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La decadencia y caída del Imperio romano es una de las cuestiones más debatidas y
estudiadas de la Historia. Es considerada por algunos como "el mayor enigma de todos",
y ha sido uno de los ejes del discurso histórico clásico desde San Agustín de Hipona. La
ruina de la “Roma eterna” ha perdurado como el paradigma por excelencia del
agotamiento y muerte de las civilizaciones, una caducidad mundana interpretada como
el precedente y anuncio del fin del mundo o, al menos, de la civilización occidental. Los
ss. XX y XXI han visto multiplicarse el interés por este problema histórico, debido
probablemente al hecho de que la civilización contemporánea tiene muchos rasgos
comunes con la de la Antigüedad Tardía, y a que la cultura occidental está en un
período de transición, como la Roma de los ss. III y IV.1
El Imperio Romano de Occidente se enfrenta a unos problemas entre 454 y 476 que
desembocan en una reunificación del Imperio (...) 476 no supone el fin de Imperio alguno (...)
los soberanos bárbaros federados al Imperio romano reconocen la soberanía nominal de un
único emperador con sede en Constantinopla (...) en teoría esta situación perdura hasta la
coronación imperial de Carlomagno...
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Por otra parte, sigue habiendo quienes defienden una visión más "catastrofista" y acorde
a la concepción tradicional de este problema histórico, tal es el caso del arqueólogo
británico Bryan Ward-Perkins. De igual modo, hay diferencias entre quienes ponen el
acento en el carácter romanista endógeno de las transformaciones (como Goffart), y
quienes por el contrario apuntan hacia el carácter germanista exógeno (como el
austriaco Walter Pohl).
Contenido
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• 1 Fuentes
o 1.1 Fuentes literarias
o 1.2 Fuentes documentales
o 1.3 Fuentes arqueológicas
• 2 Decadencia frente a transformación
o 2.1 Tesis de la decadencia y caída
o 2.2 Tesis del continuismo y la transición
o 2.3 Tesis del colapso
• 3 Causas
o 3.1 Teorías religiosas y morales
3.1.1 Historiadores tardoantiguos
3.1.2 Edward Gibbon
o 3.2 Teorías raciales y culturales
3.2.1 Karl Julius Beloch
3.2.2 Tenney Frank
3.2.3 Otto Seeck
3.2.4 Franz Altheim
3.2.5 Martin Nilsson
3.2.6 Joseph Vogt
o 3.3 Teorías militares y hostilistas
3.3.1 Flavio Vegecio Renato
3.3.2 Arther Ferrill
o 3.4 Teorías naturales
3.4.1 A.E.R. Boak
o 3.5 Teorías políticas
3.5.1 Ramsay Macmullen
o 3.6 Teorías económico-sociales
3.6.1 Ludwig von Mises
3.6.2 Moses Finley
o 3.7 Teorías "pesimistas"
o 3.8 Teorías de la multiplicidad de causas
• 4 Referencias
o 4.1 Notas
o 4.2 Bibliografía
• 5 Enlaces externos
Fuentes [editar]
El historiador francés Marc Bloch, miembro de la Escuela de los Annales, defendía que
"Todo libro de historia digno de este nombre debería incluir un capítulo o, si se
prefiere, insertar en los puntos esenciales del desarrollo, una serie de párrafos
titulados ¿Cómo puedo saber lo que voy a decir?".3 En este sentido, y dado que la
Historia se redacta basándose en fuentes susceptibles de interpretación, la veracidad y
fiabilidad de éstas han de ser analizadas previamente. En este sentido, los historiadores
actuales consideran que el fallo metodológico más grave de las sucesivas corrientes
historiográficas ha radicado precisamente en esta falta de análisis de las por toda la
istoriafuentes.
En abierta contraposición respecto al siglo III, las fuentes disponibles para el período
del siglo IV en adelante son extremadamente ricas y variadas, tal que sobrepasan
incluso a la época de Cicerón, y hace de éste uno de los períodos mejor documentados
de la historia romana. Desgraciadamente, la historia romana es ante todo una
historiografía limitada a lo político y lo militar, una historia fundamentalmente
narrativa. Es decir, composiciones integradas por afirmaciones factuales, sosteniéndose
cada hecho enunciado en otro, y el conjunto aparece como una red de unidades
enunciativas cohesionadas entre sí.
Otro tanto ocurriría en las islas mediterráneas, en especial Sicilia, que a pesar de la
irrupción de los vándalos se mantuvo prácticamente al margen de toda invasión hasta la
llegada de los musulmanes. Las excavaciones revelan por último que Siria y Palestina
alcanzaron probablemente su máxima prosperidad en los siglos V y VI, a pesar de los
terremotos y las devastaciones de Cosroes I en el reinado de Justiniano; esta prosperidad
se mantuvo hasta el siglo VII, decayendo con rapidez a causa de las invasiones de
persas y mahometanos.
La versión tradicional del final del mundo antiguo fue que la desintegración política y
militar del poder romano en Occidente acarreó la ruina de su civilización. Desde San
Agustín hasta el siglo XXI ha predominado la idea de que las culturas ofrecen una
evolución similar a la de los seres vivos, y que la decadencia es su fase final. Esta visión
tuvo su origen en el siglo XVIII. Hasta entonces el absolutismo político y el
Cristianismo del Bajo Imperio habían sido valorados positivamente, pero con los
nuevos vientos ilustrados, comenzó a valorarse de manera peyorativa, surgiendo la idea
de la decadencia.
Edward Gibbon y su monumental History of the decline and fall of the Roman Empire
recibieron de la historiografía anterior un legado muy mediatizado por la religión,
puesta en tela de juicio por los filósofos ilustrados. En este panorama de profunda
revisión, Gibbon hizo suya la exposición de principios de Tácito, y desarrolló su
monumental obra partiendo de la idea de moda en ese momento, ya adelantada por
Montesquieu en sus Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de
leur décadence (París, 1734): que la pérdida de la "virtud republicana" fue causa
fundamental de la decadencia del Imperio. Gibbon plantea que tras la Edad de Oro
racionalista de los Ulpio-Aelios se inicia la decadencia, el inicio del triunfo de lo
bárbaro y lo cristiano, el momento en el que la irracionalidad ocupa el poder. El
historiador italiano Arnaldo Momigliano6 indicaba que lo novedoso de Gibbon no
fueron sus ideas políticas, morales o religiosas, que son las mismas de Voltaire, sino que
supo comprender el importante papel de los hechos en la Historia y supo ordenarlos y
valorarlos, realizando la primera historia moderna, y en eso radica su importancia y la
fuerza con que ha calado en toda la historiografía posterior.
En general, hasta los últimos decenios del siglo XX se mantuvo la visión que de este
periodo había establecido Gibbon, principalmente de la mano de Mikhail Rostovtzeff, y
su influyente Social and Economic History of the Roman Empire (Oxford, 1926). Este
historiador ruso realizó la primera explicación sistemática de la crisis bajoimperial, con
una metodología concreta pero muy condicionada por sus experiencias personales (la
Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa). Rostovtzeff mantuvo el mismo esquema
establecido por Gibbon, pero cambiando las religiosas por las económicas.
En 1956 el arqueólogo, epigrafista e historiador del arte Henri Irénée Marrou publicó un
artículo de capital importancia titulado «La décadence de l’Antiquité classique». En él
consideraba que los historiadores, él mismo incluido, habían subestimado la Antigüedad
Tardía al considerarla mero periodo intermedio entre el clasicismo antiguo y su
recuperación renacentista. El error habría sido de partida y metodológico, ya que
humanistas e ilustrados habían utilizado con parcialidad el concepto de decadencia en
defensa de sus opiniones e intereses. El concepto de "decadencia" implica
necesariamente un juicio de valor que sustenta toda una filosofía de la historia:
humanistas e ilustrados pretendían "disipar las tinieblas de la Edad Oscura", para
redescubrir una antigüedad pretendidamente luminosa, la existente hasta la muerte de
Marco Aurelio. El Bajo Imperio, con el triunfo del cristianismo y el absolutismo, era
desdeñado por los prejuicios ilustrados como un período de «barbarie», «tiranía» y
«superstición».
Marrou consideraba que los historiadores debían evitar caer en esos prejuicios y renovar
su metodología. El Imperio Tardío no era en nada inferior al de Augusto o los
Antoninos. Su cultura y modelo de civilización no eran decadentes ni reproducían, sin
comprenderlos, los esquemas del Alto Imperio. Además, estaban produciendo nuevos
modelos, es decir, que la época mostraba originalidad.
A la luz de los nuevos estudios, la historiografía piensa actualmente que existió una
crisis importante, pero matizada y condicionada a zonas geográficas concretas, de las
cuales todavía queda mucho por determinar.
Ya desde el siglo XIX algunos historiadores pensaron que el término "caída" no era el
término apropiado para el período que posteriormente sería bautizado como Antigüedad
tardía, predominando actualmente la idea de cambio y evolución desde el modelo de
sociedad de la Roma altoimperial a la plenamente medieval.
En ellas se suele aceptar que la caída del Imperio romano era inevitable, equiparándola
con la de otras grandes culturas de la historia universal, de acuerdo a una teoría del
derrumbe de las sociedades complejas. Simplificando mucho, esta visión considera que,
a medida que una sociedad se desarrolla, se diferencia cada vez más socialmente y se
hace más compleja, de modo que para poder seguir existiendo necesita de un
crecimiento correspondiente.
Causas [editar]
A grandes rasgos, se pueden ordenar en siete categorías o clases las diferentes teorías
sobre las causas del hundimiento del poder imperial romano en Occidente. Es difícil
citar nombres concretos, ya que muchos de los que figuran en cada categoría podrían
también aparecer en otros apartados. Los nombres que siguen, aun siendo
representativos, no engloban a la extraordinaria cantidad de obras, autores y tendencias
que se han pronunciado sobre el tema. Así por ejemplo, el profesor alemán Alexander
Demandt, de la Universidad Libre de Berlín, publicó una obra en que repasaba 210
teorías diferentes sobre la caída de Roma titulada Der Fall Röms. Die Auflösung des
romischen Reiches im Urteil der Nachwelt (Múnich, 1984).
La "culpa del cristianismo" ha sido uno de los factores a los que más se ha achacado la
crisis del siglo V. Actualmente es una teoría sin peso y sin defensores, al menos en
estricta puridad. Unir bajo un mismo punto de vista metodológico la progresiva crisis
del mundo romano y la victoria del cristianismo, haciendo culpable a este último de la
primera es un planteamiento voluntarista, excesivamente radical, que no responde a la
realidad. La Iglesia no volvió la espalda al Imperio y, si algunos cristianos
contribuyeron a debilitar la resistencia imperial, otros apelaron al patriotismo romano;
durante el Bajo Imperio, el cristianismo triunfante sirvió de aglutinante a la sociedad
romana. Además, en Occidente (Galia, Germania, Britania e Hispania), donde la crisis
fue más aguda, el cristianismo tuvo una implantación limitada hasta entrado el s. V,
mientras que fue precisamente el Oriente más cristianizado el que mejor sobrellevó la
crisis.
"En tanto en cuanto la felicidad en una vida futura es el gran objetivo de esta religión, podemos
aceptar sin sorpresa ni escándalo que la introducción -o al menos el abuso- del Cristianismo
tuvo una cierta influencia en la decadencia y caída del Imperio romano. El clero predicó con
éxito doctrinas que ensalzaban la paciencia y la pusilanimidad; las antiguas virtudes activas
[virtudes republicanas de los romanos] de la sociedad fueron desalentadas; los últimos restos
del espíritu militar fueron enterrados en los claustros: una gran proporción de los caudales
públicos y privados se consagraron a las engañosas demandas de caridad y devoción; y la
soldada de los ejércitos era malgastada en una inútil multitud de ambos sexos [frailes y monjas,
esta opinión sobre ellos era habitual en el público inglés del s.XVIII] capaz sólo de alabar los
méritos de la abstinencia y la castidad. La fe, el celo, la curiosidad, y pasiones más terrenales
como la malicia y la ambición, encendieron la llama de la discordia teológica. La Iglesia -e
incluso el estado- fueron distraídas por facciones religiosas cuyos conflictos eran muchas veces
sangrientos, y siempre implacables; la atención de los emperadores fue desviada de los campos
de batalla a los sínodos. El mundo romano comenzó, pues, a ser oprimido por una nueva especie
de tiranía, y las sectas perseguidas se conviertieron en enemigos secretos del estado.br /> Y sin
embargo, un espíritu partidista, no importa cuán absurdo o pernicioso, puede ser tanto un
principio de unión como de desunión. Los obispos, desde ochocientos púlpitos, inculcaban al
pueblo los deberes de la obediencia pasiva buscada por el legítimo y ortodoxo emperador; sus
frecuentes asambleas y su perpetua correspondencia los mantenían en comunión con las más
distantes iglesias; y el temperamento benevolente de los Evangelios fue endurecido, aunque
confirmado, por la alianza espiritual de los católicos. La sagrada indolencia de los monjes era
con frecuencia abrazada en unos tiempos a la vez serviles y afeminados; pero si la superstición
no había supuesto el fin de los principios de la República, estos mismos vicios [la servilidad y
el afeminamiento] habrían llevado a los indignos romanos a desertar de ellos. Los preceptos
religiosos son fácilmente obedecidos por aquellos cuyas inclinaciones naturales les llevan a la
indulgencia y la santidad; pero la pura y genuina influencia del Cristianismo puede hallarse, si
bien de forma imperfecta, en los efectos que el proselitismo cristiano tuvo sobre los bárbaros del
norte. Si la decadencia del Imperio Romano se había acelerado con la conversión de
Constantino, al menos su religión victoriosa redujo en algo el estrépito de la caída, y rebajó el
feroz temperamento de los conquistadores."
(Capítulo XXXIX)
En buena medida, casi todas ellas han sido resultado de la identificación de cultura, raza
y nación propias de la sociología y antropología darwinista.
En Geschichte des Untergangs des antiken Welt (Stuttgart, 1920-1921) planteó que la
decadencia de Roma se debió al hecho de que a partir del s. III hubo una especie de
"selección al revés" que provocó la desaparición de la élite que dirigía el Estado
romano. Esta desaparición se explicaría por el desinterés de las clases dirigentes en
reproducirse y por su debilitamiento, desgastadas por mezclas continuas, provocada por
la manumisión de esclavos, el matrimonio de libres y libertos, la prohibición del
matrimonio a los soldados, las continuas guerras, etc. Asimismo, los emperadores se
habrían dedicado a exterminar la capacidad y el mérito personal, y a extender la
mentalidad servil, a lo que contribuyó el triunfo del cristianismo. El resultado obvio de
todo ello habría sido la decadencia y el hundimiento del poder imperial.
En sus obras Die Soldatenkaiser (Frankfurt, 1939) y Die Krise der alten Welt im 3.
Jahrhundert n. Zw. und ihre Ursachen (Berlín, 1943), este prestigioso historiador
alemán explicaba la caída de Roma en la preponderancia de las "razas jóvenes"
germanas, con mayor agresividad e iniciativa, sobre las "razas viejas" y decadentes del
Mundo Mediterráneo, sumidas en la desidia. En su momento, sus explicaciones entraron
dentro de la historiografía oficial del III Reich.
Para este profesor sueco, la primera autoridad en religión griega, la decadencia de Roma
vendría motivada por un cambio racial. Según su planteamiento, la “raza romana”
estaría cada vez estaría más diluida y más barbarizada. No obstante, pasó poco tiempo
antes de que autores como N.H. Baynes señalaran en la región donde la mezcla de razas
fue mayor, Asia Menor, en el Bajo Imperio no hubo decadencia alguna, ni en lo
intelectual, ni en lo social, ni en lo económico, ni el cristianismo tuvo ningún resultado
funesto (antes al contrario).
Entran en el grupo los que explican el fin del Imperio Romano en Occidente por el
impacto que sobre el mismo tuvieron los germanos, de cualquier modo que ello se
entienda, ya sea desde el punto de vista puramente militar o de las causas internas que
obraron con ocasión de la coyuntura de la presión de los germanos.
En su Epitoma rei militaris (c. 430), este historiador militar contemporáneo de los
hechos afirmó que la decadencia de las armas romanas se debía al abandono de las
antiguas formas de organización de las legiones y la incorporación de mercenarios
bárbaros al ejército romano.
Este autor sigue a Vegecio y destaca los factores militares como la principal causa de la
caida del Imperio romano, poniendo especial énfasis en la barbaraización de ejercito
como principal causa.
El ejército, falto de nuevos reclutas desde mediados del s. II, alistó bárbaros, lo que
produjo la barbarización del ejército ya en el s. III. La falta de mano de obra se agravó
en el s. IV por la valoración cristiana de la castidad, y por el control de la natalidad, ya
que las mujeres no querían tener más que un hijo. Sin negar que hubo períodos en que el
déficit de mano de obra fuera grande, los historiadores actuales no consideran que fuera
una causa determinante de la decadencia del Imperio.
Su obra Corruption and the Decline of Rome (Binghampton, 1988) es novedosa por el
análisis cuantificado de algunos aspectos de la decadencia de Roma y la incorporación
critica de nuevos materiales. Hace una gran labor de sociología histórica, analizando las
relaciones entre los distintos grupos sociales, concluyendo que algunos grupos sociales
llegarían a constituirse en enemigos internos del Imperio: desertores, rebeldes,
bandidos, etc.
Considera que el factor clave del fracaso del Bajo Imperio es que, a medida que se iba
volviendo más burocrático (la alta administración pasó de unos 200 cargos a 6.000
desde Trajano a Teodosio) y totalitario, el poder absoluto iba escapando de manos del
Emperador en favor de los funcionarios civiles y militares. Éstos sólo velaban por sus
intereses personales, lo que llevó a la corrupción, los abusos de poder y la creciente
incapacidad para enfrentarse adecuadamente a los problemas administrativos y
militares. Los factores favorecedores de esta corrupción serían los siguientes:
El efecto más notable sería el deterioro del ejército, con la barbarización de la tropa y la
oficialidad, la falta de equipo militar y la corrupción de la clase dirigente. Bajo el
mando de emperadores fuertes, la nave del Estado se mantenía firme, pero con el
ascenso al poder de personajes débiles como Honorio, declinó rápidamente, lo que
llevaría al caudillismo, encarnado en grandes espadones como Estilicón o Aecio.
Para este economista austriaco la caída del Imperio fue causada por la manipulación de
la moneda realizada con objeto de enriquecer al Estado y una legislación creciente que
regulaba el mercado. En su tratado La acción humana Mises sostiene que:
Apelar a la coacción y compulsión para invertir la tendencia hacia la desintegración social era
contraproducente ya que la descomposición [del Imperio] precisamente tenía sus orígenes en el
recurso a la fuerza y la coacción. Ningún romano fue capaz de comprender que la decadencia
del Imperio era consecuencia de la injerencia estatal en los precios y del envilecimiento de la
moneda.
Consideraciones en torno a la decadencia de la civilización clásica
Entre la medidas regulatorias que habían tomado los emperadores romanos estarían el
castigo a quien osara abandonar la ciudad, la nacionalización del comercio de grano, la
regulación de los precios agrícolas y del sector naviero (generando escasez) el aumento
y la creación de nuevos impuestos especialmente desde el siglo III d. C. (sobre
herencias y bienes para sufragar los gastos militares, la creación de espectáculos y obras
públicas, para la pensión de soldados veteranos). A esto se sumaría un constante
envilecimiento y devaluación de la moneda para adquirir mayores beneficios de
"señoreaje" (diferencia entre el valor nominal de la moneda y sus costes de fabricación).
Referencias [editar]
Notas [editar]
Bibliografía [editar]