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Peinate que viene gente » Blog Archive » Fenómenos:

Hernán Casciari
Escrito por José Playo - 21/09/08 a las 02:09:24 pm -

Fotos: Gabriela Halac y Octavio Cosacov.

Feria del Libro cordobesa; veinte días desde que arrancó septiembre. Un puñado de
almas se acomoda en una sala chorizo que ha visto pasar en las últimas jornadas a
una procesión de gente que respondió a la convocatoria de Fenómenos. Estoy
nervioso, ansioso; me toca a mí. La noche anterior mis hijas se complotaron en un
llanto gremial y nos reventaron a gritos. Voy con tres horas intermitentes de
descanso y la cabeza embotada. Tengo ganas de charlar con Hernán, pero me gana
la formalidad pelotuda y encaro la conversación como si fuera una entrevista. Por
suerte, diez minutos después, Casciari se encargará de romper un poco el hielo
mostrándole a los presentes cómo se arma un porro por videochat.

Me interesaba cruzar con él algunas preguntas referidas a la escritura, porque la mayoría de las personas con las que
hablo del tema me hacen sentir que no entiendo nada. Es difícil encontrar
gente que te regale una hora de su madrugada en un lejano país para que te
reconcilies con las palabras. La única premisa que me guiaba era no hablar de
blogs. Y Hernán arranca así:

—Buenas noches a todos. Éste soy yo.

Me pareció que correspondía pasarle el parte de lo que ocurría en la sala, así que empecé a minar la cajita del chat
con paréntesis al estilo de “(la gente ríe)”, o “(hay aplausos)”. Sobre el final de la charla terminaría sintiéndome un
boludo porque en todo momento el micrófono estuvo abierto y mis apuntes eran completamente al pedo.

—¿Por qué se te asocia tanto a la tecnología y no le dan tanta bola a lo que escribís?
—¿Te molesta si miro porno en segundo plano, mientras charlamos?
—Para nada.
—Se me asocia a la tecnología porque empecé a escribir online, como un pelotudo. Tendría que haber escrito sentado
arriba de un microondas, y se me habría asociado a la gastronomía.
—¿Te sentís así, un pelotudo? (a la gente le gusta etiquetar.)
—Un poco sí, sobre todo cuando me preguntan sobre las web sociales, cuando me piden consejos de programación,
etcétera.
—Me llama la atención que enfoquen sobre eso, como si todo tu mérito fuera el tecnológico. Y que te peguen
tanto con lo que escribís.
—¿Vos notás que me pegan mucho?
—Y, pasa que en algunos circuitos, por ejemplo los culturales, pareciera que si no has estudiado alguna carrera
afín, no te podés dedicar a eso, no lo podés hacer bien.
—Bueno, pero eso fue siempre así. Yo no creo que me peguen, sino que miran con recelo todo lo que ocurre en la vida
digital, porque, en realidad lo que ocurre en la vida digital es bastante confuso. Pero no es grave.
—¿Cuánto placer te da escribir?
—El placer propio de no saber hacer otra cosa. A veces me confundo sobre la intensidad de ese placer, porque también
es un poco vagancia. ¿Qué más puedo hacer, jugar al paddle? Me refugio en esto porque me gusta y porque no sé
arreglar autos.
—Pero, evidentemente, te sentís muy cómodo haciéndolo, al menos contagiás un disfrute.
—Sí, claro. Y haciéndolo en Internet también. A veces siento que durante los ‘90 me vine preparando para este tiempo,
sin querer.
—Eso me parece muy loco, porque parte de ese “contagio” es que le permitas a la gente ver la trastienda de tus
cosas, ¿por qué pensás que a algunos escritores les cuesta tanto mostrar sus hilos, sus trucos?
—La trastienda, ¿qué seria?
—No veo que gente como, no sé, Galeano, cuente cómo ha escrito algunos de sus libros, y eso sí pasa en algunos
textos tuyos, que son como un mapa de cómo escribirlos.
—Bueno, pero los hay. Pienso en Vila-Matas, por ejemplo. En Stephen King. Hay muchos que, además de narrar,
gustan de conversar sobre el método de narración. Y en el caso mío, además, hay una novedad (el formato, la
velocidad) entonces es bueno compartir esas cosas.
—A veces lo veo como un acto de generosidad, al menos en un ámbito en el que no es común esas cosas. Me ha
tocado hablar con vos de cómo escribís. No creés en la inspiración frente a la hoja en blanco, ¿verdad?
—Hay dos maneras de cazar una historia. Una es ir a buscarla a ciegas, la otra es preparar la carnada, conocer el
terreno. Yo prefiero a segunda. No me gusta ir como loco a buscar lo que no sé si voy a encontrar. Cuando me siento,
es porque ya tengo un bagaje, unas ideas sin editar, unas nociones claras sobre lo que voy a decir. Mastico muchísimo.
Cuando me siento, solamente tengo en mente el “cómo”, nunca el “qué”. El oficio ayuda mucho en la seguridad; a
estas alturas, después de veinte años de escribir, estoy seguro, muy seguro de estar contando exactamente lo que se me
antoja. Eso no significa un valor agregado para el lector, pero sí para mí: me tengo confianza.
—¿Y las críticas te ayudan a mejorar algo?
—¡Claro! Yo leo un texto mío de hace diez años y me pongo contentísimo, veo los progresos actuales, sé dónde fallaba.
Y espero poder ver, en el futuro, los fallos de hoy.
—Veo que entendés tu pasión como un crecimiento. ¿te siguen gustando tus textos viejos?
—Me gusta la espontaneidad que tenían, el efecto cachorro. Yo era un perrito muy feliz que corría por el patio, veo eso,
lo comprendo, lo envidio: ahora soy un perro grande, conozco el patio mejor, pero no voy como loco buscando
moscas.
—¿En qué momento supiste que ibas a terminar intentando vivir de escribir? ¿Cuándo dejó de ser una fantasía
sonsa?
—Cobré mi primer sueldo “de escribir” a los catorce años. Nunca fue una fantasía; supe siempre que mi único sustento
sería ése. Quizá no sabía si sería periodismo o literatura (esa franja siempre estuvo dudosa) pero de escribir, sí, eso fue
siempre seguro.
—¿Se “nace” con “el don” para escribir, o es una boludez eso?
—Yo creo que hay un “gen de la sobremesa”, no de la literatura. Hay gente que cuenta mejor que otra, que logra
fascinar hablando, relatando, mintiendo. Después, escribir es una técnica para llevar eso a un plano formal. Nada más.
—Hay también una fantasía asociada a un prototipo de escritor. El “reventado”, ponele. Me sorprende ver
todavía gente que piensa que para ser escritor hay que pasarla mal, nutrirse de los fracasos, padecer. ¿No existe
un escritor feliz?
—Es una concepción extraña, pero eficaz. Porque el dolor y la necesidad te agudizan el ingenio. Por ejemplo, estaba
revisando hace un rato la publicidad rumana. A los rumanos los dejan hacer publicidad desde el año ‘89, hace poquito.
Y salieron como locos, desde la desesperación. Están haciendo unos spots que no se pueden hacer en Europa: usan
mogólicos, enanos, gordos obesos, se burlan de todo, Están sacados. Eso es bueno, porque han sufrido mucho. En
España, un sitio en donde ya nadie sufre, no hay arte en la calle, ni en la sobremesa. Hay una serenidad barrigona, un
adormecimiento. Por eso está esa fantasía de que el escritor con problemas sacará mejores folios.
—¿Barcelona no era la ciudad más loca del mundo?
—Barcelona es hermosa, es muy arriesgada en temas como el diseño, etc. Pero no les pidas una buena historia.
—Quiénes van a ser los escritores de mañana, ¿los floggers?
—No sé, pero están conectados los futuros escritores. No están en casa con la Olivetti. No están preguntándose
¿”alguien me leerá?” mientras componen una novela de 600 páginas. No. Están conectados, seguro.
—Me hace pensar tu afirmación en la relación con el lector, ¿cómo es la tuya? ¿te proponés hacer cosas sólo por
un lector, eso es un disfrute?
—Cuando escribo, le hablo a Chiri. Ése es mi mercado. Pero después, cuando recibo devoluciones, intento tener una
relación franca con los lectores. Una relación normal: quiero decir, dejo mi teléfono a la vista, contesto todos los
correos, hablamos.
—¡Estás en Facebook!
—Sí, estoy en facebook por indicación de un compañero de la escuela secundaria.
—Son una plaga.
—Era eso, o que me llenaran la casilla de invitaciones raras.
—¿Qué cenaste?
—Los fines de semana son raros: duermo de día, porque hago radio muy muy temprano. Estoy desayunando mientras
hablamos.
—¿Sos de cocinar? Te hago con delantal y todo, mirá.
—Si no lo hago, morimos de hambre. Mi mujer no entiende de esas cosas y a mí me encanta (por suerte). Soy el
cocinero oficial de la casa, y la Nina es mi Juanita.
—Una de las cosas que te leí y que más me hicieron reír era que los españoles no saben hacer la tortilla española.
—No tienen idea! Son unos hijos de puta, la hacen chirlita, aguada, no es compacta como una pared.
—Decíme que la paella les sale como el ojete y empiezo a saltar acá nomás.
—La paella les sale muy bien, no sé por qué.
—Los bichos, boludo, los bichos. Los tienen todos. acá llegan moluscos todos hechos mierda.
—Claro, tienen todos los jugadores del mar, es verdad.
—Corren con un ventajón. No sé cómo será con la bebida, dicen que andan todo el día muy chupados.
—No, te confundís con Chile. Acá se bebe moderado.
—¿Sos un bebedor social? No te hago muy chupador que digamos…
—Soy abstemio, no bebo nada desde los 18 ó 19 años. A excepción de una cosa que se llama carajillo, que es café con
ron. Eso sí, uno por noche. Pero solamente eso.
—¿Y con el porro cómo andás? Acá no se usa hablar de eso y genera toda una incomodidad, pero lo siento muy
presente en tus textos.
—No sé si está bien armar uno en directo en la Feria del Libro. Preguntá si se puede.
—Creo que vamos a terminar todos en cana, aunque acá hubo una risa de complicidad muy rara… para mí que
están todos fumados…
—ok, armo. Es hachís, que pega bien.

(Casciari corre de lugar la camarita web y enfoca la mesa, donde dispone una serie de adminículos para armar el
cosito).
—Esto, te voy a decir, es histórico… Y hay un noventa por ciento de chances de que yo termine en cana con la
chica que organizó todo (cuyo nombre no voy a dar)…
—Tranquilo, hay jurisdicción española en esto.
—¿Podés ir cronicando el proceso? Lo piden todos, acá.
—Ok, antes quemando hash, y ahora armando el filtro de cartón… colocando en maquinita… Ahora mezclamos con
tabaco… el hash, mezcladito es más repimporoteante… ¡Listo!

(Casciari prende el chirimbolo y la gente ríe en la sala)


—Ha sido una de las cosas más raras que he visto en la Feria del Libro, sin dudas.
—Es bueno, porque antiyer, cuando hicimos la prueba piloto, no habíamos pensado en esto.
—¿Tenés plantitas?
—Cinco, están preciosas. La nina las riega todas las mañanas. Mi mujer me dice que me saldría más barato ir a la
esquina y comprar. Les pongo amor y dinero. Hay algo muy interesante en el cultivo, y es tener una hija chiquita que
pueda ver cómo es todo, la semilla, el amor, el trabajo, porque cuando crezca, y un pelotudo le ofrezca un porro en una
esquina oscura, ella lo va a mirar con sorna, no va a entender tanta clandestinidad. Va a decir: “estás fumando una
cosa horrible, con moho, boludo”. Es mejor que lo vea con claridad.

Aprovecho para preguntarle sobre los cortes de carne argentinos y hablamos de un posible asado acá en enero,
cuando venga a ver la obra de Gasalla. De esto surge un error de tipeo, una risa del público y entonces yo aprovecho
para aclarar:

—(el público ríe) mis paréntesis son fundamentales para que entiendas lo que pasa acá.
—¡Es que los escucho! Tenés el micrófono prendido.
—Soy el más boludo del grado (muchas risas).
—Aplauso para Playo!!

(El público aplaude.)

Después de superar el rubor, continuamos haciendo pruebas con el público; Hernán pide que lo puteen, y lo putean,
por ejemplo. Después hablamos de la pésima selección musical que hice para la ocasión, unas canciones de Dylan
que le están robando el alma a la gente. También algo de Oscar Aleman.

—¿Qué estás escuchando vos?


—Ahora mismo, nada. 1:35 AM, familia duerme. Pero si fuera un mal padre, estaría escuchando la Bersuit.
—Me da miedo el cantante…
—¿Te da miedo Cordera? si es un santo.
—¿Es ese en pijama?
—Sí, es ese. De joven, él caminaba por Mercedes en pijama.
—Nadie que ande en pijama por la vida puede ser de confianza.
—Nunca tuvo pelo. Los mercedinos vimos crecer a la Bersuit de la nada, tocaban en los bares. Venían todos los fines de
semana a tomar merca a Mercedes, que estaba cortada pero valía 500 australes el gramo. ¿Te acordás de lo que
hablábamos el otro día? Aquello de nunca escribir drogado, pero sí corregir con dos secas. De ese modo, vamos de las
drogas otra vez a la literatura. Yo le contaba a Playo, que corregir con dos secas en el marote es muy recomendable. La
idea es: escribir de cara, sobrio como un zapato, porque el porro te quita las nociones básicas del oficio, es pura idea
base. Entonces nunca es conveniente. El desarrollo argumental tiene que ser metódico, estructurado. ¿Pero qué pasa?
Esa misma estructura le quita espontaneidad al texto. Entonces, a la hora de corregir, lo mejor es volver a la
espontaneidad, ya con el cimiento armado. E ir puliendo, quitando solemnidades, con la cabeza mal. Eso, niños, es un
gran consejo.
—De ahí tu máxima: el porro rejuvenece.
—Claro, te devuelve a una edad en donde escribir era más un juego de perro chico.
—Creo que con eso podemos cerrar, al menos de mi parte. ¿Querés que abra preguntas al público? (se usa
mucho eso).
—¿Los podés enfocar a ellos?
—Sí, cómo no.

(Playo enfoca al público con la cámara, el público saluda a Casciari)

—Che: ¡hay minas!


—Ahí vienen a saludarte.
—Esto ya es otra cosa… ¿Puede ser que haya visto a uno que está en patas?
—Todos están en patas… es como una moda para venir a la feria. Si no venís en patas, no existís. Te pisan. Te
pasan por arriba.

—Tengo preguntas que salieron del blog. Una es muy larga.


—Son las mejores
—“En el post El humor es un perro mutante, Hernán cuenta que ha recibido mails de gente indignada y
ofendida por las caracterizaciones de algunos personajes del Diario de una mujer gorda. Me gustaría saber a
que atribuye la ruptura del pacto lector-autor en donde se sobrentiende (o debería) que se trata de una ficción y
que quienes hablan son los personajes que pueden tener una ideología propia diferente a la del autor”.
—La respuesta es “No.” (risas del público). Cuando en la pregunta hay palabras como ruptura y pacto, la respuesta
siempre es “no”.
—Otra: “Si muchos de los que leen on line confunden realidad con ficción, ¿a qué se podría atribuir esto? ¿a la
falta de una educación formal adecuada (no sé si es la mejor palabra pero bueh) que les permita interpretar
textos? ¿a la intención del autor (él en este caso) de sembrar esa duda como parte del juego de
realidad/irrelidad que se da en internet?
—¿Quée? No, mijito… Esa frontera, la de realidad-ficción, es FUNDAMENTAL, es hermosa. ¿cómo va a ser falta de
educación? La gente que no termina de entender si un cuento es verdad o ficción, está pasando por el eje de la
literatura, tiene una suerte enorme, está viviendo la prehistoria, la verdad de los cuentos. Los intelectuales, tan
modositos, perdieron eso con la lectura y le llaman “falta de educación”.
—Con esto sí podemos cerrar, me apuntan acá.

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