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HISTORIAS MISTERIOSAS — traducide al espanol del origins yakumo koizumi - eee hearn S MISTERIOSAS umt- latcadio hearn Desde tiempos ancestrales, el pueblo japonés es muy aficionado a relatos y leyendas sobre fantasmas y seres misteriosos, que todavia tienen un papel des- tacado en Ia imaginacién popular. Este volumen recoge una seleccion de las his- torias de terror tradicionales mds conocidas en ver- sién de Yakumo Koizumi, uno de los maestros del género en Japon. HISTORIAS MISTERIOSAS yakumo koizumi « lafeadio hearn Titulo original: Kwaidan y ows relatos Traduceién: Montse Watkins Tlustracién de portada: xilografia de Yoshitoshi Tsukioka (1891) Montaje: Sato Kobo Impresién: Sanbi Printing Co. Ltd. © Luna Books Luna Books Omachi 4-8-6, Kamakura, Kanagawa-ken (248), Japon Tel/Fax: 0467-24-58 16 Gendaikikakushitsu Publishers Koshin Building 302 Sarugaku-cho 2-2-5 Chiyoda-ku, Tokio (101), Japén el: 03-3293-9539 Fax: 03-3293-2735 Primera edicion: Noviembre 1996 Impreso en Japén Indice Introduccién.. 5 Hoichi, el misico sin orejas Mi 9 El cerezo de la nodriza (UVbazakura) 21 La estratagema (Kakehiki)... Anades mandarines (Oshidor La historia de Aoyagi (Avyagi monogatari) 35 Riki, el idiota (Rikibaka)... 47 El devorador de hombres (ikininki. 53 El secreto de un muerto (Homurareta himitsu) 61 La historia de O-Tei (Otei no hanashi) 67 La aparicién (Mujina). Cabezas voladoras (Rokuro kubi). 79 El enigmatico Horai (Horai). 93 La promesa rota (Yabureta yakusokw 99 El espejo y la campana (Aru kagami to tsurigane no hanashi).. M 109 La reconciliacién (aka). 115 El suefio de Akinosuke (Akinosuke no yume) 123 Introduccién Yakumo Koizumi — nombre con el que se cono- ce en Japon a Lafcadio Hearn — es muy apreciado en este pais por su coleccién de historias misteriosas, asi como por ser el primer extranjero que recopilé estas pie- zas de la antigua literatura japonesa y china, las reescri- bid con gran delicadeza y belleza y, con estos y sus pro- pios escritos, mostré al lector occidental una faceta ins6lita hasta entonces del pais del Sol Naciente. Hearn Ilegé al puerto nip6n de Yokohama en 1890, a los 40 aiios, buscando huir del materialismo oc- cidental y encontrar el encanto y tranquilidad del Japon tradicional. En estas tierras pasé el resto de sus dias en compaiiia de su esposa japonesa, Setsuko Koizumi, hija de una familia samurai empobrecida, quien le dio cuatro hijos y la estabilidad que no habia encontrado en sus viajes por el mundo. EI escritor nacié el 27 de junio de 1850 en la isla yriega de Leucadia (ahora Levkas). Su padre, Charles Ilearn, era un cirujano militar irlandés que se casé con una muchacha local Namada Rosa Cassimati. Tras una temporada en Dublin (Irlanda), Rosa regresé a su pais, dejando a Lafcadio al cuidado de los familiares de su es- oso, que continuaba en Grecia. Al poco tiempo los pa- dres se divorciaron y aquellos parientes enviaron al joven Lafcadio a Estados Unidos para residir con unos parien- tea lejanos que no lo aceptaron. Asi pasé una temporada durmiendo en la calle y haciendo trabajos esporidicos a cambio de comida y alojamiento. A los 22 afloa consiguid un trabajo de fedactor en el periodico “Jnquirer’, de Cincinnati, que eontinud du- rante tres aflos pero tuyo que abandonar por 1as presiones sociales contra su convivencia con una mujer negra Tras una existencia errante de quince ailos por Estados Unidos, Martinica y Canada, llegd a Japon. Consiguiéd un empleo de profesor de inglés en Matsue, provincia de Shimane, donde conocié a la mujer que pronto se convirtié en su esposa. Al aflo siguiente fue nombrado editor del “Kobe Chronicle”, periddico local inglés de la ciudad portuaria, y comenzd una activa pro- duccidn literaria, La coleccién de historias misteriosas Kwaidan fue publicada el mismo ajio de su muerte, on 1904, a los 54 afios. La mayoria de los relatos proceden de antiguas obras japonesas — como “Bukkyo Hyakka Zensho” y “Hyaku Monogatari” —, que Hearn reescribid en la fe ma sencilla y amena utilizada por los contadores de his- torias tan abundantes en el Japon de antaiio. Montse Watkins Kamakura, Noviembre 1996 HISTORIAS MISTERIOSAS yakumo koizumi - lafcadio hearn Hoichi, el musico sin orejas (Mimi nashi Hoichi) Mas de setecientos afos atrds, en Dan no Ura, en el estrecho de Shimoneseki, se disputé la ultima batalla del prolongado enfientamicnto entre las familias Heike, del clan Taira, y Genji, del clan Minamoto, En ella fue- ron exterminados los Heike, con sus mujeres y nilios, asi como el emperador infimte — a quien ahora se recuerda como Emperador Antoku —-. Por ese mar y esa playa los fantasmas han rondado durante mas de siete siglos... Una vez, ya conté sobre los extraios cangrejos que pueden en- contrarse, Iamados de Heike, que tienen rostros huma- nos en sua espaldus y se cree que son los espiritus de los guerreros de eva familia. Pero se ven y escuchan cosas muy extraiias a lo largo de esta costa. En las noches oscu- ras, cientos de fuegos fantasmales aparecen fijo: playa © se mueven sobre las olas. Son unas luces palidas que los peacadores llaman onibi, 0 fuegos del demonio; y cuando sopla cl viento, llegan unos gritos del mar, como el fragor de una batalla Aios atris esos Heike eran mucho mas inquietos que ahora, Surgian ante los barcos que pasaban por la noche y trataban de hundirlos, y, a veces, buscaban a los nadadores para arrastrarlos hacia el fondo, Para apaciguar aestos muertos fue construido el templo budista de Ami- daji, en Akamagaseki, asi como un cementerio, en el que levantaron monumentos con los nombres del emperador ahogado y sus vasallos. Cada cierto tiempo se celebraban servicios fanebres por el descanso de sus espiritus. Des- pués de que se construyeran el templo y las tumbas, los Heike causaron menos problemas, aunque de vez en cuando hacian cosas extrafias, lo que demostraba que no habian encontrado la paz completa. sobre la Algunos siglos atras vivid en Akamagaseki un hombre ciego llamado Hoichi, famoso por su habilidad de recitar acompafiindose del laad'. Desde pequefio ha- bia sido adiestrado en este arte y, todavia de adolescente, consiguid superar a sus maestros. Como misico profe- sional se hizo famoso por su representacién de la historia de los Heike y Genji. Se decia que cuando interpretaba la batalla de Dan no Ura, ni los duendes podian contener las lagrimas. Al principio de su carrera, Hoichi era muy pobre; pero encontré un buen amigo que lo ayudo. El monje de Amidaji era muy aficionado a la poesia y la musica; con frecuencia lo invitaba al templo para que tocara y recita- se. Después de un tiempo estaba tan impresionado por la excepcional habilidad del muchacho que le propuso ins- talarse en el templo, oferta que acepté con la mayor grati- tud. El misico recibié una habitacién y, a cambio de comida y alojamiento, solo tenia que dar una representa- cién para el monje ciertas noches, mientras no tuviera otro trabajo. Una noche de verano Ilamaron al monje para que celebrara un servicio budista en la residencia de un feli- grés fallecido. Hacia alli se fue acompafiado: del acslito, dejando a Hoichi solo en el templo. Hacia mucho calor y el ciego se instalé en la galeria frente a su habitacion para refrescarse. Esta galeria daba a un pequefio jardin, en la parte trasera de Amidaji. Esper6 al monje practicando en el laid para entretener su soledad. Pasé medianoche y el monje no regresaba, pero hacia demasiado calor para es- ' Bl instrumento se denomina “biwa”. Es un laid japonés de cuatro cuerdas, que se toca con un plectro de cuerno, utilizado para acom- paifar las historias recitadas. tar confortable dentro de la cas ra, , por lo que continud fue- Por fin oy pasos que se aproximaban por la puerta trasera, Alguien cruzd cl jardin, se acercé hasta la galeria y se detuve justo frente a él, aunque no se trataba del monje, Una voz grave llamé al ciego por su nombre, de forma brusea y sin cercmonias, del mismo modo en que un samurai se ditige a un inferior. jHoichi! Hoighi se sobresalté tanto que no pudo responder. Tras un momento, la voz llamé de nuevo, en tono de ds: pera orden, jHoichi! jMande usted! — repuso, asustado por la voz amenazadora Soy ciego y no puedo saber quien me llama, jNo tienes nada que temer! — exclamé el ex- trafio ei tin tono mds suave — Me encuentro cerca de este templo y he venido a traerte un mensaje. Mi actual sefior, de muy alto rango, se ha hospedado en Akamaga- seki, junto con muchos de sus cortesanos. Deseaba ver el escenario de la batalla de Dan no Ura y hoy estuvo alli. Como escuchd sobre tu habilidad en recitar la historia de esta batalla, desea asistir a tu representacién, de modo que toma el laid y acompafiame con presteza hasta don- de te espera tan ilustre reunion. En aquella época no se podia desobedecer a la li- gera la orden de un samurai. Hoichi se calzé las sanda- lias, cogié su instrumento y se marché con el extrafio, que lo guié con habilidad, aunque le hizo caminar muy rapido. La mano que lo conducia parecia de hierro y el sonido metdlico que acompafiaba los pasos del hombre indicaba que iba completamente armado; quiza seria un guardia palaciego de servicio. Cuando pasé la alarma inicial, Hoichi empezé a pensar que habia tenido mucha suerte; recordando el aplomo con que el guerrero le habia informado de que su sefior era “de muy alto rango", sin duda no seria menos que un poderoso feudal. El samureti se detuvo y Hoichi se dio cuenta de que habian Hegado a un gran portal. Se quedé muy sorprendido, ya que, aparte de la entrada principal del templo Amidaji, no recordaba que hubiera otro de ese tamafio en el lugar. — jAbrid el portal! — grité el samurai. Se escuchs el sonido de destrabar la aldaba y am- bos entraron. Atravesaron el jardin y se pararon de nuevo ante una entrada. — jVosotros, ahi dentro! He traido a Hoichi. Entonces se oyeron pasos apresurados, el abrir de puertas corredizas, el levantar de postigos y voces de mujeres conversando. E] musico se dio cuenta de que eran las sirvientas de una casa noble, aunque no se podia imaginar a qué lugar lo habia llevado. Pero no tuvo mu- cho tiempo para hacer conjeturas. Después de que le ayudaron a subir unos escalones de piedra, en el ultimo de los cuales le pidieron que se quitara las sandalias, una mano de mujer le guid a lo largo de una sucesién inter- minable de tablas pulidas y tantas esquinas con pilares redondos que desorientaban, y a través de suelos cubier- tos de esteras de paja, hasta el centro de una vasta estan- cia. Le dio la impresién de que alli se encontraban reuni- das muchas personas, ya que el susurro de las sedas pa- recia el sonido de las hojas en el bosque. También escu- ché muchos murmullos de conversacién, en una forma de hablar propia de la corte. Invitaron a Hoichi a que se acomodara en un al- mohado6n. Tras instalarse y afinar su instrumento, la voz de una mujer — que imagind seria la anciana'a cargo del servicio femenino — se ditigid a él. — Se te ruega que recites la historia de Heike, con acompaflamiento de laid Para eontarla entera hubiera precisado muchas noches, de modo que Hoichi se aventuré a preguntar: — Como toda la historia no se puede contar en poco tiempo, j,qué parte desean sus sefiorias que recite? La de Ja batalla de Dan no Ura, porque es la que inspira mayor pena — repuso la mujer. Entonces Hoichi levanté la voz y recité el canto de la lucha en el mar revuelto; la espléndida melodia del laid imitaba a la perfeccién el esfuerzo de los remos y el avance impetuoso de las naves, el chasquido y silbido de las flechas, loa gritos y los fuertes pasos de los hombres, el choque del acero contra los cascos y la caida de los heridos a las aguas. Bn las pausas de la representacion, oia voces murmuranido elogios a derecha e izquierda: “|Qué ma- ravillogo artista!”, “|En nuestra regién nunca se oyé reci- tar de tal manera!", “jEn todo el imperio no hay un miusi- i co como Hoichi!”. Estas palabras le Ilenaron de 4nimo y canté y recité todavia mejor; el silencio de admiracién se hizo cada vez mas profundo. Cuando, al final, contd sobre el destino de perecer en modo tan miserable de las mujeres y los nifios, y el salto hacia la muerte en el mar de la nodriza Nii no Ama con el emperador infante en sus brazos, los oyentes se unieron en un prolongado y escalofriante lamento, que se transformé en tales llantos y gemidos, que el musico se asust6 por haber causado un dolor tan violento. } Los sollozos y lamentos continuaron mucho rato, pero gradualmente se apagaron y, en el gran silencio que sucedié, Hoichi oyé la voz de la anciana. — Pese a que nos habian asegurado que eras hibil con el laud, y sin par en recitar, nunca se nos ocurrid que alguien pudiera alcanzar una maestria como la que has mostrado esta noche — dijo — Nuestro sefior se compli- ce en anunciar que te otorgara una digna recompensa, pe~ ro desea que recites para él cada una de las préximas seis noches, tras las cuales quiz emprenda el viaje de vuelta, Por lo tanto, mafiana, debes presentarte a la misma hora, El vasallo que te trajo esta noche pasar a buscarte... Hay otro asunto sobre el que me han pedido que te informe: no debes comentar con nadie estas visitas durante todo el tiempo de la estancia de nuestro sefior en Akamagaseki, Esta viajando de incdgnito y desea que no se mencione nada en absolute sobre lo que acontezca... Ahora puedes volver a tu templo. Después de que Hoichi expresara su cortés grati- tud, una mujer lo condujo a la entrada de la mansion, donde le esperaba el mismo guerrero que lo guid para llevarlo de vuelta a su morada. Tras dejarlo en la galeria trasera del templo, se despidid. Era casi de madrugada cuando Hoichi regresd, pe- ro nadie observo su ausencia ya que el monje, que volvié muy tarde, le supuso dormido. Durante el dia el misico pudo descansar un poco, y no comenté con nadie su ex- trafia aventura. En medio de la siguiente noche, el samurai llegd de nuevo a buscarle y le acompajié a Ia ilustre reunion, donde su representacién alcanzé el mismo éxito que la vispera. Pero en esta segunda visita su ausencia del tem- plo fue descubierta por casualidad. A la mafiana siguien- te, el monje le liam a su presencia, y le hablé en tono de amable reproche, — Hemos estado muy preocupados por ti, esti- mado Hoichi, Ha peligroso que salgas a estas horas, sin vista y solo, {Por qué te fuiste sin decimnos nada? Hu- biera mandado 4 win sirviente que te acompafiase. ,Donde has estado? — Disedilpame, buen amigo — repuso evasiva- mente — Tuve que solucionar un asunto privado y no podia hacerlo 4 otra hora. Mas que cnojarse, el monje se sorprendié ante la reticencia a hablar de Hoichi; no le parecié natural y sos- pechd que algo malo acontecia. Temia que el ciego hu- biera sido eneantado o poseido por algén espiritu malig- no. No insistié en sus preguntas, pero dio instrucciones confidenciales a los sirvientes para que vigilaran sus movimientos y le siguieran en caso de que saliera del templo desipuds de oscurecer. A la noche siguiente partié de nuevo y los sirvien- tes, tras encender a toda prisa sus linternas de papel, le siguieron, Pero era una noche Iluviosa y muy oscura. Antes de que Ilegaran a la calzada Hoichi habia desapa- recido. Sin duda habia caminado muy rapido, lo que era muy extraflo con su ceguera, ya que el camino era muy malo. Los hombres se apresuraron por las calles, pregun- tando en cada casa que el musico solia visitar, pero nadie les pudo contar nada nuevo. Al final, cuando ya regresa- ban al templo por la playa, se sobresaltaron al escuchar el sonido del latid, que alguien tocaba con gran vehemencia en el cementerio de Amidaji. Con excepcién de algunos fuegos fantasmales, que solian agitarse en las noches os- curas, el lugar estaba sumido en la negrura mas profunda. Sin embargo, los hombres se encaminaron con presteza hacia el cementerio; alli, con ayuda de sus linternas, des- cubrieron a Hoichi, sentado solo ante la tumba memorial del Emperador Antoku, tocando el latid y recitando con voz potente los cantos de la batalla de Dan no Ura, De tras de él y a su alrededor, sobre las tumbas, brillaban en gran ntimero como velas los fuegos de los muertos. Nun= ca se habia mostrado ante ningun mortal un sinntimero tal de onibi... — jHoichi, Hoichi! — gritaron los sirvientes jEstas hechizado! jHoichi! Pero el ciego parecia no ofr nada. Continud to- cando con todas sus fuerzas y recitando con mas y mds vigor la escena de la batalla de Dan no Ura. — jHoichi, Hoichi! jRegresa con nosotros a casa enseguida! — gritaron a su oreja, sacudiéndolo. Pero él repuso con reprobacién: — No se puede tolerar que me interrumpdis de este modo ante una audiencia tan ilustre. Pese a lo insdlito de la situacién, los sirvientes no pudieron contener la risa. Sin duda habia sido hechizado. Lo agarraron con firmeza, le obligaron a ponerse de pie y se lo llevaron a la fuerza de vuelta al templo. Alli, por orden del monje, le cambiaron sus ropas empapadas por otras secas y le hicieron comer y beber. Entonces cl monje exigié a su amigo una explicacion detallada de su peculiar comportamiento. Hoichi dud6 largo rato pero, al final, reconocien- do que su conducta habia alarmado y ofendido al buen monje, decidié abandonar su reserva y contar todo lo acontecido desde la primera visita del samurai. — Hoichi, mi pobre amigo, estas en gran peligro — dijo el monje — jQué lastima que no me |o contaras antes! Tu excelente habilidad con la misica te ha creado este extrafio problema, Ya tienes que haberte dado cuenta de que no has Visitado ninguna casa sino que has pasado las noches en el cementerio, entre las tumbas de los Hei- ke; y es ante el monumento memorial del Emperador Antoku que te encontramos esta noche, sentado bajo la Iluvia. Todo lo que imaginaste no fue mas que una ilu- sion, excepto la Hamada de los muertos. Al obedecerles te has puesto bajo su poder. Si lo haces de nuevo, des- pués de todo lo acontecido, te hardn pedazos, De todas formas te hubieran destruido tarde o temprano... Esta no- che no podré permanecer contigo ya que me han llamado para celebrar otro oficio funerario; pero antes de mar- charme tengo que proteger tu cuerpo escribiendo sobre él las eseritutas sagradas. Antes de la puesta del sol, el monje y el acolito desvistieron a Hoichi y con sus pinceles escribieron el texto del sutra sagrado Hanna Shin Kyo sobre su pecho, espalda, cabeza, rostro, cuello, extremidades, manos y pies; incluso en las plantas y cualquier otra parte del cuerpo, Cuando terminaron, el monje le dio unas ins- trucciones Esta noche, después de que me marche, debes sentarte cn la galeria y esperar — dijo — Te llamaran pe- ro, pase lo que pase, no contestes ni te muevas. No digas nada y quédate sentado inmévil, como si estuvieras medi- tando. Si te mueves, te destrozaran. No te asustes ni pi- das auxilio, porque no habré quien te pueda salvar. Si ha- ces al pie de Ia letra lo que te he dicho, el peligro pasara y ya no tendras nada que temer. Después de oscurecer, el monje y el acdlito se marcharon y Hoichi se senté en la galeria, tal como le habia indicado. Colocé el laid en el suelo de madera, junto a él, y adoptd la actitud de meditacién, sin moverse, y poniendo especial cuidado en no toser ni respirar de modo audible. Y asi pasaron cuatro horas. Entonces oyé el soni- do de pasos que llegaban por la calzada. Cruzaron el portal y el jardin, se aproximaron a la galeria y se detu- vieron justo ante él, — jHoichi! — llam6 aquella voz grave. Pero el ciego contuvo la respiracién y continud sentado quicto, — jHoichi! — volvio a llamar con dureza por se~ gunda vez. Y por fin una tercera, con tremenda furia jHoichi! Pero él se mantuvo tan inmévil como una piedra, — jNo responde! No puede ser, tengo que encon- trarlo.., Se escuché el sonido de fuertes pisadas en la ga- leria. Se aproximaron y se detuvieron junto a él. Hubo un silencio de largos minutos, en los que Hoichi sintié ¢| cuerpo temblar al ritmo de los latidos de su corazén. Por fin la voz grave murmuré muy cerca: — Aqui esta el latid, pero del miisico sélo puedo ver... jdos orejas! Esto explica por qué no respondié: no tiene boca para hacerlo. Sdlo quedan de él las dos ore- jas... Voy a llevarlas a mi sefior como prueba de que obe- deci sus ilustres érdenes hasta donde me fue posible... En ese instante Hoichi sintio que unos dedos de hierro le sujetaban las orejas y se las arrancaban. Pese al enorme dolor no grité. Las fuertes pisadas se alejaron por la galeria, bajaron al jardin, se marcharon por la calzada y se perdieron. El ciego sintié un goteo caliente a cada lado de la cabeza, pero no se atrevié a levantar las ma- NOS... EI monje regres6 antes del amanecer. Se apresurd hacia la galeria trasera, subi y resbald en algo viscoso; y grité de terror al comprobar a la luz de la linterna que se trataba de sangre. Pntonces vio sentado en actitud de meditacidn a Hoichi, etiyas heridas todavia sangraban. — jPobre Hoichi! — grité sorprendido — {Qué ha acontecido? )Hstis herido? Al oir la you de gu amigo, el ciego se sintid a sal- vo y, rompiendo en sollozos, le conté las peripecias de la noche pasidi, jPobre, pobre Hoichi! — exclamé — jTodo ha sido culpa mia, mi lamentable culpa! Los textos sagrados estaban escritos en todo tu cuerpo, excepto las orejas. Confié en que el acdlito terminaria el trabajo... jFue un gran error @] no verificar que hubiera sido realizado a la perfeceién! Bueno, ya no hay nada que hacer. Tenemos que procurar que se curen tus heridas lo mas rapido po- sible, ;Animate, amigo! Ya paso el peligro y estos visi- tantes no te Molestaran nunca més. Hoichi pronto se recuperé con la ayuda de un buen médico y se hizo famoso cuando su historia se di- fundié hasta lugares fejanos. Muchos nobles viajaron hasta Akamagaseki para escucharle recitar y le Ilevaron generosos obsequios, de modo que pronto se hizo un hombre de fortuna... Pero desde lo ocurrido, fue conoci- do como Mimi nashi Hoichi, es decir, Hoichi, el misico sin orejas. EI cerezo de fa nodriza (Ubazakura) Hace trescientos afios, en un pueblo. llamado Asamimura, de la comarca de Onsengori, en la provincia de lyo, vivia un buen hombre Iamado Tokubei, Este To- kubei era el mas rico de la comarca y el alcalde del pue blo. Tenia suerte en casi todo, aunque llegé a los cwaren- ta afios sin haber conocido la felicidad de ser padre, Por este motivo, él y su esposa dirigieron muchas plegarias al dios Fudomyoo, que tenia un famoso templo llamado Saihoji en ese pueblo. Por fin sus oraciones fueron escuchadas: la espo- sa de Tokubei dio a luz una nifia muy linda, que recibid el nombre de O-Tsuyu. Como la madre no tenia suficien- te leche, contrataron a una nodriza llamada O-Sode para amamantar a la pequefia. O-Tsuyu crecié hasta convertirse en una hermosa muchacha, pero, a los quince aiios, se puso enferma y los médicos pensaron que iba a morir. Entonces, O-Sode, que queria a O-Tsuyu como si fuera su verdadera madre, fue al templo de Saihoji y rez6 con fervor a Fudomyoo para que se recuperase. Durante veintitm dias fue sin falta al templo para sus oraciones y, al final de este pe riodo, O-Tsuyu se recuperé de repente. 6 La casa de Tokubei se llené de alegria y para ce lebrar el feliz acontecimiento dio una fiesta a la que invi 16 a todos sus amigos. Pero esa misma noche O-Sode su frid un subito malestar. A la majiana siguiente el médico, llamado para que la atendiera, anuncié que estaba mu- tiendo. Entonces la familia, muy apenada, se reunié alre- dedor de su lecho para despedirla. Pero ella les hablé asi: — Ha llegado la hora de que os cuente algo que no sabiais. Mi oracién fue escuchada. Le pedi a Fu- domyoo morir en lugar de O-Tsuyu, y me concedié este gran favor. Por esto no debéis afligiros por mi muerte... Aunque quisiera pediros una cosa. Prometi a Fudomyoo que haria plantar un cerezo en el jardin de Saihoji en agradecimiento y conmemoracién. Ahora no me podré encargar de hacerlo, de modo que os ruego que cumplais esta promesa en mi lugar... Adids, queridos amigos, y nunca olvidéis que he sido feliz de morir por O-Tsuyu. Tras ef funeral de O-Sode, los padres de O-Tsuyu plantaron un joven cerezo — el mas hermoso que pudie- ron encontrar — en el jardin de Saihoji. El arbol crecié fuerte y lozano, y en ef decimosexto dia del segundo mes del siguiente afio — el aniversario de la muerte de O- Sode — se cubrié de flores maravillosas. Y asi lo conti- nué haciendo durante doscientos cincuenta y cuatro afios, siempre en la misma fecha. Sus flores, rosadas y blancas como genos de mujer, destilaban leche. Por eso la gente lo Hamaba Ubazakura, es decir, el cerezo de la nodriza. La estratagema (Kakehiki) Habian ordenado que la ejecucién tuviers lugar on el jardin de la mansion, de modo que el hombre fue Gon= ducido hasta alli y obligado a arrodillarse en un amplio espacio cubierto de arena, cruzado por una pasadera de piedras, de esas que todavia pueden verse en los jardines japoneses. Le amarraron los brazos a la espalda, Los vax sallos llevaron un cubo de agua y sacos de arroz llenos de gravilla, que amontonaron alrededor del hombre arrodi- llado, aprisionandolo de forma que no pudiera moverse El sefior lleg6 y observé los preparativos. Los encontrd satisfactorios y no hizo ningtin comentario. De repente, el condenado le hablo a gritos: — jHonorable sefior! No cometi a propésito la falta por la que he sido condenado. Fue mi gran estupidez, que la causo. Como mi destino me hizo nacer estipido, no puedo evitar caer siempre en errores, Pero matar a un hombre por su estupidez no es justo, y esta injusticia no quedara impune. Si me mata seré vengado; el resenti miento que me provoque la muerte causaré la venganza, y el mal sera pagado con el mal... El samurai sabia que si alguien es ejecutado mientras siente un profundo rencor, su fantasma se podri vengar del verdugo. — Permitiremos que nos aterrorices tanto como quieras después de tu muerte — replicé con gran amabi lidad — Pero no puedo creer que estés hablando en s Después de que te hayamos decapitado, ;podrias mos- tramnos tu resentimiento con algtin signo? — Desde Inego que lo haré — respondié el hom- rio. bre. — Excelente — dijo el samurai, desenvainando su larga espada — Ahora voy a cortarte la cabeza. Justo frente a ti hay una piedra de la pasadera. Después de que hayas sido decapitaco, trata de morderla. Si tu espiritu ai- rado te ayuda a hacerlo, algunos de nosotros puede que nos asustemos,., /,ntentards morderla? — jLa morderé! bramé el hombre con gran furia — jLo haré! jLa morderé! Se produjo un destello, un silbido, un golpe seco: el cuerpo atado se desplomé sobre los sacos de arroz. Dos largos chorros de sangre surgieron del cuello corta- do, y la cabeza todd sobre la arena. Rodd pesadamente hacia la piedra y, dando un salto repentino, atrapé el bor- de superior entre los dientes, se mantuvo aferrada con desespero unos instantes y cayé inerte. Nadie dijo una palabra, pero los vasallos se que- daron mirando horrorizados a su sefior. Sin embargo, él parecia muy tranquilo. Se limits a entregar la espada a su ayudante mis proximo que, con un recipiente de madera eché agua sobre la hoja, desde la empufiadura a la punta, y secé el acero cuidadosamente con varias hojas de suave papel. Y asi terminé el incidente En log meses siguientes, los vasallos y los criados vivieron en constante temor a la aparicién de un fantas- ma. Ninguno de ellos dudaba de que Iegaria la prometi- da venganza; y ese incesante miedo les hacia oir y ver muchas cosas que no existian. Le tomaron aprensién al sonido del viento entre los tallos de bambi, e incluso se asustaban con cl movimiento de las sombras en el jardin. Por fin, después de haberlo discutido todos juntos, deci- dieron pedir a su sefior que celebrara un servicio funera- rio para apaciguar al vengativo espiritu. —No hay ninguna necesidad — repuso el samu- rai, cuando el vasallo de mayor rango hubo expuesto la peticién general — Ya sé que el deseo de venganza de un hombre a punto de morir puede ser motivo de miedo; pe» ro en este caso no hay nada que temer. El hombre contempl6 a su sefior con una mirada suplicante, pero no se atrevié a preguntar el motive de esa alarmante confianza. — La raz6n es muy sencilla — declaré el samy- rai, adivinando la duda mantenida en silencio — Sdlo la ultima intencién de ese tipo pudo haber sido peligrosa, Cuando le desafié a mostrarme un signo, desvié su mente del deseo de venganza. Murié con la intencién de morder la piedra de la pasadera; y lo logr6, pero ya no hubo mis, Sin duda se olvidé del resto... Por lo tanto, no tenéis por qué sentir mas ansiedad por este asunto. Y asi fue. El hombre muerto no causdé ningtin problema. No acontecié nada en absoluto. i Anades mandarines (Oshidori) Un halconero y cazador Hamado Sonjo vivia en la comarca de Tamura no Go, en la provincia de Mutsi. Cierto dia salié a cazar y no consiguié ninguna pieza, Pe ro en su camino de regreso, en un lugar llamado Akatitir ma, encontré a una pareja de anades mandarines nadando juntos en el rio que estaba a punto de cruzar. Matar dna des mandarines — que desde tiempos remotos son el simbolo del afecto conyugal — no es bueno, pero Sonjo estaba tan hambriento que disparé a las aves. Su flecha atraves6 al macho. La hembra escapé entre los juncos de la orilla opuesta y desaparecio. Sonjo Ievd el anade muerto a casa y lo cocind. Aquella noche tuvo un suefio horrible. Le parecié que una hermosa mujer entré en su alcoba, se detuvo junto a la almohada y comenzo a llorar, Su Ilanto era tan amargo que, al escucharlo, Sonjo sintié que se le desga- rraba el corazén. — ¢Por qué, por qué lo mataste? — se lamenté la mujer — {Qué dafio habia hecho? En Akanuma éramos tan felices, jy ti lo mataste! ;Qué mal te caus6? Puedes imaginarte siquiera lo que hiciste? jOh! No sabes que acto tan cruel y malvado has cometido. También me has matado a mi, porque yo no podré vivir sin mi compailero. jSolo vine a decirte esto! Y volvid a llorar de nuevo, con una tristeza tan profunda que su voz penetré al hombre hasta la médula de los huesos. Entonces, entre sollozos, recité un poema: Al atardecer, lo Hamé en vano. En los juncos de Akanuma, iqué triste mi suefo solitario! — jAh, no sabes, no puedes imaginar lo que has hecho! — dijo al terminar los versos — Pero mafiana, cuando vayas a Akanuma, ya veras, ya veras... Partié en medio del Ianto mds conmoyedor. Cuando Sonjo se desperté a la mafiana siguiente, e! sue- fio habia dejado un recuerdo tan vivo en su mente que se sentia muy desazonado. Recordaba las palabras “Pero mafiana, cundo vayas a Akanuma, ya verds, ya veras...”. Decidid ir enseguida hacia alla para averiguar si todo eso habia sido algo mas que un suefio. Cuando Hegé a Akanuma y se acercé a la orilla del rio vio a la hembra nadando sola. En el preciso ins- tante el ave notd la presencia de Sonjo, pero en lugar de tratar de escapar nad6 en linea recta hacia él, mirandole fijamente de un modo extrafio, Entonces, con el pico, se desgarré el pecho y murié ante los ojos del cazador. Sonjo se afeité la cabeza y se retiré a un monas- terio, La historia de Aoyagi (Aoyagi monogatari) En la era Bunmei (1469-1486) hubo un joven se murai Namado Tomotada al servicio de Yoshimune Hie takeyama, sefior de Noto. Tomotada era oriundo de Mohi- zen, pero a temprana edad fue tomado como paje efi él palacio del feudal de Noto y educado bajo su supervision en la carrera de las armas. A medida que crecié demogtid ser tan buen estudioso como soldado, de modo que mantuvo el favor del feudal. Tenia un caracter amistoso, una charla vivaz y era muy apuesto, por lo que era adimi- rado y apreciado por sus compaiieros samurai. Cuando Tomotada tenia unos veinte afios fue en- viado en una misién confidencial a Masamoto Hosoka- wa, el gran feudal de Kioto, que era pariente de Yoshi- mune Hatakeyama. Como le habian ordenado que tomara la ruta de Echizen, el joven pidié y obtuvo el permiso pa» ra visitar a su madre viuda en el camino. Partié en la época mas fria del afio; la regién es- taba completamente nevada y, pese a que montaba un brioso caballo, su avance era lento. El camino pasaba por una comarca montafiosa, de pueblos pequefios y espacia- dos. Al segundo dia, tras una agotadora marcha de h se desanimé al darse cuenta de que no Ilegaria a su punto de parada hasta muy entrada la noche. Su inquietud esta ba justificada, ya que se acercaba una fuerte tormenta de nieve acompafiada de un viento gélido y el caballo mos- traba signos de agotamiento. Pero en ese dificil momen- to, Tomotada divisé el techo de paja de una choza cerea de la cima de una colina donde crecian los sauces. Apre- suré con gran esfuerzo al animal hacia la morada y llamo con fuerza a los postigos, cerrados como proteccidn del viento. Abrié una anciana que, viendo al apuesto extraiio, exclams llena de compasién: — {Qué pena! Un caballero viajando solo con un tiempo asi... Le ruego, joven amo, que tenga la bondad de entrar. Tomotada desmonto y, tras Hevar e] caballo a un cobertizo en la parte trasera de la casa, entrd y vio un hombre viejo y una muchacha, calenténdose junto a un fuego de astillas de bambi. Le invitaron con respeto a que se aproximara al fuego, calentaron sake? y prepara- ron alimentos para et viajero, a quien le preguntaron so- bre el motivo de su travesia. Entretanto, la moza desapa- recié deiris de un biombo. Tomotada se habia dado cuenta con sorpresa de que era muy hermosa, pese a que sus ropas estaban en un estado lamentable y su larga ca- bellera suelta y despeinada. Se pregunté por qué una be- Heza asi vivia en un lugar tan pobre y solitario. Honorable sefior... — dijo el anciano — El proximo pueblo se encuentra lejos y esté nevando mu- cho, el viento es penetrante y el camino malo, por esto continuar el trayecto esta noche podria ser una temeridad. Pese a que esta choza es indigna de su presencia y no po- demos oftecerle ninguna comodidad, quiza fuera mas se- guro que pernoctara bajo este miserable techo... Cuida- riamos bien de su caballo. Tomotada aceptd la humilde oferta, alegrandose en secreto por que le daria la oportunidad de ver mejor a la muchacha. Le trajeron una cena sencilla pero abundan- te, y la joven surgid de detras del biombo para servir el sake. Se habia cambiado a una vestimenta tejida a mano, tosca pero limpia, y peinado con cuidado su larga cabe- llera suelta. Cuando ella se incliné para llenar la copa, Tomotada no podia creer que tenia ante si a la mujer mas * Vino de arroz. hermosa que habia visto en su vida, y que sus movimien tos tenian una gracia digna de admiracién. Pero loa viejos se excusaron por ella. — Sefior, nuestra hija Aoyagi ha crevido en Ja reclusién de estas montaiias y no conoce nada sobre bue- nos modales, Le rogamos que disculpe su estupidez e ig- norancia. Tomotada protesté alegando que se consideraba muy afortunado de ser seryido por tan agraciada donce- lla. No podia apartar la vista de ella, aunque se dio cuenta de que su mirada de admiracion la ruborizaba, y no pudo probar ni el sake ni el refrigerio. yeas Buen caballero — hablé la madre —, le ruego que intente tomar y comer un poco, aunque nuestra rlisti- ca comida sea de lo peor, ya que debe haberse enfriado hasta los huesos con el fuerte viento. Para complacer a los ancianos, Tomotada hizo ui esfuerzo por comer y beber, pero el encanto de la much cha ruborizada crecia mas ante sus ojos. Conversé con ella y descubrid que sus palabras eran tan dulces como su rostro. Podria haber sido educada en las montafias, pero no cabia duda de que alguna vez sus padres ocuparon uni alta posicién ya que hablaba y se movia como una don: cella noble. {nspirado por el deleite de su corazén, se di rigid a ella con un poema, que también era una pregunta: Mientras iba de camino, encontré una flor. Y alli me anochecio, Antes del amanecer, équé alba resplandecia? Sin vacilar un instante, ella le respondid con los versos siguientes; Con la manga del kimono, ocultar la palida aurora. Y aunque fuera de mafiana, aqui mi sefor se quedara. Asi Tomotada supo que ella aceptaba su admira- cién, aunque fue menor la sorpresa por su arte en transmitir sus sentimientos con la poesia que la satisfac- cién que le procuré esta prueba. En ese momento tuvo la certeza de que no podia esperar encontrar en este mundo una muchacha mas hermosa y ocurrente que la campesi- na que tenia ante él. Una voz en su interior parecia gritar con apremio: “Toma esta suerte que los dioses han puesto en {uv camino!”. En suma, quedé hechizado a tal extremo que, sin ningun preambulo, pidid a los ancianos que le dieran a su hija en matrimonio, después de haber- les informado de su nombre, linaje y rango en el séquito del sefior de Noto. Los padres se inclinaron ante él, con exclamacio- nes de agradecida sorpresa. Honorable sefior... — dijo el hombre después de vacilar un poco — Usted es una persona de elevada posicién y nos ofrece un inmerecido honor, por esto no tenemos palabras para expresar nuestra profunda grati- tud. Nuestra hija es una campesina ignorante de baja cu- na, sin adiestramiento 0 educacién de ninguna clase, de modo que no seria apropiado permitir que fuera la esposa de un noble samurai. Tan slo hablar de este asunto pa- rece indebido... Pero ya que la nifia le gusta y ha perdo- nado sus maneras risticas y su falta de cortesia, se la en- tregamos gustosos como su humilde sirvienta, Sirvase, entonces, hacer con ella lo que mejor plazca a sti ilustre voluntad. Antes del amanecer ya habia pasado la tormenta y salié el sol por el despejado cielo del este. Incluso si Ao= yagi ocultara con la manga de su kimono la rosada aurora de los ojos de su enamorado, él no podia demorarse en reanudar el camino. Pero tampoco podia resignarse @ f¢- pararse de la muchacha, por eso, cuando concluyd los preparativos, se dirigié asi a los padres: — Aunque parezca ingrato al pedir mas de lo que ya recibi, les ruego de nuevo que me den a su hija por es posa. Me costaria mucho separarme de ella, y ya que esté dispuesta a acompafiarme, permitanme que me la lleve conmigo tal cual esta. Si me la entregan, siempre les tens dré la consideracién debida a unos padres... Y, mientras tanto, les suplico que acepten esta modesta prueba de agradecimiento por su tan amable hospitalidad. Diciendo esto, colocé ante sus humildes anfitrio~ nes una bolsa llena de monedas de oro. Pero el viejo, después de muchas reverencias, aparté con suavidad el obsequio. — Buen sefior, nosotros no necesitamos el oro y usted puede precisarlo durante su largo viaje con este frio — dijo — Aqui no tenemos nada para comprar, y no po driamos gastar tanto dinero aunque quisiéramos... En cuanto a la nifia, se la hemos entregado y le pertenece; no necesita nuestro consentimiento para Ilevarsela. Ya nos ha comunicado su deseo de acompaiiarle y de ser su sir- vienta hasta que esté djspuesto a tolerar su presencia. Somos felices al saber que se dignd a aceptarla y rezamos para que no tenga ningun contratiempo por nuestra causa. En un lugar asi no podemos ofrecerle las ropas adecua- das, y mucho menos una dote. Ademas, como somos viejos, de todos modos tendriamos que separarnos de ella pronto. Asi, hemos sido muy afortunados de que quisiera ocuparse de ella, En vano Tomotada intenté persuadirles de que aceptaran su obsequio; se dio cuenta de que el dinero no les interesaba er abgoluto, aunque estaban ansiosos por confiarle el destino de su hija, de modo que decidio mar- charse con ella. La sento en su caballo y se despidio de los ancianos con muestras de sincera gratitud. Honorable sefor — repuso el padre —, somos nosotros los que debemos estar agradecidos. Estamos se- guros de que sera bondadoso con nuestra nifia, y no nos quedamos preocupados por ella... wee Un samurai no se podia casar sin el consenti- miento de gu sefor, y Tomotada no podia esperar esta decision antes de haber cumplido con su misién, En esas circunstancias, tenia un fundado temor de que la belleza de Aoyagi pudicra atraer una atencién peligrosa y causara que alguien se la quisiera arrebatar. En Kioto intentd mantenerla oculta de ojos curiosos, pero en cierta ocasion un vasallo del feudal Hosokawa la vio, descubrid su te- lacion con Tomotada e informs a su sefior. Por este mo- tivo, el feudal un joven noble aficionado a rostros hermosos — ordend que Ievaran a la muchacha a pala- cio, a donde fue a rada sin ceremonia alguna. La tristeza de Tomotada no tuvo limites, pero sa- bia que no podia hacer nada. Era tan sélo el humilde mensajero del sefior de un feudo lejano, y, por el momen- to, se hallaba a merced de uno mucho mas poderoso, cu- yos deseos no podian ponerse en entredicho, Por otra parte, Tomotada sabia que habia sido insensato al mante» ner una relacion clandestina, censurada por el cddigo de la clase militar. No le quedaba mas que una esperanza que Aoyagi pudiera y deseara escapar y partir con él, Después de largas reflexiones, decidié enviarle una carta, Por supuesto, suponia un riesgo, ya que podia terminar en las manos del sefior y enviar una carta de amor a una mujer recluida en palacio era una ofensa imperdonable. Pero decidié probar suerte y compuso una carta en forma de poema chino, que encargé que le entregasen a ella, HI poema consistia en sdlo veintiocho ideogramas, pero en ellos expresaba toda la profundidad de su pasién y el dolor por la pérdida de su amada. El joven noble tras los pasos de la doncella, con fulgor de joya. Las lagrimas de la hermosa, han empapado sus ropas. El gran sefior de ella se enamoré, mi nostalgia profunda como el mar se volvid Y asi quedé abandonado, sdlo me resta vagar solitario. Al dia siguiente de enviar el poema, por la tarde, Hosokawa mando llamar a su presencia a Tomotada. [1 joven sospecho que habia sido traicionado; si asi fuera, s el feudal hubiese visto su carta, no podria escapar al cas tigo mas severo. — Ahora ordenaré mi muerte — pensé Tomota- da, colocando la espada al cinto y apresurandose hacia palacio — Pero no quiero seguir viviendo si no recupero a Aoyagi. De todas maneras, si me va a corresponder esta sentencia, por lo menos intentaré matar a Hosokawa. Cuando Ilégé a la sala de audiencias, vio a Hoso- kawa sentado sobre un estrado cubierto de esteras, ro- deado de samurai de alto rango, ataviados con sombreros y ropajes de ceremonia, Todos estaban tan callados como estatuas; mientras Tomotada avanzaba para rendir plei- tesia, el silencio era pesado y siniestro, como la calma ‘que precede a una tormenta. Pero Hosokawa bajo de la tarima y, tomindole del brazo, comenz6 a repetir las pa- labras del poema: “FI joven noble tras los pasos, de la doncella con fillgor de joya...”. Y cuando Tomotada le- vanté la vista, vio lagrimas bondadosas en los ojos del gran seflor, Entonces hablé Hosokawa: Como os amais tanto, he decidido autorizar vuestro matrimonio, en lugar de mi pariente, el sefior de Noto; y vuestra union se celebrard ahora en mi presencia. Los invitados ya se han reunido y estén preparados los regalos. EI feudal hizo una sefial y se abrieron las puertas corredizas que ocultaban otra estancia. Tomotada vio que se habian reunido para la ceremonia muchos cortesanos y que le esperaba Aoyagi, vestida de novia... Asi se la de. volvieron, y la boda fue alegre y espléndida. Los recién _ casados recibieron valiosos presentes del sefior y los miembros de su corte. ik Tomotada y Aoyagi vivieron felices durante cinco afios. Pero una mafiana, Aoyagi estaba conversando con su esposo sobre un asunto doméstico cuando lanzé un te- rrible grito de agonia y se quedé muy quieta y palida. My — Perdona que haya gritado de este modo, pero el dolor fue tan repentino... — dijo al poco rato con débil voz — Mi querido esposo, nuestra unién nos ha sido da da por alguna predestinacién en una existencia previi, y esta relacion feliz, creo que nos volvera a reunir en wii vida futura. Pero la nuestra actual ha terminado y esti mos a punto de separarnos. Repite unas oraciones por mi, ya que estoy muriendo. — jOh, qué fantasias tan alocadas! — exclamdé sorprendido — Seguro que sdlo se trata de una pequefia indisposicién, amada mia. Acuéstate un rato y descansa, seguro que pronto pasard. — jNo, no, estoy muriendo! jNo lo estoy imagi- nando, lo sé! No soy humana. E| espiritu de un drbol es mi espiritu, el corazén de un arbol es mi corazon, la savia de un sauce es mi vida. Y en este momento cruel alguien esta cortando mi arbol, jpor eso debo morir! No tengo ya fuerzas ni para Morar. jRapido, rapido, reza por mi,,,! jAaah! Con otro grito de dolor volvid su hermosa cabeza y traté de ocultar su rostro con la manga del kimono, Pe TO en ese preciso instante su forma se desplomé de un modo extrafio. Tomotada salt6 para sujetarla, mas ya no habia nada que sujetar... Sobre las esteras slo quedaban las vestimentas vacias y los omamentos del cabello de la hermosa criatura; el cuerpo habia dejado de existir.., : Tomotada se afeité la cabeza, hizo los votos bu- distas y se convirtié en un monje peregrino. Viajé por to das la provincias del imperio y ofrecié plegarias por el espiritu de Aoyagi en todos los lugares sagrados que 16. Cuando Ileg6 a Echizen, buscé la casa de los padres de su amada. Pero al llegar al lugar solitario entre las co- linas, donde debfa encontrarse, vio que la choza habia desaparecido, Ni siquiera era posible adivinar el punto exacto donde se levantd. Solamente hab{a los tocones de tres sauces — dos arboles viejos y uno joven —, que habian sido cortados mucho antes de su llegada. Junto a ellos erigio una tumba conmemorativa, con inscripciones de textos sagrados y alli celebré muchos servicios budistas por los espiritus de Aoyagi y sus padres, Riki, el idiota (Rikibaka) Su nombre era Riki, que quiere decir “fuerza”, pero todos le Ilamaban Rikibaka, que significa Riki, el simple, o Riki, el idiota, porque desde su nacimiento vi- vié en un estado de perpetua infancia. Por esta misma ti» z6n eran amables con él, incluso cuando incendié una oa sa al encender con una cerilla un mosquitero y palmoted: de alegria al ver las llamas. A los dieciséis afios era un muchacho alto y fuer: te, pero su cabeza permanecié en la feliz edad de dos afios, y por eso continué jugando con los nifios mas pe quefios. Otros mas mayores del vecindario, de cuatro a siete afios, no tenian ningun interés en relacionarse con él ya que no podia aprender sus canciones y juegos. Su jus guete favorito era el mango de una escoba, que usaba como un caballo. Podia pasar varias horas montado en ese palo, subiendo y bajando la cuesta frente a mi casa, y muriéndose de risa. Pero al final hacia tanto ruido que se hizo molesto y le tuve que pedir que jugara en otra parte. Hizo una reverencia sumisa y se marcho, arrastrando con tristeza el mango de la escoba. Siempre era amable y completamente inofensivo, si no se le dejaba jugar con fuego, de modo que casi nunca era motivo dé quejas. Su relacién con la vida en nuestra calle era poco mayor que la de un perro o una gallina, y no lo eché de menos cuan- do por fin desaparecié. Pasaron muchos meses antes de que aconteciera algo que me recordara a Riki. — {Qué ha sido de Riki? — pregunté al viejo le- fiador, que nos procura combustible a los del vecindario. Me vino a la cabeza que con frecuencia le ayudaba a car- gar los haces de lefia. — (Riki, el idiota? — pregunto el anciano —|Ah, si! Murié hace casi un afio, de repente. Los médicos dije- ron que fue por alguna enfermedad del cerebro. Y ahora cuentan una extrafia historia acerca del pobre Riki. Cuando murid, su madre escribié su nombre en la palma de Ja mano izquierda y rezo mucho para que renaciera en una situacion mis afortunada. Hace cerca de tres meses, en la ilustre residencia de ciertos sefiores, en Kojimachi, nacido uni nile con unos caracteres escritos en la mano iz- quierda: se leia con claridad Riki, el idiota. Supusieron que el nacimiento estaba relacionado con las plegarias de alguien y preguntaron por todas partes. Por fin, el vende- dor de verduras les conté que en el barrio de Ushigome hubo un michacho simplén llamado Riki, el idiota, que murié el pasado otofio, y enviaron a dos sirvientes para buscar a la madre del fallecido. Cuando la encontraron, le contaron lo acontecido y ella se puso muy contenta, ya que la casa de aquellos sefiores era muy préspera y co- nocida, Pero los sirvientes le dijeron que la familia estaba muy ofendida de que apareciera “el idiota” en la mano del niiio, {Donde esta enterrado Riki? — indagaron los sirvientes. En el cementerio de Zendoji — respondié ella. Le rogamos que nos dé un poco de barro de su tumba — pidieron La mujer les acompaiié al templo de Zendoji y les mostré la tumba de Riki. Ellos tomaron un poco de barro de ella y lo envolvieron en un pafiuelo. Después le dieron a la madre un poco de dinero, diez yenes. — {Para qué querian el barro? — pregunté. — Bien, sabes que no podian dejar crecer al nifio con ese nombre en la mano — repuso el viejo — Y existe un sdlo modo de borrar los caracteres que aparecen en el cuerpo de un nifio: hay que frotar la piel con barro obtenido de la tumba de su previa existencia. El devorador de hombres (Jikininki) En cierta ocasidn, Kokushi Muso, monje de una secta zen, viajaba solo por la provincia de Mino cuando se perdié en una Zona montaiiosa y no encontrd a nadie que le indicara ¢l camino. Durante mucho rato vag6 sin rumbo y ya empezaba a perder las esperanzas de encon- trar cobijo para la noche cuando divisé, en la cima de una colina iluminada por los Ultimos rayos de sol, una peque- fia choza de las que construyen los monjes ermitafios. Pa- recia estar en Un estado ruinoso, pero se apresuré ansioso hacia ella y descubrid que estaba habitada por un anciano monje, a quien le rogd que le diera alojamiento por la noche, Se lo negd con brusquedad, aunque le indicd que en un poblado del valle contiguo podria obtener techo y alimentos Muso hallé la aldea, que consistia en menos de una dovena de cabaiias, y fue acogido con amabilidad en la casa del jefe del poblado. Cuando Ilegé, en la habita- cién principal estaban reunidas unas cuarenta o cincuenta personas, pero fue conducido a una pequefia estancia se- parada, donde le ofrecieron comida y cama. Como estaba agotado se acosté temprano, pero poco antes de media- noche se despert con el sonido de un fuerte Ianto en Ia habitacién contigua, Entonces las puertas corredizas se abrieron con suavidad y un hombre joven, que Ilevaba en la mano una linterna de papel, entrd y le saludé. — Reverendo sefior, lamento informarle de que me he convertido en el jefe del poblado — dijo — Hasta ayer era tan sdlo el hijo mayor. Cuando Ilegé aqui tan cansado no quisimos incomodarle contandole que mi pa- dre habia muerto pocas horas atras. Las personas que vio en la otra habitacién son los habitantes de esta aldea que se han reunido para dar el ultimo adiés al muerto. Pero ahora se marcharan a otro pueblo, a unos cineo kildme tros, ya que tenemos por costumbre no pasar la noghe aqui cuando ha muerto alguien. Hacemos las ofiendas y recitamos las plegarias debidas y después nos vamos, dejando el cuerpo solo. En estas ocasiones siempte Ot tren cosas extrafias, por esto, creemos que es mejor que venga con nosotros. Le encontraremos un buen aloja- miento en el otro pueblo. Si, como monje, no teme 4 low demonios 0 espiritus malignos, ni quedarse a solas eon el cadaver, considérese muy bienvenido en esta pobre mo= rada. Sin embargo, debo advertirle que nadie, excepto un monje, se atreveria a pasar hoy la noche aqui. — Le agradezco sus buenas intenciones y generd- sa hospitalidad — repuso Muso — Pero siento que no me contara sobre el fallecimiento de su padre cuando Ile- gué. Estaba cansado, pero no tanto como para no poder cumplir con mis obligaciones de monje. Si lo hubiera sabido, celebraria un servicio antes de su partida, En todo caso, lo haré después y permaneceré en vela junto al cuerpo hasta que amanezca. No sé qué significan sus pi labras acerca del peligro de quedarme solo, pero no tengo miedo de fantasmas ni demonios. de modo que no pasen cuidado por mi. El hombre se alegré de escuchar al monje y ex presé su gratitud como era debido. Entonces otros farni liares y los demas reunidos, tras conocer la amable pro. mesa del monje, se acercaron a saludarle. Después hablé de nuevo el duefio de la casa: — Ahora, reverendo sefior, pese a que lamenta- mos dejarlo solo, tenemos que despedimos. La regla de nuestro pueblo no nos permite quedarnos después de la medianoche. Le rogamos, por lo tanto, que se cuide mu- cho mientras nosotros no nos podamos ocupar de aten- derle. Y si durante nuestra ausencia escucha o ve algo extrafio, por favor cuéntenoslo cuando regresemos por la manana. Todos se marcharon, excepto el monje, que entré en la habitacidén donde reposaba el fallecido. Ante é1 se encontraban las ofrendas habituales y estaba encendida una linterna budista, Muso celebré el servicio y las cere- monias funerarias y se puso a meditar. Asi permanecié varias horas, sin que se produjera ningun sonido en el pueblo abandonado, Pero cuando el silencio de la noche era mds profundo, entré una forma, imprecisa y enorme, cuya presencia desposey6 al monje de la facultad de mo- verse © hablar, Vio como levantaba el cuerpo en el aire, igual que si ut ‘a las manos, y lo devoraba con mas rapidez que un gato un raton, Empezo por la cabeza y se comié todo; el pelo, los huesos ¢ incluso la mortaja. Después de terminar con el cadaver, la monstruosa cria- tura engulld las ofrendas y se esfumé tan misteriosamen- te como habia aparecido. Cuando los aldeanos regresaron a la mafiana si- guiente, encontraron al monje esperandoles junto a la puerta de la casa del jefe del poblado. Todos le saluda- ron, y cuando entraron en Ja casa y miraron en la habita- cién, nadie expres6 sorpresa por la desaparicion del cuerpo y las ofrendas. — Reverendo sefior, sin duda ha presenciado co- sas desagradables esta noche. Todos estabamos preocu- pados por usted — dijo el duefia de la casa — Nos ale- gramos mucho de verle sano y salvo. Si hubiera sido po- sible, nos hubi¢semos quedado a acompafiarle con mu- cho gusto. Pero, como le expliqué la noche pasada, la norma nos obliga a salir de nuestras casas después de una muerte y dejar el cuerpo solo. Cuando se ha infringido, nos han acontecido grandes desgracias. Siempre que se obedece, el cuerpo ha desaparecido a la mafiana siguiens te. Quiza usted conozca la causa. Entonces Muso les contd sobre la vaga y espanto- sa forma que entré en la habitacién para devorar al muerto y las ofrendas. Nadie parecié sorprendido por ai telato. — Lo que nos cuenta, reverendo sefior, coincide con lo que se decia desde mucho tiempo atras — observ el duefio de la casa. — ~No celebra funerales por sus muertos el monje que vive en la colina? — indagéd Muso. — {Qué monje? — pregunto el hombre. — El monje que ayer por la tarde me indicé el camino a este pueblo — repuso — Llamé a la puerta de su choza en aquella colina. No quiso darme alojamiento, pero me dijo como llegar aqui. Todos se miraron entre si con gran sorpresa y, después de un momento de silencio, hablé el duefio de la casa. — Reverendo sefior, no vive ningiin monje en la choza de la colina. Durante muchas generaciones no ha habido ningin monje residente en este vecindario. Muso no dijo nada mas, ya que era evidente que sus amables anfitriones le creian engafiado por un duen de. Pero después de haberse despedido y preguntado el camino, decidié echar una nueva ojeada a la choza en la colina. La encontro sin dificultad y esta vez su anc ocupante le invité a entrar. Cuando asi lo hizo, e] ermita- fio se postré humildemente ante él. — jEstoy avergonzado! jMuy avergonzado! jAvergonzado en extremo! no — No tiene que sentirse asi por haberme negado el alojamiento — replicé Muso — Me indicé el camino hacia aquel pueblo, donde me trataron con gran amabili- dad, y le agradezeo el favor. — No puedo dar cobijo a un ser humano — alegé — Y no estoy avergonzado por esto. Lo que me aver- giienza es que me haya visto en mi forma real... Fui yo quien devord ¢! cadiver y las ofrendas la noche pasada ante sus ojos, Sepa, reverendo sefior, que son un jiki- ninki, un demonio devorador de came humana. Apiddese de mi y soporte la confesién del pecado que me condend aeste estado, Y asi hablo el anciano: Mucho, mucho tiempo atrés fui un monje en esta remota region, No habia otro en muchas leguas a la redonda, de modo que los montafieses me traian los cuerpos de los fallecidos, a veces de grandes distancias, para que celebrara los oficios sagrados. Pero llevaba a cabo estos oficios y demas ritos sélo como negocio, pen- sando en las vestimentas y los alimentos que mi sagrada profesion me permitia obtener. Fue por causa de esta falta de piedad egoista que, inmediatamente después de mi muerte, renaci como un diablo devorador de carne humana. Desde entonces he estado condenado a alimen- tarme de los cuerpos de la gente que muere en esta co- marca: tengo que devorar cada uno de la misma forma que presencid la noche pasada. Por eso ahora, reverendo sefior, le ruego que celebre un servicio religioso para li- brarme de mi condicién de espiritu hambriento. Ayide- me con sus plegarias, se lo suplico, para que pueda esca- par de esta horrible existencia... Tan pronto como hubo formulado su peticién, el ermitafio y la choza desaparecieron. Kokushi Muso se encontré solo, arrodillado en la alta hierba junto a una antigua tumba cubierta de musgo. Parecia la de wn mon je, ya que en ella estaban representados los cinco elemen- tos misticos: éter, aire, fuego, agua y tierra. EI secreto de un muerto (Homurareta himitsu) Mucho tiempo atras, en la provincia de Tamba, vivia un rico comerciante llamado Gensuke Inamuraya. Tenia una hija llamada O-Sono. Como era muy inteligen te y hermosa, pensd que seria una lastima dejarla crecer solo con las ensefianzas de maestros rurales, y asi la en» vid, en compafiia de sirvientes de confianza, a Kioto, donde podria recibir instruccién en maneras galantes, como las sefioras de la capital. Después de esa educaciin, fue casada con un amigo de la familia — un comerciante llamado Nagaraya —, vivid feliz con él durante casi cua» tro aflos y tuvieron un hijo. Pero O-sono se enfermé y murié el cuarto afio después de la boda. La noche del funeral, el hijo pequefio dijo que ella habia regresado y se encontraba en la habitacién de arri+ ba. Sdlo sonreia y no le hablaba, de modo que se asusté y salié corriendo. Entonces unos parientes subieron a la estancia que habia sido de O-Sono, y se quedaron muy sorprendidos al ver la figura de la fallecida madre a la luz de una pequefia lampara encendida frente al altar fami- liar. Se encontraba frente a la comoda en la que estaban guardados sus accesorios y vestimentas. La cabeza y los hombros se distinguian con claridad, pero a partir de la cintura la figura se difuminaba hasta hacerse invisible, era como un reflejo imperfecto de ella, tan transparente como una sombra en el agua. Alarmados, los familiares salieron de la habita- cion. Se reunieron abajo para deliberar sobre el asunto. — Una mujer esta apegada a sus pequefias cosas, y O-Sono sentia especial afecto por sus pertenencias dijo la suegra de la muerta — Quizd haya regresado para echarles una mirada. Muchos fallecidos hacen lo mismo, salvo si sus cosas han sido donadas al templo. Si ofrece- mos los kimonos y fajas quizd su espiritu encuentre la paz. Acordaron hacerlo lo antes posible. La majiana siguiente vaciaron los cajones y Llevaron todos los acce- sorios y kimonos al templo. Pero O-Sono regresé por la noche y se quedd contemplando la cémoda igual que la vispera. Asi lo hizo la noche siguiente, la otra, y todas las que sucedieron, de modo que en la casa reinaba el miedo. La suegra de O-Sono fue al templo y contd al monje titular lo acontecido, pidiéndole consejo sobre qué hacer con el fantasma. El templo era zen y el monje, Ila- mado Osho Daigen, era un anciano de gran sabiduria. Tiene que haber algo que la preocupa, dentro o cerca de la eémoda — dijo. Pero hemos vaciado los cajones y no queda nada — replicd la mujer, ya entrada en afios. Bien, esta noche iré a su casa y me quedaré vigilando, a ver qué puede hacerse — explicé Osho Dai- gen — Debera dar instrucciones para que nadie entre en la habitacion mientras me encuentre alli, a no ser que llame. ‘Tras la puesta del sol, Osho Daigen fue a la casa y encontrd la habitacion preparada para su visita. Perma- necié solo leyendo sutras y no ocurrié nada hasta la hora de la rata, entre medianoche y las dos de la madrugada. Entonces la figura de O-Sono se perfilé con claridad frente a la cémoda. Su rostro tenia una expresién melan- célica mientras mantenia los ojos fijos en el mueble. El monje recit6 la formula sagrada prescrita para tales casos y se dirigid a O-Sono utilizando su nombre postumo. — He venido para ayudarte. Quiz haya algo en la comoda que te preocupe. {Quieres que te lo busque? — dijo. La sombra parecié asentir mediante un ligero movimiento de cabeza, El monje se levanté y abrid el caj6n superior. Estaba vacio. Sucesivamente abrié el se- gundo, el tercero y el cuarto; buscé con cuidado por de» tras y por debajo y en todo el interior de la comoda, aun~ que no encontré nada. Pero la figura permanecié obser vando con la misma expresién. — Qué puede querer? — se pregunté el monje, De repente, se le ocurrié que podia haber algo es- condido bajo el papel con el que estaban forrados los cajones. Sacé el forro del primer cajén y no aparecié na da. También del segundo y el tercero, y tampoco. Bajo el del cuarto encontré una carta, — jEra esto lo que te preocupaba? — preguntd, Ella se limito a hacer una reverencia. — La quemaré maiiana en el templo, a primera hora — prometié — Y no la leerd nadie, excepto yo. La figura sonrié y desaparecié. Estaba amane ciendo cuando el monje bajé las escaleras y encontrd a los familiares esperando ansiosos. — No os preocupéis — anuncié —, no apareceré nunca mas. Y asi fue. El monje quemé la carta: era una decla racién de amor que recibié O-Sono cuando estudiaba en Kioto. Pero sdlo él supo de qué se trataba, y se Ilevé el secreto a la tumba. La historia de 0-Tei (Otei no hanashi) Mucho tiempo atras, en la ciudad de Niigata, de la provincia de Echizen, vivid un hombre llamado Chosei ‘Nagao. Nagao era el hijo de un médico y fue educado en la profesién de su padre. A temprana edad fue prometido a una nifia Hamada O-Tei, hija de uno de los amigos de su padre, y ambas familias acordaron que la boda se ce- lebraria tan pronto como Nagao terminara los estudios, Pero O-Tei tenia una salud fragil y a los quince afios la atacé una grave enfermedad. Cuando se dio cuenta de que iba a morir, llamé a Nagao para despedirse. — Querido Chosei, estabamos prometidos desde la infancia, y debiamos casarnos a final de este afio — le dijo, cuando se arrodillé junto al lecho — Pero ahora voy a morir,.. Los dioses saben lo que es mejor para nosotros. Si pudiera vivir unos afios mas, quiza causara problemas y sufrimiento a los demas. Con este cuerpo tan fragil no podria ser una buena esposa; por esto, incluso el desear vivir por ti seria una muestra de egoismo. Estoy resigna- da a morir y quiero que me prometas que no sufrirds. Ademéas queria decirte que pienso que nos encontraremos de nuevo. — Por supuesto que nos veremos, y en el paraiso nunca nos tendremos que separar — repuso Nagao con la mayor seriedad. — jNo, no! — respondié ella con dulzura — No me referia al paraiso. Creo que nos reuniremos de nuevo en este mundo, pese a que me enterraran mafiana. Nagao la contemplé asombrado y vio que ella sonreia ante su expresion. — Si, quiero decir en este mundo, en la vida ac- tual, Chosei — continué con su voz gentil y sofiadora Por supuesto, en el caso que ti lo desees. Claro que para eso tengo que nacer nifla y convertirme en mujer. Ten- dras que esperar whos quince o dieciséis afios. Es mucho tiempo... Pero, prometido mio, ahora sélo tienes dieci- nueve afios.., — Mi prometida, esperarte sera para mi mas gozo que deber — dijo tiernamente, deseoso de confortarla en sus Ultimos momentos — Estamos destinados el uno al otro desde have siete vidas. ~~ {Acaso lo dudas? — preguntd ella, observan- do su rostto, —- Querida mia — repuso —, dudo si seré capaz de reconogerte en otro cuerpo, bajo otro nombre, a no ser que tt: me des un indicio. — No puedo — dijo — Solo los dioses y Buda saben edmo y donde nos volveremos a encontrar. Pero estoy segura, muy, muy segura, de que si ti no me recha- zas podré regresar a ti. Acuérdate de estas palabras... Coxd de hablar y cerrd los ojos. Habia muerto. Nagao profesaba un sincero afecto por O-Tei y sintié gran dolor, Encargé una tablilla mortuoria con el nombre pdstumo de ella, la colocé en el altar familiar y cada dia le hizo ofrendas. Pensé con frecuencia sobre lo que le habia dicho antes de morir y, para complacer a su espiritu, escribié una promesa solemne de casarse con ella si pudiera regresar a él con otro cuerpo. Estampé en la misiva su sello personal y la colocé en el altar, junto a la tablilla. Sin embargo, como Nagao era hijo tinico, tenia la obligacién de casarse. Pronto tuvo que ceder a los deseos de la familia y aceptar una esposa elegida por su padre. Después de la boda continué haciendo ofrendas ante la tablilla de O-Tei y nunca dejé de recordarla con afecto. Pero poco a poco la imagen se hizo mas tenue en su me- moria, como un suefio dificil de recordar. Y pasaron los aflos... En ese tiempo le acontecieron muchas desgraciis. Sus padres murieron, después su esposa y unico hijo, Y asi se encontré solo en el mundo. Abandoné el hogar de solado y partié en un largo viaje, con la espera de olvidar sus pesares. Cierto dia, en medio del trayecto, lego a Thao, una aldea de montaiia, famosa todavia por las aguas ter males y el hermoso paisaje. En el hostal donde se hospe= dé le atendié una moza; con sdlo verla, el corazén de Nagao latié como jams lo habia hecho. Se parecia tanto a O-Tei, que tuvo que pellizcarse para convencerse de que no estaba sofiando, En las idas y venidas, trayendo fuego y comida, o arreglando la habitacion del huésped, cada actitud y movimiento le evocaba agradables recuer dos de la muchacha a quien estuvo prometido de joven, Cuando le habl6, ella respondié con una voz dulce y clit ra, que le entristecié con pesares pasados. — Hermana, te pareces tanto a una persona que conoci mucho tiempo atras, que me quedé muy sorpren dido cuando entraste en la habitacién. Disctlpame 4 (¢ pregunto de dénde vienes y cual es tu nombre, La muchacha repuso enseguida, con la inconfi dible voz de los muertos. — Mi nombre es O-Tei y ta eres Chosel Nagao de Echigo, mi prometido. Hace diecisiete afos mori en Niigata y ti me hiciste una promesa por escrito de oagarte conmigo si pudiera volver a este mundo con cuerpo de mujer, la sellaste y la colocaste en el altar familiar, junto ala tablilla con mi nombre péstumo. Por eso he vuelto Tras estas palabras, se desplom6 inconselente Nagao se casé con ella y fueron felices. Pero ella nunca recordé el haber respondido de esa forma a su pre- gunta en Ikao, ni tampoco nada relacionado con su ante- rior existencia. Bl recuerdo de su previo nacimiento se habia despertado misteriosamente por el encuentro, pero después se perdid para no reaparecer nunca mas. La aparicion (Mujina) En el barrio de Akasaka, en Tokio, existe una cuesta llamada Kii no Kuni, aunque no sé por qué se !la- ma asi. A un lado de la cuesta se puede ver un antiguo foso, profundo y muy ancho, con orillas verdes y empi- nadas que se levantan hasta unos jardines; al otro lado se extienden las largas y majestuosas paredes del palacio imperial. Antes de que Ilegaran las farolas y los jinyt- kisha, esos carritos tirados por hombres para el transporte de pasajeros, el vecindario era muy solitario tras la puesta del sol. Los caminantes a los que se habia hecho tarde, se desviaban leguas de su camino para evitar subir solos esta cuesta en la oscuridad. Sélo a causa del rumor de que la aparicion de un mujina solia deambular por alla, E] ultimo hombre que lo vio fue un anciano co- merciante del barrio de Kyobashi, fallecido unos treinta aiios atras. Esta es la historia que me conto... Cierta noche, a altas horas, se apresuraba por 1a cuesta de Kii no Kuni, cuando observé junto al foso una mujer en cuclillas Horando amargamente. Temiendo que se tirara al agua, se acercé para ofrecerle ayuda y consue lo, Su aspecto era fragil y distinguido, y estaba ataviada con vestiduras elegantes; el peinado era el de una mucha cha de buena familia. — Seiiorita... — dijo aproximandose — Seforita, no Hore de este modo. Cuénteme qué la aflige y con mu cho gusto hare lo posible por ayudarla. Al ser un hombre de buen corazén, le ofrecid auxilio con toda sinceridad. Pero ella continué llorando, ocultando el rostro tras una de las largas mangas de su kimono. — Sefiorita, jescticheme, por favor! — insistié, con la mayor amabilidad — Por la noche éste no es un lugar adecuado para una sefiorita. No lore, se lo ruego. Sélo digame qué puedo hacer por usted. Ella se leyanté despacio, aunque le dio la espalda, y continué gimiendo tras la manga del kimono. — (Sefiorita, sefiorita! Escticheme un instante — dijo, colocando la mano sobre su hombro — jSefiorita, sefiorita! Entonces la damisela se volvié hacia él, dejo caer Ja manga y se pasd la mano por el rostro: el hombre vio que no tenia ojos, nariz ni boca. Grité y salié corriendo. Subié a todo correr por la cuesta de Kii no Kuni; todo parecla vacio y negro a su alrededor. Continud co- rriendo, sin atreyerse a mirar atras. Por fin vio una linter- na tan alejada que parecia apenas el brillo de una luciér- naga y cortié en pos de ella. Era la luz de un vendedor ambulante de fideos que se habia instalado al borde del camino, Pero, después de esa experiencia, cualquier compaiila humana era de agradecer. jAh, ah, ah! — jaded, echandose a los pies del vendedor, jEh, eh! ;Qué demonios le ocurre? gLe han atacado? —— exclamé el vendedor. No, nadie me hizo nada — repuso con el aliento entrecortado — Sélo... ;Ah, ah! — {Le han dado un susto? — indago en tono as- pero — ,Ladrones? — No, ladrones no... — explic6 casi sin voz el hombre aterrorizado — Vi..., vi una mujer junto al foso y me mostr6... ;Ah, no puedo ni contarle lo que vi! — jNo me diga! ,,Fue algo ASI que le mostré? grité el vendedor de fideos, pasdndose la mano por el rostro, que tomé la apariencia de un huevo. Y eh eae preciso instante se apage la luz. Cabezas voladoras (Rokuro kubi) Unos quinientos afios atras, hubo un samurai Ila- mado Heitazaemon Taketsura Isogai, al servicio del se- fior feudal Kikuchi, de Kyushu. Isogai habia heredado de sus antepasados guerreros una aptitud natural para las artes bélicas y una enorme fortaleza. Cuando todavia era nifio ya sobrepasd a sus maestros en el arte del manejo de la espada, el arco y la lanza, y mostré todas las habilida- des propias de un audaz soldado. Mas tarde, en la guerra de Eikyo — en la primera mitad del siglo XTV — tuvo una actuacion tan destacuda que fue colmado de honores. Pero cuando la familia Kikuchi cayé en desgracia, Isogai se encontré sin sefior. Podria haber entrado sin dificultad al servicio de otro feudal, sin embargo, como nunca bus- cé su propio prestigio y permanecié leal a su antiguo se- flor, tomdé la decision de apartarse del mundo. Y asi se afeito la cabeza y se convirtié en un monje peregrino después de haber tomado el nombre budista de Kairyu. Pero siempre, bajo las vestimentas de monje, Kai- ryu mantuvo vivo el espiritu de samurai. Al igual que en afios anteriores habia desafiado el peligro, ahora no se dejaba arredrar por las inclemencias del tiempo en cual- quier estacion para aventurarse por lugares donde ningtin otro monje llegaba para predicar las ensefianzas divinas. Porque aquélla era una época de violencia y desorden, y los caminos eran inseguros para los viajeros, incluso si eran monjes. En su primer viaje, Kairyu tuvo ocasién de visitar la provincia de Kai. Cierto dia, mientras viajaba por las montafias de esa zona, se le hizo oscuro en un lugar a muchas leguas de cualquier poblado. Se resigné a pasar la noche bajo las estrellas y, habiendo encontrado un lu- gar apropiado cubierto de hierba, se dispuso a dormir. Nunca habia sido amigo de comodidades, de modo que incluso una roca era tin lecho apropiado para él si no en- contraba nada mejor, y una raiz de pino le servia de al- mohada. Tenia el cuerpo de acero, y jamas le preocupé el rocio, la Iuvia, la escarcha o la nieve. Se acababa de acostar cuando se aproximé un hombre por ¢! camino, llevando un hacha y un enorme haz de lefia, Cuando vio a Kairyu tendido, el lefiador se detuvo y, después de contemplarlo un momento en si- lencio, se dirigié a él con gran sorpresa. — ,Quién es usted, buen caballero, que se atreve a dormir en un lugar como éste? Por aqui hay muchos fantasmas, muchos... ;Acaso no teme a los seres pelu- dos? Amigo mio — repuso en tono jovial —, sdlo soy un monje peregrino, un “huésped de las nubes y del agua”, como nos llama la gente. Y no tengo el mas mi- nimo temor de seres peludos, si se refiere a zorras y tejo- nes encantados o a criaturas similares. Ademas, me gus- tan log sitios solitarios: son apropiados para la medita- cién, Estoy acostumbrado a vivir al aire libre y he aprendido a nunca temer por mi vida. Sin duda es un hombre valiente, reverendo monje — repuso el campesino —, jacostarse en un lugar asi! Tiene mala fama, muy mala. Como dice el prover- bio, “el hombre superior no se expone a peligros innece- sarios”, y le aseguro, sefior, que es muy arriesgado dor- mir aqui, Mi casa es sélo una cabafia ruinosa con techo de paja, pero le ruego que venga a pasar la noche. En cuanto a comida, siento no tener qué ofrecerle, pero, por lo menos, cuente con un techo para dormir a salvo. Hablé con la mayor seriedad y Kairyu, complaci- do con esta amabilidad, acepté el modesto ofrecimiento. El lefiador le guié por un sendero que salia del camino principal y subia por una montafia cubierta de bosque. Era una senda escarpada y peligrosa, unas veces bor- deando precipicios, otras sin mas lugares donde hacer pie que una resbaladiza maraj\a de raices, y otras mas avan- zando sobre o entre masas de rocas afiladas. Pero por fin Kairyu se encontré en un claro en la cima, sobre el que brillaba la luna Ilena y vio una choza con techo de paja, cuyo interior estaba alegremente iluminado. E] lefiador le condujo a un cobertizo detris de la casa, al que llevaba el agua mediante una canalizacion de bambi del vecino arroyo, y ambos se lavaron los pies. Mas alld del coberti- zo habia un huerto y un bosquecillo de bamba. Entre los Arboles se vislumbraba una alta cascada que, a la luz de la luna, ondeaba como un largo velo blanco. Al entrar a la choza con su guia, Kairyu percibio cuatro personas, hombres y mujer calentandose las manos en el brasero hundido en el suelo de la habitacion principal, quienes hicieron una profunda reverencia y le saludaron con gran respeto, El monje se pregunté cémo personas tan pobres, viviendo en un lugar tan remoto, sabian hacer un saludo tan cort — Son buena gente — se dijo — y sin duda han aprendido de alguien bien versado en maneras gentiles, Volviéndose hacia el duefio de la casa, Kairyu hablo: — Por el refinamiento de su conversacién y la re- cepcién tan amable que me han ofrecido en su casa, imagino que no siempre ha sido lefiador. gQuiza en un pasado pertenecié a una clase alta? —— No se equivoca, sefior — repuso el lefador sonriendo — Pese a que vivo de la forma que usted pue- de ver, mucho tiempo atras gocé de cierta distincién. Mi historia es la de una vida arruinada, arruinada por mi propia culpa. Me encontraba al servicio del feudal, en una posicién nada desdefiable. Pero también me gustaban la bebida y las mujeres, lo que me hizo actuar de forma indebida. Mi egolsmo caus6 la ruina de nuestra casa y la muerte de muchas personas. Me llegé el castigo y duran- te muchos afios llevé una vida de fugitivo. Ahora rezo con frecuencia para que, de alguna manera, pueda reme- diar el mal que hice y restablecer la casa ancestral, aun- que me temo que nunca encontraré el modo de hacerlo. Sin embargo, trato de superar mi predestinacién a los errores con el arrepentimiento sincero y ayudando en lo que puedo 4 los menos afortunados. Estimado amigo — dijo Kairyu, complacido ante los buenos propésitos —, he tenido ocasién de ob- servar qjuie quienes fueron en su juventud inclinados a de- satinos, pueden convertirse en su madurez en personas muy rectas, Ein los sagrados sutras esta escrito que los de peor comportamiento se pueden transformar en los de mejor hacer por la fuerza de voluntad. No dudo de que tiene un buen coraz6n y espero que mejore su fortuna. Esta noche recitaré unas plegarias por usted, de modo que reciba la fuerza para superar el destino causado por pasados errores. Con esta promesa, Kairyu dio las buenas noches al duefio de la casa, quien le acompaiiéd a una pequefia habitacién, donde ya estaba preparada la cama. Todos se fueron a dormir, excepto el monje, que se qued6 leyendo sutras a la luz de una linterna de papel. Continud leyendo y rezando hasta altas horas; entonces abrié la ventana del pequefio dormitorio para echar una tiltima mirada al pai- saje antes de dormir. La noche era hermosa. Por el cielo sin una nube no soplaba ni la menor brisa, y la claridad de la luna dibujaba sombras claras del follaje y hacia bri- lar el rocio del jardin, Los grillos cantaban con gran al- garabia y el sonido de la cascada se habia hecho mis pro- fundo. El murmullo del agua le dio sed; recordando el conducto de bambi en la parte trasera de la casa, pensd en ir a tomar un trago sin molestar a sus anfitriones, ya dormidos. Abrié con sumo cuidado las puertas corredizas que separaban su dormitorio de la habitacién principal y, a la luz de la linterna, vio cinco cuerpos acostados.., {all cabezas! Se quedé un momento aturdido, imaginado que se trataba de un crimen. Pero enseguida se dio cuenta de que no habia sangre, y de que los cuellos sin cabeza no tenian aspecto de haber sido cortados. — Esto es una ilusién causada por duendes 0 he sido atraido hasta la morada de las cabezas voladoras., En el tratado Soshinki esta escrito que si alguien encuen- tra el cuerpo sin cabeza y lo coloca en algun otro lugar, nunca podra unirse de nuevo a la cabeza. Agrega que cuando regresa y no halla el cuerpo, golpeara el suelo tres veces, botando como una pelota, jadeara con gran terror y morira. Por eso, si estas cabezas voladoras quieret) |e cerme algiin mal, deberé seguir las instrucciones del |i bro. Atrapé el cuerpo del jefe de la casa por loa pies, lo arrastré hacia la ventana y lo sacé fuera. Entonces fue hasta la puerta trasera, que estaba trancada, y se linagind que las cabezas habian salido por el orificio de sulida de humos en el techo, que estaba abierto. Abrid ln puerta con cautela y salié al jardin, dirigiéndose sigilosamente hacia el bosquecillo. Escuché voces entre los bambies y se acercd, caminando en las sombras hasta que eneontro un buen escondrijo. Entonces, desde atris de un tronco, vio las cinco cabezas revoloteando de un Indo para otro mientras charlaban. Estaban comiendo los gusanos ¢ in- sectos que encontraban en el suelo o entre los arboles. El lefiador dejé de comer y dijo: — ;Vaya con el monje peregrino que vino esta noche! ;Qué corpulento es! Vamos a quedar bien satisfe- chos cuando lo hayamos comido... No debi contarle esas historias, s6lo han servido para que recitara sutras por mi espiritu. No nos podremos acercar mientras esté rezando, ni tampoco es posible tocarlo. Pero como casi amanecid quiza se haya dormido... Alguno de vosotros que vaya a la casa y veu qué esta haciendo el tipo. Otva cabeza, la de una mujer joven, se levanté en- seguida y revoloteé hacia la casa, ligera como un murcié- lago. Regre cabo de pocos minutos. jEI monje peregrino no esta en la casa, se ha marchado! — grito con voz ronca y gran alarma — Pero esto no es lo peor, Se ha llevado el cuerpo de nuestro jefe y no sé dénde lo ha dejado. Al oir la noticia, el lefiador — bien visible a la luz de Ja luna {om6 un aspecto aterrador: sus ojos se abrieron monstruosamente, se le erizé el pelo y le rechi- naron los dientes. jYa no podré unitme a mi cuerpo desapareci- do! exclamd, tras gritar y Horar de rabia — {Tengo que morir! ;Y todo por culpa del monje! Lo destrozaré, lo devoraré... jAh, alli esta! jDetras de ese arbol! jAlli escondido! jMiradlo, a ese cobarde bien alimentado! En ese instante, se lanzé sobre Kairyu la cabeza del jefe, seguida de las demas. Pero el fuerte monje ya se habia armado con un tronco joven que acababa de arran- car y golpeaba las cabezas a medida que se le acercaban, derrumbandolas con potentes estacazos. Cuatro huyeron pero el jefe, a pesar de los repetidos golpes, continuaba lanzandose desesperadamente hacia el monje, y por fin se aferré a la manga de su vestimenta. Kairyu agarré la ca- beza por el mojio y la batié sin parar. No se solté pero, después de emitir un largo gemido, dejé de luchar. Esta- ba muerta. Sin embargo los dientes continuaban sujetos a la manga y toda la fuerza de! monje no fue suficiente pa- ra abrir la mandibula. Regresé a la casa con la cabeza todavia colgando de la manga y vio a las otras cabezas voladoras, ya uni- das a los cuerpos. Estaban agrupados en cuclillas, con las cabezas Ilenas de magulladuras y sangrando. Cuando lo vieron entrar por la puerta trasera exclamaron “jEl mon- je, el monje!” y salieron huyendo hacia el bosque. Por el este ya aclaraba, Estaba a punto de amane- cer y Kairyu sabia que el poder de los duendes estaba limitado a las horas de oscuridad. Echo una mirada a la cabeza colgada de la manga, con todo el rostro sucio de sangre, espuma y barro, y solté una risotada. -—— jMenudo recuerdo que me Ilevo de vuelta! jNada menos que la cabeza de un duende! — se dijo, y después de recoger sus escasas pertenencias descendid tranquilamente la montaiia para proseguir su viaje. Continud el trayecto hasta que legé a Suwa, en Shinano, y camino bien compuesto por la calle principal con la cabeza balanceandose de la manga, a la altura del codo. Las mujeres se desmayaban, los nifios gritaban y salian corriendo y se produjo un tremendo tumulto hasta que llegaron los guardas torite, la policia de aquel enton- ces, lo detuvieron y lo encerraron en la carcel. Suponian que la cabeza pertenecia a un hombre asesinado por él y que en el momento de morir se hubiera aferrado a la manga con los dientes. En el interrogatorio, Kairyu se limité a sonreir pero no dijo una palabra. Y asi, tras pasar una noche encerrado, fue llevado ante los magistrados del distrito. Le ordenaron que explicara como, siendo monje, se atrevia a mostrarse sin vergiienza alguna con la cabeza de un hombre sujeta a la manga, exhibiendo a los ojos de todos su crimen. Kairyu se rid a carcajadas y dijo: ~~ Seflores, yo no sujeté la cabeza a mi manga: se aferré sola, muy en contra de mi voluntad. Y, ademas, no he cometido ningiin crimen. Esto no es la cabeza de un hombre, sino de un duende; y si tuve que causarle la muerte, no lo hice para derramar sangre sino en defensa propia. El monje relaté toda la aventura, riéndose de nue- vo cuando hablé sobre el encuentro con las cinco cabe- zas, Pero « los jueces no les hizo ninguna gracia. Lo consideraron un desalmado criminal, y tomaron la histo- ria como un insulto a su inteligencia. Por lo tanto, sin mas averiguaciones, decidieron su inmediata ejecucién; todos excepto uno, un hombre muy anciano, que no habia hecho ninguna observacion durante el juicio. Examinemos la cabeza con atencién, ya que supongo que no se ha hecho todavia — manifest6, levan- tandose tras oir la opinién de sus colegas — Si el monje ha dicho la verdad, la cabeza lo demostrara... ;Tréiganla aqui! Trajeron ante los jueces la cabeza, todavia suje- tando entre Jos dientes la vestimenta, que quitaron de los hombros de Kairyu. El anciano le dio varias vueltas y descubrié unos extrafios caracteres rojos en la nuca. Lla- mé la atencion de sus colegas sobre este hecho y les invi- tO a observar que los bordes del cuello no presentaban indicios de que hubieran sido cortados con un arma. Al contrario, la superficie de corte era tan lisa como la de una hoja que se hubiese desprendido del tallo. — Estoy seguro de que el monje ha dicho la ver- dad — habl6 el viejo juez — Esta es una cabeza volado- ra. El libro Nanhoibutsushi indica que una cabeza vola- dora real siempre tiene unos caracteres rojos en la nuca. Aqui estan, y pueden comprobar que no fueron pintados. Ademés, es bien conocido que este tipo de duendes viven en las montafias de la provincia de Kai desde tiempos remotos... Pero usted, sefior exclamé, dirigiéndose a Kairyu —, ,qué clase de monje valeroso es? Sin duda ha demostrado un arrojo que pocos monjes poseen, y, ade- mas, tiene mas aire de soldado que de religioso. ,No sera que alguna vez, pertenecid a la clase samurai? — Asi es, sefior — repuso — Antes de conver- tirme en monje segui la profesion de las armas durante mucho tiempo; y en esos dias jamds temi a hombre o diablo. Mi nombre era Heitazaemon Taketsura Isogai, de Kyushu. Quiza alguno de ustedes lo recuerde... Cuando pronuncié este nombre, un murmullo de admiracion recorrié la sala del juicio, ya que muchos lo habian oido nombrar. Y Kairyu pronto se encontré entre amigos en lugar de jueces; amigos ansiosos de demos- trarle admiracién mediante su amabilidad fraternal. Lo escoltaron hasta la residencia del feudal, que le ofrecié un digno recibimiento, le agasajé y le hizo un valioso ob- sequio antes de permitirle partir. Cuando dejé atras Suwa estaba tan contento como le es permitido a un monje en este mundo transitorio. En cuanto a la cabeza, se la llevé consigo, insistiendo entre bromas que la consideraba un recuerdo del viaje. Y ahora sélo resta contar qué acontecié con la ca- beza. Uno © dos dias después de marcharse de Suwa, Kairyu se encontré con un ladrén que Je detuvo en un lu- gar solitario y le exigid sus vestimentas. Cuando se las entrego, el ladron descubrio a la cabeza que colgaba de la manga. Pese a su valentia, tuvo un susto; dejé caer las topas y dio un salto atras. ~~ jTUl, jvaya monje estas hecho! jPero si eres peor que yo! Cierto que he matado, pero nunca se me ha ocurrido pasearme con ninguna cabeza colgada de la manga... Bueno, honorable monje, supongo que somos de la misma ralea, Confieso que te admiro... Pienso que esta cabeza me podria ser muy util para asustar a la gen- te. {Me la vendes? Te cambio tu ropa por la mia, y ade- més te daré cinco ryo por la cabeza. Si insistes te puedes quedar con la cabeza y las vestimentas — repuso — Pero debo advertirte que no es una cabeza humana. Es de un duende. Entonces, si la compras y te causa algiin problema, recuerda que no te engaié, jQué maravilla de monje eres! — exclamé el ladron — Matas a la gente y encima andas con bromas. Pero mi propuesta va en serio: aqui tienes mi ropa y el dinero y tt me entregas la cabeza. No perdamos el tiem- po con gus — Como quieras... ;Aqui la tienes! — dijo — No bromeaba. Lo tinico divertido, si puede llamarse asi, es que eres tan tonto de pagar dinero por la cabeza de un duende. Kairyu continud su camino, riéndose a carcajada limpia. Y asi el ladron se hizo con la cabeza y las vesti- mentas, Durante cierto tiempo jugd a ser un monje fan- tasma por los caminos. Pero, cuando Ilegé a las proximi- dades de Suwa y escuchd la verdadera historia de la ca- beza, comenzé a sentir miedo de que el espiritu de la ca- beza voladora le causara problemas. De modo que deci- dié devolverla a su lugar de procedencia y enterrarla junto con el correspondiente cuerpo. Encontré la choza solitaria en las montafias de Kai, pero no habia nadie que le pudiera indicar dénde estaba la tumba. Por lo tanto enterré la cabeza por separado en el bosquecillo detras de la vivienda y encargo un servicio religioso por el reposo de su espiritu. Y la losa — conocida como “de la cabeza voladora” — todavia puede encontrarse en nuestros dias. Por lo menos asi lo dicen los narradores de historias ja- poneses. El enigmatico Horai (Horai) Una visién azul de profundidad perdida en las alturas, el mar y el cielo confundiéndose en una bruma luminosa. Es un dia de primavera por la mafiana. Solo el cielo y el mar, una inmensidad azul... En la cercania las pequefias olas atrapan la luz plateada y se levantan en espiral los hilos de espuma. Pero un poco mas alld no se ve movimiento alguno, nada excepto co- lor: el azul oscuro y calido de! agua ensanchandose hasta mezclarse con el azul del cielo. No existe el horizonte: sdlo la distancia elevandose en e] espacio, una concavi- dad infinita formandose ante la vista, como un arco gi- gante, intensificandose el color con la altura. Pero a lo lejos, en medio del azul, esta suspendida una tenue, muy tenue, vision de torres palaciegas, con altos tejados con puntas y curvados como medias Lunas: retienen la sombra de un viejo esplendor, iluminados por una luz solar tan delicada como un recuerdo... Lo que he intentado describir es un kakemono, es decir, una pintura japonesa en seda, colgada en la pared del espacio sagrado de mi salén; y su nombre es “Shinkiro”, que significa “espejismo”. Pero las formas de este espejismo son inconfundibles. Son los portales ba- fados en luz trémula del venerable Horai y de los tejados en forma lunar del palacio del rey dragén; y su estilo — pese a haber salido de un pincel actual japonés —, es el de los antiguos chinos, de mil doscientos afios atras... Los viejos textos chinos describen asi el lugar: En Horai no hay muerte ni dolor, tampoco invier- no. Las flores no se mustian y los frutos nunca faltan; si el hombre los prueba tan sélo una vez, nunca volvera a sentir sed o hambre. Alli crecen plantas con nombres como sorinshi, rikugoaoi y bankonto, que curan todas las enfermedades; y también la hierba magica yoshinshi, que devuelve la vida a los muertos; y otra maravillosa, que regada con agua encantada, otorga con un solo trago la perpetua juventud, Las personas de Horai comen su arroz en cuencos muy pequefios, pero el grano no se termina hasta que se han saciado, y toman el vino en copas mi- nusculas, pero no se vacian por mas que beban, hasta que alcanzan la agradable sensacion de la embriaguez. Esto y mucho mas cuentan las leyendas de la épo- ca de la dinastia Shin. Pero no es creible que las personas que las exeribieron vieran Horai, aunque fuese en forma de espejiamo. Porque no es cierto que existan frutas en- cantadas que causen la satisfaccién perpetua, ni hierbas mégicas que revivan a los muertos, ni fuentes de agua prodigiosa, ni cuencos en los que nunca falte el arroz, ni copas siempre |lenas de vino. Tampoco es verdad que la tristeza y la muerte nunca entran en Horai, ni tampoco que no haya invierno. El invierno en Horai es frio y los vientos hiclan hasta los huesos; la nieve se amontona hasta enormes alturas en los tejados del rey dragon. Sin embargo, existen cosas maravillosas en Ho- rai; y la mejor no la ha mencionado ningin escritor chi- no. Me reficro al ambiente. La atmésfera es peculiar y, por este motivo, el sol es mas blanco que cualquier otro sol — de una blancura lechosa que nunca deslumbra —; sorprendentemente claro, pero muy suave. Esta atmdsfera no es de eras humanas: es ancestral, tanto que hasta temo pensar en su edad; y no es una mezcla de hidrégeno y oxigeno. No esta hecha de aire sino de espiritus — esta sustancia de quintillones de generaciones de espiritus mezclados en una inmensa transparencia — de personas que pensaron en forma muy distinta a la nuestra. Cuando un mortal inhala esa atmésfera, toma en su propia sangre las emociones de aquellos espiritus y ellos intercambian los sentidos con él, rehaciendo sus nociones de espacio y tiempo, de modo que sélo ve como ellos vieron, siente como ellos lo hacian y piensa a su modo. Estas variacio- nes de los sentidos son tan tenues como el suefio; a través de ellas, Horai puede ser descrito de la siguiente forma: En Horai no existe el conocimiento de la enorme maldad, por esto los corazones de la gente nunca se ha- cen viejos. Y, debido a que siempre son jévenes de es- piritu, la gente de Horai sonrie desde que nace hasta que muere; excepto cuando los dioses les envian penalidades y Sus rostros permanecen velados hasta que pasa la triste- za. Todos en Horai se aman y confian cl uno en el otro, como si fueran miembros de una misma familia; la forma de hablar de las mujeres es como los trinos de los paja- ros, porque sus corazones son ligeros como los espiritus de las aves; y el ondear de las mangas de las doncellas en movimiento es como el batir de alas anchas y suaves. En Horai no hay nada escondido excepto el dolor, porque no hay raz6n de avergonzarse; y no hay nada encerrado por- que a nadie se le ocurriria robar; tanto de dia como de noche todas las puertas estan sin lave, porque no hay que temer. Y debido a que todas las personas son magicas — incluso siendo mortales — todo en Horai, excepto el pa- lacio del rey dragén, es pequefio, original y extrafio. Esta gente magica realmente come el arroz de pequefios cuen- cos y toma su vino en mintisculas copitas... La mayoria de estas sensaciones se deberian a la inhalacion de esta atmésfera espiritual, pero no todo. Ya que es el encanto de un ideal, el hechizo de una antigua esperanza, y algo de esta esperanza se ha materializado en muchos corazones, en la belleza simple de vidas de- sinteresadas, en la dulzura de la mujer... — No tengo miedo de morir — dijo la esposa moribunda — Hay sélo una cosa que me preocupa ahora. Me gustaria saber quién va a tomar mi lugar en esta casa. — Querida mia — repuso el apenado marido —, nadie tomara nunca tu lugar en mi casa. No pienso volver a casarme jamas. Hablaba con toda sinceridad, ya que amaba a la mujer que estaba a punto de perder. — (Palabra de samurai? — pregunté con una débil sonrisa. — Palabra de samurai — contests, acariciando el rostro delgado y palido. —Entonces, querido mio, entiérrame en el jardin, glo haras? Cerca de esos ciruelos que plantamos al fondo — dijo — Hace mucho tiempo que te lo queria pedir, pe- ro pensé que si te casabas de nuevo no desearias tener mi tumba tan cerca. Ahora que me has prometido que otra mujer no ocupard mi lugar, no dudo en hacerte saber mi voluntad... ;Deseo tanto que me entierres en el jardin! Creo que alli a veces podré oir tu voz y contemplar las flores en primavera. — Tus deseos se cumpliran — manifests — Pero no hables de entierro; no estas tan enferma como para que hayamos perdido las esperanzas. — Ya no hay nada que hacer — replicé — Moriré hoy por la mafiana... ,De verdad que me enterraras en el jardin? — Si, a la sombra de los ciruelos que plantamos. — dijo — Tendras una tumba preciosa. — {Podrds ponerme una campanilla? — Una campanilla? — Si, quiero que me pongas en el atatd una cam- panilla, de esas que llevan los peregrinos budistas. {Lo haras? — Tendras la campanilla y cualquier otra cosa que desees, — No preciso nada mas. Querido mio, siempre has sido muy bueno conmigo. Ahora puedo morir feliz. Entonces cerrd fos ojos y murid con la facilidad que un niiio se queda dormido. Su rostro estaba hermoso y sonreia, Fue enterrada en el jardin, a la sombra de los ci- ruelos que adoraba, y no le falté la campanilla. La tamba estaba marcaba por una espléndida lapida en la que se leia su nombre péstumo: “Gloriosa hermana mayor, sombra luminosa de la camara del ciruelo, que vive en la morada del gran mar de compasién”. Pero un afio después de la muerte de la esposa, los familiares del samurai comenzaron a insistir para que se casara de nuevo. Todavia eres joven — decian — y, ademas, hijo dnico sin descendencia, El deber de un samurai es Si mueres sin hijos, gquién hara las ofrendas en honor de nuestros antepasados? Tras muchos argumentos de esta clase le conven- cieron de que contrajera matrimonio de nuevo, La novia apenas tenia diecisicte afios y se dio cuenta de que podia quererla entrafiablemente, pese al mudo reproche de la tumba en el jardin. volver a cas No ocurrié nada que pudiera empafiar la felicidad de la recién casada hasta el séptimo dia después de la bo~ da, cuando su esposo tuvo ciertas obligaciones que re- querian pasar la noche en el castillo del feudal. La prime- ra noche que paso sola se sintid intranquila de un modo que no podia explicar; tenia un miedo peculiar, sin saber por qué. Cuando se acost6 no podia dormir. Habia una extrafia opresion en el aire, una indefinible pesadez pa- recida a la que precede a una tormenta. Hacia la hora del buey — entre las dos y fas cua- tro de la madrugada — le llegé de la oscuridad el sonido de una campanilla de peregrino budista, y se pregunto qué clase de peregrino podria estar deambulando a esas horas por e] barrio de samurai. Después de una pausa la campanilla son6 mucho més cerca. Sin duda se estaba aproximando a la casa, pero {por qué por la parte trasera, donde no habia camino? De repente los perros comenza- ron a gaitir y aullar de un modo distinto y horrible; la in- vadié un temor como el que se siente en los suefios. Sin duda la campanilla sonaba en el jardin. Traté de levantar- se para despertar a un sirviente, pero noté que no podia levantarse, ni moverse, ni. llamar... Y el sonido se acercd mas y mas, y, joh, cémo aullaban los perros! Entonces, con la ligereza de una sombra, entré una mujer en la habitacién, pese a que las puertas y los postigos estaban cerrados, Era una mujer ataviada con un kimono mor- tuorio, que Ilevaba una campanilla de peregrino. No tenia ojos, porque llevaba mucho tiempo muerta, y su cabello, largo y suelto, le caia sobre el rostro; miré sin ojos a tra- vés de la marafia y hablo sin lengua. — jNo puedes quedarte en esta casa! Aqui soy la duefia todavia. Tienes que irte y no contarle a nadie por que. jSi se lo cuentas a EL, te haré pedazos! — dijo y se esfums. La recién casada se quedé anonadada de terror y no pudo reaccionar hasta que amanecié. Sin embargo, a la alegre luz diurna, dud6 que fue- ra real lo que vio y oy6. El recuerdo de la advertencia pe- saba tanto sobre ella que no se atrevié a hablar sobre la vision a su esposo u otra persona; y casi fue capaz de convencerse de que habia tenido una pesadilla que la hi- zo sentir mal. A la noche siguiente ya no le quedaron dudas. De nueyo, a la hora del buey, los perros comenzaron a aullar y gafiir, y la campanilla a sonar, acercandose despacio por el jardin, De nuevo se esforzé en vano por levantarse y llamar a alguien, y aparecié una vez mas la muerta en la habitaci¢ © puedes quedarte en esta casa! Aqui soy la duefia todavia. Tienes que irte y no contarle a nadie por que. {Si se lo cuentas a EL, te haré pedazos! — dijo. Esta vez la aparicién se habia acercado al lecho, inclindndose mientras hablaba entre silbantes susurros. A la mafana siguiente, cuando el samurai regresé del castillo, su joven esposa se postré ante él y comenzé a suplicarle. — Te lo ruego, perdona mi ingratitud y mi falta de consideracién al decirte esto: quiero volver a mi casa, volver lo antes posible. — No eres feliz aqui? — pregunté con enorme sorpresa — ,Alguien se atrevié a tratarte mal en mi au- sencia? — No, no es esto — repuso entre sollozos — To- dos han sido muy amables... Pero no puedo continuar siendo tu esposa, tengo que marcharme... — Querida mia — exclamé muy asombrado —, es muy lamentable saber que en mi casa algo te haya cau- sado esta infelicidad. Pero no me puedo imaginar por qué deseas marcharte, a no ser que alguien te haya tratado mal... ,No querras que nos divorciemos? — Si no aceptas el divorcio, moriré — contesté, temblando y llorando El samurai se quedé un rato en silencio, tratando en vano de hallar la causa de tan sorprendente peticién. Después, con la mayor calma, le dio una respuesta. — Si te envio ahora de vuelta, sin ninguna falta por tu parte, sera considerado un acto vergonzoso. Pero si me das una buena razon para tu deseo, una que permita explicar la situacién de una forma honorable, te daré el divorcio por escrito. A no ser que me expliques el motivo no podré hacerlo, ya que debemos mantener el honor de nuestra casa a salvo de cualquier reproche. Y asi ella se vio obligada a hablar. Después de contarselo todo, afiadié con terror indescriptible: — jAhora que te lo he contado me matara! jMe matara! Pese a que era un hombre valiente, poco inclinado a creer en fantasmas, el samurai se quedé unos momen- tos sin saber qué decir. Sin embargo, pronto se le ocurrié una explicacién légica a lo acontecido. — Querida mia — dijo —, estas muy nerviosa; seguro que alguien te ha contado historias absurdas. No puedo darte el divorcio tan sélo porque hayas tenido una pesadilla en esta casa. Aunque siento mucho que hayas sufrido de este modo en mi ausencia. Esta noche también debo pasarla en el castillo, pero no estarés sola. Ordenaré a dos vasallos que vigilen tu habitacién y podras dormir en paz. Son buenos hombres y cuidarén muy bien de ti. Le hablé con tanta consideracién y afecto que la joven esposa casi se avergonzé de sus terrores y decidio quedarse en la casa. a allos a cargo de ella eran fuertes, va- lientes y sencillos, guardianes experimentados de muje- res y nifios, Contaron a la novia historias entretenidas pa- ra alegrarla, La mujer conversé con ellos mucho rato, se rid de sus ocurrencias y casi se olvidé del miedo. Cuando por fin se acosté, ambos se instalaron en una esquina de la habitacién, detras de un biombo, y comenzaron una partida de go — una especie de ajedrez japonés —, ha- blando sélo en susurros para no interrumpir su suefo. Ella dormia como una nijia. Pero de nuevo, a la hora del buey, se desperto con un gemido de terror: habia oido la campanilla que se acereaba mas y mas... Se levanté y grité, mas nada se movid en la habitacién, envuelta en un silencio de muer- te, mds profundo a cada instante. Corrié hacia los guar- dianes; estaban sentados ante el tablero, inméviles, mi- randose fijamente el uno al otro. Les grité, los sacudid, pero permanecieron como estatuas... Después dijeron que habian escuchado la cam- panilla, oido gritar a la novia, e incluso sentido como los sacudia para despertarlos, pero no fueron capaces de mo- verse o hablar. Dejaron de oir o ver en el mismo instante; un suefio abismal se habia apoderado de ellos. Cuando el samurai entré en la alcoba, contemplé la linterna apagandose que iluminaba el cuerpo decapita- do de su esposa, yaciendo en un charco de sangre. Los dos vasallos, sin finalizar la partida, estaban dormidos. Al grito de su sefior se levantaron de un salto y contem- plaron horrorizados la escena... La cabeza de la joven esposa no estaba en ningu- na parte y la horrible herida indicaba que no habia sido cortada sino arrancada, El rastro de sangre los condujo de la alcoba a una esquina de la galeria, donde los postigos estaban rajados. Los tres hombres siguieron los indicios hasta el jardin, sobre los matojos de hierba, las zonas de arena, la orilla de un estanque plantada con lirios, y las sombras de los cipreses y los bambites. Y, de repente, en un recodo, se encontraron con un objeto de pesadilla que chillaba como un murciélago: la figura de la mujer ente- rrada mucho tiempo atrés, erguida ante su tumba, suje- tando con una mano la campanilla y con otra la cabeza todavia sangrante... Los tres permanecieron estupefactos unos instantes. Entonces, con una invocacion budista, de- senyainaron las espadas y golpearon a la aparicion. En un instante se desmoron6 en el suelo, con un sordo esparcir de mortaja en harapos, huesos y cabello; la campanilla cayé sonando. Pero la mano derecha descarnada, pese a haber sido cortada a la altura de la mufieca, todavia se movia, Los dedos agarraban la cabeza, arafiando y retor- ciéndose como las pinzas de un cangrejo, aferradas a una fruta caida... — Esta es una historia maléfica — dije al amigo que me la conté — La venganza de la muerta, de haberse producido, tendria que haber recaido en el hombre. — Esto es lo que piensan los hombres — res- pondié — Pero las mujeres sienten de un modo distinto... Tenia razon. El espejo y la campana (Aru kagami to tsurigane no hanashi) Ocho siglos atras, los monjes de Mugenyama, en la provincia de Totomi, querian una gran campana para su templo y pidieron a las mujeres del lugar que contri- buyeran con viejos espejos de bronce, de donde obten- drian el metal. Incluso hoy en dia, en los recintos de algunos templos japoneses, se pueden ver montones de espejos de bronce, donados para tal fin. La mayor coleccién que vi fue en el templo de Jodo, en Hakata, Kyushu: los espejos estaban destinados a fabricar una estatua de Amida, de casi diez metros. En aquella época hubo una mujer joven, esposa de un campesino de Mugenyama, que dono su espejo al templo, pero enseguida se arrepintié. Recordé cosas que su madre le habia contado sobre el espejo, y que habia pertenecido no solo a su madre, sino a la madre y abuela de su madre; le vino a la cabeza las sonrisas alegres que hubo reflejado, Por supuesto que si hubiera podido ofre- cer a los monjes cierta suma de dinero en lugar del espe- jo, podria haber recuperado su herencia. Pero no la tenia. Cuando iba al templo, veia su espejo tirado en el recinto, al otro lado de una barandilla, junto con otros cientos de espejos amontonados. Lo reconocia por el disefio de ra- mas de pino, bambi y ciruelo en el reverso, esos emble- mas afortunados que deleitaron sus ojos de nifia cuando su madre le mostré el espejo por primera vez. Esperaba ansiosamente una oportunidad para apropiarse del espejo y esconderlo, de modo que pudiera atesorarlo para siem- pre. Pero esta oportunidad no se presenté y se sintié muy infeliz al pensar que habia cometido la estupidez de en- tregar una parte de su vida. Record6 el viejo dicho, de que el espejo es el espiritu de una mujer — ilustrado con el ideograma de “espiritu” que aparece en el reverso de muchos espejos de bronce —, y temié que fuera mas verdad y de forma mas extrafia de lo que habia imagina- do. Pero no podia compartir su sufrimiento con nadie. Cuando todos los espejos recolectados para la campana de Mugenyama llegaron a la fundicion, los arte- sanos descubrieron que sdlo uno entre todos no se fundia. Trataron una y otra vez mas, pero resistié a todos los es- fuerzos. Sin duda, la mujer que lo ofrecié al templo se arrepintié de su donacién. No lo habia entregado con to- do su corazon y, por lo tanto, su espiritu egoista que permanecia aferrado al espejo lo mantuvo duro y frio en el horno. Por supuesto que todos se enteraron del asunto y supieron de quien era el espejo que no se fundia. Al ser expuesta a la luz publica su falta secreta, la pobre mujer se sintid muy avergonzada y ofendida. Como no podia soportar la situacion se ahog6, dejando el siguiente men- saje: “Cuando haya muerto no sera dificil fundir el es- pejo y usarlo para la campana. Pero quien logre quebrarla al tocarla recibira grandes riquezas de mi fantasma”. Sin duda saben que el Ultimo deseo o promesa de quien muere o se suicida enfurecido tiene una fuerza so- brenatural. Después de que el espejo de la mujer fuera fundido y la campana fabricada sin percances, la gente recordé las palabras de la carta. Todos estaban convenci- dos de que el espiritu de la muerta concederia riqueza al que rompiera la campana. Tan pronto como la colgaron en el recinto del templo, acudieron multitudes a tocarla. Golpeaban con toda su alma la campana con el tronco para hacerla sonar, pero demostré ser de excelente cali- dad, de modo que aguanté con bravura los ataques. Aun- que no se desanimaron facilmente; dia tras dia, a toda ho- ta, la hicieron sonar con furia, sin tener en cuenta las protestas de los monjes. Y asi, el taftido se convirtié en un suplicio inaguantable para la gente del templo y ter- minaron echéndola a un pantano. El pantano era profun- do y la engulld, lo que supuso el fin de la campana. Sélo permanecié esta leyenda, llamada “La campana de Mu- gen”. La reconciliacion (Wakai) Cierto samurai joven de Kioto, reducido a la mi- seria por la caida de su sefior, se vio obligado a abando- nar su casa y entrar al servicio del gobernador de una provincia distante. Antes de marcharse de la capital, se divorcié de su esposa, una mujer buena y hermosa, con- vencido de que podria mejorar su situacién con otra alianza. Entonces se casé con la hija de una familia dis- tinguida, que le acompafid a su nuevo destino. Pero en la inconsciencia de la juventud y la grave necesidad, el samurai no pudo comprender el valor del afecto que descarté tan a la ligera. Su segundo matrimo- nio no fue feliz; el caracter de su nueva esposa era cruel y egoista, y pronto encontré toda clase de motivos para pensar con nostalgia en su pasada vida en Kioto. Enton- ces se dio cuenta de que todavia amaba a su primera mujer, mucho mas de lo que nunca podria querer a la se- gunda, y comenz6 a reconocer lo injusto y desagradecido que habia sido. Poco a poco este sentimiento se trans- formé en un arrepentimiento que le robé la paz de espiri- tu. Le perseguian sin cesar los recuerdos de la esposa traicionada, su dulce forma de hablar, sus sonrisas, su delicadeza, su firme paciencia. A veces la veia en suefios ante el telar, como cuando tejia dia y noche para ayudarle en sus afios de pobreza, otras mas sola, sentada en el suelo de la pequefia y humilde habitacién donde la dejé, escondiendo sus lagrimas con la manga de su raido ki- mono. Incluso pensaba en ella durante el trabajo; enton- ces se preguntaba como vivia, qué hacia. Algo en el co- razon le decia que ella no aceptaria otro esposo y que nunca le perdonaria, Y decidié en secreto irla a buscar tan pronto como pudiera regresar a Kioto, pedirle discul- pas, volver a vivir con ella y hacer todo lo que estuviese en su mano para compensarla por lo acontecido. Y asi pasaron varios ailos. Por fin acabé el mando del gober- nador y el samurai quedo libre. — Ahora volveré con mi amada — se prometié — jAh, que crueldad, qué absurdo haberme divorciado de ella! Y asi devolvié su segunda esposa, que no le habia dado hijos, a su familia y se apresuré hacia Kioto para buscar a su antigua compafiera, a cuya casa se encamind sin siquiera cambiarse su indumentaria de viaje. Cuando llegé a la calle donde ella vivia, ya era tarde por la noche, la décima noche del noveno mes, y la ciudad estaba tan silenciosa como un cementerio. Pero la luna clara iluminaba suficiente, de modo que encontré la casa sin dificultad. Tenia un aspecto del mayor abandono y las hierbas crecian en el tejado. Llamo a una puerta co- rrediza y nadie respondid. Como no estaba cerrada por dentro, abrid y entré. La primera habitacién estaba vacia y ni siquiera tenia esteras de paja, y las otras tenian el mismo aspecto lastimoso. Daba la impresién de que la casa estaba desocupada. Sin embargo, el samurai decidié echar una mira- da a la pequeiia habitacién del fondo, la favorita de su esposa, que gustaba de descansar alli. Acercéndose a las puertas corredizas cerradas, se sorprendié mucho de ver un resplandor, Desliz6 la puerta y lanzo un grito de jubilo al verla cosiendo a la luz de una linterna de papel. Sus ojos se encontraron y ella le saludé con una sonrisa. — Cuando regresaste a Kioto? ~Como me en- contraste entre tantas habitaciones oscuras? Los afios no la habian cambiado. Al samurai le parecié tan joven y linda como en sus recuerdos mas queridos, aunque se le hizo mucho mas entrafiable aun su dulce voz, temblorosa por la feliz sorpresa. Se senté a su lado muy contento y le dijo muchas cosas: como se arrepintié de su egoismo, cuanto la echd de menos, la constante pena que sentia por ella y sus prolongadas esperanzas de resarcirla por todo, mientras la acariciaba y le pedia perdén una y otra vez. Ella le re- puso con gran ternura, que le salia del alma, que cesara de reprocharse. No era justo que hubiera sufrido tanto por ella, ya que siempre se consideré indigna de ser su esposa. Por supuesto, sabia que la pobreza le habia obli- gado a la separacién, ya que mientras vivieron juntos él siempre fue muy bondadoso. Nunca habia dejado de re- zar por su felicidad. Pero, si hubiese algim motivo de enmienda, ya habria desaparecido de mas con su hono- rable visita. gQué mayor dicha habia que verle, aunque fuera sdlo un instante? — ,S6lo un instante? — pregunto con una risa alegre — Mejor di para las proximas siete existencias. Amada mia, excepto si tu te opones, estoy dispuesto a regresar para vivir contigo para siempre. Nada nos podra separar de nuevo. Ahora tengo medios y amigos, no pre- cisamos temer a la pobreza. Mafana traeré. mis perte- nencias y mis criados te serviran. jVerds que preciosa arreglaremos la casa! Esta noche — explicé en tono de disculpa — Iegué tan tarde, incluso sin cambiarme de ropa, porque no podia esperar a verte y decirte todo esto. Ella parecié muy feliz con estas palabras y a su vez le contd todo lo acontecido en Kioto desde que él se marchara; excepto sus propias penurias, sobre las que se neg6é a hablar con delicadeza. Conversaron hasta muy tarde. Después la mujer le condujo a una habitacién mas caliente, orientada al sur, en la que habian pasado su no- che de bodas. — éNo tienes a nadie que te ayude en casa? — pregunto el samurai cuando ella empezé6 a preparar el le- cho. — No, no me podia permitir tener una sirvienta, de modo que he vivido sola — repuso, riéndose alegre- mente, ~~ Desde majiana tendras muchos sirvientes — dijo — Buenos sirvientes y todo lo que desees. Se acostaron para descansar, pero no durmieron porque tenian demasiadas cosas que contarse; y hablaron del pasado, e! presente y el futuro hasta que comenz6 a amanecer, intonces al samurai se le cerraron los ojos y quedé profundamente dormido. Cuando desperté la luz entraba por las grietas de los postigos y, ante su tremenda sorpresa, se encontrd acostado sobre las tablas desnudas de un suelo mohoso... jHabia sido todo sdélo un suefio? No, ella estaba alli, durmiendo.., Se inclind para mirarla y solté un grito: la mujer no tenia rostro, Junto a él, envuelto en una morta- ja, yacia su cadaver, tan deteriorado que no quedaba mas que los huesos y el largo cabello enmarafiado. Presa de horribles estremecimientos y malestar, se levant6 bajo los rayos del sol, y poco a poco, el horror gélido dio lugar a una desesperacién tan intolerable, un dolor tan atroz, que se aferré a la sombra irénica de la duda. Simulando no estar al corriente de nada, se aventu- r6 por el vecindario para averiguar el camino a la casa donde vivid su esposa. — No hay nadie en aquella casa — le repuso al- guien — Pertenecia a la esposa de un samurai que dejé la ciudad varios aftos atras. Antes de marcharse se divorcié de ella para casarse con otra mujer, y sufrié tanto que ca- yo enferma. No tenia parientes en Kioto ni nadie que la cuidara, y murié en otofio de ese mismo afio. El décimo dia del noveno mes... El suefo de Akinosuke (Akinosuke no yume) En una comarca llamada Toichi, de la provincia de Yamato, vivia un goshi llamado Akinosuke Miyata. En aquella época, goshi era una clase de samurai, con derecho a cultivar unas tierras del sefior feudal. En el jardin de Akinosuke habia un enorme y ve- tusto ciprés, bajo el que tenia la costumbre de descansar en dias bochornosos. Una tarde de mucho calor, estaba sentado bajo el drbol con dos amigos, también goshi, charlando y tomando sake, cuando le entré un suefio tan terrible que tuvo que disculparse por tomar una siesta en su presencia. Se acosté al pie del ciprés y tuvo el siguien- te suefio: Estaba acostado en el jardin cuando vio un corte- jo, como del séquito del sefior feudal, que bajaba por una colina cercana, y se levanté para verlo mejor. Se trataba de un cortejo muy grandioso, mucho mas que cualquiera que hubiese presenciado hasta entonces, y se acercaba a su morada. Al frente, unos hombres jévenes, muy rica- mente ataviados, empujaban un carruaje lacado, adorna- do con brillante seda azul. Cuando llegaron a escasa dis- tancia de la casa, se detuvieron. Un hombre muy bien vestido, sin duda de alto rango, se aproximdé a Akinosuke ¢ hizo una profunda reverencia. — Honorable sefior, tiene ante usted a un vasallo del rey de Tokoyo, el reino mitico. Mi sefior, el rey, me ordené saludarle en su augusto nombre y ponerme a su disposici6n. También me encargé que le informara de que desea su presencia en palacio. Le ruego que se sirva subir a este carruaje, que ha sido enviado expresamente para su excelencia. Tras oir estas palabras, Akinosuke quiso dar una respuesta adecuada, pero estaba demasiado sorprendido y desconcertado para hablar, de modo que se limité a hacer lo que le indicé ¢| vasallo. Entré en el carruaje y el vasa- Ilo se sentd junto a él y dio la sefial de partida. Los porta- dores tomaron las cuerdas de seda, tirando de ellas para orientarlo hacia el sur. Y comenzé el viaje. Al cabo de poco rato, lo que asombro en gran manera a Akinosuke, el carruaje se detuvo ante un portal de estilo chino, de dos pisos, que nunca habia visto. Voy a anunciar su ilustre visita — dijo el va- sallo desmontando, y desaparecié. Después de una corta espera, Akinosuke vio que se acercaban dos hombres de aspecto noble, ataviados en seda morada y tocados con los altos sombreros que indi- caban su destacado rango. Le saludaron con gran respeto, le ayudaron a bajar del carruaje y lo condujeron a través del enorme portal por un vasto jardin hasta el palacio, cuya fachada parecia extenderse leguas hacia el este y el ceste. Entraron en una sala de visitas de increible tamafio y esplendor. Tras ofrecerle asiento en el puesto de honor se retiraron a una posicién mas modesta, mientras que las doncellas, en traje de ceremonia, trajeron comida y bebi- da. Cuando Akinosuke se hubo servido hasta quedar sa- tisfecho, los nobles vestidos de morado hicieron una pro- funda reverencia y hablaron por turnos, de acuerdo a la etiqueta de la corte. — Es nuestro honorable deber informarle de que... la razon de esta invitacién a palacio... Nuestro se- fior, el rey, desea que usted se convierta en su yerno... y en el dia de hoy se case con la ilustre princesa, su hija... Enseguida le conduciremos a la sala de audiencias, donde su majéstad le espera... Pero sera necesario que primero le vistamos con las ropas ceremoniales. Después de estas palabras, los cortesanos se le- vantaron y se dirigieron a una camara, donde se encon- traba un gran batil de laca y oro. Lo abrieron y sacaron varios kimonos y las correspondientes fajas de ricos gé- neros, asi como un tocado real, Con estas prendas vistie- ron a Akinosuke, que tomd el aspecto de un novio prin- cipesco, y lo condujeron a la sala de audiencias, donde vio al rey de Tokoyo sentado sobre un estrado cubierto de esteras, tocado con el alto sombrero negro y ataviado en seda amarilla, Ante el estrado, una multitud de nobles estaban sentados por orden de rango, inméviles y tan es- pléndidos como las imagenes de un templo; y Akinosuke, avanzando entre ellos, saludé al rey con la triple postra- cién de costumbre. — Ya te han informado de la raz6n por la que te he llamado a mi presencia — dijo el rey, tras un saludo muy cordial — He decidido que te conviertas en el espo- so de mi unica hija. La ceremonia se celebrara ahora. Cuando terminé de hablar se escuché el sonido alegre de la miisica y un largo séquito de damas de la corte aparecicron por detras de una cortina y lo conduje- ron a la sala donde le esperaba la novia. La sala era inmensa, pero en ella apenas cabia la multitud de invitados reunidos para presenciar la cere- monia. Todos se inclinaron ante Akinosuke cuando se arrodillé frente a la princesa en una almohada preparada para él. Ella parecia una doncella celestial y sus ropas eran tan hermosas como el cielo de verano. La boda transcurrié en medio de un gran jubilo. Después la pareja fue conducida a sus habitacio- nes, en otro lugar de! palacio, y alli recibieron las felici- taciones de muchos nobles ¢ incontables presentes. Unog dias inis tarde, Akinosuke fue Hamado de nuevo a la gala de audiencias. En esta ocasién, el rey lo recibid todavia eon mayor amabilidad. —~ Al sudeste de mis dominios hay una isla Ia- mada Raishu —— dijo — Te he nombrado gobernador de esa isla, Verds que la gente es leal y décil, aunque sus le- yes todavia no eatin de acuerdo con las de Tokoyo ni sus costumbres eatin debidamente reglamentadas. Por lo tanto te confie el deber de mejorar sus condiciones socia- les dentro de lo posible, y deseo que gobiernes con bene- volencia y sabiduria. Ya estan hechos todos los prepara- tivos para el viaje a Raishu. Los recién casados partieron del palacio de Toko- yo acompatados por una nutrida escolta de nobles y funcionarios de palacio hasta la playa, y se embarcaron en una nave provista por el rey. Navegaron con viento favorable hasta Raishu, donde les fueron a dar la bien- venida las buenas gentes de las islas. Akinosuke no se demoré en comenzar sus nuevos deberes, que no eran tan complicados. En los primeros tres afios de gobierno se ocupé principalmente de la ela- boracién y puesta en vigor de leyes, pero estaba rodeado de sabios consejeros que le ayudaban, de modo que nun- ca se le hizo desagradable el trabajo. Cuando terminé, no tuvo mas obligaciones que asistir a los ritos y ceremonias prescritos por las antiguas costumbres. El pais era tan fértil que la enfermedad y la pobreza eran desconocidas, y las personas tan bondadosas que no infringian las leyes. Y asi, Akinosuke vivid y gobernd en Raishu veinte afios mas. En toda su estancia de veintitrés afios ni una sombra de pesar cruzé su vida. Pero al aiio siguiente le afligié una gran desgra- cia, ya que su esposa, que le habia dado siete hijos — cinco nifios y dos nifias —, enfermé y murid, Fue ente- trada con gran ceremonia en la cima de una hermosa co- lina en la comarca de Hanryoko, en una tumba de in- creible esplendor. Akinosuke sintid tal pesar por su fa- llecimiento que ya no quiso seguir viviendo. Cuando finalizé el periodo de duelo, lego del palacio de Tokoyo un mensajero, que presenté las condo- lencias a Akinosuke. — Estas son las palabras que su majestad, el rey de Tokoyo, me ha ordenado que le transmita — aiiadid — “Vamos a enviarte de vuelta a tu propia gente, a tu propio pais. Los siete nifios, como nietos y nietas del rey, serén debidamente atendidos. No te preocupes, entonces, por ellos”. Tras esta orden, se preparo con docilidad para su partida. Después de poner en orden sus asuntos y con- cluir la ceremonia de despedida a consejeros y funciona- tios de palacio, fue escoltado entre grandes honores al puerto y se embarcé en una nave enviada para él. Cruza- ron el mar azul bajo un cielo muy azul, que se volvio gris y desaparecié para siempre... Y Akinosuke desperté bajo el ciprés de su propio jardin. Se quedé un momento perplejo y deslumbrado. Pero enseguida vio a sus dos amigos, atin sentados cerca de él, bebiendo y charlando alegremente. — jQué extrafio! — grité, mirdndolos con gran desconcierto. Akinosuke tiene que haber estado sofiando — exclam6 uno de ellos entre risas — {Qué viste de extra- fio, Akinosuke? Entonces les contd su suefio: los veintitrés afios en el reino de Tokoyo y la isla de Raishu. Se quedaron asombrados, ya que no habia dormido mds que unos mi- nutos. — Sin duda, viste cosas muy peculiares — reco- nocié uno de los goshi — Nosotros también observamos algo curioso mientras dormias: era una pequefia mariposa amarilla revoloteando sobre tu cara. Se posd en el suelo, junto a ti, al lado del Arbol, y asi que lo hizo salié de un agujero una hormiga muy grande, la atrapé y se la levd hacia dentro, Justo antes de que despertaras, vimos a la misma mariposa salir del agujero y volar de nuevo sobre tu cara. De repente desaparecié sin que pudiéramos ver a donde fue, ~~ Quiza fuera el espiritu de Akinosuke — agre- g6 el otro — Lo cierto es que me parecié verla entrar en su boea.,, Pero aunque aquella mariposa fuera su espiritu, eso no explicaria el suefio. Las hormigas pueden explicarlo — intervino el primero — Son unos bichos extrafios, quiza duendes... De todos modos, hay un hormiguero grande bajo el ci- prés. jEchemos una ojeada! — propuso excitado Akinosuke, entusiasmado con la idea, y corrié a buscar una pala, El suelo alrededor del ciprés habia sido excavado del modo mas sorprendente por una prodigiosa colonia de hormigas. Habian construido dentro de las galerias pequeiios edificios, de paja, barro y tallos, que formaban ciudades en miniatura. En medio de una estructura mu- cho mayor que las demas habia una sorprendente multi- tud de mintisculas hormigas alrededor del cuerpo de una enorme, con alas amarillentas y una larga cabeza negra. — jAh, éste es el rey de mi suefio! — grité Aki- nosuke — jY aqui esta el palacio de Tokoyo! jQué ex- traordinario! Raishu tiene que estar en algun lugar al su- doeste, a la izquierda de aquella raiz... ;Si! j;Aqui esta! jQué raro! Ahora estoy seguro de que puedo encontrar la colina de Hanryoko y la tumba de la princesa.., Buscé en el nido destrozado y por fin encontré un pequefio monticulo, en cuya cima se encontraba una pie- dra crosionada por el agua, cuya forma parecia la de un monumento budista. Debajo aparecié, enterrado en el ba- 10, el cuerpo muerto de una hormiga hembra.

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