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Ramn corre.

Persigue a la inconsistencia que una vida indecente, como cualquier


otra, le dej como premio un par de gemelos heredados y una habitacin en un
cutre edificio del centro.
Ramn se acelera por la avenida, con aquellos zapatos tan viejos, exhalando un
cardioritmo casi incompatible con la vida. Vuelve a su niez, al colegio, a las malas
prcticas, al profesor que de manera extraa le acariciaba el pelo. Sortea a un
anciano, a un kiosko, al repartidor de la frutera del barrio tres calles ms abajo.
El sudor empapa ya su vista, y solo puede atisbar la sombra de Marielle, yndose,
como aquel da, entre la bruma, en el Ford Fiesta, la cara empapada por el orvallo y
por la emocin predestinada de saber que desde el mismo momento en que se
conocieron l nunca pudo hacer nada. Sigue avanzando, dobla una esquina.
El maniqu del escaparate le hace recordar a su madre. Autoritaria, vil,
devastadora. Pero la ama, o al menos as lo hizo hasta el penoso da de su santa
muerte. Ahora ya apenas si la recuerda y solo en el olor de las chaquetas que
guarda en el armario de pino contrachapado logra despertar en l algn
sentimiento de pueril nostalgia.
Ramn se frena en seco. Resuella. Agacha su cabeza. Recapacita y respira hondo.
Mira al cielo nuboso y claro y piensa muy seriamente si no va siendo hora de dejar
de huir de su pasado. Silencio. Latidos de un corazn desbocado por el esfuerzo. Se
reincorpora. Tres saltitos. Ramn se pierde de nuevo por entre la marabunta que a
primera hora de la maana ya satura la zona del puerto.

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