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ins asombrosas coineidencias en “los habitos de aquellos dos personajes, sus doetrinas, sus predicaciones; examina Jos sitios por los que transitaron, las trazas que dejaron en ellos y los portentos que publicaron sus disetpulos”. Como de {antas otras suposiciones fantsticas —por ejemplo: aquella sean la cual los inligenss americanos son una de as trius perdidas de Ietel— también estas especulaciones podefan hacemos sonrer si no hubieran servide de pretesto para ‘considerar alos indios no como iniles sino com heres, 0 fea, para la mentalidad del siglo xv, hombres sin derechos, fuera de laley. Para los atecas a cruz que traan los espiles era adn mucho més exeitante, Esa cruz que ostentaban sus estandar~ tes y uniformes ;no era el signo sagrado de Quetzalesatl? Cuando Quetzalsatl se embares para Tlapallan en su nave de serpientes dejé la promesa mesiénica de que algin dia regresarfay que entonces volverfan a reinar la paz, el bien- estar y la felicidad. No era el ato 1519, el de la Hegada de Cortés, un ao ce deal! (ano ea), un aio vennsino, como aquol en que se experaba el retorno de Quetzaledatl? Mocte- ‘ma, supersicos, dil einsegur, toms a Cortés por Que- taaleatl por el gran dios y salvador, que valviaa su pueblo 1 contra quien él no debian podrfa luchar de ninguna ma nera. Elclero que consults comrobor6 su creencia. Era su dleberrecibielo con los ms altos honores, com las més valio- sas ofrendas, Le mandé “el traje de dios que le eorespon- dia”. Sus emisarios lo saludaron eon estas palabras: “Qué frandes tiempos ha que os esperamos nosotros, vuestros Servos y vasallos.... Moctenuma dice que sedis muy bien ‘enido; y os suplica que recibis este pequetio don y estos Comamentos preciosos, que usdbais entre nosotros en cuanto, resto rey y dios” Torquemada. labras que contribuyeron notablemente a evita el fracaso de o* esa audaz aventura que era la Conquista de México. Jayce (Mexican Archaeology) escribe: “Es, en realidad, més que dtudoso que la incretble empresa de Cortés hubiera tenido éxito sin aquella leyenda de Quetzalat!”.

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