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Estamos en una ciudad mal hecha.

Es un caos precioso, perfecto, asfixiante…

El ritmo de la música me explotaba en los oídos.

Al voltear vi como su cabellera se agitaba, vi como por sus caderas resbalaban las notas
musicales. El vestido rosa y blanco ondulaba como un vaivén, a pesar de lo ancho del vestido,
el movimiento funcionaba como un péndulo hipnotizante… Drein parecía disfrutar el ritmo, cada
minuto era un regalo del cielo/infierno para ambos. Mientras ella se deleitaba bailando, yo
imaginaba con precisión la temperatura de su cuerpo, la agitación de su respiración, el color
sonrosado de su cara.

Los ojos marrones se clavaron en mí. Desde el otro lado de la habitación, con luces vacilantes y
música a alto volumen, Drein me desarmó por completo. Mientras Reznor gritaba su cercanía
con Dios, el ángel de la muerte esbozaba una sonrisa. La chica se acerco lentamente a la
mesa, se sentó con las piernas cruzadas y el muslo que dejaba entrever el vestido fue la
estocada final: oficialmente estaba vencido.

La música se fue apagando y las conversaciones de los presentes pasaron a ser el soundtrack
principal de la noche. El lugar no estaba tan congestionado y al finalizar la canción todos
regresaron a sus puestos.

- Hey extraño… How you doing? - y de nuevo la deslumbrante sonrisa.

- Hola guapa –guiñé el ojo en busca de un ademán seductor- ¿Qué tal la pista?

- Algún día te haré bailar a mi lado… Quizás a la luz de la luna… ¿no me dejarías
bailando sola, verdad? -y su mirada se vistió de un tono pícaro, fue una de esas
miradas que van mucho más lejos que las palabras entonadas-.

- Algún día… -cerré mis ojos y me acerque para besarla. Tal como imagine su
temperatura había aumentado, su respiración iba más rápido y al finalizar el
contacto su cara estaba rosa…o quizás roja-.

Por esos minutos el mundo se nos había desaparecido. Sólo estuvimos ella y yo en esa
habitación, mientras los demás eran cubiertos por una capa de invisibilidad o ¿fuimos nosotros
los que nos escondimos debajo de esa capa?

Al abrir los ojos, nuestros amigos actuaban disimuladamente indiscretos. Quité mi mano de su
cintura, y al desprender la otra de su rodilla izquierda ella coloco sus manos sobre la mía, para
que la mantuviera donde estaba; nos reímos como dos adolescentes de 14 años y regresamos
a compartir la charla con los demás. En mi cabeza quedaba el sonido de su respiración y el
agradable sabor de sus labios.

Despertar a su lado era el momento más genial del día. Ver la línea de sus hombros y poder
recorrerla mentalmente hasta terminar la espalda podía mantenerme tumbado en la cama hasta
que ella despertase, o, hasta que cediese a mis impulsos y la recorriera con mis labios, para
luego encontrarme con sus brillantes ojos abiertos como platos, que gritaban por un beso de los
buenos días.

Todo en Drein me hacía querer abrazarla, besarla, todo en ella provocaba que la extrañase. No
sé en qué momento paso de ser “la chica nueva” a querer despertarme con ella todos los días,
por siempre, para siempre.

La primera vez que la vi me convulsionó el mundo. Hubo algo en ese “Hola” desinteresado que
me marco hasta el sol de hoy. Luego querer verla se fue convirtiendo en rutina, el hambre de su
presencia se convirtió en padecimiento, el deseo por ella en tortura. Hasta el día en que mis
nervios me permitieron hablar, preguntar, acercarme como había querido desde algunas
semanas antes.

Al mes siguiente éramos inseparables. Toda la gente que nos conocía no salía de su asombro
al saber que empezamos, un tiempo después, a vivir juntos. La vida del uno se mezclo con la
del otro y ahora despertar a su lado era lo más genial del día. Regresar a casa y abrazarla valía
cada segundo de una existencia que siempre me negué a disfrutar. Besarla, poseerla, sentir el
corazón de ambos a un ritmo inesperado… todo eso era la conjugación de un milagro, los
momentos por los que valía la pena respirar, enfrentar el mundo, vivir y morir.

Era un viernes por la noche, un viernes más, salvo por el pequeño detalle de que mi cabeza
parecía estar por explotar por la migraña, por lo que le dije a Drein que saliera con sus amigas
sin preocuparse por mi, que me tomaría un par de pastillas y me tumbaría en el sofá a dejar que
hicieran lo suyo. En un principio estaba dudosa al respecto, pero logré convencerla de que sus
amigas estarían más que felices de verla y tener una “noche de chicas”.

Eran cerca de las 10 de la noche cuando se paró entre la TV y mis ojos, coqueta como siempre,
con su vestido verde esmeralda, tacones a juego y el cabello suelto y ondulado, más que
suficiente para hacer pasar un millón de pensamientos por mi mente en una fracción de
segundo, se inclinó sobre mi y sin dejarme articular palabra me besó, fue un beso corto, pero
sabía bien lo que quería decir.
- Trataré de no llegar muy tarde, deberías descansar un rato, así tienes energía
para cuando llegue –dijo mientras su mano acariciaba mi pierna y se mordía
levemente el labio-

No pude decir nada, ella se dio media vuelta, tomó sus llaves y salió de la casa con toda la
gracia que solo un ángel posee, y yo sonreía, sabía que era mi ángel.

Las horas pasaron levemente, lo mismo que el molesto dolor de cabeza que me había impedido
salir de casa; entre tanto cambiar canales me topé con “Closer”, una película que siempre
adoré, y la dejé correr, cuando terminó miré el reloj, eran ya casi las 4am y Drein aún no volvía,
decidí llamarla, solo para asegurarme de que todo estaba bien. El teléfono repicó cuatro veces,
luego de la cual fui dirigido al buzón de mensajes, eso quería decir que la niña desvió la
llamada, estaría divirtiéndose, por lo que no insistí más.

Pasados unos 15 minutos mi celular empezó a sonar, miré la pantalla pero para mi sorpresa el
número era desconocido. Atendí y me topé con una dulce voz:

- Buenas noches, ¿es usted el Sr. Tarappa?

- Buenas noches. –Reí por un momento- No, así se apellida mi novia, pero vivimos
juntos, ¿en qué le puedo ayudar? –Y sin saber porque, empecé a sudar frío-.

- Señor, le hablo de la Clínica Madre Teresa, lamento informarle que la Srta. Drein
Tarappa ingresó hace media hora, proveniente de un choque…

- ¿Está bien? ¿Qué le pasó? –Interrumpí, ya con lágrimas en los ojos y la voz
entrecortada-.

- Lo siento Señor, pero la Srta. Tarappa falleció un par de minutos luego de


ingresar.

Me quedé totalmente en silencio, sentía la humedad cubriendo mi rostro, como mi temperatura


bajó drásticamente y el celular se escurrió entre mis dedos, cayendo al piso, quebrando el
profundo silencio que había invadido la casa.

Desperté.

Fue un sueño, un mal sueño, sudaba frío, al igual que en él, y las sabanas estaban empapadas
en sudor; miré el reloj, eran las 10 de la mañana, se me había hecho tarde. Voltee hacia el otro
lado de la cama, no esperaba verla allí, pero como era costumbre, yacía en su lugar uno de sus
vestidos, casualmente -o quizás no tanto- uno verde esmeralda, que no era el del sueño, pero
se le parecía mucho.
Como era tarde me dí una ducha rápida, en veinte minutos estaba listo, tomando las llaves del
auto nuevo y dirigiéndome a mi cita habitual de la fecha. Manejé por casi una hora, en silencio,
solo se oía el murmullo de la ciudad fuera del vehiculo y no me perturbaba. Llegué a mi destino,
ubiqué un sitio para aparcarme, dejé el coche y empecé a caminar, me detuve un momento a
comprar una docena de rosas blancas –las favoritas de Drein- en un kiosco y enseguida seguí
mi camino.

La caminata pareció durar más de lo que recordaba –seguramente efecto de la ansiedad-, pero
había llegado a su fin, allí estaba yo, parado delante de ella, miles de nudos invadiendo mi
garganta mientras me acerqué y como pude balbuceé.

- Hola cielo, ya llegué, discúlpame la demora, pero estaba soñando contigo… con lo
que pasó aquella noche…

Y no pude decir más, los nudos se apretaron y las lágrimas empezaron a caer sobre la piedra
blanca y fría sobre la que se podía leer

“Drein, ángel que iluminó mi vida.

1982 – 2008”

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