de eccriipulos: no expresa juicios: “la re- ligidn de los fieles es, pues, en primer Ingar, una préctica habitual... Pero resulta diftcit conocer lo que, detrs de esos actos, ponen los hom bres de tos siglos XV1Iy XVII, descubrir, por ejemplo, la parte de co formismo social, muy grande por fuerza... y la parte de adhesién intima al sagrado misterio que toda comunién implica” (pég. 208). La duda, harto timida al principio, oculta —repelida— de la que habla- 38 CL, Revue de Synthése, 3* serie, n™ 17-18 (enero-junio de 1960), pigs. 17-88. articulo de H.C. Beye. 2 Pigina 243. En la misma pagina, R. Maxorou se propone no discutir ese problema del Barroco por cl Barroco mismo, En efecto, es un problema que, como el de la mistica que vamos a hallar también —y no es ésta una compa- racién casual—, resulta harto complejo. PROLOGO. xv bamos antes, parece surgir aqui a través de la del autor. Y su primer efecto, la dualidad posible de la practica religiosa, catdlica y protestante, no puede dejar de causar quebranto en muchas almas. No obstante, la mistica es un medio, digamos “técnico”, para que los seres projunda- mente religiosos huyan del terror que esa duda inspira —lo mismo que el Barroco para los artistas—. Esta cuestién de la mistica, pensamos nos- otros, quizé haya sido tratada aqui muy répidamente. Sin decidir aceren det fondo y manteniéndonos sobre el plan que nos interesa en este libro, es probable que R. Mandrou tenga razén al considerar que ese “tmpetu” participa en la misma necesidad de evasién que los “viajes imaginarios”, {a aficién @ la magia —y hasta al suicidio— (pags. 316 y sig.). Hay que reconocer, empero, que hay casos en que se siente uno muy perplejo para distinguir la superacién de la evasion; y parece que la mistica es uno de estos casos. Para volver ahora a los sabios, sus “confusiones y presciencias” (pagi- nas 192 y sigs.) no se hallan muy lejanas de los medios de evasién, puesto que leemos que la magia, la alquimia y el hermetismo forman parle, con la astrologia, del cuerpo de las ciencias.™ Sin contar que sobre este punto podré uno enriquecer seriamente su documentacién gracias a la fotente obra de Gaston Bachelard, Bastaré con recorrer La formacién Gel espiritu cientifico para lograr un conocimiento bastante profundo de la mentalidad de los sabios de aquella época y hasta de los del six glo XVIII, y de lo que hay que entender por confusiones y presciencias; se hallard una serie de ejemplos entre tos cuales algunos evan abun- dantes indicaciones psicoldgicas.? En cuanto a los deshordamientos, me- nos cientificos atin, si puede decirse, de la imaginacién de los hombres de los sighs XVI y XVI, habria que ampliar mas su inventario: lo que puede conseguirse hojeando aleunas obras de jurgis Baltrusaitis.? Y para terminar, tenemos la gavilla compuesia de los rassos espi- gados durante las tres partes de la obra. Bsa Conclusién podia haberse Hevado a cabo en diferentes formas, Por ejemplo, se podian haber ma- nejado los marcos limitados en et plano del volumen el uno sobre el otro: “pasando, por decirlo ast, de un teclado a otro... hacemos que aparezcan, en cierto modo, los juegos sobre los que semejante investi- 2° La mifstica puede ser considerada por lo menos tanto como nna supe- racién de la actividad religiosa corriente como la desviacién de éra. Ahora bien, la actividad religiosa esti considerada como una superacidn. picinas 199 y sic guientes. Pero este vorablo retine generalmente cosas muy diferentes, Para In doctrina médica, cf, pags. 31 y six 2 Gaston Bacuetaep. La formation de UEsprit scientstigue. Contribution a une Parchanalrse de la connaissance objective, Paris, J. Vrin, 1938, 5 Por ejemplo: Aberrations. Quatre essais sur ia lzende des formes, Pax is, O. Perrin, 1957, col. “Jew savant”, dirigida por André Chastel. XVI PROLOGO gacién debe desembocar” (pags, 247-248). El autor da algunos ejemplos de este método, El lector, durante su meditacién, puede encontrar mas. No obstante, la intencién de R. Mandrou es diferente, in un. primer pdrrafo de su Conclusién (pags. 249-256) va a reunir los rasgos comu= nes, fundamentales, vdlidos para el conjunto de la sociedad francesa de la época, A continuacién, intentard dos procedimientos: por una parte —segundo parrafo (pags. 257-265)—, empleard la nocién de vision del mundo cousiderada como “elemento esencial de la estructura mental” (pags. 248-249), pues la Weltanschauung de aquellos contempordneos de Francisco 1, de Enrique IV 0 de Luis XIII le dard la posibilidad de restituir personalidades, individuales o colectivas, de “hallar las cohe- rencias —y a veces la logica profunda de ciertas incoherencias—” (pagi- na 257). Y, por otra parte —tercer parrafo (pags. 265-270)— buscard, “mds allé de esas estructuras mentales demarcadas ya, coyunturas men- tales” (pig. 249), las que proceden del clima 0, mejor, de los climas que se sucederdn segtin ritmos mas 0 menos répidos, segiin los niveles y los medios, segin los campos —y que interfieren— Mas, tratar de hallar y de dar nueva vida a las coyunturas afectivas ¢ intelectuales, “es, pues, mostrar primeramente que la historia de las mentalidades, como toda historia que intenta explicar en profundidad, no conoce fronteras; no se separa en absoluto de los demds sectores hi toricos... La historia de las mentalidades forma parte, a cada instante, de una historia total” (pag. 270). Tarea inmensa, puede verse, que nos parece mayor ain después de haber leido este libro que plantea més problemas de los que resuelve —y esto es un cumplido, puesto que el libro quiere ser origen de nucvas investigaciones—* Una sola esperanza parece ser capaz de animar al investigador en este campo de la psicologia histérica: el hecho de que nos sentimos tantos puntos comunes con esos hombres tan diferentes de nosotros empero, en apariencia, y de que nos mostramos capaces de co- munién con ellos cuando logramos hacérnoslos presentes con verdad su- ficiente, gracias a una labor histérica que por eso demuestra su valor. Porque desde los principios de la humanidad, como decia Lucien Febure, si bien es cierto que todo se transforma, nada se fierde.** Pavt Cxatus 24 La poricién de R. Manprow no es una novedad en Ia coleceién, Henri Bert, en el prefacio del tomo IV, Le Tierra y la Evolucién humana. obra del joven historiador que era todavia en 1922 Lucien Fenvee, se expresaba asi: “La orientacién de su pensamiento esti de perfecto acuerdo con las tendencias de-esta obra. puesto que fsta quiere, ademis de presentar los resultados actuales del trabajo histérico, plantear los” problemas, animar las buenas voluntades para la buena tarea” (pag. vm). * Gf, X Semana de Sintesis, op. cit. pig. 82. ADVERTENCIA, Escribir un libro de historia no es nunca juego del espiritu, como algunos gustan a veces darlo a entender cuando se trata de la obra i- teraria, novela, novela corta o cuento, El historiador que trabaja en una reconsiilucién siempre perfectible del pasado, pretende, pues, demos- trar, probar —o por lo menos aportar una piedra a la obra colectiva—. ¥ él mismo sitita su obra y su contribucién en esa larga cadena de aproxi- maciones, de puntualizaciones que constituye la ciencia histérica, La presente advertencia no podria, pues, salirse de la regla: giremos @ exponer cémo, desde hace quince aiios, venimos consagrando todo nuestro trabajo de investigacién historica a responder al llamamiento lanzado antaiio por Lucien Febure en favor de la historia de las men- mentalidades colectivas? A decir verdad, toda la obra es como una presentacién de ese intento, de sus coordinadas, de sus métodos y de sus ambiciones. En este campo que practican instintivamente todos los historiadores y que sigue siendo todavia un campo mal reconocido, nos hemos avanzado quizd con temeridad, Por eso, cada pagina de este libro es una especie de justificacién, Bs lo que nos autoriza, sin duda, a conformarnos con indicar aqui en pocas palabras cémo y por qué el nombre de Lucien Febure apa recerd con tanta frecuencia en estas paginas: asi podremos situar nuestra deuda y nuestro agradecimiento, * Todos los historiadores saben qué-combate Wevd a cabo Lucien Feb- ure durante medio siglo para incitar @ sus colegas, a sus discipulos, a sus amigos, a que orientaran sus esfuerzos hacia una historia abierta @ las ciencias humanas nuevas: Economia, Sociologia, Psicologia... En esia tltima direccién ha abogado ante nosotros con mayor calor durante el final de su vida: apasionado por las realizaciones de Henri Wallon, de Piaget y de algunos mds, ha fundado realmente la Psicologia histb- rica, gracias a algunos de esos artheulos-programa, verdaderos lamamien- 1 Esta psicologia histdrica a la que Henri Derr habia dado también su puesto en In Sintesis Histérica: cf. H, Bunn, Del sscepticismo de Gassendi, introduc. ciéa, pig. 19, XVII cin modeeen.— Ul XVI PROLOGO tos al trabajo, que eran st fuerte, 9 cuyo mejor ejemplo es realmente su gran texto: “¢Cémo reconslituir la vida afectiva de antaiio? La sensi- bilidad y la historia.” * Lucien Febore, ya en 1938, habia trazado el plan con mano firme: “hacer inventario primeramente en detalle, luego re~ construir para la época estudiada el material mental de que disponian los hombres de aquella época; por un poderoso esfuerzo de erudicién, y también de imaginacién, reconstituir el universo, todo el universo fisico, intelectual, moral, en medio det cual cada una de las generaciones an- teriores se ha movido...”2 Digamos, en una palabra, que este libro es nuestra primera respuesta al Uamamiento de Lucien Febure: pero os una respuesta a la que él mismo ha suministrado mucho. ¥ de este modo: buscador incansable, Lucien Febvre no ha cesado de edificar hasta su idtima hora proyectos de trabajo y planos para li- bros; gno iba a recibir esta coleccién toda una serie de obras prepara das por aguel Maestro en colaboracién con un historiador més joven? En 1958, ha publicado La aparicién del libro, que Lucien Febure habia claborado con un joven especialista en problemas de edicién: Henri- Jean Martin. El “Febure y Martin”, como deciamos ya, no habia sido concluido ain y ya en aquel momento habia oira obra en marcha, Por eso encontramos en 1957, al clasificar los expedientes dejados por Lucien Febvre, legajos enteros de fichas debidamente ordenadas para una “Introduccién a la inteligencia del hombre francés modern”: algunos esbozos colocados para encabezar las grandes divisiones consti- tulan unas como coordinadas de la investigacin, trazadas a grandes rasgos. Hemos podido entonces cotejar nuestra documentacién con la que Lucien Febure habia establecido: al descubrir la misma problemdtica aplicada a la misma investigacién, hemos tenido la audacia de prose- guir este designio y de Uevarlo a cabo, Su pensamicnio y sus consejos habian animado nuestros primeros trabajos: al encontrar en sus expe- dicntes una prucha més de que nuestro esfuerzo coincidia con el suyo, hemos pensado que no podriamos hacer nada mejor que lerminar este primer intento de puntualizacién Que se entienda bien que Lucien Febure no puede ser considerado como responsable de este libro; no nos hemos engaado sobre sus im- 2 Annales d'Histoire Sociale, 1941, articulo publicado nuevamente en Com- bats pour UHfisioire bajo el encabezado “que es todo un programa— de Alliances et Appus, Otro libro de Mélanges, que saldr4 préximamente, reproduce tos prin- eipales artfeulos dedicados por TL. Febyre a la psicologia histérien (IV parte). ¥ Combats pour UHistoire, pig. 218. ADVERTENCIA, xIx porfecciones ni sobre las dificultades de semejante tarea.' Pero lo que estd en euestién es lo que justifica la empresa: se trata de una investiga- cién por el sector que es hoy el que mas descuida la historia, “EL his» toriador no tiene derecho a desertarlo.” * * Finalmente, estoy empeRado en dar gracias muy calurosamente a mi amigo Georges Duby, profesor en la Facultad de Letras de Aix-en-Pro~ vence, que siente también pasién por las investigaciones sobre la historia de las mentatidades 'y que ha tenido la fineza de leer las pruebas de este libro. Ronerr Manprou * “Extremadamente seductora, a la vex que terriblemente diffeil”, det L, Febvre en el articulo citado més arriba, Cf. Combats pour CHistoire, ply. 229 ° L, Funver, ibfdem, INDICE Pagina PRELIMINARES, ALOUNAS DEFINICIONES « PARTE 1 MEDIDAS DE LOS HOMBRES A) Er, none rfstco Cariruzo ELLs aumrenracién ¥ Bt, MEDIO AMBIENTE 1, Los elementos de Ia alimentacién .... 2. Las bebidas panei nee 3. La subalimentacién . 4. El medio ambiente: ‘La’ vestimenta 5. El medio ambiente: El alojamiento ... Carfroro -IL—Sa.up, mnrsnsteoapes, “pontactd: 1. Las enfermedades 2, Remedios y medicinas 8. La poblacién: elementos de demogeatia 12000001 B) Bx nonare psiguico Capizo1e TL. —Sewrwos, sensacionas, sMociowns, PAstowES 1. Primacia del ofdo y del tacto .... 2 Papel secundario de Ia vista. 3. Contrastes y reacciones violentas 4. Afectos y pasiones ..... Carfroro TV—Eouiro wentan ¥ actrrubes FUNDAMENTALES 2... 1. Teenguas habladas y escritas . 2, El espacio y el tiempo 3. El medio natural CONCLUSION DE LA PARTE PRIMERA .. PARTE II LAS ESPERAS SOCIALES A) Souwanipapes ruNDAMENTALES Carfruto | LOLA raneyay La FABEILIA vos. 1. El matrimonio y la familia Iegith 2 La pareja casual: “Las conjunciones pasajeras” Carfruto TLDs rarroouta 1. La parroqu Tia parroguia urbana, Cavfruio TIT—Onpenes ¥ CuAses SOCIALES... 1. La nobleza tridicional < 2. Tia burenesta o Ins burauesfas ... 3. Las clases populares rurales y urbanas XXI y Ia aldea . 8) 8 85 89 90 4 101 105, 110 16 XXII INDICE 3B) SouaniapEs AMENAZADAS Y¥ TEMPORALES Pagina Carfruto IV.—Sorapaupaves AMENAZADAS: ESTADO, REALEZA ¥ RE TumN: seaveverse ese 12 1. El rey y el poder seal 122 2 El Estado y la nacion » 125 3. El Edieto de Nantes 128 Cavfroco —V—Soniparipapss ‘TetroxaLs! Y FIESTAS 44 135 1, Las sociedades ‘de juventid 136 2, Las fiestas ese. .ceeeee 138 ConcLusiON pe LA PARTE snOUNDA’. 140 PARTE II TIPOS DE ACTIVIDADES HUMANAS A) Acrivipapes rrosarcas Carirvzo Las tiexieas maxvanes + 45 1, ‘Tecmieas eampesinas . ery Olicios “urbanos sou 150 CariruLo SL DINERO Y LA MENTALIDAD GAPITALISTA 154 Desconfianza y vicios de conformaciin _ 156 Metodos capitalistas 158 Goyuntura y_ pensamiento econdmico 2. 102 CariruLo TL—jurcos y pivmrsiones Leerssen 165 1, Un juego reservado a la nobleza 166 2 Un juego que todos practiean: 167 3. Los juegos invasores: dados, bara im B) Sursraciones Carfruco TV.—Aeres y arnistas 173 1. Nacimiento del ‘artista’. 175 2. Nuevos conceptos plasticos 176 3. Desde el Renacimiento hasta’ el Barroco - 178 Carireio Los NUMANISTAS Y LA. VIDA INTELEGTUAL 181 |. La promocién social de los humanistas 182 2 El libro y la erudicién de los humanistas 184 3. Bl enciclopedismo de los humanistas . 186 Carirozo -VI—Santos v ¥itSsoros ...--..e ess eee 190 1, Gonfusiones y presciencias 192 2. Método y filosofia Cavfruzo VIL—La via meiciosa 2... 199 1. Los “tprofesionales” eatdlicos: 202 2. Los fieles catdlicos ....2.2+++. 207 3. Las nuevas estructuras reformadas: nico . weve 214 4, Los libertinos | C) Bvasiones Garirozo VITT.—Los xomantsmos . Ee 1. Las profesiones némadas 2 Berearinos y “encistas? 3. Soldados y némadas de’ proiesi Caviruto IX—Los munpos macixanios . 1. Gatencia de excitantes y estupefacientes +. INDICE XXII Pagina 2. Teatro y misica . 3. Viajes imaginarios 4. Hacia el mis alld mistico LA MAGIA SATANICA Y LA MUE 1. Lamamiento a Satanas . 2. El suicidio GoncLusi6n DE LA PARTE TERCERA. GONCLUSION CBNERAL .2.2.2.ee0eecceeeeeee eee e ee 1. Los rasgos comunes ... 2. Visiones del mundo: las estructuras mentales de sensibilidad: las coyunturas mentales Caviroro — X- 233 234 236 238 239 243, 245 247 249 257 265 an 289 PRELIMINARES ALGUNAS DEFINICIONES Si es relativamente itil definir en algunas Iineas el objeto de este libro, es mucho més necesario suministrar al lector curioso y Avido de precisién algunas aclaraciones sobre ciertas nociones que habremos de uti- lizar durante todo el libro sobre ciertas elecciones que nos han sido im- puestas desde el inicio de nuestro trabajo. Nuestra presa es el hombre: por supuesto, los hombres que han vi- vido en Francia “desde Colén hasta Galileo, desde el descubrimiento de la ‘Tierra hasta el del Cielo”, segiin la bella formula de Michelet, es decir, en aquel momento particularmente importante para el desarro- Ilo de tos pueblos de Occidente, que se extiende desde 1490 hasta 1650, fechas amplias; nuestro método —que no se trata de exponer dogmit- ticamente, puesto que todo el libro esti ahi para ilustrarlo— consiste en descomponer en sus elementos varios esta civilizacién moderna, para recomponerla después, mirando cémo viven los hombres que la llevan y que Ia nacen, Este procedimiento doble no indica un plan que debe seguirse, sino el movimiento mismo de Ia bisqueda: mediante lo cual podemos proceder a reunir y a explicar lo que sigue, resultados provi- sionales de una exploracién que seria vano pretender que ya se ha con- cluido.,. Tanto més vano cuanto que esta presentacién del francés moderno ha sido coneebida deliberadamente como una investigacién de psicologia histérica, morada tan poco frecuentada en Ia gran mansién de Ja Historia que los métodos y los" modelos todavia estan por crear... Primera definicién: El hombre francés modern, ;Hay que deter- minar cual? Esta época —como todas las demas— ha tenido hombres sintiendo y hombres pensando; hombres actuando sobre a ‘Tierra y otros que se evadian hacia un mis alla; hombres creando Beleza, Ciencia, y traficantes y politicos; inventores de méquinas y fabricantes de sistemas que, partiendo de algunas reflexiones personales, reconstrufan la curva Rrancis. moderna. 2 INTRODUCCION A LA FRANCIA MODERNA geifica de Joy destinos humanos, Resulta bastante facil para el histo- siador que cultiva la biografia, asir, en la sociedad a la que pertenece y que le imprime su hella, a tal o cual tipo humano, y estudiarlo a gusto, Pero corre el siesgo de olvidar que ninguno de esos hombres se basta a si mismo; cada uno de ellos aparece aislade, no como individuo sino como personaje que representa un papel: persona, en el sentido escénico de la palabra; es un aspecto personificado de una misma rea lidad viviente, el hombre Presentemos esta sintesis con términos diferentes: ahi va la cohorte de los misticos, desde el Ejercitatorio de la Vida espiritual de Garcia Ximénez de Cisneros (que casualmente aparceié en 1500) hasta el Tra- tado del Amor de Dios de San Francisco de Sales, y hasta el Augustinus Al lado de éstos —y en limites cronoldgicos diferentes— aht estan los astrénomos modernos; desde el Copérnica del De Revolutionibus, mis all de ‘Tycho Brahe y de Képler, hasta Galileo... Decimos ain que tal gran hecho —el descubrimiento de tierras nuevas al Oeste por Cris- ibal Colén en 1492— no interesa del mismo modo al pinter, al maestro de capilla que compone un motete, y al mercader, al oficial de la corona y al hilésofo. Y, sin embargo, todos esos seres no son extrafios unos a otros; hay de todo en todos y cada uno de ellos; cada hombre es, a su modo, una sintesis, una encrucijada por Jo menos, donde se han ejer- cido todas esas influencias. numeremos rpidamente: los progresos conquistadores de la im- prenta recién inventada que cubre rapidamente a la cristiandad toda; el ensanchamiento del mundo conocido por medio de los grandes descu- brimientos, y de los mundos incognoscibles mediante las grandes hipd- tesis; la formacién de una mente y de un método humanistas de ten- dencias criticas y positivas; el invento realizado por los artistas de un nuevo modo para interpretar y representar a la Naturaleza; la elabora- cién de formas originales del sentimiento religioso; la constitucién de las grandes monarquias, preludio de la realizacién del Estado moder- no; las manifestaciones caracteristicas de un estado de dnimo y de procedi- mientos que, a la luz de transformaciones mas recientes, Ilamamos de buena gana capilalistas; todos esos conjuntos de hechos diferentes, en suma concomitantes, acttian simultineamente sobre los hombres de cierto niimero de paises, Han dado nacimiento en cllos a un modo de sentir, a disposiciones y actitudes que contrastan netamente con las de sus ante- cesores, y con las de sus sucesores inmediatos. Esta es la primera expan- sién moderna? 4 Evidentemente, no olvidamos que, en la periodizacién tradicional en Fran- cia, los Tiempos Modernos comprenden ‘tres siglos: desde principios del siglo xv ALGUNAS DEFINIGIONES 3 Entre el final del siglo xv y mediados del xv, nos hallamos en pre- sencia de un periodo en que las manifestaciones intelectuales, religiosas, artisticas, politicas, econémicas de la actividad humana parecen unidas unas a otras por un vinculo de interdependencia particularmente estre- cho. Es un momento en el que se perciben con nitidez, dentro de las con- ciencias humanas, los efectos concordantes de un largo trabajo simul- taneo; en el que, dentro de un marco nuevo, “el hombre se ha hallado a si mismo” gracias a Vésale y Servet, a Martin Lutero y a Juan Cal- vino, a Rabelais y a Montaigne... encarnaciones diversas de su in- quietud y de su movilidad. Al explorar estas conciencias colectivas durante tan largo tiempo, habremos de utilizar otra nocién mal definida: la de gencracién, Es itil, con Ia condicién de que se despoje de todo automatismo aritmético: por ejemplo, el de Cournot, que dividia gozosamente cada siglo en tres secciones de treinta afios: 1501-1530; 1531-1560; 1561-1590; mis diez afios de ajuste: abuclos, hijos, nictos®... Efectivamente, empleamos a diario, al hablar como historiadores 0 socidlogos, la palabra generacién on su acepeién mis rica, Ia cual est permitido que conservemos aqui. Gon todo derecho decimos Jas generaciones de la guerra y de la pos- guerra, tan pronto como podemos comprobar el contacto entre dos rea- lidades: un grupo de hombres suficientemente extenso y coherente, y una serie de acontecimientos harto considerables, polivalentes y de re- percusién nacional o mundial; estos acontecimientos provocan en estos hombres unas series de reacciones que se encadenan, se cruzan, se com- binan y pueden perfectamente no ser uniformes, pero que todas proceden, en su diversidad, del mismo trabajo interior, consciente e inconsciente: marcan su huella en el cerebro y en el corazén, en las acciones de los hombres de una misma generacién, tomando en cuenta igualmente el hecho harto conocido de que las generaciones se sobreviven de mil ma- neras en las que las siguen. Otra aclaracién: ese hombre francés que deseamos reconstituir no es evidentemente hombre de ninguna parte; vive en un marco, en medio de paisajes que él mismo ha modelado a su modo y que no son los de hasta fines del siglo xvi, Solamente empleamos la mitad de ese campo histérico, sin negar por eso Ia calidad de modernos a los hombres que han vivido més alld de 1650, Lo que decimos a continuaci6n justilicard suficientemente ese terminus ad quem, al mismo tenor que una divisién puramente aritmética. 3 Connor, Considérations sur la marche des idées et des événements dans les Temps Moderes, Paris, 1872, Tibro VIL + INTRODUGGION A LA FRANCIA MODERNA la Europa Central ni los de las lanuras 0 montafias mediterraneas. En el movimiento en que se afirman las originalidades nacionales, el papel del decorado cotidiano de la vida es ciertamente importante, tanto para los franceses como para los italianos © los alemanes. Desgraciadamente no nos es posble evocar largamente, ni siquiera describir, como lo hacen los gedgrafos de hoy, el marco francés de los siglos xvi y xyt: si la topografia no ha cambiado mucho —y todavia hay que decirlo aprisa de las montajias todavia arboladas, de la orilla de los mares y del curso de los xi0s— lo demiis lo ignoramos: habitacién, actividades econémicas, villas y circulacién, slo pueden esbozarse segtin los escasos testimonios de los contemporaneos.* No permanezcamos, pues, mis de lo necesario contemplando los gra- bados demasiado esfumados, y hasta contradictorios, que esos testigos poco prolijos nos brindan: preparemos el decorado, sin esperanzas de que nos pueda aclarar acerca de las mentalidades de los franceses de 1600 nada de lo que un observador social diligente puede reconstituir hoy, al comparar al burgués de Limoges con el de Chicago, al campesino de Beauce con el de Vaucluse... Siguiendo La Guia de los Caminos de Fran- cia (de 1552) vamos sin cesar de una Francia alegre, buenas ciu- dades ricas de monumentos, a las hosterfas “recomendadas”, a los “buc- nos vines”, a los “pasos peligrosos con riesgo de ladrones”, como en Luzarches, a las “ealles del diablo”, entre Guérigny y Nevers. Este con- traste se encuentra en las escasas descripciones del reino: aqui tenemos Ja descripeién idilica, paradisiaca, de un pats més rico que cualquier otro en el mundo —mito Hamado a tener una carrera lucida hasta nuestros dias— como G. du Vair en visperas de las guerras de religion “habla grande y hasta infinito mimero de hermosas villas, grandes po- blaciones y aldeas y, sobre todo, innumerable cantidad de castillos y bellas mansiones que reian en medio de un campo tan bien cultivado que no habia. mas”.* Alli son las selvas inmensas, obscuras, siempre temi das, que rodean tos terrufios cultivados, avanzan hasta las puertas de Jas ciudades, invaden los confines de las aldeas; no ya el jardin de Fran- cia, sino un pats rudo que el hombre no ega a dominar: viajeros y peregrinos temen carreteras y caminos que crucen el bosque, y pagan muy caro a los guias que los conduzean y protejan contra bandidos y animales salvajes; por doquier, ademds, una fauna temible no deja de 3 El arte de describir, si no el de viajar, no ha nacido afm: un espirity fino, ejercitado en Ia observacién de las cosas y de las gentes, como es Montaigne, al viajar por Francia, Alemania e Italia, no evoea realmente mis que las civ. dades. Los paisajes rurales, que nos gustaria ver, le son indiferentes; 1 excribe: tantas leguas de una ciudad a otra, y nada mas. * Obras de G. pu Vam, edicién de 1636, pig. 2 ALGUNAS DEFINICIONES 3 inquietar. El padre de Bayard, moribundo, ¢no confia a su hijo mayor la proteccién de Ia casa familiar contra los osos? Si queremos evar ese contraste més allé, reconstituimos una geo- grafia regional que no deja de presentar algunas anomalias.? No debe sorprendernos cuando son celebradas las fértiles Hanuras que rodean a Paris: Valois y Beauce, Gocle y Hurepoix, los grandes vinos de Bor- gofia, de Gaillac y hasta de Saint-Pourcain; normal también 1a evoca- cién de la Grau estéril, de las landas bretonas entre Nantes y Vannes y entre Angers y Rennes, En cambio, la Beauce de Chartres pasa en aquella época por ser regién de ricos pastizales, los vinos de! Dauphiné, de Voiron hasta Chalemont, por ser grandes vinos, y la Perea es un pais planturoso que pose abundante ganado y aves de corral, frutas y grano y hasta multitud de aves acudticas, Lo que equivale a decir que aquellos paisajes de la Francia del si- glo xv1 reflejan un doble movimiento, una doble preocupacién de sus habitantes: por una parte, la preocupacién, muy duradera, de producir en los limites estrechos de la pequeiia. regién —limitada politica 0 topo- grificamente— todo Jo que necesitan: alimentos, ropas, equipo, Por otra parte, el ange del intercambio y de las ciudades ha hecho la repu- tacién, ampliamente propagada més alli de este marco tradicional, de los productos mas favorecidos por el suelo y el clima locales, el ingenio de los hombres y las facilidades del transporte: Ia historia de Ios vifie- dos de Ia ticrra iiustra bastante bien este segundo hecho; ® pero asi sucede también con las especialidades artesanales, telas de lino bretonas, pafios del Berry, forjas saboyanas y lorenesas, No obstante la diferencia que opone atin, a fines del siglo xv1, el Norte al Mediodia,’ la contextura humana de Francia entre el Soma y los Pirineos, el Saona y el Atléntico, permanece igual: patses pequetios bien individualizados, desigualmente dotados por la Naturaleza y por los hombres, diversamente abiertos a las regiones vecinas. Siempre ca- paces de conseguir lo esencial —lo que causa admiracién en los via- jeros—, pero encerrados al mismo tiempo en su ruda lucha con una Naturaleza menos benévola de lo que le parece al visitante que lega de Hungria o de Africa. En el seno de estos paises, una villa, orgullosa de sus monumentos, de sus artesanos (cuyos productos le dan renombre en las ferias: guantes de cabritilla de Issoudun, fustanes y lazos de San Mai- 5 Gf. cl mapa n® 1, fuera de texto, de este libro: Eshoro de una geografia humana de la Francia del siglo xvr, semin Ch. Estienne Gf. la monumental y admirable Histoire de la vigne et du vin en France de R, Dion, Paris, 1958, 7 Para’un hombre como Esteban Dolet, Tolosa y Aquitania son todavia pafses birbaros, sin cultura francesa. 6 INTRODUCCION A LA FRANCIA MODERNA xent) ; orgullosa también de sus murallas que la protegen contra los pe- ligros que agobian a la regiér’ Hana del pais;* orgullosa, finalmente, de sus ferias y mercados que atraen a los mercaderes lejanos y a la pobla~ cién de los alrededores, Carlos Estienne cuenta asi unas doscientas treinta villas, modestas capitales locales como “Yssoire” o Sézanne, con menos frecuencia ciudades de gran fama como Lyon y su banca, Burdeos y sus vinos. Asi, pues, tal como vislumbramos estos paisajes humanos franceses, aciertos urbanos mas o menos afirmados, campaiias fértiles, montafias casi siempre desiertas, ‘resultan de seguro muy distintos de sus semejan- tes situados en el Mediterraneo © en Europa Central. Con mayor razén hay que confirmarse que no serfa juicioso tratar de reconstituir en bloque Ia psicologia del francés, del italiano, del espafiol, del irlandés, del: re- nano... sin hablar de pueblos més lejanos como polacos y magiares len- tamente corroidos por los turcos, etc, En aquella época ya tiene cada nacién su propia civilizacién, que va afirmandose, Mas la ventaja que presenta este plan resulta evidente: Francia se encuentra en el cruce de los caminos y de las culturas, abierta a la vez a las influencias de la cultura nérdica, por no decir germénica, que irradia hacia ella desde los Paises Bajos y el valle del Rin, y a la cultura italiana que representa la vanguardia de los paises mediterrineos. Ya no resulta necesario evar a cabo la demostracién en el campo artistic, contra aquellos que pretendian antafio la excelencia de un arte autéc- tono en Francia antes de Ja Iegada de los italianos... Francia esta como dividida, cortada en dos entre Flandes ¢ Italia; hay una Francia del Norte y una Francia del Sur. Por mucho tiempo el impulso ha parecido proceder del Sureste, gracias a la precocidad eco- némica, artistica, de las ciudades italianas en el siglo xn y después. Mas tambign el mundo nérdico ha ido acreditindose: los talleres de pinto- res y escultores flamencos, y hasta alemanes, se han establecido desde hace tiempo al norte del Loira, cuando empiezan a construirse Jos pri- meros castillos del Renacimiento... Finalmente, durante la segunda mitad del siglo xvr y hasta mediados del siglo siguiente, ahi tenemos a Francia empapada de hispanismo, por el Sur a la vez que por el Norte: soldados, mercaderes, juglares, frailes predicantes y combatientes, libros 4 2Se encuentran todas Ins villas de Ia época protegidas por elevados muros? Es dific'l de asegurar, Pero indudablemente la gran mayoria si: en Normandia se burlan de Coutances, rodeada de groselleros. ALGUNAS DEFINICIONES y cuadros castellanos y flamencos, jcuantos productos de Espaiia en te- rritorio francés!, horas espafiolas de 1589 0 de 1636 Sin embargo, no solamente cruzan a Francia inspiraciones legadas de lejos y que la recorren toda, salvo, quiz, los sectores que el relieve aisla: montafias tales como el Alto-Limosino o la configuracién del pais del Medio Garona. Francia se apodera activamente de todo lo que pasa a su alcance, imponiendo su huella, su sello, al Renacimento germinico y al italiano, lo mismo que a la Reforma germénica, Asi que no se trata de contemplar a Francia tinicamente a] estudiar al hombre francés, sino de hallar en éste como un reflejo del mundo conocido en su tiem- po, del mundo tal como él lo conocia. Asi, nos esforzaremos por considerar al hombre moderno visto con los ojos de su tiempo; por pensarlo y sentirlo, como los hombres de en- tonces lo pensaban efectivamente; pero con los -instrumentos de medida y de investigacién de que dispone el historiador de mediados del siglo xx. De esta primera era moderna se han trazado ya muchos cuadros, y por manos maestras: ya sea el Burkhardt de Ia Kulturgeschichte, el cen- tenar de paginas reservadas al siglo xvr por Cournot en sus Considéra- tions, 0 sobre todo el tomo VII de la Histoire de France que Michelet escribié a mediados del siglo pasado. El primero, particilarmente sen- sible a las formas exteriores de la vida social, fiestas, ‘cultos y hasta la politica considerada como mecanismo; el segundo, interesado ante todo por la marcha de las ideas y de los acontecimientos; Michelet domina con toda su potencia de irradiacién vagando de cima en cima, de genio ea genio, Vésale, Rabelais, Shakespeare, Montaigne, Gervantes, todos reunidos alrededor de ese hogar que él ha creado pieza por pieza: el Renacimiento, No es intencién nuestra poner nuestros pasos en la huella que han dejado y de agregar, a aquéllos, un cuadro' de los siglos xvt y xv. Sola- mente los hemos recordado para detallar atin mis, al final’de estos pre- liminares, la orientacién particular de esta obra: se trata esencialmente de reconstituir, de reconstruir mentalidades en una época de muta- ciones profundas, cuando la psicologia colectiva estaba siendo renovada de muchos modos; se trata de seguir a los hombres en sus ocupsciones tanto como en su civilizacién material, no para acumular Jos elementos de una visién enciclopédica, sino para encontrar las explicaciones vali- das de aquellas actitudes mentales, nuevas o persistentes, y heredadas de Ia alta Edad Media, a INTRODUGCION A LA FRANCIA MODERNA El legajo de referericias de una bisqueda ast es inmenso. Su orien- tacién general —que no deja de implicar numerosos problemas de mé: todo— debe indicarse aqui: lo que realmente permite la prudencia necesatia para utilizar notas disparatadas 0 discordantes es una larga fa~ miliaridad con esas actitudes mentales. Sin embargo, si hay que sefialar al- gunas reglas generales, diremos de buen grado, primeramente, que el testigo literario —o artistico— debe ser utilizado con precaucién: d’Au- bigné como Montaigne o Corneille a mayor abundamiento. Bl artista —sea cual fuere su medio de expresién— tiene un don de videncia, una sensibilidad mis refinada que el comin; es a la vez muy bueno y de- masiado bueno para testigo: ; qué"presencia la de Ronsard, obsesionado a la vez por sus desdichas y por las de su patria! —no se trata de descui- darlo sino de situarlo entre sus verdaderas dimensiones de poeta... Los enormes expedientes de la justicia criminal representan también una forma de sensibilidad exasperada, levada a los extremos: aqui tenemos los archivos de las series departamentales B, G, E, que nos suministran otro tipo de cosecha que filtrar, para encontrar los rasgos valederos mis acé de las impresiones corrientes. Los Archivos municipales, que reflejan las preocupaciones de todos los dias en los ciudadanos, también son un recurso valioso. Mas importantes atin, las memorias y los libros de ra- z6n, fondo inestimable que habia servido ya a Lucien Febvre para su Rabelais: diario de Gouberville, de Cl. Haton, ‘Thomas Platter. . Luego, Ph. de Vigneulles y, mas tarde, Jean Burel, Pierre de Bessot y tantos mas que comentan su vida diaria, son valiosos informadores Las notas de viaje de los aficionados al exotismo, los ecos de las prime- ras gacetas y libelos, Jas correspondencias, todas esas oportunidades apzo- vechadas por los hombres modernos para expresarse directamente son recursos sin precio: una descripcién de la nueva Francia nos informa tanto sobre la antigua como sobre el Canad4, porque los asombros y las observaciones criticas representan mucho de la metrépoli... Como se- mejante esfuerzo de documentacién no estA muy emparentado con Ia biisqueda tradicional, ser demasiado facil hallar lagunas que no inten- tamos negar; serfa vano sofiar con agotar los recursos de los procesos criminales, por ejemplo: quizd mis tarde, mediante una investigacién stematizada en un gran esfuerzo colectivo,.. Reconozcamos, por ahora, que habfa que ir avanzando y arricsgarse a este ensayo para hacer po- sible una investigacién mAs amplia: ojald que este libro sea un punto de partida, PARTE PRIMERA MEDIDAS DE LOS HOMBRES Que el hombre —fisico y psicolégico— cambia a través del tiempo y de los espacios, eso lo sabemos hoy perfectamente: en el espacio como una. evidencia reconocida desde ha mucho, desde las exageraciones de ‘Taine o de Ratsel; en el tiempo, mediante un experimento més fino, pero mas claro también: ver una pelicula de hace treinta afios, como la Gran Iusién, permite que se sienta inmediatamente cémo —aparte de Jas modas de la indumentaria que Haman tanto la atencién— los gestos y los matices han evolucionado rapidamente.t Frente al concepto, dema- siado difundido por filésofos y literatos, de un hombre eterno, perpe- tuamente idéntico a si mismo en sus necesidades materiales y espiritua- les, en sus pasiones y su sentido comin tan proporcionalmente repartido, el historiador afirma —y demuestra— las variaciones y las evoluciones humanas en todos los campos: desde el equilibrio nervioso hasta cl equipo mental, cada civilizacién, mejor dicho cada momento de una civilizacién, presenta a un ser humano medianamente distinto de sus antecesores y de sus sucesores, Desconfiar de semejantes diferencias, re- conocer los hibitos de razonamiento, claro, pero también las ténicas corporales, esos “modos de usar su cuerpo”, apreciar Jas medidas del hombre moderno tal como nos las brinda, tal como Ja comparacién eon periodos mis carcanos, mejor conocidos, nos permite hacerlo, ahi reside la primera diligencia que nos corresponde hacer: vida fisica, afectiva, intelectual... Después de este primer accreamiento, podremos con- siderar al hombre en contacto con sus semejantes, sorprender a Ios hombres en sus contextos sociales y Inego tratar de sopesar Ia parte de Jas actividades en su vida mental, Triple movimiento para asimilar una realidad harto compleja y muy rica. 1 René Clair lo observaba ya en la Encyclopédie Francaise, tomo XVIIL 1940, 17-88, CAPITULO PRIMERO EL HOMBRE FISICO: LA ALIMENTACION Y EL MEDIO AMBIENTE Para aquel que emprende la tarea de iluminar las mentes moder- nas, el problema de Ia alimentacién merece seguramente el primer lugar: en virtud de primum vivere, sin duda alguna, puesto que los hombres de los siglos xv1 y xvit han sufrido, como sus abuelos de tiem- pos més lejanos, la obsesién del diario sustento, Todos conocemos la melafora de Taine, tan cierta para todo el Viejo Régimen: “El pueblo es como un hombre que anduviera dentro de un estangue, con el agua hasta la boca: ante la menor depresién del suelo, la menor ola, .pierde pie, se hunde y se ahoga.” Un afio Huvioso, una helada tardia, una tormenta en julio y tenemos a toda una provincia condenada a la an- gustia, a la penuria, Mas esta verdad debidamente reconocida ha engendrado un con- cepto de la historia de la alimentacién: al subrayar la cuestion de los cereales, ha convencido a los escasos historiadores que se preocupan por estas realidades materiales de que el hombre debe ser tratado como un costal de grano, pero de cualquier grano y solamente de grano. Es muy cierto que el mayor cuidado de aquellos hombres se referia a los cerea- les, pues la experiencia les habia ensefiado cuan superiores eran éstos a todos los dems alimentos por su rendimiento en calorias, presentido empiricamente. De ahi la importancia coneedida a esos problemas en todas las eras: Ia produccién, la conservacién, Ja. utilizacién de los va- fiosos granos, De ahi también una psicosis de incertidumbre que no tiene equivalente en la psicologia campesina de hoy: cosecha buena o mala, claro que todavia tiene su importancia, porque se trata de dinero; pero “escucha a ver si IIueve”, en el Franco-Condado como en Beauce, era aniafio un grito lanzado en plena ansiedad, en el temor al hambre. . Reservar la tierra para el grano, el grano para los hombres; conservar bien ese grano, al abrigo de la intemperie, de los turones, de los ladro- nes, problemas econémicos, téenicos, pero, ante todo, sociales: el que guarda trigo especula con él, est claro. Chauverey lo escribe asi en 10 EL HOMBRE FISICO 1 Granvelle en 1574, porque el cardenal de Napoles le habia enviado una receta para conservar el trigo en el granero durante cinco 0 seis aiio: “tan beilo y fresco como cuando se guarda”; y agregaba: “Si se aplica la receta, cada cual guardara su tngo y s6lo los pobres venderin, de modo que los pobres habrin de comprar para vivir a voluntad de los ricos.” A lo que podemos afiadir —al menos en cuanto a las villas— la cuarta preocupacién: que circule el grano, de lo cual todavia se tra- tard en el siglo xvi, con Turgot, y hasta la primera mitad del siglo xnx. Pucs bien, por grande que sca Ia importancia de una historia de los precios y de los mercados de cereales, de una estimacién de la produc- j6n y del consumo de granos, hay que reconocer, ante la evidencia de las investigaciones de la dietética actual, que el problema por dilucidar es también el de un régimen alimenticio: monotonia de un régimen de- masiado cargado de cereales, ciertamente, pero también debilidad de I alimentacién, falta de carnes, insuficientes vitaminas, proteinas, calorias, datos todos que evocan las carencias alimenticias de los paises subdes- arrollados y que deben examinarse también aqui —en la medida de los documentos posibles— y con todas las repercusiones que pueden resulta: sobre la fuerza muscular, la capacidad de trabajo, la vitalidad de los seres sometidos a semejante régimen. Los hombres'de la época moderna han tratado de realizar un equilibrio alimenticio, con mis o menos éxit ese equilibrio, con sus insuficiencias crénicas 0 momentineas, esti com- puesto también de un régimen de componentes variables, que se suplen tunos a otros segiin las necesidades de las estaciones y, sobre todo, de las intemperics, Ha asegurado el mantenimiento del grupo social, su supervivencia en condiciones fisiolégicas que conocemos, desde luego, mal, pero que es importante deslindar y detallar lo mejor posible. T—Los BLeMENTos DE LA ALIMENTACION Al describir el régimen de indios canadienses en toda su rareza, un cronista eseribe en 1612 “sin sal, sin pan y sin vino”. Y aqut nos encon- tramos, para emperar, con los cereales: nos los presentan en todas las mesas en forma de pan,® de papillas, de galleta; constituyen la base de la alimentacién de todas las clases de la sociedad. El burgués tiene reser- vas: en su granero, costales de grano, de harina, como en su artesa siem- 4 Uno de nosotros... vivid unas seis semanas como ellos sin sal, ni pan ai vino, durmiendo sobre Ia tierra cubierta con unas picles y eso en tiempo de nieve”, Lescannor, Histoire de la Nouvelle France, 1612, reedicién de 1866, p, 555. 2 “EI més necesario de todos los alimentos que la Divina bondad ha creado pata cl mantenimiento de la vida de los hombres”, dice el diccionario econémico de Chomel de 1718, 2 MEDIDAS DE LOS HOMBRES pre un trozo de pan; a nadie se le ocurriria cerrar su casa al caer la noche sin haberse asegurado primero de que esa reserva est en su lugar, El pueblo bajo —del campo 0 de las ciudades— no concibe su exis- tencia de todos los dias sin algo de harina: frecuentemente es un pan de cebada mezclada con avena, y a menudo de trigo y de centeno; pero como Iegue la penuria cs corriente hacer papillas con castaiias y bello- tas aplastadas; pan negro o pan blanco, ése es el alimento esencial, e mismo que la Iglesia y los hombres consideran como objeto sagrado, segiin una tradicién que viene de muy atras y que no ha sido desmen- tida atin en Jos tiempos modernos. Hacer una cruz sobre el pan con la punta del cuchillo antes de empezirlo, 0 inculear en los nifios un respeto religioso por el menor mendrugo, ¢s lo mismo: “Cuando yo era chi- quito —eseribe P. Viret— y ofa tocar la campana para ir a la iglesia, me parece que decia Jo que me hablan ensefiado: ‘pan perdido, te van a pegar’, y me sorprendia que hubiera dicho Ia verdad.”* Ocupacién principal del campesino, ya que toda Ia agricultura esti organizada para producir el maximo de cereales —en Ia alternancia trienal como en la bienal— y que por mucho tiempo el tinico objeto de la agronomia serd el aumentar Ins superficies cultivadas, el grano es tambifn In. gran preocupacién de los habitantes de las ciudades: su mer- caclo no esti nunca rauy lejos del ayuntamiento, su vigilancia es cosa de todos los dias, ast como la de todos los oficios que se vinculan con G1: tratantes, revendedores que compran en el campo y transportan a. Is ciudad, molineros frecnentemente odiados y, sobre todo, panaderos, a menudo amenazados de saqueo y mal protegidos contra el furor popular. Asegurar el abastecimiento de granos a las grandes ciudades de Ia época, Lyon, Paris, Rudin, es asunto del Rey, que compra trigo en el extran- jero, si es necesario, que fija mimuciosamente los precios para cada cali- dad de pan. Afin jamés descuidado durante toda aquella época y tam- bién mucho antes, Los cereales son, por una parte, producto de la tierra de Ia que el em- pirismo campesino ha logrado sacar el mayor provecho, aunque un rendimiento de 5 6 6 por uno nos parezcan hoy mediocres; por eso las regiones de suelos pobres, de clima demasiado hiimedo, como Bretafia, producen trigo, centeno, cchada, mijo. Pero, por otra parte, las cose- chas apenas dan abasto para satisfacer a toda la poblacién; todo con- tribuye: los bajos rendimientos —es decir, el estado de las técnicas—, las desigualdades del reparto sobre todo, puesto que Jos rentistas de la tierra —propietarios, nobles o burgueses, y Ja Tglesia— toman su parte en es- 2 P. Viner, Office des morts, 1552, p. 71, cltado on P. Viret segin ét mismo, tages, SU ae e BL HOMBRE FISIGO 13 pecie tan pronto se verifica la cosecha, Ast se cierra el circulo: la pro- duccién y el consumo de cereales se equilibra en afios medios de modo que Ja demanda incesante sélo puede incitar al campesino a que man- tenga su produccién, cuando no a que la aumente; lo desvia de los cul- tivos que suministrarian elementos para otro equilibrio alimenticio. Y cl consumo es tanto mis fuerte que existen pocos productos de comple- mento de un rendimiento en calorias importante: gran comedor de pan y de harinas, el francés no ba cambiado. .. hasta la Revolucién agricola de los siglos xvi y xix. La gente comin com{a aquel pan acompajiado de verduras, por lo general: las “hortalizas de su huerta”, nabos, habas, lentejas, guisantes, coles, pucrros, echollas, acederas, cocidas en agua o arregladas de un modo mas complicado con grasa 0 aceite de nuez o de nabina; Jo cual no presenta un conjunto muy variado, Las plantas descubiertas en Amé- rica, naturalmente, no aparecen aqui: tomates, alubias, berenjenas, pa- tatas; pero también faltan muchas verduras menos difundidas que las primeras nombradas, cultivadas por los frailes en sus huertos, 0 por botdnicos, aficionados a productos raros; algunas han sido importadas de Oriente durante la Edad Media, por ejemplo el melén, la alcachofa, la coliflor, el ruibarbo, la escarola... Pan mojado y verduras: ésa es la comida del pobre, la sopa sélida que lena el estémago y da Ia sensa- cién de ser alimenticia. Ast lo atestigua esta receta de 1650 que aparece en una instruccién para aliviar a los pobres: “Habré que lenar de agua una olla o caldero, que contenga un total de cinco baldes, dentro de la cual se meterdn en pedazos unas veinticinco libras de pan, siete cuarte- rones de grasa para los dias con carne, y siete cuarterones de manteca para los dias de vigilia; cuatro veces cuatro azumbres de guisantes o ha- bas con hierbas 0 dos azumbres de nabos, o coles, puerros 0 cebollas, u otras hortalizas, y sal en proporcién, por 14 sueldos mas 0 menos; el todo coceré junto y representaré unos cuatro baldes, Jo suficiente para cien personas, y se les distribuira con un cucharén que contenga una plena escudilla.” ° Bsas hortalizas corrientes, cultivadas detras de In casa campesina 0 compradas en el mercado por unos cuantos sueldos, tienen, pues, su puesto en todas las mesas, acompafiadas de los condimentos or- dinarios, perejil y cerafolio, 4 Su racién diaria ha sido frecuentemente estimads desde Messancs (Re- cherches sur la population, 1756) hasta Launousse, La crise de Péconomie fran- gaise @ Ia veille de la Révolution, 1944, pag. xxiv. Citemos a Messance: “Un jefe de familia encargado de alimentary dar subsistencia a una mujer y tres hijos se calcula que consume, durante el afio, la cantidad de 15 medios cuar- tillos, medida de Parfs, a razon de 3 medios cuartillos per cépita. Esta cuenta ex demasiado fuerte...”," p. 286. BLN, Mss, fds fs, 21,802, fo 81. EL HOMBRE FISIGO 15 sumen ardndanos, moras, frambuesas, cerezas silvestres, manzanas amar- gas, ete. que erecen en los bosques. Con las bellotas que disputan al ganado durante los afios malos, esas pobres frutas representan uno de los recursos inestimables de las selvas comunes, Pero los burgueses de las ciudades disponen de la fruta de sus vergeles o del mercado, conserva da a veces durante todo el invierno, confitada © seca: albaricoques, nisperos, melocotones, ciruclas, uvas, cerezas, almendras, peras y man- zanas de variedades miiltiples bien conocidas, acompafiadas a veces con agua de rosa, forman un largo séquito... Sin hablar de la pasteleria, con aziicar escasa aéim, o con miel,* que suelen clausurar una comida bien ordenada, Estas se confeccionan, volvemos a lo mismo, con buena harina de trigo candeal, sin centeno ni ccbada ni bellotas. Manjares re- buscados, que no aparecen sobre la mesa del pobre mas que en grandes oportunidades, esas dos o tres veces al afio en que la carne esté en el ment... Esta lista. podria, sin embargo, dar una falsa impresi6n: la de una variedad poca més 0 menos equivalente a la gama alimenticia de hoy, puesto que realmente sdlo estfin ausentes los productos exéticos, ame- ricanos © tropicales: empiezan a Megar a Europa en aquella époea, Subrayémoslo nuevamente: entre Ia mesa del pobre —campesino o compafiero de la ciudad y la del noble o del burgués, hay més di- ferencia que la cantidad y Ia calidad, La mesa del pobre no lleva nunca, sea el afio bueno 0 malo, mAs que la alimentacién vegetal que le per- mite subsistir penosamente, sin morir: pan y harinas lo son casi todo; la mesa misma de los ricos no les ofrece a diario esa hermosa ordena- cién ni ese muestrario abundante de productos vegetalesy animales que hemos podido contemplar; indudablemente el mercado urbano ofrece todos esos productos, particularmente el mereado parisionse, sobre el que estamos mejor informados.? Pero Ia frugalidad sigue siendo ge- neral. Si hay una época de la Historia en que Ja alimentacién de los hombres ha sido dominada por los cereales, con progreso del trigo, ni turalmente, en perjuicio de los demés, es la época moderna y el movi- miento se ha prolongado efectivamente hasta el siglo xx, hasta el momento en que Maurizio empieza a preocuparse por el monopolio del trigo.2” 8 La propia miel no basta para suplir al azticar en Ia fabricacién de dulees: segiin las regiones y sus recetas locales, se emplean muchos substitutes, por ejem- plo, en Normandia, 1a sidra cocida. 9 Si croemos @ Scaliger, cl mercado de las peguefias ciudades de provincias estaba mail abastecico, pues, al hablar de Chambéry, apunta: “Jamis he visto tan bello y gran mercado en otro Iugar como ahi, tan grande cantidad de cam- pesinos: hay de todo en abundancia.” 30 Mauriaio: Histoire de Valimentaiion végétale, passim. us MEDIDAS DE LOS HOMBRES Las carnes —de caza 0 dé carniceria— son en cambio de un consumo menos frecucnte, Entre los campesinos, como entre la gente de las ciu- dades pequefias, es un manjar excepcional: algunas veces, durante el izanscurso del afio, indudablemente no todos los domingos, a pesar del le- gendario deseo de Enrique TV. La mediocridad de la ganaderia, puesto que el ganado se alimenta a escondidas sobre el terrufio de los cereales, de Jas landas y comunal, explica bastante tan débil consumo; solamente las cludades poseen carnicerias, de abastecimiento caprichoso —casi tan irregular como el mercado de la pesca, ya sea de mar o de rio—, No cabe duda de que el campesino puede criar algunas aves, ademis de lo que le da al sefior; y también algtin cerdo. Pero la escasez de sal, por lo menos en las regiones alejadas del mar y de las salinas lorenesas o del Franco-Condado, es un obstculo corriente para la salazén: muy a me- nudo, las familias eampesinas no tienen ni con qué salar st puchero dia rio. Y ef recurrir a los contrabandistas de sal, temibles traficantes, no carece de peligros. Sin exagerar, casi se puede afirmar que la gente coméin de las ciudades y de los campos se veria imposibilitada de guardar vigilia durante la Cuaresma: las Iegadas de pescado, de baca- Jao, de arenques frescos, salaclos o ahumados, son demasiado inconstan- tes; el gran recurso todavia son los huevos; es un hecho que, para el pobre, la Cuaresma dura todo el afio. “Los mas acomodados”, en el campo como en Ia ciudad, tienen Hena la despensa: el saladero, donde se con- serva la carne de cerdo y también, a veces, la caza, las grasas —en par- ticular la de buey— indispensables para la cocina. Pero todas las carnes cuestan muy caras, lo mismo que los demas productos de origen animal: Ieche, mantequillas, quesos, Son casi productos de lujo, los cuales jamais suelen prodigarse, En los banquetes, cuidadosamente organizados para amenizar las fiestas importantes, los asados se comen de] modo mis ha- bil: van precedides por las carnes cocidas “para abatir la primer ham- bre”: las finas piezas de eaza, en particular, son siempre muy apreciadas: pero e! exceso mismo de alabanzas que se les dediean permite comprender su escasez, No cabe duda de que Ia alimentacin carnosa no es reala diaria? ni siquiera entre la alta sociedad: Luis XIV causaré. escdndalo entre los espectadores por sus comidas pantagruéticas Finalmente, encontramos la misma desigualdad en el consumo de dulces: claro que las frutas silvestres son de todos, y los campesinos con= ® Pescados de mar o de agua dulce que sélo representan una débil parte en la alimentacién: las salazones mal efectuadas, los transportes demasiado lentos explican las numerosas quejas contra los arenques “defectives ¢ indignos de en- trar en el cuerpo humano”, T Giertos historiadores alemanes, entre otros Schmoller, a fines del siglo pa- sado, han hablado de um consumo de carne muy fuerte en las ciudades alemanas medievales... Queda abjerto l expediente EL HOMBRE FISICO 15 sumen ardndanos, moras, frambuesas, cerezas silvestres, manzanas amar- gas, ete. que crecen en los bosques. Con las bellotas que disputan al ganado durante los afios malos, esas pobres frutas representan uno de los recursos inestimables de las selvas comunes, Pero los burgueses de Jas ciudades disponen de la fruta de sus vergeles 0 del mereado, conserva- da a veces durante todo el invierno, confitada o seca: albaricoques, nisperos, melocotones, ciruelas, uvas, cerezas, almendras, peras y man- vamas de variedades méltiples bien conocidas, acompafiadas a veces con agua de rosa, forman un largo séquito... Sin hablar de Ia pasteleria, con azticar esc: sa atin, o con miel,® que suelen clausurar una comida bien ordenada, Estas se confeccionan, volvemos a lo mismo, con buena harina de trigo candeal, sin centeno ni cebada ni bellotas. Manjares re- buscados, que no aparecen sobre la mesa del pobre mas que en grandes oportunidades, esas dos 0 tres veces al afio en que Ia carne esti en el ment... Esta lista podria, sin embargo, dar una falsa impresién: Ia de una variedad poco mis o menos equivalente a la gama alimenticia de hoy, puesto que realmente sélo estin ausentes los productos exéticos, ame- ricanos 0 tropicales: empievan a Uegar a Europa en aquella época. Subrayémoslo nuevamente: entre Ja mesa del pobre —campe: compafiero de la ciudad— y la del noble o del burgués, hay mis di- ferencia que la cantidad y la calidad, La mesa del pobre no leva nunca, sea el afio bueno 0 malo, mis que la alimentacién vegetal que le per- ‘ino o mite subsistir penosamente, sin morir: pan y harinas lo son casi todo; Ja mesa misma de los ricos no les ofrece a diario esa hermosa ordena- cién ni ese muestrario abundante de productos vegetales y animales que hemos podido contemplar; indudablemente ¢l mereado ushano ofrece todos esos productos, particularmente el mercado parisiense, sobre el que estamos mejor informados.’ Pero Ia frugalidad sigue siendo ge- neral. Si hay una época de la Historia en que Ja alimentacién de los hombres ha sido dominada por los cereales, con progreso del trigo, na- turalmente, en perjuicio de Jos demas, es Ia época moderna y el movi- miento se ha prolongado efectivamente hasta el siglo xx, hasta cl momento en que Maurizio empieza a preocuparse por cl monopolio del trigo."” ® La propia micl no basta para suplir al azficar en Ja fabricacién de dulces: segiin las regiones y sus recetas locales, se emplean muchos substitutes, por ejem- plo, en Normandia, la sidra cocida. 8°Si creemos a Scaliger, el mercado de las pequeiias ciudades de_provincias estaba mal abastecido, pues, al hablar de Chambéry, apunta: “Jamis he visto tan bello y gran mereado en olzo lugar como ahi, tan grande cantidad de cam- pesinos: hay de todo en abundancia.” 30 Mauaizio: Histoire de Valimentation végétale, passim. 16 MEDIDAS DE LOS HOMBRES Es mucho mis dificil indicar emo se preparaban aquellos distintos complementos de una alimentacién a base de cereales: la cocina —de carnes y verduras— se elabora entonces por medio de grasas, de accites y de especias; éstas, como pimienta, canela, gengibre, producios exd- ticos importados de Oriente, son utilizados por la gente de las ciudades, y en pequefias cantidades; siempre estin almacenadas y forman parte de las reservas burguesas, como el grano y la salazn; también son objeto de regalos... Producto de consumo corriente para una parte de la sociedad solamente. Es muy diferente el caso de las grasas y de los aceites: unas y otros se utilizan, aunque sea rancios, y sobre todo rancios: el puchero resulta de mayor sabor. Ast es como Fazy de Rame vende manteca vyeth (vieja) 4 en 1502, emplea un fondo de odre de aceite de oliva, que le fue enviado cinco afios antes, y con él agasaja a su notario. Pero no resulta posible reconstituir una lista de los usos principales de la manteca o de la grasa de res, del aceite de oliva, de nuez, de caiamén, La mantequilla parece haber sido menos utilizada entonces en cocina que hoy; y la circulacién del aceite de oliva parece haber sido mis importante entonces que en nuestros dias: pero todas éstas son observaciones generales que carecen del respaldo de una docu- mentacidn abundante y localizable: no hay libros de cocina propiamente dichos, en Francia al menos," antes de mediados del siglo xvi. Los tratados del estilo De re cibaria son estudios de médicos, que se preocu- pan ante todo por clasificar los alimentos segin su utilidad para el organismo, sus cualidades, apreciadas segtin el criterio médico de en- tonces: cuerpos humanos divididos en tres partes, espiritus, humores y sélidos, calor y humedad II—Las Benipas Si no resulta posible deslindar las Areas de extensién de las bases para la cocina, tampoco resulta facil establecer el mapa de las bebidas del francés de Ia época."* A este respecto, como en muchos otros, Francia es una encrucijada en la cual se entrepenetran los campos del vino pro- cedente del Mediterrineo, de la cerveza considerada entonces como bebida nérdica —y particularmente inglesa— por excelencia y de la 4 Fazy, I, 82. . 12 Los paises mediterrincos son precursores también sobre ese punto: of. el Libro de cucina del siglo x1v citado por I. Onico, Le marchand de Prato, Pa- tis, 1959, 18 Con toda intencién omitimos emplear en estos campos los términos tan manoseados y ambicioses, como, por ejemplo, civilizaciones de la mantequilla, del aceite, del vino... EL HOMBRE FISICO 7 sidra, que parece haber sido en el siglo xv monopolio de los normandos y de los vizcainos: todo el mundo sabe que la vifia ha ido apoderandose de todas las provincias y que los normandos aprecian el vino tanto como los provenzales; indudablemente Normandia es més rica en manzanos desde fines del siglo xvr que muchas otras provineias; pero la fabriea- cién de la sidra —y de la perada— se ha extendido por doquier; Ia perada de la Brie, por ejemplo, pasa por ser muy mala. Sélo la cerveza, vieja bebida gala, puede considerarse sin riesgo de error como brebaje de flamencos y otros pucblos del Norte y del Noreste; Fery de Guyon, al iajar por el Norte, tuerce el gesto cuando la bebe por vez primera. Entre estas tres bebidas —y mejor seria decir cuatro contando cl aqua simplex, de uso general— existe una jerarquia y, como para los alimentos sdlidos, una especie de distribucién social, Vivimos, en este orden de ideas, sobre la fama tradicional de un francés, bebedor de vino, desde que los focenses, importadores de la vid a Marsella, han aclimatado este cultive en el pais: orgullo del productor que bebe st vino, en los Alpes como en Borgofia, buen vino © aguapié; orgullo del burgués que tiene buena bodega lo mismo que buen granero: lionés poseedor de un poco de vifia en Beaujolais, parisiense que hace su vino en Montmartre o en Argenteuil. La verdad, con el vino sucede lo que con los cereales: pan negro y pan blanco; aqui buen vino, sidra 0 perada y agua. Vauban, al visitar Vézelay a fines del siglo xva, afirma todavia que los campesinos beben vino tres veces al aiio... El resto del tiempo agua 0 esos malos brebajes que se reservan, en las casas grandes, a los hombres a jornal: sidrita, vinos verdes... En cambio, las mesas mejor abastecidas suelen presentar por Jo general ambas bebidas, que también se venden en las tabernas: sidra y vino, pero principalmente vino. Aun- que algunos médicos —especialmente los normandos— ™ pretendan que el vino presenta graves peligros, por evar al demasiado fiel consumidor hacia la hidropesia, la disenteria o las ficbres del modo més astuto, ya que ese “dulce y ameno enemigo” arruina a sus amigos sin que ellos se den cuenta; aunque esos mismos médicos presten a Ja sidra la valiosa virtud de asegurar la longevidad mejor que cualquier otro brebaje, no cabe duda de que el vino es objeto de predileccién, tanto en las “tabernas de vino’ como en las casas particulares: 4 @Hay que especificar que la cerveza de entonces no era todavia esa be- bida de’ café de los siglos xix y xx, por lo menos en Francia? Hay, ademés, otra razén para que la cervera tenga poca difusién: se hace a base de grano, ccbada, Ia cual es mejor emplear de otro modo. En tiempos de penuria, es fre- cuente que se exija y se proclame Ia prohibicién de fabricarla. 33 Julien Pauraner, Traité du cidre et du vin, 1589, passim. Francis. moderaa.—2 8 MEDIDAS DE LOS HOMBRES Gaudearmus, comamos realmente, Bebamos el vino, dejemos In cervera, se cantaba en Amiens en 1600, Esta preferencia no pide largas explicaciones: los aficionados a la sidra bien pueden, a fines del siglo xvi, poner en valor todas sus varie- dades, exponer las virtudes de esas decenas de especies de manzanas que el sefior de Gouberville ha dado a conocer en el pais normando, la sidra no soporta Ia comparacién con los buenos vinos que una vi cultura mas que milenaria ha creado y dado a conocer a toda Europa. Las bodegas de los mercadéres burgueses, de las corminidades urbanas © religiosas, nos revelan, en su composicién, un mapa viticola *® harto diferente de la que nos es conocida en el siglo xx: los vinos franceses —entendamos de la Isla de Francia— son siempre vinos buenos y sus marcas: Montmartre, Argenteuil, Dammartin, se citan muy lejos de Paris. ‘También los vinos de Orléans, blancos y tintos, que pasan por ser los mejores entre los mejores; luego aparecen Gascufia y Aunis, Anjou y Soissonnais, Champafia (sin achampafiar) y Auxerrois. La palma, sin embargo, corresponde a los de Borgofia, en particular a los vinos de Beaune, que son los mAs solicitados en todo lugar. El cuadro se com- pleta con los vinos de importacién, escasos, el mis importante de todos el malvoisie, el oporto de entonces, ‘Todos los Ayuntamientos tienen, en sus bodegas, imponentes reser- vas: el vino no es solamente un brebaje alimenticio —como se cree— sino también vino de honor: hasta los presos en sus celdas tienen dere- cho a una distribucién en dias de fiesta; y, sobre todo, ademis de los agasajos generales motivados por una alegre entrada (vino de Orléans clarete para las damas, bermejo vino de Beaune para los caballeros), esos grandes vinos se conservan cuidadosamente —segiin una tradicién legada por la Edad Media— para ser obsequiados: una pipa de vino de Beaune, regalo real; cuando el duque de Alengon fue nombrado Gobemnador de Normandia por Francisco I y realizé su entrada en Ruan, le obsequiaron tres pipas de vino de Beaune, “dos eran claretes y una blanca” (20 de agosto de 1516). Vino de calidad conservado en toneles durante varios afios, © vino del pais, el vino es, en verdad, la bebida principal. Es también Ia tinica bebida excitante: los hombres del siglo xvt no han conocido los brebajes que estaran en boga en la era de las luces y 36 CI. mapa n®-2. A Viluilé @ Dammartin Argenteui ‘Surncner™ a A Vanves: ‘Mt-Valérien ~ hampigny Meudon veil try ‘Chastenay Ta Fibche oy ° Ta Faye-Montiaa’ MirevaulkQ La Rochela a Burdeos A Vinos de colinas 2 1 Vinos de ciudades +! } @ Vinos de aldeas ° 100 200m Mara 2.—Vinos famosos de Francia en el siglo xvs segén Btienne Dolet: Commentarium linguas latinas, t. I, Lyon, 1536. 20 MEDIDAS DE LOS HOMBRES que, desde entonces, no han dejado de ir ganando popularidad: café, té, cacao; en cambio conocen el aguardiente que se puede elaborar partiendo de la sidra 0 del vino, Pero cl aqua vitae que los alquimistas de la Edad Media han practicado con empefio sigue siendo producto quimico, 0 farmacéutico; se va haciendo poco a poco de consumo mas comin, parece ser, a lo largo del periodo que contemplamos aqui. El vino mismo esti considerado como cordial, “smuy propio para levantar a los que caen desfallecidos, o que padecen del corazén” y algunas mareas se recomiendan especialmente para este uso, los de Orléans en particular. Y, sin duda alguna, el vino calienta la cabeza —los humores su‘iles, como piensan los médicos de la época—; pero no posee las vir- tudes —o los maleficios— de todos esos potingues que se han vuelto hoy de consumo ordinario en todos los medios.” También a este res pecto, la alimentacién del hombre moderno est, mis peculiarmente que hoy, basada en esos dos productos santificados por Ia fe cristiana: cl pan y el vino —con todas las reservas que acabamos de indicar, ya que las dos expresiones pueden referirse a productos de calidad y de composicién muy variadas— ya que su consumo puede mostrar gran desequilibrio entre una y otra clase social, En los siglos xvi y xvi, mas atin que en nuestros dias, la nocién y las cifras del consumo alimenticio medio global carecen de sentido. IIL. —La supatiMentactén Es plantear una vex més, pero en forma diferente, el mismo pro- blema, tan dificil de resolver, de los regimenes alimenticios; pocos son los puntos que se pueden considerar seguros, y nos parece que son los menos importantes. Asi sucede con el orden de las comidas: Ja co- mida de la mafiana es corta, frugal, hecha para soportar el trabajo de la jornada y “refrenar Jos latidos del estémago”; la comida de la tarde, en cambio, mucho mds copiosa, pues, segtin los médicos, “la co- chura de los humores se hace mejor de noche que de dia”. Pero estas reglas de “buena y sana medicina” no tienen ms valor que el de indi- cacién general, Mejor seria conocer la composicién de esas comidas: aqui tenemos que conformamos con indicaciones incoherentes. Es todo uno, o todo otro: francachelas dignas de Gargantiia, o privaciones causantes de miseria fisiolégica. De las primeras tenemos numerosas deseripciones banquetes y cuchipandas, organizadas para reyes, emperadores y_prin- 4 Sobre la penuria de excitantes, ef, parte ITE, cap, TX. EL HOMBRE FISICO a cipes, han pasado a la posteridad en calidad de modelos de fastos ali- menticios. En el banquete del Vellocino de Oro, en enero de 1546 —en Utrecht— se sirven cinco platos donde estén acumuladas carnes y sopas, carnes de cava mayor variada y entremeses, pasteles de carne de todas clases, mermeladas, jaleas de frutas, quesos, y todo acompafiado de vinos blancos y claretes y precedido por malvoisie ¥... Una orgia, aunque cada uno de los comensales no haya tomado mis que una parte pequeiia de cada uno de los cinco servicios. Resulta dificil encontrar descripciones de comidas mas normales: los libros de razén narran Yimicamente los festines familiares, que reunen a la familia en el sentido amplio de la palabra, para las grandes fiestas religiosas, Y también ahi entramos en lo excepcional; igualmente sucede con las grandes comidas de comunidades religiosas. En 1618, el cabildo de Dole hace el gasto de una cena de 16 personas y, para ese banquete, consigue: cabrito, carnero, tres perdices, dos pavos, ocho codornices, dos lebratos, siete pollos, catorce pichones, tocino para mechar, confi- turas, alcaparras, aceitunas, tres pasteles de carne de pichén y de caza, pasteles, bizcochos, alcachofas, cerezas, peras, ciruelas, avellanas... Es ésa una gran comida, partiendo de productos bastante corrientes. En oposicién con estos grandes Agapes, de donde los comensales podian salir s6lidamente protegidos contra calambres estomacales por un dia o dos, no hallamos sino ecos de las privaciones diarias que sufre la mayoria de la poblacién: pan negro, verduras, agua. Una memoria parisiense del siglo xvir muestra los peligros de una caridad demasiado generosa, que vacia los campos alrededor de sus jornaleros agricolas: el texto es largo, pero merece ser copiado por entero: “Como se re- cibe en el Hospital a pobres que vienen del campo, se est privando a la campifia de obreros para el cultivo de las tierras y de mozos que son ian necesarios para llevar las bestias al campo, porque todas estas gen- 2 Daremos el detalle, en calidad de ejemplo, segin las cuentas de Juan de Vandenesse: De primer plato: res y carnero, jamén y lenguas, la sopa, cabeza de ternera, venado con nabos, guisantes eolidos, temera asada, cisne caliente, gansito, gallina de India (pavo), pastel de carne de ternera, pastel de ubres y rduras. El segundo plato: pecho de temera, salchichas asadas, tripacallos, cos- tillas, venado en sopa, pastel de carne de venado caliente, faisanes asados, capones asades, garzas, pastel de perdiz, pollitos asados, pichones y verduras. El. tercer plato:' pavo real, perdices, cercetas, zorro, jalea de cerdo, pastel de pichones caliente, pastel de garza frfo, gelatina de came blanca, gelatina clara, patas asadas, pato asado, cabeza de carnero y verduras. El cuarto plato: pastel de pavo frio, pastel de venado frio, pastel de liebre, pastel de perdiz, pastel de garza, cabeza de jabali, cisne frie, avutarda, grulla, pastel de faisin. El quinto plato: tres clases de jalea, tres clases de frutas secas, tres clases de confituras, un turrén (castreling), un flan, una tarta, peras crudas y cocidas, anis, nisperos, castafias, queso. Una vez que todo ha sido retirado, menos los manteles, barguillos v bizco- chos, hipocrds y clarete. Al ponerse a la mesa, tostadas secas y malvisé (malvoisie). 22 MEDIDAS DE LOS HOMBRES tes, sean del sexo y de la edad que fueren, estdn seguros de hallar retiro en Parfs, donde les darén diariamente sopa, pan —que’ puede decirse blanco por comparacién con el suyo—, carne y vino, sin hacer nada, como se les da a los pobres que tienen ya algo de edad, ast que no es dificil comprender que no permanecerfin en el campo, donde se encuentran obligados a trabajar de la mafiana a la noche, sin tener otra cosa que un trozo de pan moreno y agua, y considerdindose muy dichosos cuando consiguen una o dos veces al afio una céscara de tocino para frotar su pan, sin probar jam4s una gota de vino...” 2° Sin duda es una evocacién del destino alimenticio de los mas pobres jornaleros sin tierra, y a mentido sin fuego, errantes en busca de trabajo, de sustento y de asilo durante el aiio entero; en este campo, slo cono- cernos los casos extremos. * Por lo menos éstos nos permiten algunas afirmaciones bastante vi= lidas. Primeramente, la desigualdad de la alimentacién: indudable- mente la alternancia frugalidad-comilonas es de regia en todas las clases de la sociedad, Consecuencia de la inseguridad alimenticia, se impone como un rito, del cual subsisten recuerdos hasta en nuestros dias, Fies- tas urbanas de las cofradias, de las entradas, fiestas rurales de Ins mieses, de las vendimias 0 de la San Martin son siempre oportunidades para vivir ampliamente, por lo menos unas cuantas horas: y claro que con mil matices de ejecucién. Pero csas enormes comilonas, después de las cuales hay que ponerse a dieta de agua y pan durante meses, constituyen un misero desquite contra Ia mala suerte, y se aprecian como tales: lo precario de la existencia las explica. La virtud del ahorro, el reparto equitativo de todos los recursos del periodo por cubrir no se concibe sin un minimo de desahogo. Mutatis mutandis, todos los que han cono- cido el hambre durante los afios 1940 a 1945 comprenderdn este senti- miento, Y habria que tener en cuenta, para explicarse aquellas orgtas, los peligros permanentes que amenazan a los graneros: gpara qué sirve tener muchas reservas si mafiana los bandidos 0 los soldados llegaran para arramblar con todo. ..? No parece menos evidente que esta alimentacién no es muy refinada todavia: pasteles de carnes, carnes, entremeses, hasta los banquetes més fastuasos no parecen ser objeto de preparativos complicados. Casi nos sentimos con ganas de hablar de gula (pero es necesario recordar el frio que los agobia durante el invierno y que justificarfa un’ consumo alimen- 19 BN,, Mss, fds fs, 21.803, 234. EL HOMBRE FISICO 23 ticio mas abundante que el nuestro). Pero no parece que el gastrénomo sea de aquellos tiempos, y habri que esperar a principios del siglo xvm para oir hablar de la calle de los Osos, en Paris; hay que esperar al siglo siguiente para ver al mismo cabildo de Dole encargar (en 1756), para recibir al arzobispo de Besancon: sopa de cangrejo, potaje a la reina, ranas a la pollita, truchas tostadas, anguilas en-serpentin, filete de lucio, carpas del Doubs con jugo de cangrejo, torta de leche de carpas, etc. Tercer punto, que exigird muchas investigaciones profundas: el des- equilibrio de esos regimenes alimenticios a base de cereales, es decir, la sumisién de los cuerpos a enfermedades crénicas de carencia o de exceso. Predominio de los feculentos, escasez de proteinas, insuficiencia de vitaminas: todas estas nociones, que son el a b ¢ de la dietética ac- tual, gno se podrn aplicar al estudio de aquella alimentacién de hace tres siglos? Observemos, para empezar, que los hombres 'de los gran- des descubrimientos hicieron el experimento de una de esas enferme- dades de carencia: el escorbuto; esa enfermedad de las grandes nave- gaciones no es tampoco una novedad: Ia falta de viveres frescos durante el invierno, en los paises de montafia en particular, suscitaba: formas atenuadas en modo permanente. Por ello, marinos y exploradores des- cubrieron pronto el remedio cuando el mal fue tomando amplitud, Pero aquellos regfmenes ponen en causa muchas insuficiencias mas: pueden ser responsables de esos cuerpos pronto deformes, rodillas zambas, bra- 208 sarmentosos, bocas desdentadas, que nos entrega la iconografia comin, es decir, Ia que no esti dedicada a los grandes del mundo, mejor ali- mentados y resguardados de semejantes deficiencias. La subalimentacién crénica, bien lo sabemos, no mide sus efectos solamente en ndmero de calorias, En este punto, lo que podria informarnos son las investigacio- nes realizacias por los médicos acerca de las carencias de los pueblos que habitan comarcas subdesarrolladas. Los médicos de antafio nos su- ministran buenas descripciones de enfermedades crénicas corrientes, que atribuyen a tal bebida o a tal humor batallador, Una comparacién sis- 2 “Comimos tan bien como Jo podriamos hacer en esa calle de los Osos”, Lescarnor, en 1612, Histoire de la Nouvelle France, pig. 554. Sin embargo, Ch. Esmenwe, en su Guia de los Caminos de Francia (1552), cita ya una decena de buenas mesas en toda Francia. 2 La tentacién serfa muy fuerte si quisiéramos presentar aqui algunos gri- ficos: la composicién del mend tipo dividido en proteinas, hidratos de carbono, etc. Lo cual s6lo puede bacerse en casos muy particulares, par los marinos, por ejemplo, de quienes conocemos los carzamentos alimenticios. Un ensavo extran- jero merece sefialarse, cl estudio de Mario Novelli acerea de In familia Spinola de Genova: “Bilanci alimentari in Liguria allinizio del seicento”, en la Rivista Internazionale di Science Economiche e Commerciale, 1955, n° 1. 24 MEDIDAS DE LOS HOMBRES temitica de los estudios actuales sobre el Africa o el Asia del Sureste, y de Jos estudios muy pronto abandonados de la Medicina europea acer- ca del hambre en los afios de 1940 a 1944, con las comprobaciones médicas de los siglos modernos, deberia ser fructuosa, Magnifico campo de es tudio para el historiador de la vida material. . Lo que prevalece es la gran preocupacién de aquellos hombres: evitar el hambre:® aquella obsesién, que no puede ser conjurada por medio de unas cuantas buenas comidas al afio, se inscribe hasta en los nombres de lugares y en los nombres de personas: Bramefaim (bra- mahambre), Marchetourte (Andatorta), Tue tourte (Mata torta) . Esta onomuistica’ pintoresea es un testimonio lacénico de aquella obse- sién universal, cuyo aleance psicolégico es dificil de apreciar plena- mente; no hay duda, por ejemplo, de que una de las primeras virtudes atribuidas por e} sentido comin popular a los privilegiados de este mundo es la carencia de semejantes preocupaciones; cuando, a principios del siglo xvu, se extiende en Francia la secta de los Rosaeruces, de la cual muchos hablan sin saber lo que es, el rumor piiblico hace de sus adeptos hombres que estin a salvo de semejantes males: “No estin sujetos al hambre, sed, vejez, enfermedad o incomodidad cualquiera”, escribe el Mercurio francés. Por cl contrario, sabemos demasiado bien que el hambre puede asolar a provineias enteras, arrojar a la gente por los caminos en busca de los alimentos mas clementales, tan pronto como se presenta alguna mala cosecha: hecho de muchedumbres y no de indi: viduos, la “necesidad piblica”, dicen innumerables documentos, Algu- nos Hegan a describir una enfermedad del hambre, una rabia, que leva en Tinea recta hacia la antropofagia, tan frecuente en Ia Edad Media ®* y hasta en nuestros dias: “Aquella miserable pobreza, que no sin causa es llamada rabia, tanto mAs que al desfallecer la naturaleza, estando Jos cuerpos atenuadas, los sentidos enajenados y los espiritus disipados, todo ello hace a las personas no solamente montaraces, sino que en- gendra una ira tal que no pueden mirarse unos a otros sin mala in- tencién.” * La miseria fisiolégica menoscaba los cuerpos, les retira fuerza y vi- gor, y prepara el lecho a las epidemias; no es menos grave o importante para las almas, a las cuales acostumbra al terror y a Ia angustia. Sin duda, no resulta posible achacarle todas las emociones populares de en- #2 Of. Ia Kamina fuera de texto n® 1: el primer deber de Ia catidad eris- ‘Ao 1624, née. $80 ® Cf. en particular sobre este punto, para Ja Europa Central, F. Cursor- MaNw, Hungersmste im Mittelalter, Leipzig, 1900. 2 Lyscarnor, of. eit. p. 196. EL HOMBRE FISICO 25 tonces, las sublevaciones campesinas llamadas jacqueries, ni los levanta- mientos urbanos, Otros muchos clementos —sociales y econdmicos, y especialmente fiscales— han podido intervenir para provocar los mo nes, Pero es muy cierto que Ja angustia diaria del manana se ha mante- nido en los origenes de los pénicos individuales y colectivos, de los locos pavores mencionados por muchos documentos. Lo que se destaca de aquella subalimentacién crénica es toda una mentalidad de hombres jones, sus movimientos de ira, sus sensibili- acosaclos, con sus supersti dades demasiado vivas. Otras épocas, con otros elementos econémicos y sociales, pueden conocer otras formas de miedo y de panicos: como sucede hoy. Esa obsesién de morirse de hambre, desigual segtin los Iu- e gares y las clases, més fuerte en el campo que en la ciudad, escasa ent las gentes de armas bien mantenidas y entre los grandes, permanente entre la gente menuda, es el primer rasgo, el mis patente, de la civili- zacién moderna, En lo cual, realmente, no hace sino prolongar la Edad Media. IV.—EL MEDIO AMBIENTE: LA VESTIMENTA, ‘Tampoco hay cambio fundamental de la Edad Media a la época moderna, no ya en el plano de la lucha, igualmente vital, contra las intemperies, contra un clima demasiado variable y demasiado a menudo hostil hacia el hombre. El vestirse y el alojamiento, que conocemos me- jor en sus expresiones suntuarias que en el uso corriente, siguen siendo, para Ia mayoria de los hombres, una proteccién: que mis llama la aten- cién en primer lugar —sea cualquiera el interés que presenta la evo- lucién de las construcciones principescas: por ejemplo los castillos del Loira— y las variaciones de la moda, tales como nos lo revela ya la Edad Media de los porches y de Jas miniaturas.** Ciertamente, las dos campos no estin separados de un modo absoluto: no resulta indife- rente ver, en el siglo xav, cémo se difunde el uso de Ia ropa interior y de los trajes masculinos cortos. Sin embargo, y en oposicién, es muy claro que las fantasias indumentarias del siglo xv, al estilo de Isabel de Baviera, no ataficn mis que a una infima minoria: cuestién de medios en realidad, pues las resistencias contra la moda proceden ciertamente del elevado precio de las ropas sobrecargadas de hechuras, verdadero capital que, por lo general, dura toda una vida: por lo menos entre los campesinos y las clases medias urbanas. Con mayor razén, la evoht~ cién de la habitacién corriente no va a la par de la del castillo forti- 26 Hablaremos més all4, en los capitulos 2 y 3 de la 2* parte, de Ia vesti- menta y de las construcciones como expresiones de distinciones sociales. 26 MEDIDAS DE LOS HOMBRES ficado, que abandona los lugares empinades y se vuelve castillo de caza y de residencia estival en el siglo xvi... Lo que deseariamos poder apre- ciar es la eficacia de la proteccién contra el frio y las intemperies que brindan las ropas y el alojamiento. ‘A la merced de una enorme simplificacién, dejamos, pues, de lado el traje como elemento de un especticulo social, en su variedad nece- saria, y dejamos abandonado también el aspecto nacional o regional, earacteristico de una infatuacién o de una tradicién colectiva, La vestimenta protege, indudablemente, y sobre todo contra el frio. En invierno, cada uno se pone una o dos prendas més, pero no existe un modo de vestir para el verano, de tela ligera y de hechura peculiar, como en nuestros dias, Protegerse contra el calor no presenta, pues, grandes problemas, sean los riesgos cuales fueren —la insolacién, por ejemplo—. Pero contra el frio —dentro como fuera de las casas, ya To veremos— hay que defenderse: de ahi, en primer lugar, Ia impor- tancia de las ropas que Ilegan hasta los pies. En la Edad Media, todo el que no es campesino Ileva el vestido largo, amplio, con muchos plie- gues: Io cual no deja de explicar todo un comportamiento, El modo de andar, sin enredarse en los vuelos, con los brazos separados del cuerpo para librar ficilmente las manos y sostener los pliegues que cacn, se Ie debe forzosamente: el andar es lento, los pasos largos, inevitablemente, El hombre que se viste de corto, con el talle cefiido, tiene el paso li- gero, un desahogo en los gestos, que el otro vestido impide, Que esta gesticulacién tenga su importancia, no hay duda, Lo ‘inico que nos falta todavia es el instrumento de medida. Campesinos y gente comin de las ciudades y de las poblaciones, que tienen que andar mucho y que trabajan con las manos, llevan siempre ropa corta: camisa, de uso corriente desde el siglo x1v, y bragas, y por encima una cota o un jubén, prendas ceftidas a la cintura que dejan Tibres los movimientos. Por encima, todavia, un abrigo corto con cuello amplio, por lo menos en invierno, Los pies calzados con zuecos 0 cal- zas, y a veces con botas: es el modo de vestir del trabajo. El vestido —entendamos el guardarropa— femenino de las clases populares com- prende prendas mis largas, Ia “camisa de mujer”, un refajo o vestido a veces cefiido al pecho, y otro vestido por encima, que se sucle lamar vestido de encima: prendas todas que Tegan hasta la rodilla; Perrette, la granjerita de La Fontaine, va “vestida de corto” de ese modo, Las camisas son de lino o de cafiamo; los vestidos, jubones y abrigos estiin hechos de lana. El guardarropa de las clases acomodadas es, naturalmente, mas com- plejo, aunque el orden se mantenga igual: la camisa puede ser de seda, EL HOMBRE FISIcO a de lino muy fino y, en las partes visibles, adornada con encajes; nobles y burgueses no llevan ya el sayo medieval en forma de blusa, que se mantiene en uso entre los pobres: su jubén, muy ajustado, sujet con los calzones, es igual de corto; pero lo evan debajo de un abnigo largo que lo protege a la vez que cubre todo el cuerpo como una especie de capa larga. Las damas llevan camisa, vestidos de debajo y de encima que llegan hasta el suelo, aunque dejan ver su “ropa interior”, y por encima de los vestidos, una caperuza, especie de abrigo-capa atado bajo el pescuezo que lo cubre todo. Calidad de los tejidos y de los cueros, acabado de la confeccién, importancia del guardarropa bastan, pues, de hecho, para distinguir los trajes. Contra el mordisco del frio, ricos y pobres acumulaban las capas de telas, mas 0 menos trabajacias; contra la lluvia y la nieve, unos y otros no tenian mis que aquellos vestidos-abrigos, nada impermeables, que se ponian a secar, una vez dentro, ante la chimenea, ¢Proteccién suficiente? En Ia perspectiva de la vida actual en que la ropa se refuerza para abandonar el domicilio, pareceria que si. Pero el hombre modemo tiene frfo en casa también: asi que siempre estd vestido tan pesada- mente, porque hasta en su casa Jo ataca el fro; y porque resiste mal. como cualquier ser mal alimentado, La elegancia indumentaria tiende menos a un perfeccionamiento de Ja proteccién, limitado necesariamente por Ia escasa gama de las telas de que disponen hasta los ricos, que a la originalidad del color y de la forma. El siglo x1v ha conocido las fantasfas de los contempordneos de Carlos VII; luego Italia se ha hecho maestra en aquellos refinamien- tos, que seguinin Ilegando de la peninsula durante el siglo xvi; Bran- téme, al describir a alguna bella dama, Ja viste “a la moda de Italia”, © “a Ia sienesa”, Pieles, joyas y perfumes son igualmente lujos reservados a los grandes de este mundo; asi es como la joyeria de Borgofia y los perfumes de Italia y Espafia son objeto de un comercio activo durante los afios 1500-1550, para el uso del mundillo de los cortesanos, Pero para éstos, sin embargo, el alto precio de las telas, ya sean éstas origi- nales u ordinarias, hace del traje un objeto duradero, que se puede usar durante toda una vida y ser legado nominalmente a tal o cual hijo: el guardarropa de una mujer noble, de un burgués rico, es un capital que cuenta en el contrato de matrimonio, en el inventario después de a defuncién; se compone, casi siempre, de dos conjuntos por tempo rada, que sirven de afio en afio... Por eso, qué esmero pone Marot en Ia descripcién de su clegante burguesa: “Un corset de fino azul, lazado con un cordén amarillo. .., manguitos de escarlata verde, vestido de azul verdoso amplio y abierto..., calzas negras, patines pequefios, ropa in- 28 MEDIDAS DE LOS HOMBRES terior blanca, cinturén deshilado, la caperuza como muficca, los cabe- Hos rizados y el ojo alegre...” °* Fantasias coquetas de una pequeiia niinoria. Mero aMDiENTE: EL ALOJAMIENTO. Montaigne, al atravesar el pals de Bade, descubre “la tibieza de aire agradable” de Ja “estufa”, esa habitacién bien caliente de los paises germénicos. Y afirma: “ahi donde nosotros nos ponemos nuestras batas calientes y forradas, al entrar en casa, ellos, por el contrario, se quedan en jubén y con la cabeza descubierta-en Ja estufa, y se visten caliente para volver al aire”#* La casa es incémoda, esencialmente porque pro- tege mal: digamos medianamente contra la humedad, la nieve y la Uuvia, mal contra el frio, Y tan cierto es en los mis ricos castillos como en los tugurios de argamasa y de ramas. Sea cual fuere la casa, la habitacién principal es aquella en que se mantiene toda la familia lo mas posible —a menudo con las bestias—, la habitacién donde casi hace calor: la sala que pose la gran chimenea bien equipada y que se lama también cocina: el sefior de Gouberville, cuando estuyo enfermo, se quedé en cama unos cuantos dias sin poder levantarse: pero apunta con satisfaccién el “dia en que volvié a la co- cina”, En Vivarais, se lama el calentador: es la habitacién donde cada uno puede tener su lugar, ya sea bajo la campana de la chimenea o cerea, cociéndose de un lado con el fuerte fuego, hekindose por el otro. Aquellas enormes chimeneas ni conservan ni irradian calor; pero esa sala comin es la més acogedora; la velada transcurre frente al hogar, y las recepciones también, con un mobiliario preparado para Ja ocasién. ‘Toda la organizacién est en funcién de esa preocupacién: conservar el calor tanto como sea posible, No hablemes de los propios materiales de construccién: no digamos las paredes, hechas de piedra del pats, o de tierra seca, protegida por paneles de madera.** Y, sin embargo, no cabe duda de que la predileccién mostrada por mucho tiempo al rastrojo para los techos se funda en esa razén, a pesar de los riesgos de incendio que, por lo menos en las ciudades, incitaban a las autoridades municipales Habria inducido on tentacién a San Francisco de Paula, dice atin Marot 8M. pe Moxraionr, Journal de voyage en Italie, primera parte, visita de Baden. 20 Construcciones frecuentemente poco sélidas: en 1636 un burgués del Puy se sorprende de que una casa se haya derrumbado durante una noche en que no hacia viento ni Huvia: “el dia de San Crispin, sin ninguna Iluvia ni viento, un muro... vino a caer de arriba abajo, Io enal ha sido causa de que las cubiertas, pisos y muchles, que el todo se ha hundido y arruinado y, por gran accidente, todas las personas... Ies ha dado muerte”, Jacmow, Livre de raison, p. 104. EL HOMBRE FISICO 29 a que los prohibieran, Tgualmente las aberturas chiquitas, ventanas es- trechas bien protegidas por postigos, lienzos aceitados, 0 vidrios (en los mejores casos) ; hasta en pleno dia las habitaciones resultan obscuras y hay que utilizar el alumbrado al aceite para leer tan pronto como em- pieva a caer la noche. Igualmente la abundancia de alfombras, de esteras en todas las habitaciones para conservar el calor: “Cuarto caliente y esterado” es un privilegio del hombre rico, , por lo menos, acomodado. Los pobres sustituyen las alfombras con hojas que representan un ais- ante apreciable” el cual no es desdefiado, en-ocasiones, por grandes personajes. Y a pesar de tantas precauciones, las casas se mantienen heladas: para evitar lo peor, los padres acuestan a. sus hijos pequefios consigo durante el invierno#* Es frecuente que varias personas mayores se acuesten en esas camas con baldaquin, aisladas por cortinones que conservan al aire hiimeds, tibio y confinado de a respiracién. Y contentos todavia cuando se puede calentar honradamente la sala, cuando hay lefia suficiente. Algunas regiones conocen el carbén de tierra, la turba; por ejemplo, las ciudades de valle del Soma, Abbeville, Amiens, Péronne; otras conocen la hula, alrededor de Saint-Etienne en particular, Pero en ninguna parte se ha podido imponer el carbén, como en Inglaterra en la misma época. Ciudades y campifias se calien- tan, pues, con Ia Iefia. de las selvas, lo cual resulta muy caro por los transportes dificiles, a la merced de albures terribles: en enero de 1646, Paris conocié la “penuria de la lefia, de la cual no habia en Paris ni un madero, Por haber estado bajo el rio durante todo el verano y hallarse helado al dia siguiente de Navidad, la lefia slo venia de los campos y se vendia una vez otro tanto que de costumbre”.** En aquellas casas, que nos parecen inhéspitas, que no estin espe- cializadas, puesto que solamente se componen de la sala y los cuartos (el comedor no se impone hasta el siglo xv), el lujo est, pues, en el mobiliario y no en Ia comodidad de la climatizacién, Para los cam- pesinos, material rudimentario, arcas para todo, tan faciles de mudar a espaldas de hombre 0 a lomos de bestias hasta la selva cercana, cuan- do se anuncian bandidos o soldados; utensilios de cocina, la rueca, una 30 Cf Ronsanp, Amours, CL XVII. Siega, muchacho, con mano que saquea E] bello esmalte de Ia verde estacién, Lego a manos lenas siembra con él Ia casa Gon la preciosa alfombra de su tupida mezcla, 1 El sefior de Louvencourt no ha olvidado ese recuerdo de la niiiez y ic cita on Amours, Cf. Loronier, La vida amienesa, Paris, 1942, p. 56. 5? Ornesson, Mémoires, I, 344. 30 MEDIDAS DE LOS HOMBRES mesa, algunos bancos... En oposicién, reyes y principes ostentan en sus cdimaras aparadores cargados de vajilla de oro, cuelgan de las pa- redes espesos tapices, importados de los paises de Oriente; la riqueza burguesa o noble se mide en alfombras y en vajilla de estaio o de plata, pero en ropa también, sobre todo en sibanas amontonadas en las arcas de la sala; en espejos, pequefios y ricamente enmarcados; en algin reloj de cobre o de hierro forjado (por lo menos después de los afios 1530-1540) ; luego, poco a poco, vienen a embellecer aiin este decorado doméstico los cuadros, los retratos de antepasados. Entre todos esos elementos, lo tinico que puede contribuir a la comodidad del interior son las alfombras y los tapices que cubren el piso, las paredes, las ven- tanas; ayuda apreciable, aunque mediocre. No nos soprenda, pues, ver que esos hombres estin constantemente con la nariz al viento, siempre fuera, hasta en la ciudad viven fuera de su casa, se reiinen en las casas o en la taberna, porque ese movi- miento, esos desplazamientos les son necesarios,.. En espera de las técnicas de calefaccién que conocemos, no les quedaria mis medio de huir de los rigores invernales que marchindose al Mediodia: lo que ha sabido hacer en el siglo xv un hombre sagaz —y rico— como era el consejero (del Parlamento) Desbarreaux, de quien nos dice Bayle: “Le agradaba cambiar de domicilio segin las estaciones del afio... prin- cipalmente iba en busca del sol hasta las costas de Provenza durante el invierno. Pasaba en Marsella los tres meses de la mala estacién.” * ‘Asi, hasta en las ciudades, el hombre moderno se encuentra sometido estrechamente —y sin gran remedio— a las condiciones climiticas: frios y tempestades, tormentas y fuertes calores se ceban en él, pesa- damente, hacen su vida incémoda en permanencia en. proporciones que podemos imaginar mediante grandes esfuerzos; ni temperatura estable, ni alumbrado ffcil y agradable, ni uso préctico de la acracién... ™ Todo esto tanto més perjudicial para su cquilibrio fisico, a su salud misma. porque en su mayor niimero, lo repetimos, se encuentran subali« mentados; es decir, en primer lugar sensibles al frio, como todos sabe- ‘mos; Ia falta de aire y de luz no carece tampoco de importancia, aun que le ponen el remedio que pueden saliendo lo mas posible, viviendo fuera, en pleno viento, pero lo que no les permite salvarse, durante tres meses del afio al menos, del frio. El hambre, el frio, son las dos dominantes materiales de la vida humana en aquella época, aunque por fortuna no suelen azotar simultineamente, salvo casos excepeio- nales que crean catistrofes y provocan hecatombes. 3 Raytm, Dic, critique, art. “Desbarreaux”. 3 Es una gran preocupacién de la época: cf. la ldmina fuera de texto n° 2. CAPITULO II EL HOMBRE FISICO: SALUD, ENFERMEDADES, “POBLACION” Mis alld de esos antecedentes propiamente materiales, resulta mis dificil discernir lo que hoy interpretamos por estado sanitario de una poblacién: carencia de estadisticas, cierto; pero ante todo porque, toda- via més que en los campos evocados ya, se encuentran en juego concep- tos complejos (cientificos, 0 que ocupan el lugar de las ciencias) que eran parte de la educacién de los hombres de entonces, Para ellos, sus cuerpos y su existencia solamente son comprensibles en las realidades de su vida de relacién, en los gestos que expresan ac- tividades fisicas © afectivas, en todo lo que da a la vida mas 0 menos sabor humane. Todo lo que la Fisiologia nos ha dado a conocer desde hace siglo y medio, acerca de las actividades funcionales del animal humano, por las cuales el ser transforma sin cesar en su propia subs- tancia las moléculas de los cuerpos vecinos, mientras rechaza lo que se ha vuelto heterogéneo para él, todo ello es algo desconocido tanto para Vésale como para Rabelais; el conocimiento de! cuerpo humano se limita a una morfologia, a un descubrimicnto de formas que des- emboca en la Leccién de Anatomia. Pero la vida organica no existe apenas: los tratados de Medicina se ahogan’en consideraciones sobre Jas combinaciones y los conflictos de los elementos en el interior de los cuerpos: el aire, el agua y el fuego; lo cual lo explica todo, de la boca misma de los médicos. Y demuestra a la vez la carencia casi total de curiosidad que aleja al hombre comiinmente cultivado del conocimiento de la exploracién de los mecanismos corpéreos reales, La enfermedad se considera como una intrusa que viene a instalarse en el cuerpo del enfermo, y que hay que desalojar: concepto en parte migico, porque resulta posible intimidar al mal que evactie un orga- nismo indebidamente invadido, La terapéutica del siglo pasado, que imponta mediante una inter- vencién fisico-quimica la curacién del paciente que sufria un trata- miento, ha conservado durante largo tiempo, como herencia impor- tuna, ese vocabulario de una Medicina caduca, Cuerpo extrafio, el mal 31 32 MEDIDAS DE LOS HOMBRES no deja de ser un cuerpo sutil: vientos y humores explican la parte que se concede —quizi bajo la influencia del humanismo estoico— a las “pasiones del alma”; engendran éstas sus propios males: Ia en- vidia etea el insomnio y la ictericia, la pereza suscita languideces y Ietargias, la melancolia, peor atin: affectus frequentes contemptique morbum faciunt... En fin, la enfermedad, el mal, se puede confundir con el pecado, impuesto por el Maligno y es Ia posesién; puede ser un sufrimiento exigido por la redencién del pecador: la tradicién eris- tiana no ha esperado a Claudel para dar un sentido a las ansias del dolor. En este caso no hay otro remedio que la fe y la gracia Asi, deberia resultar fécil, por lo menos, describir al hombre sali dable, al hombre normal: definicién negativa que seria rechazada por Knock, porque no deja de ser el individuo que no se encuentra atacado por un mal cualquiera. Pero, a falta de preocupaciones fisiolégicas, médicos © cirujanos no se molestan en dar la definicién del funcio- namiento normal de un organismo: para Rabelais, la salud no es ms que buen humor —cuando nos gustaria tanto tener mas deta- Iles: el peso y la estatura, la fuerza muscular y la resistencia, y hasta la prictica de ejercicios fisicos, tales como la equitacién y la mar- cha—. Son también las técnicas corporales las que resultarfan impor- tantes para definir el comportamiento del hombre normal: pricticas diarias de las posiciones, sentada, acostada, de pie, parte del descanso y del ejercicio... Los testigos son demasiado escasos para que puedan ser utilizados.’ Del mismo modo el cuidado de la salud —la higiene— no tiene sentido: si Montaigne preconiza los bafios, es por los malos lores que provoca Ia mugre acumulada,? Aparte de lo cual no hay mds que wna prescripeién que se encuentre por doquier y que asemeja una recomendacién higiénica: evitar el pernicioso aire htimedo y frio, corrom- pido, dice Pierre de PEstoile, de las ciudades en otofo, porque engendra el contagio, Pero es ya acercarse a la lucha contra las enfermedades, Es también caer en el exceso contrario, porque nada nos permite definir al hombre saludable, su peso y su color; en cambio, poseemos una literatura médica inmensa, que denota un hecho irrebatible: la abundancia de enfermedades, la morbilidad erénica de la poblacién + gDe quién fintse para fijar, aunque sea simplemente, el peso y Ia estar tua? {No existe el consejo de revisién! No hay descripciones médicas. La pin- tum y Ja escultura no son buenos guias, 2 pesar de la tentacién que surge para sacar deducciones de CaLLor, por ejemplo, Pero serén, todo Jo mas, indicaciones morfoldgicas: rodillas zancajosas, estatura desgalichada, bocios o caras picadas de viruelas, etc. Hasta que se Tiegue a la prospeccién’ sistematizada, verificada por equipos de investigadores, en los textos menos conocidos, de todis las indi- Caciones, aunque sean minimas, habré que admitir nuestra ignorancia, ¥ Essais, 11, XXXVIT EL HOMBRE FIsIco 33 toda, y sobre todo Ia impotencia de Ia Medicina frente a los males mis comunes; las recetas para evitar la peste han cortido por toda Europa en forma de pequeiios libelos cuidadosamente impresos, tan grande era el temor del contagio, tah frigiles resultaban los remedios propues- tos aqui y alli frente a calamidades que frecuentemente acompafian al hambre y a la guerra. Asi es como también se comprende la interven- cién constante, al Iado de tratamientos médicos sabiamente motivados en buen latin de Sorbona, de las pricticas supersticiosas mis diversas, que'parccen muchas veces a los usuarios igualmente eficaces que las prescripciones de la Facultad, Recetas, tratamientos, ordenanzas publi- cas de proteccién nos brindan, en fin, no tanto una descripcién de las enfermedades perfectamente conocidas de los contemporincos, como los remedios que conviene aplicarles; de donde proceden las vacilaciones de la Medicina de hoy cuando se trata de identificar una de esas innu- merables fiebres, de esas terribles pestes demasiado a menudo tratadas de cholera morbi, que asolan periédicamente ciudades y campifias. I.—Las ENFERMEDADES Para dar la vuelta a todas las calamidades que amenazan entonces a los hombres —y que éstos tienen por costumbre temer— hay que dejarse conducir por sus testimonies, que son de un peso decisivo, a la vez que descubrir, tras descripciones a veces muy detalladas, la natu- raleza exacta de las dolencias en cuestién, Asi vemos que la mayoria de las enfermedades son Hamadas con el nombre de fiebre: debidamente numeradas, Jas fiebres tercias, cuartas, dobles cuartas, no acaban de acumularse en los libros de razén y en las memorias:* comprendiendo indudablemente males muy diferentes; mAs atm, hay pocos males que no sean considerados contagiosos: un memorialista, cuya geografia mé- dica no carece de interés, escribe: “Se achaea la lepra a los judios, Ja tisis a los ingleses, las paperas a los espafioles, el bocio a Jos saboyanos, la viruela a los indios, el escorbuto a los septentrionales”;* ;conta- gioso el bocio? Sin embargo, se desprende cierto orden de precedencia: Ia peste término genérico, empero, casi tanto como las fiebres— viene en pri- mera fila, con las demas enfermedades parasitarias, como el tifus, la fiebre pirpura, Hamada también fiebre de los ejércitos, célera espord- ® Ahi tenemos al Marqués de Beauvais Nangis (Mémoires publiés par Ia Socidté d'Histoire de France, 1862, p. 117): “AL llegar me senti muy mal; me agarré In ficbre cuarta y regresé a’Parfs, donde permaneci con la fiebre cuarta, doble evarta. triple cuarta, cuarta contitua, Estaba tan melancélico, ..” + BN. Mss, fds fs, 21730, 153. Francia. modema.—2, 34 MEDIDAS DE LOS HOMBRES dico; luego aparecen las enfermedades alimenticias, de carencia o de desequilibrio; y en tercer lugar, la calamidad que ha devastado la Eu- ropa occidental en cl siglo xvr y ha causado uno de los grandes miedos de Ia 6poca: Ia sifilis, Peste y tifs acompafian, por Jo general, al hambre y la guerra; la relacién es constante, siempre comprobada por los contemporincos, que temen particularmente a los portadores de gérmenes: vagabundos, mifseros, siempre en movimiento durante las grandes crisis, ¢Se habrd reconocido en pulgas y piojos a los agentes de transmisién? Nada per- mite crectlo —aunque se hayan tomado a veces iitiles precauciones al respecto: pelar y afeitar a los vagabundos— en Paris, cn 1596,° probi bicién de vender y Ilevar de un lado a otro ropa vieja, “harapos, ropas y otros mucbles malos” —en Paris también, en 1638—8 Pero la més de las veces, al aire es a lo que se imputa la propagacién de la enfermedad, particularmente durante las estaciones intermedias, cuando esti tibio y himedo, y se, realizan cambios bruscos de temperatura: “Peste es un vapor venenoso de aire enemigo del coraz6n; sucede cuando el tiempo no conserva su naturaleza; ahora hace calor, de repente frio, ahora claro y de repente turbio... cuando Ia plaga de insectos abunda sobre Ja tierra, cuando los gusanos y In viruela trastornan a los nifios peque- fos.” * Una vez el contagio en camino, nada lo detiene: las epidemias de finales del invierno se prolongan frecuentemente hasta Jos calores del estfo, donde las releva en las Hlanuras meridionales esa otra enfermedad parasitaria cuya Area geogrifica es mis limitada: Ia malaria. Peste y fiebre pirpura se llevan répidamente a sus victimas, particularmente en las ciuidades de calles estrechas, de casas apretadas, donde las epi- demias aleanzan siempre su mayor eficacia: * ciudad apestada es ciu- dad condenada por Jargos meses al aistamiento. Asi como cada casa aleanzada se coloca bajo sellos y se confia al cuidado vigilante de los vecinos, asi, pues, la ciudad entera se encuentra ccrrada sobre si misma, sus habitantes bajo Ia prohibicién de ir a cualquier otro lugar, salvo a las casas de campo para los ricos burgueses, que se recogen en sus tierras, por regla general, tan pronto como los primeros casos son cono- cidos, y que no regresan hasta que la cuarentena haya pasado. En 1628 la peste asola Le Puy, desde mayo hasta fines de agosto, haciendo miles de victimas en total: los meses mis duros fueron julio © BN. Mss, fds fs, 21630, 45. © Ibtder, 35 “Medio facil para conocer cuando el tiempo es peligroso para_atrapar la peste” en: “Livre de Raison de Boisvert”, publicado por TAMizey pe Larrogun: Deux liores de raison de VAgenais, Paris, 1893. ® También sobre esto, habria que establecer sélidas monograffas para ver claro: ef. nuestro informe sobre la peste en Uelzen, Annales, E.S.C., 1959, 1. EL HOMBRE FISICO 35 y agosto, muriendo de cien a ciento sesenta personas al dia. En Pig- nerol, ocupada por tropas francesas, la peste se leva en 1630 a nucve habitantes de cada diez, y a mas de quinientos soldados franceses® La virulencia de esas epidemias se explica inducablemente por el mal estado general de los organismos atacados, debilitacos por el hambre. Pero cl hacinamicnto de los hombres en las ciudades de estrechas callejue- Jas, Ia carencia habitual de vialidad —es frecuente que se prohiba a los habitantes, durante las crisis de contagio, el arrojar paja a la calle para hacer su estiércol— ayudan poderosamente a la difusién del mal: las ciudades pueden cerrar sus puertas a los vagabundos sospechosos de transportar los bubones, como las aldeas los despachan sin amabilidad alguna, todas las condiciones empero son favorables. Pestes y fiebres forman parte estable del marco mental en el que los hombres viven de generacién en generacién. Importantes son igualmente las enfermedades de la alimentacién, tan dificiles de identificar: bajo el nombre de flujo del vientre, de disenterias *° recalcitrantes hasta la muerte, jcuintos males de ese tipo podriamos encontrar! Hallamos, sin embargo, el escorbuto de los mari- nos, bien reconocido por los contemporincos y cnidado con una facilidad relativa, como hemos visto, Igualmente la enfermedad del pan, que reaparecié hace algunos afios en Pont-Saint-Esprit, terrible pero facil de combatir mediante algunas privaciones.!' Finalmente la gota, esa enfermedad de los que se alimentan demasiado bien —que, por lo tanto, s6lo amenavaba a una pequeiia parte de la poblacién—, es una calamidad temida: es, para ellos, el peor de los reumas, y uno de los marti- rios mds insoportables por la inmovilidad a que condena a sus pacien- tes, Pero es mucho menos corriente que las fiebres, 0 que las deficien- cias, mal identificadas, que tienen por causa una carencia erénica... La mis clara de todas éstas es el escrofulismo, mejor conocido por las intervenciones taumatiirgicas de los Reyes de Francia, La adenitis escro- fulosa es tipicamente una enfermedad de la subalimentaciéa; el mejor remedio, ademas de Ia limpieza que exigian esas Ilagas del cuello, ra- pidamente purulentas, es una alimentacién enriquecida, en particular abundante en carnes. Pero la adenitis mal cuidada puede volverse tu- berculosa, y entonces esas laguitas son una enfermedad muy dificil de ® Mémoires du comte de Sonvigny, publicadas por la Sociedad de Historia de Francia, Paris, 1906, I, p. 240. 1 Una categoria simple, empero: las disenterias de vendimias: Souvigny, op. cit. I, p. 78, Una memoria, por cjemplo, relata: “nuestra dos parroquias han sido muy incomodadas por una nicbla que hizo el dia de la Ascensidn, la cual corrom= pid los centenos, y aquellos que comicron pan se hallaron ebrios y tullidos de tos miembros con un temblor continuo.” B.N., Mss, nv. fonds fs, 21644, fo 267. 36 MEDIDAS DE LOS HOMBRES. curar... En Francia, desde la alta Edad Media, los enfermos sueien dirigirse al rey que, en ocasién de las fiestas mayores, ejerce un poder milagroso, idéntico al de un santo, al tocar con el dedo en la frente de los enfermos y pronunciar una férmula ritual que les promete curacién. EI rito y su popularidad han sido admirablemente estudiados por Mare Bloch.!? Sin embargo, esas son enfermedades tradicionales, frecuentes du- rante el Medioevo también: Joinville y las cruzadas de San Luis tuvieron que conocer el escorbuto y también fiebres y pestes... La imaginacién popular se encontré mucho mis despavorida a principios de los ‘Tierspos Modernos por la fulminante propagacién de la enfermedad de Napoles, Ja sifilis, Se ha hecho muy discreta. a fines del siglo xvr, y ha sido cui- dada durante mucho tiempo en el mayor secreto (hasta que los anti- bisticos hayan hecho de ella un mal insignificante), pero la sifilis fue, en sus principios en Europa, de una exuberancia tal que explica el pavor de los contempordneos: cubria a sus primeras victimas de llagas pitti das, de tumores purulentos, de lesiones extendidas y ulcerosas, trans- formaba a aquellos seres en monstruos repulsivos y roidos por el mal, que no podian tratar de ocultar como ser facil en el siglo xtx. Impor- tada de Italia a principios del siglo xvr por los soldados de Francisco T —y por el rey mismo, segiin la tradicién— la viruela se aclimaté muy ficilmente en el pais. Desde los afios 1550 se encuentra en primera fila de las preocupaciones medicales: “‘curar la viruela” es el primer capi- tulo de los tratados que estudian Jas enfermedades contagiosas; indu- dablemente los médicos han encontrado pronto remedios a base de sales de mercurio lo bastante cficaces para que Rabelais pueda permitirse tomarlas en broma, al dedicar su Gargentiia a sus amigos “viruelosos muy preciosos”... Pero no todos refan como Rabelais: el mal impor- tado de América ha vuelto peligrosos por mucho tiempo los juegos cra- pulosos del amor y ha agregado, poco después de los viajes de Cristobal Colén, una nueva miseria fisiolégica a las que los hombres de los tiem- pos modernos habian heredado de los tiempos anteriores, Infima compensacién: Ja lepra, que durante toda la Edad Media causé tantos estragos como la peste —y que sobre todo embarazé a los vivos con un pesado ejército de enfermos, tardos en perecer y que habia que aislar en las malaterias—, la lepra parece estar en regresién. En Amiens, durante el siglo xvt, se ha perdido la costumbre de exigir que Jos nuevos burgueses que legan a establecerse en Ja ciudad presenten un certificado afirmando que “proceden de gentes de bien, nacidos en “8 M. Brocn, Les Rois Thaumaturges, Estrasburgo, 1924; una nueva edi- cién esta anunciada por A. Colin a principios de 1961, EL HOMBRE FISICO 37 legitimo matrimonio y no de padres y madres sospechosos y atacados por la enfermedad de Ia lepra”, Y eso que semejante descuido tiene sus inconvenientes, puesto que en 1574 se decide volver a esta buena costumbre, ‘Mas compensaciones, la débil frecuencia —ast parece— de la tu- berculosis y, probablemente, del cAncer, Las referencias a enfermedades pulménicas, pleuresias, asmas y tisis no faltan, desde luego, atacando a jévenes y viejos y hasta el fallecimiento, Enfermedades del putmén y opresiones de pecho que hacen escupir sangre y toser sin cesar no son, sin embargo, males frecuentes como los anteriores. A fortiori, el cancer, dificil de identificar,® parece menos frecuente atin. Poco alcoholism el aguardiente no es todavia de uso interno bastante corriente (y ¢s poco empleado para limpiar las Hagas, que son, en todas circunstancias, ima puerta abierta a la muerte). Las enfermedades mentales deben tratarse aparte y st. caso plantea problemas mds dificiles atin. Todo ser cuyas palabras sean desvindas y no ortodoxas corre el riesgo de pasar por poseido... Asi que es entrar en el mundo de los abortos del Infierno los cuales conocen filtros y brebajes capaces de arrastrar a sus criaturas hacia paratsos artificiale forma de enajenacién que no puede ser considerada exactamente como enfermedad, a pesar de la practica relativamente frecuente de los pro- cedimientos mégicos. Asi que se considera como simples locos a los inocentes, pobres insensatos, enajenados de su entendimiento como rezan los textos y sélo a éstos, que vagabundean por ciudades y aldeas mas- cullando cortesias a quienes encuentran en su camino: a éstos, que se hallan en libertad y que reciben la caridad en forma de ropa (era fre- cuente entonces ver a los insensatos andando por ahi muy ligeros de ropa) o de una escudilla de sopa, convendria sin duda aplicarles el sobrenombre de tontos de pucblo, que todavia se aplica hoy a los de mente simple, Dolencia indudablemente menos frecuente que hoy, cuando el alcoholismo se encarga de suministrar clientela a los hospitales psiquitricos. . IL—Reatepios Y MEDICINAS Ese breve resumen de las enfermedades corrientes no da una idea muy clara de la confusién que se adueiiaba de los hombres atacados 33 Du Fosse, en sus memorias sobre los Sres. de Port Royal, quizh evoque un caso, p. 367 (edicién de Utrecht, 1734). “Su dolencia, que fue primeramente tuna fluxion que atacé sus piernas y se hizo tan grande que hubo que hacerle terribles incisiones, de modo que le quitaron casi todo el hueso gordo de la pierna, que estaba cariado.” 38 MEDIDAS DE LOS HOMBRES por la enfermedad y desarmados ante ella. Abi tenemos a un buen burgués de Paris atacado por una parilisis de la lengua y muy inquieto por su suerte: “Cada uno de mis amigos tuvo la bondad de traerme a todas las personas hibiles que conocia, Me sangraron bajo la lengua, tomé gotas de Inglaterra, utilicé espiritu de cuerno de ciervo, esencia de polvos de vibora, tintura de anis, extracto de flores de tilo, de vul- nerarias, y otros remedios que cada uno afirmaba ser el especifico para mi dolencia, Mas, lejos de sentirme aliviado, mi parilisis seguia au- mentando,” “* Indudablemente esta enfermedad, menos frecuente y me- nos conocida que la peste, explica que se recurriera a toda clase de gentes —médicos 0 no—, pero Ja explicacién sélo es valida en parte, y por mAs de una razén, Para cuidarse, cada cual, segiin sus medios, podia apelar a los mé- dicos y cirujanos, debidamente organizados en corporaciones, provistos de buenos diplomas emitidos por la Facultad y el cuerpo de los maestros jurados; pero la Medicina de la Facultad es todavia la de Hipécrates y Galeno, eternamente repetida y aplicada a las enfermedades diag- nosticadas por una tradicién empirica, Los grandes médicos de la época siguen siendo los osados pragmatistas que, siguiendo su experiencia, van més all de las lecciones de la Escuela para perfeccionar empfrica- mente sus métodos. Asi Ambrosio Paré, cuando se aplica al estudio de las “Llagas hechas por los arcabuces y otros bastones de fuego”. Mas por cada médico— © cirujano— dotado de espiritu deductive de observa- cién, jcuintos més se conforman con aplicar las lecciones existentes: Hipécrates dijo...! En fin, algunos pueden dedicarse a investigaciones obscuras, inspiradas en pergaminos secretos, en las cuales la alquimia cocupa el primer lugar: escasos disefpulos de Paracelso y de los misticos alemanes buscadores del secreto de la vida; su importancia no es muy grande, aunque hayan gozado de prestigio en algunas grandes ciudades, como Parfs y Estrasburgo. El hecho esencial, que condiciona la prictica médica, es la inefi- cacia de las terapéuticas; hasta en el caso de una enfermedad tan fre- cuente como Ia peste, el mejor remedio sigue siendo la huida ante el contagio, por el poco valor que sc concede a las prescripciones aplicadas por los médieos.!* De ahi que se acostumbre colocar en el mismo plan las prescripciones médicas mejor rubricadas," y las recetas recogidas 4 Dy Fosse, Mémoires sur MM. de Port Royal, ed. de 1739, p. 490. 28 Un ejemplo entre mil. En Macon, en 1630 “la mayorfa del” puchlo rucre de hambre y de peste, Jo ental cs causa de que la mayor parte de los habitantes de dicha ciudad han sido obligados a retirarse el campo, para evilar mayor mal.” AD, Saéne-e'-Loire, B, 1067. 2% Cuyo giro cientifico, y hasta matemitico, no podria engafiar: si Laurent EL HOMBRE FisIco 39 por las tradiciones populares més diversas, Iegando hasta las pricticas supersticiosas, innumerables, conservadas hasta hoy en los primeros al- manaques y en los libros de raz6n: asi el sefior de Fossé, a quien aca- bamos de citar, acepta todos los remedios que sus amigos proponen — los prucha todos con una confianza igual—. Asi se ve que en una ciu- dad que empieza a ser presa de Ia cpidemia, vemos simultincamente la preparacién de perfumes desinfectantes, cuya cficacia es indudable (hay uno que Heva en la composicién de la droga 6 libras de azufre, 4 libras de antimonio. ..) y el uso de pricticas endevotadas, como ésta: “Asistir en un solo dia domingo a tres aguas benditas en tres parroquias distintas.” En el campo de la medicina patentada, Ia gama de las medicinas es, sin embargo, muy variada: s6lo para la peste, la lista de los pre- ventivos y curativos propuestos por los tratados ad hoc llenaria decenas de paginas. ..!7 Aparte de la practica universal de la sangria y de la purga, que deben limpiar todos los malos humores, dos terapéuticas parecen dominar la vida médica: la farmacopea y el termalismo. La Farmacia tiene por base Ia combinacién de las virtudes simples de vege- tales y de minerales, de donde procede Ja infinita variedad de las recetas propuestas para una misma dolencia: unas hojas de menta mis, tres granos de canela, y ahi tenemos otro remedio que se agrega a muchos mis, La mayor parte de esas medicaciones se presentan en forma de liquidos en los cuales han macerado o hervido plantas 0 polvos: el vie nagre con armaga, menta, romero y espliego es un buen preservative contra la peste; la sidea dulce con aaicar rosa es buena para los tisicos; Ia sidra con ajenjo tiene fama de sacar las lombrices de los nifios y de facilitar la digestién de los padres; algunos pretenden, es cierto, que el buen vino, “ese licor septembrino”, tomado segin la necesidad de a naturaleza, es una proteccién soberana contra todas las enfermedades... . Al lado de los liquidos, las pastillas compuestas de polvos variados: se‘ previéne la peste con pildoras que contienen azufre, trocisco de vibora, diarrodén, etc. La misma enfermedad se- combate también con per~ fumes, con que se ahuman abundantemente personas y casas." En esas Jousert en sus Erreurs populaires prescribe la mamada para los nifios varones cada tres horas, para las nifias cada cuatro horas, es que el némero impar es macho, el par hembra, 37 Yan cl siglo xv muchos manuscritos médicos, en franeés y en latin, estin en cireulacién 1 Una receta manuscrita distingue el perfume corriente del de Ins personas de condicién, B.N., Mss, nv fds fs, 21630, fo 212 y sq: ““drogas que deben entrar €n la composicién’ del perfume general... azufre 6 libras: pez resina, 6; anti monio, 43 oropimente, 4; cinabrio, 3; almértaga, 4; asafétida, 3; cominos, 43 euforbio, 4; gengibre, 4: soma, 57. Drogas que deben’ entrar en’un’ perfume mis suave para las personas de condicién... Incienso, + libras; benjuf, 2; estoraque, 42 MEDIDAS DE LOS HOMBRES composiciones encontramos, primeramente, las simples, de virtudes re- conocidas desde la mas alta antigiiedad, y las especias, importadas del Océano Indico y de Extremo-Oriente por intermedio de traficantes mediterrdneos. En el transcurso del siglo xv, ese arsenal farmacéutico ha ido enriqueciéndose con los descubrimientos de los misioneros en el nuevo mundo: como la quina, “que cura infaliblemente la fiebre cuarta © la tercia”, que entra en la prictica médica —a precios exorbitantes, desde Iuego— en los afios 1650: progreso empirico, pero considerable. Las virtudes insuficientes de las plantas y de los polvos minerales cuidadosamente mezclados se completaban con la accién de las aguas termales, Estas son alabadas por médicos y boticarios con una genero- sidad que sorprende a quienes crean en las iniciativas decisivas de Madame de Sévigné. Mucho antes que ella— y en todas las provincias— las fuentes minerales son reconocidas y recomendadas para un niimero imponente de enfermedades: en el suburbio de Bourgogne, cerca de Moulins, surgen manantiales medicinales, “que tienen no sé qué de vie triolo y de azufre”, recomendados para los célicos, pardlisis, retenciones de orina, dolores de estémago, ictericia. .. La infatuacién por esas virtudes de las aguas minerales entra en Ia légica de las ideas médicas, que admiten la lucha entre humores y Ii- quidos en el interior del cuerpo humano; aunque Italia ha podido contribuir a poner en moda esas terapéuticas acuosas: en Amiens, en el afio de 1560, en Macon en 1606, han sido sefialados unos italianos que venden en los mercados “el aceite de petréleo, llamado nafia”, recomendado para Ios humores frios. . . Indudablemente todas esas medicaciones no gozan de un prestigio mucho mayor que las pricticas recomendadas por la tradicién popular: de lo contrario, las memorias no conservarian tan cuidadosamente las formulas de ésta, de una fantasia y de una exactitud en los detalles indudablemente Iegitimados por la importancia del riesgo: curar un mordiseo de vibora con la sangre de una gallina recién matada y apli- 5; mirra, 4; cancla, 4; moseada, 2; anis, clavo, 1} soma, 64... Se puede uno quedar en este perfume una buena media hora; pero en ‘el primero no hay que permanecer més que la duracién de un Pater noster.”” 29 Forges-tes-Haux, en Normandia, ha encontrado a su_turiferario en 1573: “Compendio de la virtud de In fuente medicinal de San Eloy, llamada de Jue ventud, hallado en el pais de Bray, en la aldea de Forges, por el Sr. de Verrenes, caballevo de las dos Srdenes de Su Majestad, en el afio 1573. Dado a conocer por Maestre Pedro de Grousser, boticario de Monsefior el Principe, sesiin los efectos que ha reconocido, desde hace diez aos, por haber cuidade y medicado varias clases de enfermedades desde dicho tiempo.” Par's, Pierre Vitray 1607. Se curan la piedra, arenas y arenillas de la vejiga, dolores de estémago, enferme- dades del cerebro... ; Iris de Florencia, 6; Miudano, 2 EL HOMBRE FISICO 43 cada sobre la herida, lavar a los nifios en el dia de viernes santo para preservarlos contra la sarna, pasar tres veces a través del fuego d hachones, en el primer domingo de cuaresma, para evitar el célico, otras tantas prescripciones que proceden de un empirismo animado por segundas intenciones migicas, en la linde de las pricticas religiosas hhasta supersticiosas en opinién de algunos contempordneos como Paré © Montaigne—. Précticas naturales, 0 claramente supersticiosas, son, pues, innumerables, La segunda categoria, por mucho tiempo tolerada por la Iglesia, cs mucho mis importante que la primera; se compone de los gestos y de los actos realizados con ocasién de las fiestas religiosas, como los que acabamos de mencionar hace un momento: también com- prende muchas oraciones, invocaciones, plegarias que forman parte del repertorio de cada cual y que invocan los poderes milagrosos de los San- tos o del propio Jestis: a veces redactadas en latin®” —gacaso por Jetrados?—, semejantes textos constituyen una especie de repertorio médico que esti a la disposicién inmediata de los enfermos. La Iglesia no ha repudiado esos textos mis que tarde ya, durante el siglo xvi, y con mucha prudencia, puesto que las oraciones con fines médicos se venian practicando por los sacerdotes desde la Iglesia primitiva, De acuerdo con los miembros del clero —por Jo menos entre los catélicos— no podia ser inconveniente, en efecto, solicitar el uso de exorcismos y de oraciones para sacar las enfermedades de los hombres {y hasta de las bestias). La participacién de la Iglesia, sin embargo, parece una condicién de ejecucién y de éxito particularmente durante el siglo xvit, Lo cual finalmente pone a la disposicién del paciente tres métodos curativos —los cuales separamos por prudencia de anilisis, pero que pueden combinarse, més o menos— y que, de todos modos, pueden ser Ilevados a cabo por Ja misma persona, consecutiva o simul- taneamente, Mis allf de esas préctieas queda el recurrir a la cirujia: la del bar- bero cirujano, que no tiene diplomas de la Facultad, pero que es reco- nocido como capaz de practicar por lo menos una sangria, y la del macs. tro cirujano, igualmente cubierto de diplomas de Facultad como st colega médico, EI cirujano cuida Ins Ilagas, las malformaciones de na- turaleza (quitar los dedos de mds, agregar el brazo que falte, es para 2 Para detener una hemorragia, recitar “Sanguis Christi maneat in te sicut Christus fecit in se”, Para curar un dolor de muelas, recitar la oracién de Santa Apolonia: “Beata Apolonia grave tormentum pro Domino sustinuit. Primo, tiran= ni exruerunt dentes ejus cum munis afariis. Et ciim esset in illo tormento grave ad Dominum Jesum Christo. Et quicumgue nomen suum devote invocaret, mahim un dentibus non sentiret. Versus, Ora pro nobis, beala Apollonia, ut digni efficiamur promissionibus Christi, Amen.” Las dos {érmulas en L, Guaozee. Nouveau recucit de registres domestiques, Limoges, 1895, pags, 208 y 289. 44 MEDIDAS DE LOS HOMBRES A. Paré el primer trabajo de la profesién) o accidentales (hernias, heridas, chancros, gangrenas). Es también médico, pues su habilidad manual s6lo puede servirle para perfeccionar la obra de la Medicina cuando los medios habituales no bastan. Por eso la Iniroduction ow trée pour parvenir a la vraye cognoissance de la chirurgie (Introduc+ cién 0 Entrada para llegar al verdadero conocimiento de la cirujia) del mismo Ambrosio Paré es un verdadero tratado de Medicina, que no insiste sobre las técnicas quirérgicas, pero que va pasando revista a enfermedades, facultades, humores; medicina y cirujia se hallan dete- nidas por inedgnitas anatémicas y fitiolégicas demasiado grandes, las cuales irin siendo enfrentadas lentamente durante los siglos siguientes, Lo cual explica el que un cirujano tan habil como Paré haya pasado su mejor tiempo en Ios campos de batalla, donde sus servicios son por fuerza mejor apreciados, operando a los heridos, quemando las Ilagas con hierro candente 0 con aceite hirviendo, extrayendo balas 0 cas- quillos, cortando miembros gangrenosos. * La ineficacia de aquellas terapéuticas se encuentra particularmente en evidencia durante Jas epidemias; frente al contagio, Jas ciudades hasta las més pequefias— se han creado desde los siglos xx y xiv todo un equipo de defensa que se esfuerza por compensar la carencia médica.” Cada comunidad tiene su hospital, Jo cual permite que los enfermos sean aislados, por lo menos durante los primeros tiempos; la Francia del siglo xvi cuenta con mas de mil hospitales generales, y casi otras tantas malaterias, éstas camino de ir siendo desafectadas.** Habitual- mente atendidas por regulares, estas fundaciones medievales han fun- mado satisfactoriamente para todos durante siglos, pero el trastorno econémico del siglo xv1 les inflige, en su gestién temporal, golpes muy duros: muchas van periclitando a principios del siglo siguiente; a falta de ingresos suficientes, tienen que rechazar clientela y, bajo Enrique TV, una comisién real investiga largamente su situacién, Afios mis tarde, Vicente de Paul habré de multiplicar las fundaciones nuevas. Los hospitales son las casas de los enfermos (y de los viejos y nece- sitados). Pero las comunidades urbanas disponen, ademés, de un im- portante arsenal de reglamentos constantemente adoptados tan pronto como la epidemia se hace amenazadora: medidas a menudo dristicas, ® La medida de esta carencia zcSmo se mide cominmente? Cf, Moxrarone, Ersayoe, M, el capitulo XXXVIT dedicado casi por completo a les médicos y a la Medicina. 22 Cf. nuestro mapa n° 3. EL HOMBRE FISICO 45 puesto que implican 1a evacuacién de las casas contaminadas, la expul- sién de los mendigos y sospechosos, In ejecucién de los animales errantes, el cierre de mercados y tribunales, Ia prohibicién de algunos oficios (zapatero remendén, por ejemplo), la cuarentena, fuera de la ciudad, de las personas sanadas, Ia obligacién, para los enfermos en trata- miento, de Ievar trajes especiales visibles desde lejos... Todas estas medidas, cuyo principio es el aislamiento de los en- fermos atacados por el contagio, no dejan de resultar ineficaces a su modo: aquellos hospitales, pronto absrrotados de pacientes, son pronto los focos principales de contaminacién, y contribuyen a propagar el mal —tanto mis cuanto que se hallaban casi siempre situados en el co- razén de la ciudad—, Otras precauciones tomadas de una ciudad a otra —cnarentena de Ja ciudad infectada, exposicién de los productos para ser entregados a Ja ciudad contaminada en una plaza fuera de los muros, durante dias enteros, prohibicién de negociar, de via- jar...— no tenfan muchas virtudes. De ese modo, el hombre moderno se encuentra muy mal defendido contra Ja enfermedad, ya sea ésta contagiosa o no; a la subalimenta- cién se afiade la epidemia como amenaza crénica, Estas afirmaciones esenciales se manifiestan en la demografia caracteristica de aquellos tiempos dificiles, TIL—La ponLaciin: numsnen7os pe pemocaria No es dudoso que nuestro répido esbozo haya de conchiir con un estudio de la evolucién demografica: los efectivos, la mortalidad y la natalidad, la fecundidad de los diferentes grupos, otros tantos datos que iluminan Ia economia general de toda sociedad, hasta quiz los conceptos de los hombres: Ia nocién de exceso de poblacién, por rela- tiva que sea, es tan antigua como Ia humanidad, y determina compor- tamientes fundamentales. Ahora bien, no hay nada tan dificil de-comprobar come las series demogréficas antes del siglo xv cuando —por lo menos en los sabios— ban comenzado a contar sistematicamente. Y, sin embargo, no care- cemos por completo de mimeros: el ingenio y la paciencia de histo- riadores como F. Lot, P. Gouvert y J, Meuvret, han podido extraer, de datos muy fragmentarios, conclusiones interesantes a la escala de una regién o de varias ciudades. Partiendo de documentos, fiscales en sv mayoria, que son de seguro los mas dificiles de utilizar. ‘A falta de niimeros sobre los cuales se pueda trabajar Gtilmente, es muy a menudo necesario conformarse con signos indirectos, cnyo 416 MEDIDAS DE LOS HOMBRES valor puede parecer discutible: alza 0 baja de ciertos ingresos sefioriales, multiplicacién de los cobros de derechos sobre las ventas, aumento de los efectivos de notarios, por ejemplo. Aislados, esos movimientos no presentan gran interés; convergentes hacia una misma direceién, per- miten que se compruebe una evolucién, Contar a Jos hombres no entra en los conceptos de la época: a lo sumo, el censuario sefiorial comprende Ia lista de los campesinos que pagan derechos; pero los otros aldeanos no figuran en ella, Del mismo modo conocemos el niimero de fuegos: otros inventarios fiscales, a la escala del bailiazgo o de la ciudad, Pero més alld, para un Estado como Francia —con mayor razén si se trata de continentes enteros como Asia o América— ni siquicra se plantea el problema. Algunas clasificaciones simples hastan: los hombres negros y amarillos vistos en los grandes puertos del Mediterraneo oriental son ealificados segin las divisiones de la Biblia: hijos de Sem, de Cam o de Jafet... En el sentido demogra- fico del término, la humanidad no es sino una palabra en el siglo xvt: grandes masas continentales, que se ignoran en parte, se hallan yuxta- puestas; y no hay medio de saber nada mas... hasta fines del siglo xv cuando se intentaran las primeras estimaciones mundiales.** Y, sin embargo, los siglos xvi y xv han visto migraciones conside- rables: partidas hacia América, claro, pero también atraccién de la Italia meridional y central; el codearse humano de Flandes y de Italia estd en contraste con los espacios vacios —o casi— de algunas montaiias. Los contemporineos de Rabelais o de Montaigne no sienten forzosa~ mente esos movimientos ni esos contrastes; los problemas que plantean Jes son ajenos. Aquellos hombres se sienten miembros de grandes cuer- ‘pos misticos: las religiones; de cuerpos politicos también, que ellos no llaman todavia Estados; y, sobre todo, se sienten miembros de comu- nidades: ciudades y aldeas que no cuentan sus elementos porque los conocen personalmente y les dan su lugar en la jerarquia social, lo cual ¢s suficiente para su existencia cotidiana. A mayor abundamiento, encontramos que en su mente no existe la nocesidad de analizar la estructura de una masa humana; mozas y mozos, Jovenes y viejos no son objeto mas que de breves notas —o pintorescas—, lo mismo que la duracién de la vida: la fuerte mortalidad acredita mitos de ancianidades scculares, tanto mas fiiciles de aceptar porque el estado civil casi inexistente permite cualquier fantasia; no sin vana- gloriarse cuando se puede: Tomas Platter, viudo a los 73 afios, vuelve a casarse inmediatamente, y no esti poco ufano de haber tenido seis hijos de este segundo matrimonio, ® Riecioli, por ejemplo, da en 1661, 300 millones de habitantes a América EL HOMBRE FISICO 47 Muchos céleulos —estimacién global, como la de F. Braudel r pecto al espacio mediterraneo—, deducciones habiles de Roupnel par- tiendo de los fuegos de Dijon enumerados barrio por barrio —pacientes cémputos de Goubert sobre su Beauvaisis—, todos esos mimeros per- miten que se preste a Francia, a fines del siglo xvi, una poblacién de dicciséis millones de habitantes, Lo cual representa una fuerte poblacién si se considera el débil rendimiento de las superficies cultivadas, muy inferiores a las de los siglos xvi y sux: la tierra de Francia ® esté bien Henita, a pesar de los espacios vacios, en cl Macizo Central especial- mente; pero no es posible detallar mis alli de esta cifra global... Fuera de esto, hay que conformarse con deducciones sacadas de las condiciones generales de la alimentacién y de la salud que acabamos de considerar, comparadas con los datos numéricos, mas sélidos, que tenemos a nuestra disposicién respecto a los periodos inmediatamente ulteriores, y que presentan las mismas caracteristicas demogrificas; cl primer rasgo, resultado de una mortalidad muy fuerte que, como siem- pre, ataca a los mas débiles primero, es decir, a los nifios, es Ia corta duracién de la vida: gveinte afios? La vida del hombre es miscrable- mente corta, dice Pascal, que querrfa contarla partiendo de la edad de razén... De ahi la precocidad de los matrimonios, y tantas viudas jévenes, de quince afios y menos, que se encuentran en todas las ciudades; de ahi también proviene el prestigio de los vejetes que, pasando de los cuarenta, han demostrado una complexién a toda prucha, asi como el lugar preferente reservado a los ancianos en una sociedad en la que morir joven resulta tan comiin, Estas indicaciones son aproximadas, y no valen lo que una estadistica acerea de la edad regular de los primeros matrimonios, establecida segtin nuestras listas de estado civil... Compensando esta fuerte mortalidad, parece que una natalidad im- ponente es de regla; aun si los nacimientos parecen una carga embara- zosa, por lo menos en las ciudades: a mediados del siglo xvt causa inquictud en Paris cl niimero de abortos, a pesar de una represin feroz: en efecto, las mujeres y mozas convencidas de haber “ocultado su em- sarazo” y “matado su fruto” son por lo general condenadas a muerte.** 2 Lescarbot, deseoso de poblar ta nueva Francia, comprueba que este exceso de poblacién ha disminuido los nacimientos (a pesar de la ley represiva 1557), por lo menos es la impresién que él tiene: “En los primeros siglos que la virginidad era cosa reprochable, porque habia mandamiento de Dios para el hombre y la mujer que erecieran y se multiplicaran, y cubrieran Ja Tierra. Mas cuando ha sido cumplido, este amor se ha enfriado maravillosamente, y los hijos han comenzado a ser una ‘carga para los padres y madres de familia, los cua- les muchas veces los han desdefiado y hasta proporcionado Ia muerte” (pag. 634). 2 Bayle, a fines del siglo xv (articulo “Patin”), pretende que el mal no ha hecho mis que empeorar desde 1557: Henri Estienne comprucba, por su parte, que aquella ley tan severa s6lo causa 1a muerte de shrvientas, 48 MEDIDAS DE LOS HOMBRES El rasgo més decisive parece, sin embargo, ser la movilidad de esta demografia, su caricter espasmédico. Una epidemia —y a mayor abun- damiento varias epidemias— arruina una regién, una ciudad: la po- blacién entonces disminuye de una cuarta parte, a veces de mitad, El vacio, empero, se encuentra pronto compensado: a la vez por medio de migraciones exteriores, habitantes nuevos Hegados de provincias ve- cinas, y por los nacimientos; las cosechas de Ia muerte y la pujanza de la natalidad hacen vacilar brutalmente estos datos que tenemos." Las pasiones religiosas han agregado su parte a estas movilidades du- rante el siglo xvr: no hay mis que ver el flujo de los refugiados pro- testantes en Ginebra, entre 1549 y 1560, para comprenderlo. En ningin momtento puede tratarse de una poblacién estabilizada. Finalmente, parece seguro que una movilidad tal de las vidas hu- manas implica cierto desprecio por esa vida: las fluctuaciones violentas, y a todas las edades, los desplazamientos y la importancia de la nata- lidad hacen que el ser humano no sea estimado a tan alto precio como en nuestra época, en que —exceptuando los perfados de guerra— se realizan diariamente. prodigios para conservar 0 prolongar vidas hu- manas, La facilidad con que se comete el homicidio,” en todas las clases de la sociedad, es también la prueba mejor. 25 Ejemplo de esas fluctuaciones: Dijon, estudiada por Roupnel, medida en fuegos: 1572: 3198 fucgos; 1580: 3591; 1602: 3029; 1626: 3904:'1653 4007. Gardan narra Canquilamente un’ intento de infanticidio antes del naci- miento, que le ataiie de muy cerca: “Tentatis, ut audivi, abortivis medicamentis frusta, ortus sum anno MDI, VIIT, cal. octobris.” T VNINWT CAPITULO IIT EL HOMBRE PSIQUICO: SENTIDOS, SENSACIONES, EMOCIONES, PASIONES Tomar la medida del alma no es mis ficil que la fisica, y ello por miiltiples razones. La principal es que aqui tenemos que penetrar en un mundo confuso, el cual no se puede pretender aclarar excesivamente; separar lo afectivo de lo intelectual, segiin los mejores métodos dle nucs- tros filésofos, es una tentacién contra la que hay que luchar, La dis- tincién no se impone a los contempordneos de Ronsard ni a los de Malherbe, y resultaria peligroso imponérsela, pues la menor sensacién gue consideréramos objetiva, tal como el color de una flor o Ia forma de un mueble, tiene un matiz afectivo. La tmica diligencia licita en este campo —aun subrayando esta fusién de lo afective con Ia intelectual hasta Descartes por Jo menos— resulta el proceder yendo de lo simple a lo complejo: de las sensaciones hacia las actitudes mentales ordena- das por las abstracciones del lenguaje y del libro, lenta exploracién de un equipo mental dificil de captar en aquel periodo agitado durante e cual se renueva en una amplia medida, ‘Asi, pues, para empezar, érganos de los sentidos y sensaciones, tales como podemos reconocerlas aqui y all4, particularmente en los poctas dotados de sensibilidad, la cual no sea quiz mis viva que la del comin de Jos mortales, aunque mis rapida en su expresién. Ahi tenemos a Ronsard y sus compajieros de la Pléyade, Marot y d’Aubigné, nuestros guias de un momento para tomar el matiz sensitive del primer siglo moderno. Ciertamente no sin ricsgos, los cuales habemos de asumir, ya que los demis testigos, y en particular los memorialistas, no son prolijos en cuanto a sensaciones transcritas inmediatamente 0 datos clementales y espontineos de lo sentido. Esta exploracién de los “cinco sentidos de la naturaleza”” no carece, ni mucho menos, de imprevisto; por lo menos, si comparamos. brutal- 3 Los lectores de Rabelais y el problema de la incredulidad en et siglo XVI (dltimos capitulos), Jo saben indudablemente. Pero esos descubrimientos de Lu- iano Febvre-no han pasado todavia a ser adquisciém comin de Tor hombres cultos. A 49 Basta: modes. 50 MEDIDAS DE LOS HOMBRES mente los sentidos del siglo xx, pues el perfeccionamiento y la utilizacién de los diferentes érganos no nos caracterizan, Ya no es la misma jerar- quia, puesto que el ojo que hoy reina se hallaba en tercer lugar, después del ofdo y del tacto y muy lejos detras de ellos. El ojo que organiza, clasifica y ordena no es el érgano de predileccién de una época que prefiere escuchar —con toda la imprecisién alarmante que encierra esta durable preferencia—* Asi, pues, los érganos sensoriales son, evidente- mente, los mismos que los nuestros, pero, en aquellos siglos de violen- clas incesantes y:perpetuas ;quién viv cuando jamés puede un viajero cruzar una selva o un paramo sin subirse un par de veces a los Arboles |para divisar el paisaje y comprobar que no hay alguna pandilla de bandoleros al acccho, esos érganos son posiblemente mucho mis agu- dos, mis ejercitados que los nuestros. Pero el gran abastecedor para su imaginacién es el cide, mucho mas que Ia vista; también el tacto, y siempre mAs que Ja vista, i ‘Primacia DEL ofpo Y DEL TAGTO Sobre este punto, la época moderna’ prolonga un cariicter esencial de la civilizacién medieval; y ello encierra algo de paradoja, puesto que la imprenta, en progreso incesante, expresa la, aficién creciente por la Iectura,. La informacién sigue siendo auditiva ante todo: hasta los grandes de este mundo escuchan mis de lo que leen; se rodean de con- sejeros que les hablan, que les suministran su saber por el ofdo, que len delante de ellos. En las asambleas de administradores, los consejeros de reyes y prineipes llevan frecuente y muy naturalmente el titulo de oidores;* y durante fas veladas, en las mis humildes chozas campesinas, la narraci6n sigue siendo lo que alimenta pensamientos e imaginaciones, En fin, hasta los que suelen leer, los humanistas, estin acostumbrados a hacerlo en alta voz, y oyen su texto. Esta primacia tiene al principio una explicacién de tipo religioso: es la Palabra de Dios Ja que tiene suprema autoridad en la Iglesia. La Fe misma cs audicién, Los profetas, antes de Jesis, no paran de clamar: jEscuchad! ; No escuchan! ; No quieren escuchar! Dios opera por medio de la Palabra que los hombres oyen... Lo que Lutero ha expresado 2 Indiquémoslo al pasar: en cl siglo xvi est todavia mal considerada Ia, vista, Diderot eseribe en la Garta acerca de tos sordo-mudos: "Me parecia que de todos Ios sentidos. la vista era In mas superficial”, y Buffon dice del tact “ésic cs el sentido sélido, es la piedra de toque y la medida de todos los demis” (Historia natural, art. Hombre”) 3 Hemos conservado ese término hasta el siglo xx, en que los reportes se presenian con més frecuencia por escrito que verbalmente: auditores del Consejo de Estado (oidores) EL HOMBRE PSIQUICO BL admirablemente en su Comentario de la Epistola a los Hebreos: * Si le preguntas a un cristiano cual es la obra que le hace digno del nom- bre de cristiano, no podra responderte més que esto: la audicién del verbo de Dios, es decir, Ia Fe (Auditum verbi Dei, id est fidem). ¥ Lutero agrega: “Ideo solae aures sunt organa Christiani hominis, quia non ex ullius membri operibus, sed de fide justificatur, et Christianus judicatur.” Asi, pues, s6lo los oidos son érganos del cristiano... Poseen por ende una dignidad eminente. A esta preferencia doctrinal, si pucde decirse asi, se afiade empero un ejercicio mucho mis afinado que cl de los otros sentidos, si hay que hacer caso de los poctas, todos mis auditivos que visuales: ruidos de arroyos, cantos de pdjaros aparecen sin fin bajo la pluma de Marot y de Ronsard. Las cancioncitas de Marot en que abundan urracas, par- dillos y jilgueros, jams aluden a su plumaje, sino a su alegre gorjear: canciones de pardillos, chachara de urracas y, en el fondo de la selva, jas voces muy horribles y aullidos de las bestias peligrosas”.* Cuando Du Bellay quiere cantar las fuentes del Loira: Para saludar con alegres alboradas A quien te ha, con tus liquidas hijas, Deificado con ese ruido eterno. Ronsard evoca el mar y sus habitantes, pero no les presta formas ni colores atrayentes: lo que su presencia marina evoca es un sonido: Y por los palacios hémedos Llamé a las hermanas_nereidas Que roncaban al son de las olas, Si quiere encantar al rey 0 a su protectora, no hay més remedio que apelar nuevamente al ofdo. Ahi tenemos a Nuestro. Rey Guya divina oreja Aspirard esta maravilla, ¥ més alla: Tengo que ir a tentar Fl ofdo de Margarita Y a su palacio a cantar. 4M. Lurero, Comentario de la Epistola a los Hebreos, edicién de Ficker, p. 105, 106. 5 Para Manor, véase entre otros: Temple de Cupido, Eglogue au roy, Blégie II... De Du Betuay, Olive, edicién de Chamard, I, 29, 45, 114, 121; IT, 37, 59. De Ronsanb, las Odas, T. 1, 63; T. I, 72; T.'U, 69; T. 1, 77; IV. XVI, 133, 38 MEDIDAS DE LOS HOMBRES Cantar 9 tocar misica: en Ronsard aparecen incansablemente harpas liras y latides, y hasta flautas y trompetas. Més frecuentemente que los ruidos y el trueno, la miisica tiene todos los honores: apreciada por doquier, pues exalta a todas las almas nobles, si seguimos haciendo caso a Ronsard en su prefacio a una coleccién de canciones: “aquel, Sefior, que al oir un suave acorde de instruments 0 la dulzura de la voz na- tural, no se regocija ni conmueve, ni se estremece de pies a cabeza, como si se sintiera suavemente enajenado y de algin modo puesto fuera de si, es sefial que tiene el alma torcida, viciosa y depravada, y que de él hay que cnidarse”.° Esa miisica tan apreciada que un hombre como Cardan tiene junto a si dos jéveries sirventes miisicos, sin otro empleo que tocar instrumentos, a todos brinda armonia y orden en sus sensaciones y en sus inquietudes. Compuesta, regulada, ordenada en su sucesién, en la expresién alterna de los sentimientos, la picza musical cs indudablemente, para ellos, un apaciguamiento del que no se cansan nunca.’ Y como le dice Sancho Panza a la duquesa inquicta de oit en el bosque un rumor de orquesta; “donde haya misica, Sefiora, no puede haber cosa mala”, “Musica me juvat”, dice Cardan; casi resulta In divisa de aquellos tiempos, encantados por la misica. El tacto viene inmediatamente después del ofdo, y quizd también por razones religiosas, puesto que existe un tacto religioso, el del santo que cura a los enfermos por imposicién milagrosa de sus manos Nuestros poctas tocan, tientan sin cesar, y hasta lamen,* golosamente, para repetir una expresién que vuelve frecuentemente bajo su pluma: {Cuinto coral, cudnto Lirio, zumo de rosas probé yo entonces entre dos tientos® dice Ronsard, Cuando quiere describir una pierna bien torneada, no evoca sus formas mediante comparaciones faciles ni evocaciones anaté- micas, le basta indicar que atrac cl tocar: ++.la pierna de buen tomo lena de carne todo alrededor que une querria tocar.” © Prefacio para Carlos IX de: ie Mellange de chansons tant de views autheurs que der modernes, Paris, 1572 * En el libro cinco de Rabelais, cap. XXT, Quintaesencia cura enfermos hasta por eancién. Fl libro de J. B. Porta, Magia naturalis (Napoles, 1588) compren- de también un eapttulo dedicado a la musicoterapia (Libro XX, cap. VII): “De Tyra ct multis quibusdam ejus proprictatibus”. 8 “¥ por lamer la gloria dulee, Que cnmela tu fama.” RoxsArn, Odes @ Du Bellay, 1, TX. * Amours, ler libro, edicién Blanchemain, T, 106, 1 Tbid., Th, 403, EL HOMBRE PSIQUICO 53 Hasta el siglo xvmt, por lo menos, el tacto sigue siendo un sentido maestro; controla, confirma lo que la vista solamente ha divisado. Ase- \ gura la percepcién, da solidez a la impresién que otros sentidos han \ sugerido, los cuales no presentan la misma seguridad. Todo Io cual sigue \ confirmando el papel subalterno de la vista para aquellos hombres que, antes que nada, prestan ides, ¢Hay que recordar Ia infelicidad de Ronsard cuando se quedé sordo? TIL—PAPEL SECUNDARIO DE LA VISTA Indudablemente, aquella época ha tenido pintores, igual que misicos, y hasta dibujantes, aunque sélo fuera Leonardo de Vinci, A pesar de que todos esos individualistas, Vinci, Durero, Holbein y tantos mis, se encuentren bastante fuera de seric, En efecto, es seguro que los contem- pordneos de aquellos genios visionarios no estdn acostumbrados a ver for- mas, a representarlas ni a describirlas, Erasmo no dibuja, no bosqueja al margen de su texto, en momento alguno. Margarita de Navarra o Bran- téme, ambos bien colocados para ver a los grandes de aquel tiempo, no describe: ni reyes, ni emperadores ni papas; no hay una sola siluets que cobre vida ante nosotros. El propio Rabelais da vida a sus per- sonajes a través de sus discursos: es hermano Juan en la tempestad hablando, mientras crujen los cables y el mastil cae con gran estruendo, Pero son sensibles a los colores cuando se encuentran contrastados viva- mente: las flores cle los poctas no son mumerosas, pero los colores se oponen: la rosa, el lirio y el clavel (que suele ser rojo) y, evocada con menos frecuencia, la violeta, Las libreas de los sirventes en dias de gala estin confeccionadas casi siempre en colores vivos que laman la aten- cin y que todos encierran un simbolismo, mal conocido. La exploracién de esos colores, y de su empleo pottico, no se ha evado atin a cabo: Jo cual debe incitarnos a ser prudentes cuando queramos presentar algunas indicaciones acerca de la paleta de unos y otros, Aqui, en Ronsard, al lado de’ las flores citadas ya, intervienen el ébano, el cinahrio, el carmesi, que no es un rojo, sino un superlative aplicado indiferentemente al azul y al castafio, All4, en Du Bellay, en la Oliva aparece media docena de colores fundamentales: oro hasta can- sarse, blanco y negro (con las variantes, blanquecino...), el rojo y su séquito de bermejo, coral, pixpura, mientras que el azul, el violado y ¥ El verde, color de Jos locos... L'Estoile sefiala, en agosto de 1589, que al morir Enrique TIT, el pucblo de Paris, para manifestar su alegria, News ol Iuto de verde. 12 Como ya se ha hecho respecto al latin, en una tesis distinguida: J. Anoré, Etude sur les termes de couleur dans la’ langue latine, Paris, 1949. 54 MEDIDAS DE LOS HOMBRES sus matices no existen siquiera, En cambio, Du Bellay emplea todo un aparato de piedras preciosas, que sirven de evocaciones de colo- res: un hermoso pie muestra “cinco piedras” que son las ufias, los labios son de coral, los dientes son perlas “bien engarzadas”, claras 0 cristalinas, el cuello es de pérfido; esmeraldas vivas, hermosos rubies, perlas y zafiros, ése es el repertorio. Con d’Aubigné, los recursos son mayores: el carmesi rojo, los “‘estanques negros”, las flores del campo, la maravilla, la ancolia, representan conquistas de la paleta poética de fines de siglo. ¢Podemos asimilar este enriquecimiento con el esfuerzo que, incon- testablemente, Hlevaron a cabo el siglo en su ocaso y el siglo xvu, para ver mejor? No cabe duda de que la vista va progresando, aunque sea del modo mis humilde: poner en las ventanas vidrios claros, dar gafas a los ojos debilitados, equipar las moradas con iluminacién mejor conce~ bida: todo este progreso lleva la misma direccién, Al lado de estas mejoras, que son al principio para los mas ricos, y que representan ele- mentos de comodidad, hay que dar su lugar a los instrumentos de éptica, a las lentes que permiten la observacién del cielo o de lo infinitamente pequefio, La lente de Galileo y las primeras lentes microscépicas son los instrumentos del progreso cientifico: pero desde ese momento entra’ en escena una vista prolongada y mejor ejercitada, Es el principio de la promocién de la vista, y resulta evidente que é&ta depende estrecha- mente del auge cientifico moderno. * Olfato y gusto cuentan hoy muy poco al lado de los otros tres sen- tidos. Los hombres del siglo xvi, por el contrario, son muy sensibles a los olores, a los perfumes, y también al goce de la boca, Dulces y dulzuras son de uso constante, como el azticar y Ia miel, y se prestan a una infinidad de metiforas, Para Ronsard, el beso no es un contacto ni afecta al tacto, sino al olfato, Cuando de tu labio entrecerrado Siento tu aliento de rosa +0 dice un dia, Y otra vez, le dice a Casandra: Ninfa de bellos ojos Que soplas de tu boca ‘Una Arabia a quien se acerca Para curarme de mi emocién Cien mil besos dame. 13 Rowsarn, Odar — Amours, Blanchemai 11, 481, 1 I, 124, Amours, a Casandra, EL HOMBRE PSIQUICO 55 El olor, segiin ellos, es cosa positivas es la causa dé una transforma- cién y no un efecto, ya que los humores y los vientos representan en Ia naturaleza animal o vegetal el mismo papel importante que en la. natu- raleza humana, Y, sin embargo, ni el olfato ni el gusto —naturalmente— han creado formas artisticas, por lo menos no antes de Brillat-Savarin, @Es una buena razén para su posicién de inferioridad? Asi es como su pensamiento se halla bafiado en una atmésfera més turbia ain que la nuestra: los sentidos mis afectivos, el olfato y el gusto, se encuentran mucho més desarrollados que los nuestros. Estos, y el ofdo mismo, pesan con todo su peso en favor de lo afectivo més gue en favor de la inteligencia, No debe, pues, sorprendernos que, por mucho tiempo atin, los sentidos —y todo el campo de la imaginacién que éstos alimentan— pasen por no conducir mas que-al error y a la falsedad: Malebranche dice todavia que nos han sido dados para la con- servacién de nuestros cuerpos —instrumentos de nuestro instinto— “y no para aprender la verdad”, Los hombres de aquellos tiempos dificiles viven, pues, cerca de la Naturaleza, que huelen, escuchan y tocan de cerca: pero reaccionan violentamente ante las impresiones que sienten, A esos sentidos ejer- citados, en acecho, corresponde una sensibilidad muy viva, impulsiva, como llevada hacia los extremos por su propio movimiento, y también por la incertidumbre que acarrea un conocimiento muy aproximado de ese mundo exterior, al que se presupone hostil en ‘muchas de sus manifestaciones. Simples contrastes naturales, como el dia y la noche, dl frio y el calor, dan nacimicnto a emociones cargadas de simbolos na- turales, de explicaciones antropomérficas u ocultas, que no hacen mis que amplificar el primer movimiento que han impulsado las sensacio- nes, A un equipo sensorial esencialmente afectivo, se afiaden deforma- ciones de una sensibilidad facilmente exasperada y facil de extraviar en los campos insondables de lo imaginario, TII.—Con tastes ¥ REACCIONES VIOLENTAS Durante muchos siglos atin, In noche sigue siendo temida por si misma: la sombra nocturna es por doquier el dominio del miedo, en la ciudad como en el campo; hasta en Paris, que tiene mis rondas de vigilancia nocturna que cualquier otra ciudad. Desde la queda hasta que se abren las puertas, con todos los fuegos apagados, Ia villa se re- coge entre las tinieblas, temerosa; una broma.de chicos malos es sufi- ciente para que aulle de pinico todo un barrio: mujeres solas que sus 36 MEDIDAS DE LOS HOMBRES vecinos dejan gritando sin socorrerlas, nifios que ven en sus suefios des- piertos a todos los. lobos-duendes de las narraciones de sus lecturas, an- siosos de toda edad que esperan con impaciencia el regreso del dia: una liberacién diaria, el final del peligro temido perambulans in tenebris. En el campo, también significa hostilidad la noche, Raca: Los gallos no cantan, no oigo ruido alguno... ‘Mis de un fantasma horrible cubierto de cuerpos sin cuerpo ‘Visita en libertad 1a casa de los muertos. Salto fuera del lecho y no veo aparecer Mis que la sombra de Ja noche cuya negra palider Pinta campos y prados con un mismo color Y aguella obscuridad que al mundo entero encierra, Dominio de la obscuridad, la noche es también, inseparablemente, dominio de los fantasmas y de los incubos del infierno: el espiritu del mal se encuentra en ella como en su casa, lo mismo que la luz tranqui- lizadora es atributo de un Dios de bondad. Durante las noches sin Luna, las novias del Maligno van al aquelarre montadas en sus escobas; pero aun cuando las brujas no tomen parte, cualquier mal encuentro resulta posible, Dice Ronsard: La noche, fantasmas voladores, Castafieteando sus picos violentos Silbando, espantaban a mi alma La Iuz, que perfora la noche y que libra con su brutal iluminacién, dibujando formas claras, poniendo los rostros al desnudo, es induda- blemente también la que tantos pintores gustan de representar, encan- tades con los contrastes luminosos, desde Rembrandt hasta La Tour. El contraste del dia y de Ia noche es el mas importante de todos los que ocupan esas imaginaciones inquictas, porque en él estén encerradas todas sus ignorancias: todo fenémeno inexplicable, cometa, eclipse 0 animal monstruoso, se transforma en un santiamén en manifestacién del mal, signo de acto maléfico contra el cual no es posible la defensa. Cardan, aquel sabio que enfermaba a menudo, ve una majiana, al des- pertarse, que el Sol brilla a través del postigo y que el polvo baila dentro del rayo, Le entra un panico loco y sale huyendo en camis6n, porque erce haber visto un monstruo que corta cabezas con sus dientes, Otra noche (en 1557), siente que tiembla su lech, pero logra dormirse. Por Ja majiana, un criado le lleva la noticia de que su hijo ha realizado la vispera un matrimonio poco halagador. El temblor del lecho, era la ad- vertencia milagrosa de su genio familiar... 34 Racan, Bergeries, acto I, esc. I. BL HOMBRE PSIQUIGO 37 Asi, pues, conviene situar ese mundo —al que nosotros Hamamos sobrenatural-— Meno de demonios y de fantistico, en el plan afectivo primeramente: el umiverso hirviente de diablos cornados, que ende- rezan sus orejas de machos cabrios, que brinean con sus piernas pelu- das, que llevan ganchos, el universo de los lobos-duendes, ‘presentes on dos lugares a la vez, en uno como bestia y en el otro bajo aspecto humana, a veces diablos licéntropos, siempre espantosos, amenazadores, tales como pintores y escultores de tiempos de Jerénimo Bosch y de Breughel ef Viejo han podido imaginarlos. Ese universo es um dominio imaginario de una presencia extrafia: engendra el miedo, la pesadilla, @ mismo surgido de un miedo primero: mundo abundose, molesto, mu- cho mis sin duda que las imAgenes paradisiacas del Ciclo, mucho més que la Tierra tal como puede uno explorarla en pleno dia. Hipersensibilizados por ese juego de los contrastes cotidianos, los tem- peramentos manifiestan frecuentemente una aficién marcada por los especticulos y los actos en que la muerte entra en juego. Abi también, un abismo nos scpara de esos tiempos tan cereanos: Hamarfamos cruel- dad a tal deleite colectivo ante un suplicio o una ejecucién capital, Jugar con la muerte no tiene nada de extraordinario: una justa, un tornco se terminan con alguna muerte, pero de eso no tiene nada de que lamentarse uno. Apenas una indicacién, en el diario de un burgués de Paris (en 1515): “El lunes 14 de febrero se comenzaron las justas frente al Hotel des Tournelles, y fueron muy excelentes, y alli fue muerto un gentilhombre con un lanzazo.” Un siglo después, Monconys cruza por Holanda, admirando las casas y las praderas y los frboles, y agrega: “Hay muchos patibulos por los caminos, y son magnificos.” Esta macabra admiracién no es nada; es mucho mids significative ver a las multitu- des reunidas para asistir a un suplicio 0 a una ejecucién con gran es- cenario, En 1571, en Provins, el verdugo, que era principiante en el oficio, ha fallado en una simple decapitacién: tuvo que enfrentarse con su victima y después con los espectadores descontentos, En Metz, en 1500, tres mil personas estiin reunidas sobre el hielo de un estanque para ver ahogar en pleno invierno a dos muchachas que habfan dado a un mu- chacho una paliza de muerte, En 1510, Felipe de Vigneulles nos cuenta cémo se reunieron todos sus conciudadanos para ver ejecutar a un mo- nedero falso condenado a ser hervido on aceite, Toda la ciudad se en- cuentra presente, hasta el punto de que, en la plaza, no puede uno ni “mover los pies”, El infeliz es arrojado, de cabeza, dentro del enorme caldero lleno de aceite hirviendo. Y, sin embargo, una vez que ese momento de intensa emocién ha pasade, los mayores criminales no caen en el olvido: os titiriteros, por 58 MEDIDAS DE LOS HOMBRES lo menos a principios del siglo xv, suclen tener en el fondo de sus areas libelos de algunas paginas que narran, sobre un tema musical conocido, las malas -acciones del infeliz, arrepentido: Diligentemente examinado El juez pronto me ha condenado A ser ahorcado y hecho ceniza Con la quilla de madera Para que todos pudieran enterarse de que hay que reverenciar las Cruces.*> Tristes querellas muy moralizadoras, siempre terminadas con una in- yocacién a algiin santo, cuando no a Jesiis o a la Trinidad, zno han ser- vido estas canciones para perpetuar el recuerdo de los erimenes célebres y de sus autores, inanteniendo Ia aficién colectiva por la violencia? ® ‘Aqui; la crucldad raya en la insensibilidad: reconocemos las actitu- des afectivas frente a la muerte publica, ese pequefio valor concedido a la vida humana que evocdbumos al referimnos a las enfermedades. Pero la muerte y la matanza sun los casos limite; ansiosos frente al mundo exterior, frente a una naturaleza impenctrable, imposible ain de interpretar, aquellos hombres son agresivos en todo momento con sus congéneres; una discusién © una disputa algo viva y, pronto, las manos entran en accién. En Laon, en 1611, resulta necesario prohibir a los habitantes de poblaciones y ciudades que Heven arcabuces antes de salir y después de ponerse el Sol, “para impedir en el futuro que los habitantes se entrematen los unos a los otros por las menores cuestio- nes?.!* gCostumbres de campesinos? Los hombres de justicia, hasta en las mis altas asambleas, no estén exentos de movimientos semejante si no toman Ia palabra las escopetas, hay bofetadas en plena audiencia para acompaiiar alguna palabra demasiado viva, regular algin problema de precedencia 0 una cuestién acerca de especias mal repartidas." IV.—Arectos ¥ PASIONES Fuera de esos arranques de mal temple, por violentos que sean, y con mayor profundidad, nos hallamos con hombres apasionados: el re- 15 “Misica sobre un condenado a muerte” [Aldendorf, pretendide reforma- do que, ha quebrado un crucifijo en Lyon]. “Sobre el canto: Adiés beldad des- defiosa”. Publicado en Lyon en 1627. Ese texto es la 6° de las siete estrofas .N., legado Rondonneau. AD IIT, 2, 188. __ 18 Esa aficién: cruel por los suplicios ha durado mucho. Todavia en el siglo xx, Tas ejecuciones atraen a las multitudes, como lo ha anotado L. Cxts- vatter en Classes loborieuses et classes dangereuses. 17 AD, Aisne, B, 227 citado en el inventario impreso, p, 31. 18 Ejemplos: ‘en’ Pan. en 1687. AD, Bajos Pirincos, B, 4598; en Rudin en 1642, BN, Mss, fds fs 18939, fo 2. EL HOMBRE PSIQUICO 59 nuevo de’ las letras clésicas no ha podido imponer Ia terminologia an- tigua ni la habitual distincién de vicios y virtudes. Pasiones no es equi- valente a vicios, por parecer esas “poderosas emociones” del alma el resultado de fenémenos mecinicos, capaces de provocar grandes ac- ciones; el hombre juicioso y feliz “da buen giro” a sus pasiones, usa bien de ellas, puesto que, al fin y al cabo, no puede carecer de ellas: ni que fuera Dios, o una especie de estatua estiipida, para evitar las pasio- nes, Goncepto mecanicista y voluntarista, puesto que sélo la voluntad permite que uno Hegue a evadirse de esos impulsos. Pero una voluntad tanto mas sélida cuanto que las pasiones se des- envuelven segiin el ritmo y el compis de las emociones: sentir algo de odio por el préjimo significa por lo menos estar perfectamente dispuesto a sacudirle de lo lindo, o, si la situacién social implica alguna reserva, a pagar gentes que leven a cabo esa tarea vengadora, o también acudir a su propia progenie... Tenemos en el Puy, en 1646, a un cénsul que tiene que habérselas con el recaudador de impuestos de la misma ciudad, sobre un asunto de eleccién consular: intercambio de palabras “necio”, “jgnorante”, “mozalbete”, Al final de cuentas, el recaudador de impues- tos “mand6 llamar a sus hijos y les sostuvo la siguiente plitica: He ali mentado mastines que ladran y no muerden: Os desheredo si no matiis a Royer” (su adversario), Cosa que Ilevaron a cabo ios herederos.” Esa mecénica pasional va, pues, muy allé, tan pronto como no se refrenan los impulsos: en todos los campos y primero, como es natural, en el del amor. Mucho antes de que Corneille y Racine suministraran los incomparables modelos, las Iuchas entre el deber y el amor habian sido Ievadas hasta los mAs negros extremos: Pedro de PEstoile se la- menta de los “afectos locos de las mozas” que las arrojan a la’ tumba por languidez, “La sefiorita Maria de Baillon, mi sobrina, de veinte afios mas 0 menos, murié en esta ciudad de Paris en Ia casa del Sr. X. donde la habian alojado para impedir que se casara con un gentilhombre por el cual sentia un afecto tal que, después de hallar medio de verlo y hablarle, el amor le dio la muerte a las 24 horas.” * Estos amores contrariados por razones sociales tienen por remedio corriente —el cual siempre es mejor que la muerte— el rapto, segui do de un matrimonio celebrado apresuradamente unas leguas mis alls. Todavia bueno cuando la joven viuda —o sefiorita— es anuente y cém- plice: el asunto toma giro de opereta; pero cs mucho mis notable ver 18 BN mss, fds fs, 18432, 95. 2 Poniendo aparie el amor-vanidad de Jos cortesanos, tal como Bussy lo describe. 216 dic. 1593, Journal de Pierre de UEstoile. 60 MEDIDAS DE LOS HOMBRES muchachas raptadas a pesar suyo por un raptor aferrado a una presa que resiste con todas las ufias fuera. D'Ormesson narra asi el segundo intento que el Sr. de Charmoy realizé en la persona de Ja sefiorita de Saint-Croix, refugiada después de la primera alarma en el monasterio de las hijas de Dios, calle de Saint-Denis: “Charmoy, rabioso, se re- suelve a raptar a Ja moza; para lo cual Iega en la noche de Nuestra Sefiora, a la una, con San-Angel y cinco hombres; petardean una pri- mera puerta... suben al cuarto de la sefiorita, que habia huido con una religiosa hasta un granero de lefia; la encuentran alli, la sacan a la fuerza, aunque estaba en camisa: como ella se aferraba a una escaler: Ja arrastran y hacen que se dé con la cabeza en el suelo; se arroja ella a sus picrnas para impedir que se la leven; le dan cien palos, golpes de espuela y le pegan en los brazos para hacerle soltarlos; la arrastran por el jardin desnuda como la mano; tratan de pasarla por encima del muro; se agarra ella del muro y de la escala; le tiran de los cabellos; no pueden dominarla; finalmente la amarran a espaldas de un hombre que, cuando quiso subir la escala, a ésta se le rompieron dos peldajios. Mientras tanto tocan a rebato...”* Escena cortiente, 0 casi: los hombres de mano de esas operaciones tienen tanta costumbre que toman sus pre- cauciones contra las posibles cuchilladas: “Ella acuchillé a los raptores, que levaban buenos cuellos de biifalo.” * Pasién no menos feroz, y pariente cercana de esta furia por amar a pesar del otro, los cclos, que causan también muchas victimas: si el crimen pasional no esté tan puesto en valor como en nuestros dias (a principios del siglo xvi, las primeras gacetas se preocupan mucho mis por las informaciones politicas que por cualquier otra cosa) es muy co- rriente; lo castigan indudablemente con més severidad que en nuestros dias, ahora que tantas circunstancias atenuantes intervienen para mo- derar los juicios, pero esa represién no resulta muy eficaz. ¢Podria llegarse mis lejos, indicando que esas formas de pasiones imposibles de refrenar son mis frecuentes que el simple libertinaje? Seria necesario llevar a cabo una encuesta sistemtica a través de los testimonios mis diversos para poder decidirlo con seguridad, Ronsard y algunos poctas mas abogan cn ambos sentidos.* Sin embargo, un gran viajero que admira a los naturales de la nueva Francia aporta un ele- mento muy pesado al expediente del libertinaje: “Pero hoy, la mayo- rfa (de las mujeres) desean que sus mamas sitvan de atractivo para el Onmesson, Mémoires, 1, 471. 2 Dusuisson Ausenay, Mémoires, I, 46. 24 “Cuando engullo tan ‘glotén, esa’ blanca teta repollada. de ellos... , canta uno EL HOMBRE PSIQUICO 6 libertinaje; y como quieren darse buena vida, envian a sus hijos al campo, alli donde son encargados 0 dados al azar a nodrizas viciosas, de quienes chupan con Ia leche la corrupcién y mala naturaleza...”* zSe encontrarin semejantes excesos en otros campos? Si nos es per- mitido decir pasiones religiosas para designar a los partidarios de la Liga y a los reformados de las guerras civiles de fines del siglo xvt, no cabe la menor duda. Igualmente el honor nobiliario y el ardor que des- pliegan los hombres de espada para defender sus posiciones sociales en peligro, entran en semejante definicién, No se trata de hacer aqui un catlogo de las pasiones que tenfan curso en aquella época: honor, amor, amistad... Los cuartetos de Pibrac, esas advertencias sentenciosamente Hidiculas en malos versos de rima pobre copiadas en diez y veinte libros de razén con el titulo de “consejos a los nifios” nos suministrarfan in- dudablemente un buen repertorio. Si utilizamos el mejor eriterio que se pueda. hallar, las pasiones del amor, acabamos de sefialar esa exas- peracidn: atestigua a su vez un predominio de lo afectivo sobre la in- teligencia, ®8 Luscarnor, obra citada, p. 631 CAPITULO IV EL HOMBRE PSIQUICO: EQUIPO MENTAL Y ACTITUDES FUNDAMENTALES La expresin de equipo mental ha pasado ahora a ser patrimonio comin de los historiadores; pronto hard veinte afios que la propuso Lu- ciano Febvre* en’su Problime de U'Incroyance, y ha sido adoptada para designar ese equipo de hase que deberia ser reconstituide respecto a cada época de cada civilizacién, antes de intentar discernir los esfuer- zos conceptuales, la vida de las ideas y los movimientos del espiritu pi- blico, Asi como no se podria concebir el estudio de la arquitectura © del arte del tejido, sin definir primero las técnicas de que disponian los ar- tesanos de una época remota, resulta también necesario restituir los recur- sos mentales de que disponfan intelectuales de profesién y hombres comunes para analizar, describir, explicar los hombres, y el mundo y Dios, Lo que antes que nada representa la reconstitucién de un voca- bulario y de su manejo, el estudio de una lengua que acarrea pensa- mientos y sentimientos; lo que también representa la reconstitucién del marco, tal como se presenta ante el hombre moderno. Preguntas com plejas en una época en que los idiomas nacionales conquistaron su lugar por encima del latin y de los dialectos, en el momento en que los con- ceptos corrientes de] mundo se hallan trastornados por los descubrimien- tos maritimos, y por los de Copérnico y Galileo. I—Lenouas HABLADAS Y ESCRITAS En su Rabelais, Luciano Fevbre se empefia en mostrar cémo el vo- cabulario, desprovisto de téminos filosdficos abstractos, y la sintaxis insegura de los franceses del siglo xvi no podian constituir el instru- mento necesario para Ja formacién de un pensamiento incrédulo.* Estas observaciones, frecuentemente sutiles, no agotan, por supucsto, el pro- 2 ¥ hasta el punto de imponerla, desde hace treinta affos en le Encielo- pedia Francesa, ef. tomo T. ; ® Rabelais et ie probleme de PIncroyance, p. 384 y sig. 62 EL HOMBRE PSIQUICO 63 blema del equipo lingiifstico de a época: son una iluminacién, una de- mostracién referente a un problema perfectamente delineado tan pronto se inicia cl libro. : No’cabe duda de que esa cuestién del lenguaje es, eh aquella época, de una complejidad singular. Si se hacen bien las cuentas, los franceses de] siglo xvi se encontraban no con una sino con cuatro lenguas a su disposicién, Abundancia de bienes que no significa riqueza, sino muta- cién de gran envergadura; lo cual, en el perfodo indicado, representa una terrible desventaja para los hombres, indecisos en sus hablas con- trarias, agobiados bajo los neologismos de una o de otra. Doble mo- lestia, en verdad, puesto que hay dos idiomas elegantes, el latin y cl fran- eés literario, al mismo tiempo que dos series de hablas.vulgares, 12 del Norte y la del Mediodia. El latin, idioma de letrados y_sabios, est en retroceso, a pesar de lo cémodo que resulta como medio de expresién internacional, en momentos en que las diferentes naciones de. Europa estiin codificando y fortificando sus idiomas respectivos, Ya ha sefia- Jado finamente Brunot hasta qué punto la accién de los humanistas en favor de un latin ciceroniano, tan selecto como fuera posible, ha con- tribuido a fijar el latin cldsico en su rigidez de lengua muerta, Las otras formas vivas de latin, el-de la Iglesia, el de los médicos y otros sabios,> se han encontrado de este modo scparadas de sus fuentes de renovacién, y condenadas, a su vez, de modo indirecto, por el progreso del habla na- cional. Entre Ambrosio Paré y Descartes el movimiento es continuo siempre en la misma direccién: y a pesar de todas las protestas —las de la Facultad de Medicina contra el primero, las de otros sabios contra el segundo—, el latin va siendo abandonado en provecho de la hermosa lengua francesa; Gnicamente la Iglesia catélica (y la universidad, que es parte de ella) se ha empecinado en su fidelidad al latin; en parte por reaccién contra los Reformadores que, en todos los paises, han in- tentado poner la Palabra a disposicién de los fieles, y han traducido la Biblia, empezando por Lutero como todos saben. Pero en la vida diaria, hace tiempo’ —desde el Alto Medioevo— que Jas hablas cortientemente usadas han ido suplantando al latin bastar- deado; los dialectos de “oil” y de “oc” prosiguen a principios de los tiempos modernos una carrera tanto mds resplandeciente que la lengua 3 Row, en sus Mémoires, se burla del latin de los fil6sofos, los entia rationis desu Aristételes, y del de los médicos, definiendo el op.o “in eo virtus dormitiva, cujus est natura sensus assoupire”, I, 24. Pero Descartes expresa atin mejor Ia medida del rompimiento a largo plazo, que se produjo asi: “Si escribo en frane eés, que es el idioma de mi pafs, y no en latin, que es el de mis maestros, es porque espero que quienes no utilicen mas que su razén natural pura juzgardn mejor mis opiniones que aguellos que s6lo creen en los libros antiguos.” 64 MEDIDAS DE LOS HOMBRES literaria no est en posibilidad de imponerse a las clases populares —cam- pesinas principalmente— como no sea mediante lo impreso. Lenguas concretas, mas si es posible que el francés, lenguas casi profesionales de hombres de la tierra, a quienes basta la disposicién del vocabulario grifico de sus instrumentos y de los frutes de la Naturaleza, Los progresos que va haciendo la lengua literaria son empero indu- dables, como consecuencia de todo un encadenamiento de causas diver- sas: tanto las Defensas ¢ Iustraciones como la real ordenanza de Fran- cisco I, que prescribe la utilizacién del francés en justicia, codificando en su hora la prictica de los oficiales reales; y en particular, el des- arrollo de la imprenta; * la edicién de obras escritas en francés, de tra- ducciones,* ha acarreado investigaciones para codificar la ortografia y Ja sintaxis, que resultaban inevitables. Poco a poco, con gran lentitud, puesto que la fijacién del lenguaje literario se prosigue hasta el siglo xrx, va eliminando las fantasias del lenguaje hablado una reglamentacién que, aceptada por tipégrafos y editores, suscitada por ellos muchas ve- ces (en particular por Geoffroy Tory y Roberto Estienne) es empren- dida por fin en el siglo siguiente, en tiempos de Malherbe, por Ménage y Vaugelas, y por Ia Academia Francesa desde su fundacién, “Contra las faltas groseras que se cometen en las Provincias o en la hez del pue- blo de Paris”, las Observaciones de Vaugelas codifican el buen uso (La Corte y los buenos autores), y Ia lengua literaria, la cual no tiene ya nada que envidiar al latin y toma el lugar de éste, en 1648, entre Ia diplomacia. Ese lenguaje se extiende ahora®* al mismo ritmo que el progreso de la Iectura, instrumento de comunicacién y de autoeducacién, No cabe duda: los hombres de la época moderna se han arrojado sobre lo im- preso, que les revela pensamientos y mundos nuevos; han aprendido a leerlo en el siglo xv, a reconocer en lugar del manusctito esos caracteres culta— se ha reservado un lugar en Ia sala familiar, cerca del aparador 0 de Ia chimenea, para la Santa Biblia, los cuatro hijos Aymén, Oger el Danés, Melusina, el Calendario de los Pastores, la Le- yenda Dorada 0 el Romance de la Rosa. Desgraciadamente, resulta di- 4 Acerea de este problema. ef. Luciano Frovre y H. J. Martin, Z’Appari- tion du Livre, Paris, “La evolucién de Ia Humanidad,” n* 49, 1958. THabremos de volver nuevamente sobre este punto. ® Por ejemplo, la lengua de Amyor y sus repeticiones: su casa y su bien, su potencia y st En los siglos anteriores, el progreso del francés esté en relacién con Ja extensién de la autoridad real: eso se destaca principalmente en el Mediodia en el siglo xv; cf. A. Brun, Recherches historiques sur PIntroduction du francais dans les provinces du Midi, Paris, 1923. EL HOMBRE PSIQUICO 65. ficil reconocer los limites de extensién de la lectura; parece obligatorio buscar nuevamente la oposicién entre villas y campifias. Las villas como Ruan tienen desde el siglo xv una biblioteca municipal, donde estan expuestos los libros a disposicién de los habitantes; los regidores, al to- mar posesién de su cargo, prestan juramento de no sustracr ninguno y, todavia en 1619, las obras estén encadenadas a las mesas sobre. Jas cuales se hallan para ser Ieidas, Muchos inventarios verificados después de fallecimientos, permiten también comprobar que comerciantes y ju- ristas, médicos y artesanos, poseen bibliotecas privadas, frecuentemente bien abastecidas. Pero aparte esas ciudades, en que las pasiones reli- giosas no pueden dejar de inspirar aficién por la lectura y de ayudar a la extensién del idioma, resulta dificil afirmar nada... Claro que sabemos, como Brunot, que el equipo vial del siglo xvm, el ferroviario del siguiente y, finalmente, la escuela primaria obligato- ria, han sido necesarios para completar esa conquista de Francia por a lengua francesa. Los principios de la época moderna representan una etapa esencial en esa progresién; etapa en que un idioma, muy defi- ciente atin, provisto de un vocabulario esencialmente concreto y redun+ dante, y de una sintaxis incierta, que mezcla planos y perspectivas, duras penas se impone a sus usuarios, Es imitil insistir largamente sobre esas deficiencias:* se miden negativamente con los aportes de los siglos siguientes; la Jengua filosbfica y la lengua cientifica se van constituyendo poco a poco, entre Descartes y Fermat, y Condillac y Lavoisier. En es- tos campos, el iinico capital es el lenguaje escolistico, heredado de Ja escuela medieval con todas sus limitaciones y su empleo, estrechamente ins reservado a los letrados religiosos. Lo cual es lo mismo que deci trumento de légica formal, sin més valor que ése. Un punto més: ese progreso de los idiomas nacionales, general en toda Europa, es perceptible por los viajeras y los comerciantes, que re- comiendan a todos el estudio de las Jenguas extranjeras; el latin se muere, dicen por doquier, y resulta necesario estudiar el habla de los vecinos, Montaigne y Rabelais recomiendan el italiano en particular; y Savary, negociante perfecto de mediados del siglo xv, quiere que les + Parece verosimil que, para aquellos hombres, el libro haya encerrade algo misterioso, un poder oculto. #"Luciano'Febvre, después de F. Brunot, lo demuestra de modo perentorio, Io cual es indtil repetir; cualquiera que haya practicado, por ejemplo, a Vaug las, puede reconocer el bien fundado: por ejemplo, la discusién sobre esclavege y esclavitude. La lentitud con que se_va imponiendo el francés es cicrta; son pocos los testimonios que permiten fijar sus etapas. Un buen ejemplo nos lo Suministra el libro de cuentas de In iglesia de Fournes (Aude), redactado en pura lengua de oc hasta el afio 1572, mezclada con galicanismos hasta en 1596, yen buen francés después. Cf. J. Axoxaps, Notice sur un livre de comptes, Montpellier, 1900. Pero es s6lo un ejemplo, Broncia sodeona.— 66 MEDIDAS DE LOS HOMBRES sean ensefiadas a los jévenes que se destinan al comercio, ademis de la aritméticn y Ia teneduria de libros, “las lenguas italiana, espafiola y ale- mana, que son muy necesarias a quienes desean negociar en paises ex- tanjeros”. Aqui se trata de comerciar; para Montaigne, de rozarse con los usos 0 costumbres de los demas paises, Los idiomas extranjeros no se presentan atin como idiomas de cultura, naturalmente, Se trata, a lo sumo, de entenderse, para vivir comodamente frente a la mesa comin y hacer negocios, El alemAn filoséfico, y tampoco el inglés comercial, no han venido ain al mundo. Sabios y letrados sélo ticnen a su dispo- sicién, fuera de Francia, como en ella, lenguajes abiertos a los vocablos coneretos de Ia vida cotidiana, Por otra parte, todo pensamiento se desenvuelve dentro de marcos que han sido, durante largos siglos, datos sin variacién importante. Si es cierto que, en el siglo xx, todo gran descubrimiento fisico acarrea con- sigo la elaboracién de un marco espacial, de una geometria nueva, es una de las grandes innovaciones de nuestra época, rica en desquicia- mientos de ese tipo. Pero antaiio, el espacio, el tiempo y e] ambiente na- tural no presentaban semejante movilidad y su permanencia impone a todos marcos aparentemente inmutables, Sin embargo, con los tiempos modernos se inicia un ensanchamiento de los horizontes: sabemos que es el descubrimiento de la Tierra, y luego el del ciclo, En 1460, Nicolas de Cus especula sentenciosamente sobre el campo antiguo que no es el universo: Si el Emperador de los Roma- nos es denominado duefio del mundo... es por abuso de lenguaje. ¥ aun asi, hay que ser prudente: América, el Océano Pacifico y la flora y la fauna de los paises nuevos no se presentan inmediatamente a la mente de todos. Indudablemente, el hombre cuya vida entera sigue des- arrollindose dentro de un paisaje de marco estrecho, comarca monta- Sosa o aldea de Iano, sin tener jams visiones extensas de parte del universo, ni del mar con sus horizontes infinitos, no tiene las mismas posibilidades de concebir espacios nuevos que el viajero o el mercader, diariamente sitiades por el mundo entero y cuyos conceptos de espacio se han ido ensanchando progresivamente hasta los limites de! planeta, Esos grandes marcos: espacio, tiempo, medio natural, presentan, pues, disparidades evidentes; si es cierto que los viajes de descubrimiento, al permitir a deduccién de que la Tierra es redonda, han trastornado un concepio del mundo, es necesario también dar cuentas de exe desqui- ciamiento: yer cémo se yuxtaponen, hasta la contradiccién, nociones incompatibles quiz4; pero ver también cual es la percepcién inmediata, diaria, del espacio." * Véase nuestro mapa n? 4: el espacio de un pequefio mercader, sur-Sommé ; ‘Abbevill StValbry- PISPS en-Ca 1 . ‘ Yee (Fi Te + (Frontéras do 1820) 7 Troyes ~ = a Mara 4.—Percepcién cotidiana del espacio: relaciones comerciales de un pequeyio mercader de tejidos de Amiens, Fines del siglo xvi. 68 MEDIDAS DE LOS HOMBRES IL—EL espacio ¥ EL TEMPO Uno y otro son construcciones del espiritu: un esfuerzo del hom- bre, partiendo de sus movimientos. Memoria de los lugares, el espacio ¢s primeramente el dominio familiar dentro del cual se sititan las acti- vidades humanas. Lo cual no es ya tan sensible hoy, cuando la Jectura del mapa ¥ los viajes son cosa tan comin, pero que sigue representando una realidad profunda de antafio. La medida del espacio se saca siempre del cuerpo humano: pie, paso, codo; Inego, del desplazamiento: una selva mide tres dias de marcha de profundidad, un campo tiene tres dias de huebra de superficie, tres jornales. .. Todo esto a la medida de la vida rural, tradicional, en el marco de un terrudio. Pero hay que comprender que mas alla, la parte de lo desconocide es tan grande que no cabe intentar medidas medianas: las cartas no Hegan de una punta de Francia a otra, de una ribera del Mediterrineo a la otra” Es la inmensidad, demasiado dificil de medir; pero Ja irregulari- dad también: correos a caballo por tierra, naves entregadas a los caprichos del viento en el mar, ya no hay distancia segura cuando se trata de unir Madrid con Paris 0 con Roma, Fuera de la regién fa- miliar, donde los caminos, las casas y los Arboles se conocen uno por uno, donde se practican todas las medidas comunes, ya sélo queda Ja inmensidad inconmensurable del universo nuevo: sélo quienes lo han experimentado pueden evitar la. hipérbole: en 1503, Cristébal Colén escribe acerca de Jamaica: “El mundo es poco; digo que el mundo no es tan grande como dice el vulgo.” Por lo menos, si no puede reconocer todo el mundo, por experiencia propia, las verdaderas dimensiones del globo, ha resultado posible intuir la importancia nueva de las distancias mal medidas: nuevos mundos, nuevas Espafias, nuevas Francias, el vocabulario, que persiste largo tiempo designando bajo es0s vocablos Ins tierras remotas en que se van instalando los europeos, atestigua un nuevo modo de estimar las distan- cias y el mundo, Mas claro aiin resulta el testimonio de los pintores que, por medio de la perspectiva, introducen una tercera dimensién en sus cuadros y contribuyen —de rebote— a divulgar una visién amplificada del universo.4* 29 Cf F. Brauper, La Méditerranée, p. 310 y sig.: todas las medidas posi bles del espacio. mediterréneo, WP de Navarrete, Coleccién de Viajes y descubrimientos, Madrid, 1858, 1, 300, Carta a la eina Isabel. (La cita viene en espafiol en el original. N. del T.) 2 ‘Ticnicamente, la intsoduecién de la perspectiva en el arte pictural mAs que eso, indudablemente; pero también es este ensanchamiento.

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